miércoles, 15 de abril de 2015

LA INVASIÓN DE LOS TIQUISMIQUIS

 

El Arriero Túpac vió muchas cosas. Es posiblemente él, puesto que de este hombre nunca se sacó el agua clara, el autor de la “Relación de la Rebelión de los Yndios Borregos o la Guerra de la Breña”, anónima, que vió la luz en Lima en 1655, pero nada es seguro con este hombre misterioso. Es de ella que se conocen las más de las cosas acerca de los Tiquismiquis, si bien mucho se dice y se saca en limpio, o turbio, de la “Relación” de Sebastián de Guadañángel, de las “Notas de Servycio” de Arrizabalaga y de la “Relación” del capitán Luis de Cuenca de 1634, que exploró la Breña por orden de la Alimaña. Es también ilustrativo en este sentido el “Compendio de las naciones Yndias del Territorio de Santa Fe de Verdes” del Obispo Ynestrillas, de San Juan de Verdes, que fue misionero en Tupinamba y en la región de los frailes y obtuvo mucha lengua de indios diversos, y que vió la luz mucho más tarde, pues que se escribió en 1599, y este fraile mercedario futuro obispo fue el páter de la Hueste de Arrizabalaga y hombre de armas tomar;y la obra se publicó en la Francia de Luis XIV en 1689 como “Les Yndes Frappantes par l´Evéque Ynestrille, de nation efpagnol”. Esta obra fue reimpresa en 1702, en 1755 y en 1767, bajo el título ahora de “Les Sauvages Sensibles”. Pero las preocupaciones de ése eficaz agente de España, si bien en subcontrata de Don Ramón el Tirano de la Carretera, aun cuando de las acciones y aventuras previas de este hombre se han colegido muchas y diversas cosas, algunas sorprendentes, y sobre sus intenciones últimas se ha alzado siempre un telón de duda y ambigüedad, eran de orden práctico y bélico. El Arriero Túpac llegó al país de los Tiquismiquis dando un enorme rodeo y en posesión de ciertos fondos y con la ayuda de dos muchachos Cagarrúas a los cuales, hay que decirlo, pues que eran menores, ¿no?, estupró, pervirtió, maleó, prostituyó y traicionó, el Coñete y el Tadillo, Tadi o Tadu, de quienes, a lo largo de un viaje durante el cual les adiestró y les comió el coco, extrajo hasta la traición y desnaturalización de sus simpatías inerciales por la rebelión de los Cagúas Mitas y de quienes hizo peones fieles y seguros de la Colonia y agentes españoles, al hacerles ver el mundo por un agujero, y explicarles qué eran las Indias, cómo eran, qué tamaño tenían, qué era Europa y dónde, y qué potencias mandaban en un mundo mucho más amplio que el universo Arrúa donde ellos se tenían  digamos por una Francia, los Cojones una Alemania y la Colonia pues una España y casi en igualdad de condiciones, juicio que les llevó a alzarse y a ser aniquilados. Y al cabo de esos meses, llevaban bien aprendido un repertorio de comedias y de acciones a, b, c, d, e, f, g  y las que hicieran falta, para el propósito que llevaba en mientes el Arriero, de cuyas fuentes de lengua  sólo podemos hacer suposiciones, pero es claro que contribuyó lo que Don Ramón de sus telarañas sabía, y acaso había leído algunas de ésas relaciones u obtenido lengua directa de indios arrieros de los pasos de la Breña, posiblemente de modo más probable en Tupinamba antes de la rebelión. Se cree que el Túpac llevaba acaso años preparando algo así, y si pudo partir de él la idea, y no de Don Ramón, de ahí que éste hombre interesante tuviese por negocio capital y supremo esta comisión de Don Ramón, pues que él, como se dijo, creía que necesitaría a ésos muchachos de entre quince y diecisiete años hasta los treinta y más de ellos, y que los suyos a ésas pues serían cincuenta y cinco o sesenta, que su edad exacta no se supo nunca. ¿Qué pretendía?. ¿Era previsor y no se tasaba en tiempo la alzada de los Indios Borregos?. Eso está bien, pero ¿no era de esperar que las alzadas en el Altiplano y Tupinamba durasen menos, y que se viese que el asunto urgía y era un negocio meramente lateral y tangencial a la guerra?. ¿Creía que el Altiplano resistiría años, o décadas, al poder español?. En estos negocios nunca se sabe cuál es la utilidad final, probablemente, ni cuánto ni qué se va a sacar. Y a lo mejor esto no lo creía sólo el Arriero sino su patrón Don Ramón; posiblemente se miraba, y ya desde antes de la alzada contra la Mita, una penetración y control de las tribus de la Breña, por pura expansión de la Colonia, y estas iniciativas eran las primeras fundadas y no exploratorias de España sobre esa Breña, aunque fuese por mestizos, por interés privado, y en subcontratas. Por poner un ejemplo, si los Andes fuesen los Urales, Don Ramón sería uno de los comerciantes rusos que financiaron la expansión siberiana, y el Arriero un comerciante confidencial doblado si hacía falta de jefe militar y caudillo de cosacos mercenarios. Esa expansión no fue gubernamental hasta mucho más tarde; y lo mismo pudiera ocurrir aquí y en este caso. Hay quien dice que, tal y como Sebastián de Guadañángel, y como su delirante descendiente la Alimaña, el Arriero Túpac, bastardo de un noble español y una mestiza muy clara, quiso ser rey. Y que su modelo era el primer Guadañángel, introduciéndose en aquella que él decía ser “república o comuna como Génova o Venecia” de los indios Quilates, de monarquía electiva, haciéndose condottiero de esos indios, dictador y rey electo, sucesivamente, y luego rey dictador mostrando su verdadero rostro de invasor, de Conquistador. Sebastián de Guadañángel, el primero, venía de Yucatán, donde contribuyó a enormes matanzas y de joven fue soldado de Alvarado el Tonatiu, el saltador de pértiga de la Noche Triste y su causante; y herido grave y enfermo Guadañángel de fiebres tropicales, se refugió en Panamá, donde escribió turbios y raros memoriales de cuyas fuentes sólo se pueden hacer conjeturas, memoriales que, aparte de la “Relación” que más tarde se dio a imprenta por justificarse políticamente cuando le depusieron por sedición contra España, heredó su nieto la Alimaña, que heredó con ellos muchas de las obsesiones y locuras y lengua diversa de su abuelo, que se nutría de las quimeras del Almirante.

Es más que probable que el Arriero Túpac tuviese como ejemplo al Sebastián Guadañángel, bien que conociendo que su categoría social era inferior, pues este hombre por ser mestizo sufriría muchos desprecios que le amargaron, aparte que era encallecidamente homosexual, y dentro de eso pederasta, pues siempre tuvo temor, por su menguada estatura, de todo ser humano más alto que él, y para hallar seres de su talla debían ser muchachos de catorce o quince años, nativos; que si eran españoles peninsulares ya acostumbraban a ser sino más altos, a apuntar que lo serían y a tener más grasas, huesos más grandes y pesados, y a ser más corpulentos. Pues que, sin ser alemanes todos (pues que todos decían “venir de los Godos”, que lo eran), los españoles aquí siempre se vieron como “hombres gruesos” en relación a la fragilidad de los indios. Es muy probable que el Arriero Túpac no se acercase a una mujer jamás, aunque consta que, en ejercicio de la falsedad, llegó a tener amantes e hijos, pero siempre exclusivamente como “mantita” de sus actividades, por lo cual suponemos sería un cornudo complaciente e impulsaría a sus barraganas a quedarse embarazadas acaso de otros hombres. Se ha dicho por eso y por otras cosas que su nicho social hay que buscarlo en la zona de intersección de los españoles desesperados y los primeros calaveristas  mestizos y amulatados. Y se ha dicho por este asunto de las mujeres y posiblemente del cobro por los servicios de éstas que fue proxeneta. Pero consta que mientras eso parecía, hacía muy otras cosas, como se ha mencionado al presentarle más arriba.

Pero para situarse en el contexto del Arriero Túpac y de los Indios Borregos acaso habría que rememorar ciertos repasos de cosas sobre este bendito país de Santa Fe de Verdes o Chafundiolgg en sus comienzos, situando algunas fechas.

En el III Milenio a.C. se dio la primera fase de la cultura de Zapuerca. Su manifestación más importante son las grandes fosas con centenares de sacrificios humanos. Esta cultura dejó, como construcciones más típicas, las llamadas Canchas de Ejecutar, modelo vigente al llegar los españoles en el siglo XVI, que las llamaron “Presidios”y las usaron como tales, siendo valioso elemento en el sojuzgamiento de los indios y su reducción a la encomienda y la mita. Eran lugares donde los antiguos jefes indios y luego los españoles hacían los “Recuentos” y los “Diezmados” si hacía falta. Se siguieron construyendo en época colonial hasta 1715.

Al II Milenio a. C. pertenecen los primeros vestigios de la cultura Tres Carajos. Llamada así por un dios con tres falos y multitud de testículos como racimo, deformidad que al parecer se dio en algunos casos con cierta frecuencia en niños de ésas tierras y que debió inspirar la iconografía sacra. Cabe, como en la India con los niños de muchos brazos y piernas y su iconografía de dioses con muchos brazos, relacionarlo con intoxicaciones debidas a sustancias presentes en el suelo de ésos países, o a taras genéticas típicas de ciertas cepas raciales, tan repetidas que acabaron por influir en sus culturas y creencias. A la cultura de Tres Carajos pertenecen las manifestaciones culturales y políticas de las grandes hecatombes funerarias de los caciques (“Cacique de cien cráneos, cacique de mil cráneos”). Modernamente se han buscado explicaciones por falta de mantenimientos, que llevaban a los caciques a diezmar a la población, sospechándose si en algunos casos no se consumiría la carne de los muertos en masa, como un refuerzo de abastecimientos de sociedades en precario y abocadas a la desaparición, que obviaban con ésas matanzas; pero si eso fue así a veces o al inicio, el culto a los montones de cráneos en sí, y a las cabezas cortadas en general, perduró de diversas formas. Nosotros mostraremos en esta relación que hay un nexo entre el inicio de la cultura humana en Santa Fe de Verdes o República de Chafundiolgg y su última manifestación moderna en el hecho político contemporáneo nuestro más trascendental: el Golpe de Estado de 1983 y la enorme matanza acaecida en la “Cancha de Ejecutar” del Estadio Libre Chafundiolgg. Aparte de que estas culturas prehistóricas son la raíz más antigua pero evidente del calaverismo  chafundiolgués o santaverdino.

En el I Milenio a. C. los indios Quilates emplearon ya el puerto de la futura capital.
En el siglo II d. C. aparece un incipiente pre- estado en torno al núcleo ceremonial de Dipenda, la fase más avanzada de la cultura Zapuerca. (Charrimeconas: indios Quilates y Cojones).

Del siglo II d. C. al siglo VII d. C. se da el florecimiento de la cultura Charrimecona. Textos sagrados conservados por la tradición oral y puestos por escrito por españoles e indios alfabetizados en el siglo XVI: Anales de los Quilates; Orígenes del Mundo; Crónicas de los Cojones; Historia del rey Ahunzorticmac.

Del siglo II d. C. al siglo VII d. C. se dio el desarrollo paralelo de la “nación” de los Chochimecas (indios Cagarrúas y Anandrones), llamados también Uhurus, fase última de la cultura Tres Carajos. Canto del Maíz Chipotec; Genealogía; Rito de la Castración; Mito de las Águilas Subterráneas y el Cielo de Abajo. (Esta última fue enviada bajo sello secreto a Roma por el fraile que la transcribió, “en su lengua natural indiana o tártara, y en castellano y en versión latina” por contener, según él, “datos ciertos y atestiguados del Infierno y de las costumbres de los Demonios, para uso de exorcistas, porque conozcan al Enemigo como se intenta conocer al Turco en el negocio de la guerra”).

En el siglo VII d. C. estalló la guerra entre los Charrimeconas y los Chochimecas o Uhurus.

En el año 670 fue destruída la ciudad sagrada de Dipenda.

Del siglo VII al X se destruyeron las dos ligas o federaciones de Charrimeconas y Chichimecas y se produjo una centrifugación tribal (Quilates, Cojones, Cagarrúas y Anandrones). Paralelamente, el culto anandrón de Chipotec se hizo hegemónico entre todas las tribus, y su influencia se extendió a los pueblos amazónicos más allá de los Andes.

Del siglo VII al X se produjeron grandes incursiones de los indios amazónicos y luchas en la cordillera. En Circa 900 d. C. se produjo la Invasión de los indios Jiborianos en las tierras de los Cagarrúas y Cojones, recogida en la literatura oral.

Entre los siglos X y XVI se produjo una subdivisión de las cuatro grandes naciones indias en unos cincuenta grupos tribales. Floreció Quilla, capital y puerto de los Quilates, futura Santa Fe de Verdes. Federación de las veinte subtribus de los Quilates e intento de hegemonía sobre las otras tribus del país.

En 1529 se produjo la gran epidemia de viruela, que precedió a la llegada física de los españoles.

En 1532 se exploró el sur del país por Luis Quijano por orden de Sebastián de Belalcázar. Vuelve diciendo: “Nada. Por ahí sólo hay mierda”.

En 1540 el piloto checo al servicio de los Fugger llamado El Chafundiolgg (Hans von Diolgf; Jan Deliev o Diolev) cartografía las costas; luego trazará su famoso Mapa, y en un Memorial dirá haberlas tomado en posesión para Carlos V “en tanto Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y soberano del cual él era vasallo natural”.

En 1541-1542, Sebastián de Guadañángel llegó por tierra  desde el Norte a la capital de los Quilates con 40 jinetes, 150 ballesteros y 300 porteadores indios de Panamá y Venezuela. Lleva con él un fraile y una barragana negra, la Luisita (que luego se descubrió era un muchacho). Al llegarle refuerzos por mar- en especial armas de fuego, culebrinas y cañones- captura mediante un ardid a la clase gobernante de ésa, según él, “comuna o república admirable”, y los asesina en masa.

En 1543 Guadañángel funda Santa Fe de Verdes y se hace nombrar rey de los Quilates, así como infeuda ése “reyno” al Emperador de España. Se casa con Doña Preclara, princesa india, y declara a todos los indios del territorio “vasallos de su Casa”. Su arbitrario proceder y no dar cuentas al gobernador de Panamá que le envió, provocan protestas, y el rumor de que se ha hecho consagrar rey de los indios por las ceremonias de éstos- no comprobado- provoca un Memorial de Queja enviado por un fraile y firmado por cincuenta soldados a Lima. Saben que el gobernador de Panamá es compinche suyo de ciertas matanzas efectuadas en Yucatán. En él se le acusa de sedición, brutalismo, tiranía, asesinato, secuestro, cohecho, lujuria, bigamia, poligamia, sodomía, antropofagia- por el rito para ser rey de los Quilates, si no era infundio-, irreligión y herejía, de olerle el aliento “a muerte” y de ser un guarro, entre otras cosas. ( Como tráfico de ídolos, pues requisaba los ídolos y los hacía rescatar a los fieles en metálico, o bien los vendía a otras tribus interesadas; e incluso llegó a imponer el culto de un ídolo de una tribu a otra, para venderles el ídolo a cambio de “metálico”; “ llegando a inducir a indios ya desengañados por los venerandos apóstoles y humildes frailecillos a recaer en la idolatría, por venderles ídolos, que, cuando se le terminaron los robados, los mandaba fabricar a feticheros indios. Siendo además vergüenza su vida escandalosa con aquel niño negro que se daba aires de dama y al que el malvado había hecho rapar del todo por abajo para dejarlo cual mujer siendo de tierna edad y al cual tenía por esposa. A todo lo cual no aumentó su crédito desposando a una india de catorce años por hacerse rey de aquella nación pagana y viviendo estilo compadre con ambos desdichados infantes”).

En 1544 tropas del virreinato de Nueva Castilla o Perú al mando de Juan de Aironsáy deponen a Guadañángel. Este es enviado, como medida de gracia, aherrojado a Panamá y no a Lima. Se dice que compró esta gracia “en metálico”.

En 1545, dada la miseria del territorio y la sumisión de los indios próximos, Aironsáy deja de gobernador en nombre del virrey del Perú al capitán Andrés Mordaz, que gobierna tres años en compañía de fraile Segismón de Dios, autor de la carta contra Guadañángel. Extrema miseria en la exigua guarnición e intentos de imponer la mita y la encomienda a los indios Quilates sometidos. Período de mestizaje de los soldados con las indias.

En 1546, Sebastián de Guadañángel, al mando de un ejército particular, principalmente mejicano, y en connivencia con el virrey de Nueva Granada, ex gobernador de Panamá, reconquista Santa Fe de Verdes y ejecuta sumariamente a fray Segismón y al capitán Andrés Mordaz. Organiza las encomiendas y la mita en los indios Quilates, aumenta los efectivos españoles de la colonia y conquista en sucesivas campañas toda la Costa hasta el cabo Chapuza, lo que le hace chocar con los Cagarrúas, y luego invade la Llanura, que él llama “el Agro”, donde choca con los indios Cojones. Organiza razzías en busca de esclavos, que remite al Panamá y al Perú, y obtiene grandes ingresos, que revierten en la Colonia, de la que se proclama Conquistador, Gobernador Original, Pretector y Señor natural. Construye a dos leguas de la Capital, en el centro de su señorío, el castillo de Ahorcabuey, desde donde gobierna con mano de hierro el país. En una Cabalgada cruza el país por el sector norte hasta traspasar la Cordillera y tomar contacto con los indios de la Selva. Lo cual escribe en una “Relación”. Guadañángel es uno de los tiranos mencionados por Las Casas.

En 1562, tropas del virreinato del Perú sitian a Guadañángel en Ahorcabuey, donde le prenden y ahorcan.

En 1570 el Territorio es devuelto por el Virreinato del Perú al de Nueva Granada.

De 1570 a 1573 se dan “Los Tres Años de Miseria y Soledad”. Que terminan cuando en 1573 se establece la Sargentía General de Santa Fe de Verdes, dependiente del Virreinato de Nueva Granada. El primer Sargento General, Sansón de Arrizabalaga, hasta 1600, extendería en sucesivas campañas el poder español al Interior, y sometería al Sur, conquistando el Altiplano, y construyendo numerosas fortalezas. Él fue quien, penetrando en el territorio de los Anandrones, destruyó sus templos y su capital y los exterminó en un genocidio, porque “todos los Anandrones son unos mari …”; pero al retirarse, las tierras de éstos fueron ocupadas por los indios Cojones. Arrizabalaga derrotó a la Gran Coalición de los indios Cojones y Cagarrúas liderada por Tupolicán y Tigretón. Nuestro Don Tupi era pariente lejano de Tupolicán y de su mismo ayllu; los hermanos Alazán Cagúas Mitas sin embargo, no tenían nada que ver con Tigretón, que desde luego era el nombre que le dieron los españoles, pues que los indios le decían Tigru Tenic Cagúa Mita Condor.

El sucesor de Arrizabalaga, el Sargento General Don Juan Martín Macario Lavalleja de Rebuzneda, hasta 1620, luchó contra los indios del Norte y reforzó el dominio del Altiplano y la imposición de la Mita, expandiendo Las Minas abiertas por Arrizabalaga y desarrolló el puertecillo fundado por Arrizabalaga, Puerto Chapuza; trazando además la Carretera Transversal. Lavalleja situó el mojón de España en el Presidio que él levantó, y que ya conocemos. Fue también quien tomó por vez primera Tupinamba a los indios Cojones, a quienes de momento impuso vasallaje. El sucesor de éste fue ya nuestro conocido Francisco de Castel Guadañángel de Alt y Díaz de Sotomayor o Soutomayor, nieto del Conquistador y lejanamente emparentado con el gallego Pedro Madruga de Soutomayor. “Viva la palma, viva la flor / viva Don Pedro Madruga / viva Don Pedro Madruga / de Soutomayor”. Quien como es sabido se alzó contra los Reyes Católicos y se proclamó rey de Galicia, cometiendo tremendos castigos e imposiciones a los Cabildos de las ciudades gallegas y a los xudeos, que eran para él borregos a esquilar “metálico”. Nuestro conocido, a quien terminaron llamando la Alimaña, trazó la carretera Norte- Sur y buscó repoblar de españoles, sobre todo vascos, la parte Sur de la Costa, de donde expulsó completamente a los indios Cojones y Cagarrúas, que accedían a ella los territorios de éstos, unos al norte de los otros, solapados. Conquistó el País Cojón y se lo apropió como patrimonio, desplazando a centenares de miles de personas a las “malas tierras”, cuya cabeza menos mala era Tupinamba, que dejó a las Órdenes y a la Corona, mientras que él y la Caballada se apropiaban un tercio del país como patrimonios feudales. Otras tierras del sur favoreció que fuesen a parar “a cuatro o cinco hombres fuertes”, y vió al principio con buenos ojos el ascenso de Rocafuertes, de quien quiso hacer un Lugarteniente suyo que pesase sobre Puerto Chapuza como él sobre Santa Fe de Verdes, pero se convirtió en su rival, representando uno el Reyno de la Vaca y el otro el Reyno de las Mieses, como se ha dicho. Y en campañas genocidas acabó Guadañángel con acaso tres cuartos de millón de indios Cagarrúas y Cojones estantes que quedaban fuera de las tierras que les había demarcado como “sus naciones”, por supuesto sometidos a encomienda y mita pero “haciendo nación”, y que son el País Cojón que conocenos, y el Altiplano de los Cagarrúas, ínfimas partes de los territorios ocupados por estas tribus antes, pues que ambas fueron, en algunas partidas, tribus de pescadores.En el curso de una de estas campañas Guadañángel vendió 100.000 prisioneros como esclavos embolsándose una fortuna, pero, denunciado como su antecesor, fue depuesto, como ya se ha visto, en acción combinada de los virreyes de Nueva Granada y del Perú, pero con extremado tacto, pues que  su poder militar llegó a ser casi igual al del Virrey de Nueva Granada, de donde dependía la Sargentía General de Santa Fe de Verdes laxamente, y amenazó con tomar Cartagena de Indias y separar las Indias coronándose Emperador de ellas “como ya era por herencia rey de Quilates”.Y, dada la sazón de las alzadas y separaciones de Portugal, Cataluña, Aragón, Andalucía y Nápoles (Massaniello),que se cocían y era tiempo crítico, aunque estallasen más tarde, pues que ésta de las Indias puede encuadrarse con aquellas aunque se quedase de intento; y por las derrotas españolas en Europa y ruina económica, así como por el asalto piratesco de las rutas navales de Indias hispanas, se le dejó estar, llegando a la situación de que trata principalmente lo que llevamos de esta relación. Porque cuando estalló en 1640 esa traca de separaciones, y cuajaron las de Portugal y Cataluña -Portugal definitivamente; Cataluña hasta 1652- la posición de Guadañángel se hizo prácticamente impune, pues las preocupaciones que les vinieron a los Virreyes a costa del Brasil y las rotas europeas y atlánticas, pues que en 1639 no llegó ningún envío de oro y plata de las Indias a España, impidieron en lo sucesivo toda interferencia en el reyno particular de la Alimaña mientras vivió, y hasta la Guerra Civil de Santa Fe de Verdes, que duró un año, pero con rescoldos lo que duró vivo Rocafuertes, hasta 1659; si bien éste ajustició al Daniel y al Macabeo,hijos de la Alimaña. Y su sucesor, el Sargento General Muñoz Revuelca, halló la Colonia tan debilitada, que no pudo disputarles las islas Semíramis a los piratas mestizos con sucesivos cabecillas ingleses que desde ahí al Arreglo de 1670 fueron la principal preocupación de la Colonia.

Guadañángel, como sabemos, fue depuesto en 1633, llegando de Méjico para sustituírle el Sargento General Don Tomás Porto y Cabestro, con el cual llegó a Santa Fe de Verdes “el Zorro”.

De quien era agente, bien que indirecto, el Arriero Túpac. Esto viene a cuenta porque, como hemos dicho, el ejemplo de Sebastián Guadañángel pesaba mucho probablemente en el Arriero, de quien se sabe en una ocasión se hizo pasar por la Alimaña, nieto de su probable ídolo o modelo,y con quienes compartía la menguada estatura, y con la Alimaña, la condición de mestizo, si bien el Arriero Túpac lo era por condición social obvia y pesaba sobre él la casta, y la Alimaña era considerado no sólo español puro de categoría sino acaso más que español por su poder económico y militar y por imponerles a los demás su empaque de descendiente de Garamantes o qué sé yo, que algunas gentes le miraban como si fuese por categoría Rey de Romanos o Emperador de Alemania. Y en él su bisabuela india no era mestizaje sino entronque con recóndito linaje de fastuosos reyes de fábula. El Arriro no llegó, homosexual además como era, a mutilar a un muchacho y hacerle vestir de mujer, caso que vemos sí hizo el Don Tupi Mongollón aunque indirectamente, y como había hecho el Guadañángel de un niño negro que compró en Panamá, la escandalosa Luisita, con quien el Sebastián vivió a tres con Doña preclara la heredera de los indios Quilates, también muy jovencita, que sería la bisabuela de la Alimaña, como la Luisita sería el aya del padre de la Alimaña; pero sí que hubo una acusada tendencia a tratar con muchachos jovencitos e inducirles a trasvestirsem vicio que practicó el mismo Arriero Túpac de joven y que luego se convirtió en una herramienta de su oficio. Pero Don Sebastián y Don Tupi no eran homosexuales, sino pervertidos viciosos que jugaban con qué sea una mujer, siendo todas ellas, para ellos, muchachos castrados, que es fantasía viril corriente y moliente; mientras que el Arriero deseaba penes de muchachos, no capaduras, porque él sí que era maricón. Caso el suyo diametralmente ipuesto al del Alfredito, pues que éste se sentía y quería ser una mujer y vivió como una chica disfrazada de chico hasta que le castraron. Para completar el elenco de variantes,mencionaremos a la Monja Alférez, que más tarde pasó por Santa Fe de Verdes, reverso del Alfredito pero igual  en que vivió como chica vestida de chico mal que le pesara; a Sor Lucecita, nunca olvidada, heroína del sitio de Cochambrecanchas, que era gallarda pero mujer al cabo, aunque lesbiana por arrinconamiento monástico; y el travestismo político de Doña Clara, continuadora de su padre el Cabestro como “el Zorro”, quien, sintiendo desde luego deleite en exhibirse como hombre y lucir su esgrima un poco inocuo en daños pero florido y bello, y sintiéndose maja vestida de “el Zorro”, era sin embargo tan mujer normal y coñodefuego como su hermana Lucrecia, y no apreciaba menos que ella los lujosos atavíos y tocados rizadamente femeninos hasta el caramelo derretido y el rizo del rizo en los que las había educado su madre Doña Lupita la Cristal. Cuadro donde encaja el Alfredito, sobre todo desde que ascendió a Emperatriz Teodora Diva de Israel, con lo que se cierra el rizo. Y es que, contra lo que hoy se piensa pero no se pensaba en el siglo XVII, el hábito hace al monje y la ocasión al ladrón; y las cárceles hacen maricones y tortilleras, y se separa a niños y adultos en las cárceles y otras comunidades forzadas porque, contra lo que se dice, la pederastia no es una aberración sino la respuesta normal de todo adulto cuando se le encierra con menores, sean varones con niños imberbes, sean mujeres y niñas, de donde sale la isla de Lesbos entera. Que es la naturaleza humana y quien se escandalice un imbécil. Y el hábito, como la lengua, era cuestión capital en las identidades y constituciones políticas de los indios de la Breña, donde actuó el Arriero Túpac o Capitán González; si bien él, ante los reyes de los Indios Borregos o Tiquismiquis, se presentó como Teniente Fernández.

Los indios Anandrones -Ana en Drona , “Seres Humanos”-,pero que, por juegos de quién sabe qué sincronicidades, sugerían en español ya por su nombre los cultos que les caracterizaron y calificaron, son quienes impulsaron el culto agrario de Chipotec sobre todos los otros indios de Santa Fe de Verdes, y los más puros representantes del Estado y civilización Dipenda; pero el culto del Dios del Maíz Chipotec o Chipote no llegó sino en ellos a sus más extremadas manifestaciones, que incluyeron el canibalismo, el revestimiento de pieles de víctimas de distinto sexo, el trasvestismo y el eunuquismo ritual con cambio de género social. Estos indios eran considerados por los otros como una “nación de Sacerdotes”, al modo como los Levitas entre los hebreos, y hubieron sacerdotes anandrones entre las demás tribus de Santa Fe de Verdes, mientras que, por esa especialización, que lo era también económica, y por la naturaleza de sus cultos, su número no dejaba de descender, pues que cuatro de cada cinco anandrones era “persona de religión”, y sus cultos implicaban generalmente castración. Sin embargo, en contra de otras tribus de la Breña que luego veremos, no practicaban el intercambio de funciones de los sexos, y las mujeres, salvo excepciones contadísimas, no practicaban el travestismo y el cambio de género, ni se las mutilaba, aun cuando a veces como parte de los ritos sacrifícales que comportaban la muerte de la víctima, sí que se extirpase el clítoris y los labios en vivo. Pero es que la piel femenina de la víctima desollada la revestía un sacerdote eunuco, que en bañarse en sangre de mujer y devorar crudos los labios y el clítoris, y a veces fritos los pechos, llegaba al éxtasis. Estos ritos se practicaban en lo alto de pequeñas pirámides. Todo el culto de Chipotec, que en los anandrones  llegaba al extremo del culto al reverso del Chipote, o sea a la Castración y a la Nada Sexual, y con ellas se identificaba la propia naturaleza de la mujer, como Nada o Nulo Sexual de nacimiento, revelaban en definitiva que eran una derivación refinada de un culto fálico. En los Cojones, que castraban por trofeo y hubo cierto matriarcado, y los Cagarrúas, que practicaron una versión espiritualizada donde en lugar de castración había castidad y sobriedad y abstenciónética de goces por dejarlos a otros, en lugar de las orgías eunucas de los anandrones, que llegaban al paroxismo sexual careciendo de sexo en realidad sus sacerdotes, las manifestaciones, como se ve, del culto de Chipotec eran más sobrias. Y Chipote así quedó, si no como dios sí como personaje mítico del folclore chafundiolgués o santaverdino, como el Barón Samedí o Shango en el Vudú, que no es sino la religión yoryba africana. Así, los calaveristas y entre ellos el romántico Barrabás Salomé Balfegor, el Byron local, jurarán “por Chipote”, y será la base del más reconcentrado machismo sudamericano que quepa hallar, y ya es decir.  Era, pues, el culto del Maíz Chipotec un análogo al culto de Osiris egipcio, o de Cibeles y Atis, o al culto de Chipe Totec mejicano. Pero carecía de la faceta de culto matriarcal que tenía el de Cibeles y el hindú de Bahuraja o Kali la Negra. Era más bien culto a Atis, para que nos entendamos, que a Cibeles. Si bien resabios de ésa faceta intrínseca eran allí muy claros, aminorados. Al encontrarse a esa tribu, con cuatro de cada cinco varones castrados, mujeres que mandaban, aunque no tanto como le pareció a él, niños pervertidos desde la cuna y niñas prostituídas, con templos sobre inmensas pilas de cráneos, que se atesoraban en los subterráneos de los templos como el oro en barras de Fort Knox, el Arrizabalaga casi se vuelve loco, se dice que lloró al ver las mazmorras de huesos “huesitos”- que le enseñaban los sacerdotes eunucos muy ufanos, y que fue por eso que exterminó completamente a toda la tribu, la cual, como podemos suponer, tenía una capacidad militar cero, pues nunca hubo de defenderse de otras tribus que les tenían en bloque a los anandrones como, por ejemplo, el mundo católico tiene a los sacerdotes célibes y “hombres con faldas” en lo que se refiere a la sotana, y en los que largas prácticas de ayuno sexual y bromuro llevan a la desvirilización y afeminamiento por atrofia.

Porque una cosa tenía el culto de Chipotec, que adaptaba el mucho más antiguo y primordial a las cabezas cortadas y a los esqueletos en sí, que poco o nada tiene que ver con los cultos fr la castración, que, como afirmación de la Belleza, y de la Belleza femenina, al cabo, son cultos de la Vida; y el culto de los cráneos es el puro culto a la guerra y a la muerte, la más antigua religión de Santa Fe de Verdes- ¿y del mundo? …-. La faceta agraria de Chipotec es obvia: el Dios que nace y muere y “se pela”, como las plantas, la especulación sobre la Generación Vegetal y Vital en general por extensión, y la Retención de la Fuerza, como modo de Acotar la Fuerza Genésica, de donde la Orgía y a la vez la Castración que abole el Deseo. Esto es de sobras conocido. Pero en el caso de Chipotec, que desde luego influyó sobre los vecinos pueblos de la Selva como había superpuesto su culto a los de los otros dioses propios de las otras tribus y subtribus de Santa fe de Verdes (el segundo dios santa verdino en importancia tras Chipotec era Túmic o Tumi, de estirpe andina y ligado a los dioses andinos Uiracocha, Inti y la Pacha Mama, y con ella su reverso la Mamúa Charrúa, que se ligaba también al culto a los cráneos pues era considerada “Boca o Coño que Come a los Vivos, Boca del Infierno, la Muerte” y cada cuerpo vivo un falo engullido por esa boca, que escupía de vuelta los “huesitos”), la identificación, como la de Osiris o Atis a un Árbol o un Poste o un Mástil, icono que nos conduce desde el Árbol de Navidad hasta el Falo, y desde luego al Palo de Muerte, al Garrote, sus raíces pueden hallarse en más abstrusos y raros cultos de la Breña, previos a la Agricultura y pertenecientes a otro linaje o vocabulario de ideas, anterior a toda civilización. Porque si todas las tribus de Jiborianos, Motilones y Tiquismiquis, que entre todos eran 250 grupos tribales para las tres “naciones”, habían oído hablar, le tributasen culto o no, o junto con otros muchísimos dioses y genios, de Chipote, no era la base de sus respectivas religiones, que como hemos dicho, tenían diversas capas; pues que los Jiborianos éstos nunca se supo en qué creían, era secreto, y sin embargo formaban parte de la amplia colección de pueblos, unas doce grandes “naciones” de la importancia de los mencionados, cada una de ellas nación de al menos 10.000 personas, que tributaban culto común a un lago y un monte truncado en un lugar inaccesible y perdido de la Selva. Y como hemos dicho, a este culto se vinculaba también el más pequeño pero muy llamativo pueblo de las Amazonas, quem desde luego, no adoraban al Falo. Pero en esto se diferenciaban los Tiquismiquis de todos los demás pueblos “Breña”, pues que todos entendían más o menos la “lengua franca” “Breña” que más o menos dominaba el Arriero Túpac. Y a los Bocotudos, luego tan importantes en la historia de Chafundiolgg, los dejamos aparte, porque eran muy lejos de esta partida de que ahora se trata, y nunca la Colonia tuvo trato con ellos, y ni aún los pueblos mencionados aquí se relacionaban con ellos. Y era que los Tiquismiquis o Indios Borregos no tributaban culto alguno común con sus vecinos, no adoraban al lejano Cerro truncado por el Rayo y al Lago anejo, y rechazaban cualquier influencia de Chipotec o cualesquiera otra procedente de más acá de los Andes. Pero hay motivos para pensar que en su origen se relacionaron, como se ha dicho, con los gringoítos, y, lo que es más extraño, su religión y culto, intrínsecamente relacionados con la política y constitución suyas, pudiera ser una primera versión del culto de Chipotec, pues de los Anandrones se ha dicho que había algunos que eran rubios, lo que los relaciona con los chachapoyas o gringoítos, que a ésas calendas de 1643 y aquí en Santa Fe de Verdes eran tribu disidente montañosa, aliada a los Cagarrúas, y los Tiquismiquis pudieran pertenecer a su mismo grupo étnico.

Los Tiquismiquis o  Indios Borregos adoraban básicamente a un Árbol, pero literalmente. ¿Fitofilia?. Su rey debía erectar a la vista del árbol sagrado- que eran unos cuantos en cada aldea uno-y copular literalmente con el árbol por un agujero practicado al árbol. En la cópula muchas veces se desgarraba el pene, y, si no moría, era frecuente que hubiese de ser amputado del pene por el destrozo y para prevenir la infección. Otras veces, se hacía un corte en ese rito, que era muy espaciado en el tiempo, y excepcional, y la sangre se consideraba savia del árbol y daba una vuelta alrededor del árbol dejando un reguero de gotas hasta completar un círculo. Y muchas otras veces, se pinchaba el pene o la lengua para dejar caer chorretones de sangre, si bien ésas heridas se curaban con esmero y no eran con intención de matarse o lesionarse, porque ésas sí eran frecuentes y repetidas. Y el Árbol era el del Caucho. Con el cual estos indios hacían muchas cosas manufacturadas, entre ellas gomas de tirachinas, y en fin, que ellos creían dominando el Caucho lo que otros al dominar el Hierro o las armas de fuego o el Áromo: que eran los Reyes del Mundo.

Como creían que todos los esquejes eran el mismo árbol que vivía muchas vidas, creían que todos los miembros de su raza eran la misma persona, una Super Persona Colectiva o Suprapersonal, Inmortal, y rehuían mezclar su raza como de la peste. Eran el más extremado racismo que se ha conocido, y de la observación de que un árbol mayor quita el alimento a otras plantas que surgen a su alrededor, deducían que ellos tenían derecho, si fuese necesario, a exterminar a todos los otros seres humanos del universo entero si su raza creciese tanto que ellos- Él- necesitasen todo el espacio. Ellos eran el Árbol de los Tequis men Equis- El Único Viviente-.Y un genio maligno sincrónico hace que la forma de su nombre en castellano signifique “remilgados”, y de hecho, remilgados sí lo eran.

Su agricultura era rudimentaria, ocasional y sin conocer la propiedad privada ni colectiva ni ninguna de la tierra, que por definición no se podía poseer sino que los poseía a ellos, pero sí reconocían la noción de territorio en sentido militar, por la fuerza de tratar con otros pueblos diferentes a ellos. Eran básicamente cazadores y apresadores de animales, pero no domesticadores, pues tenían animales prisioneros a corto plazo y no los criaban, para no tener que molestarse en cazarlos y para asegurarse la comida si la caza no salía bien, y para poseer un excedente con el que mantener a una pequeña pero selecta casta ociosa de hombres y mujeres “Verdadera Belleza”-Bur Látex, “Verdadero Látex”- (pues sí, ellos usaban la palabra “Látex”, y salga el sol por Antequera)-, casta que colectivamente era conocida como “Cauchú“. Bello, Suave, Elástico, Liso, son para ellos sinónimos. Esta casta, paradójicamente, es la que daba el nombre más conocido a estos indios vistos desde afuera, “Indios Rizados” o “Indios Borregos”. Pues que los hombres y mujeres de esra casta se rizaban el pelo con rulos, y llevaban peinados como de querubín, con el pelo pintado de purpurina que vaya usted a saber de dónde la sacaban, y que era plateada, dorada y cobriza. Iban, en temporadas y según ritos, desnudos completamente excepto una especie de taparrabos o faldilla igual para todos hecho de pelo artificial o de prisioneros muertos, igualmente teñido y rizado, por lo que su aspecto daba una impresión de disfraz de fiesta de fin de curso acojonante. Fuera de fiestas señaladas, usaban también túnicas y vestiduras “naipe”, pero se sospecha que, pese a sus declaraciones, esas vestiduras procedían del Altiplano. De raza eran más claros que el resto de sus vecinos, y de más tamaño, pero eran indios, y en estado natural, como se veía en las mujeres y hombres del pueblo, si bien los hombres se rizaban a veces el pelo y pintaban, y las mujeres que no eran aristócratas jamás,y es ahí donde se apreciaba cómo eran por su natural, su cabello era negro y lacio, que las mujeres normales llevaban largo hasta las corvas. Algunos hombres tenían bigote, lo que inducía a pensar que, antes de establecerse ese culto y esas pretensiones de pureza racial, procedían de varios mestizajes, uno de ellos fundamental con una raza caucásica, cuyas momias de Antepasados mostraron al Arriero Túpac, como se ha dicho; y llevaban armaduras de cuero con primitiva cota de malla y hombreras de cuero pintado, y tenían cabellos rubios que parecían naturales, si bien no eran momias bien conservadas egipcias, sino repulsivas momias sudamericanas, prácticamente esqueletos, y éstas en peor estado por conservarse en lugares de la Breña, en un clima no propicio a ello.

Hasta al Arriero Túpac se le ocurrió inmediatamente que éstos indios Tiquismiquis pretendían parecerse con sus tocados raros a unos antepasados europeos. De otro lado, tenían  otros curiosos ritos, sobre todo militares, que a otro que no fuese el Arriero Túpac le hubisen hecho pensar que el primitivismo de esta tribu no era original, sino un retroceso, y que algunas de sus instituciones y constituciones eran restos de una cultura superior, abreviados y compendiados por los descendientes de unos náufragos. No obstante, créese que era muy primitivo e ingenuo el Culto del Árbol, que les caracterizaba a ellos pero pudieran haber adoptado de otros, pues que diversas piezas de su acervo antropológico eran dispares y contradictorias, como siempre en alguna medida sucede, que no hay cultura que no sea contradictoria consigo misma bajo una mirada que se coloque por encima y la observe como costumbres de animales, lo cual es normal, porque la adaptación completa al medio mediante la cultura, en la especie humana, no existe. Dado que el animal humano es el animal expulsado por el medio hacia otra cosa, y de contradicción está hecho como un arco tenso, que si no dispara es un objeto absurdo y si dispara está forzosamente en potencia o en acto, y ninguno de los dos estados es el reposo que provendría de una completa adaptación. Y aunque esto puede decirse igualmente de toda materia orgánica, de todo lo que no sea piedra, en el caso del animal humano es más hiriente, pues que el animal humano se sitúa sobre lo carnal como si fuera lo carnal piedra, y lo orgánico, por debajo, por encima de la piedra. Y esta otra dimensión es el alma. O algo así.

Es en cualquier caso curioso el hecho de que es muy posible que este Culto del Árbol Sangrado precediera al Culto del Árbol Podado, del que es una derivación como tantas otras el Culto del Maíz Chipotec. Eran, en cualquier caso también, éstos indios, sensibles. Y mucho.

Y eran en resumen y antes de pasar a mayores uno de los pueblos guerreros más despiadados que se conocían en la Breña, pese a despreciar las cabezas y los cráneos, “porque no eran del Único”.

Y sin embargo, y he aquí una analogía fundamental con el otro culto trasandino de los Anandrones, los tiquis practicaban la castración, y no como castigo o trofeo como otros pueblos “sanos” de la Selva, o las Amazonas por control político, pues sobre hombres enteros no prevalecen las mujeres jamás, y han de achicarlos; sino por Belleza y como mérito. Tuvo que pasar algunas semanas en la capital de los Tiquismiquis el arriero Túpac para ver el primero. Cuando se creía que lo había visto ya todo, vió pasar a un extraño tipo, inmensamente gordo, con una túnica de purpurina, y que llevaba el cabello rizado como un querubín, sí, pero recogido en lo alto de la cabeza como un moño encima de un corto cañuto de caucho.¿Una mujer?. ¿Pero no quedábamos que las mujeres no se rizaban, excepto las duquesas, condesas, princesas y todo éso de aquí, o lo que sean, o como si dijéramos sólo los que son hijosdalgos y que de casta les viene lo de la onda y el rizo?. La persona era de rostro con carrillos colgantes, abultados pechos y vientre, anchas caderas y muslos elefantiásicos y se movía con gestos extremadamente afeminados, y con voz atiplada avisaba de su paso al resto de la gente. No entendió qué decía. (El equivalente era algo así como “Abran cancha al Tronío y a la Guapessa, que no se me pué aguantar de maja que soy”). El arriero Túpac, no precisamente escandalizado, se preguntó: ¿Un encamisonado?. Y al preguntar astutamente esa noche a su hospedero después de muchas preguntas laterales, el hospedero abrió los ojos e ingenuamente le contestó: ¡Ah¡. ¿Ésos?. Esos son hombres- baya. Son como las frutas, que no sirven para nada excepto para … comerlas. De donde se enteró que eran también caníbales. Los tales eran eunucos totales, castrados de niños y dedicados primero a la simulación del sexo contrario, luego a la prostitución por parte sobre todo de la clase noble, tanto hombres como mujeres, que éstas les poseían con falos de caucho de los que usaban a veces para sí mismas, y era una práctica que se consideraba divertida. Y al envejecer y marchitarse un poco- 30 años-, los engordaban y se los comían. De donde hay analogías entre el culto de los Tiquismiquis y los Anandrones, todos ellos indios galantes y sensibles.Los Tiquismiquis jamás hubieran comido carne humana que no fuese del Único.

Los Tiquismiquis, sin embargo, pese a su relativa rareza y una vez comprendidas las cuatro reglas, eran como todo hijo de vecino; casi todos alimañas, que es lo normal. La mezquindad, la injusticia social, los cuernos -”los cuenno”-,las facciones, el ateísmo, la revolución latente, la tentación de imitar a otros y la tendencia a despreciar lo propio y minusvalorarlo pese a todo su orgullo formal, que era de cartoné, menudeaban como en todas partes. Y padecían escasez muchas veces, que combatían con el infanticidio, el aborto inducido, asesinatos selectivos y contracepción. El régimen era literalmente despiadado. Y mientras en la plaza de la aldea se veía a cuatro o cinco privilegiados jugar estilo guardería alrededor del Árbol, que eso le hubiera parecido al Arriero Túpac si hubiese conocido lo que es una guardería, haciendo literalmente el furro y el gelipollas, que ahí se hubiesen puesto las botas grabadores diecisietescos y dieciochescos, y De Bryes varios, así como los coreógrafos de Luis XIV, que llega a conocer a éstos en lugar de a Atahualpa y se proclama Rey- Baya en lugar de Rey- Sol, no no; en otro lado veía el Arriero Túpac a mujeres del pueblo sobre todo, y menos pero también a hombres, acarreando materiales para las pequeñas pirámides que hacían éstos, sin otra finalidad útil al parecer que mantener ocupado al pueblo, pirámides que eran muchas veces de madera y que las quemaban en rituales y danzas nocturnas en las cuales, en la capital, llegaban a bailar casi cinco mil personas.

Su constitución política era monárquica pese a desconocer las bases económicas que usualmente conducen a los pueblos por el luminoso sendero que lleva a esa forma de organización, y existía un Rey de Reyes en su capital, que era de curiosa arquitectura, pues, aunque cazadores, recolectores y apresadores de animales y malísimos pre- agricultores, sin embargo levantaban curiosas estructuras no siempre muy útiles ni habitables, siendo que casi siempre dormía la gente en la rúe delante de la casa, con el suelo como cama, y no se sabía muy bien entonces para qué hacían las casas. Ese Rey de Reyes coordinaba más que otra cosa a otros Reyes de cada aldea, todos los cuales se llamaban entre sí “Hermanos”. Y al Rey principal le llamaban “Árbol”, Le llamaremos pues Don Árbol. Este Don Árbol, por las costumbres y modales de su tribu, parecía absolutamente imbécil, pero no lo era. Cuando llegó el Arriero Túpac a la capital, Tiquis, villa, por llamarle de algún modo, de casi siete mil almas, lo que es muchísimo en la Breña, aunque venía informado, le pareció entrar en un reyno de suelo, o de pesadilla. La capital consistía en varios círculos despejados de Breña y muy exactos, con casas alargadas colectivas de pajas y maderas, pintadas de colorines, y casas familiares parecidas a chabolas de tablas, así como tolderías y barracas. En el círculo principal estaba el Árbol, adornado con gallardetes y objetos raros envueltos en trapos, y que era un árbol de Caucho. Y alrededor grupos de gentes disfrazadas y rizadas, disfrazadas pero casi desnudas, haciendo juegos que el Arriero sólo había visto practicar a los niños muy pequeños o a algunos deficientes mentales. Esos eran la casta privilegiada, que, cuando se cansaba, se retiraba a sus palacios, que eran casas muy adornadas que parecían hechas de corteza de árbol y con piedras y conchas de colores simulando una especie de tachonado, bastante regular, y le pareció que bien techadas. Y en esa plaza era el palacio del Rey, que era edificio mayor, con bases de cantería de piedra y paneles de madera, con un tejado donde podían estarse de pie guardianes; el alto del palacio serían bien quince metros, que era notable, y de largo bien setenta. Y era redondo de un lado, y de un extremo surgía un rectánculo, que el Arriero dedujo correctamente era una fuerza.

Llegó con ropas de fábula acompañado de sus dos muchachos, uno de ellos vestido de mujer, y se comportó como si fuese un gran potentado del tablado de una corrala, con absoluta falsedad y desvergüenza, pero sabiendo que aquí podía, que no era en lugar que ya sus mínimas reacciones le delatasen, y que todo sería a grandes rasgos, de donde podía exagerarlos, y los gestos. Iba con una bandera española desplegada, y el muchacho vestido de hombre le precedía tocando una trompeta y anunciándole. Ese le pareció el modo más discreto de llegarse a un pueblo de tales trazas como poseía ése, por lengua que traía él de los Indios Borregos, que era mucha la ruyna que ésa gente llevaba encima. Venía escoltado por los gendarmes de fronteras, o sea los guerreros, desde hacía como 50 kilómetros, medidas nuestras, que se presentó francamente a los guerreros que vió y les regaló oro, prometiéndoles más si le llevaban ante su rey, que él era el Teniente Fernández, Conde- Duque de Fernández y Grande de España, Ministro Plenipotenciario del Rey de España y embajador ante Su Majestad el Rey de Toda la Breña, que otro como el señor de los Indios Tiquismiquis no había par en todas las Indias, y lo quería el Rey de España para aliado contra todos los hombres del mundo. ya había comprendido que su “Breña” no era del todo perfecto, pues que al principio no le entendían, y era cierto. Pero es que los Tiquismiquis eran tan despectivos con el resto, pese a mantener mucho comercio con diversas tribus de Motilones sobre todo, que tampoco ellos, al menos aquellas avanzadas que guardaban las Marcas, eran demasiado avezados en la “lengua franca” diplomática de la breña. Era como si un Turco o un Persa se hubiese presentado en un castillo con guardia de Tercios españoles hablándoles en latín, o lo que es peor, en griego o hebreo. Y que además lo hablase mal.

Los Tiquismiquis, pese a todo su primitivismo, eran raza industrial, que del caucho hacían producto de exportación, y aceptaban diversos modos de pago, desde excedentes agrícolas o carne fresca de tapires u otras piezas por no cazar ellos, a prestaciones personales como que les cazasen otros tantas piezas, y de tales animales, con lo que también mantenían sus territorios de caza más llenos y menos esquilmados. No querían, en general, esclavos, por el desprecio formal a otras gentes, y tampoco como comida, pero soñaban con esclavizar a un pueblo entero y poder todos los Tiquismiquis y no sólo unos pocos hacer vida de “Perfectos Lisos” o Bellezas, y que ése pueblo se les subordinase en bloque como clase baja. El Arriero Túpac, más adelante, reflexionó que este hecho ya debía haber sucedido en su Historia, y que de ahí venía el mestizaje del que provenían ellos como pueblo en su estado y ser actuales. Pues que la división en castas sociales que lo sean además étnicas, ya sabía bien y de cierto el Arriero, por experiencia personal, que no se puede mantener indefinidamente. Y que la sóla adquisición de ese poder de mano de obra de una clase baja sobrepuesta por debajo, altera la naturaleza de esa sociedad, que se desequilibra, requiere nuevas instituciones, y al caer las antiguas, cae con ellas el tabú de la mezcla y por tanto se da el mestizaje hasta decantarse un nuevo equilibrio. Es decir, que si se cumplieran sus sueños de dominar a otro pueblo, en el plan que iban , sería su suicidio.

El orgullo como pueblo, sin embargo, afectaba a todos los estratos, que aunque formalmente sólo había dos, Nobles y plebeyos, sin embargo en la práctica eran muchos más, aun siendo una sociedad tan primitiva. El arriero Túpac ofreció a Don Árbol o Rey Árbol mucho oro, que había escondido previamente fuera del territorio de los Tiquismiquis porque no le robaran, si pactaba una alianza con el Rey de españa, de quien decía ser ministro. Por compensar que viniese sólo, o casi, hizo demostración de raras habilidades, como si, digamos, el Rey Arturo hubiese enviado a Merlín él sólo con Blaise a pactar un tratado. Digamos que Launcelot hubiese debido ir con cien jinertes y tantos peones para dar buena impresión, pero que Merlín podía presentarse sólo con Blaise y ya era suficiente empaque. Y el Arriero les pareció hombre maravilloso, hombre- medicina, brujo y varias cosas así. Coñete era una Princesa y Tadillo su valet de chambre. Esa princesa había sido rescatada de un cíclope, “de los que viven en la Montaña”, y por no hacerse de menos, el Rey Árbol le dijo tranquilamente que sí, que ya los conocía y que la semana pasada cazaron uno. Pero cuando el Arriero le dijo al Don Árbol de armarse para la guerra, el hombre, que era bello hombre, para indio, alto y fuerte, con lucido y bizarro atavío, dentro del pelo rizado de querubín, dorado, que le hacía parecer apayasado, hizo un gesto amargo, y le dijo que esperase a tratar con su sucesor. Pero que de su parte si él pudiese, iba contra los malvados Cagarrúas, sus enemigos tradicionales del otro lado de la montaña, hasta abrasarles entero el país, y que de todos modos le invitaba a una lucida parada militar o maniobra que tendría lugar a pocos días. Que se quedase a cubierto de todo riesgo y a protección suya y comiendo de lo suyo, gratis, que le reconocía por embajador del rey de Castilla, y Aragón, y Navarra, y, y, y …Y el Arriero hubo de quedarse con éstas, y de todos modos nunca logró saber de dónde procedía el odio entre los Tiquismiquis y Cagarrúas, que conocía de sobras, pues sus muchachos ingenuamente se lo habían manifestado pero no se lo supieron explicar, y los Indios Borregos, en algunas cosas, se explicaban como libros cerrados. ¿Su sucesor? ¿Es que iba el Rey Árbol a morir?.

Días anteriores a la Parada comprobó el Arriero que se acumulaban más gentes en la capital, y aunque fuese para poco, se hacían campillos de barracas y tolderías. Era él con los suyos alojado en casa de un noble de medio pelo y aquí nunca mejor dicho, pues era hombre rico y honrado pero no totalmente ocioso, y se rizaba sólo a veces, llevando, como el propio Rey Árbol, un fino bigote que le daba aspecto de espadachín malvado aunque de hecho aquí espadas no había ni una, en apariencia, que luego le mostraron dos muy viejas de tiempos muy antiguos y de verde bronce, pero que en fin, eran inservibles, éstos no fundían metales y, fuera de cuchillos de metal castellanos procedentes de comerciantes del otro lado de los Andes, y que usaban para la castración, que así era más fácil, no tenían sino macanas y armas toscas por lo que había visto de momento el Arriero. Y desde el poyo de la puerta, donde se sentaba a ratos a fumar, vió el Arriero cómo llegaban gentes, a las que les ladraban los perros. Y eran hombres, sin rizar, con maletones de cuero donde parecían llevar pesado equipaje. Y tuvo curiosidad por ver qué sería, lo que tuvo ocasión de hacer el día de la Parada.

Era él con la Princesa y con su valet armado a su lado; y para la ocasión había hecho ataviarse a Coñete de modo deslumbrante y él mismo, de peto y chambergo, con tizona de guardas doradas y otros detalles de vestimenta rutilantes, estaba imponente pese a ser tan bajito. El Rey Árbol le sacaba como 35 centímetros, acaso más. Era éste hombre corpulento y algo entrado en carne, de cincuenta años acaso, e iba con una túnica estilo “naipe” cuya filiación Cagarrúa tradicional era inequívoca. Del mismo modo, sobre su pelo rizado y muy dorado de purpurina, casi “afro” como todos ellos, llevaba una tiara de plata toscamente e imponentemente trabajada, con un diseño que parecía de dientes de tiburón, comparación que al Arriero no se le ocurrió pero que le sugirió una mala bestia primordial muy peligrosa, con ojos simulados muy abiertos e hipnotizantes, de esmalte o concha de color claro con pupilas negras de alguna clase de piedra brillante, que daban impresión de fijeza feroz. Y en medio de la frente, una borla como la de los Cagúas Mitas, de donde el Arriero se pensó qué relación habrían tenido en el fondo los Tiquismiquis y los Hombres Serios, pese a que la disparidad racial y de color era notable. Y la túnica real, corta cual minifalda, dejaba ver piernas guarnecidas ahora, que antes fuera el Rey con aquel taparrabos de pelo rizado igual que el de la cabeza,de polainas de cuero que al Arriero le parecieron duras, y sandalias que al Arriero le parecieron  botas útiles de guerra. Luego comprendió que bajo la sobrevesta, el Rey Árbol iba guarnecido de tosca defensa de cuero muy rígida y gruesa. Pero en manos llevaba sólo un a modo de cetro. El Rey, de nombre personal Vinsenprais Mitchic Cauchú, se dirigió al Arriero en breña y le dijo que se preparase para ver fuerzas militares invencibles. Y el Arriero asintió, asintió,pero no esperaba ver gran cosa, aunque sí suficiente y acaso sobrada para sus propósitos, que eran usarlos literalmente de carne de cañón. Y al levantar el brazo diestro el Vinsenprais curaca, de un extremo del círculo central, y viniendo hacia ellos del otro extremo desfilando en círculo por su izquierda para venir hacia nuestra derecha, vió un compacto escuadron de cómo cuatrocientos guerreros marcando el paso a estilo indio, completamente guarnecidos de cortas armaduras de cuero con hombreras pintadas y con cota de mallas pegada al cuero, muy semejantes a las que viera en las momias que le enseñaron, pero de factura nueva. Y la mayor parte iban descalzos, pero no todos, y llevaban grebas guarnecidas de cencerros primitivos y cascabeles, y avanzaban doblados, dando palmas, balanceándose y golpeando el suelo rítmicamente, bastante rápidamente, pero pesados, a un ritmo que es ni el super rápido del Tercio español ni el super lento y grotesco de la Legión Extranjera francesa. Golpeaban el suelo con estruendo y gritaban “ho, ho”. No habían paveses. Y todos llevaban a la espalda cruzados grandes arcos, un carcaj a izquierda desde el sobaco hasta la rodilla, un poco salido del cuerpo, y grandes cuchillos que parecían de carnicero. El Arriero abrió un poco los ojos. Eran perfectos para sus propósitos, pero a ver cuántos se podrían juntar. Estos iban destocados, con largos cabellos negros naturales lacios, y muchos de ellos lucían bigotes tipo “Cantinflas”.

Después de ése escuadrón, a cuyo frente iba un noble guarnecido de modo semejante, pero con botas y rizado, con luenga vara de mando pintada de rojo, venía otro de lanceros, unos guarnecidos y otros no, con rodelitas muy pequeñas redondas, y con cascos de cuero que parecían chichoneras, casi todos descalzos. Y el Arriero contaba las fuerzas del desfile. Ya iban 800 hombres. Luego vinieron otros escuadrones de diversas armas, macaneros, lanceros, arqueros, que pudieron ser hasta quince escuadrones de 400 hombres, cada uno con un curaca rizado de ésos de jefe, guarnecido y con vara encarnada. Y el Arriero pensase si un pueblo cazador y mal agricultor, que algunos “campos” de los de ellos había visto, y eran un desastre, podía equipar de tal manera a sus guerreros, y tuvo que decirse que sí, pues que ésos del Caucho lo hacían todo, y del comercio y de su industria precisamente fabricaban muchas cosas, pues que de caucho eran muchas piezas de arnés y cascos, y que debían ser dueños de inmensas plantaciones de su único cultivo, que éste por fuerza sí sabrían cultivar; pero todo quedó en penumbra; pues que ése pueblo daba impresión de ser en regresión más que en avance. Y finalmente el arma secreta: grandes tirachinas que le parecieron tan voluminosos como buenas ballestas, y llevados sobre el hombro de igual manera, que le excitaron la curiosidad y le pusieron los dientes largos. Pues calculaba un poco la potencia de fuego. Y preguntó al Don Árbol: “¿ Y cuántos tirachinas tenéis?”. Al verle interesado se enorgulleció y contestó: “Tres mil”. Y era como un presidente norteamericano diciendo cuántos ingenios nucleares estratégicos poseía. Era convencido de que con ésas armas de caucho era invencible. De Castilla tenía referencias y respetaba el acero del que le habían hablado, deducía lo que serían arneses y tizonas de los cuchillos castellanos que les llegaban,y del cual el Arriero le hizo alguna demostración; pero no imaginaba un cañoneo y una descarga de fusilería. Era así que, pese a las cerbatanas y arcos grandes de flecha larga y untos de los Jiborianos, y aunque por ser en medio los Motilones no podía haber guerra directa, de hecho el Don Árbol no los temía, pues daba por superioridad definitiva sus tres mil tirachinas grandes de goma de caucho. El Arriero contó por encima que desfilaron cuatro mil guerreros. Y pensó que aunque fuese el sólo contingente que de aquí se pudiera sacar, que era a un pelo del triunfo … al menos en la parte más mostrable de sus designios. Y creyó que habían muchos más guerreros pues que tirachinas no contó más que unos doscientos.
Lo malo fue que todo el negocio se hubo de repetir con el sucesor de Don Árbol. No fue difícil y fue abreviado, pero en fin, fue así porque Don Árbol llegaba a una especie de Jubileo y debía copular con el Árbol. El curioso rito se llevó a cabo una semana después de la Parada militar.

A ésas digamos que el Arriero Túpac, que hacía él sus cábalas en varias direcciones, y tomaba lengua de sus ojos de hasta el menor detalle, y de su melón en poner juntas las observaciones y compararlas con lo que ya sabía para obtener uno o varios cuadros generales del caso, y sopesaba continuamente las posibilidades, y si podía tomaba cuanta lengua pudiese, y mandaba tomar a su amiguito el Tadu, que el Coñete era siempre en la residencia y clauso, no notasen que no fuese Princesa, no sabía todo ni la mayor parte de lo de los Tiquismiquis. Que más que Indios Borregos debieran ser llamados Indios Lobos.

Eran enigma las cotas que había visto y los mantenimientos, aunque había visto mercado, todo de indios de éstos llamados mercantes, que recogían las mercaderías a los otros indios en sus tierras y puntos de mercar y no venían los otros indios adentro de las tierras de los Tiquismiquis. Pero ya vió que las mercaderías no eran de abastos, sino de objetos de adorno y cuchillos de ferre. No había fraguas ni barruntos, y no había chacaras decentes sino campitos ocasionales, y las comidas eran de frutos de la tierra naturales, eso sí, muy abundantes, y carne, que supuso diversos tipos de caza o animales apresados en cercados, pero no dentro de las vistas de la población, que era lo que conocía y lo que vió de camino a llegar, y un poco de alrededores paseando, sino cerca de los lugares donde se cazaban, y de allí los traían muertos. Pudo sospechar que la carne fuese humana, pero sabía que no podía serlo, pues que los “hombres- baya” se reservarían a los nobles y en ocasiones especiales, pues que los eunucos éstos no eran tan abundantes y no los mataban a todos ni sino cuando se ajaban y afeaban, momento en que los cebaban, con métodos sin duda eficaces, pues que una vez vió un grupo que casi no podían andar, y todos con risas extrañamente alegres pues que no podían ignorar su suerte. Le constaba que los ricoshombres y ricasmujeres que los habían gozado en vida eran los que se llevaban la mayor parte de su carne. Y pues que de esclavos apresados y criados o no, no podía ser, por aquel desprecio manifestado “ a los otros indios de la Breña”. Y dio en pensar si lo visto en Tiquis, la Capital, era todo lo que había en el régimen de ésos indios. Pues que para cosas raras, él había visto y olido, aunque de lejos, el Criadero de Negros de Don Torturancio, y de otro lado se pensaba si un observador forastero que llegase a Santa Fe de Verdes, en recorrer el Castillo y la Plaza de Armas y dar un vistazo por los mercados de la Capital, podía siquiera soñar lo que eran el Presidio de la Mita, Castel Guadañángel de Alt o Las Minas.y durante un rato, en éstas, por extraña reacción de huída, acarició mentalmente con extraño cariño la imagen de la Nao de Acapulco o Galeón de Manila, que a veces, desde las Filipinas, arribaba a Santa Fe de Verdes por dificultades de su singladura, antes de remontarse hacia el Norte a Méjico. Alguna vez el Arriero había tenido la tentación de irse a Méjico a ver qué, y alguna vez ensoñó con cruzar el Pacífico e ir a ver qué había por allí por las Filipinas, donde desde luego inmediatamente valdría como un español. Cruzar el Atlántico e ir a España o europa, le parecía otro planeta; era como el gamberro de un barrio marginal donde es dueño y señor acercarse al centro de la ciudad donde le miran los banqueros de corbata y las damas a la parisién o ejecutivas por encima del hombro, o algo así o más o menos. Respecto de un país habitado sólo por blancos se disparaban todos sus variados complejos de inferioridad. Aparte que el pasaje era prohibitivo y había que obtener arduos permisos de embarque y tener un motivo que las autoridades considerasen válido. Y él era sólo, en lo que podía demostrarse, un suelto y un desesperado. Y tenía la sospecha de que, entre peninsulares, se le notaba más que era marica. El Arriero conocía sobre todo Santa Fe de Verdes, pero había sido en Cartagena de Indias y en Lima, y se dice que luego se fue a Lima, pero en su caso todo es incierto.

Para el acto se vistió sus mejores galas, con banda de Capitán General. Y bueno, a falta de otro representante de España, pues sí que lo era, y de la hueste española, bien que ésta fuese tan exigua y hecha de un mestizo turbio y dos muchachos Cagarrúas cuyo país era alzado contra España. Éstos muchachos bien que disimulaban ser Cagarrúas, y como eran jóvenes, adoptaron más que bien su papel de agentes y se dejaron de los prejuicios y temores y pensamientos que les hubiesen asaltado de mantenerse en su papel de muchachos Cagarrúas, por más que marginales y viciosos y desesperados y sueltos de su sociedad, pues que al hacerlos huérfanos el Manel Alcañar los empujó a putos, que tales fueron unas pocas y miajas de las consecuencias de todo lo que hizo Don Manel Alcañar en Cochambrecanchas con fines puramente militares, como abrasar barrios enteros y limpiar étnicamente la población por asegurar su pellejo.

Y el Coñete, que era un chavalín que le iba lo de la Princesa como a los actorcillos del “Globe” de Londres, bien que pese a todo trempaba, no como el Alfredito, pero aquello era criptorquidia y luego no fue nada; lo arreó de su propia mano el Arriero de modo que realmente era Princesa que impresionaba, que hubiera, blanqueado con polvillo de arroz el rostro, dado el pego de una damita de Orlando Furioso.En cuanto al Tadu, era ojos y oídos del Arriero, de modo que el Arriero era bilocado en lo que se refiere al negocio de la lengua.

El Vinsenprais Mitchic Cauchú apareció ataviado ricamente, de modo semejante al día de la parada, con alta tiara, acaso la misma, guarnecida de plumas alrededor en abanico, todas verdes y amarillas y rojas y azules, de acaso palmo y medio cada una, sobre su rizadísimo pelo, que no había salido varios días por ir con rulos, pues que sólo de refilón y ocasionalmente se veía con rulos a uno de los rizados aristócratas; y con aquella especie de picardías o salto de cama que era la túnica “a naipe” de corte de minifalda, esta vez descalzo, sin capa, y por lo que se veía, desguarnecido debajo. Desde dos horas antes se agolpaban alrededor de la Plaza del Árbol como cinco mil personas o más, en su inmensísima mayoría cabezas negras y cuerpos rojizos, de diversos tonos, y algunos pálidos amarillentos, y de cuando en cuando, una o dos o tres cabezas rizadas doradas, plateadas o cobrizas. Había discreto despliegue de tropas, pero poco. Y habían alejado a los perros, pese a lo cual se oían ladridos. Aquí no habían gallinas ni gallos ni cerdos ni cabras ni borregos ni llamas. La masa del Pueblo era inequívocamente de indios de la Breña, desnudos completamente como los Jiborianos, o sea, indios “moros” y no “incas”, aunque muchísimo menos dotados los varones que éstos, y las hembras de buenos y grandes pechos hasta los veinte años, y después, ancianas. Sólo se distinguían de esto las damas aristócratas; bien que los aristócratas se ayudaban de afeites.

Antes del acto en sí hubo bailes de cuerpos de danzarines hasta quinientos, y grupos de cinco o seis, y varios solistas, que ejecutaban extrañas danzas cosmogónicas que, a lo que pudo colegir el Arriero con ayuda de su cicerone, su huésped- y le hablaba en susurros cada vez más cerca de su cara y de su boca, enlazaban los movimientos del líquido del Caucho desde las raíces hasta las puntas, pues que la danza se llamaba “Raíces y Puntas”, que era título adiente a los indios rizados, por cierto y pardiez; y los enlazaban con las formas de las constelaciones en el cielo, y con los flúidos vitales o savias del cuerpo humano, del Único Cuerpo Humano. Éste Único Cuerpo, ése Hombre Que Era Todos Los Hombres, se iba a inmolar en un madero, ése día.

Y las masas coreaban las danzas colectivas o individuales, donde diversos ayllus de ésos indios- así les llamaba el Túpac relacionando lo que veía con lo que sabía- lucían sus habilidades o expresaban mensajes como si dijéramos las cofradías de Moros y Cristianos o las Comparsas del Carnaval. Y finalmente cerró todo un desfile militar a paso ligero, maniobrando, yendo, viniendo, retrocediendo, todos a una 400 guerreros, juntos, lo que era raro, rizados y sin rizar, todo alrededor del enorme círculo que era la Plaza. Y al pie de un cercado que rodeaba el Palacio Real, de fundamentos de piedra y argamasa y cuerpo de paneles de madera que a veces se abrían basculando y quedaban inclinados hacia fuera, cercado que el Arriero Túpac hubiese llamado “kraal” si hubiese conocido a los zulúes, tal y como hubiese relacionado con las formas del Gran Zimbabwe las estructuras caprichosas de madera que se alzaban aquí y allá, como cercados en ángulos sin función conocida, como no fuese a lo mejor observación astronómica como en Palenque y Utatlán o anticipación de la arquitectura de Oscar Niemeyer en Brasilia; aun cuando por sus materiales y en algunos puntos, bien podía aquel cercado ser tenido por muralla antecedente del alambre de espino de fortificar, o sea por sudanesa “zareba”. y al pie de este cercado era gran copia de rizados y rizadas, en general en su desnudez aristocrática, pues que las formas de sus cuerpos eran un continuado Canto a su Raza, pero con picardías o saltos de noche de ésos casi todos, indistintamente vestidos hombres y mujeres, si bien las damas llevaban maquillajes que favorecían la dulzura de sus facciones y los caballeros o gentileshombres pinturas que reforzaban la dureza, y muchos llevaban bigote, repintado si era verdadero con pintura negra, dorada o plateada, y si no habían, totalmente pintado. El Rey Árbol llevaba pintada mefistofélica barbita muy negra, y era de labios rojos, rostro embadurnado de blanco y ojos rodeados de círculos negros. Así es como lo vió el Arriero cuando apareció, levantando un clamor, y ejecutando las orquestinas que ya, con sus flautas, caramillos, tamboriles y nácares de río o lago- ¿y de mar?-, habían acompañado todas las otras demostraciones. Durante los primeros cincuenta pasos del Rey Árbol se desató un pandemonio de ruídos mezclados, aclamaciones, músicas raramente melódicas o asonantes y feas de oír al Arriero, y después se hizo un absoluto silencio.

El Rey ärbol declamó, con gestos galantes, como si fuese el Árbol del Caucho una persona, a veces dama o a veces fuerte y erecto caballero, el Dios Cipo o Chipo,en cuyo caso el Rey Árbol hacía gestos amariconados y cambiaba de voz, una canción de amor por el Árbol, de quien se declaraba enamorado; esto se lo explicaba el cicerone al Túpac mientras le miraba con ojos que parecía que quería comérselo. Y tras ir y venir lateralmente en un avance lento, y dando revueltas, y a veces imitando al propio Árbol el Rey Árbol como si fuese Marcel Marceau u otro célebre mimo, entonces declamó con voz potente chespiriana, todo en su lengua, rara jerigonza no idéntica a la “lengua franca” “Breña”, la Potencia de la Raza de los Tiquismiquis, y la Inmortalidad del Único Viviente, y después de esto se despojó de su picardías o salto de cama, de raros dibujos, y se vió que era en considerable y terrorífica erección. Entonces salieron a la carrera dos servidores enteramente pintados de negro, de pies a cabeza, con machete uno y el otro una lanza, y atacaron el Árbol, mientras el Rey Árbol se iba acercando y le hacía cariñitos al ärbol. Éste fue desvirgado brutalmente, de un corte de machete dado aleatoriamente y golpes brutales de lanzadas, hasta formar un hueco donde cabía el pene del Rey Árbol, y a su altura, pero totalmente astillado y que daba miedo, de donde brotaba savia y goma, y entonces vió el Arriero que el Árbol era cubierto de cicatrices semejantes. Y entonces el Rey Árbol con decisión poseyó al Árbol, y más bien se empaló en una de las gruesas astillas y brutalmente se sajó y destrozó el pene, que prácticamente al hacer eso, reventó. Y entonces se movió acariciando al ärbol y dándole besos y moviendo las caderas, que se veían los glúteos masculinos estrechándose por los lados y metiéndose para adentro a cada golpe de la brutal cópula suicida, pues que del agujero del Árbol surgía un manantial de sangre que se mezclaba a la resina, los lagrimones de goma y savia, y a la propia saliva del Rey Árbol, que escupía gargajos espumosos al Árbol, y la gente coreaba cuántos. Y dio veinte escupitajos- veinte polvos, veinte simbólicas corridas- al Árbol antes de desplomarse ya casi muerto. Inmediatamente se acercaron los servidores pintados, le apartaron del Árbol, le ataron una cuerda alrededor de la base del desmochado pene, que a lo que más se parecía era a una piel de plátano o a un proyectil disparado y de cabeza reventada en estrella, y le amputaron el pene, cauterizando la herida con un tizón. El Arriero dudaba de que sobreviviera, pero se preguntó si sobrevivía algún Rey de éstos, cuya función era fálica, después de “disparar su bala única” en el Jubileo, que ocurría precisamente cuando el tal rey comenzaba a declinar físicamente, y cuyo motivo era pues obvio, un regidio legal. Le dijeron que sí “y que vivían muy lejos”. Pero no supo si se referían a una vida en este mundo o en el otro. En cualquier caso, el Vinsenprais Mitchic Cauchú no lo volvió a ver. Y después de eso fue escoltado correctamente pero firmemente fuera de la Capital, sin saber a dónde, por soldados armados y guarnecidos con cueras con cota de malla. Y al llegar a su lugar de destino, que era una suerte de alquería indígena sobre pilotes, una casa colectiva de cien por veinte metros, pero solitaria como la muerte, bajo unas montuosidades y al borde de un fresco río, se encontró allí de nuevo con su huésped, que dio una palmada y aparecieron otra vez las personas de la casa de éste ya conocidas, hombres y mujeres, y otras nuevas. Su huésped le dijo que era su residencia fuera de la Corte, y que mientras se elegía un nuevo Rey Árbol no podían quedar allí desde luego extranjeros. Y que a no mucho podría hablar y departir con el nuevo Rey Árbol y plantearle su negocio y su embajada del rey de Castilla. Pero que mientras, podrían pasarlo bien … Eran jóvenes y libres, y la vida les sonreía. Palabras literales del indio Tiquismiquis ése. Y el Arriero sonrió y creyó que no todo era perdido del negocio; que habría guerra.

Y desde luego guerra hubo, pero más propia de “Las Amistades Peligrosas”. Que al Capitán General Don Fernández se le dio, casi como a los ingleses de las Legaciones por los ronines, un cerco en regla; pero de seducción. El indio de medio pelo aquél era fascinado del Arriero, al parecer, pues que no hacía sino mirárselo. Y éste se dijo que aquí había plan, y que iría hasta el final; además no tenía otra. Y muy embozadamente, apercibió a los satélites suyos, y planearon variantes y modos de amortiguar novedades. Pues que a pocos días de ser allí y todo limitarse a paseos en la veranda del porche aquél primitivísimo, y mirar los vapores que exhalaba la verdísima selva, y hablar el indio medio rizado a ratos de mujeres y señalarle algunas al Arriero, éste contestó con cortesía pero reserva, y alguna vez salía en camisa con el pecho abierto y las mangas arremangadas y fumándose su cigarro, y el indio borrego le hacían chiribitas los ojos en ver el pecho, masculino, desprovisto de pelo pero eso era normal ahí, que ninguno tenía, y el esternón tan como de pavito o pollo que tenía el Arriero.

Y ésa noche le vino la que él sabía concubina favorita del indio borrego. Era bella mujer, algo más alta que el Arriero, de largo cabello negro hasta las corvas y cortado en recto el flequillo sobre los ojos, que eran grandes y oscuros y la cara un poco de bagre ancha pero regular y joven y en realidad escultural, aunque de nariz un poco aplastada, y el Arriero era más bien acostumbrado a caras de españoles que son narizotas como todos los blancos, o a indios aguileños, como él mismo. Sin embargo, no había hombre que lo fuese que no se sintiese inmediatamente atraído, de entrada, y en disposición a la cópula inmediatamente, de cualquier color y raza, que a ésa india no se la tirase ipso facto.Esta se acercó y se colocó, por mejor acercarse, a cuatro patas, y colgaron los pechos, que eran grandes y aún turgentes, nada de vainas secas, y las caderas eran regularmente anchas pero con más carne que hueso, pues eran éstas indias como todas más bien de cadera escueta que ancha, si no era que engordaban y entonces eran toneles. El sexo al aire era afeitado, y se entreabrían las valvas externas al moverse, afuerita adentrito, plisis plasis, como una boquita, y en fin era aquello como para que el Arriero la poseyese, sobre todo cuando una mano delicada y fina por arriba- no por abajo, que era callosa del trabajo- le pasó su dorso por el pecho, la cara y los labios al Arriero. No eran estos indios de aserrarse los dientes y la dentadura era intacta; la muchacha se había perfumado a su manera, pero sobre todo el aliento, que era agradable y vegetal, casi floral, y el cabello era limpísimo y exhalaba olor semejante. No había motivo ninguno para aquella intensa ola de asco y repulsión que sintió el Arriero, que por poco vomita. Era el olor. No de la etnia, no de la miseria de la Breña, que suciedades había visto él en campo de castillas y en Santa Fe de Verdes, pero de verdad, y miseria como estos indios ni soñaban, entre castillas y entre indios Cojones y Cagarrúas y entre negros, y sobre todo, entre desesperados y perdidas españoles o mestizos. Era el olor de la mujer. Era un olor romo,como si la carne fuera descompuesta o le faltase un hervor, sin aquel picantillo que auguraba semen que salvaba en el caso del olor de los hombres el invencible asco que le producían al Arriero todos los cuerpos humanos, incluído el suyo. Era carne fofa, cuyo olor impenetrante ya anunciaba que ésa persona no penetraba; que carecía de pene se olía de veinticinco metros.Y era olor de leche, y en esto no se equivocaba pues la moza tenía cría de tres o cuatro meses, que no traía, claro; y era, por mucho que se levase, olor de sangre, de sangre de mujer, sustancialmente diferente que la de hombre, y esto lo sabía el Arriero, pues que, al matar, las había probado ambas, pues que había degollado a hombres y a mujeres. Y bajo todo el olor del sexo y del género y las promesas adversas para él, pero que eran precisamente lo que haría a esa mujer ser deseada irresistiblemente a veinticinco metros por cualquier hombre entero que la olfatease, bajo todo el olor de la mujer, el mismo olor común de hombres y mujeres a excrementos, que se traspasaba a tra´vés de las paredes de su cuerpo desde sus ocho metros de tripas. Ese olor insoportable que sólo podía tapar el olor de semen derramado o la suciedad de hacerse pajas y no lavarse, el olor de muchacho. Y la rechazó de un empujón que por poco la mata con el quicio de la puerta, y ella se iba a ir asustada; pero el Arriero se acordó de que ésa mujer era un médium, un regalo, de un posible amante que era hombre. Y entonces la tomó hacia sí, la besuqueó un poquito como él sabía, y con el dedo la hizo gozar un poquito, y luego la acariñó y durmieron juntos y la cubrió de besos y de regalos, pues regalo llama a regalo, pero desde luego no la poseyó, pero se dejó hacer una felación, y erectó y eyaculó. Era un honbre ya acuerado, pues si llega a ser más joven, le vomita a la chica. A éstas el Arriero no era ya ni homosexual, era lo que se terciase.

Pero una cosa era clara: el desprecio de las mujeres en edad en que debieran haber reforzado un ocasional interés que sintió a sus trece años, y que, ante el oprobio, se torció como un árbol y se volvió maricón, lo que además le sirvió de mucho para sobrevivir, hasta el punto de acondicionar a tal extremo hasta sus reflejos condicionados y la reacción natural a los humores o feromonas que dicen. Pues que a los catorce en su alma decidió ser maricón, y al parecer sus testículos segregaron ya mariconina, o algo así, en lugar de testosterona.

Y, sólo en la alfombra entretejida que era la cama, con un brazo detrás de la cabeza y fumándose su cigarro, el Arriero Túpac combinaba; de un lado la situación general, y no saber qué pasaba en el Altiplano y que pasaban los meses le ponía de los nervios, aunque este hombre era el propio Santo Job. Pero de otro lado combinaba una escalada de símbolos que recondujese el interés del indio borrego por él a una relación directa. ¿Le enviaba en respuesta a la Princesa Coñete, que él creía que el borrego aquél sí que se había dado cuenta ya de que era un chavalín?. ¿Cómo diciéndole “Princesa sí, pero de las que tienen algo …”?. ¿Pero que interpretaría el indio?. ¿Le vendría el propio indio vestido de mujer, o era capaz de enviarle a un hijo suyo imberbe como el Coñete, vestido de chica, o, o, o …o a la criada bagre pero borrega raza pura, o a su puta madre?. ¿Cómo ligárselo pero a él?. ¿Y en qué plan?. ¿Era el borrego hombre de juegos y trasposiciones, y a lo mejor por devolverle la mujer era el propio Arriero el que se tendría que vestir de mujer y presentársele por la noche al borrego en su cámara, a una decena o dos de metros en la alta casa sobre pilotes?. ¿O al hacer esto perdía todo el atractivo, pues el borrego era una maricona y le quería de tío?. Si metía la pata, se escacharraba el negocio y quién sabe si salían de allí vivos. La alianza del borrego éste, que era hombre de posibles, le era vital, y un modo de penetración en la Corte,¿El primer núcleo de su propio partido en ésa nación india? … Él no traía no sé cuántos jinetes de chapa y ballesteros y una caravana de acarreadores como el Sebastián Guadañángel les vino a los indios Quilates, “aquella admirable república o comuna como Génova o Venecia”, para repetir la jugada del Gattamelatta o el Condottiero Colleoni o el Hawkins u otro Señor del Acero, de darles una fuerza de choque y luego erigírseles en dictador y luego en su rey. Aunque él tenía su Luisita, que era el Coñete, y el Tadillo era multiuso y le podía ser el fray Segismón …mientras no le saliese rana como el Segismón al Guadañángel, que lo perdió con su carta a Lima … Pero desde luego, por el lado bueno, él no tenía cincuenta soldados españoles que le firmasen en contra como el Sebastián Guadañángel. Y dio una risotada y siguió fumando, en la oscuridad, oyéndose sonidos nocturnos de la Breña y el cantar de aquel río de aguas tan transparentes y limpias, repuliendo una y otra vez las piedras grises y color piel de sapo.

Era lo importante, decidía, ver las reacciones del indio borrego, que se llamaba Ahurac Turi, y esforzarse por encontrarle atractivo; todo era cuestión de proponérselo; el Arriero era capaz de sacar partido de cualquier cuerpo, pero no tanto, pues que hombre hombre, con una mujer no podía serlo, pero podía hacer las mismas cosas que la más experta lesbiana y que no se le notase el asco, y su sensibilidad estética era o muy versátil o nula, de modo que le daba casi igual el aspecto de su pareja, si es que necesitaba correrse, cada vez menos, o era vital para el negocio, que éste se hubiera acostado con Satanás y puestote el culo a Atila y a Solimán; y era importante sopesar que no podía degradarse demasiado a ojos de éste, puesto que él, al contrario que el Guadañángel, no traía tropa sino que venía a llevársela, y cuanta más mejor, que venía a reclutar a un pueblo entero y si no a una mesnada, para dar, acaudillando él, que bien sabía, de los indios Cagarrías por detrás, y esto era también propio de él, jua jua. Y esto se lo pensaba sentado en la veranda fumando, esta vez totalmente a pecho, jugando con las piernas adelante adetrás en el borde, que el suelo de tierra oscura, que iba a dar ya al río a poco, erabajo a unos ocho metros. Y arriba sobre las cumbrecitas recubiertas de verde, era vapor, pero más arriba eran otras nubes como algodón blanquísimas y el más bonito cielo azul despejado del mundo. El Ahurac tardó en aparecer. Y algunas gentes al pasar el Arriero le miraban, siempre de lejos, con ojos asombrados, y las muchachas, atemorizados. Pero la bagre de 1.50- dos centímetros más que el Arriero-, de cuerpo de tonelillo y mucho movimiento de culo, casi sin cuello y braquicéfala extrema, le miró con tal mirada de odio que eran puñales. ¿Qué era ésa, la madre, la criada, la hermana, la esposa- cuál de ellas- del Ahurac Turi?.¿La madre de la chica?. ¿Y qué le decía la mirada, que por qué no se la había tirado, con lo maja que era su nena, que era un Despreciador más que Despreciador, o qué carajo?. Acaso era eso, o acaso no. ¿Y por qué no aparecía el borrego?. Y por fin le vió. Y creyó que había hecho bien en m,andar encerrarse al Coñete y al Tadu, que ellos juntitos ya se lo pasaban bien, los chavalines, porque si ven eso se parten el culo y los escabechan. Pero el Arriero, no. Era hombre acuerado. La escalada de La Merteuil había progresado más rápido de lo que él creía. Me gustas, te doy la chica. A la chica, su ir a pecho. El indio había interpretado eso no como “carne desnuda, follemos”, en respuesta a la mujer que era en sí todo ella un símbolo de la cópula, fuese esa cópula entre quien fuese- ¿y no alienta siempre una mujer como un ángel letal por sobre de toda cópula homosexual?, y rima y todo …-y: ¿no es un ser andrógino el que se encarna en todos los amantes, que no es ni dentro ni fuera ni tú ni él sino Todo alrededor, que diría el faquir aquél o el colgao del Tantra Richi rollo?. El indio había interpretado el pecho desnudo masculino del Arriero como elección de género, que el Arriero era el hombre, que iba de tío. Y por tanto, aquel indio de casi cincuenta años y con bigote, bien que finito y un poco cantinflero, se vistió de mujer, y apareció solemnemente de su oscuro zaguán ataviado casi como una novia, borrega, eso sí, dispuesto a que el Arriero, su cariñito, le petase el culo, para desesperación de sus mujeres e indiferencia de sus hijos, pues que los mayores no eran ahí, que eran hombres de onda y rizo de ésa interesante tribu, y los otros eran  imberbes y más de una vez las concubinas de su padre ya los habían sodomizado con sus falos de caucho. La bagre, sobre todo, era todo odio. Era como si al borrego el Arriero lo hubiera capado. Y no era para tanto … se creía el Arriero.

Además, era encamisonado rústico, que ni se había afeitado el bigote. Mejor, para los fines del Arriero, que no buscaba una esposa ni crear travelos a su paso. Todo el día lo pasaron en la habitación del Arriero copulando. Primero el Arriero le aceptó como mujer y le acompañó como a una virgen, y allí le hizo una primera vez el amor como a una mujer, y notó que era la primera vez que el indio borrego se ponía en ese plan; pero siguió hasta el final y le peto el culo. Pero no salió sangre, alguna vez y no hacía mucho, le habían sodomizado; lo que no sabía el Arriero es que se lo hacían sus concubinas. Pero luego, ya desnudos del todo, el Arriero se comportó como una mujer, que bien sabía, y el indio borrego se entusiasmó y le sodomizó de manera bastante satisfactoria, pues que el Arriero, en fin, se corrió y lo pasó muy bien, y gritaba como una mujer; pero no dejaba de maquinar ni un segundo, pues que era hombre de cuero.

Y luego cuando el indio se fue, vestido otra vez de mujer, y al salirse el Arriero a la veranda otra vez a pecho a desudarse y a fumarse un cigarro, vió de refilón a la bagre llorando. Y voces de mujeres jóvenes que discutían. Y un niño lloraba, y unos criados viejos y no tanto que le miraban con mirada asesina. Y decidió reconducir la situación. Y a pecho, descalzo, sólo con el calzón a la rodilla con la bragueta medio abierta, se fue hacia sus aposentos de almacén, donde era su ajuar, el que había traído en sus mulicas y llamas, que era la mitad en la Capital y un par en un corralito no a mucha distancia. Y allí encontró a los nenes en amorosa faena, y los dejó acabar. Y luego entró y buscó el baúl de los vestidos de mujer.

Esa noche se presentó él con ropa de mujer en los aposentos del indio borrego, al día siguiente el indio borrego iba de tío, y la bagre se acercó al Arriero y le besó las manos, y las concubinas le hicieron gestos con la cabeza desde adentro del cuarto donde eran todas de rodillas la mayor parte del día, e inclinaban la cabeza y le sonreían con la mejor de las sonrisas. Y los criados le sonreían e inclinaban repetidamente la cabeza. Había salvado un hogar y el mantenimiento de las 40 personas que dependían de su amante en tanto cabeza de familia.

Más tarde se hicieron, además, amigos; y cuando ya cazaban juntos y hacían cosas de hombres, de hermanos, juntos, llegó la noticia de que ya había nuevo Rey Árbol y que recibiría al embajador del Rey de Castilla.

Volviendo a la capital, que volvía él en una mulica, la Princesa en otra y su amante el borrego en la tercera, y el Tadu le llevaba a él las riendas, el Arriero iba pensando en las cosas que le preocupaban. Era preciso saber de cierto lo de los mantenimientos y lo del armamento, y desde luego saber exactamente de cuánta gente y de cuánta tierra, aprovechada así o asá, disponía la Tribu. Y también le quedaban dudas acerca del poder ejecutivo y la fortaleza misma de ése poder, puesto que los Reyes Árboles y todo  eso, así como la aristocracia dedicada a “la verdadera Vida” y todo eso, bien podría equivaler a un mero sacerdocio, y en tal caso cada aldea con su Rey Árbol sería independiente y tendría que repetir el negocio una por una; en fin, que quería poner las cosas un poquito claras con el nuevo Rey Árbol, si es que tenía la oportunidad. Sabía que era apresurado, pero también que su embajada no podía ser eterna; aunque desde luego él quería saber todo y exactamente en cuanto al mecanismo político de aquella tribu. Se sonrió. No, de Rey Árbol, precisamente, él no se veía. Pero bien se pensaba que no hay tribu inmune a una buena dictadura militar.

Pero el nuevo Rey Árbol, desde luego, no supo gran cosa más. Se repitió la escena de la primera vez, pero ahora el Rey Árbol era otro; era un muchacho joven, de unos veinte años, extremadamente bello, dentro de los cánones y parámetros de aquella raza, y un poco también en general, y no sabía niente. A todo dijo que sí y de todo hacía mascarada y ritual, y en fin, que se sentía a gusto en el papel pero todavía le tomaba las medidas, y eso era lo más importante. No parecía entender que el Arriero le hablaba de ir a la guerra contra los Cagarrúas. Y mientras hablaba con el Árbol, miraba de reojo a los demás dignatarios, y trataba de descubrir, como Juana de Arco, bien que en otro sentido, dónde estaba el verdadero rey, en el sentido de que en dónde residía el poder ejecutivo. Quién era el Intihuasca, el Visir, el Conde- Duque, el Cardenal, en ésa corte. Que quién era allí el Olivares, el Richelieu, el Cromwell, el Yesu Tokugawa, bien que no lo dijo exactamente con ésos ejemplos. Y le pareció que lo halló. El Gobierno era acaso colectivo, pues vió a tres o cuatro rizados, ya viejos, es decir, que no se habían nunca expuesto al catastrófico fin del Rey Árbol, o que se habían bien cubierto de ésa gloria de fin tan duro. No eran un colegio sacerdotal, pero acaso sí un Consejo del Reyno o de la Nobleza. Era con éstos y con el generalísimo militar con quien debía hablar.

Y después de más rato de charla, en que, todo lo más, el Rey Árbol le dijo, pero teórica y vagamente, que odiaba a los Cagarrúas a muerte y que ya varias veces los había exterminado, y mostrar mucho interés por el oro del que le habló el Arriero, éste dejó que decayera la audiencia y el Rey Árbol pronto, mayestáticamente, le despidió, pasando a un servidor el burlesco Tratado con Castilla que el Arriero le había llevado a la firma, y que era obra de su ingenio y absolutamente carente de valor. Pero, si atacaba con un ejército de Indios Borregos a los Cagarrúas por la espalda, ¿no habrían estado de hecho los Indios borregos aliados con España?.

Se pensaba de enviar ya un muchacho- el Tadu- a Don Ramón, pues se acercaba el invierno, y hacía ya mucho que había empezado su misión, y era en invierno cuando Don Ramón era Ichar Yáhuac el Arriero, que paraba por Cochimba los días alrededor de la navidad, en ciertas posadas indias u otros lugares seguros alternativos, y si no era Don Ramón, eran hombres de confianza con modos embozados de reconocerse mutuamente. Pero quería tener algo entre las manos … que no fuese lo del Ahurác Turi el Borrego, que tampoco era gran cosa, que estos indios la tenían pequeña. Y así el Arriero pensase de poner a trabajar a la Princesa, que el Coñete no era del todo inútil, y había mucho sacado de lengua, pues que ya sabía algo de breña, de las criadas; y él le planteó claramente a su amante el Borrego su negocio, porque se le hiciese además aliado. Y de éste es del que sacó la mayor parte de lengua.

Pero primero mandó recado por indio del Borrego, a una dama aristocrática rizada, la Michia Mongola Arbola, o algo así ( se confundía, era Mitchua Tátara Arbua ), que él llamó, y con él nosotros, Duquesa Michia. Y que la Princesa la visitase, y que la otra le devolviese la visita, y que intimasen e intercambiasen regalos, y que a cada paso el Coñete le consultase. El Coñete era la Princesa Angélica de Cathay, de mientras.

Y con el Borrego habló claro: él era alto oficial del Rey de España, poderoso señor dueño no sólo de media Europa, él y su linaje, sino dueño de las Indias por derecho propio, y señor efectivo de la Colonia castilla de la Costa. Y su representante aquí era el Sargento General, señor de poderosas huestes de hombres chapados de hierro y con armas de fuego- y ya le había demostrado lo que hacía una pistola-, y no sólo una ni como ésa, sino centenares de bocas de fuego cuarenta veces más grandes que al disparar salían chorros de fuego y pelotas gordas como la cabeza de un hombre. Y el indio Borrego había comprendido, pues que mucho se había detenido, y mirado y tocado el boquete hecho por la bala en un poste, y todos los otros que la pistola hizo, que podía hacerlo siempre que quisiese y no era un milagro puntual. Y si fuera poco, eran todos, pero decía todos, sus guerreros, dotados de espadas de acero. Y el Borrego también había comprendido. Pues que el Arriero usó un macaco atado de una muñeca al poste para demostrarle de qué era capaz una espada de acero. Pues bien. Los Cagarrúas, pérfidamente, se habían sublevado contra la benéfica esclavitud a que eran sujetos de ése Rey tan poderoso y su representante. Y ése representante, por deber subirse a unas difíciles montañas, quería facilitarse la tarea con que un aliado poderoso atacase a sus enemigos por detrás. Esos aliados serían amigos del Rey más poderoso del mundo, y si vencían, como era seguro, saquearían el país de los Cagarrúas y esclavizarían a los que quisieran, no en partidas, a una provincia entera de Cagarrúas, y entonces todos los Indios Borregos podrían ser aristócratas y rizados, pues que el trabajo lo harían otros. Y el Borrego asentía, asentía, pero hizo un gesto de “pero” …

El “pero” implicaba hacerle ver al Arriero ciertas circunstancias prácticas, porque no se engañase y mejor llevar adelante su negocio. Y ahí vino la lengua que el Arriero iba buscando.Los Tiquismiquis ya tenían esclavos, pero no del modo de otras tribus, pues que en su sociedad sólo eran aceptados gentes de la sangre pura, y no podía haber convivencia con otros excepto que fuesen señores de fábula venidos del Cielo y en posesión de técnicas mágicas. Y se sonrieron. “Sigue” … Ya había visto que existían grados de servidumbre dentro de los Indios Borregos, y que los rizados de arriba de todo eran pocos; la espina dorsal de la sociedad eran los jefes de gentes, como él, que alimentaban a grupos de 40 a 400 personas. ¿Y que cómo los alimentaban?. Pues yendo a otra serie de pueblos externos a los Tiquismiquis pero todos ellos, de su Rey al último, esclavos colectivos de los Tiquismiquis, a quienes mantenían en una parte con lo que ellos plantaban, cosechaban, criaban y cultivaban. Cada jefe de linaje como él iba  con sus hombres de guerra a recaudar su parte, lo que necesitaba, cuando lo necesitaba; bien es cierto que muchas veces no era suficiente, pero se arreglaban- unos y otros. Y los Reyes de cada aldea y el Rey de Reyes iban también, por sus agentes, a recaudar su parte. Nada era centralizado; no había hacienda pública; no tenían los Tiquismiquis propiedad de la tierra, de la suya territorial, ninguna; pero colectivamente los Tiquismiquis dominaban a éstos otros pueblos. ¿Cómo?. Con los tirachinas, con la guerra. Los Tiquismiquis sí cultivaban el Caucho, y lo hacían ellos porque no se conociese su secreto. Y de ahí las castas de trabajo de su sociedad. Pero sólo hacían eso: recolectar caucho y trabajarlo, y armar al ejército, que sí era centralizado; era lo único. Se reunía para la campaña, y como la campaña era o podía ser en cualquier momento, siempre era dispuesto.¿Qué quién dirigía el ejército?. Se sonrió. No, no el Rey Árbol, desde luego. Ese era el Hombre Original, el fundamento de la Tribu, ya era mucho lo que hacía en simplemente ser Rey Árbol. La guerra la hacía quien no tenía algo tan importante que hacer como la aristocracia,que eran Perfectos. Era un rizado el jefe del Ejército, claro, pero no de los Escogidos y completamente ociosos. Era duro su trabajo, y el más importante de todos. A éste le llamaban pues El Único Trabajador. ¿Qué dónde era?. En el Campamento del Ejército. Era éste a algunas leguas lejos de la capital, cerca de las fronteras y de los Pueblos sometidos. ¿Qué cuáles eran éstos?. Pues la tribu Xuminia, de agricultores,la tribu Tungusa, de cazadores y recolectores, la tribu Ayuaca, de pulidores de piedras, y otras así, hasta un total de diez o doce, de tamaño dispar. El Arriero se sonrió. Por fin se veía un poco de agua clara. ¿Y el metal?.
El Borrego al principio no comprendió. Luego el Arriero detalló. Las cotas de mallas. El Borrego le dijo que ésas eran todas de los Antepasados. Y el Arriero no se lo creyó, pues a él le parecieron nuevas, y el ferre se oxida, lo mismo que el bronce, y las cotas han de ser de ferre y de ferre le parecieron las de las momias. ¿No tendrían algún metalúrgico?, insinuó. Y después de muchos rodeos el Borrego le confesó al Arriero uno de los mayores secretos de Estado de los Tiquismiquis, y que no sabía ningún otro pueblo de la Breña, pues se hubiesen reído de ellos y de su orgullo de autosuficiencia: las importaban de los arrieros que cruzaban los Andes, y en especial de los gringoítos, que eran sus parientes lejanos, en especial parientes de sus Antepasados, o sea, de aquellos cuyas momias vió. Y de ello sacó, además, el Arriero, lengua sobre la tribu disidente chachapoya, una de las diez tribuítas de la porción de los Andes perteneciente  a la Colonia, y a las cuales un día España habría de someter. Y le constaba que ésos gringoítos eran aliados de los Cagarrúas a la sazón, y que el Amaru había sido muy amigo de ellos. O sea, que si aparecían contingentes de gringoítos a favor de los Cagarrúas, habría que esperar soldados guarnecidos de malla. Bien, bien, bien.

Acto seguido, el Arriero le preguntó cuánta era la extensión de la tierra de los Tiquismiquis, de ellos, y luego las de los Pueblos Sometidos, y cuánta población era la suya, y cuántos eran sus soldados. Y con lo que le iba diciendo el Borrego, todavía inconcreto, el Arriero, en un papel donde estaba dibujada toscamente la Colonia y donde dejaba un espacio inmenso vacío a su lado a su derecha según miraba, que a su izquierda era el océano Pacífico, iba dibujando como globos o amebas y colocando nombres y cifras, y apuntando los accidentes naturales que el Borrego empleaba para fijar los límites, los conociese o no el Arriero, que le pedía datos de jornadas de distancia entre los puntos. Ya lo pondría en limpio.

Al hacer eso, el Borrego no sólo cometió traición según las leyes más o menos definidas de su tribu, que siempre quedó y quedará una zona oscura acerca de ésa rara tribu de Adoradores del Árbol, Indios Rizados y Borregos integrales, pero con maneras de expoliadores Lobos con Tirachinas, sino que dio el primer paso para la extinción de su tribu.

Todavía quiso el Arriero definir algunas cosas más. ¿Por qué amaban tanto el oro?. Y el Borrego le aclaró que no existía propiedad pero sí pertenencia, que todo era del Pueblo, y el Pueblo se encarnaba en el Rey, pero que éste no mandaba niente, y entonces, pues que las pertenencias era del jefe de cada linaje, que varios hacían un ayllu con un curaca. Y que sin permiso del jefe de su linaje, nadie podía ni respirar. Y el Arriero comprendió el temor de los dependientes del Borrego si éste se degradaba a encamisonado, pues que pudiera ser, adivinó, la renuncia a la jefatura y la ruyna de ese linaje. Se preguntó si hubiera llegado a convertirse en “hombre- baya”, si bien de otra clase que los criados desde la infancia; y se preguntó muchas cosas sobre maricones y encamisonados “civiles”, aparte de los encamisonados-ganado de ésos eunucos que terminaban en la cazuela. Pero no profundizó, porque le interesaban otras cosas. Uno, el otro Rey Árbol le dio la impresión, por su odio a los Cagarrúas, de que él iría a la guerra; y el segundo Rey Árbol le hablaba como si él, como Rey ärbol, ya que era evidente que él personalmente no, había sido ya en guerra con los Cagarrúas, pues les había “exterminado varias veces”. Y el Borrego le dijo que el Rey Árbol se atribuía todo lo que hacía la tribu, y que en ése caso hablaba, sin detallar, sino como en plica y no como ex plica, de lo que habían hecho algunos de los sucesivos Primeros Trabajadores, o sea generalísimos militares. “Muy bien, vale”. ¿Y la recolección del Caucho?. Sobre esta maravillosa planta nueva ya le habían mostrado al Arriero el goteo de un árbol, y dedujo que era poca cantidad. El Borrego le habló de inmensas extensiones de la selva donde el Caucho era natural. La Historia de su tribu empezaba, como si dijéramos, cuando dominaron el Árbol y cuando se apropiaron de las extensas inmensidades de árboles de caucho que ninguna otra tribu quería. ¿Y cómo se organizaba?. “El bajo pueblo”. ¿Y las pequeñas pirámides ésas que llevaban tanta labor y que empleaban al bajo pueblo, qué, no hacían perder horas de trabajo?. Eso era el bajo pueblo de la provincia de la Capital, que no trabajaba en las plantaciones, y al que había que dar labor porque los rizados pudiesen hacer todo el puto día sus juegos de mascarada de fin de curso y el furro y el subnormal y el gelipollas alrededor del Árbol, bien que no usó ésas palabras, pero acaso los juicios del Arriero en su melón sobre los rizados eran mil veces más severos que los míos.

El arriero le hizo la pregunta a quemarropa al Borrego. ¿Le gustaría ser Rey de los Tiquismiquis, y acto seguido Rey de Toda la Breña, pero de verdad?. Y vió que era demasiado eso para aquel noble rizado de medio rizo y tres cuartos de onda. Cambió de tema y le preguntó por la población total de Indios Borregos. No lo sabía de cierto, pero suponía que Indios borregos habrían, en unos 500 pueblos, cada uno de ellos de más de 300 personas y con su Árbol y su Rey, y todos los Reyes eran “Hermanos”, y con la Capital de unas 8000 almas y su Rey de Reyes y su Primer Árbol, hacían unos 150.000 poco más o menos, o sea, un pueblo muy numeroso. Y con sus Tirachinas dominaban a una docena de otros pueblos, de entre 40.000 y 10.000 almas. Y al ver esto el Arriero se dio cuenta de que, para los parámetros de la Breña, había dado con un verdadero Imperio prehistórico. De gentes que no sabían cultivar y que no poseían animales domésticos más que pajarracos de colores y macacos. Era muy notable, pese a que ya veía que lo que no hacían ellos se lo tenían que hacer otros, y que seguramente eran una raza degenerada, y no un verdadero pueblo primitivo, y que en realidad eran tan cerca de Adán y Eva como nosotros mismos los castillas. Eran agricultores y criadores por subcontrata, y se rió. ¿No era él agente de España por subcontrata?. Siguió con el Ejército. ¿Efectivos?. “Unos cuatro Ejércitos de 4000 hombres, divididos en pueblos de 500, hacia los cuatro puntos cardinales”. Y con el Primer Trabajador residiendo en el pueblo más cercano a los Pueblos Sometidos, que quedaban todos “hacia allá”. “Vale, bien”. y anotaba cosas y trazaba líneas o bolas o círculos en su papel. El Borrego era maravillado de aquello. ¿Qué era?. ¿Magia?. Y el Arriero le mostró su croquis. El croquis dibujado sí lo entendió, porque mapas aunque sean mentales o trazados con un palito en la arena, son imprescindibles y acaso no haya habido hombre sin ellos. “Tú atacas por ahí, yo por aquí”: ya es un mapa en los gestos en el aire. La mano puesta en vertical y extendiéndose del cuerpo hacia fuera, ya es un mapa en el aire. Pero,¿y las señales como heridas hechas con jugo negro en el papel?. ¿Y el propio papel?. ¿Qué sustancia era ésa?. Y el Arriero le dijo que por las señales ponía palabras y así recordaba las ideas que había tenido. Y el Borrego tuvo un estremecimiento. Ése hombre paraba el tiempo, si podía recordar exactamente sus palabras. Ése hombre grababa con sus señales los pulsos de su alma. ¿Y no perdía el alma al fijarla en señales?. “No, es una ayuda, como cuando le ponéis rima a las palabras para recordar una historia o las leyes”. Y el Borrego rió un poco … pero no mucho. Pues entre la rima para facilitar la memoria y la escritura iba acaso más que lo que va de tener un diario escrito o grabarse la propia voz, o la descarga de contenidos abundantísimos, para no preocuparse de ellos, en una computadora o cerebro- extensión.Nunca como al ver la cara del Borrego se había dado cuenta el Arriero de lo importante que era la escritura, ni los castillas, mestizos e indios analfabetos eran tan lejos del planeta del Arriero como era el Borrego, de quien el Arriero pudiera decir que le era extraterrestre. Y el otro lo mismo podía decir de él. Y se creyó el Arriero en camino de ser él el Rey de Toda la Breña.

¿Y el oro?. El interés por éste, según el Borrego, era para hacer pagos a otras tribus. ¿Quién se encargaba de ellos, había una centralización en eso?. “Sí, en el oro sí”.”Acabáramos”. Indios Borregos sin Agricultura …Pero el Arriero se hubiese aterrado al contemplar a centenares de millones de personas en Occidente, al filo de hoy, incapaces de sobrevivir si se va la luz, y desconocedores también de la Agricultura, de los Metales y de todo, por la excesiva complejización y colectivización de todos los procesos, que exige un mundo entero industrializado para que uno tenga una simple tirita de celofán. A las malas, el Arriero había visto cultivar patatas. Y a las malas, el Arriero era pues arriero, y sabía de caballerías. Había visto nacer animales y los había visto morir. No se escandalizaba del olor a sudor o a mierda. Y era un hombre tan moderno como nosotros …

Y por algunas cosas que el otro le dijo, el Arriero vislumbró el raro negocio del Oro de la Breña, que ya hemos visto había enlazado al Rey de Israel Don Tupi, y que había llevado al Daniel Guadañángel a explorar los pasos de los Andes a la Breña. Hacía cien años que llegase aquí Sebastián Guadañángel- esto era todavía en 1642-, a poco ya se supo que Santa Fe de Verdes era tierra de tres cosechas, que no habían materias preciosas ningunas. El Arrizabalaga había extendido, y luego el Lavalleja Rebuznero, la Colonia políticamente hasta los Andes y se había apropiado las minas que ya explotaban los Cagarrúas con su Mita ya organizada, y convertido aquello que ya era malo, y que duraba de hacía a lo mejor ya tres o cuatro siglos, en un verdadero infierno, al introducir las técnicas modernas y convertir la Mita, que a lo mejor por la Mita se hicieron las Pirámides, en una Dictadura y Tiranía inhumanas que habían creado tipos humanos como el Amaru y el Añanzú. Pero eran minas de cobre y de ferre en piedra. El oro y la plata eran al sur, del Tirano de Lima, muy al sur, en la Montaña, en el Alto Perú. Se creía que aquella veta no tocaba a éstos Andes y no se hacía cuenta de que hubiese ni oro ni guanín siquiera en este bendito país. Ni esmeraldas. De ahí que se buscase en Santa Fe de Verdes el “oro” en “metálico” por el Comercio y el Servicio,por el Buque, el Negro, la Vaca y por las Mieses. (Y el Guadañángel que le daba vueltas a las crípticas palabras de la Contactada: “PETROLEO, EXXON, “ROCKEFELLER”¿Betún?. Si eso es una mierda …”). Y ahora, al tocar la Breña, aparecía el negocio del oro. De un lado los Jiborianos que lo obtenían de tribus remotas y lo despreciaban; éstos que lo codiciaban, ¿y de dónde salía, ése oro?. ¿Cómo llegaba a la primera mano humana de toda esa cadena?. ¿Dónde eran los yacimientos?.

De eso nada sabía el Borrego. Pero sí que el oro era necesario para fabricar la purpurina de los rizados. Y el Arriero alucinó, pero luego no tanto. Pues que sabía se empezaban a alzar en Santa Fe de Verdes soberbias Iglesias que iban más allá de las existentes que a él le parecían de fábrica complicadísima y soberbia dotación de metales preciosos, e Iglesias que absorbían en pan de oro grandes cantidades; y en candelabros, y en lámparas, y en mil cosas de ése jaez. Y pensó en las guardas de oro, de baja ley pero oro, de su propia espada.

Luego el Borrego le dijo que en los Antepasados de los Tiquismiquis, tal y como la savia es verde, y el Caucho blanquinoso, y la sangre de los hombres actuales, inferiores a sus Antepasados, es encarnada primero y luego negra, y es el esperma como espuma blanca, pues que sus Antepasados es leyenda que había sido su flúido vital del mismo color de sus cabellos, y que era su sangre de oro. Y a pocos días le mostró una momia-repulsiva-que parecía tener fibras y venas, que separó con sus dedos el Borrego dos capas como de chicharrón, de hilillos dorados. De donde el Arriero pensó que los embalsamadores habían usado algún flúido con solución de oro para inyectarlo en las venas de los cadáveres; el resultado era igualmente espantoso, y ésas momias eran pésimamente conservadas, y en la actualidad, secas pero humedecidas, se descascarillaban como frutas realmente podridas. Luego se le ocurrió al Arriero que esas momias llevaban armaduras parecidas a las de los romanos de Semana Santa y en cuadros y estampas que había visto. Y pues que muy bien pudieran proceder de gentes antiguas como de griegos o púnicos o soldados del Rey Salomón, bien que nunca tuvo a los judíos por gentes rubias, aunque en las Indias ésas judíos no habían como no fuesen embozados, pues que los judíos no podían pasar a Indias por querer hacer de ellas lugar de sangre no infecta … Y se rió un poquito. Y si eran los soldados del Rey Salomón por allí, ¿no pudieran ser cerca de allí las Minas del Rey Salomón?. ¿No sería Ofir el Brasil?. Y también se pensó que ¿no vendría la historia ésa de El Dorado, que buscó como un desesperado el Gonzalo Pizarro de barba más larga que el Bagre y el Macabeo, de las gentes éstas que las embalsamaban con oro, o del cabello rubio de éstas gentes?. Y en fin, ¿no serían El Dorado los propios gringoítos o chachapoyas, los indios rubios, cuyas mujeres tanto gustaban a los incas, y que sorprendieron a algunos castillas extremeños y de pelo más negro que los de sus antepasados más moros que Solimán y más renegridos que Mahoma?.

Pero si bien esto fuese útil más adelante- si es que lo había- ahora era cuestión de dar un segundo paso, y asegurarse de que la Princesa trabase alguna amistad equivalente a la que él había con el Borrego, y era seguro de que la sorpresa de la Princesa no desagradaría a éstos Borregos que se hacían sodomizar por sus concubinas y ésas rizadas que sodomizaban con falos de caucho a “hombres- baya” eunucos, aunque dudaba del resultado del Coñete con una mujer. Si fuese el Tadu…Y desde luego debía haber vistas con los cuatro del Consejo y tantearlos, y sobre todo con el Primer Trabajador, el jefe del Ejército.

Él reflexionaba que el equilibrio a que habían llegado éstos, sobre tanta opresión de otros pueblos, no podía ser eterno, y aunque fuese muy estable, no sobreviviría a lo mejor a la campaña contra los Cagarrúas, pues si se llevaba las tropas, ¿cómo mantendrían la coerción?. Y bien que él pensaba levantar más tropas todavía … pero también entre los Pueblos Sometidos. Pues que se le acorrían, napoleónicamente, dos alternativas que podrían conjuntarse en una: primero, alzarse por el Libertador de los Pueblos Sometidos, y segunda, cumplir el Sueño de los Indios Borregos, al cual ni ellos mismos se habían atrevido, de integrar como Clase Baja propia a ésos Pueblos Sometidos, lo cual destrozaría su propia sociedad, y por eso no lo habían hecho y los habían mantenido en Estados separados, semiautónomos. Era un Gran Estado Tiquismiquis lo que podría, con su melón y la ayuda de unos trescientos arcabuces, lograr aquí. Y si eso lograba, podría ser el rey de los Tiquismiquis, bien que reducido lo del Árbol a folclore y los Reyes Árboles a Pontífices que lo bendijesen y ya está; y con el poder éstos, dominar toda la Breña.

Todavía, no obstante, adelantamos, no sabía nada del Don Tupi y su Reynado de Israel en la Breña; ni de los Motilones al norte de sus Indios Borregos, ni de los Jiborianos, ni de los otros pueblos de la federación religiosa del lago y el Monte Truncado, en cuya federación se incluían las guerreras Amazonas. Pero si por Breña entendemos el imperio de los Tiquismiquis, a sus ojos infraexplotado, ya era mucho, ya era muchísimo.

Pero mientras tanto había que levantar un Ejército y dar de los Cagarrúas por detrás. Sólo así conseguiría enlazar con Don Ramón y conseguir los arcabuces-¿y artillería?- que le hacían falta. Y barajaba posibilidades. A las malas, se dejaba del caucho éste maravilloso de los indios que no servía para nada, o como el betún más o menos, en realidad todo mierda porque con arcabuces ya podían jubilar los tirachinas, y se dedicaba a cazar esclavos a miles y a remitirlos, vía Don Ramón, a la Costa, como hizo el Guadañángel primero, y el segundo también, y al menos se forraba el riñón. Que ése si era oro en efectivo, en “metálico”.
Muchas cosas le parecían posibles al Arriero ésa noche. Y se esmeró en hacer un poquito feliz al Indio Borrego.

La Princesa Angélica de Cathay, o sea el Coñete, tuvo un gran éxito con la Duquesa Michia. Era ésta una Borrega de pura raza y alta clase que había sido bien elegida por el Arriero,que fuese una mujer ya experimentada y viciosa, que a lo mejor no quisiese ya romances como las mozas, y sí cosas ya medio podridas; era india rizada de cuarenta años, muy envejecida para los parámetros castillas o en comparación de una monja virgen que no fuese fea de ésa edad, pero muy conservada para los parámetros de las mujeres indias de la Breña en general y en comparación con las de clase baja de su pueblo en general. Era de los privilegiados que jugaban y hacían el furro y el gelipollas alrededor del Árbol, y era casada con un señor poderoso también algo afurrogelipollado, pero en estos privilegiados las costumbres eran muy libres, aun cuando se pasasen la vida o con rulos o echándose purpurina y vuelta a empezar. Aunque se la había visto descalza y desnuda, que era el traje más aristocrático seguramente por arcaico, y con su faldita de rulos igual que su pelo, en sus estancias recivió a la Princesa de Cathay con un atavío que bien era comparable al de las novias, que iban vestidas, no se sabe por qué, cuando en general el resto de invitados a la boda iban completamente desnudos casi todos. Era un atavío semejante al de la bagre o al que había empleado el Borrego para agujerarse por el Arriero, pero mucho más rico, y sobrepuesto al atavío, que le daba forma de tres sucesivas campanas como lirios rígidos y bordados, llevaba el como salto de cama o picardías que era ropa de gran gala en la fiesta del Jubileo del Árbol. Al parecer, los dibujos intrincados tenían un significado heráldico, y en esto se mostraba otra semejanza con sus odiados Cagarrúas e incluso con los indios Cojones antes de emplear el ajuar de los pasos de Semana Santa. Eran cuadraditos con puntos y rayas. No era escritura, obviamente, pues éstos la desconocían, como se ha visto, bien que usasen de otros medios naturales para suplirla, como son la memoria, la rima y los recursos de la razón natural. Y al parecer ésos cuadraditos sí eran en su origen jeroglíficos o código, pero procedían de una cultura anterior, que especulamos fuese la gran civilización que floreció en ése bendito territorio: la civilización Dipenda, ciudad cuyas ruinas eran en los Estados de Guadañángel, que visitaba la única pirámide sobreviviente casi entera- habían otras ruinosas truncadas- frecuentemente, como se ha dicho. Desnuda se veían los pechos algo secos ya, y la cadera era ancha porque había parido; pero vista de cerca y ataviada bizarra y regiamente, con el pelo muy dorado y cobrizo, un rulo de cada, y con los ojos pintados de negro y la boca muy roja de sangre, se disimulaban las arrugas y las ligeras deformaciones que la edad introducía desdibujando los rasgos que fueron bellos, pues ésta a los doce o trece fue la moza casadera más bella de la Capital, en lejanos tiempos. Sólo la afeaba la pérdida de algún diente, pero si no se reía a carcajadas no se le veía.

La Duquesa Micha vivía en uno de los palacios en primera línea de calle por así decir del gran círculo principal de la Capital, o sea en el mejor lugar de todo el país de los Tiquismiquis; que eran casas de corteza externamente y tachonadas de conchas de colores. Se les dice palacios, pero eran más bien “picaderos” o Penthouses, o acaso Salones al estilo del Siglo XVIII, si bien eran escuetos como para haber llegado a los que ya a inicios del sigklo XX pudiera tener una De Guermantes; pues que los nobles y noblas vivían en sus digamos casas solariegas o de linaje en cuanto particulares; pero en cuanto personajes públicos, eran encargados de que siempre se hiciesen furrogelipolladas ante el Árbol y siempre se representase, permanentemente, el Culto a la Felicidad y fuese visible un grupo como mínimo de cuatro o cinco privilegiados viviendo o desmostrando una “existencia despreocupada”, pues poseían ésos “picaderos” como lugar de demostración, porque la promiscuidad era parte de ésa felicidad demostrada, de su función social, y del culto religioso de Estado. Ellos no consideraban que al vivir así diesen envidia al Pueblo que se afanaba alrededor, sino más bien que un Árbol sólo y nadie disfrutando de la vida a la vista del Pueblo, podría hacer que la vida de todos pareciese muy triste, y a lo mejor dar a alguien ideas de derribar el régimen. Eran, pues, mitad Cofradías de Semana Santa mitad Jet Set. Sus amoríos y romances eran Misas de Aparato y Autos de Fe. Ya hemos dicho que estos indios eran en relación a nosotros casi extraterrestres.

Pero que eran sensibles, es indudable, porque ésta lo fue a los encantos bien catetos y de encamisonado serrano, si bien muy jovencito, de nuestro Coñete. Hay que decir que la Princesa Angélica de Cathay estaba preciosa, que la piel enterquecida serrana era en el rostro blanqueada, y que el propio Arriero había dado los toques a la máscara, que el Arriero conocía un truco, que le enseñó una perdida española, para que pareciesen las pestañas más largas, y sabía por experiencia de sus quince añitos el Arriero cuánto unas pestañitas podían ayudar. En principio no se buscaba bollo sino amistad, por tantear el mundo de las damas, que a veces son influyentes, y decretan algunas de las incomprensibles resoluciones de sus maridos; el Arriero- Embajador de Castilla quería que su incipiente partido se abriese paso en ésa Corte por diversas vías. El Borrego sabía él que le sería propagandista, y que a poco que el viento le soplase a favor, le metía de partidarios a todos los de su ayllu y clanes y linajes ligados a él. Ahora quería que las damas hablasen bien de la Embajada de Castilla, y era además acaso descortés que ésa Princesa se siguiese haciendo la estirada y no alternase, una vez conocidas más o menos las costumbres de ésos indios, y conociendo pues eso, que alternaban, que si no hubiesen sido Indios de Alterne no hubiese habido lugar ésta táctica alternista. La Michis Duquesa Borrega era fascinada por los atavíos de la Angélica, que eran bellos trajes castillas procedentes del botín de la desdichada Cochambrecanchas, tal y como el cuerpecín que venía dentro era una parte de los derribos; pero vestidos y cuerpecín procedían de bandos contrarios. Y el Coñete iba aleccionado del Arriero de que si no era lo a, que fuese lo b, y si no lo c. Iba nerviosillo el muchacho, pues que jamás había tocado una mujer y les tenía un cierto asco, pero con una punta de fascinación, pues que verse de mujer le gustaba, y al fin, si a alguien le gusta eso es que le gustan las mujeres. Y no se sabía bien qué podría la Borrega querer o gustar. Pero aun cuando india era- y el Coñete, y el Arriero en parte también-, era mujer galante y era dispuesta, por amor a la novedad, a dar por bueno cualquier fruto. Pues que si la Angélica era Princesa rescatada de un cíclope o monóculo, bien podía ser que las Princesas castillas, pues que, cavilaba la Michia, Cathay debía ser provincia de Castilla, hubiesen cipote. Que fue ése el caso. Que la Michia fue a por bollo sin mucha convicción, aunque la alentó cierta línea gallarda de la Angélica como acostumbraban a tener las inditas que para bollo le gustaban y a las que el bollo les gustaba, que parecían algunas muchachos … Y en ir a la descarada búsqueda de bollo, halló plátano, manjar que no despreciaba pues que era zorrón de más de mil amantes acaso y con grandes preferencias sodomitas. Y pues que la Angélica le gustó, y halló su clase de Coñete un coñete satisfactorio, si bien que el pobrete chavalín pues que no pudo penetrarla, y entonces ella lo usó de chupachup, y el Coñete disfrutó, pero más cuando, viendo la Michia que su nena era nene pero dentro de ser nene era baya un poquito, le usó después como las damas de aquí acostumbraban a hacerse machos sobre los “hombres- baya”, y aquí el Coñete era en su terreno; pero la Michia, como aquí se podía y en los “bayas” no, porque no había de qué,mientras le sodomizaba con su grueso falo de caucho, se la chupaba, y el Coñete desfalleció de placer, que chillaba como una nena. Era lo suyo. Pero luego cuando se acabó la banana del todo, el Coñete tomó el falo de caucho y sodomizó a la Doña Michia, y ésta gozó, pues maricona era de nacimiento y mujer cumplida. Y después ella sacó su invento, que empleaba con sus “hombres- baya” favoritos o “niños- baya”, pues que eran niños de unos quince añitos, capados como hemos dicho a rape, se sobreentiende, y alguna vez con sus nenitas gallardas, sáficas se sobreentiende,pero más con los primeros que con las segundas, que a muchas no les gustaba más que la pepitilla. Y era un palo suficientemente largo como para empalarse a dos, poniéndose en cuclillas y a cuatro patas y frotándose culo con culo. Bien que este invento lo usaban los “hombres- baya” entre ellos mismos, y a eso le llamaban “Copular como las Mariquitas”, que era el único modo que podían hacerlo ésos “bayas” entre ellos. Y aquí ella y el Coñete disfrutaron, que una y otro u otra se empujaban con las entrañas las entrañas de la otra. Y el Coñete lo hubo siempre en su ojete, y ella de veces en su ojete y de veces en su coño. Y que en fin, lo pasaron más que bien. Y luego durmieron juntos o juntas la siesta. Y fue dulce y bonito. Aunque de política sólo se habló luego y más tarde.

Fue más difícil tratar con los cuatro del Consejo, pero lo consiguió el Arriero. Y aquí nada de mariconadas, que éstos eran indios serios, rizados de rizo pero de rizo en forma de brazo escayolado, en fin, que eran fascistas de lo suyo, como acostumbra a serlo cada cual de lo suyo “y el fascista siempre es el otro”, jua, jua, etcétera y rúbrica. Además, uno de ellos, además de ser Tiquismiquis y Borrego, era particularmente tiquismiquis, y especialmente borrego y cabestro. Sin embargo, una vez que el Arriero puso algunos puntos sobre algunas íes, tratando de comerles el coco como acostumbraba con todo el mundo, que era lo suyo, vióse prontamente que el Consejo se departía en esta cuestión, que en otras que hubiese no entramos de momento o acaso nunca, pues que no es nuestro ánimo reconstruir la Historia de los movimientos políticos y facciones y doctrinas en el seno del Consejo del Reynado de los Tiquismiquis, que fuese ardua tarea que llenase volumen más grueso que esta relación por sí mismo, en tres posturas, que lo eran en torno a la propia persona del Arriero y su embajada del Rey de Castilla. Era uno de los consejeros hombre ponderado y serio, grueso y con gran escarolado “afro” y gracioso picardías o salto de cama con puntos y rayas heráldicos en cuadritos, con cierta semejanza al Cagúa Mita Don Pedro Alazán, y como él era de ciertas pintas de gruesa ama de casa pero de rostro de indio apache, que haberlas haylas y abundantes. Su aliento era perfumado a mono y producía náuseas; y era el entendimiento, la pelota y el melón,y la entelegencia más abrillantada de la nación Tiquismiquis; como si dijéramos su Winton Churchill o su Cicerón. Era éste cerreño y ferreño en mantenerse las instituciones y constituciones Tiquismiquis o Borregas a todo trance, y como no era tonto sino lo contrario, de la debilidad de éstas era el más perito conocedor; pues que bien sabía por crónicas y lenguas todo oral, que éste orden político sólo duraba de setenta años para acá en todo su esplendor, que fue cuando el último Rey Árbol con verdadero mando, y ejerciendo durísima dictadura, sometió a la mayor parte de los Pueblos Sometidos y les demarcó tierras y les autorizó caciques y curacas propios y organizó, cometiendo genocidios externos e internos, la Sociedad de los Indios Borregos en su planta actual. Después de este finado y caduco Rey Árbol, que fue desde luego no el primero en empalarse pero sí el que lo hizo sólo con otros setenta años cumplidos- había nacido, pues, hacía 140 años, en 1502-, y los siguientes fueron más débiles y en manos del Consejo, que les impuso Jubileos cada vez más próximos a su toma de mando y del reynado, fraccionando y separando en partes independientes ése mando hasta vaciar el mando del Rey Árbol de otra función que lucirse y empalarse. Y en especial separando el Primer Trabajador del Rey Árbol, porque el Ejército hubiese mayor continuidad. Esta separación de poderes le parecía al curaca consejero que decimos, la Sabiduría misma, y después de ése principio colocaba las enrrevesadas constituciones en cuanto a selección de los cuadros, que presentaba como sagradas sólo porque eran tan intrincadas que sólo él conocía todas las reglas y por tanto decidía en exclusiva él. Era éste, pues, como luego supo el Arriero, el verdadero rey de los Tiquismiquis. Había acertado, como acertó Juana de Arco en su día. Ahora bien, el poder de éste curaca era coyuntural, circunstancial y excepcional; bien que a la sombra, y usando las leyes en lugar de la fuerza, la suya era una dictadura. Y esto le pareció de perlas al Arriero, pues que una dictadura es más fácil que dé paso a otra. Que exploraba por su negocio para Don Ramón pero aún más tomaba lengua para el suyo de alzarse rey de estos indios. Y el curaca sabio y cerreño y ferreño ése se llamaba Tapuchac Cafrún.

Los otros eran el particularmente tiquis y especialmente borrego y cabestro que hemos dicho, que había por nombre Chapuchac Champú. Y era éste hombre elegante, si bien vestido de payaso como los otros, qué se le va a hacer, pero elegante lo era, ¿eh?, y era hombre de escucharse hablar y de supremos gestos de contenida elegancia, si bien no llegaba a chespiriano como su finado Rey Árbol el Vinsenprais nunca olvidado, ni alcanzó nunca las cotas de nuestro Don Tupi, que era supremo en tantas cosas, por arriba y por abajo y por en medio y por los lados y por todas partes, y por ninguna. Era el Chapuchac hombre delgado de perilla pintada y bigote de verdad, algo cantinflero, que tenía por norma boicotear toda resolución y complicar todo trámite, y desmenuzar toda decisión con ecuanimidad digna de mejor causa, pues que obstaculizaba el gobierno, era una rémora, y bien se le podría haber colgado en una puerta de granero.

Y otros dos indios Borregos del montón, que parecían clónicos, llamados Aroís Aroís Porchimpún, y Vital Champún. Eran ambos cantinfleros de pro, de mediana estatura, algo entrados en carnes pero atléticos, y que por tanto le sacaban casi medio cuerpo a nuestro Arriero, que aquel Consejo del Reynado le parecía Brobdignang, que los veía hablarle, con aquellas luces de la cámara del consejo que venían de abajo, de escotillas a ras de suelo de la choza cabestra, que parecía que hablasen enormísimos y sagrados moais. Aunque en realidad todos ellos balasen como Borregos.

Y las tres facciones se pueden representar en sus tres fórmulas: el cerreño No y no y no, pues bien veía que la guerra contra los Cagarrúas sería fatal, y una alianza con España otro que tal, y que sólo supiese España que existían ya muy mal; el puerta de granero: Todo hay que hablarlo, y a ver si alargamos el debate tanto que no se pueda hacer nada, pues que no quería que se hiciese nada en absoluto sino debatir; y los dos clónicos: Vayamos o no a la guerra, hagámonos con el oro que nos ofrece éste, y luego a lo mejor lo degollamos.

Ante tal frente contrario, si bien departido, que eso siempre es bueno, le cabía al Arriero verlo como vaso medio vacío: Ninguno quería ir a la guerra; o el vaso medio lleno: Sólo uno decía explícitamente “No”. Que era el único honesto. Era, pues, éste hombre peligroso, y tomó el Arriero las medidas- abultadas- para un pijama de madera, o lo que hiciesen éstos con los cadáveres, albóndigas, momias o lo que fuese, que eso le importaba menos que un ardite. No sabía todavía que ése precisamente era el que mandaba. Y todavía más, pero nadie puede ver lo que no ve, ni un melón tan abrillantado como nuestro Arriero, que ya es decir, que era perito; se departía el Consejo en otro repartimiento: dos que no tenían intención de matarle, que eran el Tapuchac Cafrún y el Chapuchac Champú  puerta de granero;y dos sí tenían intención, aunque vaga, de matarle, que eran los clónicos Aroís Aroís Porchimpún, y Votal Champún. Sin embargo, de que las promesas de guerra de éstos valían niente, y de que su interés era el oro, sí se había y bastantemente apercibido. Del obstruccionista pensó solamente que si él fuese rey de esos indios, le colgaría de la puerta de un granero, aunque como no supiesen lo que es un granero, ésos indios, pues que allí no hubiesen. Y decidió hacer de éste su aliado, pues como boicoteador de la nación de los Tiquismiquis, auto saboteador y en realidad traidor funcional a su patria por sólo ser como era, ése Champú no tenía precio. Los Tiquismiquis tenían en él, uno de sus cuatro consejeros de gobierno, a su peor enemigo. Pues éste iba a perder a los Tiquismiquis. Y no sabía el Arriero bien hasta qué punto. Pero eso sí, había reconocido correctamente como enemigo cerrado al grueso Tapuchac Cafrún, y de los clónicos había decidido, si pudiera, hacer carchena, total, que tiene cincuenta ballesteros, o sólo veinte, o sólo diez, y esa noche da un Golpe de Estado como hiciera Sebastián Guadañángel de los indios Quilates hacía cien años.

Pero la cosa había que pensarla mejor, y sólo después de hablar con el Primer Trabajador. Pero se acercaba el invierno, ya era más de un año que era en comisión, desde que saliera de Santa Fe de Verdes, y era un poquito impaciente por darle algún resultado a Don Ramón el Tirano de la Carretera. Así pues, antes de despedirse muy amigos y siendo Tiquismiquia y España- el burro delante- países prácticamente gemelos y hermanos, y tras hondas y epidérmicas pero ultrarrizadas y súper supercheras y pedestres y hasta pederastreras y rastreras despedidas, quedaron en reunirse otra vez a poco, y que el Arriero hiciese una especie de pago en concepto de matrícula, o algo así, una cierta suma bastante fuerte de oro. Otro hubiese creído que el negocio era finido en bueno, pero no. Y otro, en salirse unos días de la Capital y del país, hubiese mirado bien y dado por finido en malo el negocio y fuydo, pero no. No hizo eso el Arriero. Que dejó a la Princesa bien instalada en casa de la Duquesa Michia, y ciertamente la Princesa pasó por unas cuantas camas- o esterillas- de cierto número de damas muy amigas de la Michia; y dejó parte de su recua en manos de su amante el Borrego, que casi lloraba al separarse del Arriero, pese a que éste le prometía pronto reencuentro. Y se llevó consigo al Tadu. Pero la bandera de España blanca con el aspa color y forma borgoña, y ciertas insignias de Capitán General, las dejó en prenda a su huésped, quien, al fin y al cabo, al principio le fue designado por el buenazo Rey Árbol Don Vinsenprais, nunca olvidado y de glorioso fin. También había conocido el Arriero a la Duquesa Michia, y si bien se trataron bien mutuamente, bien comprendió el Arriero que ésta era una de ésas mujeres que con sólo olerle salían disparadas en la dirección contraria. ¿La mariconina?. Bien que le gustaba el Coñete … pero el Coñete era una nena. En fin, qué se le va a hacer. En cualquier caso, aunque la necesitase como aliada, la india aquella le daba bascas. Y era a lo mejor esa certeza leída por ella en lo más profundo de las pupilas del Arriero, que a lo mejor no era del todo de cuero, el móvil del rechazo hacia él por su parte. Pero daba igual, con grandes sombrerazos, el Teniente Fernández, Conde- Duque de Fernández, Embajador plenipotenciario del Rey de las Españas Felipe IV ante el Rey de Toda la Breña, se despidió, dejando a su Coñete en buenas manos- y a ver si se lo iban a mejorar …-, de la Duquesa Michia de la Breña y Monumental Bagre, y de la Princesa Angélica de Cathay, usufructuaria, encamisonadito serrano. Y por sus jornadas salióse de Tiquis y luego del país de los Tiquismiquis, y luego se fue por aquella siniestra Breña hasta las estribaciones de los Andes, donde, al ver otra vez cóndores, respiró. El chaval sintió que era ya otra vez en Cagarrutia; el Arriero sintió que era de vuelta en España. Eran todavía muy lejos de los pasos del País Cagarrúa, primero decenas de kilómetros de soledades secas y frías, rotas por dos grandes desfiladeros, y luego la gran garganta hasta dar con Las Minas a mano derecha, y de ahí la carretera de las Minas en su primer modestísimo tramo, pero el más importante, carretera que sólo terminaba unos 900 kilómetros casi en línea recta más allá- gesto de señalar con la mano poniéndola vertical-, en el mar, Puerto Chapuza, previa la fortísima Subidita al Altiplano, que hacia allá era bajada. Pero eran cerca de dónde, a la vista ya de la Breña fuerte, y viniendo del otro lado, del Perú, que ya llevaban más de 200 kilómetros de rodeo- de todo el Macizo de los Cagarrúas- enterraron una de las dos partidas del oro, que habían viajado en seis grandes piezas de tasajo de llama, consumidas durante el viaje. Y otra partecita para gastos que había derramado con generosidad en su estancia en Tiquis. Y el orillo de bolsillo que había dado a sus muchachos. De ello, la Angélica se quedaba con el resto o remanente de su bolsa. Confiando ya en el Tadu, fue con él al lugar donde escondió el primer depósito, que el paradero del segundo se lo calló. Y sacaron dos grandes bolsones, que cada uno lo tenían que sujetar cada uno con los dos brazos. Antes- una semana antes- habían dado un enorme rodeo hasta descartar que les fuesen siguiendo soldados Borregos por robarles y matarles. Tomó sólo uno de los bolsones, y el otro lo canbió de escondite sin mostrarle al Tadu dónde lo metía. Y tras darle algo de orillo-que para el Tadu era una fortuna-, le envió al País Cagarrúa con un mensaje verbal para el Don Ramón, que era así y asá y que estaría en tal sitio, en Cochimba, a tales fechas, y si no él, un hombre suyo, y para identificarse había que decir tal y cual, y hacer esto y lo otro. Y como el Tadu era bastante perito, lo pilló todo. Y se asombró una miaja. Porque el Arriero pedía al Don Ramón que le hiciese llegar como fuese hasta Las Minas veinte arcabuces y munición. Que la tropa la ponía él. Pues sabía demasiado arriesgado pedirle tropa a Don Ramón, en varios sentidos, y que atravesar desde campo de castillas a Cochimba y luego de Cochimba a Las Minas veinte arcabuces y munición era ya hazaña más que sobresaliente, si el Altiplano era alzado. Y hacía cuenta con oro y armas de reclutar a veinte desesperados  de los que debían quedar en Las Minas y llevárselos como mercenarios de vuelta a Tiquis. Bien podía ser que pasasen muchas novedades, y por saberlas al menos, le dijo al Tadu que recogiese lengua de vista, de melón y de lengua misma, y que sobre todo no le fallase y le volviese. Que era gran negocio y el orillo que llevaba, mucho porque le apreciaba, no sería suficiente para vivir toda una vida. Que se lo gastase en putas, en putos, en aguardiente o en dárselo a sus familiares si los encontraba en Cochambrecanchas a alguno vivo, pero que no se le ocurriese gastárselo en una niña de diez años y casarse, pues si hacía eso era ruina del negocio. No le amenazó con  buscarle y matarle, porque no tenía ni la más mínima intención de hacerlo, pero hizo cuanto pudo por persuadir al muchacho de seguir adelante y que no se le rajase al verse en su país. Pero el Tadu le aseguró que mucho lo amaba, estimaba y respetaba, y que él era también hombre de grandes negocios y que prefería seguir con el Arriero, “que les llevaría a la cima”, y el Arriero se sonrió. Y se despidieron abrazándose y besándose, pero el Arriero no quiso darle un beso en los labios porque el muchacho no pensase en alejarse que se había librado de sus babas; pero fue el muchacho el que tiernamente pero con respeto como a su padre, jefe y señor y maestro, y acaso rey, le besó en los labios al Arriero en despedirse. Y el Arriero se emocionó un poquitín.

Y así el muchacho se alejó en su mulica y unas llamas hacia los pasos, y el Arriero se quedó fumándose su cigarro con otra mulica y otras llamas, y el bolsón de dinero en las alforjas. Si no tenía noticia del muchacho en veinte días, tiraba una moneda, y si salía cara iba él a Cochimba a ver a Don Ramón, y si salía cruz, se volvía a Tiquis a seguir el negocio “ a cuerpo”, con maneras diferentes a las de Sebastián Guadañángel. Pero en todo caso serían propias del Arriero Túpac, que ya lo vamos conociendo un poquito, creo yo.

Aunque por sumas, es interesante detenerse en algunas particularidades del viaje del Tadu. El muchacho tiró por los pasos. Con diecisiete años cumplidos- el Coñete era de dieciséis y algo-, el Tadu era ya de la envergadura de muchos hombres serranos de ésos lares, donde sea por mala alimentación, gasto de trabajos destrozantes y miseria endémica, no eran los varones adultos muy cumplidos y sí más bien la mayor parte infradesarrollados, lo que se multiplicaba en las minas, donde cara de viejo de setenta se veía sobre cuerpecillo de niño de once años, y se veían espaldas dobladas, jorobas, enanos, muchas orejas cortadas y sino feas y malas cicatrices de peleas, duelos, asaltos y castigos y palizas. Muy distintos eran los Cagarrúas de los ayllus de los valles del otro lado de Cochimba, de donde eran los Cagúas Mitas que hemos conocido. Nuestro Tadu era de Cochambrecanchas. Uno de sus hermanos, subnormal, había sido pupilo de los frailes, y no sobrevivió a los asaltos de las turbas, la guerra, el frío y todo lo demás; y a Don Manuel Alcañar “el Escampar”. Una de sus hermanas que les hacía de madre- su mamá era muerta- era de las mujercitas con falda de alcachofa que imploraron a la Amazona, a la Pelirroja, a la jefa de las monjas que veían durante el sitio guarnecida como un soldado, que les permitiese recoger a sus heridos y agonizantes, o si no a sus muertos, de la Plaza de Armas, tras el fuerte asalto, y la monja churrigueresca les hizo tirar a través de la reja agua hirviendo. No les dio de lleno, pero alguna se abrasó, y una se quedó ciega. No sabía que hubiese sobrevivido nadie más de su familia, pues que casi todos fueron abrasados por el incendio que hizo el Don Escampar. Y ésta hermana, medio quemada en un brazo, pues que no cesaba la fusilería, fuése entre el fuego a recoger a su hombre, a lo único que había en el mundo, herido en la plaza e inconsciente bajo su pavés pintado de los colores del Jiri-¿o del Amaru?-y al ir a acercarse la mataron y allí quedó en la Plaza de Armas, que no la recogieron sino cuando ya era otra vez embarazada de su propio gas, le salía la lengua de los hinchados labios, y era verdosa y azul y llena de moscas.

En cualquier caso, nuestro Tadu tal y como ya era, no temía a ningún varón indígena de ésas partidas, uno por uno; y además iba armado: su cuchillo, que desde los trece nunca se separó de él, una tizona que ahora sabía utilizar más que bien, y dos pistolas cargadas. Iba con él además, por no declararse por el armamento empleado, su honda. El armamento castilla habría de esconderlo a la entrada del país, o, si veía soldados antes, hasta tirarlo. Pero creía posible empeñarlo en el mercadillo o a aquel hombre tan simpático que era amigo del género humano o dejárselo en prenda, antes de tirar para Cochimba.

Vió las Minas. Eran el horror, las cien o mil Bocas de la Mamúa Charrúa; pero parecía flotar encima de ellas una extraña paz. Diversas gentes indigentes y desesperadas usaban las cuevas como viviendas, y por las laderas habían chacaras y barracas. No topó en Las Minas con ningún guardia. Sin embargo, en teoría, el Añanzú las daba por guardadas por 500 hombres. ¿Dónde serían?. Nadie le detuvo hasta cruzar todos los pasos y tomar la carretera, ni más adelante. Ya había hablado con un par de paisanos y compartido cigarros y un poquitín de coca. Siempre con ojo que no le robasen. Y muy cuidadosamente, sin comprometerse, procuraba haber lengua de todo. Y se enteró del cambio de régimen. Era increíble. Primero, resistirles a los castillas un año,segundo que muriese el Cagúa Mita, y la sucesión del Matu y que le ahorcasen, y que el David Cagúa Mita asesinase al Amaru, y que se alzase el Añanzú, a quien el Tadu apenas había oído mencionar, pese a lo famoso que era. Si hubiera sido el Jiri … a ése sí que lo admiraba. Y el Añanzú no era Cagúa Mita sino Fir Uyr …Bueno. Y que en el país Cojón lo del Rey de Israel … Alucinó. Pero sintió un escalofrío al saber que La Caballada había tomado Tupinamba ese verano, y que era finida la guerra al norte. Su país era perdido … Pero él, ¿no era aquí para darle el golpe de gracia, de mano de aquellos indios breñas?… Y el chaval se quedó muy pensativo.


Y visitó Cochambrecanchas, y vió todo cambiado. Eran barraquetas donde estuviese aquel baluarte decisivo; y las Churriguerescas y la Fuerza eran “zona prohibida”, decían que fabricaban pólvora. Y en lo alto la que le señalaron como bandera del Añanzú. A partir de ya antes, pero aquí sobre todo, se sentía un intenso frío, y muchos días en el suelo era aguanieve. Al pasar él, eran los mástiles y cruces del camino de las Minas, donde habían sido los cuerpos de los castillas, mutilados, hechos cuartos o enteros, pero desnudos casi todos, y la Pelirroja que quemó a su hermana, eran ahora , incomprensiblemente, “infinitos” cuerpos de orejones, los más altos señores del país. No lo entendía. Este Añanzú, ¿qué hacía?. Y tomaba nota de todo para decírselo al Arriero. No sabía si volvería con él o si tomaría un pavés en defensa de su tierra, pero por si acaso tomaba nota de todo. Y pasó por las tolderías infectas ante Cochambrecanchas, y paró por la casa del hombre simpático amigo de todos los hombres, el filántropo. Y le empeñó las pistolas y la tizona. Luego tomó su camino a Cochimba, a verse con el Don Ramón, y pasó por delante de Cajacuadrada. Y vió tropas, nieve, frío, cañones, destapados y tapados. Muchos campamentos de barracas, hogueras para calentarse, cielos grises de plomo, un país en invierno, su país. Y las cosas que decía la gente. Se esperaba un asalto de los castillas. Por el norte, no. Por la Subida. Y que Carmacuncha era sitiada por el Sargento General que había cien cañones. Y así fuése a la posada  de Cochimba donde le habían dicho, hizo lo que debía de hacer, y se encontró con Don Ramón, el jefe del Arriero. Era este hombre, pues, como un rey. Y si en la sala común fue muy humilde y muy andino y titi-tití, en privado y a puerta cerrada cambió. Tenía patillas y el cabello revuelto y demasiado rizado para ser un indio. Su cutis era oliváceo. Y tenía puntos de barba. Era grueso, bajo, de facciones como de perro, y brutal. La sangre castilla se le transparentaba en el calor con que hablaba, la energía y lo grandes de sus manos. Y fumaba como el Arriero. Y le hizo contar todo de pe a pa, que le escuchó seis horas. Y no tomaba notas sino ocasionalmente en un trozo de papel sucio. Y más tarde, le dio instrucciones precisas, y, cerrando y atrancando la puerta, quemó aquel papel sucio después de leerlo y aventó las cenizas. Y sacó otro papel sucio, y una faltriquera. Y sacó un tintero y pluma. Y escribió varias líneas de cosas que ni intentó leer el Tadu, que sabía cuatro letras; pero no era castilla, aquello. Y acabado de escribir, el Don Ramón lo dejó encima de la mesa y esperó, y la tinta se fue volviendo primero violeta, luego rosada, y luego desapareció. Lo agitó en el aire un poco el Don Ramón, lo miró de un lado y de otro y le dio el papel sucio, diciéndole que lo arrugase y se lo metiese en la ingle entre los cojones y el muslo, en todo caso dentro de los calzoncillos.Luego le dijo que ya se podían ir, salieron, donde al Don Ramón se le transfiguró toda la expresión y se puso su gorro andino, y dijo a diversos grupos de gentes, todas Cagarrúas, cosas que hacían al caso y que a todos hicieron reír, y le acompañó amablemente a la puerta, pero no le acompañó fuera.

Y el Tadu, que ya se había decidido, se volvió con el Arriero. Recuperó sus armas, tomó todo lo suyo y, sin pasar por la taberna de al lado del hombre filántropo de rostro tan simpático que ya era máscara, por sus jornadas se volvió donde el Arriero. Éste le esperaba aún. Y aquí abajo no hacía frío. Tomó el papel, y sacó una faltriquera. Con una navaja cortó una fruta y echó por encima del papel su zumo y lo extendió. Y luego echó unos polvos de una bolsita de su faltriquera. Y leyó y puso mala cara. “Me dice que no”. Que no habían arcabuces. Y el Arriero tomó nota; tomó mucha nota.

“Imposible arcabuces (…) Adelante igual (…)Este invierno sin falta antes de abril o nunca (…) Si lo tienes da mensaje en igual sitio cuando tengas algo. No me defraudes”.

Esas eran las palabras- cifradas- que aún se leían mientras el papel se consumía por el fuego. Luego fue ceniza, y el Arriero lo aventó. Y, con el oro para la matrícula de los Indios Borregos, se volvieron el Arriero y el Tadu hacia Tiquis, mientras el Tadu comunicaba al Arriero todas las novedades que había visto, mientras adentro suyo sentía una extraña agitación y un extraño pesar por no quedarse en el Altiplano a vivir la suerte de su Pueblo. Era raro, pero no pensaba en el Arriero Túpac como un castilla, como un enemigo. Pero al tratar con Don Ramón, sí que no le cupo duda de ser ante el enemigo. ¿Qué era lo que le pasaba?. En fin, era un muchacho. La vuelta fue más triste que la ida. Menos cosas parecían posibles.

No le daba los arcabuces pero le metía prisas. Comprendía que no sólo la mala fe guiaba el proceder de Don Ramón; es que realmente pasar las armas de fuego debía ser imposible. Pero esa decepción desencadenaba todas las demás. Si bien bajo las rocas de las estribaciones, en el campo, el Arriero se había sentido libre, y casi ya Rey de la Breña, de otro lado la sóla vista de la nota de Don Ramón le había hecho recuperar su situación real de esbirro. Veía al Tadu capitidisminuído y acaso sospechaba qué podía sentir el niño. Pero la lengua que le traía era en algunos aspectos sensacional, y sobre ella fue barruntando y trenzando, los primeros días de viaje otra vez hacia el país de los Indios Borregos. La rebelión en el Altiplano había tenido gran éxito; ya lo sabía, pero luego luchas por el poder y un sustancial cambio de política y ésa especie de dictadura del Añanzú, un artificiero …Veía concomitancias en el Añanzú y él mismo. Y más hubiera visto si hubiese conocido que el Añanzú era acastillado, si bien en un porcentaje mucho menor que él, que lo era casi enteramente, y esa integridad, manchada. En el Añanzú la integridad mancillada era la Arrúa. Y aunque esto el Arriero no lo podía saber, salvo que el Añanzú, hombre bajito y esmirtiado, era más alto que el Arriero un poquín, hasta se hubiese hallado cierto parecido físico. Y el Arriero tuvo un leve, muy leve, pero definido, ramalazo a la total traición. ¿Y si se encontrase con el Añanzú, una vez conseguido el mando de los Borregos, y le plantease una alianza, en lugar de ir contra él?. Y al pensar esto fue como si viera en su cabeza, observándole con ojos fijos, al Don Ramón. ¿Era por eso que no le mandaba los arcabuces?. No, no podía ser eso. Él sabía que en nadie de sus arrieros confiaba Don Ramón más que en él, que a nadie más hubiese confiado ésa comisión tan ardua y que parecía imposible … pero tan por encima de todo lo que él había hecho antes, que incluso él, el Arriero, lo había considerado negocio fundamental, supremo y definitivo, y había tratado de reclutar personal “para toda la vida” …Él no le había pedido a Don ramón gente, y en teoría esto era bueno, pues que Don Ramón ya le dijo que no se la podría nunca dar; pero si se la hubiese pedido, y para lo que pretendía a lo mejor bastaban, sí le hubiese podido enviar a diez o veinte de sus hombres del Altiplano, al menos con armamento del Altiplano y quién sabe si con alguna pistola …bien escondida, no sé … No le enviaba nada. Y él, en cuanto gente, se alegraba. Pues que otros arrieros aquí suponían que el negocio pasase casi a control directo de Don Ramón, y mientras tanto él era en cierto modo libre aquí. Y por eso no se los había pedido, pensando en buscarse él los mercenarios en Las Minas, que no tuviesen nada que ver con Don Ramón. ¿Y si no volviera jamás a la Colonia y se quedase para siempre en la Breña?. Pero se estremeció. Era demasiado lo que necesitaba ser reconocido como español, como gente de Clase A en el universo. Irse a la Breña, ¿no era esconderse en los barrios bajos, como ya tantas veces hiciera?. ¿Qué pretendía con esta hazaña?.¿Y qué podía lograr?. Si él tenía éxito y ejercía poder de alguna clase sobre los indios, ¿no sería por encima de Don Ramón?. Y tuvo de nuevo la sensación de que Don Ramón le miraba en ese momento, como si fuese en comunicación con él.¿Qué le conocía a él el Don Ramón más que si le hubiese parido?. ¿Qué era él para el Don Ramón una pieza, un peón, como para él el Tadu?. Y su gesto se hizo amargo. De otro lado, era muy agradable aunque fuese comedia ser Conde- Duque y Embajador con plenos poderes del Rey de España. Pero recondujo su pensamiento. ¿Dónde se bifurcó?. Ah, el Añanzú. Seguro que el pueblo del Altiplano le tenía gran miedo, por la lengua del Tadu y lo que colegía. ¿Cuál era la situación militar?. Eliminada la alzada en Tupinamba y vagos rumores acerca de los Guadañángeles y los Rocafuertes; bien, eso ni lo podía comprobar, ni aclarar, ni ocuparse de ello por supuesto.¿Muerto el Don Tupi Mongollón, Rey de Israel, pero rumores de que había huído a la Breña?. Ya se vería. ¿Los Jiborianos?. Eso era interesante saberlo, ésos le harían falta, acaso les hubiese podido comprar de mercenarios y ya está. Pero eran devotos del “Rey de Israel”, aunque algunos se habían quedado con el Guadañángel, rey de los Quilates. Bueno, bueno, bueno. El caso es que la situación militar, como escuetamente se la comentaba el Don Ramón era: Todo el frente en Carmacuncha y la Subida. Todo paralizado por el invierno. URGÍA romper la situación de estancamiento y la consolidación del régimen del Añanzú. Nada de ataques castillas por ningún otro punto. Cuatro gotas sobre la campaña del año anterior, que él se perdió. Y un dato que parecía no importante pero que el Arriero adivinó era el quid de la cuestión: rivalidad entre el Sargento General y Rocafuertes. Y aquí unió esto nuevo a lo que ya sabía y había pensado y había podido observar día a día mientras vivió en Santa Fe de Verdes antes de salir a esta comisión. Y actualizaba su composición de lugar de la Colonia, llena de filias y fobias suyas, claro, como todo hijo de vecino. Él era peón de Don Ramón y Don Ramón peón del Sargento General, y la urgencia de derrotar al Añanzú era más política, contra el partido rocafuertista, que estrictamente militar; si bien veía que no podían quedarse cerradas las Minas y que los comerciantes y transportistas estarían desesperados. No sabía desde luego el Arriero todos los detalles, en estos hechos, que nosotros sabemos. Pero él sabía muchas otras cosas que aquí en esta relación por fuerza no han podido mencionarse, y que eran toda una vida haciéndose sucesivas composiciones de lugar sobre la “situación” de Santa Fe de Verdes, y las inherentes apuestas sobre “quién ganará”, previa identificación de partidos, no menos existentes entonces en el siglo XVII que hoy, pero que no iban a siglas, bandera y eslógan desplegados. Sabía que el Don Ramón había ascendido a caballero y era Oficial del Rey como siempre quiso ser, pero todavía eso no había pasado del campamento militar del Cabestro a la Sociedad. Era por tanto provisional, y se condicionaba a que, primero, durase el Sargento General, y segundo, reafirmase su alianza con Don Ramón y no le diese de lado cuando no le necesitase. ¿Y qué quería él sino lo mismo que Don Ramón?. ¿Habría migajas para él, o le tirarían bajo la mesa al terminar la faena, como una herramienta ya usada, desgastada y, como se decía, “un hombre quemado”?. Era mucho lo que él podía hacer por España atacando al Añanzú por la espalda. Y luego, si no le daban su premio, podía quedarse, o más o menos, en la Breña, y montárselo de cazador de esclavos, como en realidad lo hizo Guadañángel. ¿Y el oro, y las Minas del Rey Salomón?. Una sola cosa era muy cierta: la embajada no podía durar eternamente, aun cuando con mucho morro podía apalancarse durante años con los Borregos, pero éstos sólo le respetarían mientras tuviese oro y representase al rey de Castilla. Esos no aceptaban extranjeros, y era sueño, si no fuese pesadilla, se sonrió, verse rizado y haciendo gestos de gelipollas con los privilegiados bajo el Árbol y alrededor de él. ¿Como mercenario?. Como especialista en algunas técnicas podría ser un futuro para él apegarse al Primer Trabajador de los Borregos, o sea su jefe militar, y si llegase a reclutar a una mesnada, y la pudiese armar, podría en realidad ser un condottiero, ofreciendo sus servicios a las tribus, dominando unas, contratándose con otras, vendiendo a otras como esclavos. Pero era preciso para imponerse sobre éstos un carisma religioso. Aquí o se era rey sagrado o nada. Aunque ésa sacralizad se debiera a la magia de la técnica. Y trabajaba esta idea.  Sin embargo, una entrevista con el Añanzú, con el Fir Uyr, le parecía, de pronto, algo muy atractivo.Le apetecía más ver al Añanzú que a los Cuatro Consejeros, al Rey Árbol, a la Duquesa Michia o a su amante el Borrego. ¿Pero es que había algo que le interesase o le gustase de éstas gentes?. Y se tuvo que confesar que no. Que le caían muy gordos. Pero que los tirachinas eran  muy interesantes, y que en fin, su modo de ser un Imperio antes de asegurarse ni los rudimentos de lo que en otras partes ha sido tenido como básico para empezar a poblar, les prestaba un aspecto inquietante y escalofriante. Y hasta el Arriero se sentía fascinado por el exotismo, que ataca, o atacó mientras existió, que hoy ya no se sabe, al Hombre Blanco. Ese que hoy ya ha muerto y no tiene ya ningún pesado fardo ni carga que llevar, y al que por tanto se le indica suavemente que ceda su espacio y se cuestione para qué ha de vivir, mientras ocupan su lugar quienes no se lo cuestionan. ¿Se ha traspasado el fardo, y en la Historia al traspaso del fardo sucede la descomposición y la extinción?. Una cosa era clara, ni él se imaginaba a un mestizo, como no fuese disimulando que lo fuese, con entorchados de Capitán General. Ni él, ni el Don Ramón ni el Bagre …La Alimaña aparte; ésa era ser de otro planeta y acaso su mundo se extinguiría con él, que era la Edad Media. Y estos indios Borregos que se creían ya Dueños del Mundo, ¿no eran más que él, que era una pulga o chinche saltada de un inmenso vestido en descomposición, pero que, eso sí, cubría el Orbe?. (¿Desde la Urbe?). Si él los dejaba en paz, ¿cuánto durarían los Borregos?. ¿Hasta que se alzaran sus pueblos Sometidos?. ¿Hasta que los Motilones y los Jiborianos se federasen y acabasen con ellos?. Pero conocía que para el negocio del Reynado de la Breña le faltaba lengua, muchísima lengua, que no obtendría nunca de estos indios Borregos que si algo sabían, se lo callaban, o que a lo mejor ni les interesaba, porque al parecer ellos eran ya “El Reynado Definitivo que vieran los Tiempos”. Que así ya para siempre. Y aunque él no triunfase- se estremeció, pero el Don Ramón le dijo que el asunto era difícil, que no se inmolase inútilmente, que si fallaba él siemple le emplearía, que no todos los negocios pueden salir bien, y éste era cuestión de Estado, y que por eso le mandaba a él -; aunque si no triunfase, la alzada india del otro lado era condenada, y ¿cuánto tardaría en irrumpir sobre estos indios la Colonia, fuese con negociados como el suyo, fuese por el dominio de gentes como Don Ramón que extendiesen su arriería a la Breña, como era “su destino manifiesto”, o como bandas de cazadores de esclavos?. Y si triunfaba, ¿cuánto tardarían en aparecer tropas regulares a reducir el Territorio a algo semejante al resto de la Colonia?. Él se dio la respuesta: cincuenta años. Y no se equivocaba. Hasta puso él fechas: 1700, “el Siglo que viene”. Eran suyos, pues, cincuenta años de Reynado, si lo conquistaba. Y eso, para la Humanidad no es nada, pero para un solo hombre es un gran paso.

Y la segunda parte del viaje la pasó combinando sus cuadros de situación de la Corte de Tiquis. ¿Qué sabía ya, y qué aún no?. ¿Y qué sería del Coñete?. Bueno, eso aparte. Se lo habrá pasado bien. Era preciso antes de nada, y de ahí éste viaje, depositar el oro. Era la matrícula, el pago porque, en realidad, aceptasen sus credenciales. Y mientras él prometiese otros pagos, las negociaciones para el Tratado seguirían abiertas. Y era muy posible que adquiriera mayores privilegios, y que pudiera ver al generalísimo y darle un vistazo de contorno al país, y alternar también con otros de los Reyes- Árboles, 500 le habían dicho que habían por debajo del Rey de Reyes Árboles. Bueno. Vería a unos cuantos, si le dejaban. ¿Y los Pueblos Sometidos?. ¿Podría hablar con los cursacas …?. Esperaba que  su partido a lo mejor hubiese hecho progresos en la Corte. ¿O le habían olvidado ya?. Habían pasado casi 60 días, desde que saliera de Tiquis. Y era preciso averiguar la estructura institucional real, y la línea de poder real, de ése país. Claro que era trabajo de años de un buen Arriero, pero la situación urgía, y si era preciso, habría que tirar tabiques y chapucear. Aunque saliese una chapuza, él debía, acaudillándolo o no, presentar un Ejército de indios Borregos al inicio del Altiplano y darle un buen susto al Añanzú. Y si llegaba a Cochambrecanchas, era tal golpe al Añanzú, que lo mismo los suyos hasta le asesinaban y pedían la paz al Sargento General Cabestro y éste, por fin, vencía, que le hacía tanta falta. Y a Don Ramón … Y se seguía preguntando por aquella “unidad de pagos en oro”, que al parecer era lo único común en ése no-Estado, aparte del Ejército y el Rey- Árbol sin poder, y ése siniestro consejo de los Cuatro.

A pocas leguas de la Marca, se despojaron de sus vestiduras de viaje andinas, y se engalanaron de nuevo de caballeros españoles. Volvían a ser Don Fernández y Don Tadeo su criado. De un Embajador y Conde-Duque, nada menos. Como si dijéramos su ministro. Su Miquelet Corella. Bueno, sin exagerar.

Un ángel, o un angelito,velaba por el Arriero. ¿El Coñete?.Úf, el Coñete … De eso ya hablaremos. Pero no, era un ángel travieso- bueno, sí, como el Coñete-, pero un ángel que era más bien un geniecillo, un Kriegspiel.Los guardias eran somríos; le conocieron y le condujeron respetuosamente, pero eran taciturnos. En los días que duró el viaje, dos, hasta Tiquis, logró sacarles algo de lengua. Eran en guerra los Tiquismiquis. ¿Con quién?, les preguntaba el Arriero. Él pensaba en una sublevación de los Pueblos Sometidos. Eran en guerra con los Motilones. ¿Los Motilones?. Le faltaba lengua sobre ellos, excepto lo que decían la “Relación” de Guadañángel y otros papeles viejos, y lo que se decía por la Colonia. Eran como los Jiborianos, pero más sensatos. No se aserraban los dientes, eran cazadores y recolectores pero poseían modesta agricultura, por partidas y en pezetas, que unas tribus suyas se apoyaban en otras; tenían gallinas, perros y algunos, cabras; se tenían por cazadores pero comerciaban , y eran muy interesados y espabilados. No despreciaban el oro. Su guerra era semejante a la de los Jiborianos y a todos estos pueblos de la Breña. Y eran departidos en 40 tribus independientes-Naciones Morilonas-algunas de las cuales compartían la lengua y otras no. Llevaban el pelo cortado en seta como los frailes y castraban a sus prisioneros, por trofeo, por humillación y por engorde para comérselos. Hasta aquí. Eran además, pero esto no lo sabía el Arriero, miembros de aquella federación religiosa del cerro y el Lago, como otros doce grandes Pueblos, cada uno departido internamente. Y otra relación los departía en cuatro grandes grupos, cuya repartición en sí era orientadora: Motilones Vestidos, Motilones de Montaña, Motilones Desnudos, Motilones de la Selva Profunda. De los primeros eran dos tribus, que llevaban camisones pardos; de los otros eran 15 tribus, 20b tribus y 5 tribus, respectivamente. El número de gentes de esas tribus oscilaba entre 2000 la más pequeña y 5000 la más grande, siendo pezetas de gente bastante equilibradas. El siglo siguiente sólo quedaban las 5 tribus de Motilones de la Selva Profunda, que de otro lado se hubiesen podido hacer pertenecer a los Motilones Desnudos, como de hecho lo eran todos los que no quedaban bajo la denominación de Motilones Vestidos. Pero que eran departidos sí lo sabía el Arriero, como lo eran los Jiborianos en otras 50 tribus; y aquí los Tiquismiquis le habían hablado de hasta 500 aldeas independientes cada una con su Rey Árbol … aparte los Pueblos Sometidos, que de eso había que tratar despacio y por extenso. Es por eso que al capitán, indio desnudo de luenga cabellera y ataduras en brazos y pantorrillas y largo machete, o sea plebeyísimo Indio Borrego, le preguntó el Arriero, mientras compartía con ellos sus patatas del Altiplano, que hallaban exquisitas: ¿En guerra con todos los Motilones?. Y el capitán le contestó que con la nación Xingura y su aliada la nación Bujura. Y así, aunque el asunto era grave, pues que tan preocupados los veía, el arriero pensase que no tendría enfrente un ejército de más de 5000 hombres,y creyó que era una oportunidad de adquirir prestigio político y jerarquía militar por la vía más rápida: por la demostración práctica. Ya se vería. A ver, a ver …

Y con estas llegase a Tiquis, que, pese a la nota de haber guerra, le pareció exactamente igual. Cuatro o cinco rizados desnudos con su faldita rizada hacían el furro y el gelipollas en torno al Árbol, el Pueblo, sobre todo mujeres, acarreaban materiales para la construcción de una de esas piramiditas-¿no?, dos, tres, cuatro …vaya, esto era nuevo-, y en fin todo parecía normal en el círculo principal de Tiquis.

Pero ni era normal, ni era igual. Su huésped le recibió con muestras de desmesurada adoración, y aquí era todo igual. Majestuosamente, le devolvió sus insignias y la bandera de la Cruz de Borgoña. Y el embajador las recibió con igual solemnidad. Si por éste fuera, aquí España ya había un rey indio aliado … Visitó a Doña Michia, y la halló igual, golosa y que le miraba con invencible sentimiento de asco hacia él. Bueno, qué se va a hacer. El Coñete era bueno, o buena, pero le miraba con una mirada de pánico y de socorro. Esto le inquietó. Y se apresuró a recoger; no en ésa visita, en la siguiente, a la Princesa Doña Angélica de Cathay, que le fue devuelta con todo su ajuar, y al parecer en perfectas condiciones. Por ella y por el Borrego supo que la Michia se había convertido en capitana del partido pro- castellano de Tiquis. Su marido, Don Achuro Achuraé, que sólo hacía cuanto ella decía, y sus seis hijos, todos capitanes esforzados y rizados,prácticamente ponían a su disposición su ayllu, que era de 2000 personas, si bien no todas en la Capital, que aquí tenían sólo unas 500, que ya eran muchas. Y por Don Borrego contaba con su linaje desde luego, pero también con su ayllu, más modesto, que serían unas 800 personas, en la Capital sólo unas 25. Eran al parecer nobles de provincias; pero los Pahó Pahé, o sea los de la Michia y su marido carnudo mil veces, eran gran Casa nobiliaria del país, al parecer, capitanes de muchas brigadas de caucheros plebeyos y grandes privados del Rey-Árbol. ¿Y también del actual?, se preguntaba el Arriero-Embajador.

A éste le vio a poco, era obligado. E indirectamente le sonsacó, pero con escasos resultados. Era evidente que no decidía niente. Y la guerra era una ligera sombra en su reinado solar, o vegetal, que da igual. Era feliz el muchacho, suponía que con veinte años le quedaban al menos 30 antes de seguir al Vinsenpráis; era muy enamorado de una bella india rizada y tenía infinitas amantes rizadas y sin rizar, y con veinte años tenía ya cinco hijos; había empezado pronto; y esta guerra era un episodio bajo y menor del que se ocuparían otros. Ya sábía quiénes el Arriero.

Antes de verlos a los cuatro, agasajó al puerta de granero, al que llamaremos Don Puerta de Granero por no enfangarnos en nombres bárbaros, y hubo un intercambio de visitas y cenas privadas, que estos indios las practicaban, acaso por escasez, y las patatas del Altiplano del Arriero le hicieron chuparse los dedos. La carne de macaco era en su punto, y aquí le ayudó la bagre, la cocinera de su huésped el Borrego, y todo ello en fin ayudó a una mayor intimidad. Pero pronto, aquí y al siguiente paso, comprendió el Arriero que se equivocaba de aliado. Este imbécil quería crear una comisión de estudio de la guerra antes de hacer nada, y si los Motilones tomaban algunos pueblos, ya se recuperarían, pero “había que hacer las cosas bien”, y “estar en la Ley”, y ser “sobretodo tiquismiquis”, y se enfangaba, él sí, en no sé qué cuestiones de procedimiento de un Gran Consejo que no se convocaba jamás pero que, en teoría, ante una situación tan grave, había que convocar, a su juicio. No se había convocado hacía sesenta años y le llamaba Estados Generales. El Arriero tuvo en ese momento una especie de iluminación, de la clase de las que frecuentemente, en materia política, asaltaban al Sargento General. España era rota, Portugal perdido, Cataluña separada, en el Imperio los suecos y daneses y su puta madre y toda la patulea, y roto también el Imperio; y Francia, católica, traicionando la causa católica y en fin departiendo el campo católico en Austrias y Borbones, de donde la rota del catolicismo frente a los protestantes y, en fin, el mundo modernop que conocemos; pero eso no lo podía saber el Arriero, aunque ya se empezaban a ver los primeros resultados. Y ésa iluminación se parecía a la de Don Jeliberto Echevarría al visualizar a su enemigo por sus actos, allá en el Presidio, en temrana partida y pezeta de esta relación. La rota de España señalaba a una zona negra, como el ojo tiene un punto ciego. Y ese punto ciego era un Puerta de Granero en el Consejo de Castilla. O mejor, uno en el Consejo de Castilla, otro en el Consejo de Aragón, otro en el Consejo de Italia … otro en el Consejo de Indias. Y esa iluminación tenía una segunda fase, encadenada: en Francia el Cardenal había detectado a ese Puerta de Granero y lo había escabechado como primera providencia,y luego por eso vencía el Cardenal y por eso perdía el Conde- Duque. “Tipos como tú, Puerta de Granero”, pensaba el Arriero, “hunden las Naciones”. Y el arriero barruntaba presentarse de Salvador de la Nación Tiquismiquis …

Después de escuchar las monsergas institucionales del Puerta de Granero, que quería que las decisiones militares del generalísimo se sujetasen a ése Gran Consejo, formado por los cuatro consejeros de todos y cada uno de los 500 Reyes-Árboles, juntados en Cabildo, ¡nada menos, nene¡, y “tomar una decisión consensuada y colegiada”, el Arriero sintió náuseas. Pero se rehízo, ya s´´olo y lejos de la infecta atmósfera que rodeaba al repúblico aquél. Era más que obvio por qué un tal Cabildo no se había juntado en sesenta años. Y ¿sería acaso ambición lejana de éste repúblico ésa convocatoria, para, de hecho, cambiar la constitución política de los Tiquismiquis?. Acaso a ése cambista le venía bien la guerra motilona, y hasta fuertes rotas de su país, por cambiar el régimen político. Cada vez lo veía más claro. Éste le había apoyado a él, siempre por alargar el debate, como un cambio que se introducía, con su Tratado, en el orden político de los Tiquismiquis; y ante la guerra motilona reaccionaba igual: éste quería, se diera cuenta o no,la rota de su patria. Era bien cierto que el régimen tiquismiqui era vomitivo,pero éste no quería cambiar lo peor, sino exacerbarlo y legitimarlo, además, con hipocresía sobre el absurdo, el capricho, el churriguerismo, el peso de la Historia y de la circunstancia, y en fin el despotismo brutal. Por tanto, decidió el Arriero que, si podía, cambiaba de bando.

Y pudo. Pues que en el Consejo, al recibirle, bien vió él que el Don Puerta de Granero era “dialogante”- “hablemos, hablemos, de todo se puede hablar”-, los dos clónicos eran cerúleos y plúmbeos, y mostraban absoluta incapacidad en todo, y ante un problema de verdad eran nulos, pero su interés por el oro no decrecía. Y el restante, el Tapuchac Cafrún, el cerreño y ferreño, era realmente preocupado. Y le salió al Arriero con una pregunta muy reveladora: “Y si se firmaba un Tratado con España, ¿qué ayuda podía ésta proporcionarles que fuese de índole militar?. ¿Podría contar con tropas españolas contra los Motilones?”. El asunto era grave. Y para el Arriero, era prácticamente negocio concluído. Era difícil, sí, convencerles de que él fuese suficiente ayuda militar, pero ya se vería. Pero si él derrotaba a los Motilones, favor por favor, ellos deberían ir a la guerra contra los Cagarrúas … El Don Cafrún, así le llamaremos, asentía. Y musitó: “Los Motilones están quemando plantaciones de caucho” Era urgentísimo. Se firmaba el Tratado ya. ¡Bien¡. El Don Cafrún, de acuerdo, los clónicos de acuerdo con todo y al ver el oro acuerdo doble y clónico, ¿y habría más?. Y el Don Puerta de Granero su aliado. Era hecho. Y entonces va el Puerta de Granero y dice: “Bien que esto no se puede firmar antes de convocar los Estados generales, y que sea por acuerdo de éste cuerpo institucional que se firme un Tratado de esta importancia; y de la guerra, lo mismo”. Y el Don Cafrún elevó la mirada al cielo y se mordió el labio inferior, viéndosele todos los dientes del labio superior.”Y que haya quorum, ¿eh?”, añadió, bien que utilizó su jerigonza para decirlo; que de hecho éstos diálogos no eran en tiquismiqui sino en breña, la “lengua diplomática” de la Breña.

Fueron lucidos los funerales del Don Puerta de Granero. Pero el Arriero no se quedó a ver todo el ritual, exacta y quisquillosamente ejecutado, eso sí,y con el “quorum” prescrito de deudos, ofrendas, número de rizos y todo lo demás. Un poco apartados, Don Cafrún le decía al Arriero: “En cuanto vuelva vuecencia, firmamos el Tratado”. Y el Arriero se marcó un farol. Sacó el Tratado y lo rompió. Y le dijo: “España no regatea migajas. Nos daremos la mano y será acuerdo de caballeros. La Gran Nación de los Tiquismiquis hará su Tratado según su gusto e intereses. España la ayudará de balde; porque los españoles somos así”. Y se dieron la mano como lo hacían los Tiquismiquis, que era como los antiguos romanos, tomándose por el antebrazo. Le pareció al Arriero que el Don Cafrún echó una ligerísima lágrima. Y el Arriero, de peto y vestimenta de guerra, armado hasta los dientes, en compañía del Tadu y de todos los hombres útiles del ayllu del Borrego, incluído él,y los del ayllu de la Michia, se encaminó con plenos poderes para entenderse con el Primer trabajador, el generalísimo militar. Un lengua del Consejo era su autorización viviente. No era todavía ser generalísimo, pero era ser un super asesor militar, que con sus fuerzas propias de los ayllus de su partido, podría a lo mejor imponerse al generalísimo militar. Y más si éste era roto o desesperado, como parecía. Que seguían ardiendo plantaciones de caucho; y cada vez que ardía una, las poblaciones y curacas de los Pueblos Sometidos eran más contentos. Y había prisa por todas las partes. Que era ya invierno en el Altiplano, y el año había girado del 1642 al 1643. “Antes de abril o nunca”. A ver, a ver…El generalísimo era a la sazón Mitrac Sifún,jefe del poderoso ayllu del Sifán,cuyos miembros eran llamados dacóis.

Pero antes de todo esto, hay que ver que no fue tan fácil todo. No fue difícil matar al Puerta de Granero; sólo hizo falta que, in situ, el Arriero sacase una pistola, la apoyase en su sien y le volase la cabeza, diciéndole: “¡Toma quorum¡”, que sirvió de paso de demostración práctica del poder de sus armas. Se dice que el Don Cafrún aplaudió. Sí que hubo otras dificultades, pues la Michia era hembra política y puso ciertas condiciones al Arriero por su ayuda, que afectaban a nuestro Coñete …

Pues que en saber que el Arriero era ascendido de Embajador extranjero, sin dejar de serlo, a Asesor Permanente Militar del Consejo del Reyno, bien que le agasajó, en saber que preparaba una hueste con gentes del ayllu del Don Borrego, y que le había pedido cortésmente hueste propia, dado que era ella tan española, que era la capitana del partido pro- castellano de Tiquis y hasta de Miquis. Y no es que le dijera ella “y una miquis”, pero puso ciertas condiciones y puntos sobre íes y sobre íquis que revelaban su psiquis. Con esto se reproduce un poco la melopeya del idioma de aquella sirena. Ella sabía, le djo al Arriero, que la Princesa era un muchacho, que era pues un encamisonado,y que por tanto Princesa no era por género y difícilmente Príncipe por estado. O sea, que era un comparsa prescindible o una prostituta propiedad del Arriero. Era perspicaz, pero el Arriero apreciaba al Coñete. Ella le dijo sin más y sin menos que era hembra caprichosa y que quería al Coñete, a la Princesa, para sí, suya, y que o se la daba o no sólo no le daba la ayuda sino que encabezaba el partido anti- castellano de Tiquis. Y el Arriero se estremeció. Pues la cabestra ésta era el cerebro de su marido, rizado borrego y cornudo imbécil  que carecía de él, y era jefe de poderosísimo ayllu, y pariente del nuevo Rey Árbol aún más estrecho que del anterior, Don Vinsenpráis nunca olvidado, pues que éste era sobrino suyo y aquél era su tío, sin que fuesen padre e hijo.(Y en fin, que de las costumbres de la elección del Rey Árbol el arriero todavía no sabía niente, ni le importaba, que quería mesnada militar ya y como fuese). No le pareció mal al Arriero, y sacrificó al Coñete. No lo pasaría mal.Y le dijo a la dama india galante y sensible que lo diese por hecho. Bien que ella le premió con un coqueteo a su modo que a ella le daba náuseas y a él le dio ganas de vomitar, pero quedaron políticamente amigos, y al Arriero le pareció que iba él bien encaminado y encumbrado, que ésta era dama principalísima. Con ésta y con el Don Cafrune, él ahí mojaba.

Pero en llegar a casa del Borrego, donde era la Embajada de España, y honrado aquél de tenerla, que ya le llamaban los suyos al Don Borrego “el embajador de Castilla”, y apodaban a su ayllu, como luego apodarían al de Doña Michia “los castellanos”, pues que el chavalín, el Coñete, no quería y en sus ojos se veía un miedo como a la muerte. Esto extrañó al Arriero y le pregunto que qué pasaba. Que a lo mejor era sólo una temporada- esto lo hablaron en arrúa, porque no les entendiesen los Borregos-, pues que él iba a hacerse con el poder en Tiquis a no mucho, que antes de abril serían de vuelta al Altiplano, y como capitanes. Y que si era por lo de ser nena, y dijo que no, que a él le gustaba ser una nena y ponerse vestidos y eso; ¿era entonces porque le quería de chaval, de hombre, y le daban asco las mujeres?. Dijo que un poco sí le daban, pero que no era eso, que la Michia le quería de Princesa “completamente”. Y no comprendió el Arriero.Y le explicó el muchacho que, aunque fuese extranjero y desde luego no fuese posible que le redujesen a “hombre- baya” en términos regulares, la Michia era muy poderosa y viciosa, y le quería hacer “hombre- baya” para ella, pues que ella había muy sonadas dispensas de sus obispos o hechiceros para hacer cuanto le viniese en gana, y el Arriero lo creyó. Y se pasó el dedo por encima del labio superior, y reflexionó. Era una canallada, sí, si el muchacho no quería, pero … Y le dijo que tendría que pasar por ello en bien del negocio, y que así sería más una nena. Y el Coñete mostró pánico y horror en los ojos. Era débil y hasta se avenía a eso, y el Arriero percibió que no habría lugar a llevarle apuntándole con la pistola, como era dispuesto ya y de todas a dárselo a la Michia para lo que se le antojase, y que el chavalín le obedecería aunque fuese llorando. Pero … añadía el chavalín. ¿Pero, qué?. “Es que me ha dicho que le gusto tanto que me comería, y …le gustan mis manos y mis dedos”. Y el Arriero se horrorizó y recordó de pronto que a los eunucos ésos se los comían, que eran caníbales. Y recordó los labios gruesos pero de pez de la Michia, y sus dientes puntiagudos, bien que de forma natural. Y el Coñete  se señaló con el dedo la entrepierna por encima del vestido, y dijo: “Es que se la quiere comer, pero con patatas”. El Arriero frunció las cejas y la frente y cerró los ojos. Se pasó la mano por la frente. Luego le dijo al Coñete: “Coge tus cosas. Te vas con la Michia. Ya verás como será profético tu apodo. Venga, que no se te comerá, te rescataré antes de un mes. Y de mientras, si te hace nena, ya te buscaré un marido. ¡Andando¡”. Y como era por el éxito del negocio, la Princesa de Cathay recogió sus cosas y se fue, de la mano que la llevó el Arriero, a casa de la Duquesa Michia, que, casi desnuda, la recibió con los brazos abiertos y grandes muestras de cariño, casi empalagoso.
Dio el Arriero una tanda de sombrerazos y se fue, entregando al Coñete a la Mamúa Charrúa. “Adiós”. Y era así que el Arriero consiguió, a cambio de, de entrada, la castración del Coñete, como mil indios Borregos armados con macanas y tirachinas cuyo aspecto espantaba. Era el ayllu de los Pahó Pahé en pleno de sus varones. E iban cantando: “Pahí Pahó, Pahé Pahé, Pijoé”, que era su grito de guerra. Aunque al Arriero le parecía ver ciertas concomitancias sonoras en ése extraño término. “Pijoé”. No era rechifla. Es que si hubiesen desfilado las mujeres del ayllu, hubiesen ido batiendo palmas y cantando: “Pahó Pahó, Pahé Pahé, Coñoé”. Eran sus costumbres de indios galantes y sensibles.

Por el camino a cal generalísimo, el Arriero pensaba que si el Coñete finalmente iba a parecerse a la Luisita, él tenía entonces visos de irse pareciendo a Sebastián de Guadañángel. Nada sabía de nuestro Alfredito el Alférez-Puta, perdón, el Alférez-Diva. Y de Nerón y Esporo no había oído hablar, no llegaba a tanto su instrucción, aunque aquellos frailes le enseñaron muchas cosas, bien pagando su padre, el noble español que nunca le reconoció pero le mantuvo de infante. Pero sí pensó en Agamenón e Ifigenia. Y espoleando su mula, dijo como una vez dijera Alejandro señalando a Asia: “¡ A Troya¡”. Todavía no gritaban sus huestes “¡Tupans, Tupans¡”. Pero sólo era cuestión de tiempo.

Encontró al Mitrac Sifún, jefe del ayllu del Sifán, también llamados en otras relaciones caballeros del Timún, pero puede ser evidente interpolación, y cuyos integrantes se llamaban dacóis, en Huancamachuica, población circular de éstas de los Indios Borregos. Era el hombre éste indio de bigote, pero lo llevaba afeitado. Era rizado pero llevaba tiara metálica, acaso latón, que era señal de jerarquía militar, y rodeada de plumas de color rojo y verde, ligeramente más cortas que las del Rey Árbol. En teoría éste era la segunda jerarquía del país, aunque sabía el Arriero que la primera era Don Cafrún, que era el único melón que brillaba en la contrada.  Le recibió mejor de lo que esperaba, pues que era hombre que ya no sabía qué hacer. A su alrededor, había capitanes hoscos y cariacontecidos, cejijuntos. Todos los jefes iban guarnecidos y rizados. Los arneses eran de cuero muy duro y grueso, y por encima, encolada, cota de malla. Distinguió en algunos arneses apliques de caucho, y una redecilla hecha de caucho y pintada con purpurina y que simulaba ser cota de mallas, y en otros casos cota española, pero en otros más la cota era extraña y moderna, y la supuso de fábrica de gringoítos, pero sí era verdad que algunas al menos, oxidadas, eran de Antepasados, como le dijo el Borrego en su momento. Era peligroso sólo rozarlas. Casi todos los jefes llevaban botas, que nosotros hallamos semejantes a las de los Asirios, pero la tropa era descalza, y la inmensa mayoría, desnuda o con taparrabos. Uno de los oficiales llevaba muestras de combate, y fue el primer indio rizado que le pareció serio. Era la cara llena de sangre, suya y de enemigos, y llevaba una mano entrapajada y la malla rota. Ese indio era de chichonera de caucho y cuero, que llevaba sacada y tomada exactamente igual que los castellanos sus morriones de acero, y las armas individuales de los oficiales eran cuchillos mercantiles de acero, castellanos, procedentes de la Colonia, y macanas durísimas y de aspecto terrorífico, y algunas mazas. Muchas macanas llevaban cabeza guarnecida de cota de mallas, como envueltas en ella las puntas, que parecían grandes cerillas- nos lo parece a nosotros-. No tuvieron reparo, tras oír al lengua, en mostrarle la situación. Y el Mitrac Sifún, en decirle algo el lengua al oído, que fue el final del Don Puerta de Granero, esbozó una anchísima sonrisa, y le abrazó y le besó al Arriero en carrillo y carrillo. Hasta los ojos del pobre hombre chispearon en saber que era muerto el Don Puerta de Granero y que no se convocaban los Estados Generales dichosos. Ahora creía que se podía ganar la guerra. Y el arriero le dijo que sí, que sí. Pero el Arriero necesitaba un mapa. En breña, hablaron a fondo. Como no usaban mapas, el Arriero trazó uno en el suelo con una vara, y los oficiales eran, como el generalísimo, alrededor. Y le detallaron toda la situación, dónde eran las plantaciones de caucho afectadas, dónde la Marca o Frontera, dónde los pueblos abrasados por los Motilones, que habían cometido la infamia y la irreligión de pegarles fuego a los Árboles Sagrados de cada pueblo, y de lo que habían hecho con los Reyes Árboles mejor no hablar, si bien uno de ellos se inmoló con su guardia, recordando las funciones de la monarquía en remotas épocas. ¿Cuál era la querella, cuál era el motivo de la guerra?, preguntí el Arriero. Y le contestaron que la pura maldad de los Motilones. ¿Y eran éstos todos los Motilones?.Y era que no, que eran dos tribus aliadas entre sí, la Xingura y la Bujura, y le señalaron, agrandando cada vez más el mapa en la arenilla del suelo rojiza y algo amazacotada de humedad, sdónde eran ésas naciones y dónde las otras de Motilones, y algunos interesantes accidentes geográficos, como un gran río, que era un afluente del Amazonas, y ciertos montes muy altos y que no eran los Andes, pero menos altos que los Andes a juicio de estos indios Borregos. Y quiso saber cuántas bajas eran propias, cuántos eran los ejércitos enemigos, cuántos esperaban ellos que pudiesen movilizar los enemigos, cuáles eran los medios de subsistencia de ésas tribus, y dónde eran sus poblados capitales y cuál su régimen político, por saber a quién había que matar. Así mismo lo dijo, en breña. Y abrieron mucho los ojos y dijeron: “Este lo quiere saber todo”. Y el Arriero muy serio dijo: “Sí”, y más serio todavía añadió: “Quiero vencer”, y luego sonrió, y todos sonrieron, y algunos rieron, con una risa que al Arriero le pareció histérica y caníbal. Pero se rehicieron, y todos parecían contagiados de una nueva energía. Y después quiso saber con qué tropa se disponía y dónde era la línea de frente; dónde eran ellos, los enemigos. Que quería verlos de cerca. Y le señalaron columnas de humo sobre la selva, más allá del despejado círculo. Y asintió con la cabeza. Pero todavía asistió a un desfile de las tropas del generalísimo. Ocho mil hombres. Con cotas, acaso mil. Con arcos y desnudos, unos 3000. Con tirachinas, 500, que éstos llevaban como camisones con refuerzos de caucho, y chichoneras. Casi todos descalzos. Los de cota eran macaneros aquí, en este regimiento, pero no habían paveses ni rodelas, y no había tiempo de hacerlos. Se conformó. De éstos de cota de aquí el generalísimo dijo con orgullo que eran de su ayllu y que eran dacóis. Eran indios calvos, por la chichonera que llevaban. Eran la infantería pesada. Le extrañó lo de las cabezas rapadas, pero no mucho. Y supo que el resto del Ejército era en sus otros puestos, distribuído. Le preguntó al Don Sifún de Sifán, que así le llamaremos, si había tomado medidas en relación a los Pueblos Sometidos, y le dijo que de momento no. Y el Arriero le dijo que se fuese, si quería hacerle caso, con 4000 hombres, a cada una de las capitales de los Pueblos Sometidos y tomase como rehenes a los curacas y a sus familiares. Y que si estallaba una rebelión, los degollase inmediatamente e hiciese grandes escarmientos. Y el generalísimo mucho le alabó la idea, pero que mandaría a un oficial suyo, y designó al entrepajado, “porque su sobrino ya había tenido suficiente guerra”, pero que sí que se iría con 4000. El Arriero dijo que él traía 1400 hombres buenos de los ayllus de Pahó Pahé y de Turi Turi, con sus capitanes naturales, e iban ahí el marido de la Michia, que diré Don Michio por abreviar,y el Borrego de jefe natural militar, que le diré como hasta aquí Don Borrego. Y que éstos le serían firme roca, y de los otros harían una vanguardia y dos alas. Y le preguntó por sus exploradores y ojeadores. Y el Don Sifún del Sifán o Mitrac Sifún, el Único o Primer Trabajador o generalísimo, le dijo que le veía perito al Arriero, y que haría lo que dijese, pero que él mandaría a sus tropas. Que el Capitán sería él, pero que le daba de maestre de campo la encomienda, o sea que fuese él el director de la batalla y la preparase. Y el Arriero pues que sí, claro.

El Arriero vio un poco evolucionar en orden cerrado a los guerreros y una simulación de ataque, que estos indios cuando simulaban y bailaban se lo tomaban en serio, y se hizo una idea de sus modos y mañas, y agradeció la demostración. Y entonces le dijo al Mitrac Sifún que era preciso que conociese su sistema de señales y mando, y si tenían contraseñas, maniobras ensayadas y cómo las transmitían, si por tambores o qué. Y le señalaron a indios con nácares. Y le pareció bien. Y que le diesen uno perito y sabedor de todo el código a élm, por su corneta. Y que sí. Y después miró por dónde eran los Motilones, y aunque quería verlos de cerca, no quiso más dilatarse, en el buen sentido, y trazó en el gran mapa de arena una línea larga, cada vez más larga, en flecha a la capital de los indios Xinguras, que los ujuras eran más a trasmano,pero le escupió al punto en la arena que la señalaba, la de aquellos, y a todos les pareció que el Embajador de Castilla era lleno de ardimiento. Pero veían imposible aquella maniobra. “Pero si ellos atacan aquí”. Y un oficial insistía en que “el frente está aquí”, y miraba con desaprobación al Arriero, como si éste no se hubiese enterado de que los Motilones les estaban abrasando el país. Y éste se encogió de hombros. “Ellos dejarán de abrasar vuestro país cuando les abrasen el suyo; porque vamos a degollarles a sus mujeres y a sus padres, y a sus infantes, por cabrones e hijos de puta”. Y todos se quedaron de pasta de boniato. Éste planteaba rehuírles la batalla e irles a los paisanos. Y así se lo dijeron. Y le preguntaban, como si hubiese cruzado una raya sin darse cuenta: “¿Y realmente quieres hacer eso?”. Y el Arriero les dijo que sí. Que él terminaba la guerra en una semana … o lo que hubiese de marcha a la capital de los Motilones Xinguras. Que eran ésos difíciles de sacar de la Breña y que tendrían flecha untada, ¿no?, y todos asintieron tristemente, por eso no podían con ellos. Que venían y se iban, les tiraban flecha untada y los desbandaban, y atacaban de un lado y otro, y abrasaban y quemaban y se retiraban, y a los que no mataban atrozmente, los cautivaban , que se llevaban a los rizados por castrarlos y comerlos y a las rizadas por putas a perpetuidad y cuando eran gallinas viejas iban a la cazuela; y que los niños Borregos eran las provisiones con que los Motilones contaban por anticipado para su Jornada, que salían no llevando sino agua en tubos de cañas gruesas y algo de sal por sazonar, pero que los mantenimientos eran para ellos el propio enemigo, de modo que mataban o si no no comían, que era la guerra motilona muy dura guerra y feroces gentes aquéllas. Y el Arriero les dijo que los Motilones iban a alucinar, si de competición en ferocidad se trataba. Y todos se maravillaron.

Y así lo dispuso el Arriero; que el Mitrac Sifún se quedase por hacerles marca y frente, y no les perdiese de vista. Que eran los Motilones fuerza combinada de 5000 y 6000 de ambas tribus y eran departidos en seis flechas de avance, por los mantenimientos, y que sus capitanes, quienes fuesen, eran muy asegurados de lo que hacían, que pretendían arruinar el Imperio Borrego al eliminarles el Caucho. Que era evidente que contaban con crear una Sublevación de los Pueblos Sometidos. Y que le rogaba al Mitrac Sifún que capturase a unos cuantos Motilones por extraerles lengua. Que él se barruntaba aquí hasta traición. Y todos se maravillaron, pero se pensaron que se refería al finado Don Puerta de Granero. Y aunque el Arriero combinaba, combinaba, que pensaba, si se asentaba lo de la traición, y según las circunstancias lo permitiesen, acusar de traición a quien fuese, por hacerse con el poder y formar hueste con que dar sobre los Cagarrúas en el Altiplano, y cuanto antes. Y con lo otro lo dispuso el Arriero que él se llevaría 250 tirachinas, pero que le decía al generalísimo que si habían 3000 tirachinas y era reserva estratégica, era el momento de traerlos todos aquí, y le dijo que lo haría inmediatamente, menos 500 que se llevarían los 4000 guerreros que iban contra los Pueblos Sometidos. Y el Arriero formó su columna de 1400 hombres y 250 portadores de tirachinas, que serían como ballesteros, y se fue en flecha contra la capital de los Xinguris Motilones.

No era por allí el frente, y dio un rodeo y vadearon un río que ni sabía el nombre ni le importaba. Pasaron por infectas tierras de bosque oscurísimo, y vió alimañas espantosas, como grandes arañas, y se oían monos aulladores. Todo daba igual, aunque pasaron un humidísimo calor el Tadu y él, poco acostumbrados, y las cueras y arneses les pesaban. Fue una marcha forzada, y al pasar un río, vieron que habían pirañas. Los Borregos movían la cabeza. Y el Arriero dio unos golpecitos a su mula, se separó unos pasos y le disparó a la cabeza. Luego la echó al río y pasaron mientras las pirañas se comían la mula. Y el Arriero siguió a pie. El Tadu casi no le conocía, y no pudo dejar de pensar en el Coñete …y en sí mismo. Y así salieron a las jornadas previstas por el indio Borrego práctico, que era un mercante, y que hablaba bien el breña, a la pista principal que conducía a Xingurria, la aldea cabeza, según éste, de los Motilones de ésta nación. El mismo Arriero fue en descubierta, con otras gentes de indios, y pronto vieron que habían fuerzas militares, o sea de guerreros, en una especie de fuerza, antes de llegar al vallado circular, rodeado como de trescientas chabolas y cabañas largas, que era la capital de los indios éstos. Preguntó por el vallado, ¿fortaleza, palacio de su rey?. El práctico le dijo que éstos no tenían rey sino presidente, que los Motilones éstos eran república, que se regían sólo por linajes, y sus jefes eran electivos, y que el capitán de paz presidía pero no mandaba,y el capitán de guerra sí mandaba, pero que era siempre en el frente. No era aquí. El presidente era probable fuese en su casa, como cualquier otro indio motilón, pues que no se diferenciaban en nada. Y el Arriero preguntó que cómo lo reconocerían. Y el práctico le dijo que lo más probable es que se diese a conocer y pidiese duelo singular. Y el Arriero le mostró la pistola y le dijo que iban a ser como Eneas y Turno, pero abreviado. ¿Qué le decía?. No, nada, cosas suyas. Y le tenían ya un poco por hombre-medicina. Y el práctico le dijo que los otros Motilones, los Bujuris, sí tenían rey, que eran más decentes y como hay que ser. Y el arriero le dijo que sí, que sí. Pero, ¿y la empalizada entonces, qué era?. “Almacén”. ¿Cosechas?. “Cosechas y comercio”. No pensó eso, pero lo digo yo, el Arriero: “Es su Banco Nacional. Vamos a pegarles fuego a sus billetes, por cabrones”, pero pensó algo equivalente.

En fin, no lo esperaban. Y los de la fuercita de antes de llegar dieron batalla desesperada, y tiraron de flecha untada, y algunos Borregos se hincharon y aullaron y murieron horriblemente, si bien este unto no era el mismo usado por los indios Cojones y Jiborianos, sino otra droga. Pero los macaneros alforrados y con chichoneras o yelmos de cuero y caucho los destrozaron a golpes, que eran cincuenta militares Motilones sólo, que eran indios desnudos.

Y tanto que los sorprendieron, porque el jefe de paz o presidente era en toma de ayahuasca,y no despertó jamás al mundo vigil. Que al irrumpir en el poblado los Indios Borregos con el Arriero y el Tadu al frente, siempre al lado del Arriero el práctico y el tocador de nácar perito, el jefe indio se quiso levantar, que era hombre de peinado mongolo, bigotillo cantinflero, muy moreno, que éste no iba pintado de colorines, como algunos soldados más chuletas y guapetones al parecer, no todos; e iba de taparrabos blancuzco muy manchado de lamparones o de pajas o de babas o qué sé yo, y de comidas, y por el culo de caca un poquito, que era de estar por casa; y trastabillando, quiso tomar un escudete y una lanza, que los escudetes eran rectangulares y de un palmo y medio, y eran como pequeños armeros donde se insertaban hasta tres lanzas, sin tener que tomar los tres mástiles con una sola mano, sino la mano al escudete, y en el escudete las lanzas, y de ahí las iban sacando para usarlas, que era buen invento y el Arriero tomó nota. Y en ese escudete llevaban a su modo su escudo heráldico, sus títulos, ducados y todo eso, y si eran caballeros chapados, de qué chapa,o lo que fuese, de sus cosas de indios, pero que serían ésas más o menos. A unos vió con las mismas señales y por broma, como combatió con ellos varias veces, a ésos les decía “los Caballeros de Santiago de los Motilones”. Y serían algo semejante, o serían del Ejército de Pérez, vaya usted a saber. Pero el presidente repúblico aquél no pudo durar; que el Arriero, a seis metros, le descerrajó un tiro que lo acabó de una sola, y el pobre se cayó entre sus vómitos, y el Arriero a lo mejor para él tenía seis cabezas, que iba el hombre muy tomado de ayahuasca. Y por detrás, los indios Borregos mataron, guadañaron, macanearon, buitrearon y putearon, como verdaderas alimañas. Sobre todo después de hallar hecho cuartos a un rizado, y a otros tres castrados y cauterizados al fuego, que se los iban a comer. A unas Motilonas que hacían embutidos con un cuerpo humano, las degollaron luego, o sea inmediatamente, y les metieron los puñales por su natura, que les salieron las tripas. Y en una enorme hoguera que hicieron echaron vivos a ancianos y ancianas y a como treinta niños. Y los depósitos de trofeos, que éstos no ahumaban sin huesito, sino que guardaban las calaveras, que eran como 15.000 cráneos de victorias de varias generaciones de Motilones, si es que no era también su cementerio, el Arriero le pegó a todo fuego. E iba diciendo, como loco, “Por cabrones, por caníbales, y por hijos de puta”. A varios chamanes u hombres sagrados, los sodomizó con palos y los empaló a muerte, después de haberlos castrado. Y los Indios Borregos eran entusiasmados del desparpajo con que actuaba el Arriero. Y todo en ése poblado fue así. Que ahí murió hasta el apuntador, y ardieron trescientas chozas y barracas y casas alargadas, y el cercado o kraal de los mantenimientos ardió también. Pudieron morir ahí bien 400 personas. Le pareció poco. Quería más escarmiento. Pero algunos oficiales de los Borregos, y eso que eran indios despiadados, notaron que ése día había entrado en la Breña algo nuevo, un nuevo modo de hacer la guerra, al contado.Y que ésas mañas se las devolverían. Que, con ser crueles los indios en general, aquí se habían violado varios tabúes y se habían vulnerado todas las leyes de la guerra vigentes en la Breña, con ser despiadadas. No es que fuera más despiadado, es que lo era de otro modo. Y era simplemente que sus mañas revelaban  una civilización donde la guerra es impersonal y profesional, y donde una disciplina a la que eran ajenos del todo ambos bandos de esta guerrita de la Breña, hacía ver a los guerreros la situación en abstracto, y buscar el aniquilamiento del enemigo. Y sobre todo les espantó la rapidez y el derroche de cosas útiles que destruyó. Y un odio inhumano feroz como ellos no lo conocían, que sólo eran crueles. Era un odio- máquina. Porque la máquina y la revolución industrial no empezó en Occidente con el telar y la máquina de vapor, sino con el cañón y el arcabuz. E incluso podría decirse que con la armadura de chapa y la espada de acero. El Arriero tenía prisa, y los indios desconocían la prisa. Y como el escarmiento no era suficiente, lo repitió en otros tres pueblos más pequeños. Y cuando contó de sus ojos 1000 bajas enemigas, dio orden no de retirarse, que es lo que esperaban, sino de ir a por la capital de los indios Motilones Bujuris, antes de que les llegasen las noticias y se pusiesen en guardia.

Pero no fue el caso. Por silbidos y atambores y cosas de ese jaez, el rey de los Bujuras o Bujuris Motilones, que le decían Xiquitimacoac Xupertiquicuanqui Aumaracaroac, o sea, que se acuerde de su nombre su padre, y al que le diremos Don Turno de Motilones, que hasta le hacemos favor al pobre, era apercibido de la rota de sus aliados en su retaguardia; pues que de vanguardia no lo sabían todavía y le transmitían por otra vía nota de nuevas victorias sobre las plantaciones de los Borregos. Y pensóse que sus aliados pronto llorarían al saber lo ocurrido con su capital, que era rota grandísima por la cantidad y calidad de los muertos, y por la gran destruyción de riquezas y mantenimientos. Y vió que los Borregos sus enemigos habían dado luengo giro y lejano, y pensóse que para ir tan rápidos no eran grande hueste por fuerza,y que aun cuando él tuviese sus fuerzas muy departidas, que 6000 soldados suyos eran en el frente Borrego con sus aliados también Motilones castigados en su capital, había aún mil hombres con que resistirles a éstos Borregos, si bien eran dispersos en como quince pueblitos o alquerías, todos de casas largas colectivas, cerca de su aldea capital, que era una gran choza única alargada, rectangular, pero puesta en círculo, con lo que el contorno del pueblo era el mismo de la única casa, que era donde vivían las cuatro principales partidas o “casas” de su ayllu, todos descendientes de un antepasado común, que eran 800 personas de elevadísima sangre, todos indios desnudos de peinado mongolo.Que aquí se veía más claro que en ninguna otra parte ser esto Tartaria, como decía el Guadañángel, que serían éstos soldados del Gengis Khan adaptados a las calores; juicio que compartió el Arriero. Sus ojeadores le trajeron al Don Turno nota de que los Borregos le venían en columna pero departida en tres pezetas, y que eran más de mil hombres, de pasada. Y que traían los temibles tirachinas, y que el caudillo era un hombre castilla de nombre Turans.Y era que para los Borregos “Fernández” era un nombre impronunciable de gran dificultad fonética, y les dio el nombre de Túpac, diciéndoles que era nombre español, pues que no quería inventarse más nombres y que luego le llamasen en medio del combate y no se diese cuenta de que le llamaban a él, cosa que él sabía en guerra ya le había sucedido; pero nunca en embozo en paz; que le llamaban y no acordaba de su nombre por ser falso. Ahora bien, ¿cuál era el verdadero nombre del Arriero?. Nunca se sabrá. Y en cualquier caso a estas alturas si le hubiesen llamado por su nombre le hubiese sonado a chino, por falta absoluta de costumbre, que el nombre verdadero es aquel que de hecho se usa más. Y él llevaba un año siendo “Túpac”. Pero bueno, el Don Turno se guarneció a su modo para la guerra, que era desnudo entero salvo un cañuto donde metía la pirula y lo ataba con un cordel a la cintura porque siempre fuese la pirula para arriba, que era su religión la pirula para arriba, se ve, y se pintó de negro enteramente, que era color que o le correspondía por ayllu, por heráldica, por gusto soberano o por mostrar duelo y odio e indicarles que iba a ser con ellos la Mamúa Charrúa, que algo de eso era, pero con exactitud no se supo tampoco. Y tomó su arco largo de flechas pesadas, y de las untadas, que le untaba su hija, que era bonita y era un poco asustada pues enemigos cerca de su poblado nunca viera, y se pensaba la nena que a lo mejor no era tan divertido que le destripasen a una, que la semana pasada se meó de risa viendo como capaban a un niño para que se hiciese cebón y comérselo, que se lo regaló su papá de mascota, que le echaba las sobras y el pìenso de engorde en la jaula donde le tenían sin poderse mover porque se hiciese una bola. Era una nenita simpática. Y juntó Don Turno como menos a 300, mientras esperaba la llegada del resto de la fuerza, y decidió no quedarse en el poblado, aun cuando dejó retén de soldados  probados al mando de un sargento de los suyos, o jefe de 40, que era primo cercano suyo,todos con peinado mongolo de seta, y de colorines, que eran soldados amarillos con puntos negros y antifaces pintados, azules oscuros que brillaban, rojos, verdes y también negros como su jefe, que ése sólo tenía rojos los labios,alrededor de los ojos y la minga o cañuto de la minga. Y otros eran pintados de rayas verdes, marrones y negras, como tigres, que eran guerreros invisibles, que en la pintura creían haber descubierto la medicina de la invisibilidad, que otros llamarían mimetización o camouflage. Eran peligrosa gente, y en salirles a encuentro a las avanzadas del Arriero, le hicieron muchas bajas, sea con flechas untadas sea con flechas pesadas, que cráneo hubo que saltó, aunque fuese dentro del yelmo de cuero o chichonera. Y el Arriero era rodilla en tierra y les respondió a tiros, pero claro, eran dos pistolas, que le cargaba el Tadu. Y no perdía el contacto con los otros jefes, el Don Borrego, que era encamisonado pero de gomaespuma, como si dijéramos, que no, que era gran camisón con refuerzos de caucho endurecido y casco chichonera de caucho, con botas asirias, y ferrada macana terrorífica pintada de negro porque él decía que era la Madre de la Mamúa Charrúa, su macana, que todos los indios éstos eran tan chulos como calaveristas de Santa Fe de Verdes, y pues que dentro de los parámetros actuales, eran todos compatriotas, pues chafundiolgueses, incluído el Arriero, que era nacido en Santa Fe de Verdes capital, según se cree. Pero en ésos tiempos y en sus vidas eran de naciones muy departidas; y el Don Muchio, que era de bigote también y tiara cañuto con plumas, y salto de cama o picardías, bien que llevaba sobre eso coselete de cota, y llevaba chaparreras de cuero cubiertas de malla y tachonaduras de caucho, y portaba igualmente macana y un cuchillo castellano que daba miedo, que era de los de carnicero de mercado, que era espantable y macabra arma de guerra y de descuartizamiento. Éste iba herido en una ceja y sangraba, y tenía los labios reventados de un golpe luchando con los Motilones del otro pueblo. Y éste es el que hizo un gesto al Arriero y le señaló los de los tirachinas. Y éstos lanzaron la primera tirada de pelotas de caucho duro, que descalabraron, y aun decapitaron, a muchos motilones flecheros. Y luego echaron mano a sus morrales, que llevaban viruta de caucho durísima, negra, ahumada, que eran proyectiles mortales, y descargaron una tras otra rociada sobre la breña de donde procedían las flechas untadas. Y a los heridos Borregos por unto, que eran hinchados y vomitaban y babeaban y aullaban, sin que el Arriero tuviera que decirles nada, los degollaron, por ahorrarles sufrimientos y porque eran irrecuperables, pues que de aquellos venenos no había salvación. Y el Arriero, en ver que los tirachinas le cubrían y le mantenían al enemigo quieto,saltó adelante tizona en mano, con ser tan pequeño, y dio del enemigo en cabeza de las gentes de alforre y malla y macana, sin que faltasen lanzas, y muchos que llevaban buenas hachas castellanas, compradas a mercantes y que eran fabricadas en la Colonia. E hicieron estrago de los Morilones desnudos. Y no supieron que uno de los muertos en confuso montón, pisoteado y desmontado y con un brazo menos, era el rey de los Motilones Don Turno de Motilones. Pero sí los suyos, que se derrotaron bastante, pero no suficiente. Y por sus silbidos se lo comunicaban , y el práctico le dijo al Arriero que los silbos decían que “Era muerto el Rey”. El Arriero miró entorno al confuso montón de muertos Motilones y no hubo nada especial en ningún cuerpo que le hiciese insinuación ninguna de quién fuese ése rey, ni tuvo aquí intuición ninguna. Y aunque era herido ligeramente, pero sangraba mucho, se entrepajó de venda y dijo que adelante señalando con la tizona. Y por el caminito de pisadas hacia el pueblín todavía les flecharon un poco y cayó alguno hinchado y lo mataron; pero los tirachinas descargaban que parecían ballesteros, y el Arriero imaginó la potencia de fuego de mil de aquellos tirachinas y comprendió el por qué de la supremacía de los Indios Borregos, pero dio en pensar que esa superioridad era parte de las razones de su degeneración y decadencia, pues que de confiar en ellos, los tirachinas los adoraban, y habíase visto cómo el generalísimo de ellos era inepto y no se atrevía a usar toda su potencia, si bien aquí mucho podía depender de trabas políticas. Y se felicitó de haberse cargado al Puerta de Granero. Pero con éste, post mortem, aún habría una fuerte sorpresa. En total, que el poblado circular de cabaña única, tururú. No quedó ni la raspa. Y que la nena esa que tanto se reía del capamiento y el cebado de un niño Borrego prisionero, pues que se la repasaron cincuenta tíos antes de que una perforación de vagina y tripa se la llevase al otro mundo. No fue bonito, pero fue así. Al cebón en su caponera, le hallaron muerto, que una anciana lo ahogó con aceote hirviendo, al parecer, porque no le librasen. De todos modos, anciana, joven, viejo o guerrero, allí no quedó vivo ni el apuntador, que era como si fuese de mano del Don Mendo Escobedo, nunca olvidado,que era hombre de acciones como fue ésta, que el Arriero desde luego no cedía a los Guadañángeles sino en mando y poderío, pero no en tronío y mañas, que eran de la misma dimensión y estilo, y en mandar fuerzas dio los mismos resultados que aquéllos. Y todo dieron al fuego en aquel pueblo y en otras diez como alquerías secundarias alrededor. Aun cuando aquí hubieron casi 150 muertos los Borregos, que se sumaban a 40 del anterior rencuentro. Eran muchas bajas, pero al enemigo en seis días le hicieron 2000. Con esto prácticamente acabó la guerra. Pero no del todo para otros. Pues que el Don Sifún del Sifán, al frente de sus dacóis, y de las otras fuerzas que eran de su mano, y en recibir los refuerzos de 2000 tirachinas que la muerte del Don imbécil, quiero decir Puerta de Granero, liberaba para su uso, al liquidar la reserva estratégica ante la urgencia, que por veto de aquel gelipollas no podía usarlos el Ejército, y aun quería convocar Cortes el muy cretino; pues que el Sifún cayó sobre la retaguardia de los 11.000 Motilones que se daban vuelta para defender sus patrias, y les sometió en el encalce de su retirada a tal tirachineo de caucho, que les causó 3000 bajas; y el capitán de los Motilones Xinguris dio orden de dar vuelta y plantarles cara, pero el de los Motilones Bujuris le dijo que no, que se iba, y al departirse, les cayó encima de dos lados, tirachinas y macanas, y en cuanto perdieron la distancia para sus arcos, fueron perdidos y desbaratados, que se cortaron aquel día en ése otro rencuentro 5000 cabezas de Motilones, y capturaron al capitán. Y los otros se huyeron pero dieron de frente con la columna del Arriero, que se hizo de lados y los dejó pasar dándoles de tirachinas, que fue castigo durísimo donde sufrieron 1500 bajas. Y cuando se hubieron fuydo hacia su poblado éstos Bujuris, que se encontrarían una bonita sorpresa, a los heridos y desmayados del suelo los degollaron. Por supuesto se partían todos los arcos que se encontraban, pero sin ponerse a la faena, un soldado tres, otro siete, otro uno, los que vinieran a mano, sin buscarlos. Que el Arriero había gran prisa.

Y en llegarle al Don Sifún el Arriero con los suyos, se vió que era allí el capitán Motilón, cargado de grillos al modo de los indios, con cuerdas; y era bastante desarreglado, pues que le habían dado una soberana paliza. Y los oficiales dudaban si empalarlo o desollarlo para hacerse un atambor con su piel. Aunque otro sugería hacer con su piel servilletas para limpiarse el culo. Que eran todas ideas de paganos, que allí de cristianismo ni barruntos, que eran unos bárbaros más que Atila, o por un estilo, dado que éstos eran también Tártaros. Pero el Arriero le quiso interrogar. Y el práctico le traducía las palabras del Motilón, pues era hombre rústico que desconocía el breña y sólo sabía xinguri o chingurrio, que también se le dijo.Y sin que tuviera el Arriero que decirle nada, pues había gente que sabía breña y no pudo preparar con el práctico la comedia, por lo que en este punto nos creeremos la relación que hizo luego el Arriero en el libraco publicado en Lima en 1655, resultó que el Puerta de Granero era conchabado con los Motilones por cambiar el régimen y alzarse por Rey mediante las famosas Cortes Generales o Estados, que también se les dijo, y que era el negocio todo de la parcialidad del Puerta de Granero, que eran su ayllu y muchos jefecillos y gentes de ringorrango que querían esos Estados Generales por alzarse sobre el pavés y reformar lo del Rey Árbol y todo eso. Y entonces el Arriero tomó nota de la declaración en papel y lápiz, de la cual magia todos restaron maravillados, y después de sacada la lengua, les devolvió el reo,que lo escabecharon cruelmente.

Y a nadie se le ocurría que el Arriero pusiera en esa relación o rol de traidores los nombres que le viniera en gana y le conviniera. Fue tentado de poner el de la Doña Michia por salvar al Coñete, pero al ver la potencia del marido el Don Michio, desistió. Todavía los iba a necesitar, no eran en paz del todo los Pueblos Sometidos, habían cosas que combinar, y el Arriero quería marchar contra el Altiplano con la hueste más numerosa posible. Todos le miraban con respeto y miedo. En una semana había acabado la guerra. Y en llegando a la capital, le aclamaron: “¡Turans, Turans¡”. Era la apotesosis. Como si dijéramos, entraba en Damasco o Ulan Bator.

O Samarcanda. O la mismísima capital de los Araucanos y Patagones, porque, de ir siendo aclamado por todos los poblados por donde pasaba, “Túpac” se convirtió en “Tupans”, y “Tupans” en “Turans” y “Turans” en “Turens”. Era todo eso y más. Pero no era el momento de ser rey; todavía no. Habían muchos cabos que atar. Porque en llegar a la Corte, fue que el Rey Árbol, bien secundado por el consejo de Tres, mucho le honró, y le impuso una corona verde de yerba trenzada, pero que no significaba niente. Y después de acartonado acto, un chambelán que ya conocía le dijo que debía comprenderlo, que si hubiese sido de la verdadera sangre, el Rey Árbol le hace Primer Trabajador o generalísimo, y le impone la tiara cilíndrica de latón con plumas- y le miraba de arribabajo como pensando, y se le notaba, y quería que se le notase, que con ella a lo mejor completaba un poquito el Arriero la talla (medía 1 48, pero no era tan pequeño como hubiera sido hoy, porque la gente era toda más pequeña y con 1 80 el Sargento General era un gigante)-; pero que como no era Borrego, sólo se le podían hacer honras de rey extranjero aliado, pero él, pese a que se las habían hecho, ¿de qué era rey?. Y el Arriero le sonrió con su sonrisa más encantadora y volvió a tener quince años, mientras anotaba bien en sus mientes el nombre del chambelán, porque salía en la lista, por éstas que salía, y por traidor le daba garrote.

Pues vió que la ocasión de alzarse sobre el pavés él , la veían todos, todos los que algo veían, que quien no veía de eso y de muchas otras cosas niente era el Rey Árbol, pero para eso los criaban, pues que al verle tan triunfador, y apoyado por los ayllus del Don Michio, que ahora era él el aliado del Arriero y no ya sólo la Michia caníbal y cabestra,y el Don Borrego, y por el Ejército en pleno y por el generalísimo Don Sifún del Sifán y sus dacóis, pese a las bajas que hubieren en la campaña, campeones a quienes insistió el Arriero se coronase con coronas iguales a la suya al día siguiente, y así se hizo; pues que el Don Cafrún, pasado el peligro y pese al gran servicio prestado a la Nación y al régimen eliminando al Don Puerta de Granero, ahora le regateaba honores y le desconfiaba mucho, pues que bien veía que su omnímodo poder desde las leyes que sólo él conocía completamente y que por tanto hacía lo que le daba la gana- de memoria era él el Alto Tribunal de ésa nación-, podía ser contrarrestado por las mañas tácticas según técnicas bélicas que sólo él sabía, del Arriero, que por tanto podría ser que llegase a hacer lo que le diese la gana; y dos no podían haber en la misma silla, bien que ilegítima, tangente y obscura, pues que lo luminoso era el Rey Árbol, que no pintaba niente. Y en esto ver, pues que el Arriero necesitaba las tropas, procuró buscar un lugar común a ambos, que fue la represión de la nobleza y medio nobleza borrega que eran  los que querían la convocatoria de Estados Generales; que el Pueblo no pintaba niente, y construía pirámides y recolectaba Caucho, pese a ser de la Verdadera Sangre, de la Santa Sangre, todo él. Y al Don Cafrún le enseñó su lista y le leyó algunos nonbres, que eran dados por el capitán Motilón preso antes de que lo escabechasen. Que fue literal, pues que se lo comieron en escabeche. Y el Don Cafrún movilizó a sus fuerzas, que así se manifestaron, que era soldados de su ayllu y su señal que él había hecho de ellos la policía del Reynado. Y éstos y los fieles al Arriero cayeron sobre los traidores y les detuvieron en una noche, que pudiese ser llamada de San Bartolomé o de Cuchillos Largos. Y aunque hubo alguna resistencia militar, fueron dominados y reducidos, y a los detenidos se les ataba como ganado y se les llevaba a las plazas de los Árboles de las poblaciones donde eran estos ayllus de los traidores puntuales, que vió el Arriero la ocasión de diezmar a la nobleza Borrega, y el Don Cafrún de eliminar a la diputación entera probable de aquellos Estados Generales que era su obsesión no se convocasen. Y el Arriero se instituyó, arriesgándose, pero triunfó, de Sansón o verdugo, aquí, bien que por ayudantes. E introdujo aquí el Garrote, que era invento adecuado a adoradores de un Árbol y un Palo. Que agarrotó por mano de sayones adiestrados a como 500 nobles rizados, que fue gran diezmado; y en otros pueblos casi a otros tantos, unos pocos en cada pueblo. Y a los plebeyos castigados les impuso la Mita. Y al explicar que la Mita eran trabajos forzados, todos se descayeron mucho; pues que eran casi 10.000 personas presas por traición de ellos o de un miembro de su ayllu o de su linaje. Y entonces va y les dice que su trabajo forzado será la guerra contra los Cagarrúas, y alista inmediatamente por soldados de su señal a 4500 varones, y les dice que sus hembras e infantes, si quieren , les pueden acompañar por ayudantes. Y todos le aclamaron, que ya el Pueblo le iba más bien mirando cuando le veían que a tantos rizados mataba. Pero con tanto poder, no podía liberar al Coñete. Era Don Michio aliado suyo, y él creía, si hubiera tiempo, descubrir una brecha entre él y la Doña Bagre Cabestra, y que diese el Don Michio de la sirena que le hacía cornudo, y la enviase a la Mamúa Charrúa; pero no era tiempo en su mano y ya sería el Coñete perdido de todos modos, por lo que lo dejó estar, si bien fue, en cuanto pudo, a visitar a la Michia por comprobar qué era de su Coñete, que ya era el Coñete de la Michia para lo que a aquella hembra macha, castradora y caníbal se le antojase; dama poderosísima y con dispensas todas hasta de su Roma y de su Santiago de los Yndios Borregos aquellos, y hasta de su Toledo de paso, o lo que allí fuese, que era poco y mierda, pero equivalente.


Y será razón que luego demos la relación de la ordalía del Coñete, oero ahora era frenético de actividad el Arriero, pues que la ocasión era única, pero si se pasaba era negocio perdido. Pues que por seguridad giró visita a los Pueblos Sometidos, y allí tomó contacto con todos sus curacas, reunidos en una inmensa cabaña que era la fuerza de los Tiquismiquis en ésas partidas, y eran allí gran pezeta de ellos sino todos, aunque algunos en ver lo de rehenes se huyeron a la Breña, quiénes solos quiénes con algunos partidarios y algún mantenimiento. Pero eran allí retenidos por seguirse el suyo consejo que dio de primera providencia en el asunto de la guerra. Y con estos trató de muchas cosas, bien que todavía medio embozadamente y en breña, que al menos uno de cada tribu y linaje hablaba el breña. Y procuró que los soldados Borregos fuesen suyos y plebeyos, que de todas formas si no eran rizados, y no todos los rizados, no hablaban ni entendían el breña sino sólo su lengua nacional. Y a éstos les dijo que si ellos querían, él convocaba Estados Generales y constituía un Imperio Borrego donde todas las partidas fuesen iguales y tuviesen las mismas constituciones y libertades y franquicias y un mismo fuero, salvando sus costumbres, y que el poder no sería ya de los Reyes Árboles, que quedarían sólo de Hechiceros particulares de los indios Borregos de nación; pero que de constitución fuesen todos Borregos, y que no temiesen aborregarse que era buen negocio, y no fuesen tiquismiquis, y aceptasen todos ser Tiquismiquis. Y que de contino, si le daban respaldo, él los llevaba a la guerra más maravillosa que soñasen, que el Altiplano era lleno de patatas-se relamían de tal golosina.y de llamas, que curadas en tasajo y en moscón son manjar tan o más exquisito que la carne humana- y se relamían, que la carne humana ya la aburrían-, y que en fin si se le hacían suyos eran todos libres y salvos y triunfadores y capitanes de gentes, que muchos prejuicios iban a caer, y que el pueblo Cagarrúa, que era medio cuento de gentes o más (eran ya sólo 190.000, cuando fueron un millón al llegar Guadañángel un siglo antes), les sería esclavo por siempre, y todos ellos como Imperio Borrego, Reynado Aliado del Rey de las Españas, que era como decir el Rey del Mundo, que era su primo el emperador del mundo y a poco no tardaría en recaer la Corona imperial en éste poderoso Rey. Y le aclamaron y se le hicieron suyos. Y sólo a ésas promesas y por verse libres, de cada ayllu y linaje le dieron mínimo 50 cuadros de capitanes nobles, que eran los más lucidos mozos de cada partida y pezeta, que eran o no rehenes. Pero a los demás los retuvo de rehenes “hasta que se cumpliesen las formalidades”. Y a estos capitanes se los llevó a las tierras de cada Pueblo Sometido, que eran diez o doce, y les hizo elegir sus tropas, que en quince días levantó 17.000 hombres combinados de los pueblos Sometidos, y con ellos marchó sobre Tiquis, la Capital …

Y allí el Don Sifún se ofuscó una miaja, pero se iluminó cuando el Arriero le dio 7000 para él, si le seguía contra los Cagarrúas, y se lo metió en el bolsillo. Sobre todo cuando le dejó claro- si bien era emboce-que el Arriero no quería su cargo y sólo quería la guerra en el Altiplano. Y el Don Michio y el Don Borrego fueron de bastante fácil conformar; pero el Arriero formó de gentes diversas de los Pueblos sometidos, y en especial delincuentes, una Guardia Pretoriana, que eran todos degolladores de pro, y a quienes por sus ritos les hizo que le jurasen lealtad personal que si no le mantenían la fe arderían en su Ynfierno o lo que sea, y aquellos eran delincuentes pero indios de la Breña, y por tanto, en sus religiones, los más devotos hombres del mundo, por lo que se tuvo por medio asegurado; sólo medio, pues el Arriero no fiaba ni de su sombra. Y hacía bien. Que era del palo de Don Suárez y del Sargento General y del Don Manel Alcañar y el Don Jeliberto Echevarría, que era gota de agua de ellos en ése punto. Pero aun no necesitándolos tanto, los necesitaba, y los agasajó. Y dilataba ocuparse de asunto tan mínimo como el Coñete, bien que con los ojos el Tadu le imploraba que algo hiciese.

Pero lo que hizo fue ir a verse con el Don Cafrún y ponerle algunas cosas claras. Los Estados Generales podrían ser antes de la guerra del Altiplano, o después de ella … Y el Don Cafrún dijo que “después, después”, que ya rogaba a sus ídolos que una mala flecha matase al Arriero en la campaña. Y en ver el ángel sobre las dos cabezas y compartir los pensamientos, ambos se sonrieron. Bien, se entendían. El Don Cafrún habría de darle todas las tropas que no fuesen imprescindibles para mantener sus Marcas con los Motilones. Y él calculaba que le podía dar 5000 hombres y 2000 tirachinas; Que no dejaba desguarnecido el Reyno si le dejaba 3000 hombres y 1000 tirachinas. Y que las gentes viriles de los Pueblos Sometidos que él se llevaba a la guerra y acaso a la Mamúa Charrúa- se sonrieron- eran ya un diezmado de estos Pueblos, que en una generación no se les subían a las barbas, o los rizos  y ondas en su caso, jamás. Y el Don Cafrún decía que sí, que sí, con grandes movimientos de cabeza. Y que le hiciese ayuda de mantenimientos, y que necesitaba vestir con mantas o ponchos a toda la tropa, que era la que se llevaba de 23.400 hombres. Sin que muchos se llevaban sus mujeres e infantes, que sería un Pueblo Guerrero en Invasión de cómo 30.000 almas números redondos. Y el otro que sí, que sí. Y era porque no se muriesen con los fríos de los pasos de los Andes, que ya arriba y en hacer alguna rota, se vestirían de los despojos, que serían muchísimos, él calculaba.Y el Don Cafrún era esquilmado pero encantado, pues confiaba fuese verdad que el Arriero era agente, y bueno, de un rey extranjero que quería reclutar tropas por ir corto de ellas y ese fuese todo su negocio. Pero el Arriero pensaba volver, y victorioso, y hacer esos Estados Generales y hacerse presidente vitalicio y césar de los Tiquismiquis, porque pensaba hasta proclamarles la República. Pero todo dependía de la victoria allá arriba.

Y en separarse del Don Cafrún pensóse el Arriero que, si no había triunfado, no era lejos, y que el Don Ramón podría ser contento de él. Pues que negocio arduo y supremo y capital era a punto de culminarle, que lo mismo salvaba la Colonia y desde luego al Sargento General y la categoría de caballero y Oficial del Rey de su jefe el Tirano de la Carretera.¿Y no habría algo para él? … Si no lo había o era poco, hacía la de Guadañángel y proveía de esclavos medias Indias sacándolos de la Breña a fuerza de tirachinas.

Y razón y tiempo es de que nos ocupemos de la suerte del Coñete, que fue grave y ardua. Porque en haber transcurrido apenas 40 días o serían 50 en manos de la Bagre, le ocurrieron cosas harto desagradables. Que bien puede decirse que el negocio de alzar la Breña del Arriero se saldó con sacrificios humanos y carne humana. Pues que en quedar en manos de la Doña Michia, que era en el punto álgido de la menopausia y se le había retirado la regla, y ése año se transformó, que se le hincharon los ojos, y canbió la textura de su carne, y se acueró, y se endureció, y se apatató, y perdió cintura, que la puso, y se atoneló, y las nalgas le engrosaron y la colgaron, y se deshinchó, y los senos ya se convirtieron en globos vacuos, pero esto fue en todo ese año y era sólo el inicio ahora, dio en refundir muchos de sus deseos a la comida, que se hizo glotona más de lo que ya era sin dejar de ser extremadamente libertina, y de tratar de tapar los estragos  con afeites de los suyos y tren de trajes bizarros y deslumbrantes, pero se hizo en fin bastante más macha de lo que ya era, pero en mujer, que ésta ni hombre ni chico quiso ser jamás ni barruntos y ni imaginaba qué fuera eso, que los hombres le eran en su mentalidad muy superiores y de otro planeta y ella era como si dijéramos de una raza inferior; pero de ésa raza y sin salirse de ella, era el Macho.Y bien que lo era por su linaje, por su familia, por sus posesiones en encomiendas de trabajos y cantidades de caucho que “regalaba” al Rey Árbol, que ése “regalo” era la medición del poder y el estátus social, pues que era comunismo pero se valía por lo que se le daba al Único Viviente. Y lo era por las enormes dispensas de que gozaba, que era la Petronia o Árbitra de la Elegancia de aquellas partidas. Y además de Mesalina, fue Nerona. Pues que “los hombres hacen las leyes, y las mujeres las buenas costumbres”,y “la mujer es el monstruo del hombre, y el hombre es el monstruo de la mujer”, que dijo aquél. Y era en este sentido verdad que es la mujer mas occasionatus, que dijo aún el otro más, que sin ser Orígenes, en un cuadro le representan con un tizón fálico quemado, y habiendo superado una tentación, que sería grave cilicio el que a lo mejor se daría, si es que se la quemó. Pero vaya usted a saber el buey mudo aquél de la Suma lo que haría, que rechazó ser guerrero por ir de falda larga del palo Dominique nique nique, si bien de la rama varones. Esta bagra de boca de sapo que fue belleza y era monstruo de sí misma- ¿era, pues, hombre de sí misma, en sus afeites?- bien que, como todas, hizo pagar ser mas occasionatus a uno que de momento no lo era, sino sólo de costumbres. Que le igualó y vaya cómo.

Amaba sinceramente al Coñete; pero era mujer de afectos excesivos y devoradores, y de raza de caníbales. Le gustaba el rollo del chaval mariquita y guapito como una nena y lo de la Pribcesa Angélica de Cathay. Incluso le gustaba lo del cíclope o monóculo,pues ella se tenía, aunque biócula, por monócula en mirarse la entrepierna, que era lo suyo un ojo, el ojo de un agujero. Y era tanto su libertinaje que había pasado de todo, desde puta Mesalina a lesbiana encallecida, y mucho se había aficionado tanto a las muchachitas gallardas como a los “hombres- baya”, y después de  tributar a la Belleza, en sus espejuelos, culto fervoroso, era decaída a pensar monstruosidades, y sus apetitos más básicos, que eran los de comidas, se mezclaban al libertinaje, que´era ésa mujer todo boca, por arriba de sapo y por debajo de pulpo.  Sin ser nuevo un “hombre- baya” con alguna cosita, pues había probado también encamisonados no destinados a la cazuela, sino rizados y sin rizar aficionados y en sus horas libres, sí lo era el Coñete por ser Princesa, por ser extranjero y por ser gallardo personalmente que su perfil aquilino le recordaba a las más gallardas de sus muchachitas. Y no era pepitilla lo de ésta Princesa, sino Pepitón; de modo que gozaba en él de varias prestaciones. Sin que, al poseerlo, como a los “hombres- baya”, ella era macha, y a veces hasta macho. En cualquier caso se enamoró del chavalín; y si él la hubiera poseído, todo hubiese sido diferente; pero fue incapaz.  A lo mejor se hubiese puesto ella de Mesalina, pero no fue así, y su afecto y gusto por el Coñete  coincidió con su decaída y menopausia catastróficas finales, como si el Coñete fuese el ángel letal que segó y secó sus ovarios, su matriz y su coño, como una maldición. Y fuese que lo percibiese oscuramente si no ella su cuerpo, que ése otro cuerpo le había imantado la feminidad, se desató el ángel de muerte de la envidia y el odio y el asco furiosos, pero absolutamente  inconscientes, que se alimentaron y formularon con el aumento de su apetito, pues al cortársele la regla le dio por comer. Y era que al chavalín se lo comía con la mirada y a besos y a mordiscos y lamidas, y que eran caníbales, y que era impune y dispensada pese a ser el chavalín de sangre impura de extranjeros y no de la raza. Pero no iba a cruzar su raza con él. Que lo quisiese castrar y hacer eunuco completo, se comprende. Es bastante normal y pocas mujeres no habrán tenido esa fantasía al mamar una polla, que es la de cortarla con los dientes y comérsela, y por eso muchas veces muerden. También los bebés si pudiesen se comerían los pezones, y por eso hacen daño al mamar. Debe ser del mismo linaje de reflejos. Que gozase en llevar la humillación del macho y de lo viril al extremo, pues que el Coñete era él mismo el que había dado el primer paso presentándosele como Princesa de Cathay, era dentro de lo que cabe imaginar en extremado libertinaje occidental, pues que entra en el repertorio del sadismo, si es que no donde interseccionan sadismo y safismo; pero que, al castrarlo, como así de hecho lo hizo con ayuda de una docena de otras indias rizadas y un par de fuertes criadas no rizadas, plebeyas, mujeres muy duras con cara de Bagre y despiadadas; luego e inmediatamente, en una parrilla pusiese con aceite lo cortado, y al dorarse, que el Coñete sintió el olor de sus propios genitales a la plancha, ella los engullese con extremado placer, y le hiciese comer al Coñete  parte de uno de sus propios testículos, pues bueno, ya era rarito y a partir de aquí pudiera encenderse una discreta lucecita roja de alarma, de que la cosa era seria y grave. Que al Coñete no sólo lo caparon como al Alférez o al fraile, que fue más o menos igual, puesto que en realidad no hay otra; que quedó a rape y con un agujerito, y le pusieron igual un cañuto por abrir el meato; sino que le hicieron comerse sus propios cojones. Bien que eso no era gran cosa, pero algo era, que el muchacho, de dieciséis años y medio, sin ser un negro del Senegal, y además todos los Cagarrúas la tenían pequeña,trempaba lo suficiente como para que el Arriero, aunque muy espaciadamente, en cuclillas se empalase en él, si bien el Arriero prefería tenderse de boca a la cama y que el Tadu le cubriese, o si no, colocar así al Coñete y el Tadu ser él. El Coñete nunca jamás era el Tadu. Pero bueno, después del manejo de Doña Michia, menos aún, que lo dejó como una nena. Pero es que a poco y aún convaleciente, y conformado un tanto al ver que la Doña Michia realmente le amaba, y aun las otras damas, pues que le agasajaban y acariñaban y le daban a lamer sus coños y culos, y aún a él le lamieron el culo y pensó que algo de placer le quedaría pese a ser a rape, pues era muy placentero y casi se enamoraba de aquellas indias rizadas, que le parecía ser en el Cielo y la castración un rito de paso a ese Cielo; lo que siguió ya no fue tan así. Que la Doña Michia le devoraba con los ojos, y tomó la costumbre de empalarse en sus dedos medios de él, que eran largos y finos, y aún que él  se colocase la mano así en la entrepierna, y ella en cuclillas empalarse, y así él, eunuco, la poseía con sus dedos hechos falo. Y ella le lamía los dedos incansablemente. Y él casi gozaba por los dedos. Tal y como ella gozaba por los dedos de sus pies, el gordo y los otros, hasta el pequeñito, que el Coñete masajeaba con su lengua, y era una pichita que en lugar raro tenía la Doña Michia, que se sentía monstrua. ¿Influencia de la Cultura de Tres Carajos?. No se sabe.

Pero es que la muy bagre y cafre y monstrua y cabestra y sapa y rana o rano, le hizo cortar los dedos y se los comió fritos en su presencia. Y luego fueron las manos. Y luego los brazos, que le dejó como la Victoria de Samotracia, pero con cabeza. Y se derramó mucha Santa Sangre allí. Y añadió mangas anchas y flotantes a los bellos vestidos, que parecían alas de ángel. Y así es como el Arriero encontró al Coñete, con mirada de tal desesperación e idimiento-¿pero ido a dónde?- que el Arriero pensóse que muy bien  había hecho como Agamenón sacrificando a su hija Ifigenia por pillar Troya. Y cuando le dijo si quería que le rescatase, le miró como si el Arriero fuera loco y negó con la cabeza. Y el Arriero le sujetaba las mejillas. Y el Arriero arqueó las cejas. Le besó los labios y el chavalín ni se opuso; besó sus partes a la Doña Michia, que le olían, que era el modo galante de saludarse en mester de libertinaje aquellos indios, dio dos sombrerazos y se fue a su guerra. Y la Doña Michia le tomó de la carita y le alimentó con su pienso especial de engorde, y luego llevó a la Princesa de Cathay a su lugar de dormir, la jaula caponera donde sólo salía la cabeza, y donde no podía moverse, para que se pusiese como una bola; de donde sólo la sacaba la Doña Michia para poseerla con su falo de caucho o para darle a lamer su culo y su coño, o jugar ambas con sus boquitas y lengüitas. Y en su Salón, traía a la Princesa, y comprobaba con sus amigas los progresos del engorde, alzando las sayas y palmeando las nalgas y el vientre y los muslos, y dando gruesos pellizcos. Y le enseñó a la eunuco mansa y manca a bailar una especie de danza del vientre. En fin, que cuando volvió el Arriero, como veremos, derrotado, y se acabó esa Capital y todo ese rollo por el modo más expeditivo, que les vino el Añanzú en persona a cortárselo y a quitarles las ganas de tocarle los cojones, sólo quedaba ya del Coñete una cabeza en un frasco de alcohol transparente, y la Doña Michia lo seguía amando con todo su corazón, y la voz de Doña Michia era un poquito más grave, como de cazalla o bataclanera o de travelo. Y la boquita del Coñete fue su último Coñete, que con ella y ya cadáver el chaval capado, todavía la Michia fue tríbada a veces y a veces macho. Fue una bella love story, aunque rara. Y por eso no la dejamos de consignar en esta relación que es básicamente de hechos de armas y bélica.

El Arriero mucho que lamentó la suerte del Coñete, bien que aún lo dejo vivo, pero castrado y ya sin brazos, y tan entregado ya a la Michia y sometido a todo hasta el final, pero nada pudo hacer; y salió de Tiquis con los aprovisionamientos y mantenimientos prometidos por el Don Cafrún, y con la bendición del Rey Árbol, en cuyo nombre iba por fin él a hacer la guerra a los Cagarrúas del Altiplano, uno de los últimos días de enero de 1643, cuando el Sargento General afirmaba sus posiciones ante Carmacuncha pero se estrellaba con la resistencia de esta ciudad y con la Subida, que no pudo ampararse con Carmacuncha a sus espaldas; y que, aun cuando estalló la sedición de Cochimba preparada por Don Ramón, el Añanzú la aplastó. Y fue acaso a medios de febrero que llegó con su Ejército a las estribaciones de los Andes. Dentro de la premura, lo había preparado bien; los pasos más anchos y que eran helados al pasar el Tadu por navidades, se estaban deshelando, y habían pasos suficientes para paso a pie en columna de dos o de tres, y aunque durase el paso pues podían pasar, aunque fuesen estrechos. No les faltó agua mientras fueron en la Breña, pues conocían río cercano donde abrevar, sin torcerse, pero en las estribaciones mandó llenar odres y cantimploras y economizar, pues que no habían pozos hasta pasadas docenas de kilómetros de montuosidades y quebradas. Y su ejército había sido equipado, con gran esfuerzo de la nación Tiquismiquis, pero equipado, cada cual con su manta, y su odre de agua en bandolera, y su macutito en la otra bandolera, y los mantenimientos eran llevados por más de cuatro mil porteadores, que con que juntase 15.000 hombres arriba para la primera batalla, luego los porteadores serían esclavos Cagarrúas y llamas y mulos sino carros castellanos y no habría ese problema, y los porteadores sobrevivientes y en condiciones podrían pasar a ser soldados, con el arnés capturado a los Cagarrúas. Y sobre todo insistióles a los indios de la Breña, que a los mercantes o gondoleros que iban con él, de indios borregos, no hizo falta, que se colocasen turbantes o gorros, de la clase que fuese, y que se dejasen de pinturas y purpurinas, que iba a hacer frío. Y a todos los que pudo, dotó de botas de cuero o sandalias y calcetines, y a los que no que se hiciesen fricciones cada día en los pies con alcohol, que los indios tenían de mercancía de otros, y aguardiente que compró a los gondoleros de la Breña, de otras naciones de Motilones que no fuesen las que había abrasado y asolado, que en ésas era el “Tupans” o “Turans” hombre muerto. Con el Tadu de práctico, y el propio Arriero, que allí había sido hacía muchos años, y se adelantaba en vanguardia con gentes suyas de Degolladores, con el poncho y el gorro andino colocados sobre su peto y vestimentas castellanas, siempre con tizona; y en fin otros góndolas, mercantes y lenguas, la Hueste de Tiquismiquis, bien que más de la mitad eran de Pueblos Sometidos, fue subiendo las primeras estribaciones y luego llegaron a lo peor del paso, el “desierto”, que era un valle transversal todo roto con una cadena de Grandes Andes detrás y otra delante, que era ya el inicio del macizo de las Minas, y allí había que hacer alto y bajar cincuenta metros en vertical, avanzar unos cuantos casi en horizontal, de piedra muy afilada y rota, y subir otros sesenta metros por el otro lado, que era cosa muy difícil, aunque había pasos solapados al roquedal, con las llamas y mulas, y con personas de la Breña más difícil, que en aquellos fríos empezaron a morirse niños y algunas mujeres, y los guerreros no hacían sino toser, y aquello en vez de un Ejército era un Hospital al aire libre y andando. Sólo el Arriero y el Tadu no eran resfriados. En fin, allí sufrieron, y las jornadas eran agónicas y cortas, y enseguida querían parar y hacer hogueras, y el Arriero les animaba, y entre animarlos y adelantarse a explorar y repasar lo que ya conocía, e impulsar adelante ésa Hueste, tardaron en cruzar ésos criminales pasos muchos días, y dejaron varios centenares de tumbas, donde a veces no habían ni fuerzas para realizar sus ritos. Y hasta el Don Borrego y el Don Michio y el Don Sifún del Sifán, que eran los tres primeros generales de la Entrada, pero con el Sifún de Generalísimo, bien que en la práctica ninguno de los Pueblos Sometidos le obedecía y éstos, que eran más de la mitad de la Hueste, sólo obedecían al Arriero, eran, todos, asfixiados del aire de alturas, y padecieron mal de montaña, y muchos oficiales se querían ir a donde fuese, o volver, pero miraban hacia atrás y veían un infierno, y el Arriero cada día les decía que faltaba poco, que faltaba poco … Y se adelantaba con el Tadu y otros por reconocer si el Añanzú tendría puestas defensas y dónde y cómo, y tan por sus destrozosas jornadas fueron,  destrozados, que la vanguardia avizoró y reconoció ya las Minas. Y aquí el Arriero mandó hacer campamento a media jornada de marcha, y refrescar, o sea calentar, que iban refrescados más de lo que quisieran, y escogió tropas para un primer ataque, y se acercó con el Tadu a obtener lengua de aquí y de la carretera en adelante. 

El Arriero quería que la sóla noticia de su Invasión fuese ya arma; pero no aún. No aquí en las Minas, ni de modo que le pudieran hacer contraste a la entrada del altiplano. Y mandó al Tadu de práctico y a otros gondoleros y degolladores con él- a quienes a espaldas suyas les dijo que no lo perdieran de vista-, todos disfrazados de arrieros y como si fuesen Cagarrúas o asimilados que venían de las Minas, porque reconociesen por delante el Altiplano y hubiesen lengua de la situación militar y política. Y él mientras dio, con 3000 hombres de arnés pesado y macanas, de las Minas, donde por lenguas de las desgraciadas gentes que allí vivían, que no le opusieron resistencia y en saber que eran los Tiquismiquis se aterrorizaron y sometieron, localizó a la escasa guarnición del Añanzú, que eran muy relajados. Y les pilló en tres blocaos de tablas chuchurríos y otros sueltos, que esos no hubieron salvación o fueron prisioneros. Muchos los despeñaron al enorme cañón de las Minas, que era la propia raja de la Mamúa Charrúa, pero también se despeñaron aquí, como por el camino, muchos indios de la Breña poco prácticos. Y aquí de los guardias fue batalla de asalto de peones contra peones, y cortarles la retirada, que habían caballos y mulas, pocos, para enlaces con Cochambrecanchas. Los de media armadura castellana y arcabuces del Añanzú les dieron faena, pero eran pocos, y en el Altiplano una proporción aún menor de las tropas de los cagarrúas; pero al final cayeron y fueron muertos. Todo el arnés se confiscó, los blocaos se quemaron e hizo otros al inicio del cañón de Las Minas y allí dejó mil dacóis, que eran tropa pesada, y con ellos varios capitanes seguros, y con ellos las mujeres e infantes supervivientes de la Marcha. Que hicieron mercado de los desgraciados de Las Minas, que eran varios millares, y refrescaron, y se ampararon de barracas o hicieron otras nuevas. Y al capitán Borrego aquél lo hizo el Arriero Capitán de las Minas. Era la rezaga de su Hueste. Acaso quedaron allí 8000 personas, pero la Hueste de 30.000 quedó mellada de casi 11.000, entre unas cosas y otras del paso de los Andes, pues que grupos sueltos a últimas se habían vuelto atrás, y luego hubo deserciones muchas hasta el “desierto”, que al pasar éste ya no había vuelta atrás. Y de los que huyeron cerca aún de la Breña, se salvaron muchos o casi todos, pero de los que hubieron de marchar hacia la Breña solos o en pequeña compaña por las soledades de los Andes, muchos murieron, y a la vuelta encontraron sus restos, que muchos eran ya esqueletos.

Y el Arriero se armó de media armadura, bien que echando encima poncho y gorrito andino, y enarbolaba la gran bandera blanca con el aspa encarnada oscura que había fabricado él mismo con sus muchachos en el viaje de ida, con materiales comprados por suelto en el mercadillo de los despojos de la Cochambrecanchas castellana.

Siendo ya en carretera, con la fuerza de guerra ya organizada, pero pisando aguanieve, con más de 2000 tirachinas y casi 20.000 hombres, sin contar que había fuerza de choque de macanas que eran casi todos los Borregos que no eran de tirachinas, y que el resto de los Pueblos Sometidos eran flecheros, la mayor parte sin unto, de indios desnudos, que eran aquí con largos camisones pardos y ponchos y turbantes de varios colores, y gorros, y bufandas y trapos alrededor de la cabeza, y muchas prendas castillas y Cagarrúas requisadas en Las Minas. En ésa carretera fueron viendo las cruces que primero fueron tumba expuesta de los castillas y luego tumbas de los orejones, y era espectáculo que a muchos hacía reflexionar para mal y a otros para bien. Era el Añanzú un malvado tirano y su causa de ellos era justa; sobre todo insistió en esto a los Pueblos Sometidos, que de aquí en una arenga que les dio el Arriero, en adelante, llamó Pueblos Liberados del Imperio Tiquismiquis e Indios Borregos plenos, para espanto de los Borregos puros pero otra cosa no podían hacer, y además les parecía el Arriero un hombre- medicina poderosísimo y letal. Y con éstas irrumpió, previa exploración,en el Altiplano, y abrasó tres o cuatro pueblos Cagarrúas por dar noticia, y  aquí no cometió atrocidades, porque “venían a Liberar” y era “en nombre de España”, pero permitió que, educadamente, soldados suyos exhibiesen que las raciones que llevaban en el morral eran manos y miembros humanos salados o congelados, y que los Cagarrúas lo vieran y “lo escampasen”. Y a todos los curacas, tras apresarlos, los  invitaba a aguardiente o a vino si lo hubiere, y les explicaba que era allí en nombre de España, y que era “Ejército de Liberación” contra la tiranía del Añanzú. Y les hacía aclamarle y gritar contra el Añanzú. Y a poco de esto, que del resto de pueblos se amparaba y requisaba lo necesario, y sustituyó sus portadores por trabajadores forzados Cagarrúas, y vistió con ropas adecuadas a todo su Ejército, y que se amparó de los enormes campos de barracas y mercadillos delante de Cochambrecabchas; desde luego la noticia corrió como la pólvora, y a pocas jornadas le llegó al Añanzú en la Roca Nacional de los Arrúas, la Chuncha Cúa o Auahuác. Y éste sintió gran dolor e ira y furor, haciendo justicia de su apelativo castellano y en el futuro literario romántico, modernista y comunista, como hemos visto. Y sintió desde luego la caricia de unas suaves y finas manos de mujer en su cuello-¿las del Coñete?-, que eran sin duda las de la Mamúa Charrúa.

Pero el Añanzú repasó la situación y se preparó al contraataque. No creía que un ejército sin artillería pudiera tomarle ni una fortaleza. Y si no era así, daría de ellos y se arrepentirían los odiados Tiquismiquis de mierda de haber subido al Altiplano, que ésta vez no sería como hacía 200 años- ¿o eran 300?-, y  que ésta vez a  ésos herejes y renegados del Culto de Tumi y de Chipotec, a ésos los exterminaba él, por éstas. Y bajo el vuelo de los altos cóndores y cerca del Ombligo del Mundo de su Raza, se sentó bajo su mantita y exploró en sus mientes la situación, y un poco en el plano viviente que era delante de sus ojos, desde allá arriba, a sus pies.

Y algo más tarde, se supo la entrada del Arriero en el Campamento del Sargento General ante Carmacuncha. Y pensóse éste, entre otras muchas cosas, que si hubiesen coincidido su subida al Altiplano, la alzada de Cochimba y la entrada ésta, era destrozado el Añanzú. Pero no coincidieron una de otra por días o medias semanas, y por tanto eran eslabones de una misma cadena separados. En cualquier caso, si eran 30.000 los atacantes, aunque fuesen indios de la Breña inservibles y maricones, le daban gran quehacer a su enemigo,y, tras una junta que debería haber con Don Ramón, él se pensaba dar fortísimo ataque a Carmacuncha y ver de tomarla antes de abril o mayo, pues que ya  eran marzo de 1643, por dedicar su campaña de ese año en los meses buenos a la total victoria en la Guerra India que se arrastraba desde el nefasto 1640 en que al hijo de puta del Don Tupi se le ocurrió alzarse tomando el Presidio de mierda, hijo puta también el presidio, y todo, me cagüen Dios. Eso decía él, no yo.

Pero no era el Sargento General con su retaguardia libre y tranquila, pues que en ésos meses anteriores a los de campaña fuerte, y en los que quería atajar un poco de faena, y mientras su rival el Rocafuertes se reponía del Atentado, sus enemigos, sus enemigos de verdad, no descansaban. Pues que eran personas y entidades de Palacios, sus asuntos iban Despacio, pero iban. Eran contra él echándole diversas mierdas financieras desde 1638 y 1639, y luego todo lo que se ha visto, que era ya el hombre a las últimas de ser acusado de cargos que por implicaciones eran ya capitales; y era el hombre amenazado de muerte como se ha visto, de hacía años, que si él intentó matar al Rocafuertes, muchas otras veces fuesen a por el Sargento General y nunca se sabía quién. Pero el Frente principal de su Guerra era la oposición del Cabildo a su persona,y, con su Decreto de Tierras, la verdadera guerra que le declararon, que, por serlo con tropas y territorios, no fue sólo de papel, precisamente, sino fusil contra fusil, por así decir, y era la paz a que aspiraba una mujer con sombrero azul que huía como una gaviota- ¿también azul?-. Pues que en el país donde él había dado su Decreto, era la mitad ocupada por La Caballada, donde el Guadañángel y Don Suárez habían repartido las tierras como lo haría Guillermo I de Inglaterra el Conquistador , o Jaime I de Aragón el Conquistador. Y eran las Órdenes expoliadas primero de Indios alzados y heréticos y cruzados e israelitas y todo eso, y luego por Don Suárez con su estricto Catastro respaldado por la Ley de Tierras del Sargento General y por la fuerza y la locura del Guadañángel Alimaña y sus desaforados hijos que pudieran ser Gargantúa y Pantagruel, que eran gigantes y ogros en más de un sentido; y por todos  los otros caballistas, que ya conocemos y son de armas tomar, que los Incháusti sólo que existiesen en el mundo ya eran las Indias amenazadas. Y la otra mitad le era rebelde a su Decreto y eran tierras amparadas por el Obispo de Santa Fe de Verdes y por el propio Ejército de Rocafuertes, a quienes apoyaba el Cabildo, la Ciudad entera y el propio Servicio de la Sargentía General de Verdes, a tal punto que para tener órganos propios de saber, decidir, decretar y coaccionar, el Sargento General debía recurrir a la conspiración ilegal y al uso de “el Zorro”.Y si ya habíanse dado rencuentros que prefiguraban la Guerra Civil en el curso de la pasada campaña del Norte contra los indios cojones y Don Tupi Rey de Israel, donde el Bagre Rocafuertes habían vencido y matado al Loquín de Guadañángel y al Cota Matamoros, desaforada quimera aliado de Guadañángel, eran todavía pocos estos rencuentros a comparación de los que pudieran surgir del fecho de las exploraciones y asentamientos del Bagre Rocafuertes, que en ésos meses “cortaba” la pampa oriental al norte del lago de Tumi desde donde empezaba la parte de que se amparaba del País del Cañizo. Que sólo ésta es hazaña que, aun cuando en el curso de guerras, sería de gran explorador y conquistador de vastedades interiores del país por el Bagre, hombre fuerte, mestizo y cosaco de pro. Que muchos de los blocaos que fundó en línea de frente a los Guadañángeles fueron luego importantes poblaciones, y fueron aquí, en 1643 y en adelante, el modo como efectivamente y en realidad, llegó la Colonia a los Andes por estas partidas centrales; pues que el Sur fue conquistado por Arrizabalaga por el interés de las Minas, y al Norte Guadañángel estableció de vasallos a los Cojones en Tupinamba bajo encomiendas en su primera guerra de 1630, y ahora en la segunda se amparaba de Tupinamba directamente para La Caballada; el Lavalleja de Rebuzneda construyó el Presidio en aquellas inmensidades; pero por la parte central, más allá de las malas tierras, era toda aquella inmensa extensión de pampas y praderas, el País del Lago de Tumi, que era en realidad tan ajeno a la Colonia como la Breña, los Desiertos alrededor del Presidio, el Desierto de Túmac o las grandes Pampas del Norte salvajes, usadas por los ganados de las haciendas a veces, pero no en toda su extensión, y no repartidas. Con el Bagre este inmenso país o provincia de aquí, en forma de haba, se incorporó a la Colonia.Y bien puede considerársele en el número de los exploradores y no sólo de los asesinos, a este mestizo que, por serlo, no pudo suceder a su padre el Rocafuertes, y sólo le hizo a su padre de esbirro y  de Miquelet Corella, quedándole a él sólo granzas, pero el reynado indiscutido del país del Cañizo y ésas Pampas, de los que fue Campeador y Señor y Rey natural, con su matesito y su chiripá y su churrasco y su guitarra; que donde llegaban los Rocafuertes, oíase la guitarra española y cesaban para siempre los caramillos. Aun cuando de fondo se oyesen algunos atambores vudú, pues que Don Rocas sólo creía en Shango y los Orishas; y  el Bagre  sólo creía en el Dios Cielo y en la Diosa Pampa, y en el Valor y el Ferre. (Y acaso en los cantados, payados versos …). En marzo de 1643, en saberse que los Tiquismiquis atacaban por la retaguardia a los Cagarrúas alzados contra España, y en saber que iba a su cabeza con bandera española el hombre seguro de Don Ramón, convertido en caudillo de 30.000 hombres, aunque fuesen de indios desnudos, fue grande la maravilla en el Campamento castellano frente a Carmacuncha, y en todas partes, y pasó la nota a Puerto Chapuza y a la Capital, y éste hombre fue célebre mientras no fue derrotado, y se publicaron folletos sobre él, escritos por desesperados que decían conocerle, pero que no le desacreditaban, sino que se ensalzaban ellos al conocerle; y fue piadoso que así sucediera con un hombre tan amargado; aunque al fin de poco le sirvió; y en su guerra, menos. Una nueva energía campeó por entre los castellanos y algunos oficiales hablaban diciéndose que debía ser por fuerza un caballero español cumplido y caballero de Santiago y freyre de Calatrava a lo menos, que era caudillaje como el del Cid Campeador aquél, y se les dijo que era cosa secreta, sonrió el Cabestro y todos le tuvieron por menos imbécil y le respetaron más, y creyeron que el Cabestro era fino estratega. De modo que hasta era aclamado por sus tropas en verlo por trincheras y baluartes con su media armadura, su cigarro, sus bigotes al cielo y su casco turco o “Cromwell”, según los días. Y mucho dubió la esperanza española de rápida victoria; pero no era tan fácil. Y quien más lo sabía era el Cabestro. Como lo sabía el Añanzú, en lo que respecta a este frente. Y el Cabestro quiso todo saber de ése Capitán González maravilloso, y el Don Ramón, abriéndose aquí, pues el Arriero era un a modo de ángel que les unía en una nueva intimidad y pacto político más estrecho y mayor confianza, le contó todo cuanto sabía del Arriero y desde luego todo lo que conocía del negocio, diciendo claro que la idea había partido de él, y que por sus telarañas y palancas, era él quien guiaba al Arriero y quien le dirigía, hasta un cierto punto de verosimilitud, pues que a la sazón la represión del nansú cortaba toda línea entre el Don Ramón y el Arriero, y eran acciones independientes, y tampoco quería pechar con las posibles derrotas y demasías del Arriero, por lo que se atribuía los méritos y guardaba la ropa. Y si el éxito hubiese sido total, entonces el Don Ramón sí que se lo hubiese atribuído todo, pero no aún; había que ver qué pasaba todavía.  Pero en saberse, claro, que el Don Ramón Aposentador, como se sospechaba, era hombre secreto, los oficiales le miraron con nuevo respeto, tal y como sucediera con el Cabestro, que no eran un corrupto y un mafioso, ambos imbéciles y a las últimas frente al Cabildo, las Clases Poderosas, el Obispo y Don Xavier, y sobre todo Don Rocas el próximo Sargento General, que así le llamaba hasta el último soldado castellano; sino que eran hombres capaces, y “habían más cosas”. Y el rumor de que el Cabestro era “el Zorro” y era hombre no tan ingenuo y bobo ganó fuerza. Y pues que en fin, repito, le respetaron más. Pero era enfrente el higo chumbo de Carmacuncha y la Subida del Infierno al Altiplano. Y corría marzo y se acercaba abril; y era en pleno auge la “Guerra” del Decreto de Tierras; que medio repuesto el Rocafuertes, era publicado un Memorial justificativo de su incumplimiento del Decreto, y las Órdenes y el obispo y el Cabildo tenían sumarios de miles de páginas contra el Cabestro en Cartagena de Indias, en Bogotá y en Madrid. Y masas de miles de hojas de memoriales oficiosos escampados por todas las oficinas públicas del Virreinato de Lima, del Virreinato de Nueva Granada y del Virreinato de Méjico. Y de Cabildo a Cabildo, diez o quince ciudades de Indias eran enemigas del Sargento General Don Cabestro de Santa Fe de Verdes, le tenían por tirano y corrupto y por persona non grata y casi Enemigo Público Número Uno, si se probaba que era “el Zorro”.

Y fue entonces que, en plena campaña, ante la ciudad espinosa, se le ocurrió que Guadañángel fuese su Arriero y la Caballada sus Tiquismiquis contra sus otros enemigos. Y en obra puso lo de cruzar mensajes con el Guadañángel, a quien le hacía de decreto de ordeno y mando y Fuero de Guerra, Lugarteniente de la Colonia, y que le firmaba un cheque en blanco político, que gobernase como lo hiciera de 1620 a 1633 mientras él, el Sargento General, ganaba la esencial guerra del Altiplano. “No queréis caldo, dos tazas, hijos de puta”. Y así se hizo, bien que en correos secretos y decretos y todo lo demás, pasó otro mes. Este sí que fue gran preludio de la Guerra Civil, y ésta “tiranía”, que así la llamaron, del Sargento General, fue otro cargo capital de los muchos de los que escapó huyendo en 1648, din dimitir, a Panamá, que se fue “en comisión por comprar armamentos”, y que, en ser depuesto por ausencia y por las acusaciones en 1650, exigiéndosele su presencia ante el Consejo de Indias en España, fue el motivo por el que se voló la cabeza sin moverse de Panamá. Para las Doñas, fue un drama; pues que no se rompieron los noviazgos con los hijos de Roafuertes, pero se retiraron éstos a las posesiones del Rocas, que se atrincheró en ellas de guerra, y en el Cañizo, y  levantó un ejército de 10.000 hombres. En cuanto a Don Xavier, sólo de saberlo se exilió, precisamente a Panamá, que conocía ser Puerto Chapuza zona de guerra y bajo directo fuero militar del Sargento General desde su Campamento, y además que el Cabildo de allí le era enemigo por rivalidad entre ciudades; y que en fin, no sintiéndose seguro ni en Panamá, Don Xavier De la Pela se refugió en la misma fortaleza de Cartagena de Indias, protegido por su amigo el Almirante en Jefe de la Flota de Guerra de Indias. No hizo tanto el Obispo, pero cuando se supo que  el Guadañángel era ido de Tupinamba a Castel Guadañángel de Alt, la gente tembló. Cuando salió de sus Estados y penetró en la Colonia “rasa”, se cagaron. Y cuando supieron que se había detenido en Ahorcabuey a contemplar las románticas ruinas, bien que esa palabra de romántico no se usaba ahí, entonces muchos fueron desesperados. Y cuando se supo que el Ejército de Guadañángel, a pabellón de la Mamúa Charrúa desplegado, era cerca de las murallas de Santa Fe de Verdes, desertó un 80% del Servicio, la Inquisición embarcó en la galera de Puerto Chapuza, salieron de la ciudad 3000 frailes, y sólo se quedaron  en las Casas de las Órdenes gentes de temple de acero, de Jesuses y Franciscos, que de hecho los había y muchos. Y que en fin entrar otra vez en Santa Fe de Verdes el Guadañángel como Lugarteniente fue el peor disgusto y sobresalto que hubo esa ciudad en muchos años.

Toda la tiranía golpista que el Cabestro no podía realizar, la hizo por su mano para él Guadañángel, que ajustó todas las cuentas desde los Memoriales que ocasionaron su caída y precisamente la llamada del Cabestro de Méjico para que viniese por “Hombre Fuerte” a barrer los excrementos políticos dejados por La Caballada en su mando desquiciado y arbitrario; no era entonces hasta 1633 Guadañángel tan … místico, y aquí en Santa Fe de Verdes se dejó ahora de muchas cosas que practicaba en las soledades de sus Estados y había realizado en Tupinamba. Aquí sólo usó las armaduras más charras y más ofensivas al gusto de los burgueses, de todos los estratos y clases, y de entrada despidió al 20% restante del Servicio, no sin llenar las mazmorras del Castillo de Santa Fe de Verdes de sus principales jueces,cuadros y alguaciles que no eran físicamente huídos de la ciudad y cercanías.  Las oficinas de la Inquisición ardieron en un accidente. Varios frailes levantiscos fueron asesinados de un mal tiro o por cuadrillas de calaveristas. Reclutó un nuevo Servicio de 6000 hombres, con uniformes iguales a los anteriores y en herencia de sus locales y arsenales, con la pretensión de que era la misma institución y sólo un cambio de personal, y ahí metió a 6000 calaveristas y desesperados al mando de alguno de sus gauchos y jinetes, e hizo jefe de ése Servicio y de la Policía al Ramonín, el de los lentes redondos negros. Y no pudo de verdugo al Loquín porque era muerto. Ni de presidente de la Lonja al Cota , porque era muerto. Echó a seis distintas casas de banca de Santa Fe, disolvió el Cabildo y acusó de traición a cincuenta de sus secretarios, servidores y miembros de pleno derecho, éstos los menos de la pezeta, y los metió a pan y agua. Y cuando se cansó, más tarde, de tenerlos, y le clamaban desde el exterior y desde adentro que era el Castillo lleno de presos políticos, hizo viajes nocturnos con unos acaso 1000 a alta mar y no se les volvió a ver, que en esto el Ángel Rubio y el Martín de Ferre fueron peritos y de hecho los responsables; y a los más significados los metió en la más lejana de las Semíramis con herramientas de cultivo del suelo, semillas, lo que llevaban puesto, y abundante agua de un pozo que había. ¿Qué más querían?. No les puso ni guardia, por lo que argumentó que “les había puesto en libertad”, y con cachaza, argumentó que “había tomado medidas de favor con ellos”, como dejarles un botijo con agua y anís. Que eso fue verdad, y fue acto humanitario, las cosas como son. En total, que el puerto a poco se quedó vacío de comerciantes de grano y otras cosas, bien que esto no lo quería el Guadañángel; pero si perjudicaba al Rocas pues estupendo; y si arruinaba a los ricos pues fantástico. Y de aquí vino cierto auge de Puerto Chapuza, que de hecho fue donde el Rocas desvió sus embarques de trigo, menos, porque debía cubrir toda la zona de Cañizo que había amparado, y el Rocas empezó a arruinarse. Y mientras el Guadañángel convirtió el puerto de Santa Fe en Meca de Esclavos, y se vieron llegar otros 100.000 indios, esta vez Cojones de Tupinamba y alrededores, que eran desencomendados por los señores de Encomienda que ya tomaban posesión de sus feudos según el Reparto de Don Suárez, que era minucioso, y con ellos se embolsó el Guadañángel otra fortuna. Y decía por lo bajo, mascando como una Alimaña: “¿Y estoy loco, eh, y estoy loco, eh?”.Y la gente de Santa Fe de Verdes era aterrorizada. Que en su Lugartenientía de Santa Fe salieron por el puerto casi 250.000 esclavos de Indios Cojones, que vació el país por segunda no, tercera o cuarta vez, en sus mandatos. Y luego el puerto fue Emporio de la Vaca, que de los fletes se encargaban agentes suyos- “judíos” suyos, decía- en Panamá, Acapulco, El Callao o donde fuese. Y porque “tenían malhura”, cortó todas las palmeras del Paseo del Castillo de Santa Fe de Verdes. Y en sus Juicios por Traición, se hallaron finalmente culpables a como 50 miembros de la clase alta de Santa Fe de Verdes, que eran de diversas clases particulares, Servicio, Cabildo, Burguesía, Nobleza, Órdenes, cabecillas de la chusma pagada por enmendar el nombre del Sargento General y el de los Guadañángel, coincidiesen o no los dos menesteres, que en muchas ocasiones sí coincidían, pues a ésos les dio garrote, en muchos casos por su propia mano. En fin, que fue una represión digna de un Golpe de Estado, que es lo que aquello fue, uno de los primeros de la Historia de Chafundiolgg, si bien ya vimos que su Historia como país civilizado empieza con la matanza de los dirigentes de los indios Quilates por el abuelo de éste, el primer Guadañángel, Don Sebastián, digno discípulo de Alvarado el Tonatiuh el Saltador de Pértiga. Y fuése a los locales de la Inquisición antes de hacerlos abrasar y buscó los setenta y siete papeles de la Contactada, insigne torrezno, del rollo Ganimedes, pero no los halló. Por pura maldad el Obispo los hizo ocultar donde él no lod hallase, pues se sospechaba que la finalidad principal de aceptar el Guadañángel la comisión de la Lugartenientía que le daba el Sargento Cabestro, era hacerse con ellos; y no quiso darle ése gusto. Pero algunas copias más que le faltaban, sí obtuvo. Y en una de ellas se leía:
“GOMEÇ-DAWSON-ROYO-STROESSMANN-STONEFOR”. Y sólo le orientó una fecha, si bien de un momento muy futuro: “1983”.

El Patu Tenic sabía que todo dependía de su resistencia; que sin caer Carmacuncha el Sargento no podría iniciar la subida al Altiplano, y que ésta le sería contestada de todos modos muy fuertemente, de modo que era casi inexpugnable, pero que, con Carmacuncha a su espalda, ni lo podía intentar siquiera. Era hombre fanático como el que más de todo el elenco revolucionario del entorno del Amaru y del Añanzú, de donde procedía, y era plebeyo. No tenía las orejas abiertas, como si, pero ya casi cerradas, el propio Añanzú, que se las abrió el invierno anterior cuando, bajo el Cagúa Mita Peru, parecía que habían vencido una guerra a los castillas y se inició aquella Restauración que tan mal acabó, pues que los orejones querían restaurar la Mita y traicionar la Revolución. En lo que a él respectaba, era una Revolución, nacional y social, contra la Mita. Las contradicciones del régimen del Fir Uyr, o no las veía o no le importaban. Pero de hecho, a nosotros nos parece obvio que esa alzada carecía de futuro, pese a la repartición del campo de castillas y la inminente Guerra Civil. Y una de las cuestiones fundamentales para pensar eso es que la Mita, y prestada en las Minas o en su sostenimiento, era la razón de ser de la región de los frailes que, pese a todo, el Altiplano seguía siendo. Barridos y arrinconados los Cagarrúas por las sucesivas guerras desde la gran rota de la Gran Coalición del Tupolicán y el Tigretón por el Arrizabalaga, y las campañas devastadoras del Lavalleja Rebuznero, y luego por el Guadañángel Alimaña, habían tenido la suerte de ser arrinconados a su región originaria, el Altiplano, donde se llevaron poblaciones procedentes pocas generaciones atrás, hasta de la Costa, donde algunos Cagarrúas, aunque no lo parezca, fueron pescadores. La mayor parte de los originarios del Altiplano eran los pobladores de los ayllus de la parte que caía al otro lado del Altiplano hacia el Cañizo y el Desierto y el lago de Tumi, y era ahí donde se había reclutado la nobleza, como el Matu, y también donde habían más cristianos, como la familia del Amaru, serrana y cristiana, que eran de esa parte. Los del valle ancho, con sus muchos pueblines, cerca de la Roca Nacional, y las poblaciones indias de las ciudades- Cochimba, Cajacuadrada, Cochambrecanchas-, y en general las poblaciones del borde de la Carretera de Las Minas y de las Minas mismas, eran gentes procedentes de reasentamientos, que venían empujados por los castillas desde el centro geográfico de Santa fe de Verdes o Chafundiolgg, que eran actualmente tierras de Mieses o de Vacas, y en su mayor parte propiedad de dos hombres: Guadañángel y Rocafuertes. De ése verdadero proletariado se reclutaban el Añanzú y muchos de sus partidarios, de ayllus dudosos, forzados y penados, y sometidos a Mita minera, mientras que los del lado de Cochimba eran sometidos a Mita agrícola o ganadera y a censos de otra clase. Eran, en realidad, dos países diferentes. El Amaru era un idealista, y su familia ya se dijo que era de las que ascendieron gracias a los frailes precisamente y a lamer culos y comulgar con ruedas de molino, pero eran plebeyos, aunque serranos antiguos. Los del Matu eran serranos puros y nobles. Los Cagúas mitas procedían de la Costa, luego del Centro y finalmente se habían replegado a su antiguo ayllu original, pues que fueron desplazados y reasentados pero nobles; nunca habían perdido el contacto con su lugar de origen y casona solariega en un ayllu cercano a Cochimba, no lejos geográficamente de los lugares de procedencia, de distinta clase social, del Matu y del Amaru. El Añanzú, el Jiri, el Patu, el Passuassuatu, el Guanajuatu, eran todos procedentes de Las Minas y de las poblaciones de alrededor, carne de cañón de la Mita. Y es más que comprensible su rebelión y su revolución; pero si su rebelión era sostenible a voluntad, o sea que basta ser rebelde y mientras se es vivo hay rebelión; en cambio una revolución requiere un cambio en la propiedad, en la estructura social y en los medios de producción, y todo ello sobre la previa viabilidad económica; pues cuando todos son esqueletos pues se han muerto de hambre, se chapa la parada y la Revolución kaputt. No era tan aguda la dependencia del comercio en el Altiplano como en Tupinamba, y ello se debía a que al Norte, los Cojones fueron reasentados en tierras absolutamente ajenas a sus antiguos territorios, y que eran las de los extintos Anandrones, más las malas tierras rotas y el Cañizo, parte del cual era sólo una porcioncita de su antiguo país, e incluso se les dio parte del país original de los Cagarrúas de Llano, siendo que se redujo la totalidad del país Cagarrúa a su provincia del Altiplano, que era sólo una de ellas y ahora quedó como su entero país. Pero esta provincia, desde hacía siglos, dependía de la Mita minera, y su hinterland comercial, al perder su propio país independiente, había pasado a ser la Colonia. Era factible el sostenimiento por las llamas, los borregos y las patatas y maíz, pero de hecho los iniciadores del alzamiento nacional, los Cagúas Mitas y los partidarios de la Restauración y de la guerra contra los castillas, y responsables de la limpieza étnica de acastillados y de la matanza de frailes que casi fue lo de los Mártires de Uganda, aquí; si bien éstos fueron mártires de armas tomar, literalmente; los organizadores de la revuelta, contaban con restaurar la Mita minera a su favor. Más humana, pero restaurarla. Los rebeldes mineros y la rebelión allí eran sólo una parte de su revolución, pero al final hemos visto que ésa parte se comió todo el alzamiento, y dio el mando del Añanzú, que creía y decía seguir el camino luminoso del Amaru. Pero el altiplano era organizado de tal modo ya, que al faltar los frailes y la administración minera, y faltar el tren de arrieros del Don David Alazán, y en fin, al faltar la explotación de las Minas y no hallarse un modo alternativo a la Mita para su explotación, sino sólo la supresión de ésa industria, creaban un empobrecimiento terrible; pues que mucha población del Altiplano hacía mucho que dependía económicamente de las migajas del universo generado por las Minas. En ese universo los frailes y los funcionarios de la Corona, en su “fifty-fifty”, eran dioses, pero gran parte de la población, de ése granero, por así decir, eran los ratones. Y ya no había grano.

Es muy cierto que era la guerra, y que existía el comunismo de guerra del Añanzú el Fir Uyr, el Don Furor, y que la exaltación propagandística, más seria que en Tupinamba, por ser éste país de Hombres Serios y los otros ser más chuscos de su natural y costumbres y cultura, considerablemente y esencialmente más acastillada y abarrocada, daban una impresión en general de que, sin la presión externa, todo pudiera marchar; pero no. De los despojos de los castillas vivían aún; y para poder subsistir a no muy largo plazo, cinco años, el Altiplano hubiera necesitado o que perdurase la independencia de Tupinamba y ser cada cual el mercado del otro, que si logran esto aquí nace una nación o estructura viable, pero no fue así; o expandirse, como la propia Colonia, hacia la Breña. Nada de esto llegó a manifestarse, porque el régimen del Añanzú no duró tanto. Pero era en el pensamiento del Añanzú el que, si lograsen sobrevivir al asalto de los castillas, sería preciso, en lugar de los beneficios de Las Minas, obtener un mercado o hinterland entre las tribus de la Breña, cosa factible; pero en su camino de expansión eran los odiados Tiquismiquis, con quienes, sin saberse el motivo, eran muy peleados los Cagarrúas de hacía acaso siglos. Es decir, que una guerra a los Tiquismiquis era algo en mientes del Añanzú desde hacía mucho. El Patu, en Carmacuncha, supo del gran Acto Nacional realizado, cuando había aún aguanieve, por el Fir Uyr , ante Cajacuadrada. Fueron allí casi 40.000 personas de allí y de toda la nación, de más lejos representaciones más menguadas. Pero él habló, se pasearon las banderas nacionales, locales, de ayllus y de personalidades, y se pasearon unas cincuenta momias de grandes Antepasados en andas; y en esa gran concentración se pidió fuerza a los Dioses todos contra la Invasión de los Tiquismiquis, contra la cual el Añanzú se preparó inmediatamente. De hecho, supo por señales cuándo el Añanzú se retiraba de la Roca Nacional, dejando asegurado éste frente por la espinosidad de Carmacuncha y la dificultad, reforzada por una perfecta fortificación, de la Subida al Altiplano, para irse a ese Acto y después a la guerra contra los Tiquismiquis. Su último mensaje personal, del Añanzú, que luego siguieron otros emisores de mensajes que eran altos oficiales como él, el Patu Tenic, decía que confiaba en una resistencia de meses al menos, y que se inmolase antes de permitir a los castillas poner un pie en el Altiplano. Era una severa orden inequívoca, pues conocía de sobras al Añanzú desde que era sólo Añanzú Esteban el penado, y desde que era Añanzú Tenic el Capitán de los Artificieros ante Cochambrecanchas en manos de castillas.

El Patu Tenic, pese a los bombardeos y las najas, tenía en Carmacuncha a 20.000 soldados, números redondos, de pavés y macana, unos cuantos arcabuces, le quedaban tres cañones que se reservaba para tiro de metralla directo cuando hiciese falta “al final”, y bastantes mulas y llamas al inicio del sitio, pero que ya se habían ido consumiendo como carne. Los castillas le apretaban con 100 cañones, y había perdido las barreras, que de todos modos les había costado a los castillas sudar sangre el tomarlas. Pero en los aproches de éstos y en los rencuentros que ocasionaron, había sufrido muchas bajas de sus arcabuces y rastrillo, y había perdido los Depósitos de Abajo, que eran importantes como pavés de la ciudad y como símbolo. Muchos habían ardido en la lucha y él había dado órdenes de quemarlos, aunque a la sazón sirviesen de viviendas de la población civil. Tenía 10.000 civiles o paisanos, en su mayor parte mujeres, con sus criaturas, y muchos ancianos, que de todos modos se le morían a chorros con las privaciones del sitio. Tenía agua abundante de los pozos de la ciudad, castellanos; pero había perdido, en rencuentro de caballería, el acceso al río de Carmacuncha, y ahora no disponía aquí de caballería ni de indios Cojones con flecha untada. Pese a todo, fabricaban unto sus hechiceros y unos boticarios indios, y metían el unto con la metralla de los cañones y con las bombas de mano que fabricaban a miles, accidentes incluídos de los operarios, que muchos eran mujeres y niños, pero también soldados, pues con 5000 en las murallas de vistas al enemigo eran suficientes. Tras él eran las estribaciones del Macizo de los Cagarrúas, extenso como un país pero prácticamente inhabitable, del cual la Roca Nacional no era sino una praderita menor, la más accesible. Hasta ahí detrás habían detectado actividad de zapadores castillas, que alejaron a flechazos, causándoles bastantes bajas, pese a ser sus flecheros nuevos y malos. El Sargento General le sometía a un bombardeo continuo y furioso, y sus zapas y minas y aproches y trincheras eran tan ceñidas y solapadas a los muros de Carmacuncha, que se podían insultar desde abajo a arriba y desde arriba abajo de viva voz; y los castillas eran a perfecto cubierto, que por pasillos y trincheras cubiertas como de topos eran los castillas tan cerca que se oían sus pedos y casi se les podía oler el aliento, y se oían sus charlas. Con voladuras había visto cómo eliminaban las barreras que no les interesaban de aquel jardín infernal que el Añanzú les creara para ellos a su medida, y había visto cómo desmontaban otras por usar los materiales en sus obras. Usaban abundante mano de obra de los mercantes y putas indios que habían pillado, y mano de obra nueva de negros traídos directamente de Puerto Chapuza. El Sargento General no reparaba en gastos. (Y tanto, ya le daba todo igual, pues era acusado de malversar millones de reales santa verdinos y de Lima y de apropiarse indebidamente una cantidad tan enorme que dudaba el Cabestro que se hubiese nunca acuñado). Las fuerzas del Sargento General, sin embargo, según veía el Patu Tenic y le decían sus ojeadores y oficiales y por mensajes desde sus líneas en la Roca Nacional en el País Libre, eran más o menos iguales, no crecían. Mucha artillería, pero 8000 hombres, de ellos acaso dos mil jinetes de diverso valor, que habían sufrido fuertes bajas. Si daba un asalto general, aun la ventaja de sus armas, lo mismo lo mismo, se podía contraatacar mediante una salida y destruírles el campamento y darles rota dura; después de lo cual el Sargento General se retiraba, o, por lo que decían, le destituían; y hasta tomar el cargo otro y reunir otra Hueste podrían pasar años. Pero ni él ni nosotros nos engañamos sobre el hecho de que Puerto Chapuza entero, con casi 40.000 habitantes, enorme ciudad, era muerto si dejaban de funcionar Las Minas, y que la Colonia misma sufría sustancial quebranto. Y sabía que si echaban a su enemigo, sólo sería para traer a otro peor. El patu Tenic no sabía niente de las verdaderas querellas en campo de castillas, ni entraba en sus cálculos el Rocafuertes sino como un hacendado hijodeputa que eran suyas muchas de las tierras antiguas de la Nación arrúa. Se imaginaba a los Sargentos Generales como oficiales que, a un mundo de distancia, más allá del Gran Mar, eran designados e impuestos  del cargo personalmente por el Rey de Castilla, el Filipu Castilla Cagúa Mita Cóndor. La poqueza de las fuerzas del Cabestro, el Cabis Tenic, era su única esperanza. Pero el sitio le estaba dejando sin mantenimientos, y se pasaba hambre. Hacía días que, en su despacho, que era el del capitán castilla de la fuerza, sentado en su sillón frailuno, y observando aquellos tintero y pluma que a él personalmente no le servían para nada- no así a otros de sus oficiales, que sabían escribir por ser alumnos de los frailes; él fue alumno de los capataces de la Mita minera-y aquel oscuro cuadro de batallas, con grandes cantidades de fantásticos caballeros cristianos y otros tantos moros en cuadros de caballería a campo abierto, que, pese a ser de chapa todos y fantasiosos los arneses como si hubieran sido de Orlando Furioso, figuraban la batalla de Sagrajas o Zalaca, según decía un rótulo que le habían traducido, tapiz medio deslucido que cubría todo un lado de la pared encalada y húmeda; el Patu Tenic pensaba en una salida e intentar tomar algún depósito de mantenimientos del enemigo. O incluso tomarles algunos prisioneros y canjearlos por mantenimientos. Afuera, se oía el furioso cañoneo de todos los días.

El  Patu Tenic pasaba últimamente mucho tiempo a solas. Allí donde Carmacuncha, población bien murada de unas 4000 almas padecía de masificación en sus calles, baluartes y placetas, y siendo su Plaza de Armas llena a rebosar de mujeres de falda de alcachofa de numerosas enaguas con sus niños a la espalda o de la mano, con enormes bultos y pañuelos de farsé o parecido, de soldados heridos y sin herir, y donde cada pequeño hueco era aprovechado y una vivienda, que parecían muchas partidas una casa colectiva, él era en disposición de mucho espacio, pues las cinco estancias grandes de arriba de la fortaleza se las había reservado. Y había balcón amplio con vistas y acceso directo, en otra cámara, por cinco escalones de piedra, al baluarte. Era la Casa de Gobierno fortificada, que era de por sí castillo, y aunque de cuando en cuando le iba una pella o un rebote, era bastante en desenfilada y a cubierto del campanario de la Iglesia Mayor, con ínfulas infundadas de Catedral, donde ondeaba su Bandera Grande, multicolor de cuadraditos, y otra edificación de almacenes que quitaba de las vistas de los castillas su paño de pared, no obstante bastante acribillado. Donde se concentraba el fuego de los castillas era en la fuerza, integrada al murado y con forma de estrella de cinco puntas en baluarte redondo, con tres pisos de altura, que parecía de planta de rosa; y ése edificio era muy destrozado, pero pese a todo aguantaba mucho, visto por fuera ya masa informe, pero fortaleza perfectamente útil si usado desde adentro, merced a sus fortísimos y ciclópeos muros, obra según decían del Arrizabalaga, que era hombre obseso por fortalezas. Esa estrella era muda de fuegos, pues que había retirado los tres cañones que le quedaban y eran ya instalados en su posición de mando, pues que con ellos pensaba dar cruenta batalla de metralla a los asaltantes castillas, cuando se produjese el asalto. Pero él se preguntaba cómo 8000 podían sitiar a 20.000, bien que los 8000 tuviesen a otros bien 5000 de apoyo de esclavos y obreros y trenes de abastos y todo eso, y siendo que con los 20.000 hubiesen 10.000`paisanos. Con su media armadura castilla, su banda roja de general, con sus dos ramitos de flores a lado y lado, su tizona castilla pero sus ropas negras y pardas de hombre del partido del Añanzú, tras reunirse con sus oficiales, buenos tipos de vestimenta semejante, serios, con sus bandas al pelo, de otros colores, por ser tiempo de guerra, y alguno de vestiduras de guerra tradicionales y guarnecido de armadura de algodón endurecido y cuero, daba la ronda de los baluartes, donde le aclamaban no a él, que era hombre esmirriado y de poco carisma, opaco y tendente al mutismo, sino a su enseña, el palo con sus ramitos y la bandera del partido del Añanzú. Y pese a no servir, predicaba al pueblo, y animaba a los defensores, y soportaba las demandas de mantenimientos de viejas y  jóvenes y matronas y mozas famélicas, con mantos o con faldas de alcachofa.  Era preciso resistir, pero mientras veía esa multitud variopinta, cada vez más se abría paso en su ánimo la idea de la salida a campo abierto. La guerra de minas y contraminas era enervante, y muchos soldados Cagarrúas que no eran mineros rechazaban meterse bajo tierra. Ya había ejecutado a más de cien personas por robo, saqueo, asesinato y violación; era juez por fuerza del sitio. Y no hacía mucho hubo de pasar por las armas a un grupo de oficiales sediciosos, todos de ayllus nobles y que eran claramente partidarios de la fenecida Restauración y hombres del Matu aristócrata, hombres de orejas abiertas, que pretendían llegar a alguna clase de transacción con el Sargento General. Era traición pura y simple, y tras los cordeles y las palizas a palos en las plantas de los pies y las corvas, y con las manos rotas por las muñecas, los arrinconó, arrastrándose que iban, contra el gran muro inclinado del camino de ronda interno de la fuerza, y los arcabuceó. Pero la tropa era descontenta y sin moral ni fibra; las explosiones bajo tierra y la caída de paños enteros de muralla les desanimaban; y la irrupción en un albañal de hombres castillas de arnés pintado de negro que pusieron minas en dos pozos y los hicieron volar, aunque mataron a varios los guardias, pero escaparon los más, daban una sensación de inseguridad que la exhibición de los castillas hechos cuartos y de las piezas de los arneses en las puntas de las picas en los baluartes, no disiparon. Muchos indios paisanos y militares creían que los castillas, que habían construído la fortaleza, habían planos de caminos secretos, y que muchos de los indios que eran a su alrededor eran traidores entrados por ésas malas artes de los castillas, y reinaba la desconfianza, e incluso estallaron conatos de grandes peleas al ser acusado uno de traidor y salirle en defensa los de su linaje, ayllu o compañía. Dos traperos habían sido linchados, y uno de mala manera pues que lo quemaron vivo. Todo giraba en torno a la idea de traición y entrega; y si tan obsesionados eran no era sino porque ellos mismos no pensaban en otra cosa.  Él desde luego, no. Con los castillas le esperaba como mínimo el garrote. Claro, al Pueblo, a todos, eso no. La rendición era acceder a los mantenimientos de Puerto Chapuza-¿y eso en castilla qué significa?; suena a chapur san en Arrúa, sangre de col- …en las coles, en las patatas y el maíz … en el pan de trigo que no se comía en el Altiplano desde que descuartizaron a los frailes …

Y el Patu Tenic seleccionaba su cuerpo de última resistencia desde ya, mil macaneros de pavés que, era seguro, se inmolarían con él en la Casa de Gobierno, convirtiendo previamente la Plaza de Armas de Carmacuncha en un infierno. Pues que la había minado toda por dentro de las casas. Y las paredes donde ahora se apoyaban inocente e inocuamente las mujercitas de falda de alcachofa con sus criaturas llenas de churretes, cuando por ésos galpones  y  zaguanes corriesen los soldados castillas, les estallarían de lado haciéndolos carchena. Pero, antes de eso, ¿dejar que se marchite un Ejército de 20.000 hombres?. De esos, ¿cuántos ya le valían de algo?. ¿7000?. Pues echar por delante los otros de carne de cañón, y arcabuz y tizona de acero y hacha de trinchera, y de mina, y petardo, y dar de los aproches castillas y desbaratar su cerco de termitas. Darles alguna rota y matarles 1000 o 2000 hombres …

¿Y si saliese todo el Pueblo, mujercitas de falda de alcachofa incluídas, y no diesen abasto en matar, y mientras nos metemos tan cerca que pierdan la distancia de los arcabuces y sea a quemarropa, y la  de los cañones de tiro raso de metralla?. ¿Y si alcanzásemos su primera línea de cañones y les diéramos la vuelta?. Con los otros y en parábola nos hacen contrabatería mortal. Arrugó el entrecejo. ¿Y si les meto un grupo juramentado y les vuela el polvorín?. Pero hacer algo …

Algo es lo que hacía el Sargento General, que muy de noche, dentro de un blocao, en secreto total, hablaba, desguarnecido, fumando, en compañía de Don Ramón, que iba de atuendo militar de oficial, con su Cruz de Caballero de Santa Fe de Verdes más grande y lucida que si fuese Encomienda de Santiago, a medio pecho izquierdo, grandísima, con dos arrieros de aspecto muy serrano, cuya comisión era meterse en Carmacuncha y apuñalar al Patu Tenic. Aquí todos tenían, o impaciencia o prisa. El Patu Tenic era impaciente. El Sargento General tenía prisa.

Al salir de Las Minas se entraba, a poco, en el Altiplano, pero ahí se volvía a descender, pero terrenitos llanos y de pradera. Y con vistas abiertas, nada de terrenos rotos y los Andes en todas direcciones, que llegaban a obsesionar y a pesar sobre el ánimo, como monstruos, que al final cada montaña que se destacaba un poco individualmente era un sutrac y un ensurto  al corazón y como un daño a los ojos y hacía mal a las vistas y daba ganas de llorar; que eran a lo mejor aquellas montañas para los Dioses, pero no para los hombres; en cambio, en esa otra bajadita era el valle ancho a vistas, o sea el País Cagarrúa, la región de los frailes. Y abajo, a mano izquierda mirando hacia la Costa, eran Los Depósitos. Se los veía ya desde mucho antes, y en sí mismos, eran la población más grande que nunca jamás vieran los ojos de los integrantes de aquel Ejército, exceptuando al Arriero y al Tadu, si bien el Tadu se hubiese asustado de ver lo grande que era Santa Fe de Verdes y el Arriero de ver Méjico, que todavía a ésas no lo había visto, que Lima y Cartagena de Indias ya sí, y Panamá; y no digamos Sevilla o Madrid o Toledo; Barcelona no, que era entonces chuchurría y se le parecía un poquín a Santa Fe de Verdes, que casi parecía que vista la una vista la otra. Pero en fin, que aquellas larguísimas filas de galpones como de unos veinte metros por siete, y otros siete de altos, con tejado de dos aguas, generalmente  de paja;  unas ocho filas que eran al menos doscientas o trescientas piezas, máxima expresión de la arquitectura industrial en aquella fecha y lugar, por bien que muchas casas eran de arquitectura de cantería completamente indígena, y las otras eran edificios de ladrillo de los más bastos, que eran todos con verdín por arriba oyes, sólo por su inmensidad, que las veían de hacía rato bajando, y por su planta casi exactamente cuadrada o cuadrangular, sobrecogieron el corazón de los hombres de la Breña, tanto de los Tiquismiquis como de sus Vasallos de los Pueblos ahora Liberados por el Arriero. Unos y otros eran de poblado circular de breña despejada, si bien los Tiquismiquis, con sus complejos juegos de círculos imbricados, interseccionados o tangentes que conformaban cada claro de breña que era una calle o barrio, que parecían crop circles, se impresionaron más, porque lo suyo no era un círculo irregular y casual y chabolas de cualquier manera, sino un modo de entender el mundo alrededor del Árbol, y sus círculos, toscos, eran trazados a cuerda, y se creían que eran la civilización más desarrollada del universo y el resto bárbaros. La vista de Los Depósitos les llenó de desasosiego, y eso que ellos no los relacionaban con su función. Aquel era el corazón, o mejor, las tripas y entrañas de la Mita. La Madre de todos los Capitalismos; el Mal, la Parca; la Mamúa Charrúa; la Muerte.  El por un uno por ciento pongo el culo, por un cien por ciento trafico con esclavos, por un quinientos por ciento saco ojos, por un mil por ciento tiro la bomba atómica.  Esa era la impresión que habían producido al Amaru y luego al Añanzú; pero eran tan a trasmano si se interrumpía el tráfico de trenes y mulas y llamas y coolíes, que no valía la pena ni destruírlos; y tampoco hubo tiempo; además, se amparó en seguida de ellos y de lo que entonces contenían el Don David el Arriero, que a cambio de ése contenido compró un año de vida para el alzamiento indígena. Tal y como el Don Tupi pagó en carne humana, que si no, de qué, todo esto ya no ocurría y viéramos los Depósitos medio llenos y miles y miles de acarreadores indios, y alguaciles mestizos y castillas y caballeros de Santiago y frailes de capataces dirigiéndolo todo, al “fifty- fifty”. Pero no, eran desiertos como la muerte. Y lo cierto es que aquellos galpones, visto desde afuera, eran como un laberinto de Borges, con su regularidad casi exacta que revelaba un orden oculto incompatible con nada de lo que hasta la fecha existía en la Breña. Vistos a hoy, ese Depósito no era nada, unas miserables barracas, pese a que fuesen tan grandes, cuyo parangón de parecido podría ser sólo Auschwitz. Pero hasta Auschwitz tuvo su belleza, y la tenían estos galpones. Si Auschwitz hubiese sido un grado del bellecímetro más feo, hubiese muerto otro millón de personas. Si hubiese sido más bello en el bellecímetro otro grado, se hubiese salvado otro millón. Pero en su terrible grandeza y su significado, tenía su belleza específica en su grado específico de inclinación e incidencia en lo real. Estos galpones, a mí que no me tocan, me parecen bellos. Para el Arriero, eran indiferentes, si bien por tanto vivir en la Breña hasta a él le chocó población tan grande, y deshabitada. Allí cabían varias naciones de la Breña de inquilinos, si fuesen viviendas y no almacenes. ¿Pero qué diferencia una vivienda de un almacén?. Fuera en el suelo aún había aguanieve. De modo que el Arriero se alegró y su Ejército tuvo Campamento Base y fortaleza.  Pues que la relativa lejanía de Los Depósitos en relación a la primera ciudad fortificada del Altiplano, en manos del enemigo, le hacía de pavés. Y aunque enseguida se perdían en medio de las calles, y se desorientaban, con ser tan sencillo el laberinto que era la más simple y  utilitaria cuadrícula, con espacio alrededor de cada galpón para manioras de carros castellanos, los hombres y mujeres de la Breña, porque algunas no se quedaron en Las Minas, encontraron que los galpones eran muy confortables, e improvisaron hogares, con cuidado de no incendiar, pero de todos modos las paredes eran de cantería o ladrillo crudas, y no arderían, que los suelos eran de simple tierra.

Además de los Depósitos propiamente dichos, eran allí un número de abandonadas barracas de madera, y unas dos o tres a modo de oficinas que eran desvencijadas barracas de madera sobre pilones de hórreo como gallego o asturiano. No habían vallados ni atalayas ni puestos de guardia, y era que para qué. Al no usarse las Minas, toda  la comarca era muerta, excepto aquellos miles de sueltos y desesperados y desertores y lumpen indígena, con sueltos de diversas tribus de la Breña inmigrantes, que hacían por monedas, hasta que los dejó cesantes la alzada, lo mismo que los Cagarrúas por Mita y los penados por pena. Sin embargo, nunca enviaban de penado a un español allí, y muy pocos mestizos, como no fuese, incluso para cumplir la pena, de capataces. Ser capataz allí ya era castigo. Y los pocos españoles eran, como menos, violadores, y como más, genocidas descarados que no los podía soportar ni el régimen de la Colonia, que ya es decir, pero de poca monta, no como el Guadañángel. Acaso fue allí de carcelero y de especialista algún pirata, sobre todo por lo que sabía de explosivos. Y era aquí penado y a la vez dios. Pero ya digo que si el inmenso Cañón rocoso de las Minas y sus agujeros de gusano a cientos o a mil, que eran las bocas de las explotaciones, no muy profundas porque se derrumbaban y entonces se hacía otra cerca en la misma veta de terreno,había impresionado con su grandeza, desolación y muerte a los indígenas breñosos, los prados verdes pero algo muertos, las manchas de las pilas ausentes de mineral y los galpones les habían apretado el corazón.

De ahí, el Arriero formó hueste y atacó pueblitos por darse a conocer , como hemos dicho, y era ahora a la sazón con tres pezetas de tropas, con tirachinas repartidos a las dos primeras, que para combatir deberían encontrarse y ponerlos en común, porque el Arriero creía con ellos poner en fuga a miles de guerreros con simple pavés de tablas pintadas, en los alrededores de un pueblito totalmente indígena, Huascapucha, en una pequeña mota o colinita, con amenas arboledas pero frías, y campos ahora en invernada, de patatas y  un poco de maíz. En lontananza se veían los humos de las comidas de Cochambrecanchas por el lado más abierto. Era entremedias la Carretera, y a su izquierda, al lado de la carretera, las colinas y bosques verdes donde se apoyaban los mercadillos más cercanos a Cochambrecanchas, que no había tomado sino otros más atrasados; y que eran, éstos de aquí, donde era la casa de confraternización de hombres de diversas generaciones “por hacer nación” y la casita del hombre aquél filántropo amigo del género humano y amigo de que los hombres fuesen amigos entre ellos. Era un bello paisaje, eso sí. Y girando un tercio la cabeza, eran los rosados Andes.

El Arriero dudaba si atreverse a una entrada en Cochambrecanchas, pues si le cerraban simplemente las puertas, era sitio, y él, con lo que tenía, ¿cómo sitiaba una plaza?. Podía ir en castigo hacia delante, pero desde la fuerza le cortaban la línea con los suyos de atrás, y no saqueaba, o no mucho, y no atrocinaba, por no dar muy mala impresión, eso sí, tomaba lo que necesitaba y se acabó.¿Qué necesitaba?. Que le saliera uno o dos de ésos Tercios de 5000 que decía el Tadu, a campo abierto, y allí, apoyándose en la Carretera y los bosquecillos y desmontes como fuerza, derrotarlos a campo abierto. Una victoria campal. Eso haría grave daño en prestigio político al Añanzú. Y luego, pues ya se vería … De momento, su entrada no había producido gravísima alarma ni avalancha de huídos. Eso sí, al acercarse al mercadillo y las casitas donde conoció a los muchachos, lo encontró todo casi desierto. Casi. Con sus avanzadas muy por delante explorando,que en Las Minas y los pueblitos se había hecho con 50 mulas y a algunos valientes de la Breña les había mostrado cómo usarlas, y él iba otra vez montado; sin que había pillado 1000 llamas para la impedimenta; él se acercó con pequeña escuadra de sus Degolladores y con Tadu  a tomarse algo en el localito aquél; un vasito de barro de pulque o algo así. Pero antes de llegar, eran los tenderetes del mercado vacíos, alguna vieja que se cubría con su manto, niños que lloraban, y algunos golfos de los más tirados que aprovechaban lo olvidado en la huída apresurada, y algunos subnormales del cottolengo o lo que fuese de Cochambrecanchas. Y la casita de confraternización o barecito indígena era desierto, pero olía aún “a humanidad”. Le ladraban los perros. Adentro nada. Pero habían frascos de cerámica. No era el niño aquél que apartaba las moscas con gesto no viril, pero en la rudimentaria barra entró el Arriero y escanció para él y para el Tadu, y a los Degolladores les señaló la fila de toscas botellas. Y con un gesto les dijo que “cuidado”, o sea que no se tomasen. Y ambos fueron tristes porque pensaron en el Coñete. ¿Pero eran o no capitanes, el Tadu y él?. Eso parecieron decirse con las miradas cruzadas. Desde luego, el arriero sí; el Tadu, no. Pero iba en mula, tenía tizona, llevaba media armadura ya a éstas, capturada en Las Minas, y el Arriero le había hecho de boquilla capitana, pero de hecho lo llevaba de ayudante. Pero bueno, “capitán ayudante”, ¿no?. Pues que el Arriero era Capitán General de la Hueste, que a éstas ya nadie, ni el Don Sifún del Sifán, el jefe de los dacóis, se lo discutía. Y con las semanas de frío y de no raparse, hasta los dacóis  iban ya “al uno”,que no eran ya rapados. Otra mirada le dijo al Arriero que capitanes lo eran, pero no como el Amaru y el Jiri y el Matu, y que como no se proclamase el Arriero Cagúa Mita, que no había lugar pues no era Arrúa ni por pienso, pues que no veía en qué eran honrados ni al servicio de ningún Cagúa Mita, como no fuese precisamente el Filipu Castilla Cagúa Mita Cóndor, el Enemigo …El Arriero hizo un gesto echando la frente hacia arriba, le tomó del brazo y le dijo “Venga, ven”. Y fueron. La casita de al lado era desierta, pero no del todo. Eran las jaulitas con pajaritos, símbolo de que allí se trataba de pájaros, fuesen dulces de juventud o amargos y acres de vejez, y porque el hombre aquél filántropo era sensible, qué coñe, y una viejita muy doblada era allí con la cara apoyada en las manitas y les miraba indiferente, fumando un cigarrón. Había unas escaleritas de madera indígenas, que la casa era de cantería indígena, y arriba eran algunos de los cuartitos. Pero no iban a follar. Era sólo por ver. Y por ver qué eran ésos áyes. Abajo, los Degolladores inspeccionaban si hubiese algo útil, pero sin ganas de matar. La vieja sacó el cigarrón con un “chop” obsceno, e hizo un gesto de ojos. Y uno de los Degolladores se la miró y dijo que sí. Atr´´as se fueron, detrás de una cortina, donde el tipo, uno de los delincuentes de los Pueblos Liberados, se tumbó en el suelo riendo con las manos detrás de la nuca y cerró los ojos, y la vieja se acuclilló y se la empezó a chupar. Y así fueron en la penumbra un rato, y cuando él fue duro, ella cambió su boca desdentada por su coño seco, y ella en cuclillas disfrutó mucho, y él se corrió que le pareció el cielo aquel coño. Que al salir de detrás de la cortina hasta la besó- en la mejilla-, y ella se reía como una niña. Repetía el oficio que había  aprendido a los ocho años. Y siguió fumando su cigarrón, dueña de una moneda, pero es que el Degollador se emocionó y le recordó luego a su madre, y por eso. Que era ella bien pagada con el duro falo de él, con setenta cumplidos y ahí en ése lugar y tiempo y modo de vida.

Y arriba, el Arriero y el Tadu siguieron los áyes. En su camastro era el hombre filántroo, deshecha su máscara. Ni les vió. Y al lado de la cama una mujer muy parecida a él, prostituta vieja. Ella les dijo, con unos gestos de resignación de vuelta de cabeza, y mirada muy fija, por no perder de vista ni un gesto de ellos y saber cuándo tiraban de espada para esquivar al menos la primera estocada, que era muy enfermo, el filántropo. Era mal de sexo. Era una sífilis a últimos, y era casi demente. Al ver que no la mataban, y leer en sus semblantes la obviedad de que eran maricas, que lo sintió antes su coño que su cerebro, pues que dejó de sentir miedo a que la violasen pero se disparó el miedo a que la matasen directamente, y al ver que se esforzaban por ser amables, entonces se soltó algo y se vió que no era natural en ella la fijeza y mirar a los otros, sino que era de esas personas que nunca miran a los ojos, que inclinan de un lado la cabeza por evitar bofetadas que les han llovido a decenas de miles en determinada época formativa de sus vidas, de sus reflejos y de sus humores, y que al hablar tenía tendencia a mirar hacia arriba y ocultar los ojos en los propios párpados por esconderse y hacer de sus propios párpados emboce y máscara. Era una desgraciada, y había sido bonita. Era hermana del hombre filántropo, puta de oficio como él maricona de oficio, e hijos de la anciana, puta de oficio y mamona experta, que fue con sus ocho años una de las niñas más bonitas del mundo, pero sólo lo supo Dios, que era el único que podía realmente comparar.

Y el Arriero tiró encima de la cama veinte monedas de oro, una fortuna. Al bajar las escaleras, dio cinco a la anciana.Y al salir de la casita el Arriero lloraba, pero el Tadu le puso la mano en un hombro y le acariñó. Pero nada de creerse aquí nada; lloraba porque era cansado y porque no sabía qué hacer a partir de aquí. Era sólo surmenage, que era hombre de cuero aquél.


El Añanzú se puso desde Cajacuadrada en movimiento inmediatamente. Cuando supo que el Patu Tenic era muerto, que le habían asesinado dos paisanos que, apretados, confesaron ser hombres de Don Ramón el Tirano de la Carretera, y del Sargento General más tarde, al ser apretados más, por ser mayor traición, montó en cólera y hasta se desesperó un poquito. Veía fantasmas y traidores por todas partes. Pero mandó decir que al Yahú le hacía Tenic y que quedaba al mando de Carmacuncha. El Yahú Chúar era un artificiero de los suyos, el jefe de la artillería de Carmacuncha, a ésas en horas bajas porque  los cañones o se los habían retirado, o destruído o se los había quedado el Patu para defender su casa a tiro de metralla “en la batalla final”. Así recuperó sus cañones, y dejó de beber todo el día en la taberna castilla que ahora llevaban los indios, claro, pero que seguía dando de los barriles de vino. Era a éstas un inepto y un hombre amargado, pero era el único artificiero y el único oficial al que el Añanzú conocía un poco personalmente, de Cochambrecanchas, que haciendo de zapadores, hicieron minas juntos. Pero de eso iba ya para casi dos años. ¿Tanto ya?. De mientras, era un tipo acabado. Pero bueno, eso no lo sabía el Añanzú y se tuvo por un tercio asegurado, que ya era mucho. Carmacuncha no caía por eso. Y el Jiri era al borde del Altiplano con mucho poder. Eso sí, él, el Añanzú, se llevaba diez cañones para dar de los Tiquismiquis. A la sazón Cochambrecanchas, con su fábrica de pólvora, era sin artillería. Que lo poco que había en el Altiplano no daba abasto, para aquí y para allá, en carros y tren de mulas. También se llevó el Añanzú al Tajagüevos, rey de los indios Cojones “en el exilio”. Este se dejaba a su Pueblo en sus tolderías y praderas cercanas a Cochimba pero iba a dar de los Tiquismiquis con unos 400 jinetes, que serían bastantes. Ya no le quedaba mucho más, pues su hermano el Charro, en la entrada antes de matarse en la Roca Nacional Arrúa, había gastado muchos. Eran los 400 doblados de jinete “de avispa”, y algunos bastante guarnecidos ya de arnés de chapa y alforre y cota y poncho duro de gaucho, y flecheros de flecha untada, ligeros, pero por la temporada, todos de abrigo. Para la marcha a éstos flecheros se los llevó en 400 mulas, que luego dejó de tren al Añanzú.

En un pueblito delante de Cochambrecanchas, pero al otro lado de la Carretera, y a unos quince mil metros de Huascapucha, donde era el Arriero, el Turans; y que se decía este otro pueblito Mamachucha, se reunió el Tajagüevos cosaco con el Añanzú, que era llegado a poco y era en una buena casa, al lado de una pequeña iglesia castilla cuyo campanario le hacía de observatorio.  Y era exactamente lo mismo para lo que el Arriero usaba el campanario, más o menos igual, de su iglesuela, cerrada desde inicio del alzamiento contra los frailes en este caso, y que al abrirse apestaba. Las avanzadas en mulas de Arriero, y su propia observación moviéndose y desde el campanario, le certificaron que, si tuvo ocasión de hacer el ridículo yéndose a Cochambrecanchas y que le diesen con la puerta en las narices y se riesen de él desde los baluartes, pues que no había artillería y los Cagarrúas despreciaban  a los de la Breña profundamente por inciviles y catetos; pues que esa oportunidad ya no la tenía. Había dudado demasiado. Entre él y Cochambrecanchas era un respetable ejército a lo menos de varias pezetas gruesas, tres; y si esas pezetas eran Tercios, eran 15.000 hombres. Y víó caballería, y se lo confirmaron. Mientras tanto, le dijeron que ojeadores propios eran presos del enemigo y que por tanto el jefe enemigo habría lengua larga de ellos. ¿Y quién era el jefe enemigo?. ¿El propio Añanzú?. Era probable, pues que se daría por seguro del otro lado mientras no cayese Carmacuncha, y aun así, por sus fortificaciones diabólicas de la Subida al Altiplano, que eran pensadas para hacerle perder al Sargento General los 8000 hombres que tenía, y que nada más pudiera, si hasta arriba llegaba.

El Arriero, Turans Tenic, había en las dos primeras pezetas suyas unos 9000 hombres, pero eran con él todos los tirachinas, excepto acaso doscientos, eran pues, 2000 tirachinas y pronto se le unió su rezaga de ésta hueste, que eran 3000 hombres más. No sé, no sé, se decía, y mandó mensaje a Los Depósitos a prevenir que le vinieran 5000 o 7000 hombres más como fuese. Con el Añanzí eran sus generales, el Tatu, el Guanajuatu y el Passuassuatu, cada uno con un Tercio, y todos, como antes contra los castillas, siempre ardientes de dar una batalla campal a orden cerrado y golpeando el suelo y diciendo “ho, ho”. El Añanzú repartió o confirmó los mandos y un poco por encima, como sabían y se podía, las comisiones. Y mandó por delante al Passuassuatu Tenic con 5000 guerreros de pavés, por hacer de yunque contra el que se diesen de cuernos los breñosos- bien que los acaudillaba un castilla, decían, y eso era raro y peligroso-, y con el Tajagüevos rejonearlos. Pero antes les haría ver el poder de la artillería, que a lo mejor sólo de oír los cañones se desbandaban, y era encalce y carchena hasta Las Minas, y llenaba los barrancos de Las Minas con miles de cadáveres de breñosos de raza inferior, que no sabían ni hablar. Y a los de rizos les pegaba fuego a las cabezas como antorchas humanas, por reírse sus tropas, que los rizados parecían payasos castillas.

Que se desbandasen los suyos al sólo sonido de los cañones es lo que se temía el Arriero. Eran los suyos los dacóis con el generalísimo Don Sifún del Sifán, o Mitchac Sifán; rizado muy desmejorado, de bigote mocho cantinflero, que ya le había salido de no afeitarse, y con su tiara cañito de latón y sus plumitas pues un poco todo desmejorado, y abrigo como si aquello fuese Alaska, que iba el hombre hasta con guantes cuando el Arriero a pecho se lavaba en una pica y departían por la mañana. Dacóis y no dacóis, de guerreros pesados de cueras y cotas, con macanas y cuchillos de degollar, sin paveses, pero con chichoneras o yelmos de caucho y cuero, eran 3000. Eran su fuerza de choque. Los tenía delante. Detrás inmediatamente, y en compacto escuadrón, si bien articulado en dos alas por cubrirse con sus fuegos, eran los 2000 tirachinas números redondos. Y a los lados había dos pezetas de dos mil flecheros que eran indios ex desnudos, que a éstas eran aquí todos vestidos, con camisones suyos y con ponchos del Altiplano, y casi todos eran calzados; pero para la batalla, casi todos se descalzaron y dejaron las botas con el bagaje, que eran aquí 800 llamas y muchas mulas, con unos 200 arrieros propios y algunos desesperados de Las Minas que se les habían unido por el camino. El Arriero era en el centro exacto, con los Tirachinas, su tocador de órdenes doblado por si se lo mataban, el Tadu y rodeado de sus Degolladores en número de 50, que otros que tenía los usaba de policía política o policía militar y eran en Los Depósitos  por apoyo del Don Borrego su amante que allí había dejado por mayor. Y era al mando de una parte de flecheros el Don Michio, marido de la caníbal Doña Michia, que capó, amancó, despiernó, descuartizó y luego decapitó a nuestro Coñete, nunca olvidado, pobrete. Pero que fue por amor. Que Cupido es muy cabrón. Para flechas, sin embargo, las de los de la Breña, que eran largas de las de saltar cráneos, y las de los jinetes del Tajagüevos, que eran de unto.

Bueno, el Arriero les había explicado a los jefes, luego a los cuadros y más tarde por pezrtas de 500 y a todo el Ejército, que el enemigo a lo mejor les dispararía con pistolas grandes, llamadas cañones, y les había hecho una y otra vez demostraciones de su pistola y de sus ruídos y efectos. Y les había dicho que se imaginasen una que en vez de tener el cañito así, lo tenía asá, y juntaba las manos en redondo, y que les tirarían pelotas asá. Y todos decían que no había problema, que se reían ellos de la “artillería” ésa que decían, y le enseñaban los Tirachinas y los palmeaban y sonreían de oreja a oreja. Bueno, era mejor que fuesen animados … Les avisó de que las pellas o bolas o pelotas a veces se ven venir y se pueden esquivar; que las bocas de los cañones a veces sacan fuego, y a veces no. Y que a veces tiran botes de metralla y balas incediarias o rocían con clavos, si es cerca, y que ojo y cuidado y que no se acojonaran. Que si no cedían, morirían a lo máximo uno de cada cien, por la cantidad de fuego que él calculaba tendría el enemigo, y que se riesen de las balas. Y todos que sí, que sí. Pero al oír el primer cañoneo, el Ejército del Arriero se desbandó, y fue huída y desmorone su ala derecha.  Y la izquierda porque se puso él con los Degolladores, pero algunos flecheros le tiraron a él y a los suyos, y cuando perdió tres o cuatro los dejó pasar. Hijos de puta …Ahí iban los pueblos federados …Pero bueno, los Borregos de verdad no se le movieron. Éstos eran de orgullo a toda prueba, y no se derrotarían hasta comprobar, si tal era, que sus Tirachinas no valían; claro, que si eso sucedía, se hundía no sólo la tropa Borrega sino su civilización y su régimen y sus ideas políticas en pleno, pues que con el Caucho éstos creían poseer el arma definitiva y la bomba atómica. Y éstos le aguantaron. Eran 5000.

Por no gastar más munición, y viendo que había hecho estragos en el enemigo, que se le huía la mitad de flechas y que había tumbado de metralla a lo menos a 500 muertos y heridos, de flecheros y de los otros; y que por tanto no habrían los “armados” ésos de arnés nativo o fuerza de choque y los como maceros que llevaban detrás de largas batas de guatiné payasos ridículos, maricas e hijos de puta,  fuego ninguno que le hicieran, el Añanzú mandó dar de ellos a la caballería del Charro de un lado y primero como en rizo de ir y venir, porque cubrieran el acercarse del Tercio de infantería de pavés del Passuassuatu, y que ése rematase; y preparado ya el Tercio igual del Tatu Tenic detrás. Ya perseguirían luego y rebañarían. Y el Añanzú veía ondear, cerca de donde era el Arriero, la gran bandera española blanca con el aspa encarnada, y pensó que “si Castilla tiene ahora soldados baratos de éstos, mierda para vosotros”. Y la verdad era que hueste de castillas como ésta no se había visto acaso desde los íberos; pero bueno, ésos la bandera ésta no la llevaban; aunque castillas en cierto modo eran, los íberos, eso sí.

Al cabalgar hacia ellos el Tajagüevos iba dejando atrás a los flecheros de unto, que le seguían a paso ligero abriéndose de manera que los jinetes iban a izquierda hacia la hueste enemiga que era todo centro, sin alas, y los flecheros irían tomando posiciones para darles de lado a los Tiquismiquis acastillados. Y él en cabeza, iba de chiripá y cota de ferre ligera y vara como de rejonear, y cimitarra capturada, con su cota cubierta de monedas castillas pegadas y cosidas, casi todas con la cara de Felipu Cóndor y otras de otros reyes castillas anteriores como el Felipu Imperu Castilla Cóndor -Felipe II-y el Caru Imperu Alemanu Cóndor- Carlos I y V-, todos ellos Castilla Cagúa Mita, y con yelmo turco tipo jenízaro que pudiera ser el mismísimo de Don Jeliberto Echevarría si es que no era ése, con un turbante rojo alrededor; dio de las primeras filas de Indios Borregos éstos, bien que iban desmejorados y poco aborregados ya, que hacía más de un mes que no se hacían la manicura ni se ponían los rulos. Y éstos de pronto que se agachan. ¿Aquí qué pasa, que me pondréis el culo, maricas?. Pues no. Que los que parecían maceros son ¿ballesteros?. No. ¿Qué es eso?. ¿Tirachinas, como los del Añanzú, el inventor de la gaseosa-bien que no utilizó exactamente ésa expresión pero equivalente-?. Páf. A la cara. Del golpe se le fracturaron dos vértebras de cuello y quedó tetrapléjico, bien que en ésas calendas hubieran dicho “machucado” o “baldado”. Su caballo huyó. Allí se quedó muy  desesperado viendo el cielo y luego sólo vió que se acercaban, al echarse hacia delante los armados de cota, y que daban sobre su cara y su cabeza tremendas macanas de cabeza envuelta en terrorífica cota de ma …

La descarga fue brutal, y cayeron 200 jinetes y muchos caballos. Fue a 30 metros. Y el Añanzú comprendió, pues que él de tirachinas sabía un rato, y de otros artificios, pues que con ellos- la “virotería”- había suplido en parte la ausencia primero y extrema debilidad después, de artillería de su parte frente a Cochambrecanchas. Y mandó tocar de atambores y cuernos y eso, retirada al Tercio del Passuassuatu, por no darles con las pellas, pues que iba a barrerlos a metralla y a tiro de parábola y raso de sus diez cañones, que los hiciesen picadillo y confetti y papillas para la Mamúa Charrúa, que ya debía ser viejecita la pobre.

Pero el Passuassuatu era ardiente de dar batalla y tapó las órdenes del Añanzú, como si no las hubiera oído, de sus propios nácares, y el Tercio se lanzó a paso ligero, pavés por delante. A 50 metros una descarga los machacó y los paró en seco, mientras la mitad de macaneros de cota del Arriero acababan con los jinetes, y los flecheros de unto se aproximaban corriendo todavía, del otro lado. Esto lo vió el Arriero, y pues se desesperó un poco, pues que las flechas eran de más alcance que las chinas, y no tenía flecheros para darles de flecha a los otros en contraflechería, cabrones e hijos de puta que os diezmaré, que os lo habéis buscado.Pero por no dar a los suyos, el Añanzú, cagándose en los muertos del Passuassuatu Tenic y prometiendo diezmarlo, pero a él, y hacerlo rodajas, y mordiéndose el bigotito que me llevaba el Fir Uyr, con ése gorrito tan majo de alas atadas arriba del colodrillo, pues que no podía dar de cañonadas.

Y el Passuassuatu no se venció hasta la tercera descarga de tirachinas, y entonces el Arriero mandó avanzar hacia allí a todo su Tercio, pues eso era, por además ponerles distancia a los flecheros; pero a poco ésos comenzaron a tirar, y eran flechas untadas. Mala suerte. Qué mala suerteeee...Pero no era suficiente el alforre indígena de los macaneros que eran a su izquierda, del lado de los flecheros, y muchos cayeron hinchándose, y se asustaron aún más los otros al ver que el veneno usado por éstos era el doble al menos de activo que el usado por los Motilones y que ya creían terrorífico, y lo era. Hubo un gesto colectivo de derrumbarse, pero el Don Sifún del Sifán se puso de barrera con sus mejores dacóis y acaudilló y guió el rebaño, y salvó la situación, pero ahí él se inmoló, que fue tocado de flecha untada y murió atrozmente, pero antes de lo peor un guerrero suyo lo degolló. Y un capitán dacói del Don Sifún, que era un Sifán de pro, un cabeza rapada integral aunque ya iban “al uno”, dio a la carrera volteando las macanas, de los primeros indios de unto, que al perder distancia de arco eran peones débiles, y machacó a una docena con unos acaso trescientos dacóis, pero los indios de flecha eran más dispersos y difíciles de pillar, y se movían a paso ligero, disparando y moviéndose, y allí el dacói ése perdió más de cien hombres y a sí mismo, y aquí no hubo ya ocasión de rematar a todos, y al menos la mitad murió horriblemente hasta el final del unto, que fue cosa aún más espantosa de lo normal. Pero le escamparon al Arriero los flecheros malos y entonces el Arriero con los buenos dio del Tercio de infantería de los malos, y como era mezcla el malo del Añanzú no pudo cañonear, y se mordía el bigotillo, pero sí que mandó de refuerzo el Tercio del Tatu Tenic tras los pasos mismos del Tercio del Passuassuatu, y otro Tercio, del Guanajuatu, a derecha, que era ya todo lo que tenía. Y entre el Tercio éste último a inicio del avance y a la izquierda del Arriero, el Turans, eran los doscientos jinetes del Tajagüevos, acaudillados por un primo suyo, llamado Mongolo, que dio de choque y a todas con la hueste del Arriero, pero el ala izquierda de Tirachinas los machacó y cómo, y selecta vanguardia de macaneros, acaudillados por Don Michio el marido carnudo mil veces de tíos de la caníbala, sin contar las tías, que le saldría un rulo por cada una- ¿y por el Coñete?: un grano en el culo-; pues, cual Héctor Troyano y otros así, dio con ardimiento superior de los jinetes caídos y hasta de caballos, que mató uno de un macanazo en la cabeza que se oyó el clóc del cráneo, y degolló y guadañó, y salvó de nuevo la situación, pero, como su antecesor el otro valeroso Tiquismiquis o Borrego el Don Sifún, fue víctima del unto, y murió untado. Que fue gran tala de valeroso caballero indio sin caballo sino peón.

Pero el Arriero, y era ya aquí él en la mezcla, y no lejos el Tadu, con las tizonas, que hacían estragos, sobre sus mulas, dio con la masa principal de alforrados de cota y cuero y chichonera, y aunque no llevaban paveses, los regulares Cagarrúas de paveses y lanzas y también macanas, pero sin cota en la punta liada, no pudieron durar, e hizo gran carchena. Pero aquí, las cosas como son, el Tadu se dio vergüenza de luchar en persona y de su mano contra su propio pueblo, que tal cosa le hizo venir ganas de vomitar, y, aun cuando amaba al Arriero y el Arriero le parecía un Dios, le abandonó y desertó y no se supo más del Tadu, que huyóse del campo de batalla, y nosotros sí sabemos, pero nadie más, que murió de pavés con la señal del Amaru, que todavía los había y él tomó uno, defendiendo al final de todo Cochambrecanchas de los castillas, y fue un valeroso capitán, y usó su tizona de acero contra los castillas, según le enseñó el Arriero, y si le hubiese visto el Cagúa Mita, le hubiese considerado igual al Amaru y al Jiri y al Matu, y un gran héroe de los Hombres Serios.

Aquel día fue el bautismo de fuego como general del Arriero, pues que lo otro eran incursiones y cabalgadas que era lo suyo y en lo que se había criado, y aunque fue muy traicionado y puteado, pues que cada general, como cada arquitecto, ha de saber con qué materiales trabaja, sabía que la culpa era sólo suya; y que como hombre secreto era disculpado y casi nadie hiciese lo que él había logrado, pero que como maestre de campo era un desastre. Y lo era menos de lo que él se creía, pero allí le nació la idea, que luego sería obsesiva, de que él no servía. Pero aquí, eso aún no le importaba niente, y cuando vuó al Yemuár Aschún, mozo príncipe- y guapo- de uno de los Pueblos Liberados, de pronto aparecerle por el rabillo del ojo con mil flecheros, pues que era la cara-que retenía más por lo bueno que estaba- de ése la primera que le había pasado por la cabeza para el diezmado y degollado de los flecheros traidores y breñosos de mierda, no se dio por salvado, porque el Arriero siempre creía que iba a morir, pero vió que a lo mejor le servían como mínimo de pavés a su izquierda, que falta le hacía, pues que todavía 380 flecheros, él contaba “cien o más”, le daban de flecha untada moviéndose, dispersas las flechas pero bien colocadas e insistentes, que casi no fallaba una. Y en verse un poco cubierto ahí, dio con más fuerza y el Tercio enemigo se puso en desbandada, que era ya medio derrumbado como un souflé. Y sólo encalzó treinta metros, que mandó tocar “Atrás”. Y así los que eran vivos de los suyos eran casi en el mismo lugar, pero vió una colinita que era medio fuercita, y allí que los movió quinientos metros, y así ponían distancia a los flecheros además, y sus flecheros se interponían, que aunque muchos cayeron de unto, hicieron de contra flechería eficaz, que más de setenta flecheros de unto tocaron y entonces pues el resto fueron ellos los que pusieron distancia de los arcos de los de la Breña. Y el Yemuár Aschún, que le diré Don Guapo o incluso Don Guapasso, pudo entonces girar sus tiros al Tercio de infantería que acortaba distancias hacia ellos buscando pillarles de peones, y de peones contra tipos con ropas gruesas y cartón entre dos capas de lana, tachonados, con paveses y lanzas y macanas, no eran nada y los deshacían, pese a que todos estos flecheros llevaban cuchillos, quién de castillas de acero, quién de madera afilada, quién de piedra, pero que degollaban y cómo. Pero contra un muro de paveses pisando y diciendo “ho, ho”, no eran nada sino carchena. Poe eso el Prícipe Don Guapo, príncipe de un pueblo esclavo de los rizados y liberado de boca por el Arriero, procuró mantenerlos a distancia, y si no mantenérsela. Y eran casi a dos mil metros a la izquierda de la motita donde el Arriero se era fuerte con los 2000  Tirachinas y con más o menos otros 2000 macaneros alforrados sin paveses pero con chichoneras o yelmos de cuero. Que mil eran o muertos o heridos o dispersados de la mezcla con el Tercio del Passuassuatu Tenic. Y éste era herido en un pie, sangrando y cojeando, volviéndose y maldiciendo e insultando, hecho una furia. Y así se cruzó con el Tatu Tenic que le relevaba, y de su persona recogía a  los del primer Tercio y con gestos los metía con los suyos y para adelante otra vez. Del Tercio de 5000 eran muertos más de 1500, y heridos inválidos por el momento muchos más, que eran golpes de macana que aturdían y rompían cabezas y cráneos, y hubo muchas piernas rotas, que golpeaban a las rodillas los de la Breña. Por eso habían menos muertos, porque el Arriero paró el encalce y no degollaron ni levantaron el campo, que es cuando hacían las matanzas. Era como después de una pelea de skin heads o back block o tipo kale borroka. Y pelados ahí había, aunque ya iban “al uno”.

Pero el Añanzú, atrás del todo con pocos devotos suyos, en su mulica, veía mal la cosa, que era deshecho un Tercio y los otros podían seguir igual suerte, y él sin caballería, que luego a lo mejor se recuperaban la mitad de caballos y un tercio de supervivientes sueltos, o no, y le desertaban, que era rota suya. Y que al Tajagüevos no lo veía y lo suponía muerto, y al Mongolo tampoco lo veía y debía ser muerto. Y era muerto. Por lo que quiso tocar otra vez de nácares y mandar parar a los suyos, pero el Tatu era ardiente como el Passuassuatu, y el Guanajuatu otrosí. Porque el Añanzú  le hubiese dado de metralla y bolas a la mota ésa, y hacerle estragos a los Tirachinas antes de darles de pavés y lanza y macana, que si no, los veía muy duros. Y entonces vió que le venían al enemigo, que no distinguía quién era, pero debía ser de los que iban en mulas alrededor del banderín castilla, su tren de bagajes de un lado, y de otro varias pezetas pequeñas pero bastantes de flecheros, que después de acojonarse se desacojonaban, que era un sube y baja como de ascensor de la corbata a las bolsitas, que todo lo que sube baja. Y díjose el Añanzú: “Mierda”.

De los 4000 flecheros del Arriero le vinieron 2000, y venían a paso ligero. De los otros, se huyeron muchos y fuése una película contar su historia, pues que algunos llegaron a ser mercenarios, otros se nacionalizaron Cagarrúas y salieron por tales en el siguiente censo castilla, que las gentes de los pueblos por desertores les ayudaron, si suplían al marido o los hijos muertos, en el trabajo, y otros huyeron a las Breñas de otras partes hacia el Perú y no se supo más. Pero ninguno o pocos volvió a ver su país. Y de los pocos que le volvieron al Arriero y que no le volvieron aquí al campo sino después, los hizo azotar y a algunos mató porque las excusas que le dieron en breña eran tan inverosímiles que eran un insulto, pero en fin, fue choque de culturas, que nada hay más diverso que los rollos para excusarse que se relacionan con contextos estrechos y mentalidades cotidianas, si bien hay un fondo universal para la cobardía, el escaqueo, la desvergüenza y la falsedad. Pero ahora el Arriero tenía flechas, aun cuando era mancado de pelayos, y era cosa grave; pues que Pelayo había, pero de enemigo, e iba él de Muza sino de Taríc. Y era mala cosa, y la mota aquella no era Gibraltar, qué se le va a hacer, y pues que no era Gibraltar, era, oh, vulnerable. Pues que a riesgo de dar a los suyos, el Añanzú tiró por encima contra la mota por diezmar a los Tirachinas, que era la fuerza esencial del enemigo. Y también de metralla a las pezetas de flecheros que se incorporaban a paso ligero, con sus sargentos tan desnudos como ellos, pues que se habían quitado los blusones y algunos gabanes de mangas y caftanes que me llevaban, porque no sabían luchar vestidos, y venían sacando humo por la boca, pero ya habían entrado en calor. Y aquí su metralla hizo estragos, y disuadió al tren de llamas y mulas de bagajes de acercarse, que algunos animales se desbandaron y cayeron en manos de los indios flecheros sueltos de los Cojones, que todavía quedaban, distanciados pero buscando el giro y dar de detrás de la mota, que eran peritos. Y es aquí esencial que el Añanzú sabía exactamente que los Borregos habían en esta jornada 2000 Tirachinas y no más, y aún más, que los cordeles hicieron milagros en aquel rizado, que sus existencias totales de Tirachinas eran 3000, pues que sólo quedaban en Borregolandia 1000 Tirachinas, pues que éste era hombre que combinaba otras cosas además de lo que llevaba entre manos, por la cual cosa aquel Borrego y otros dos salvaron la vida, y con escolta eran en las mazmorras de Cochambrecanchas, pues que el Añanzú quería, si sobrevivía a la batalla en curso, saber todo de Borreguia, Tiquismiquia o las Provincias Aborregadas o Tiquismiqueñas. Era pues que el Añanzú quería destruír aquella pezeta de Tirachinas en general, y en particular de este rencuentro esperaba que a los tiradores se les acabase la munición de los morrales, y ya debían ir cortos de la gorda y tiraban granzas, que se les acercaban sus bagajes seguramente por recargarlos. Y era verdad. Pero no sólo. Tenían sed.

Y el Arriero preveía que si los otros no eran tontos, se quedarían hueste contra hueste y a lo mejor comían allí y pernoctaban, y de pensar en sus hombres con el estómago vacío, los que fueren vivos, claro, y de gélida noche sin mantas al raso, sí que le daba telele. Que de la pulmonía colectiva era él al día siguiente general emérito viudo de su ejército. Y porque no había jarabe y suéters, que éste fuese una segunda Mika Etchébéhere si hubiese ocasión. Es decir, que era éste buen capitán, aunque se tuviese por pésimo general. Pero era simplemente un peón político.

Y los otros ni eran tontos ni dejaban de serlo, pero querían atacar, que habían ardimiento grande o mayúsculo, y el Añanzú estorbó la maniobra de realimentar las armas de tiro y cerpos y aún los espíritus con la cercanía de la comida y las mantas y las cuatro cosejas personales del petate, que perdido éste en el campo, el soldado dase por muerto. Y si lleva alguna pequeña foto de su mamá, o alguna huaca de sus Dioses, o su Diario Literario, obra maestra, o su manojito de poemas tipo Rimbaud, más obra maestra  todavía, es el soldado muy despagado y casi quiere desertar o que le maten. Y esto buscaba el añanzú. Pero sobre todo no más bolas gordas de caucho, que hacían mucha pupa, y éstos Tiquismiquis eran unos grises de tomo y lomo y este Arriero un segundo Martín Villa, si no fuera, claro, porque el Arriero nació antes que aquél, tal y como fueron Don Manel Alcañar y Don Jeliberto Echevarría nacidos antes que Marcel Bigèard, que si no …

Y porque no diesen de bolas dióles de pellas y pelotas y botes de metralla. Y rasaban tan encima de los suyos, que los caudillos en cabeza se le volvían y se le quejaban haciendo grandes gestos con los brazos de que parase, y como eran gelipollas, dio que siguiesen tirando y a ver si también le daban a algún inepto y así aprendían. Que los Tenics eran ardidos de dar de orden cerrado por ser guerreros Cagarrúas de una vez, que lo de fortificaciones y ampararse en ciudades y rocas en el fondo lo veían cobarde; y el Añanzú era artificiero que en el fondo, fuera de un túnel se sentía perdido, y llevaba su petardo en bandolera con la mecha dispuesta para hacerse estallar, que así era él, el Fir Uyr. Que era el hombre bastante rata de túnel, y a la fuerza que fue minero penado. Y en ver aquel fuego nutrido, que a la fuerza, por fin, con hechos y no con nácares de los que no hacían caso, su caudillo de campo les hacía parar a los otros, y que aquí lo trituraban, el Arriero comprendió que debía recular.Y así abandonó la mota con todos los suyos en orden, pero diezmados, y con 300 Tirachinas menos, pese a que mandaba recogerlos si moría el tirador; pero la misma metralla que destruía al tirador a veces destruía también el artefacto. Y ya era mucho, muchísimo, que los Borregos le soportasen la artillería dos veces en una mañana, que los flecheros, por lo que veía, no se la soportaban esa mañana tampoco dos veces cuando no se la habían soportado una. Pues que eran todos en huída con el Don Guapo el primero, que parecía Aquiles el de los pies ligeros. Buen viaje. Los perdonaba … puesto que él se iba detrás. ¡A Huascapucha¡.O sea, al pueblito del que había partido su maniobra, donde cobijarse al menos del fuego de artillería. Dudaba que el Añanzú, con 10.000 hombres le atacase ahí, él a cubierto y con sus 2000 Tirachinas(le quedaban 1700) y sus 3000 macaneros(eran ahora 1200), y con los flecheros del Don Guapasso de las Selvas, que en las ventanas del pueblín como francotiradores, le dejaban temblando. Era entrando en el pueblo, de donde, ya un poco avisados de lo que venía, salían las gentes de la población con grandes bultos de ropa y algunos enseres y víveres en la dirección contraria, cuando vió  que los otros, los malos, avanzaban con cuidado y remataban a todos los heridos de él de aquella pampita. Le mataron más de 1000 heridos ahí, delante de sus narices, levantaron el campo, que eran a prudencial distancia, exactamente la que había colocado el Arriero de por medio, así que la distancia la puso él, y recogieron sus propios heridos de ellos. Y le capturaron más de 200 Tirachinas Borregos intactos, y el nansú mandó recoger abundantes muestras de las diversas municiones que tiraban ésas armas, del suelo al levantar el campo. También recogió caballos y gente suelta. Y cuando pudieron, vinieron obreros de Cajacuadrada a recoger sus propias pellas y pelotas, y las buenas las volvían a colocar al lado de los cañones; y era aquello el colmo, pensó el Arriero, pues que a lo mejor el mismo día le disparaban al menos dos veces las mismas bañas de cañón.

Pero aquella noche no hubo ataque, comieron más o menos caliente y durmieron abrigados; y se recuperó casi todo el bagaje y llamas y mulas. El Yamuár Aschuár Don Guapo le vino casi llorando pidiéndole perdón, que él era el Libertador, y tal y cual, y que les había dado una oportunidad y le habían fallado y tal y pascual, y el Arriero, o sea Turans Tenic, Don Turancio de la Breña que le llamaron, que él nunca se oyó llamar así hasta que leyó un folleto sobre sí mismo en Lima, y al hallarlo falso, escribió su propia “Relación”; pues el Turans Tenic le dijo al pobre chaval que no, que no, que lo habían hecho muy bien, y que era dura cosa soportar la artillería y más sin saber ni lo que es, como era su caso, y el otro decía que sí que sí con la cabeza. Y era exacta y literalmente así. Que una tropa, sea cual fuere, que soporta un bombardeo artillero, sólo ya eso, son héroes.

Pero el Añanzú, que durmió caliente en el otro pueblín de enfrente, Mamachucha, con la Carretera en medio y él en posesión del tablero, esperaba para mañana o pasado dos Tercios más, y en Cochambrecanchas, allá al fondo, había mandado agitadores suyos a reclutar pueblo que le fuese masa de maniobra y carne de … Tirachinas, en este caso. Y por su parte el Arriero esperaba una pezeta de 4000 hombres de refuerzo de Los Depósitos, más o menos, y otras en días sucesivos, aun cuando sabía eran todos arqueros flecheros desnudos, fuesen rizados de clase baja y por tanto lisos, o fuesen de los pueblos federados, que tan poco resultado, para lo que él necesitaba, le habían dado. Y veía la situación muy mala; y echó en falta al Tadu,y, teniendo un barrunto de que pudiera haberse fuydo o desertado o cambiado de bando, pues que era Cagarrúa y él lo comprendía, sin embargo al recordar con cuánta ternura le acariñó el día anterior se pensó que no, que era imposible que le dejase, y lo dio por muerto. Era finida la aventura del Arriero, y era ya otra cosa. Y ya digo,lo veía mal. Fuese bien o mal, su comisión era cumplida, que no se le pidió ganar la guerra él ni se le creyera capaz, y no lo era, sino levantar a los Tiquismiquis e ir contra los Cagarrúas, fuese o no en nombre de España; y él, a quien habían regateado veinte arcabuces, era en el Altiplano con la única bandera de España, casera y falsa, pero de España, que no eran palos borgoñones sino simples rauas rojas en aspa, que había en el Altiplano después de dos años, y con un ejército de casi 30.000 hombres de la Breña. ¿Qué más quieres, Baldomero?. No era ya émulo de Sebastián de Guadañángel, era como Sebastián de Guadañángel; pero seguía siendo un mestizo, un pobre, un suelto y un desesperado, y una falsa quimera. Y ni un céntimo de lo que en oro había pasado por su mano era suyo. Y enfrente era un Don Pelayo que lo iba a triturar. Pero se tomó dos vasos de aguardiente, se fumó su cigarrito y durmió como un lirón, porque era cumplido su deber, y él era ya licenciado de esta guerra.

Pero al día siguiente hubo más. Y vaya. Desde luego el Arriero había llevado a éstas gentes que eran su pueblo ahora, puesto que digamos él era el único tuerto que les guiaba siendo totalmente ciegos, a la perdición; había cometido atrocidades sólo por ir de prisa, y había vendido a los muchachos que adquirió “hasta los treinta años de ellos”, por ser negocio supremo; pero el negocio era aquí, y sin gastar literalmente al Coñete con la sapa aquélla que se le revolvían las tripas sólo de recordar el aliento y las vaharadas a coño secándose, y luego perder al Tadu que sería de una mala esquirla de metralla seguramente, pues que guarnecido de media armadura y en mula, y con la tizona que no tiraba mal, era imposible que los de pavés le hiciesen nada- ¿o habría sido el veneno untado?: no, en ése flanco no era flechería enemiga-; pues que sin eso no hubiese salido el negocio. Y a sí mismo, como otra víctima, que había echado en la misma tolva y en la misma muela …y muchas otras reflexiones y pensadas de este tenor se hizo al levantarse, de noche aún, por ver qué pasaba, que salió de descubierta con unos cuantos Degolladores, que eran ahora sus Coñete y Tadu, ésa era la verdad. A vér qué era del enemigo.

De madrugada, el Añanzú se despertó. Era sólo adormilado, que éste dormía poco, pues era de constitución nerviosa. Y repasó la jugada. Mañana o pasado habría 20.000 hombres. El enemigo se decía era de 30.000, pero aquí no vió más de 10.000 máximo, o acaso menos. Los flecheros no aguantaban los cañonazos. Toda la Tirachinería de éstos, que era su arma principal, era aquí. No se le podían escapar. Pues que aqúí los deshacía y era franco, sin que a lo mejor algunas pezetas de sueltos y derrotados, el camino de Tiquis, la capital de los Indios Borregos, donde podía hacer gran escarmiento que sonase durante cientos de años y pasase a las coplas de la Breña. Y además si limpiaba ése espacio a su espalda, podría allí retirarse si caía el Altiplano, y crear allí una “zona liberada” para la Nación Cagarrúa … ¿No decían que había hecho esto el Don Tupi, Rey de Israel y que no había muerto?. Eso podía ser un mito, una conseja especiosa y falsa, un folclore que rescatase a los Cojones de la rota; pero no era mal pensado.En ciertas lenguas se hablaba de oro en la Breña… En fin, no, era necesario aguantar, pero…

El Arriero se animó con el aire de la mañana. Inspeccionó el campo de batalla. Eran los muertos desnudos, pero muy pocos mutilados de los genitales. Eran los Cagarrúas, pues, bastante civilizados ya, y su odio feroz de los primeros días había remitido. No era como cuando martirizaron a los frailes. Eso le hizo pensar si era una señal de rota posible de los Cagarrúas, o que empezaban a ser pueblo libre y lo otro había sido revancha de esclavos. Empezaba a amanecer, y el Arriero, de gorrito y poncho sobre la media armadura aligerada de muchas piezas suplementarias, o sea “desplumada”,y sin fina cota debajo, se llegó hasta la carretera llena de neblina, con un par de suyos para todo. Y allí, rodilla en tierra, con las luces del pueblito del enemigo enfrente y más allá Cochambrecanchas con algunos humos de comidas y hogares, que eran a ésas horas sólo levantadas las mujeres, miró a su izquierda e imaginó el país a la izquierda de la carretera General, y si pudiesen desplazarse como una serpiente, con los Tirachinas de flanco, y mucho flechero si le venía a manos, y que aún diese más de sí la aventura, a costa de cortar sus líneas e incluso desamparar Las Minas, que los pasos en realidad se amparaban solos por su dificultad, que él dejó mínimo 800 muertos en ellos por pasarlos en mal tiempo y con gentes poco prácticas o negadas del todo para ello. ¿Era malo estratégicamente y arruinaba su faena, si desamparaba la rezaga del enemigo y se le hacía como una tenia dentro de sus tripas?. Dentro del país Cagarrúa, y aunque no tomase ciudades y no fuese avanzando de rodillo, era posible mucho estorbar en pezetas pequeñas de bandoleros. Él lo veía, y los indios de la Breña eran peritos en eso … pero en la Breña, y esto era descampado y monte y bosques de otra clase que los de la Breña, y muchos campitos y chacaras y finquitas  y casitas sueltas. Agua había casi en todas partes.. Frunció el ceño. Menos en el campo de ayer. Bueno, en general, decía. Que el país, moviéndose, era lleno de pozos y aguas y riachuelos y aquí una guerrilla no perecía por sed. ¿Qué era mejor?. ¿Absorber el esfuerzo del Añanzú en su rezaga como país … o caer en la rezaga de los pasos de la Subida y franquear el paso al Sargento General adueñándose de la Roca Nacional y la Carretera en ésas partidas?. Pero era muy lejos … Y a la vuelta, pasó por donde suponía pudo haber caído el Tadu y no vió el cuerpo, bien que la armadura no esperaba verla, que lo habrían despojado si era muerto. Pero no lo vió por ninguna parte, y creyó que, aunque era clima frío, ya sería descompuesto a otro día o no volvería por allí y lo dio por muerto y finido. Y con éstas volvió, por entre medio de campos muertos todavía, fríos, al pueblín.

Según sus órdenes, eran todos preparados, silenciosamente o lo más que pudieron. A ésas ni a él pero tampoco a su enemigo le eran venidos refuerzos. ¿Dónde eran?. ¿Y para dónde tiraba, hacia delante, como lomriz, o hacia atrás, por hacerse fuerte entre Los Depósitos y Las Minas y darle ahí una guerra al Añanzú contínua que le distrajese indefinidamente y le molestase de defenderse del ataque del Sargento General el Cabestro?. Era él quien debía decidir, que a éstos les daba igual. Y trató de huírse hacia atrás, pero no sin antes empezar a hacer lo que dejó de hacer al entrar en el País Cagarrúa por una sola persona: por el Tadu. No siendo el Tadu, manos libres. Y así mandó indios suyos a tres o cuatro pueblos de adelante, por el lado izquierdo de la Carretera por donde había pensado si irse, y con órdenes de crear terror, que era el enemigo muy tranquilo. Y esos 500 indios todos de una “nación federada”, ex esclava de los Borregos, los Chamurri, que eran todos que parecían gitanos, abrasaron y guadañaron ésos pueblos, y aún más, que pararon un tren de llamas y le trajeron luego los supervivientes, al Arriero, materiales de artificio con que hacer minas, que se los traían al Añanzú, que era lo suyo. Pero tras su demasía, bien que los castigó y escarmentó el Añanzú.

Porque aún medio adormilado, que le daba por echar una cabezada cuando salía el sol y de noches no podía dormir, y luego el bullicio le despertaba antes de las nueve, hora nuestra, y así el hombre pues no dormía casi nada, los ojeadores le dicen que el enemigo se huye de Huascapucha, enfrente como sabemos de su pueblito de Mamachucha,y que se les va adelante por la izquierda de la Carretera, y que abrasan y destruyen y han degollado acaso a mil personas, ¿no ha oído los gritos?. No. Y el Añanzú piensa que el enemigo, el castilla, el … el … ¿cómo se dice?, Turans Tenic, eso, hijodeputa, no sólo se le huye porque no le aniquile sino que pretende dejarle en la duda de toda la izquierda de la Carretera, que es del Añanzú su derecha, y que mientras más adelante avance le obligará a repasar la Carretera para cortarle la línea, y entonces … quién sabe si otra pezeta de su Ejército, que decían ser de 30.000, no da entonces de él por otro lado. Y ni con diez cañones podría entonces salvar la situación, y no le quedaría otra que encerrarse en las ciudades de la derecha de la Carretera y dejarle el valle ancho y el país … y luego, dentro de las ciudades, contraatacar afuera sería más difícil, y, y, y … mierda, todo mierda. Que no. Que no sabe dónde se ha metido el Turans Tenic, que debiera haberse huído hacia las Minas. Imbécil, ya te tengo y te voy a triturar. Y era ya en marcha un Tercio suyo en aquella dirección, y el nansú preparándose para montar en su mula después de intentar cagar por décima vez ésa mañana sin poder, que era estreñido y padecía del estómago pesadísimo, y tenía regustos de ácido en la boca, el Añanzú, cuando le dicen otros ojeadores que arde Huascapucha y que el Ejército enemigo va en la dirección contraria, hacia Los Depósitos. Que se le huye, sin bromas… Que era una finta.

Pero entonces el Añanzú se serenó, dejó al Tercio aquél, del Guanajuatu, ir al encalce de la pezeta enemiga que abrasaba los pueblos, y dar de ellos, y reunió los otros dos, uno entero y otro mellado, y se puso en marcha hacia donde iría el Turans Tenic, pero a distancia, y dejando orden en Mamachucha de seguirle conforme fuesen llegando los paisanos milicianos de Cochambrecanchas y los otros dos Tercios que esperaba, y el Tercio del Guanajuatu Tenic una vez que terminase con la pezeta enemiga de finta. Y que todos le fuesen detrás. Que se pensaba dar una batalla campal en Los Depósitos o por allí cerca. ¿Qué más quería?. Le salía al paso a los invasores, y ellos retrocedían. Iba, pues, ganando. Y nada de perder la izquierda de la Carretera y todo ése país. El campo era suyo, el tablero era aún suyo. Pero le dijeron que las matanzas hechas por el Turans Tenic eran de casi 5000 personas, y le pareció una barbaridad. Y eran 7000.

De los Chamurri de ésa pezeta, que eran todos los de esa nación que iban en esta Jornada y los mozos que eran la flor de ésa tribu federada de los Borregos y esclava de ellos hasta ayer y hasta el toque de varita mágico político del Arriero, quiedaron pocos. Y ésos pocos, melladísimos, fueron los que le acercaron al Arriero, en su siguiente parada, Chambramercilla, los materiales con que, a imagen y semejanza del Añanzú contra Cochambrecanchas castellana, haría petardos arrojadizos con los Tirachinas. Pero mientras, a ésos indios desnudos que iban medio vestidos de piezas de lana andinas, y pobchos, y camisones hasta de mujeres Cagarrúas con aquellas florecitas bordadas tipo “Heidi” y cóndores bordados, por las requisas deprisa y corriendo, pero descalzos, que algunos ésas prendas las llevaban tintas de sangre de las matanzas que habían hecho, y con sus melenas largas negrísimas asomando por debajo de bandas de cabeza tipo Apache, turbantitos míseros de trapos con plumita o no, y gorros andinos tipo frigio; y que se retiraban con sacos llenos de cosas que les gustaron o necesitaban o les fascinaron, que hubo hasta “bibelots” españoles, y uno de ellos una bolsa llena de dedos y penes cortados, que llevaba los morros llenos de sangre como si hubiese comido carne humana directamente en vivo, y así era, que era de los grandes escarmientos que hacía su tribu de la Breña, y ahora eran otra vez libres y no esclavos de los Borregos; pues que el Guanajuatu Tenic dio de ellos que los pilló en un pradito entre unos árboles frondosos pero fríos, que eran de hoja perenne, y en el suelo había escarcha y aguanieve dispersa, pero menos. Y el Guanajuatu Tenic había hasta treinta arcabuces de Cochambrecanchas, y les dio plomo, y al vencerse e irse para el otro lado, era allí la emboscada, que se toparon con un muro de paveses con la señal del Guanajuatu Tenic, que eran unas hojas de un cierto árbol y un pajarito encima, y de macanazos a la cabeza y a la boca, por caníbales, les redujeron bastante,y, como todos aquellos macaneros, como los Borregos lo hacían igual, les golpeaban en las rodillas por rompérselas y que cayesen al suelo, donde les partían la cara y la cabeza, y golpeaban fuerte en la nuca, por decapitarlos funcionalmente. Y los indios breñosos, de cuchillo castellano corto, que eran flecheros, se defendieron, pero eran entre dos fuerzas, la mayor parte de la fuercita de represalia, ante la fuerza de represalia mayor; y sólo escaparon unos cuarenta de mil, que fueron los que iban más adelantados por haber pillado unas llamas con grandes bolsones que eran los explosivos. Y éstos se salvaron, como digo. Pero los de en medio, que eran bien 700, allí murieron de manera espantosa pero a golpes inmisericordes, que fue limpio. Y entonces los otros dos o trescientos, iguales en sangre y botín a los primeros, recularon, y se dieron de bruces con caballería, que eran casi ciento cincuenta jinetes supervivientes del Tajagüevos y del mongolo, al mando del terrible guerrillero a caballo Bambolo, y era éste hombre terrible, chapado y con cota, que era de los equipados de despojos de La Caballada, y hombre de cimitarra, con turbante rojo de Capitán General de indios, como el de los Apaches. Y a éstos que huían les dieron de sable de acero que cortaron cabezas y manos, y narices, y medias caras y medias cabezas que se veía el cerebro, y aún eran vivos unos momentos, y temblequeaban y sacaban espuma por la boca. Y otros fueron acorralados entre unos y otros  y se rindieron, que fueron unos cien que le llevaron, tal y como iban, pero sin armas, al Añanzú, que se los hicieron ver tal y como los habían visto, y cada uno con su botín, ensangrentados, y uno con su bolsa de dedos y penes, que los cosacos y el Bambolo en especial, con cara de perro, se los dejaron, y les dijeron “Vale, vale”, y los llevaron en recua adelante al recogerse todo el Tercio, hasta la siguiente posta del Añanzú, donde reunía sus tropas, el pueblito, muy mísero y casi abandonado, de Chuncammerda. Era de Chambramercilla 20 kilómetros medidas nuestras, y a ésas el Arriero ya sabía exactamente que el Añanzú le seguía, pero era previsible. En la pampita de Chuncammerda era el Añanzú con los jefes que se le iban uniendo. Eran allí el Passuassuatu Tenic, herido del pie, pero entrapajado y que andaba; el Tatu Tenic, y ya era allí que se adelantó el Guanajuatu Tenic, antes de todo su Tercio. Y era la artillería de camino. Y rezagado porque el Bambolo se había esperado a los otros jinetes doblados cojones, que eran 300, que, llamados por él y por el Añanzú, con nota a los caciques de ser muerto su rey el Tajagüevos, hermano del inolvidable Charro, que fue Gonfalonero de Israel pero renunció, y que el Tajagüevos también lo fue, pero también renunció. Y con los cien prisioneros Chamurris con su botín, que les miraban con cara de perro y no les hacían nada, y los de la Breña algo malo se barruntaban pero tampoco veían tan malo lo hecho, aunque esperaban que los matasen; más los casi 300 flecheros Cojones a pie que recuperó, que de esos a unos 50 dio caballos para ellos solos pues  eran los que pudo recuperar y eran muertos los jinetes; y éstos 400 dobles que llegaron, que eran ya de camino al darse la alarma; con éstos se pusieron en camino hacia Chuncammerda desde Mamachucha. Que un retén envió de ahí a las tolderías con el cuerpo en andas del Tajagüevos; y al Mogolo y a los otros suyos los enterraron el día anterior en un túmulo. Y a los de la Breña no les hicieron ni trabajar, porque no dejasen su botín; queno, que no, que no dejasen las bolsas ni un minuto, que alguno hubo disimulado que pretendió meter un saco de despojos detrás de unas matas y se lo hicieron recoger. Y el que llevaba la bolsa con dedos y penes era, claro, desesperado. Que cada vez que se juntaban con otros del otro bando, Cojones con Cojones, o éstos y Cagarrúas, lo señalaban. Y por los pueblines que pasaron hablaban los oficiales y los curacas y algunos indios cagarrias importantes se acercaban a ver el botín, y lo miraban, le miraban, arqueaban las cejas y le decían “Apa, nano”, y movían la cabeza o arribabajo o como negando de lado a lado. Y una mujer baja y gorda, bagre pero Cagarrúa, que eran gentes aguileñas y no chatonas, con su falda de alcachofa, se acercó, miró, y con odio asesino le escupió, le tomó una muñeca apretándosela, y le dio una patada en la espinilla, y le gritó cosas en Cagarrúa que el de la Breña no entendía, pero los soldados Arrúas la apartaron, a la Mearrúa aquélla. Y así iban para adelante.

Y en Chuncammerda eran allí las milicias de Cochambrecanchas que había pedido el Añanzú, que eran al final unos 4000 hombres, pero eran mal armados, sólo de garrotes y piedras, que serían vélites si no fuesen muchos viejos y una docena de mujeres de faldas de alcachofa gallardas, que una de ellas daba muchos discursos con voz estentórea hasta que un oficial la mandó callar. Y los jefes de la Milicia India de Cochambrecanchas eran dos: el Milián Tenic y el Gobbo Tenic, que eran gemelos pero uno de ellos, el Gobbo Tenic, era jorobado. Eran éstos a caballo. Y a esa junta de jefes en la plaza de Chuncammerda llegó la comitiva Cojona, a caballo y a pie, y era ya decidido por los caudillos de jinetes que siguiese al mando el Bambolo, pero como capitán militar, que al rey lo elegirían los caciques más despacio, en las tolderías, luego de los funerales del Tajagüevos,como hicieran del Charro. Pero era el jefe supremo de su nación en esta jornada.

Y entonces el Bambolo se acercó al Añanzú, y le habló,desde el caballo pero sin ofensa al añanzú, que éste lo vió, sino como con una dignidad y cara de muerte, de hacer escarmiento, y le señaló los hombres de la Breña con su botín intacto. Y todos los jefes, tras hacer formar a los Chamurris y que mostrasen su botín, les pasaron revista a ésos botines. Y miraban al Bambolo, y todos asentían, como si fuese bueno, y algunos de la Breña intentaron sonreír. Y finalmente, el Bambolo dio fin a aquella amarga comedia de dos o tres días, y bajó del caballo. Porque era ahora el escarmiento, ante toda la tropa de Cagarrúas y Cojones, de aquellos miserables.

Y entonces separaron a los siete más culpables, el primero el de la bolsa de dedos y penes, y los fueron contando al vaciar la bolsa. Sesenta dedos y cuarenta penes. Y a otros igual, que uno llevaba medio niño o niña, que no se vía el sexo, que seguramente se lo había comido si era niño, sin cabeza ni piernas ni brazos, y destripado, como pieza de carnicería; otro que llevaba tres hígados envueltos en hojas como manjar; otro que tenía un bote de barro lleno de ojos humanos, y así unos cuantos “figuras” y “campeones” parecidos. Y a los otros hasta cien que sólo llevaban botín útil como montones de ropas u objetos de valor o “bibelots”, los arrinconaron contra una cancha ciclópea, y les hicieron del todo desnudarse, y una vez sin los camisones ni ponchos ni nada que les cubriese, y hasta las cintas del pelo y gorros y turbantes, doscientos maceros Cagarr´´uas dieron de ellos y los destrozaron a golpes. Que hubo alguno que se llevó su cráneo cincuenta golpes de macana. Y en unas cruces de la carretera, que era ya la de las Minas y habían cientos disponibles, bajaron las carroñas medio heladas y medio descompuestas de los últimos orejones disidentes y rebeldes allí colocados, y colocaron a éstos, a todos los cuales por supuesto mutilaron y  echaban las partes a una hoguera. Y los siete más culpables ahí ya temblaban, si bien eran indios de la Breña y que no entendían nada de lo que se decía, que no hablaban el breña, y los Cagarrúas tampoco ni breña ni la jerga nacional de éstos “federados” de los Borregos.

Y al que cortaba dedos y penes le pasaron a un grupo de mujeres milicianas, que se puede jurar que duró vivo cuarenta y ocho horas, pero que le castraron minuciosamente y le cauterizaron porque durase, le cortaron todos los dedos uno a uno, le quemaron, le acordelaron, le pincharon, le hicieron cosquillas y en fin, que cuando terminaron con él no se reconocía que hubiese sido humano excepto en la cara, que se veía el esqueleto, porque se la arrancaron en vivo y era calavera viva sin ojos. Créese que le deshuesaron de cintura para abajo antes de que muriese.Y fue barbaridad, porque éstos indios más civilizados, crueles y fríos, y vestidos, al actuar así no sólo lo hicieron como la policía actual contra una tribu que no conoce, como son los psicópatas, por ejemplo, lo cual es colonialismo y racismo, y sin broma lo digo, sino que ellos mismos eran, de otra manera, tan salvajes como los de la Breña, y devolvieron mil por uno, bien que quisieron castigar cuarenta muertes con mutilación y sesenta dedos amputados, que eran a lo mejor simple trofeo de muertos con menos sufrimiento del que a éste le dieron. Y el Añanzú mandaba dar de metralla contra hombres, que puede crearle a un solo hombre cien heridas y sufrimientos horrorosos.

De los otros se hicieron escarmientos parecidos. Y aquí llegó donde Salomón se hubiese tenido que poner sus propias esposas y meterse él mismo pa dentro al trullo.
Pero para el Añanzú, ya hombre de Estado, esto fue un acto político. Aquí no hubo fiestas ni risas como en Tupinamba. Estos eran hombres y mujeres Serios, arrúas, raza de cóndores. Sólo que si veían a un payaso castilla y a un payaso choclo, les daba una risa …

De ésos escarmientos hubo noticia el Arriero por los gritos y por sus escuchas y ojeadores, y creyó que le era un aviso acerca de cometer nuevas atrocidades, pero el Arriero veía que sin terror de los Cagarrúas, era su negocio perdido, y contó la suerte de sus compañeros, en lugar de ocultársela, a sus tropas de la Breña; de la cual cosa los Borregos aristocráticos permanecían un poco distantes. Ellos sólo comían carne humana selecta y con cortesía, y a orgullo no les podían los Hombres Serios y del Cóndor a los Tiquismiquis rizados, supremamente elegantes, y del Árbol. Y palmeaban sus enormes Tirachinas. Ellos tenían la bomba atómica. Todavía no se habían convencido de que no. Eso sí, el Añanzú tampoco la tuvo, ¿eh?.

“Como una lombriz en sus tripas”. Al Sargento General Cabestro le dieron dos tiros en la nuca, pero era de recio cuello y de fuerte cerviz, como buen cabestro, y no de ellas fue muerto, que murió más tarde. Una fue la Auditoría a la nuca del Rocafuertes, en saberse resultados, en Cartagena de Indias, que fue donde Don Xavier puso a buen recaudo los baúles y baúles del Sumario del Cabestro, cuando huyóse en la galera. Y ese fue uno. Y el otro fue que estalló el Depósito Número Cuatro, con miles de barriles de pólvora y consumiendo la explosión y el incendio varios miles de botes de metralla, cientos de pellas y pelotas y como cincuenta mil tiros de arcabuz. Fue la más grande explosión que se había visto en ese país jamás, muy por encima de los otros atentados a los Depósitos de la Carretera de la Guerra, que así la llamaba el Sargento General, y por encima de las grandes petardadas al Castillo de Santa Fe de Verdes y desde luego la incursión heróica pero más módica al Castillo de Puerto Chapuza- que el Sargento General, modestamente, llamaba en alguno de sus partes de órdenes y eso, “Puerto Cabestro”, a ver si cundía …y porque le parecía que, dado el odio al Rocas, tenía allí más partidarios, y se equivocaba. Pero el Cabo, Chapuza pareció al piloto Quesada Millán en 1553, el puerto a un lado del Cabo se hizo, y Chapuza se quedó. Pero ojo, que en 1651 hubo el intento de llamarle “Puerto del Trigo” y “Puerto Rocafuertes”, que no prosperaron tampoco, pues eran todos ésos intentos chapuzas. Pero la explosión no fue chapuza, que se oyó a cien kilómetros y subió una llamarada tan alta y llegó tan alto la vibración, que rompió nubes y llovió, por lo que no hubo más incendio. Pero dio igual, todo el campamento alrededor y más de ciento soldados y arrieros y como mil llamas y mulos, o más, fueron muertos y deshechos, y acaso unos cien carros, que eran de propiedad del Aposentador y fueron duro quebranto, aunque fuese caballero y Oficial del Rey. Y murieron allí dos hijos suyos, de entre unos quince y diecisiete años, aunque tenía reconocidos diez y naturales acaso sesenta. Jamás supo el Charro en su retirada, ni menos su hijo el Juarrúa, del que nunca más se supo si no fue por referencias de sus descendientes, que se unieron a los negros cimarrones del Orango y fueron zambos, de todos los flecheros y ojeadores que iba dejando; y los cuatrocientos que dejó en varias pezetas en la subidita o bajadita desde la pampita del Nepomuceno al Presidio de la Mita; de ésos recuperó doscientos y dio por perdidos o muertos al resto; de la suerte de éstos que cometieron la demasía del Depósito Número Cuatro. Y el Juarrúa ya vimos que fue roto por el Bagre y luego llevó su modo de guerra al Agro, a la Huerta y hasta los Andes Pequeñitos, que repasó para unirse a la República de Ashonbe, la Negrada de cimarrones, que fue terrible cosa, pues que más tarde se civilizaron lo suficiente para hacerse piratas, y uno de sus Presidentes fue corsario por Francia, y por Inglaterra contra España en la Guerra de Sucesión, en el curso de la cual, en 1713, fue tomada ésa República por fuerzas de la Milicia del Cabildo de Santa Fe de Verdes, y fue escabechina y carchena de negros; bien que aún hubo corsarios zambos de éstos, de tierra y de mar pequeña o en barcas, durante el siglo XVIII y de sus restos se formó un Regimiento de Mulatos Libres en la Guerra de Independencia de Chafundiolgg contra España. Pero bueno, no recuperados por sus jinetes, ésos como doscientos flecheros Cojones, aunque lejos del país que conocían, y en realidad en los límites entre el antiguo País Cagarrúa y el antiguo País Cojón, antes de Arrizabalaga; peritos como eran, se organizaron, y, sin saber sino la lengua que obtenían bajando disfrazados de mestizos a los poblados regulares y aún más a los de sueltos y mezclas donde no se hacían preguntas sobre origen ni papeles, hicieron su propia guerra por la Causa India.

El jefe era Anorak Yarmuk, que era hijo de Alaska y Nutka, nombres que se mencionan aquí por dar una pista a Marcos Polos de despacho y gabinete que rescriben las gentes y  países, y melones futuros, de dónde pudieran proceder algunos linajes al menos de los indios Cojones. Pues bien, el Don Anorác, que le dijeron, y en campo de castillas “el Don Amorác” y “el Don Amoral”, pues que el Amonal, propiamente, no existía aquí, que eran clases de pólvoras, que era indio gallardo que fue cabo o sargento del Charro, pues que era capitán de siete u ocho jinetes, aquí se alzó por capitán de todos los sueltos, que en dos pezetas juntaron como 120 y 70, y se rejuntaron, y él fue el mayor y señor y rey de todos; pues éstos indios guerrilleros no comprendían guerra y vida separados, y en verse aislados lo primero que hicieron, sin que les estorbase de la guerra, fue adquirir mujeres por hacer raza y hacer nación. Y tenían sus tolderías entre varios lugares secretos serranos de ésas muy malas montañas de la primera Subidita, primero del Presidio de la Mita a la pampita, y luego de la pampita a la quebrada, y de ahí en rotos al Altiplano, que es por donde entró el Rocafuertes la vez anterior, como recordamos ahora. Que eran casi todo montañas peladas pero con quebradas y rotos y muy áspero lugar para que se aventurase ni ganadero ni paisano ni ejército ni alguacil alguno, que de aquellas roturas solas eran reyes y señores y allí fuesen hasta el fin de los tiempos, en que se inventó la avioneta de reconocimiento, y el helicóptero Bell Iroquois, Gazelle, Belvedere o Chinook sobretodo, que entonces fue de estos lugares la rota si el Anorac no había misiles que diesen al calor por echar abajo los arneses voladores. Que no fue el caso y no coincidieron, pero sólo por la chispa de unos trescientos años, que es niente. Que del Napoleón no hay foto por veinte o treinta años de chispa y miaja, que es miseria. Y otras bases suyas eran en bien embozados poblados de desesperados y sueltos en las colinas, al otro lado de la Carretera Transversal, que la dominaban más o menos. Y a poco hubieron como quince mulas,que caballos no pudieron haber, que aquí había pocos y eran muy mirados. Y así supieron de cosas de la guerra, de la muerte del Charro y del Reynado del Tajagüevos, y la muerte de éste no la supieron hasta mucho más tarde, y éste, pues jefe de tribu que ya era, desde que casi cada indio, menos los pocos que eran maricas, tenía ya una mestiza o mulata jovencita porque le durase y le hiciese muchos hijos, y uno una española perdida que se le juntó, que con ella se les juntó su hermano, que era calavera y nihilista de pro y hombre perdido, pues que era tísico y escupía sangre, de la miseria, y éste les era espía a los indios, y a éste se debe la voladura del Depósito Número Cuatro, que sintió el Sargento General como si fuese en sus carnes y en sus entretelas. Y al español renegado le diremos Don Renegado y a su hermana Doña Puta, pero él se llamaba Jaimito y ella Luisita, sin tener que ver con la negra del Guadañángel Sebastián. Que ésos dos hermanos remanecían de Andalucía del reyno de Jaén,de una parte, y de la otra de las Canarias, de Las Palmas.

Y aunque no fueron ésas las únicas hazañas de esta banda, que hicieron a poco una de muy gorda, ésa del Polvorín fue gravísima para el campo castellano. Pues que en saverlo, el Sargento General inclinó la cabeza y dijo: “Se acabó”,e hizo unos gestos de cruzar los brazos y lanzarlos hacia fuera y hacia abajo, como una equis. Vió a pocos días a Don Ramón, que era alterado y le traía lengua puntual y exacta, pero ya había tomado su decisión. Le quedaban municiones para cuatro o cinco días si seguía a ése ritmo de bombardeo, y Carmacuncha no cedía. Muerto era el Patu Tenic, sí, y era buena cosa, buenísima, y lo del Arriero o González o Turano o Turulato ése, era estupendísimo, pero la mala sombra hacía que él, el Sargento General, no subiese al dichoso Altiplano. ¿Es que era una maldición de Marte sobre él, por demasiado servir a Venus con tanta puta?. El Cabestro sabía que si no tomaba el Altiplano en los siguientes meses, era la situación de la Colonia podrida y lo mismo le pillaba Guerra Civil, y lo mismo aún dimitía y todo, aunque él era ferreño que no y nuncajamás. Pero sin municiones … Así pues, decidió gastar la última remesa, pues que las otras tardarían casi tres meses, en tener las necesarias, y no era cuestión de distancias del Depósito, que era a 400 kilómetros de allí, sino de existencias, que era gastado casi todo, y en Puerto Chapuza eran las maestranzas vacías con ratones. Y durante cuatro días dar de todo lo lanzable contra el fuerte o castillo de Carmacuncha por aflojarlo y desmontarlo, aunque ya se veía que era obra de la firma del Arrizabalaga. Y luego retirarse no con todo, porque les dejaba “marcados”, pero veía que no subiría al Altiplano antes de junio, y que para ése resultado de fracaso, se podía haber ahorrado toda la preparación del invierno para este abril sin municiones. Y tanto que hubiese podido hacer él de su mano en la capital ése invierno … En fin, la intención era buena. No se hablase más. No forzaría la Subida, como era tentado, por insostenible luego y escabeche de su Ejército, que lo mismo le hacía falta contra el Rocas o contra otros enemigos peores que estos desgraciados de los indios, que al fin y al cabo eran como Indíbil y Mandonio o Sagunto y Numancia, o Don Pelayo mismo, “pero que no me oigan que lo he dicho”. Así, en su tienda, brindó por el Añanzú. “Eres un tío”. Y dio la orden de machacar Carmacuncha. Y pensó un poco en el Presidio de la Mita y en que, como Sargento General, desde 1633 a este 1643, algo hubiera tenido que hacer, al menos verlo por dentro… Pero es que no quiso ver ni los papeles de su despacho relacionados con tal montaña de horror y pastel de mierda política.

Si por él fuese, todos los frailes y administradores de la Mita, fusilados. Ahora bien, si no era por Las Minas, ¿a España qué coño se le había perdido en tierras tan lejanas?. Es que si fuese Méjico, al menos, que era españa misma, o el Perú, que lo era casi, pero ¿Santa Fe de Verdes?. ¿Eso qué era?. ¿Si quel que lo exploró primero ya dijo “Por ahí no hay nada, sólo mierda”?.

El Yahú Tenic era contento de que le hiciesen Tenic y le diesen la mierda envuelta en celofán, o el equivalente en su jerigonza y parámetros, del mando de la sitiada y hambrienta y desesperada, y puramente y rejodidamente y repajoleramente castellana ciudad de Carmacuncha, que era de hecho Villa Rica de San Honorato de Carmacuncha Yndia. Pero era tarde para éste que le dieran honores. Era ya alcohólico. El vino de las barricas del mesón “El Toledo”, rebautizado “Amaru para Siempre. Taberna del Pueblo”, había acabado de destruír a este desdichado ex penado y artificiero elevado al oficialato indio por la subida del Añanzú, quien salió de las filas a dedo del Amaru, que era un héroe y que era Tenic porque aportó a Don Pedro Alazán Cagúa Mita mil partidarios para el primer alzamiento.En Cochambrecanchas se había hecho perito, a lo indio, de artillero, y al llevarse el Añanzú casi todos los cañones al Altiplanbo al venir los fríos, y dejarle seis, él se sintió medio feliz, pero enfrente le eran cien y no se fueron. ¿Es que eran cañones inmunes al resfriado, recarajo?. Y de contrabatería le deshicieron tres, y su jefe el Patu Tenic se llevó los otros para defender su casa y a él le dejó cesante. Y con 20.000 hombres y con bastiones donde 5000 eran ya estrechos, se vió otro prisionero más de los 30.000 de ése corral cada vez más pestilente, donde sus insignias le franqueaban el acceso a todo el contenido de las barricas castellanas de “El Toledo” … Hete aquí a este flamante oficial y comandante en jefe, hombre chapado de mediana estatura, para Cagarrúa muy oscuro de piel de cuero marrón, de los más oscuros indios, que en las Minas le llamaban “el Negro” y a veces “el choclo”, pero pocas veces, pues era insulto demasiado y mató a dos con su punzón en Las Minas por llamárselo; que, partidario como era del vestir indígena pero sin Restauraciones de prendas que él jamás había ni visto, ¿y si él en su vida no las tenía por como cosa de indios, qué era lo que restauraban?.; iba de túnica encarnada y negra, muy sucia la verdad, poncho “en naipe” ajustado a la cintura, macana y cuchillo, pantalón corto a rodilla acampanado y sandalias, que por el clima eran con calcetines, grises y sucísimos, que era un guarro. Y con su sombrerito parecido al cordobés con los ramitos de flores que eligió por su señal, pues que era Tenic, y la banda encarnada que era el entorchado de Capitán General. Poco de eso excepto el poncho, un Matu lo hubiera tenido por vestimenta Cagarrúa. Para él y para los de su cuerda, que era la del Amaru, ése atuendo de hecho acastillado, era el traje nacional. Y lo era, ya lo era. Pues que corría 1643 y no 1543 ni 1443. Este hombre de rostro ancho y acuerado, de facciones toscas y poros abiertos en su nariz, muy viril pero de voz aflautada como muchos Cagarrúas, incluído el Amaru, se sentó en el despacho del jefe de la plaza, donde se sentase el Patu Tenic, y vióse delante suyo, en el despacho frailuno, que todo allí era de estilo frailuno Felipe II o por ahí, el tapiz famoso de las figuritas de armaduras fantasiosas de Orlando Furioso, que representaba o figuraba la batalla de Sagrajas o Zalaca, que fue creo por 1083 o 1084, escribo sin consultar, y que hicieron hombres revestidos de cotas y con espadas de hierro, que de ésas armaduras de chapa ni barruntos. Y apartó la vista. Y se asomó al amplio balcón. Y era digno aquel balcón y sus vistas del despacho de Luis II de Baviera, que eso sí lo tuvo siempre Carmacuncha, que era de un aire a Munich, con las estribaciones a derecha que marcaban el valle de la Carretera Transversal, y con ésas montañas la promesa de los inmensamente bellos Andes, donde, sobre su Roca Nacional y sobre los bordados de “Heidi” de los camisones de las Mujeres Serias, y sus perfiles aquilinos, pudiera derramarse música de Wagner, a la cual recordaba y mucho aquel ídolo primordial en aquella pampita y en aquella canchita. Y los perfiles de muchos de los Tenics eran el de Wagner. Éste menos, que era más agitanado. Y en ver aquella belleza de paisaje abierto, y comprobar que hacía mucho rato que no oía voces a su lado, pues que el Patu sde había reservado cinco cámaras del piso alto de la fuerza aneja a la casa de gobernación, que no hay que confundir con la Ciudadela en rosa de la ciudad, comprobó que no se estaba tan mal, al mando. Pero que faltaba algo de animación, como alguna bella moza y un poco de vino… Luego ya se ocuparía de trasladar los tres cañones al baluarte, porque les iba a dar tal contrabatería a los castillas, que iban a saber lo que era un buen artillero. Pero después, después … cuando estuviese más animado …


La otra gorda que hizo el Don Anorác, cuando el Sargento General Cabestro batía desesperadamente y suicidamente Carmacuncha, rabioso del segundo rejón, que le llegó por lengua del Don Ramón, que era el Sumario suyo en manos correspondientes en Cartagena de Indias, y que ahora sí ya era perdido y muerto, y lo sabía, pero iba a alargarlo lo que pudiera; fue simple y llanamente asaltar el Presidio de la Mita y dejar en libertad a los 2500 presos que se podían mover, que adentro quedaron otros 1000 que o eran baldados o anquilosados definitivamente, o que no querían la libertad y se quedaron acurrucados en sus celdas con ojos mirando el vacío, que eran ya desesperados y locos. Que en darles libertad el Don Anorác con los suyos, se tiraron más de quinientos por los parapetos parabajo, que era luego altísima peña, y el Don Anorác, hombre nómada del desierto, se espantó, pues que a él en realidad los lugares con paredes ya se le daban de por sí grima, y supo que él preso ahí se hubiese suicidado en cuarenta y ocho horas. Fue el asalto por los 200, números redondos, del Don Anorác, todos juntos, pero desde luego los guerreros, y ligeros, que sus tolderías y bagajes más cercanos eran casi a cien kilómetros, y las como 130 mujeres que eran ya parte de su pueblo, más el castilla Don Renegado, eran lejos y en sus lugares correspondientes. Aquí saltaron sobre los guardias y se apoderaron de la Puerta, y luego fueron implacables dentro de aquel horror, que la guardia de soldados del recinto exterior se inmoló con su sargento mayor, que eran de chapa y casco de pincho adelante y atrás y casacón de ante amarillo, en el blocao que defendía el acceso a aquel inmenso bloque rectangular, renegrido por arriba, húmedo y desportillado todo, inmensísimo, con aquellas hileras de ventanas y puertas de celdas a balconadas siniestras, que era obra del melón del Arrizabalaga y su obra maestra de arquitectura de Estado. Quienes eran en las celdas de arriba, ventiladas, pero expuestas a fríos contínuos, eran quién tísico quién reumático inválido, quién tullido medio o completo. Eran en harapos inmundos y delgados cual espectros, pues la comida era bazofia. En los pisos medios eran los forzados, de buena salud, que giraban norias sin sentido como Sansón, pues que si no querían Mita, seis mil tazas a perpetuidad, y si desfallecían o perdían la salud, o “arriba” o “abajo”. Y abajo eran las horrorosas mazmorras negras sin luz y húmedas, aun cuando en verano un horno infecto, donde eran los que el Arrizabalaga condenaba “a las tinieblas, por flojos y maricones”, en su estricto Reglamyento del Penal”, cumplido al pie de la letra por los duros oficiales destinados allí, que era como si el Arrizabalaga en esta fortaleza fuese aún vivo, que ni el Lavalleja Rebuznero ni el Guadañángel Alimaña ni el Zorruno Cabestro tocaron ni una coma ni nunca visitaron el Penal, pues su olor les dio náuseas a veinte kilómetros, viento mediante, y eran aquí destinados siempre tres oficiales con uno por mayor, durísimos y con experiencia de verdugos militares, y cien soldados de edad madura, con alguna lesión o mutilación en guerra con indios y que jurasen por los Santos Evangelios odio feroz a los indios, porque no hubiese el más mínimo ablandamiento del reglamento y sí, en todo caso, añadidos en dureza, que eran a arbitrio. Pues bien, ésta fuerza, aunque militarmente mediocre y desapercibida, se inmoló, ésa es la verdad, y el teniente al mando, hombre de sesenta años, cosido de cicatrices, se voló la cabeza y trató de echar el manojo de llaves a la estufa y de prender fuego al edificio porque ardiesen todos los presos. Era hombre que cumplió exactamente con su deber. Y deformadas las llaves, hubieron de forzar todas y cada una de las puertas de gruesos barrotes, con palancas. Por lo que allí al final todavía quedaron sin abrir muchas celdas, con indios clamando dentro, o sin clamar, u otras muchas donde los presos eran postrados, fuesen muertos o vivos, y no respondían ni a gritos, y ésas no se molestaron en abrirlas. Pero los carceleros o alguaciles, que, aun cuando sucios, remendados y con detalles fantasiosos chulescos en sus trajes, eran del hábito que les correspondía de alguaciles del Servicio, y eran de negro con golilla sucia y rota, con las cruces verdes a derecha del pecho, ésos algunos se resistieron y otros cayeron en manos de los presos, y había presos todavía no tan destruídos con fuerza suficiente como para cometer con estos alguaciles grandísimos escarmientos, que El Penal del Sesto quedase chico. Y no digo más.

Es claro que cascos y morriones, petos y enteras corazas, tizonas y arcabuces y el polvorín mínimo de allí, fue requisado por los indios Cojones del Don Anorác. Y que 2500 indios desesperados quedaron sueltos, que bajaron al valle ancho y dieron de muchas alquerías y haciendas, y algunos hasta se armaron, y hubo violaciones y pillajes e incendios, que llegaron hasta las Posadas Castellanas de la Carretera Norte- Sur y hasta la Huerta propia de Puerto Chapuza, que se movilizó la guarnición, el Servicio de allá, y las tropas del tren de guerra de la Carretera Transversal. Y fue grandísima alarma, que llegaron peticiones a pocos días de que el Sargento General enviase a por ellos su Caballería a lo menos, con lo que definitivamente le negaban la subida al Altiplano. Pues que sus enemigos,. Muchos de los cuales refugiados en Puerto Chapuza porque en Santa Fe con Guadañángel fuesen muertos, decían que dónde está el Sargento General sino malgastando dinero en una guerra que dudaban que realmente hiciese, que según su costumbre se quedaba los dineros y los mantenimientos con el mafioso de Don Ramón (y mira quiénes iban a hablar, que eran lombrices y gusanos humanos, si es que eran humanos …), y quién sabía si no se revendía ésos mantenimientos a los propios indios. En carta doble a los dos Cabildos de Santa Fe de Verdes y Puerto Chapuza, Don Rocafuertes decía que “dada la ausencia de seguridad y de gobierno, se reservaba levantar sus propias tropas para defender sus propiedades y los Yntereses del Rey en la Colonia, porque era un buen vassallo”. Y ya tenía 10.000 hombres para defenderse del Guadañángel … Esa carta se remitió en copias a Bogotá, Lima, Charcas, Buenos Aires, Santiago de Chile, Cartagena de Indias, Méjico, Caracas, Santo Domingo, San Juan de Puerto Rico y La Habana. Fue a la nuca del Cabestro.

De mientras, el Bagre con unos 450 jinetes se movilizaba para dar de los indios Cojones ésos facciosos, abandonando la línea de blocaos que levantaba entre Yurumu y los Andes, amparando para la futura provincia de “Rocafuertes”, precisamente, todas las pampas y praderas del lago de Tumi. Y de paso que buscaba a los indios, se dio una vueltita por el blocao Nepomuceno, donde sus ojeadores hacía meses habían localizado a los restos de la mesnada del Loquín, de Guadañángel y ahora del Sargento General, que se daban por los autores del Atentado a su padre. No habían ido allí porque lo de marcarles a los Guadañángeles era más importante, pero ya que su padre le comisionaba de dar guerra a los indios del Anorác, y era todo eso por allí abajo, pues de paso …

El Perro, capitán de los gauchos desesperados del blocao Nepomuceno, tenía aún 80 hombres. Los que no eran muertos de guerra, lo eran de malas fiebres o mal accidente, o le habían desertado, fuese para irse con los desesperados a sus chabolas, a unos 150 kilómetros medidas nuestras, bajando y repasando el Valle de la Carretera para dar de las malas colinas que eran ya del Perú, fuese para alistarse en la Hueste Real cuando hubo bajas y sobre todo de caballería. Eran de todos modos, en teoría y por un papel arrugado que guardaba en su faltriquera, soldados. Y él era capitán. No subían ni bajaban bandera ni nada, ni la tenían. Y se habían limitado, que fue para ellos mucho trabajar y mucho rato bajados del caballo, a enterrar a los soldados muertos, mutilados muchos pero no todos, y despojados casi de todo el arnés y cosas útiles, por los Cagarrúas o su caballería asimilada, en la incursión cuando el Añanzú “cerró” el Altiplano  y no quiso dejarse este fuerte, que fue error de Don Pedro Cagúa Mita dejárselo en la primera campaña, y de ahí un poco que le entrase el Rocafuertes. Y se quedaron en ese blocao de mierdecilla, mirando los buitres y cóndores, en la pampita ésa. Habían ojeado un poco … o nada. Pasó una parte de la caballería del Charro de idas, que eran un escuadrón de cien sólo los que por aquí pasaron, y se encerraron en el blocao y los otros pasaron de largo y ellos dieron parte de “cuatro o cinco jinetes indios sueltos”. Y eran 100 de una fuerza de 500 además doblados de flecheros, que eran 1000 hombres, que fue la fuerza de la entrada del Charro y el origen de la banda del Anorác. Eran honbres del Loquín, de los de la guerra del Cañizo y dar religiones falsas a los indios, derrotados por el Bagre , que los mandó a asolar los quince pueblines aquellos que eran el último trozo del País actual de los Cojones que coincidía con su antiguo país, hoy fincas del Rocafuertes y el Guadañángel, y unos cuantos más pero principalmente ésos dos. Y bueno, fueron autores de un hecho histórico: la última rebañada de limpieza étnica de los indios Cojones de su territorio tradicional; eso ha de salir en los libros de Historia, y merece ser mencionado en esta relación. Al Perro le llamaban así, aun cuanmdo había otros de ése mote, porque en poblado iba detrás de las mujeres, mozas y niñas que tuviesen ya palomitas, ladrando e imitando a los perros cuando quieren copular, y babeando. Era hombre, desde muy joven, de situarse en su pueblín en una esquina xiempre acompañado, por supuesto, que éste era montonero, de alguna buena barra de amigos, y humillar a algún transeúnte, y si se resistía, darle una puñalada, sólo por reír, que era hombre simpático. Por eso tenía media oreja menos, la cabeza torcida de una mala paliza que le dieron los hermanos de uno que humilló, que hasta le querían hacer que imitase a una gallina en medio de la calle, y una mejilla paralizada de una estocada de facón. Era pues hombre recomendable y simpático, que se empleó de gaucho del Guadañángel porque en su pueblín del límite de la Huerta y el Agro no podía volver a poner los pies en toda su vida.  Era hombre que no defraudó al Guadañángel porque, con todos sus sonados defectos, tan comunes, ¿no?, era valiente; pues la ausencia de empatía por quienes humillaba y asesinaba se transmitía a una insensibilidad total para el peligro tal y como era absolutamente irresponsable moralmente, pues era un psicópata. En cualquier caso, era mala aquella semana. Primero un ataque de indios, que pusieron a distancia a arcabuz y carronada, que tenían una y éste la cargaba con metralla con excrementos como Don Jeliberto.Y luego … Bueno, luego no lo contó ni él ni ninguno de los suyos, que le cayó encima el Bagre antes de acercarse al Presidio de la Mita y por ésas partes, “a poner el orden que el inepto del Sargento General no ponía”. En fin, no me alargaré. Fue ataque con ellos desmontados, feroz lucha de cimitarra entre gauchos de cota y chiripá, algún tiro aislado, y como 50 prisioneros. Y con éstos el Bagre jugó a las carreras. Que era que colocaban a unos diez, cada uno con uno del Bagre detrás, en una meta de salida, y cuando el Bagre daba una señal, los degollaban, y el que llegaba más lejos degollado corriendo ganaba. Y muy tranquilo, el Bagre les decía: “Esto por dispararle a mi papá, muchachos, que no está bien”. Y fueron pues cinco tandas, y en la última salió el Perro y corrió casi veinte metros y ganó no sólo ésa tanda sino toda aquella triste y perdida Olimpíada. Y ya muerto, se acercó el Bagre y con la bota le levantó el razo, que se movió como de muñeco, y ya alzado el brazo, se inclinó, le tomó la mano y lo levantó. Y dijo: “Vencedor, Campeón”.

Y luego se fue el Bagre al Presidio de la Mita, pero desde luego los indios de Don Anorác hubiera debido buscarlos en las tolderías de las colinitas tocando el Perú, o en el Perú mismo. En el Presidio de la Mita se encontró con Don Servando Gutiérrez y Morrón, oficial del Servicio, de negro de tuno, alguacil de la Cruz Verde. Era grande el escarmiento que hizo con “los amotinados”. El propio Bagre podía comprobar que había pillado hasta a 1000 y los había ahorcado a todos. Y el Bagre se sorprendió de que, de 2500, hubiese pillado ya a 1000. Era éste hombre eficiente. Pero bueno, ya sabemos que las víctimas de este chequista eran precisamente los que no se habían fugado porque no podían. Así se explicaban extraños ahorcados que parecían en cuclillas, a los que el rigor del artritismo se unió el del rigor mortis, que parecían muertos bailando, como joteros de discoteque.

Pero de los 2500, ya comidos, y los que no reventaron en los primeros días, bastante repuestos, siguieron saqueando, matando, quemando y violando. Como que en realidad y de verdad hubo el Sargento General que iniciar una campaña militar en regla para reducirles y eliminarles. Que empezó con su caballería y terminó empleando a sus 8000 hombres. Pero de mientras pasaron otras cosas, claro. Y una fue que, si el Don Xavier le tiraba a la nuca de filo de papeles en Cartagena de Indias, él lo arruinaba, y mandó orden a su Lugarteniente el Alimaña de que embargase los bienes del Don Xavier de la Pela y le abriese Sumario por su Banca. Y el Alimaña lo hizo de mil amores, aunque los papeles burocráticos los tomaba con pinzas por no mancharse de la mierda de que son hechos. Pero es que el Alimaña no era un mero Lugarteniente, habiendo sido Sargento General y siendo el Señor natural y rey del país, y además Rey de Israel, y dios Osiris,Chipotec y Kukulkán, aun cuando algunas de ésas atribuciones las disimulase cuando era en la Capital, sino que quería dejar los asuntos de la Capital  en “orden”, en tal orden, que la Capital nunca más fuese rival de La Caballada, y casi la Capital fuese Tupinamba de tan asolada que quedase Santa Fe de Verdes. Por esto creó en el Servicio una célula de investigación, aunque de hecho él sólo mandaba en el Servicio de Santa Fe de Verdes capital y Huerta hasta las Posadas Castellanas, que el de la mitad Sur del país no le obedecía, y era aún de los enemigos suyos y del Sargento General y de los amigos de Rocafuertes. Pues que el Sargento General sólo efectivamente regía en Puerto Chapuza por el fuero militar y excepcional, y no podía cometer las demasías del Guadañángel, que éste hizo impunemente cien mil veces lo que al Sargento General hacerlo una le costó la vida, cuando sus enemigos directos, en el mismo baremo, eran, Don Xavier, del uno del Cabestro, hizo cien; y el Rocas, del uno del Cabestro, hizo mil. Pero Guadañángel hizo cien mil, en fin, y no murió huyendo de la Ley como el Cabestro, sino al frente de sus tropas feudales en una guerra que pertenecía todavía a la Edad Media. Pues que la Alimaña colocó de jefes de ésa célula al Ciego o Escopeta y al Melenas o Chino, caudillos del Ejército de Sosa, y de efectivos de ésa “célula” al Ejército de Sosa y al del finado y llorado Don Alfredo Pachín. Y les dio carta blanca. Ésa era la policía política, que la normal o de orden  la dirigía su querido Ramonín, también aficionado, como “el Ciego”, a los quevedos ahumados, que les daban cierto aire si es no es de “lishenshados” en materia de Muerte. Y eran hasta doctores de Salamanca en ésa materia.

Y las noticias de todo esto llegaron al Altiplano, al Añanzú, a Chuncammerda. Y fue que se decidió a dar de lleno en los Tiquismiquis y el Turans Tenic, pues que se dio por salvado, pero no lo era. Pues que antes de la batalla decisiva con éste, que ganó el Añanzú, ya lo adelanto, pero siendo el Añanzú en la línea de ser inexpugnable la Subida y suya firme Carmacuncha, pasaron en Carmacuncha cosas … cosas malas para el Añanzú. Pero éste dio de todos modos de los Indios Borregos, como se verá.

Malo es pasar de la borrachera a la traición. Pero ése fue el sendero luminoso del Yahu Tenic, casi sin querer. Primero quiso dar de contrabatería, pero no tenía fuerzas por la resaca. Luego al fin colocó los cañones en el baluarte y dio de los castillas, con poco éxito de contrabatería pues no les desmontó ninguna pieza, pero con grandes estragos de sus obras muertas y se supone que de muchos de ellos, pues que oyó gritos desgarradores. Pero le cayó encima del baluarte donde era su batería tal rociada de pellas y bolas y pelotas, que vió ladrillos saltar cincuenta metros disparados pasarle por delante del bigote. Y se alejó prudentemente de sus tres cañones, por lo queno se hundió con ellos cuando la devastadora contrabatería castellana los hizo reventar, primero uno y luego los otros dos al dar de lleno en las municiones, que el baluarte casi desapareció. Pero bueno, él era el jefe de la plaza y no sólo el de la artillería, por lo que no había lugar irse a las mazmorras y tomar un petardo y abrazárselo y darle a la mecha y …¿no?. Malo fue pasarse dos días borracho después de esa rota. Pero era mejor que lo del petardo y lo de degollarse, que también le pasó por las mientes. Y hubo junta de oficiales que algunos eran impacientes de dar una salida, pues que éstos no supieron todavía la rota de las municiones del Sargento General y éste tiraba con todo lo que tenía, que parecía que no se acabase nunca, y le quedaban cuarenta y ocho horas de tiros a la sazón, pero intensivas y bien empleadas. Eran 30.000 personas hambrientas. Ser en los baluartes era casi un privilegio, pese al peligro, por el extremo hacinamiento de la ciudad y la falta de mantenimientos, que a los del baluarte siempre se les daba alguna cosa, y a los soldados y oficiales cesantes, no. Y eran 10.000 paisanos desesperados, que su curaca, Don Felipe Yupanqui, se había visto con los oficiales y les había dicho que no se po´día más. Y que había ya inicios de epidemias por falta de agua y por los destrozos que los chapuceros de arnés negro del Cabestro habían hecho al alcantarillado de aquella ciudad castellana, que los barrios indígenas y los Depósitos de Abajo, eran perdidos. Y el Don Felipe Yupanqui les dijo que eran cortados del poder del Añanzú y que él nunca les podría ya hacer nada, y ante él no deberían responder, pero sí ante el Sargento General castilla. Y eran los oficiales por desamparar pero haciendo una salida con los soldados que no quisieran entregarse, por llegarse a sus líneas al inicio de la Subida, pese a los fuegos del blocao Victoria del Sargento General Cabestro. Y el Yahú dijo que él no se iba al Altiplano, y que tampoco se rendía. Y los otros le dijeron que bueno, pero al poco vió que se preparaban miles de soldados para irse. Y fue en aquel momento que se le llegó nota, de boca, por ser analfabeto él, de hombres serios que querían hablarle. Y por escaparse del copo de los oficiales rebeldes, con poca guardia suya se llegó a los bancos de afuera de la Catedral, que eran alló, y eran arrieros Cagarrúas de edad respetable, que uno era de pelo de acero que se le vió al quitarse el gorro por saludarle a él-a él-con respeto. Y hablaron en la antigua sacristía. Era tal el caos de gentes afuera y dentro de la Catedral, y de áyes de heridos, y tan infecto el aire, que allí nadie le podía controlar, y los oficiales rebeldes eran a lo suyo, y con guardias por defenderse de acción hostil de él, pero nunca le obedecieron directamente tantos como para emprenderla. Y a la junta concurrió el Don Felipe Yupanqui, hombre de edad, curaca, o teniente de alcalde, de vestimenta más castillada de lo normal y sombrerazo, pero Cagarrúa puro.Y aquellos hombres de edad, dos de poncho y otro de ropilla, donde inconscientemente su media mente de borracho detectó las huellas de haber sido cosido un escapulario, le dijeron que si daba al Cabestro la plaza y todo lo que contenía, era salvo y rico y feliz, y tenía salvoconducto para Lima. Y era mucho, aquello, pues que se había dado por muerto. Y dijo que sí. Y algo hablaron de detalles. Y con ésas se fue de vuelta a la casa de gobierno, y allí hubo otra junta, que le impusieron, con los siete oficiales rebeldes. Creían que volvía como siempre de la casa de putas. Eran éstos hombres jóvenes y aquileños, desmejorados, uno muy bajito, casi enano, de grandes orejas, y eran tres claramente nobles, que tenían orejas perforadas y abiertas, si bien sin pendientes, que debían ser oficiales del Matu pero muy patriotas, y uno de ellos llevaba las ropas del partido del Añanzú y los otros dos eran uno su hermano y otro su primo, con lo que se adivinaba cómo se salvaron de la matanza de orejones, aun cuando el Añanzú también lo era, que se las abrió cuando el Cagúa Mita le hizo gentilhombre y noble, pero eran ya medio cerradas. Y los otros cuatro eran plebeyos, dos serranos y dos ajustadizos como el propio Yahú y el Añanzú. Le decían que los castillas le darían garrote, y que recordase los graves escarmientos que habían hecho de prisioneros castillas, y que era imposible amparar la villa y que el Sargento General era hijoputa pero menos que La Caballada, y no le creían capaz de degollar a 10.000 personas, que además no le convenía, y que se viniese con ellos al Altiplano, que mientras más saliesen más oportunidades de que llegase más número. “La plaza y todo lo que contenía” …Habían sido muy claros. Pues entonces les dijo a estos que sí, pero que lo aplazasen, que él iría también con los suyos, y lo hizo de manera que la discusión pareciese cosa de celos de mando, y se fingió algo más borracho e idiota de lo que ya era, y le compadecieron, y se pensaron que en fin, que salvasen la honrilla de ése desgraciado, y que luego le dijesen al Jiri que se le había ocurrido a él …O sea, que se les ocurrió que si les acusasen de desamparar la plaza, que ellos de ello se sentían culpables, aunque le salvasen casi 20.000 hombres de guerra a la Nación y al Añanzú y al Jiri, que eso era algo, ¿no?, que a los paisanos se los dejaban al Don Yupanqui y a la piedad del Sargento General; pues ampararse entonces en las órdenes recibidas de este borracho y que lo escabechasen o arcabuceasen a él …Y ésa noche fuése con unos pocos suyos desesperados y paisanos traidores del Don Felipe Yupanqui, en quienes su alcoholismo le hacía sospechar iguales huellas de escapularios cosidos y descosidos en sus ropas, pero por ser oscuro nada podía ver y sí sólo inventar, a abrir las puertas de la ciudad a los hombres secretos de edad, que eran afuera con varios cientos de otros arrieros y con ellos casi ochocientos soldados castillas con gorros andinos y ponchos sobre sus corazas y uniformes, esperando en los más cercanos aproches y baluartes. Y había poca luna. Y abrió, pero gentes de los oficiales rebeldes- que en la historiografía indigenista son llamados oficiales patriotas-descubrieron la rota y dieron de hondas y lanzas y macanas y de los pocos arcabuces y alguna ballesta que habían, de los traidores abrepuertas y de los atacantes. Y el Yahú se huyó, pues creía, embozado, ir a sus aposentos y que le viniesen a dar novedades los oficiales rebeldes y él fingirse sorprendido, pero al llegar a la puerta castellana de cuadritos de ésas, e ir a entrar, le vió un soldado de guardia y se salió de su vista al momento, y dudó qué hacer. Pronto vió que el ataque castilla era rechazado y las puertas cerradas, y que la casa de gobernación, que él había mandado cerrar, era sitiada de gentes de oficiales rebeldes. Pero a poco todos sus soldados le abandonaron. Y el hombre fue a emborracharse, y no lo hizo. Que quiso degollarse. Y puso su cuello sobre el cuchillo de acero, pero no podía. Y que no. Que la mano no le obedecía. Y entonces tomó un par de oscuras botellas de vino y se fue a la mazmorra de la fuerza, y preparó, bebiendo largos tragos,un petardo más que suficiente, y se sentó en una mesa con una vela, y lo puso ante sí. Y encendió la mecha, que era media, y se bebió un litro y medio de vino antes de que …Algo se oyó en el subsuelo, en alguna parte, pero eran ocupados los oficiales rebeldes en dominar el caos dentro de la ciudad. Que antes de ser de día, eran el Don Felipe Yupanqui y otros 300 indios de Caramacuncha, Cagarrúas puros, contra un paredón en la Ciudadela, y eran rodeados de cómo mil soldados regulares y entre ellos los siete oficiales rebeldes. Y habían grandes faroles castellanos. Y allí el Felipe Yupanqui se hincó de rodillas y empezó a rezar, y los otros 300 hicieron lo mismo. Y allí como mártires los mataron a lanzadas y golpes de macana que les daban por detrás, a la nuca y al colodrillo, y a la espalda. Y hubo algún tiro y alguna decapitación con tizona, de oficiales que actuaron por su mano, y algunos degüellos.

Al día siguiente, cuando al Sargento General le quedaban 24 horas de municiones de cañón, unos como 15.000 soldados, y a su cabeza los oficiales rebeldes, intentaron una salida, pero no fueron hacia los aproches y trincheras enemigos, sino por el espacio aún libre, hacia la Subida del Altiplano, y el cañoneo directo y la fusilería contra ellos fue implacable, y los fuegos del blocao Victoria. Esto lo veían desde sus líneas y los ojeadores desde la Roca Nacional y se llevaban las manos a la cabeza. Eran las comunicaciones absolutamente descuidadas de espejos desde la muerte del Patu, y además había poco que comunicar, pues que el Añanzú no entendería que con 20.000 hombres y tres cañones- él les dejó seis-le desamparasen Carmacuncha. Fue aquélla masacre, pero como 6000 soldados soportaron aquella carrera de baquetas a lo bestia y llegaron a sus baluartes de la Subida del Altiplano, que eran barridos de metralla. El resto fueron muertos y heridos, y unos 1000 se volvieron dentro, pero que no pudieron ya nada hacer, pues que los paisanos y los otros soldados habían abierto y mantenido abiertas las puertas de Carmacuncha, y eran los castillas entrando a caballo los primeros escuadrones, que aún hubo luchas aisladas, pero la casa de gobierno la hallaron los castillas cerrada, con portezuelas de cocinas abiertas y cuerdas por donde se descolgaron gentes, y en las mazmorras los restos de una explosión y un indio casi decapitado de una explosión de petardo a tres palmos de su cara.

Se hicieron 6000 prisioneros que fue probado eran soldados, y otros 2000 que por edad lo pudieran ser, aunque iban con ropas de paisano, y hasta 100 encamisonados pero maricas poco verosímiles. De los siete oficiales rebeldes, cuatro llegaron a sus líneas. Al principio fueron tratados de traidores por el Añanzú, que se enfureció, pero era lejos y no fueron a sus manos, y el Jiri fue más comprensivo, pero luego el folclore hizo de éstos hechos, hechos legendarios. Porque el indigenismo cristiano a Don Felipe Yupanqui y a sus 300 les llamó “Los Mártires de Carmacuncha”, aunque jamás fueron beatificados.

Así, pues, el Sargento General, que parecía perdido, se salvó.Le quedaba medio día de munición cuando dejó la campaña pendiente hasta junio, y se fue, dejando buenos retenes y mucha artillería, casi toda, que le impediría a los del Añanzú bajar de sus posiciones en el Altiplano y traspasar en ése sentido el murete que les había puesto, que ésos dos fugitivos hubieron de saltar, y era de tres metros en algunas partes y de dos en otras,irregular; y se fue a dar de los 2500 fugitivos del Presidio de la Mita y a dar por fin de sus enemigos, no tan claramente como “el Zorro”, pero con más fuerza que “el Zorro”.

Que al Rocafuertes y al Obispo les exigió desamparar todo el País del Cañizo y aplicar íntegro su Decreto de Tierras, y entregar ésas tierras a los oficiales de su Lugarteniente Don Guadañángel, pues que a él le colgarían en su momento quizás, o quizás no, pero mientras no le destituyesen en forma, él era el Sargento General y su Ley había de cumplirse, y si se colocaban el Señor Obispo y el Buen Vasallo Don Rocafuertes fuera de ella, les arcabucearía por sedición. Que el hombre fue claritto … Y el Obispo, a vistas de que alguaciles capaces de cumplirlo habían, que eran “el Ciego” y “el Chino”, que sólo juraban por Belcebú y por Satanás, y que le ejecutarían sayones paganos, pues no quiso ser mártir y dijo a Don Rocas que ya no tenía las tierras del Cañizo por él, sino por sí mismo. Y el don Rocas pensó en desampararlas, y el Bagre su hijo le dijo “que nanay, Padre, que nanay, que no tendrán fuerza de venir”. Y era verdad.

Si amparaba el cargo de Lugarteniente, el Guadañángel departía demasiado sus fuerzas. Don Suárez era en Tupinamba Repartiendo y Catastrando, y La Caballada tomando posesión de sus tierras Cojonas; y el  Daniel y el Macabeo eran ocupados colocando en orden un país que estaban vaciando en una gran riada de esclavos hacia la Capital y los barcos de gentes sin Dios y sin Ley y sin Patria capaces de ganarse un quinientos por ciento mercando carne humana. Nanay. No había ejército contra los 10.000 de los Rocas, y para llegar al Cañizo había que atravesar sus tierras o venir de Tupinamba. Y de Tupinamba no vendrían. Y si venían, eran sus blocaos … Y si le entraba el Sargento General en sus tierras al Rocas, que era tiranía y otro cargo más al Sumario. Y el Rocas hizo caso a su hijo, y el Sargento General jamás rozó un palmo de tierras propiedad del Rocas. Pero dio de sus otros enemigos más flojos, de cuyos resultados represivos se le abrió otro grueso Sumario. Que en Cartagena de Indias Don Xavier no descansaba. Era todo el país muy revuelto. Y con éstas podemos ver qué fue de la batalla entre el Añanzú y el Turans Tenic o Don Turancio de la Breña, nuestro Arriero …

En Chambramercilla el Arriero había llegado a marchas forzadas. La finta salió bien, pero se oyeron los escarmientos por sus avanzadas; o sea que los Chamurris aquéllos, diólos por perdidos. Pero luego le llegó una pezeta de cómo 700, que de los otros no se supo, y se les unían otros rezagados, que le traían carros con materiales explosivos., y de ahí el Arriero se tuvo por un poco más seguro y quer probaría de aumentar el poder destructivo de los Tirachinas por contrarrestar un poco la superioridad enemiga en tantas cosas … pero en especial en artillería y en flechería de unto, que eran armas casi definitivas. Más inferiores eran los Tercios regulares con pavés, que vió que los suyos alforrados a lo nativo de Tiquis o Borrego les eran enemigos iguales o superiores. Aquí sus avanzadas le informaron también de que en el otro pueblo, donde era el Añanzú, Chuncammerda, le venían a aquél aún refuerzos. Pues estamos aviados. Y aquí le fueron viniendo flecheros de los que huyeron en la primera cañoneada, y de éstos, que ya iba cabreado de ellos, diezmó acaso dos docenas por las excusas tan ridículas que le dieron y las películas que le contaban. A los que dijeron que habían tenido miedo, los incorporó. Pero muchos se le habían huído y desertado; que no incorporó de éstos más de otros 500. Chamurris supervivientes y flecheros náufragos los pasó a Don Guapasso, que reorganizaba, sobre sus 2000 flecheros, la flechería. Que éstos como corredores a paso ligero y como soldados de retiradas fulminantes no tenían precio; poca cosa más le habían hecho. Le quedaban 1700 Tirachinas y 1200 macaneros de los que eram su élite, de cueras y cauchos y con casquete. Y eran con él casi todas las 800 llamas y unas 200 mulas de tren y bagaje, y casi todos los 200 arrieros suyos y desesperados de Las Minas que se le habían unido. Eran ésos últimos gentes que si la cosa le iba mal, le desertarían rápido, aunque le constaba que eran gentes a las que el régimen del Añanzú sólo había traído marginación, huída y miseria. Debían ser unos 100. Y con impaciencia, no fue más tranquilo hasta que se le unieron los refuerzos que él esperaba: la tercera pezeta de 3000, que si la hubiese tenido, como esperaba, en la primera batalla, otra cosa fuése, que se enfrentó 9000 con Tirachinas contra 15.000 con artillería, unto y caballos, y hubiesen y debiesen haber sido 12.000, aunque dudaba de diferencias en el resultado; y en fin, que eran con él ahora 6.100 hombres. Más adelante del día, que un día fue pasando que nada se movía, le llegaron otros 4000 de Los depósitos. Eran pues 10.100 hombres, de valor dispar, más el tren de bagajes. Por tanto, envió más mensajes a Los Depósitos de desampararlos por completo y que le viniese todo el mundo. Por la noche, la siguiente noche, después de que los suyos habían cenado, le llegaron 3000 hombres más. O sea, que le habían venido 10.000 hombres de refuerzos. Tenía, pues, 13.100  hombres. ¿No había más gente?. Y hacía sus cuentas. Dispersos y muertos, otros despistados, pocos, entre Los Depósitos y Las Minas, y los 8000 de Las minas; más los 5000 que había perdido en el camino. Sí, eran los 30.000 del principio, más o menos. Pero sospechaba una “fuga de capital” humano en cada paso de maniobra que daba. No se hizo mala sangre. Seguro que en Los Depósitos eran más de 800 que se sentían enfermos o sin ganas, y éstos de la Breña eran así. Daba igual. Licenció a la mayor parte de los Degolladores y los devolvió a las otras unidades, y se quedó con unos 25. Inspeccionó, farol en mano, todas las tropas, que eran en la noche un amasijo de figuras oscuras vestidas con diversidad de prendas, pero donde todavía destacaba poderosamente el camisón como de saco, el poncho y el turbante estilo Breña, y en general gentes todas de luengas melenas lacias negras, con cara de cansancio y sueño. Y se aseguró de que al menos cada mil y cada quinientos hombres tuviesen un jefe reconocible, al que hizo responsable; y les mandó que formasen las tropas al amanecer. Y el resto de la noche les dejó dormir, y él no pudo dormir. Y cuando justo empezaba a amanecer, hizo otra descubierta con muy pocos, en mula y luego, cerca, desmontando y a pie, para pensar, mientras se movía y componía su cuadro de situación y decidir qué iba a hacer. El Añanzú dejó pasar otro día. Sus ojeadores le localizaban al enemigo en Chambramercilla. La población le dijeron sus jinetes que se había dispersado con sus enseres a la cabeza, y que no parecía haber habido masacres. Bien. Conocía Chambramercilla, era un pueblito medio bueno, no como el suyo de Chuncammerda, que no valía nada, y creyó que el Turans Tenic a lo mejor se decidía a fortificarse al menos en parte en él o a usarlo de fuerza o de mota, con sus alas desplegadas alrededor, o algo así. Pero no era suficiente lo que tenía el Añanzú, con mucho que superaba a lo que había allí el Turans Tenic, que debía ser lo mejor que tenía, pues ya se olía el Añanzú que de ésos “30.000” Tiquismiquis ni todos eran Indios Borregos ni todos eran guerreros; suponía una rezaga en Los Depósitos y Las Minas, de mujeres y de enfermos por la marcha a través de los Andes. Y no se equivocaba. Pero él se sabía imperito en campo abierto, y de éstos Tenics suyos no se fiaba niente. Eran obsesos con el orden cerrado en cuadro y el “ho, ho”. Sólo se sintió mejor cuando le llegó la artillería, y juntó allí veinte cañones, sacados de otras partes, y los que ya tenía. Con estos los machacaba. Y la munición era abundante, y Cochambrecanchas no era lejos. Tenía dos Tercios enteros o casi, uno total, que no había entrado en combate sino en una maniobra a pie y no contactó con el enemigo; y uno mellado, cuyos efectivos repuso, o sea tres Tercios. El refuerzo de los milicianos de Cochambrecanchas, al mando de los Tenics Milián y Gobbo, que eran 4000 hombres, pero vélites; sin que de ellos eran 500 o así milicianas. A éstos habría que armarlos a costa del enemigo, pero era difícil, pues el enemigo era en su inmensa mayoría flecheros. Había acopiado algunos honderos, unos 400, porque diesen de flanco y réplica cercana a los Tirachinas, que le pareció terrible arma si no contase con armas de los castillas y sí sólo las tradicionales de su pueblo, y por lo que vió de los macaneros alforrados de casquete, que eran, con los Tirachinas, los únicos verdaderos Indios Borregos de la colección, le pareció que los Tiquismiquis eran duro enemigo, y que seguramente en la Breña no habrían rival. Le extrañaba, eso sí, pero mejor, que ningunos de ésos de la Breña que traía el Turans Tenic diése de flecha de unto. Y era que las tropas del Arriero eran vasallos apocados de los Tiquismiquis, y éstos al dominarles setenta años antes, habíanles prohibido las flechas con unto y matado a los hechiceros que conocían la técnica, y eran pues arqueros solos, inermes en cierto modo frente a los Motilones, los Jiborianos y otras tribus, y ante los Tirachinas de sus amos, de quienes necesitaban la protección. Era con el Añanzú, además, la Caballería de los indios Cojones, al mando del Bambolo Tenic, que si fuese por el Añanzú lo hacía rey de los Cojones del Desierto si sobrevivía, pero ellos verían; pues le parecía tan competente como el Charro, el Tajagüevos y el Mongolo, que eran finados. Era poca, pues los Tirachinas le mataron muchos jinetes, y combinaba malos augurios para luego con los castillas; que si fuese el sólo propósito del castilla Turans mellarle para facilidad del Sargento General, lo estaba consiguiendo. Tenía 400 caballos doblados de hinete y flechero de unto, más 50 flecheros de unto a caballo,más 250 flecheros de unto desmontados. A éstos les dio mulas por tener toda la flechería montada. Y era inquieto por la suerte de Carmacuncha tras el asesinato del Patu Tenic; ése Yahu …a ver qué daba de sí. Sólo supo más tarde de la caída de Carmacuncha, pero lo supo con la misma noticia de la retirada del Sargento con sustanciales fuerzas, lo que le hizo creer que ese año se suspendía la campaña y creerse él-sólo él en todo su bando- que la pérdida del Depósito Número Cuatro le había dejado sin municiones de cañón, y que por tanto podía hacer … lo que hizo, que fue repasar los Andes y dar de los Tiquismiquis, cumpliendo un objetivo de venganza histórico de su pueblo frente a ésos Indios Borregos, que nunca se supo realmente cuál era esa querella tan grande que habían. Y ya ahora, antes de la batalla contra el Arriero, combinaba buscar la alianza con los chachapoyas.

Con los refuerzos que le fueron viniendo, que era otro Tercio que le envió el Jiri, o sea 5000 hombres más; más 500 arcabuces que reunió de todas partes, con los que, dándoles mulas, se creó arcabucería montada, que puso a disposición del Bambolo Tenic de los Cojones, se creyó más asegurado. Era de fuerza de 24.000 hombres de peones y una caballería de 550 caballos y 750 mulas armadas. Y los 20 cañones.

De matinada o maitines, saliendo el sol, el Arriero revistó, formalmente, las tropas, y confirmó las jefaturas y un poco las comisiones, vagamente. De sus 13.100 hombres, eran su centro y base los 1700 Tirachinas y los 1200 macaneros. Lamentó no tener los 1000 dacóis, que eran gente así, alforrada y de casquete, que era la guarnición de Las Minas. Pero qué se le iba a hacer. Al menos, si lo perdía todo, siempre le quedarían ésos para la retirada. Pero, como sabía que iba a perder, creyó que el hecho de que el resto fuesen flecheros, que aquí, peones y sin unto frente a flecheros de unto a caballo, de poco le iban a servir sino de carne de cañón, sería ventaja en los Andes, hasta las quebradas, porque pondrían en distancia el encalce enemigo. No se le ocurría que el Añanzú le pudiera ir detrás hasta la Breña. Esa noche había sido tentado, al conocer de ojeadores y por lo que luego vió, y repasarlo, de todo el día, de intentar una maniobra diversiva o una simple retirada. Otra finta … y otro salto, dejando Los Depósitos a derecha, directamente a Las Minas. Recoger la gente y pasar los Andes. Pero, por no desanimar a su gente y causarse una derrota cierta donde sólo era probable, no mandó mensajes a decir a Las Minas que desamparasen y comenzasen a repasar los Andes. Aparte que si se hiciese eso, las gentes desesperadas y pasivas de Las Minas a lo mejor caían sobre ellos de un modo u otro por hacer méritos frente al Añanzú, y, aunque eran escorias, verse en la idea de ser pillado y embotellado no le gustaba, que prefería verse como seguro de la línea de retirada, despejada y con sus gentes de Las Minas sobradas y seguras, que sólo por su actitud disuadirían a los desgraciados de allí de intentar nada, que todavía serían haciéndoles la pelota como a conquistadores, y en el primer impacto de la enormidad de gentes de la Breña que vieron. Y era terrorífica, sí, una Invasión de gentes de la Breña y en tal cantidad, y las gentes Cagarrúas posiblemente sentían ese miedo hereditario, previo a la llegada de los españoles; pero ya veía el Arriero de cuán poco servían contra estos nuevos Cagarrúas modernos, con barruntos de tácticas y armamentos de los castillas, y dirigidos por un artificiero. El Arriero se sabía imperito en mandar tantas gentes, pues lo suyo habían sido entradas y columnas de castigo, y contra gentes inferiores; pero le constaba que el Añanzú dr vería como él más o menos, que sus éxitos habían sido rebeliones y asedios, y en ningún caso batallas campales.

Y el Arriero pensó en hacer lo que mejor sabía; no era todo perdido, ¿por qué?. Su retirada era segura, de momento; y todo el daño que le hiciera al poder del Añanzú, y todo lo que le durase y mellase, era mella de su posición política. Pues a lo mejor el quid del negocio resultaba ser que los Cagarrúas asesinasen al Don Furor y se rindiesen a los españoles, tras comprobar que su rebelión y un Estado indígena eran inviables, dado el estado del mundo. Era seguro- y no equivocaba-de que muchas gentes de indios eran aterrorizadas todavía con las matanzas de frailes y por el castigo que, antes o derspués, recibirían. Pero se equivocaba en medir el odio a la Mita y la desesperación de toda una nación abocada, con su civilización, a desaparecer subsumidas por un mundo más grande y poderoso y por otra civilización más pujante que les superaba en todo. La posición del Añanzú era fuerte, y hasta cuando la masa de su pueblo le abandonó, un núcleo duro de 50.000 Cagarrúas, que no son pocos, se inmolaron con él. Y en 1730 hubo otra Rebelión India, donde el Don Furor fue una de las inspiraciones, con el Amaru. En todo caso, el Arriero creyó que era lo suyo aterrorizar la retaguardia enemiga, y pensase que no había penetrado lo suficiente en el Altiplano para lograrlo; era otro su plan que al inicio, que era atraer las fuerzas que creía pocas y derrotarlas en campo abierto; veía que con la artillería y tanta fuerza del Añanzú, era ahora lo más conveniente escurrírsele. Y antes de que el Añanzú se diese cuenta, envió otros 2000 flecheros de tribus vasallas, de catadura semejante a los Chamurris, porque “vengasen a sus hermanos”, exactamente por el mismo camino por donde antes fueron, y que repitiesen las incursiones, pero más adelante, con los pueblos desde los destruídos por los Chamurris, en adelante, por toda la parte izquierda de la Carretera, hasta donde pudiesen, lo más adelante posible. Quería que le viniesen por la espalda al Añanzú las notas de que era el enemigo tan adelantado, y se diese por inseguro de su retaguardia, hasta hacerle vacilar, y que dividiese tropas. Y a éstos les instruyó y les dio explosivos. De hecho, el Añanzú oyó explosiones no muy fuertes en dirección a Chambramercilla; era el Arriero instruyendo a éstos, y haciendo pruebas con los Tirachinas. Por mejor usar los explosivos, mandó con estos 2000 flecheros a 2 Tirachinas Borregos, que por serlo, tomaron el mando de la mesnada a modo de dos cónsules.

Y antes de que se desplegase el Añanzú, que tardaba, envió otra columna de 2000 flecheros por su derecha, que cruzaron la Carretera 20 kilómetros por delante de Chuncammerda donde era el Añanzú, y se internaron en unos bosquecillos de las estribaciones de los Andes por ése lado, tratando de rodear el agro de los alrededores de Cochambrecanchas, y hacer una emboscada grande a algún convoy que entrase o saliese de la ciudad murada, y si era posible forzar sus puertas y hacer dentro algún buen estropicio. Llevaban éstos también a otros dos Tirachinas Borregos a los que hizo capitanes, y que eran, con los otros, rizados aristócratas, peritos Tirachinas y suficientes en el uso de los explosivos que les dio, que, con los Tirachinas, podrían colocar ventajosamente dando de granadas. A ver qué salía de éstas expediciones.Era nota que si podían, se dividiesen en pezetas de 500 y que se hiciesen, pues, menos detectables, más fáciles de encontrar mantenimientos, y pues ocho lombrices en las tripas del enemigo. También les dijo que en cuanto pudiesen, se vistiesen con ropas de indios Cagarrúas, porque no se les percibiese de lejos; y si pudiera ser de soldados enemigos, mejor, por ser más normal el paso de quinientos hombres si son soldados. Que se hiciesen con paveses de las señales de los Tenics en cuanto pudiesen . Y muchos del primer grupo lo hicieron ya en el primer campo de batalla, con cosas que se habían dejado los del Añanzú al levantar el campo apresuradamente.

Hecho esto, el Arriero había 4000 hombres menos; pero no lo lamentó, porque eran flecheros que huirían de los cañonazos, y en cambio, si sueltos, eran guerreros peritos y letales; y del otro modo eran peleles, cobardes y carne de cañón, ante una artillería que no habían visto nunca y les causaba pavor. Era pues de nuevo con 9000 hombres. Sus ojeadores le confirmaron que el enemigo pasaba de los 18.000 hombres. De hecho, ya sabemos que eran 24.000 los hombres del Añanzú. Los jinetes Cojones le dijeron al Añanzú a las 12 de la mañana que el Turans Tenic desamparaba Chambramercilla. ¡Otra vez se le huía¡. Supo igualmente de la columna de 2000 de la derecha de la Carretera y adivinó la intención del Arriero; otra finta como la primera. Le repetía la jugada. Lo que no supo fue de la otra columna a izquierda y exactamente por los mismos lugares de la primera incursión. Entonces mandó que la Caballería diese de los 2000 ésos, antes de que hiciesen daño y le aterrorizasen la población, que los suyos  negros y marrones hacían propaganda de que el Invencible Caudillo del Pueblo mantenía arrinconados a los feroces Tiquismiquis traidores y acastillados entre Los Depósitos y Las Minas, y que el resto del país era seguro; y detrás envió a un Tercio de 5000 completo al mando del Passuassuatu Tenic, que iba herido de un pie y en mula. Así, además, lo perdía de vista, al gelindrao y cabestro ése. Y puso en marcha su Ejército para ampararse de Chambramercilla y dejó un retén móvil y a disposición en Chuncammerda; porque no cambiase de idea el Turans Tenic y se hiciese fuerte en ése pueblo que abandonaba, que era bueno para una resistencia, que él lo conocía. Ahora bien, ¿resistencia, de 9000 contra 24.000?. Todo el día fue la marcha de 20 kilómetros, que eran peones. Y aún marcharon sus vanguardias otros 10, al encalce del Turans Tenic, que se acampó a 25 kilómetros más allá. Y las vanguardias a caballo llegaron a distancia de vistas de la fuerza del Arriero. Con los cañones a cuestas que irían, el Arriero quería cansar al enemigo. Que los suyos eran gentes de la Breña más ligeros, y tenía además pensada una con unos altos arenosos del lado derecho de la Carretera-dirección de vistas a la Costa-. No hay que decir que la siguiente noche el Arriero y otros minaron varios puntos del camino. Pero eran minas de mecha que exigían un flechero que se quedase en retaguardia y las hiciese estallar, y luego se buscase la vida en las breñas. Y disponía de gentes así. Dejó así unos quince puntos del trayecto para dar quince sustos al Añanzú. Y tentado estuvo en unas breñas duras de quedarse él mismo con el grueso de sus fuerzas y dar del enemigo por la espalda en marcha de los otros y no despliegue, y destruírle los cañones con petardos. Pero si hacía eso era perdido y sin retirada; y perdido todo su ejército pues las gentes de la Breña, sin él, fueran un rebaño al que el Añanzú, mellado pero furioso, daría caza. O sea, que era un suicidio táctico, y por eso no lo hizo. Y como no contaba con más gentes que perder dejándolas en retaguardia, no dejó, como era su plan B, a otros 2000 flecheros al menos si no se quedaba él para la rusada ésa. Ya no podía desprenderse de más gente.

Esa noche, el Arriero durmió, no como un lirón, pero durmió algo; llevaba ya casi cuarenta y ocho horas sin dormir. Y al alba otra marcha forzada, sin poblaciones ya, que lo siguiente eran Los Depósitos; y antes de llegar, aquella como cantera a un lado de la Carretera …Y otra vez, la mayor lentitud del Añanzú le dio ventaja. El Añanzú creyó que el Turans Tenic quería forzarle a un rencuentro sin artillería, y con su Caballería dispersa en exploraciones, y como sabía que sólo con Tercios de pavés, la lucha con los Tirachinas y macaneros era igualada de 15.000 contra 5000 que fuesen, no se apresuró. Quería llegar con artillería y con todo. Y de mientras el enemigo reculaba. Iba ganando, ¿no?. Echaba a los Invasores y su propaganda fula era, por una vez, verdadera. ¿No?. Pero luego le dijeron que a la izquierda de la Carretera habían ardido diez pueblines, y que eran en llamas Chuncammerda y su anterior base de Mamachucha, sobre la Carretera. Y su Caballería era batiendo a la otra pezeta de flecheros de castigo a la derecha de la Carretera, casi 30 kilómetros atrás… y con ella el Tercio del Passuassuatu Tenic. ¡Mierda¡.

Tentado fue el Añanzú de marchar de noche y forzado y caerle encima como fuese; pero no lo hizo. Ya le pillaría. ¿Cuál sería el siguiente salto del Turans Tenic?. ¿Los Depósitos?. Allí no tenía escapatoria. Allí le desharía. Y precisamente por eso, el Arriero no se dirigió a Los Depósitos sino directamente a Las Minas. Eso sí, el nansú pilló en Los Depósitos a casi 1000 hombres, de ellos 700 enfermos y los otros escaqueados, de tribus vasallas a los Indios Borregos. Y no los mató. Los guardaba de porteadores y prácticos, porque, habiéndole en éstas llegado la nota de que el Sargento desamparaba pero que era caída Carmacuncha, decidió aprovechar el tiempo y acabar con los Tiquismiquis por crearse una zona de retirada suya más allá de los Andes. La nota le llegó cruzando un riachuelo entre breñas y peñas, con un arbolito cerca, sequito a medias, y oyó acto seguido unas terribles explosiones a su izquierda y muy por delante de él.  Era decidido; acababa con los Tiquismiquis.

Era muerto el Guanajuatu Tenic ( Guanacu Huacu Tenic) y con él 200 soldados, con otros 500 heridos, al pasar por una quebrada. Era un petardo. Se vió huír a un flechero pero no se le había encontrado. Y como lo que venía eran la Carretera estrechándose el paisaje a los lados, y dos caminitos de quebradas alternativos, que él pensaba ir en tres flechas por aligerar, para dar en una pampita,, y de ahí dos caminos o directo a Las Minas o bajándose a Los depósitos, lo que hizo el Añanzú fue desechar la Carretera e irse por los dos caminitos, pero más lento, desechando también dar alcance en pocas horas y batalla al Turans Tenic. Ya vió que no era batalla de horas sino de semanas. Que no era inminente un rencuentro campal; y francamente, se relajó, aunque era furioso. Pensó en ésas en salirle por detrás al Turans , o que otras fuerzas le hiciesen de yunque o barrera, o se lo entretuvieran  a él, y deshacerlo en las explanadas de Las Minas, antes del gran cañón, que esa zona la conocía bien y más que bien. Así envió sus mensajes a los chachapoyas o gringoítos a su fortaleza de la montaña, que él sabía que allí pasó temporadas el Amaru, y que eran el más fuerte de los diez pueblitos o naciones de “Montañeses”, independientes como los de la Breña, pero civilizados a ojos de un Cagarrúa, que evidentemente se tenía a sí por civilizado, a los de la Breña por catetos y a los castillas por demonios y bárbaros. Es cierto que se les llamó “gringoítos” más tarde, cuando existieron “gringos” y por comparación a ellos; pero en las relaciones, que son más posteriores, y otras fuentes, se les llama así desde incio, y yo me he acostumbrado a llamarles así, pues me es más palpable su característica principal: que eran rubios. Les pedía que cayesen sobre los Tiquismiquis por las laderas de encima de las quebradas, pues que los “gringoítos”vivían de éste lado de la muela de los Andes en ése lado, o sea más cerca del Altiplano que de la Breña; y que en tanto agentes suyos que se hiciesen y que ya les reconocían por tales de servir muchos de ellos de honderos en batallas pasadas- eran ésos ahora todos licenciados, y sirvieron por soldada aun cuando se avinieron a hacerlo, cobrando, por amistad al Amaru-, que fuesen del otro extremo del cañón de Las Minas- que era como recordaremos un acantilado de 6 kilómetros de profundo por 50 kilómetros de largo-, y que allí, a las gentes que seguro que allí eran refugiadas de la ocupación de los Tiquismiquis de las partes más cercanas a la Carretera, que les dijesen a ésos miserables y huídos de su benéfico régimen que serían honrados y libres y oficiales suyos si daban de los Tiquismiquis que ocupaban Las Minas. O sea, que quería cortarle la retirada al Arriero, y colocarlo entre dos fuegos. Pero era diplomacia demasiado rápida, y los “gringoítos” dijeron que “piano, piano”, que eso había que hablarlo, y se perdió tiempo en idas y venidas de mensajeros, forzosamente a pie y por caminos de cabras, que los chachapoyas ésos de ésa partida debían su independencia a lo inaccesible de los territorios que ahora ocupaban.

Ya eran entonces los “gringoítos” pequeños, que lo de “pequeños gringos” les venía de “no ser gringos del todo”, o sea no ser personas de raza caucásica clarísima y más concretamente anglosajona, pues que eran de rasgos indios o mestizos, pero también de ser endebles y pequeños, al contrario que los “gringos” y que los castillas del principio en general que eran gentes de gran envergadura. No eran más pequeños que muchos mestizos o indios de algunas tribus o mezclas entre indios, que de Cagarrúas había serranos recios también, y muchos Cojones no eran pequeños, pero en general eran de arquitectura ósea más frágil que los europeos y que los negros no digamos. Aquí eran todavía “chachapoyas”, y se caracterizaban por sus ropas coloridas estilo “naipe”, más tradicionales que las de los Cagarrúas y menos acastilladas, y más semejantes a las tradicionales estimadas por el Matu y los orejones Cagarrúas, y con un punto de semejanza con las de los Indios Borregos-cuando se vestían-, que eran mucho más grandes que ellos pero morenos de pelo, excepto que se lo teñían. Las momias exhibidas como Antepasados por los “gringoítos” y por los Tiquismiquis eran exactamente las mismas, se quiere decir que eran iguales: gentes de pelo rubio, muy deterioradas y casi esqueletos, con cueras y cotas oxidadas de hombreras pintadas muchas veces de azul. Y lo que es más interesante, en los palacios por así llamarles de los “gringoítos”, en las cumbres de los Andes de ése lado, que no eran las mayores, que ahí no vive nadie, que son inhumanas, se veían pinturas representando barcos de vela y bueyes y vacas, de una cierta semejanza con las pinturas de Cnossos. Eran éstas pinturas degeneradas modernas- relativamente, del siglo XII-pero repetían temas más antiguos, que en toda su pureza habría que buscar en edificaciones derruídas a lo largo del Amazonas, en sucesivas fortificaciones arruinadas, desde ahí hasta su desembocadura, que era bajo las aguas del estuario una gran fortaleza suya perdida y olvidada, llamada Atlán. Las Amazonas tenían una de esas habitaciones olvidadas con dibujos de “seres bellos”- eran cuatro paredes rodeadas de jungla lo que quedaba-como uno de sus santuarios. Pero al enviado del Añanzú, las rarezas de los Chachapoyas, que a él no le parecían tanto, se la traían al fresco; era urgente llegar a un pacto, y el Jefe de Guerra de los Chachapoyas le entretenía y no le daba respuesta rápida. Y así podía ése oficial plebeyo del Añanzú y de su partido contemplar aquellas edificaciones ciclópeas pero modestas, con aquellas dobles hachas grabadas en piedra, que cobijaban unas pocas casas semejantes a las Cagarrúas tradicionales, de ciclópea cantería hasta una altura, de ladrillo de ahí para arriba y techo de paja amarilla y blanquecina. Eso sí, éstos tenían la costumbre de colocar piedras azules cada tanto de las otras, de modo que se veían de tanto en tanto por todas partes piedritas azules. Era su color emblemático, que era también el de sus ojos en la mayoría de los casos. Aunque otros los tenían rojos como ciertos animales y pestañas blancas, y el cabello blanco como la nieve, y semejante al de los payasos castillas que tanta risa davan; pero el oficial no estaba para risas. Finalmente, le llamaron a audiencia del Jefe de Guerra o Rey de los Chachapoyas, en realidad un curaca, pues toda la “nación” de éstos era equivalente a un ayllu de los menores de los Cagarrúas, y así era con todas las “naciones” de “Montañeses”, que eran pueblitos, pero muy  diferentes entre sí de raza, lenguas y costumbres. Que éstos Chachapoyas eran sólo una islita de otras cien por todos los Andes. Y el Rey, Actún Atlán Huacu, le dijo que sí; que por amor a la huaca del Amaru y por respeto y devoción a su sagrado intihuatana, ayudarían de Guerra al Caudillo del Pueblo Cagarrúa el Fir Uyr Añanzú, a cambio de … y piuso la cifra a los servicios de sus mercenarios. Era un hombre de rasgos muy aindiados, de piel de color entre enterquecido y verdoso, pero de mejillas muy rojas, y rubio y con ojos azules. Medía 1 60. Era un mestizaje que se había hecho estable desde hacía 1000 años y se había hecho raza. La capital, o pueblito ése, de los Chachapoyas, que pudiera recordar a la Hattusas de los Hititas, se llamaba Nibel Unga. Todas las pistas del Oro de la Breña conducían a ellos; no a éstos, sino a sus Antepasados y a las Minas que explotaron. Uno no puede dejar de preguntarse si no será verdad la leyenda entorno a Königsburg y para quién se fundó en 1945.

Suponiéndolos iguales a los saqueadores que escarmentí, el Bambolo Tenic trató de dar de estos  a choque, pero se llevó la sorpresa de ver que la flechería enemiga era eficiente y le mantenía a raya, sin necesidad de unto. Eran flechas largas de gran fuerza. Y eran 2000 arcos. Malo. Sin embargo, ellos debían saber que la sorpresa era finida y que no llegarían a acercarse a Cochambrecanchas, si es que era ésa su intención, que no podía ser otra. Y lo sabían. Los dos Tirachinas Borregos que lideraban la fuerza, tomaron posiciones en aquel bosquecillo, y procuraron crear una posición sostenible con sus 2000 arcos, los dos Tirachinas y los explosivos, una docena de petardos preparados por el Turans, o sea el Teniente y Embajador Fernández, el Capitán González y en fin nuestro Túpac el Arriero. El Bambolo, retirándose de la mezcla fallida, donde se dejó quince jinetes, rodeó el bosquecillo con las fuerzas que tenía. Y sobre todo echó más de 300 mulas con su arcabucero montado por detrás de los enemigos, dándoles el frente de este lado, con sus caballos y flecheros de unto. Desmontó los flecheros por hacerles barrera y contraflechería; que intentaron una salidita de un lado del bosquecillo y allí les mató a cuarenta, y luego se intercambiaron varias andanadas de flechas, pero en seguida cesaron los sitiados por no gastar sus flechas. No les dio de unto así de lejos; se esperó a una mezcla más de cerca. Y con los caballos de lanza y algunos de cota y cimitarra, como él mismo, eran en reserva. Y luego llegó el Passuasuatu Tenic con 5000 guerreros de pavés y lanza o pavés y macana, de su señal los sobrevivientes del anterior rencuentro  y surtidos los rellenos que le habían hecho a su mellado Tercio.

Eran aún no pasadas seis horas del inicio de la maniobra de penetración, y eran pillados. Era rota. Dijo el Passuassuatu de entrarles y empujarles “a modo de rastrillo” hacia la fusilería. Y el Bambolo dijo que sí, y se preparaba para tapar de un lado y a lo mejor luego correr del otro y darles una carguita que se cagasen, ya en descubierta. Se habló incluso de pegarle fuego al bosque; pero el Passuassuatu dijo que no, que él los sacaba y no el fuego. El Bambolo se encogió de hombros y dijo que bueno. Era pasada otra hora.

El Actún Atlán, Rey de Guerra de los Chachapoyas, aunque hizo esperar dos días al emisario del Añanzú, era hombre probo en sus negocios y eficaz y si no al menos eficiente; vió si eran disponibles los guerreros y los juntó antes de decir que “sí”, pero una vez juntados, que fue a marchas forzadas, salió inmediatamente a la cabeza de ellos en dirección a las laderas de rodeo de Las Minas y a las quebradas, de modo que era ya en marcha cuando el emisario le llevó el “sí” final al Añanzú en su campamento al raso,pues que ya no había más pueblines, y eran dejadas atrás las tolderías quemadas por el Arriero en su primera entrada, y que se repoblaban con parsimonia, pero con relativa rapidez, de los miles de desgraciados que en ellas vivían, náufragos de Cochambrecanchas y otros lugares asolados por la guerra, y de las Minas, que al ser liberadas e irse los presos, o casi, y muertos los guardias y administradores, murió toda la vida que daban a otros miles de personas libres o en teoría, al menos gentes sueltas; sin que hubiesen proliferado entre ellas, como de hecho fue, tiranías, máffias y esclavitudes particulares; pues el más fuerte oprimía al más débil en cuanto alguaciles y frailes miraban para otro lado; sin necesidad de que fuesen presos, éstas gentes. Esa crisis afectó hasta a los Chachapoyas, que, si fueron honderos- y los primeros viroteros o arrojaderos que hubieron los alzados Cagarrúas-el primer año, en ser muerto el Amaru y caer los Cagúas Mitas, que ellos no se metían en la política interna de los Cagarrúas, y eran devotos del Amaru, consideraban a Don David el Arriero y tenían por aliado legítimo al Cagúa Mita Peru, se retiraron de la guerra, que vieron giraba a civil; y que no les pagaban sus haberes, que ahí la tropa no cobraba y que era todo por ideas, y que en fin no eran ya tan necesarios. Y el comercio que hacían con Las Minas, desde luego lo perdieron. Pues que, con ropas menos escandalosas, los “gringoítos” eran personajes conocidos y tolerados en la Colonia por los castillas- en ésa parte de la Colonia, que a otras no iban-y tenidos por gentes simpáticas y comerciantes implacables por los Cagarrúas, pero útiles. Los “gringoítos”compraban géneros Cagarrúas o castillas o del barato y mezcla general, y a través de los Andes los llevaban a la Breña, donde multiplicaban su precio. Clientes suyos eran los indios Borregos, con quienes no se llevaban bien por las pretensiones de los Borregos de ser ellos “rubios por Ley y no por mera menguada natura” y que eso era superior, y darles a ellos por enanos, que no lo eran tanto; mientras que los “gringoítos” eran pacientes con todo el mundo, pero, en guerra, terribles, y más si más fuesen, que en esta partida eran muy pocos, y desde luego se creían superiores a todos por descender de Antepasados que procedían de “Atlán” o “Aztlán”. Y eran clientes suyos los Motilones todas sus tribus, y los Jiborianos casi todas; y corresponsales suyos de otras etnias les ponían en contacto con el Oro de la Breña, que atesoraban en su fortaleza de montaña en mucha cantidad; pero bueno, esto procuraban todos menos los Jiborianos, hacerlo; sin que algunos pueblos como las Amazonas lo consumían como producto de belleza espolvoreado más que darle valor de cambio, y llegaron a cazar esclavos por él, y a mantener con vida a más machos de su especie, previa castración, claro, pues si no eran eunucos no se saban por seguras, por venderlos a cambio de oro. No hay que decir que por oro Jiborianos mercenarios, sueltos de su pueblo, raptaron a Amazonas que, domadas, las hicieron otros pueblos de la Breña servir de putas. Que por eso se cuidaban ellas y eran en guerra, porque tribu de mujeres tentaba a las bandas de sueltos de la Breña y mezclas, gentes sin Antepasados ni linaje, que iban en bandas de uno a otro lugar, o se empleaban de guardianes de santuarios internacionales de la Breña. Pero que habían de comer, y a veces querían mujeres …Y las Amazonas, si eran raptadas antes de los diecisiete, eran domables y reducibles a mujeres normales. Con más de veinte, se las podía violar a la fuerza y cautivar con ligaduras y usarlas un tiempo, pero luego había que degollarlas. A veces se las preñaba para obtener la cría y luego de paridas, si no se reformaban y seguían guerreras, las mataban.

Si la cría era hembra, por ser de sangre de Amazonas, se la tenía por mujer de mucho precio para venderla, y si salía muy bella, como era lo normal, se la prostituía o se utilizaba para criar esclavos de precio. Si la cría era varón, o Amazono, se consideraba que se acumulaba en él toda la virilidad que privaban las Amazonas a los otros Amazonos, y que sería guerrero formidable, y de éstos se vendían como guardaespaldas de los jefes tribales. De sus hijos e hijas se consideraba que eran de sangre de Amazonas a las que, en fin, pese a combatirlas cual a alimañas, se las tenía por un linaje superior de gentes. De modo que por mejorar la raza se juntaban hembras y varones capturados o descendientes de linaje de Amazonas, y algunos llegaron a ser grandes guerreros y conquistar cacicazgos entre los Motilones y los Jiborianos, algunas de cuyas tribus sus jefes eran del linaje de las Amazonas directo, que se consideraba raza pura.

Todo acaso se debía a la extremada selección a que se sometían las Amazonas a sí mismas, pues era su ideal crear mujeres grandes y bellas. Pero de éstas y de sus subdivisiones hablaremos luego. Pues entre las Amazonas, siendo todas guerreras y todas lesbianas por Decreto y de Planta del Estado de ellas, las había luego machas y hembras, y también sabias.

Pero a lo que vamos. El Don Gringoíto, que así le diré, por su jornada, que fue corta, salió por sus caminos de cabras con su mesnada, que no era a completo pero era lo disponible, que eran mil honderos, sin que todos llevaban espadas de hierro triangulares de su propia fundición, cotas ligeras de mallas a ejemplo de sus Antepasados, sobre cueras, con hombreras azules, y cascos de dorado bronce, y el Don Gringoíto y los capitanes llevaban penachos. Y sus ojeadores reconocieron las Minas y adónde era el enemigo, y las otras partes del cañón, pero el Gringoíto con su fuerza principal se fue a las quebradas donde avizoró por descubrir el lugar de una emboscada, y descubierto, comenzó a acumular grandes cantidades de guijarros y piedras, que eran casi cantidades industriales; pues que quería situarse en lugar cómodo a sus propósitos, si podía, que era tirar de honda durante muchas horas a un enemigo que no pudiera alcanzarle ni mucho escaparse, y que no le faltase la munición. Generalmente así hacían la guerra, y era guerra especializada de montaña, donde, de un lado a otro de barrancos, destrozaban huestes numerosas a pedradas que eran grandes mortandades. Era, pues, una barrera a las espaldas de los Tiquismiquis lo que hacía.

Nada de esto sabía el Arriero, que al día siguiente se volvió a poner en camino en dirección a Las Minas. Pero, en  saberlo el Añanzú, y por ojeadores saber más o menos los movimientos del Arriero, cayó sobre Los Depósitos como hemos dicho, y luego de intentar pasar adelante sufrió una gran explosión de trampa y artificio del Arriero, que le gustó menos al Añanzú porque era su misma medicina. Por esto paró, y remitió a los prisioneros bien guardados a Cochambrecanchas, a las mazmorras del Castillo, donde eran ya algunos Indios Borregos, y remitió mensajes a su espalda por ver qué era de la batalla del Don Bambolo y el imbécil del Passuassuatu Tenic contra los 2000 de la primera pezeta de incursores, y a ver qué se decía de la segunda, que era mucho y malo; y le estorbó muchísimo. No temía ya perder la izquierda de la Carretera, pero no podía dejar a 2000 flecheros saquear; por lo que dio orden de reunirse milicias, preferentemente de su partido, de Cajacuadrada y Cochimba, que los de Cochambrecanchas ya eran con él, e ir encima de esos breñosos y saqueadores. Pero sabía que no iría rápido y que no eran buenas tropas y sí sólo gentes o de asedios o de defensas, o voceadores intimidadores, y de dar palizas, y policías; y eran peones con macanas y paveses a lo más, sin ninguna de las ventajas que él había. Por lo que pensase que bien le había estorbado y molestado el Arriero; pero, puestos ésos de milicias de negros y marrones en alerta, que fuesen 3000 en Cochimba y unos 4000 en Cajacuadrada, y que bloqueasen al menos la derecha de la Carretera, que fuese el Jiri con Tercios regulares y artillería el que diese de ellos, pues que la Subida era segura, y que lo hiciese de tropas de las reservadas a entrada del Altiplano arriba, pero sin desguarnecer la Subida. Y para ello mandó mensajes a galope, de los caballos, pocos, que con él había; además de unas pocas mulas, como por ejemplo, aquella en que él cabalgaba. Ahora bien, fue tratar de ir más adelante y encontrarse con otra explosión que derribó una gran cantidad de montaña arenosa, y allí hubo 1000 bajas entre muertos y heridos, que fueron algunos inválidos para siempre y otros por el resto de campaña, que además hubo de evacuar. Y maldijo al Turans Tenic, y empezó a comprender que ésos explosivos eran suyos, del tren de mulas que le robaron los primeros incursotes que escarmentó, los que de ellos huyeron, y que debía ser toda la Carretera llena; por lo que dio de los dos caminitos en dos flechas. Y, aunque hubo dos petardos en un caminito y uno en el tercero, se arriesgó y pasó adelante y el tercer caminito era despejado, y por allí metió, a marchas forzadas, a toda su gente. No era eterna la pólvora y lo otro de los petardos , y colocar en los tres caminos era esfuerzo excesivo para la tropa en retirada del Turans Tenic. Pero comprendió que al hacerle ir por el tercer camino, le alejaba de Las Minas por el sendero luminoso y directo, y le metía por mal camino, le obligaba a hacer la subidita por breña, cansándole, y que cuando llegase a las explanadas de Las Minas, le saliese con distancia para que él fuese avisado y pudiese darle batalla sin sorpresas. Pero daba igual; en cuanto lo hibiera a tiro de cañón, se iba a enterar. No esperaba a la Caballería del Bambolo. Y ese fue un error. Era dar por éxitos las intenciones del Arriero. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer?. ¿Desistir y dejarle irse?… ¿Pero y si no se iba, y se aposentaba en Las Minas?. ¿No era el objetivo de los castillas recuperar Las Minas?. ¿Por dónde sería éste en comunicación con el Sargento General o el puto  Don Ramón Arriero y maffioso?. No había por dónde. Era descomunicado. Era un castilla sólo mandando hombres de la Breña. Y se preguntó cómo lo habría hecho para alzarlos. Era hombre secreto,. Claro. Pero era lo hecho por ése muy difícil. Y al mirar a su alrededor y ver de cerca las quebradas de los Andes, comprendió que sólo el paso de los Andes por el Arriero era proeza. Y se determinó entonces, aún más, a no esperar las tropas distraídas en perseguir a los guerrilleros dejados a sus espaldas por el Turans, pues bien se veía que era eso lo que quería, que le diese respiro, y le echaba carnaza y lastre, y en caer sobre él y barrerlo a cañonazos, antes de que departiera más sus tropas, y por otro paso de los Andes le cayese de otro lado, a lo mejor, y fuese el País Arrúa inseguro militarmente… y  por tanto políticamente. Era peligro, aquello.

Pero el Arriero no era tan ambicioso. Retrocedía porque no sabía qué otra cosa hacer. Y quería endentecer la persecución porque sabía que cuando se viesen los dos Ejércitos, era total rota. Hacía lo que hubiese hecho cualquiera. Pese a cierta disconformidad de los Indios Borregos de alforre y Tirachinas, rizados en su mayoría, aunque ya no iban tan rizados y sí bastante todos desarreglados, pues que los indios Borregos creían vencer a todo el mundo con sus Tirachinas, y que el Arriero malgastaba oportunidades de victoria; y que en la pasada ocasión de batalla campal, eran seguros de que hubiesen vencido. Bien sabía el Arriero, que contra veinte cañones y 20.000 hombres del Añanzú, pues que no.

Y así acababa, en maniobras y petardos y vacío entre los Ejércitos y rehuído el combate y el contacto, otro día; pero no en todas partes. Pues que ése día, por bastantes sumas que dan lugar a restas, restas de vidas, fue el día que el Bambolo Tenic se acreditó aún más, pues que por ser rey-que no lo era, pero ya actuaba como tal pues adivinó que el Añanzú, por méritos y por ahorrarse complicaciones, ya por tal lo tenía, pues que como el Sargento General, el Añanzú era harto de discusiones y de pasarse horas en cuclillas amontonando palabras sobre la manta; y el Bambolo creyó que ya se impondría a los curacas de su tribu-, se impuso ya sobre el Passuassuatu Tenic y tomó el mando de toda la fuerza, y fue quien decidió por dónde y cuándo, en efecto, penetraron en el bosque en compactos escuadrones los Cagarrúas de pavés y lanza por delante, o preparada macana, recogidas atrás las capas de abrigo, batiendo los matorrales, y pisando el suelo y diciendo “ho, ho”, que era verdad que daban miedo.Y así se buscó el contacto con el enemigo; mientras el Bambolo era en espera, con fuerzas a su derecha barrando el bosque de la Carretera, por donde habían venido, y otros escuadrones del otro lado, de flecheros a pie de unto, que con ser menos, con sus fuegos pararían un intento de salir por allí los 2000; y tras ellos como 300 arcabuceros de mulas. No eran bastantes, ni su fuego tan nutrido, que a lo mejor no los arrollasen; por lo que envió más arqueros de unto suyos, pero los jinetes los dejaron de peones y se volvían donde él pudiese cargar de un lado u otro con los jinetes, que eran todos desdoblados.

Fue matanza y carchena, y batalla ya considerable que era muy superior a escaramuza, que en otras eras hubiese sido ésta batalla decisiva, y los reyes fundadores de los Hombres Serios hubiesen dado ésta por enormísima batalla, que iniciaron la conquista del país con un ejército de 40 hombres con macanas y paveses, que se ponían en cuadro y gritaban “ho, ho”, y derrotaban a los ejércitos de las otras aldeas, y así se hicieron reyes. Pues que al dar de contacto de vistas, les dio en los paveses dura flechería de la Breña, con flechas largas que saltaron cráneos y atravesaron paveses, pero muchas otras rebotaban en ellos o hacían heridas ligeras. Y flecheros selectos disparaban a las piernas desguarnecidas de los Cagarrúas, que esperaban lluvia y alzaban los paveses, que eran cuadrados y pequeños, tradicionales, iguales a los de sus primeros reyes, cuyos modos de insignia militar de ramitos de flores emplearon estos rebeldes. Con las rodillas atravesadas se doblaban y caían muchos, que flecha que lograba penetrar, era rótula y rodilla destrozada, y guerrero cojo o por necesaria amputación- y si sobrevivía a ella …-o cojo funcional de pierna tiesa. Y a otros les dieron en los muslos o en las canillas, sacando de cuajo pedazos de carne si daban de lado, y más de uno se desangró tocadas las femorales, y a algunos les dieron en los genitales.Pero caían atrás y la falange Cagarrúa seguía adelante con su “ho, ho”; no eran los resultados visualmente terroríficos como los del unto. Caían y los perdían de vista los que seguían. Pero otra cosa fueron, de dos lados, los Tirachinas, que fue tal golpe en la cara de un guerrero, que la cabeza se volvió, con el cuello roto, y llamó la atención. Y a otro la gruesa bala de goma le dio en el pavés y se partió por medio y el guerrero fue para atrás como si hubiesen tirado de él con una cuerda. Y esto hizo a los sargentos de cabeza dar orden con la mano de poner los Arrúas rodilla en tierra, y apelotonarse, por hacer como testudo, y que se apoyasen y fortificasen en los matorrales y empleando toda posibilidad de cobertura, pero en formación, como una horda arrodillada y con el pavés por delante. Así que el Tercio del Passuassuatu fue parado por el fuego de los Tirachinas. Pero fue a poco. El Bambolo en saberlo, que vistas buenas no había, dio orden de seguir, con su trompa. Y el Passuassuatu, sintiéndose vejado, pasó de la rezaga a la primera línea, atravesando el Tercio con sus escoltas y trompa o nácar, con su mula mientras pudo, y luego peón cojeando, pues era herido de la otra; con su sombrerito y sus ramitos, su túnica de naipe, su gran capa negra de mucho abrigo y su escudo cuadrado con su señal colgado a las espaldas. Y se apoyaba en sus oficiales , que llevaban las macanas de ellos y la suya. Y era fellón y dio orden de avanzar, y él mismo avanzó, tras una pieza de cuatro escudos que le iba por delante, que la mula atrás la dejó, en manos de paje suyo. Y los sargentos de cabeza dieron orden de avanzar con la mano hacia atrás y se pusieron en pie, y ya el primero cayó muerto de un chinazo. Que los dos Indios Borregos y rizados tiraban a la cara si podían, a romper huesos de la cara o descabezar por rotura de cuello. Este fue muerto que si se hubiera podido ver su cráneo meses después, era agujero en su cara del tamaño de un puño. Pero los Arrúas se sobrepusieron y siguieron. Pero el Passuassuatu, que tan tonto no era, vió que en cuanto antes diesen del enemigo y le quitasen la distancia de flecha, que a los desnudos de la Breña los machucaban a muerte, que sería carchena. Y puso por delante los veinte o treinta que había de medias armaduras castellanas y cascos redondos y tizonas, sin rodelas. Y éstos soportaron algo, pero no todo; que hubo uno que al recibir como cuarenta flechas, rotas todas, y veinte chinazos que le removieron por dentro de la chapa, se cayó desmayado.Pero vivió. Y con éstos armados por delante trabaron contacto, que aunque los Borregos jefes decían a sus vasallos que atrás atrás, no hubo manera, y fue mezcla, pero la pezeta de indios de la Breña retrocedía, y se deshizo su pezeta en varias partes como membrillo, y los más retrasados fueron los más avanzados, pero ahora en la huída franca, pues que después de un rato, se perdió la disciplina de tiro y dejaron perecer a sus hermanos en lugar de cubrirles con sus flechas. Y corriendo como sólo ellos sabían, fueron a dar contra la barrera de arcabuces, que la primera descarga alucinaron, y fueron muertos como 150, o sea, por 300 tiros un éxito del 50 por 100, que eran muy cerca ya; y mientras recargaban, los flecheros de unto dieron de ellos y fue el horror que se conoce ya, de áyes desgarradores e hinchazones verdes y caos en sus filas; y dispararon otra andanada de plomo, y otra de unto, y otra de plomo, y los de unto tiraban ya tan rápido como podían, que no se esperaban al turno con los del ramo del plomo, y los indios éstos se vencieron del todo, que iban desnudos y muchos sin siquiera un mal poncho o túnica de saco, que eran en petates enrrollados para la noche, y de incursión y lucha eran desnudos y descalzos, y los petates eran ya abandonados, y muchos hasta sus cantimploras, que fue malo; y fue por cómo las llevaban colocadas en el momento que fueron sorprendidos. Y al ir a su izquierda dieron de los otros flecheros, y esta piecita de membrillo fue derretida, como la opuesta era cuarteada por los armados de tizona, y machucada por la barreera impresionante de paveses y macanas o lanzas de punta calentada al fuego; pero la pieza intermedia, donde era el jefe de los Borregos, que era su posición del lado opuesto a su colega, dio de salir por ése lado, y entonces cargó el Bambolo, que era jinete de cimitarra, de ellos, que fue carga de cimitarras y tizonas que eran de botines o antiguas compras de mercado, y cotas, y lanzas “de avispa” que rejonearon a los indios federados de los Borregos hasta acabarlos también por ahí. Que al Borrego jefe que era del membrillo roto por los armados no le valió su arnés de caucho y cuero, que era larga bata, y su chichonera de caucho, y en perder la distancia de tiro de su Tirachinas, que antes hizo muchísimo daño, un armado le dio de revés y por poco lo parte, y luego media docena encima suyo le dieron de tizonas hasta que fue papilla y carne picada. Y un armado rompió el Tirachinas, que no hizo bien porque el Añanzú los quería, pero da igual.Y al otro Borrego, tratando de huír fuera del bosque hacia la Carretera, le fueron al encalce, que el Tirachinas, sin munición, había dejado ya caer por ahí, y corría con su larga bata que le estorbaba. Y la cimitarra, fuera del Bambolo o de otro gaucho indio, no tuvo ningún problema en partirle en dos el cráneo pese a la chichonera de caucho. Que fue golpe y crujido de hueso partido y caer sangrando hasta por los ojos entre las yerbas, todavía muy lejos de la Carretera. No quedó nadie de los 2000, que fue matanza, y se degolló a los prisioneros, pero eran bajas de jinetes cinco, y de peones de Cagarrúas casi 700. Fue dura batalla, en verdad.

Y el Passuassuatu quería levantar el campo e irle al Añanzú, que no era mala idea; pero el Bambolo le tomó el mando y a todo riesgo y bajo su propia responsabilidad, le dijo que él necesitaba infantería, y que él era la suya, y que darían de la otra pezeta de 2000 que asolaba la izquierda de la Carretera, que ya lo sabía, eran visibles los humos de los incendios, y el enemigo era cerca y no a jornadas de distancia; y que quien sí era a jornadas de distancia era el Jiri, que le abrasarían medio país estos 2000 antes de que diese de ellos; y que de los milicianos de las ciudades hacía cuenta ser niente. Y pues que niente eran todos los propios en este frente, que ellos, que no lo eran, darían de los incendiarios de la Breña y les harían grande escarmiento al modo que él sabía. Y sin más que recoger los heridos y agruparlos y enviar mensajes a Cochambrecanchas que los recogiesen, allí los dejaron y se fueron a marchas forzadas, repasando la Carretera, tras los 2000 incursotes de la otra pezeta, que era igual que ésta deshecha aquí, que eran 2000 arqueros de Pueblos Sometidos o Federados o Vasallos o lo que ya fuesen-que les quedaba poco, que unos fueron asolados y destruydos del todo, y otros libres de la tiranía de los Borregos- y al mando dos aristócratas Borregos de bata de caucho y cueras y Tirachinas. Y si esto no gustó a corto plazo al Añanzú, que todo refuerzo le parecía poco donde él era, luego lo hubo mucho de agradecer. Pues que era peor para los Cagarrúas el asolamiento que hacían ésos que la fuerza del Arriero, que de todos modos se huía.

Cerca ya de Las Minas, el Arriero mandó ya mensajes de desamparar, que sorprendieron fuertemente a los dacóis y a las gentes allí dejados, pero que, en su mayor parte, en saber o intuír rota, aunque veían ejército intacto, según iba llegando, recogieron rápidamente y como cumpliéndose su intuición de que invadir a los Cagarrúas era absurdo y que ellos eran unos desgraciados y qué hacían ahí. Y pese a lo terrible del paso de ida de los Andes, hicieron el petate diligentemente; las mujeres más aún, que éstas eran cobardes en extremo, y del frío más; y al ser tantos días lejos de las tropas fuertes y sólo con mucho enfermo del primer paso, y heridos, y los 1000 dacóis Borregos, que les impresionaban, pues hablamos de gentes de Pueblos sometidos y viles, y las mujeres más viles, pronto se puso en marcha parte de la columna hacia las quebradas. Que era la primera etapa, no muy mala, y a partir de ahí, malísima, pero ya no era tanto frío. Sin que al subir las pampitas grisáceas y amarillas, encontraron de nuevo aguanieve, y muchas y muchos lloraron. Y así llegó el Arriero a Las Minas con gentes ya desfilando, tristes; y no osaron mal mirarle, pues le tenían por ser superior, pero menos que antes; pero los Indios Borregos, menoscabados en su orgullo viril y bélico por las huídas del Arriero, sí le miraban mal. ¿Y para esto cruzaron los Andes?. ¿Dónde era la gloria?. Si habían dado una sola batalla, y ellos le habían aguantado, ¿no?. El Arriero había tenido barruntos de atreverse a dar la batalla en el tercer caminito, saliendo de flanco por varios puntos a la columna del Añanzú, y cortarla, y destruírle la artillería, pero no se atrevió, porque no lo daba por seguro, porque si metía a su gente en la Breña, no sabría con cuántos contaba y en fin que no los quería perder de vista, y sólo era seguro de los 1700 Tirachinas y los 1200 macaneros, y de los 1000 dacóis de la rezaga, que eran con su jefe el Capitán de Las Minas, ahora Capitán de la Marcha, en cabeza. Y ni de éstos fiaba si se rompía su orden cerrado, por lo que no quiso desperdigarlos en una acción lateral en la breña, que hubiese sido buen modo de aprovechar el desvío, que, en efecto, impuso al Añanzú por el mal camino con sus petardos en los dos medio malos o semibueno el último, que era la Carretera, y aunque era el mejor, era malo. Pero tampoco quería irse el Arriero sin hacer una de gorda. Y como de quince petardos sólo habían estallado tres o cuatro, pero entre ellos “el Gordo”, y eso era buenísimo- y a los flecheros artificieros los daba por perdidos, tanto si los pillaban como si no-, pensó en colocar ya todo lo que le quedaba en los últimos veinte o treinta árboles a cada lado del camino por donde se salía a la pampita, que luego era un precipicio, y por donde el Añanzú surgiría frente a ellos.Era necesario allí más flecheros artificieros, pero no se ofreció ninguno.Que aquí era golpe suicida seguro. Y entonces, por despecho, se ofrecieron nobles Borregos y les instruyó sobre cómo era, y allí que colocó sus minas y dejó sus minadores, aleccionados de dar a las mechas cuando él hiciese sonar su nácar de órdenes. Era su esperanza matar al propio Añanzú, y si no, y veía que se le pesaba, pues esperaba reconocerle por alguna señal o por su bandera, que ya había visto antes en ése encalce, entonces sobre las recuas que arrastraban los cañones, que si no destruía las armas sí sus transportes y acaso a sus servidores instruídos.

Y como vió que era motín si no daba el gusto de su batalla a los Borregos, pues les dio la razón y se dispuso a aprovechar la ventaja numérica episódica de sus 9000 números redondos, sobre la poca fuerza que el Añanzú metiese en la pampita cuando fuese cortado por las explosiones y desbaratada su columna. Como supuso que le irían ojeadores, actuó rápido, y colocó casi frente a la salida, embozados, en dos pezetas, todos sus Tirachinas menos unos pocos, que colocó en las primeras filas de maceros porque lo pareciesen, y los maceros y arqueros del resto de la Hueste, y él, formados y en orden de batalla como esperando la batalla decisiva. Y tuvo buen cuidado de exhibirse él y desplegar su gran bandera española casera, blanca con la gran aspa roja recta, sin formas borgoñonas, que eran complicadas de dinujar, recortar y coser. Así, en meterse en la pampita, los Tirachinas darían de eloos inmediatamente después de las explosiones y el resto, a la carrera y a paso ligero, dar de ellos, los maceros cubiertos por los flecheros. Pero se arrepintió de haber dejado irse a los dacóis, que aquí le hubiesen ido muy bien, y no haber dado por cobertura a la columna a flecheros sólo, que flecheros le dio al Capitán de la Marcha, por si acaso. Eran con el Arriero Don Guapasso y Don Borrego su amante, que se le había unido en la última marcha desde Los Depósitos, y era de semblante muy preocupado. Y alrededor suyo, claro, los 25 Degolladores que retuvo.

Pero no todo fue tan bien. Que vió gentes de las Minas a su espalda, que saqueaban las tolderías dejadas por su Pueblo en marcha, y que se veían hostiles y a lo mejor querían hacer méritos con el Áñanzú, y vaya usted a saber cómo se habrían comportado los de la Breña con ellos-muy mal-; y desenterraron una de las letrinas, y con hondas empezaron a pegarles tiros de mierda. Además, habían visto los preparativos del Arriero y gentes suyas a lo mejor habían caminos por donde irle al Añanzú, pero por fortuna era lejos y a lo mejor darían con los flecheros aún apostados en los caminos en los petardos sin explotar. Si eran tenaces, lo mismo daban del Añanzú cuando volviese por la Carretera General desde Las Minas, a lo mejor con sus cabezas en picas.Ya sería mucho. Porque el Arriero pensó en desamparar y dejar las trampas. Pero los Borregos que no, que no, y los Tirachinas menos, que ellos tenían la bomba atómica. Pues bueno … A ésas el Arriero sólo pensaba en salir de ahí, y en qué haría luego. Acaso devolviese las gentes a Tiquis, y si no le mataban, se iría a por el oro suyo escondido, y luego …¿al Perú?. Pero no le fue tan fácil. No imaginaba una guerra con el Añanzú en la Breña, en plena Selva. Ni que las circunstancias le impedirían largarse, y que dirigiría una heróica resistencia del país de los Tiquismiquis contra una invasión extranjera, que ahora sufrían ellos, tras su fracaso y patochada como invasores. Bueno, de momento los tiros de mierda daban a los flecheros de su rezaga, que contestaban con flechería.
A ésas, que había pasado casi medio día, la vanguardia de la marcha era atacada por los “gringoítos”. Y si era el Pueblo del Turans Tenic un Pueblo acosado y en fuga, y en difícil paso, los Cagarrúas de la izquierda de la Carretera lo iban pasando mal, lo que no consiguió la entrada del Arriero de principio, pese a los asolamientos que hizo por darse a conocer, y lo que no habían conseguido 30.000 hombres, redondeando, lo iba consiguiendo el expandirse la noticia de las barrabasadas de la primera columna de castigo, reforzada por las nuevas de la tercera columna, pues que la segunda fue aniquilada, como vimos, antes de conseguir nada. Al encalce de los 2000 flecheros y sus jefes Borregos de Tirachinas, el Bambolo Tenic iba hallando repugnantes muestras de su modo de hacer la guerra, pues que a los destrozos de los primeros que escarmentó, se vio atravesando los restos de los segundos destrozos, ahora de éstos. Por los mensajes a caballo rápidos, ya había nota de la quemazón y abrasamiento de aldeas a izquierda, y de un gran pueblo incendiado al centro, ya sobre la derecha de la Carretera. Pero al parecer la milicia de Cajacuadrada les puso en fuga. Lo dudaba, pero si era así, bien por ellos. E iba atravesando bosquecillos llenos de refugiados en esta dirección, que eran dispersos. Por lo que le decían, donde había refugiados de verdad era más adelante, donde casi 20.000 personas con sus enseres estaban huyendo ya de esa columna de castigo de “Temibles Salvajes de la Breña”, y al parecer se hacían campamentos al amparo de la milicia del partido del Fir Uyr en los alrededores de Cajacuadrada. Bien. El Turans Tenic se había salido con la suya , pese a sus huídas y derrotas. Pero no debían pasar de ahí Y no pasarían de ahí. Eran enfrente de Cajacuadrada de ese lado ya menos arbolitos y más campos, y en esos campos de hibernada les daría batalla; que se oía crujir la escarcha y el aguanieve transparente y que se quedaba como caramelo casero, clic, clic, clac. Y a ésas le vino un jinete que le trajo una bolsa o macuto. Venía apurado. A ver, a ver … Eran seis petardos respetables, hallados entre los bagajes que perdieron los 2000 cabrones aquellos del bosque cuando les cayeron encima. Al levantar el campo por recuperar cosas útiles, sobre todo los ponchos y las mantas y los cuchillos de acero castellano de los de la Breña, que los arcos los rompían todos sin dejar uno, habían hallado estos explosivos. Parecían a propósito para tirarlos con el Tirachinas, y el Bambolo palideció. Si llegan a usarlos los Tirachinas del bosque aquél, no serían ahí, que se las hubiesen visto mal. Pero bueno, sólo eran seis y puede ser que el resultado final hubiese sido el mismo, o no…Era en todo caso prevenido de que éstos otros seguramente también los tenían, y que el montaje de estas calabacitas unos y los otros como cajitas de madera prensada y cordeles, con sus mechitas, eran cosa del Turans Tenic ése. Sería otro castilla a la moda del Manel Alcañar o el otro aquél del Presidio. Y hacía, cabalgando, ése hombre chapado, su composición de lugar. Pero ¿eran ésos todos los explosivos?.

Los sueltos aquéllos hubieron más suerte que los otros removedores del campo de batalla. Retirados los heridos por las gentes de guerra de Cochambrecanchas, bastantes gentes sueltas y desplazadas, procedentes de las tolderías asoladas y mercadillos arruinados por la Entrada, y náufragos en fin desde que el Alcañar pegó fuego a los barrios indígenas de Cochambrecanchas- y muchos más que se les unirían al verse ahora tanto pueblito y campo asolados-, eran ancianas, niños, ragazzi de mala vita, como nuestros Tadu y Coñete, pobres; y hombres adustos muy mal vestidos, y gentes que se notaba eran locas. Y muchas mujercitas de faldas de alcachofa, a la caza de algo que dar a sus niños o a sus familias. Esos dos sueltos eran en edad militar y prófugos. Participaron en un asalto con paveses del Matu, y luego fueron desbandados por la entrada del Rocafuertes, y no se reincorporaron. Y menos cuando al Cagúa Mita Matu lo ahorcó el Añanzú. Eran desertores y desesperados, que en este bando también abundaban. Al principio no eran maricones, pero ahora les iba ya todo; eran buitres de rapiña. Y sus ayllus habían sido exterminados por el Añanzú por “reaccionarios”; eran gente de la parte de Cochimba, serranos muy altos y cumpkidos, con mejillas chupadas de hambre y escasos rastros de vida militar, por la cuenta que les traía. Capotes sucios y ponchos, y muchas prendas de lana unas sobre otras, y gorros andinos, sandalias con calcetines sucísimos y con “tomates”, pero en la faja sendos cuchillos de acero castellano. Y éstos no rompían arcos, sino que los metían en un saco, y flechas en haces. Y recogían macanas y cuchillos. Y al encontrar lo que no tuvieron ninguna dificultad en reconocer como petardos, se alegraron. Ellos sí que habían hecho un buen hallazgo.

Y se alejaron del campo de batalla, dejando a las gentes de rapiña y desgraciadas, antes de que a lo mejor volviesen tropas para levantar el campo en regla. Como así ocurrió. Eran traficantes de armas de despojo. Y podría preguntarse quién se armaba así en la dictadura del Añanzú. Y la respuesta es obvia: sus opositores, y los que más pagaban por ser más delito, eran los cristianos acastillados. Así que le llevaron a Don Huáscar Túpac, uno de ésos hombres de edad de ropas con señales de haber ido cosidos escapularios, que sin preguntar nada les compró todo con muy buena moneda “de los frailes”. Y los dos desertores se fueron para otro lado, a gastárselo en aguardiente. Y llegaba hasta para putas, putas de verdad, no niños ni viejas ni una subnormal o medio por dos céntimos, o una mujercita de falda de alcachofa sucia por llegar al final del día su casa; no, putas, mujeres hermosas. Eran felices. Y al irse para donde sabían las hallarían, en Cochambrecanchas, pisaban el aguanieve y la escarcha.

El Bambolo Tenic dio con la pista inmediata de la banda. Y en una descubierta los vió corriendo … pero eran unos 500. ¿Y los otros?. Siguiendo las instrucciones del Turans Tenic, se habían dividido y el Bambolo ahora debería perseguir a cuatro andas de 500. Se puso pálido, e imaginó al grupo que exterminó dividido en otras cuatro bandas de 500 … Y pensó que el Turans mete 7000 u 8000 hombres y destroza el Altiplano. Su error fue buscar una batalla decisiva, por creerse que no habían tropas …y no las había, que eran tropas que, si atacaba el Sargento General, o había que mantenérsele a la expectativa, eran necesarias en el frente esencial… Él no sabía que el otro no sabía, y desde luego el Arriero no sabía, que el Sargento se había retirado tras la caída de Carmacuncha. Entonces vio el Bambolo que no era desatinado el “Susto” de los 30.000 y buscar una derrota de lo que le enviasen, porque ésa hubiera sido muy grave y desde entonces hubiesen sido desarticulados y a la defensiva. Sólo el  cese de la actividad del frente del Sargento General permitía dar con tanta fuerza del Turans Tenic; y éste, aun retirándose, va y deja, en su idea, ocho pezetas como gusanos detrás de nuestras líneas El Bambolo se admiró y a la vez inmediatamente creyó que ése era el tipo de guerra del Charro y en definitiva el suyo también, que fue con el Charro desde que fue el Don Tupi  a buscarlo a las tolderías del lejano Desierto de Túmac y las Pampas del norte …que eran su patria … Pero el Bambolo se dijo que de esos ocho gusanos, cuatro eran muertos y otro moribundo. Pues que, disperso y huyendo, el grupo de quinientos corría por los campos cargado de sacos de botín, con ropas mejoradas pero muy claramente indios de la Breña, y eran en sus manos y perdidos cada vez más cerca de su caballo al galope. Y desenfundó su cimitarra. Con los gestos acaudillaba, pero él también dio. Que pasó cerca de un breñoso melenudo cubierto de saco de ése, y mientras corría vio dos veces la mirada huidiza del asesino que vete a saber qué habría hecho esa mañana. Y del sablazo le hendió la cabeza y dejó de verlo, y a por otro.

En el campo devastado, lleno de cadáveres, y donde se oían los gritos de las castraciones y degüellos de los prisioneros, el Bambolo trató de pensar por dónde serían los otros. Un par de horas después, llegó el Jiri con fuerzas, y le dijo que había ido dejando barreras escalonadas por toda la parte izquierda de la Carretera-que era su derecha desde donde venía-y que qué era la cosa. Pero en las puertas de Cajacuadrada nadie se sorprendió de ver pasar a un grupo de soldados, al parecer muy trabajados, con sus paveses de diferentes Tenics, y un oficial delante desarreglado; venían de dura batalla a los invasores. No se fijaron en Cajacuadrada en sus fisonomías, pues aunque desde luego a éstos no “todos les parecían indios”, pues que ellos lo eran, y acaso fueron muy laxos a la hora de suponer que fuesen Cagarrúas “de la otra parte del país”. Otras gentes, por desconocimiento del Ejército, pero sólo fue un chispazo de semiconsciencia, les vieron caras de extranjeros, y pensáronse que serían “indios Cojones, nuestros aliados”. ¿Con paveses Cagarrúas?. Nosotros sabemos que no eran así organizadas las cosas, pero el pueblo al que le comía el coco la propaganda del Añanzú y su partido, ¿qué sabía de la organización del Ejército, y qué de la guerra sino que veían en Cajacuadrada cosas muy raras de hacía tiempo, como si tanto refugiado refundiese las identidades regionales del País arrúa, y qué sino unos soldados los soldados eran, y si  no eran castillas eran de los Buenos, y que si fuesen de la Breña serían desnudos y con plumas y se les conocería en las caras que eran inferiores, inhumanos y salvajes, y que no eran civilizados?. Así, pues, ésos casi 400 soldados que ya sabemos de quién eran, se metieron dentro de Cajacuadrada. Lo único malo era que ninguno de ellos hablaba Arrúa: eran de varias Tribus Vasallas de los borregos, y su oficial un Indio Borrego, desrrizado y con sus señales muy bien puestas, como que era el atavío de un oficial Arrúa muerto.

Desanimado un tantico, el Bambolo Tenic traspasó la persecución al Jiri Tenic, como era mandado, y a marchas bastante forzadas,, y enviando un mensajero por delante, fue a reunirse con el Añanzú, donde fuese y como fuese, por reforzarle, que aunque llegase a destiempo, seguro que siempre le vendría bien que le fuese con lo que tenía. Como 500 caballos doblados y 750 mulas armadas de flecheros o de escopeteros, que era soberbia caballería, y el Tercio de 5000, casi nada mellado, del Passuassuatu Tenic, herido y algo apocado. Había hecho, contadas, 2500 bajas al enemigo y con pocas suyas, irrelevantes; no podía decirse mal de él.

Al iniciarse la acción en la pampita aquélla de Las Minas, el Arriero ya sabía que su rezaga- ahora vanguardia- había sido atacada por los “gringoítos”, y le parecía mal; los de detrás, de Las Minas, seguían con su unto y bombardeo de mierda, pero se mantenía quieto. Era vital que pareciese lo que debía parecer, que esperaban la batalla decisiva, y que pareciese que él había conducido simplemente al enemigo a un lugar donde le convenía; como no era tan conveniente, en realidad, que si daba de él toda la fuerza del Añanzú era roto y con el acantilado de las Minas detrás y gentes hostiles, y muy difícil de tomar los caminitos entre quebradas y laborioso, bajo un fuego de artillería, donde todos perecerían, si llegaba a darse; se pensó que el Añanzú mordería el anzuelo. Pero era seguro de que, salvo milagro, aun con la brutal trampa colocada al Fir Uyr, seguramente serían rotos. Sus ojeadores le avisaron de que las tropas enemigas enfilaban el último tramo del caminito conducente a la salida que había él preparado.  Y en aparecer las vanguardias enemigas estuvo tentado de dar la señal de dar a las mechas. Pero se esperó a que en la pampa hubiesen unos 3000 soldados regulares, y vislumbró los primeros cañones, y adivinó que en medio del camino rodeado de breña y árboles, el Añanzú había hecho echarse a un lado a los peones a aceleraba el paso de los cañones, por tenerlo por disparar cuando se desplegase. Había distancia suficiente. Cuando vió metidos en la pampita siete cañones, no quiso tentar más la suerte y mandó dar de mechas. No vió al Añanzú; mejor para él. Veinte árboles a cada lado de la carreterilla explotaron brutalmente esparciendo las astillas y ramas como metralla, haciendo gran estrago de soldados regulares y acaso de tres cañones a paso, y hubo más éxito, explotó un armón de municiones, que apareció llamarada por encima de los árboles. Entonces, cuando los siete cañones no eran colocados, y a alguno le estaban quitando las cueras y lonas, y con el enemigo confuso, aunque no tanto que los de pavés no matasen a lanzadas a uno de los Borregos nobles artificieros; entonces dio señal de ataque. Y, como ya no había más explosivos, sus Tirachinas dieron, que eran compacto pelotón de 1700 números redondos, del Tercio a medias que era en la pampita y de los servidores de los cañones. Y en su mula y al frente de los maceros y los arqueros dio a toda carrera y a todo galope, del enemigo a través de la pampita. Desenvainó la tizona. Los flecheros, como se les dijo, se desplegaron a derecha, y procuraron hacer, en las matas entre la salida de ése caminito y el siguiente, el central-que más para acá era la Carretera, y ésos dos los había minado y habían disuadido de pasar al Añanzú por ellos, y no se habían recuperado los flecheros artificieros, que a lo mejor se mantenían en sus puestos y las trampas eran válidas todavía contra toda fuerza que le viniera por ahí-;y desde los primeros cientos de metros de matas dieron un poco de lado de la Hueste del Añanzú aún en el caminito, en confusión terrible alrededor de donde la explosión, con montones de bajas-acaso 1000 entre destrozados, mutilados, ciegos y muertos, pero todos fueron muertos en poco tiempo-, y realmente cortada su columna. Que aún habían fuegos en algunos árboles. Era cuestión de forzar una retirada. ¿Y apoderarse de los cañones, y, cuando volviera, dar con ellos sobre él?. ¿Pero con qué servidores?. Todo no lo podía hacer el Arriero, y no era un super hombre. Seguramente, pues, los despeñaría, ya que no podía ni volarlos ni usarlos con eficacia ni llevárselos. La mezcla de los que eran en la pampita fue terrible. Desorganizados los de pavés, los Tirachinas ya les mataron a otros 1000 como mínimo; y el Arriero mandó parar y recoger, que significaba recoger la munición usada y volver a llenar a tope el morral, que era el carcaj de éstos proyectileros. Y con los alforrados peones de macanas ferradas de malla, y casquetes de caucho y cuero, dio de los de pavés, que se derrotaron y aunque algunos quisieron rendirse, el Arriero ordenó romper contacto y otra descarga de Tirachinas, por lo se puede decir que los arcabucearon, aunque fuese de balas de goma. Y a los flecheros de segunda línea, les ordenó degollar y levantar el campo de armas, que se llevarían las que pudiesen, y las que no, a los barrancos. Era un rota del Añanzú; que aquí perdió 4000 hombres, que no sobrevivió ni uno porque los remataron, más unos 500 heridos que quedaron fuera del alcance de los del Arriero, y que se le murieron también a muy poco, que eran muy graves y se infectaron; y siete cañones que quedaron en manos del Arriero, más otros tres destrozados por  la explosión y que quedaron fuera de su poder para inspeccionar si alguno se podía salvar, pues hubo de retirarse camino atrás el Añanzú, gritando feroces insultos como un condenado, que sobrecogían sus chillidos y como rugidos. El Arriero pensase que le había destrozado la mitad de su artillería. De aquí, claro; que en el Altiplano había más. Pero no le cabía duda ésa pérdida mucho beneficiaría a los castellanos del otro lado. ¿Y ahora?. Temiendo fuesen preparados los árboles del final del camino para darles doble trampa-que no lo hizo el Arriero por preferir un impacto gordo a dos más pequeños, y no tenía más material, que ya hubiera querido, ya-, las fuerzas del Añanzú se desbordaron por los caminos de breñas intermedios y por el camino central, sin acordarse la tropa en fuega de que ése camino, en su inicio, había aparecido más minado que el último usado por ellos; y que no era un farol; pues que el Arriero oyó hasta tres explosiones, y dos días después se le unió uno de los flecheros artificieros; los otros o se quedaron por ahí o los pillaron y mataron,.de buena o de mala manera. De momento, aquí, parecía que ésas explosiones les disuadirían de avanzar por aquí, pero no fue así, pues más acá de la última trampa se desbordó  al camino central tropa del Añanzú, y comprobaron por su misma presencia que era vía práctica, y entonces el Añanzú ordenó dar en diagonal de uno a otro camino, por las breñas, por salir a la pampa del otro lado. Y eso obligó al Arriero a mover sus fuerzas, a paso ligero, en cuanto oteó la maniobra. Era malo. Porque muchos de sus flecheros fueron mal pillados y liquidados a hachazos y macanazos. Más de 700 perdió en ése intermedio entre los dos caminos. Y de los del lado de más allá de la pampita hizo rápido recoger y dejar los cañones para luego, pero ya habían despeñado uno. No era tiempo de ponerse a jugar con las máquinas por ver si podía dar de un enemigo que se le oía respirar tan cerca. Y así, pues, taponó el segundo camino con todo lo que tenía: Tirachinas y cargas de macaneros. Desmontó porque no le tirasen al destacarse, y, tizona en mano y con el tocador de nácar al lado, acaudilló. Se consiguió otra rota del enemigo, de otros 2500 hombres, y el enemigo reculó. Pero no se iban. Veía los paveses llenando el bosque de los tres caminitos. Y oyó más explosiones en la Carretera. O sea, que alguien había tratado de pasar por allí y los flecheros eran al pie del cañón. Era malo. Dio orden de pasar el caminito a las piezas rotas y las quebradas- tras medio día de vieja que había hasta ellas-al tren de bagaje, al de la entrada y al general, todo el que hubiera. Y mientras los macaneros y flecheros y Tirachinas mantenían a raya al enemigo, con sus arrieros echó debajo de los barrancos, empujando a cuerpo y a mulas, los cañones del Añanzú. No le quedó ninguno de los siete, que se perdieron. Y de  los tres de la explosión, uno volvió a funcionar, los otros dos fueron pérdida. Pero éste disparó cinco veces y explotó, matando a tres personas y destrozando a cinco, que murieron al poco. O sea, que ese día perdió el Don Furor diez cañones. Y al retirarse de mala manera al caer la noche, tras soportar otros tres ataques en el caminillo central y causar muchísimas bajas al enemigo, el Arriero calculaba que le había hecho ése día 6000 bajas en total, acaso 7000, con más de 3000 bajas propias. Le quedaban 600 Tirachinas- pérdida de 1100, que fue horrorosa, por tieros rasos de metralla a través del bosque, que el Añanzú se ensañó- y 800 macaneros-pérdida de 400-: eran sus mejores tropas. De los otros flecheros perdió el resto hasta los 3000 del total de bajas. Y al irse ya de camino a las quebradas vió las luces de las tolderías de Las Minas, donde no se hizo desde luego fiesta, pero donde pudo entrar el Añanzú triunfador al día siguiente, aunque triunfador pírrico… como el Arriero. Si los Borregos querían batalla y creían ser sus Tirachinas invencibles, era ahí el resultado. Don Guapasso, muerto. Don Borrego, vivo, y más valía así, porque a ver qué pasaba en Tiquis. ¿Y allí?.  Los Borregos eran desolados de la rota y la pérdida de armas tan valiosas. Y confiaban menos en su invulnerabilidad. Y el Añanzú perdió los cañones pero capturó intactos casi todos los Tirachinas. Los usaría después en la desesperada defensa de Cochambrecanchas, que fue su final. Pero al poder llegar ahora el Añanzú al inicio de los rotos caminos a los pasos, y sabiendo ya por señales que era detenida la huída de ésos por los “gringoítos”, que les habían barrado la vía, sólo pensaba en recibir refuerzos- ¿dónde era el Bambolo?-para dar de ellos por la espalda y exterminarlos. Y no desechaba su idea de entrarles a los Tiquismiquis y borrarlos del mapa.

Y así, cuando el Bambolo Tenic y el Passuassuatu Tenic llegaron al final con sus fuerzas-primero llegaron ellos- a la pampita aquella de la batalla, allí se encontraron, sólo, en una silla de campaña de tijera- que fue de Don Manel Alcañar-. Sentado, al Añanzú, al Fir Uyr, mirando hacia la subidita de Las Minas a los pasos y quebradas, donde hacía ya horas que le habían salido fuera de tiro de los cañones que vieron finalmente emplazados, con los arrieros y servidores alrededor embozados en sus ponchos y capas, y alguno fumaba; y más allá del dorso seco y blando en apariencia, a vistas eran las cumbres rosadas de los Andes por el lado más alto, no aquél que dominaba las Minas, ni desde luego las cumbres sobre las que ya eran.

El Bambolo jinete y el herido Passuassuatu, victoriosos en parte- en mucha-de las rezagas letales dejadas por el Arriero-pero ya se vería …habían podido comprobar algo de lo que había pasado. Habían dejado atrás Los Depósitos, a su derecha y bajando, y no habían bajado. Se veían banderas propias y, de lejos, gentes de un Tercio regular y otras, que serían paisanos o prisioneros. No se pararon. Por el camino ése hallaron soldados de pavés y obtuvieron algo de lengua. Era dada la batalla, pero había sido desastrosa. Casi 5000 bajas y diez cañones. ¿Y el Turans?. ¿Y los Indios Borregos?. Que se cruzaban los Andes, ya eran lejos. Y comprendieron que aquí hubiesen hecho falta; y el Bambolo más, que era Caballería. Pero precisamente por eso no era tarde; él los perseguiría. Más adelante un oficial de artificieros del Añanzú, al mando de grupos de gentes de Las Minas con palos y picos, les dijo que no fuesen por la Carretera General, que era el camino minado de los enemigos, y que a lo mejor quedaban aún petardos sin explotar y flecheros suicidas emboscados. Que aún no era todo batido, y que ojo. Y arquearon ellos las cejas. Jóder. Y pasaron por delante de una cantera que parecía recién hechas, y así era, porque a sus pies era un derribo enormísimo, y montones inmensos de cascotes. Gentes de Tercios y paisanos de Las Minas eran desenterrando cuerpos de guerreros, que salían cubiertos de polvo, pero casi enteros; eran muchos muertos asfixiados; otros no, y sí que se veía destrozos y sangre. Y era a un lado del camino montones de paveses y armas y gorros y ponchos y macutos y cantimploras y cuchillos, y hasta sandalias, que todo lo útil de los cuerpos se recuperaba para la guerra. Aquí había habido rota de más de 500, a ojo. Jóder. Y luego donde era la Carretera General o los dos caminitos, era allí campamento de gentes de pavés, y allí les dijeron que por la Carretera que no fuesen, que era ida mesnada en exploración por ver de descubrir los petardos y si eran aún flecheros para hacerlos estallar dejados por el Turans. Y se oyó una explosión. Jóder. Y que no fuesen por el de en medio, que igual; pero que sí que fuesen por el tercero, pero que amitad deberían dar de lado y tomar el de en medio, que era despejado de ahí al final, y que por ahí era práctico; que ya verían. ¿Y dónde era el Añanzú, al final?. Que sí. Y tiraron por el tercer caminito, dando con compañías de 50 y de 100 en retirada, ordenados, con huellas de combate y trabajos.  Y a lados de la vía, en las matas ahí muy verdes, mucho herido, y carros de mulas que los recogían. Y mucho muerto echado en los lados, en montones. Todos propios. ¿Y enemigos?. Y más adelante, era un desastre. Ahí había habido grande explosión, y era el camino obstruído de restos, con carros, mulas desventradas, montones de muertos tal y como quedaron, y tres cañones uno roto por medio, otro reventado y otro más que era salido de su curreña y clavado profundamente en el suelo, y algunas gentes que iban por en medio recogiendo heridos y mirando cómo retiraban ése desastre. Y entonces tiraron campo a través por malos desmontes de altas hierbas y arbustos, pero donde  era hecho ya camino de las pisadas y paso de miles, y desbrozado en parte, hasta dar en el caminito central, y ahí vieron miles de muertos de flecheros enemigos, y todavía muchos muertos propios, y montones de arcos rotos, pero no todos todavía. Y al salir a la pampita  vieron huellas de una batalla, con más de mil muertos propios y muchos enemigos, con batas de caucho, ametrallados. Y los cañones útiles no eran ahora donde seguramente fuesen cuando les dispararon; eran ya desplazados y alineados en la pampita, por no dejarlos en las malas posiciones desde donde dispararon. Habían visto muchas flechas clavadas en árboles y en cuerpos, y muchos árboles destrozados de metralla. Y gentes del Añanzú, poco a poco, despojaban a los caídos enemigos de las batas de caucho y los casquetes y todo lo útil. Y se veían montones de tirachinas. Y el Añanzú había puesto a gentes de Las Minas a recoger todos los proyectiles de goma y flechas del campo. Y a los suyos a recoger todo el arnés de paveses, macanas y alforres de cuero y cotas de malla de otros montones de enemigos, porque todo eso era útil y se lo quedaba. Y luego eran allí tropas acampadas y otras en atención al camino hacia los pasos, y se veía movimiento en dirección a la cañada ya de Las Minas, en las tolderías de antes y el par de casas de piedra castellanas del inicio de la Carretera. Esas casas eran el “final” de la larga Carretera Transversal, en línea casi recta hasta Puerto Chapuza, a 1000 kilómetros “para allá”, en la dirección contraria a las rosadas cumbres de los Andes hacia donde el Añanzú, en silencio, miraba.

El Bambolo, tímidamente, porque vió que no era el horno para bollos, saludó al Añanzú. El Passuassuatu nada dijo, no se atrevió. El Añanzú se volvió hacia ellos y le vieron con expresión más terrible que nunca; y es que casi era ida del todo aquella máscara de humildad que tanto usó, y era plenamente penetrado, como una esponja, de su tiranía; y era más libre, pues al ser tirano no se “cortaba” ya un pelo de nada; y le vieron muy cambiado.Era con su sombrerito de alas atadas, tan rarito, más delgado que nunca, con su capa de lana negra, botas castellanas con espuelas, guantes porque era friolero. Y aquel bigotito en la parte central del labio superior, que delataba era acastillado. Ese bigotito que llevaban muchas gentes de su partido, y otros lampiños imitaban con un trocito de tafetán o de tejido sutil, negro, pegado. Que mandaba huevos, pero era así, y sanseacabó. Y el Añanzú, que lo vieron furioso pero resolutivo, no de perder fuerza echando furia, sino de hacer de la furia acción, no se preocupó de si venían tarde o no, sino sólo del encalce de los fugitivos, que eran todavía un Ejército. Les oyó distraídamente lo que le decían de las rezagas del Arriero y los “gusanos” en sus tripas, que el Balbolo calculaba fuesen aún dos pezetas sueltas de 500 sin localizar, o acaso tres. Pero que eran destruídas a conciencia cinco de 500. Y a esto sí que arqueó una ceja el Añanzú. Sumaba los muertos hechos al enemigo suyos y los de ésos rencuentros para darse ánimos. Eran muertos pues 5500 o casi 6000 enemigos … No estaba mal. Eso igualaba más las enormes bajas por él sufridas. Pero la estratégicamente más sensible de todas, acaso más que la mala propaganda y el terror en la retaguardia- porque el Añanzú confiaba en el fondo en que el Pueblo era con él y ser él la encarnación de la Independencia como heredero del Amaru-; era la pérdida de los diez cañones. Pues que ellos no habían fundiciones ni barruntos, y ése era un golpe mortal a las defensas del Altiplano, que las gentes se podrían levantar más. Pero inmediatamente les comunicó su acuerdo con los Chachapoyas, los Indios Rubios, y que tenía nota de que eran ya cortando el camino al Turans, de modo que, en cuanto el Bambolo dispusiera y lo viera, que ya inmediatamente y sin perder un minuto si era posible, que tomase la subidita y les fuera detrás. Que sus Tercios no eran en disposición de encalces ni más batallas. ¿Y el Passuassuatu qué decía, era dispuesta su gente?. Pero señaló al campamento de al lado de las Minas. Y dijo que ésos eran gentes disponibles, combinadas de sus tres Tercios en un Yercio de Persecución, que eran como 4500 hombres útiles e indemnes del combate, dispuestos a salir. Y aún señaló a Las Minas, y dijo que eran 2000 paisanos a los que había prometido botín de los Tiquismiquis en ropas y esclavos, y que les daba todas las mujeres, que los Tiquismiquis llevaban mujeres que habían sido aquí en Las Minas y los desdichados de las Minas las codiciaban. Que de éstos que se le habían presentado, como les dijeron que hiciesen los “gringoítos” en tanto agentes y oficiales suyos por Tratado, al pasar del otro lado en dirección hacia la emboscada de delante- e hizo un gesto a los pasos-había tomado más de otros 2000 por obreros, que ya los habrían visto por el camino. Pero que a éstos otros, si se organizaba la salida, les daba armas y se los llevaba. Que eran 4500 suyos más 2000 de Las Minas más los 5000 del Passuassuatu - ¿tenía 5000, o menos?; “unos 4000”- y la Caballería toda del Bambolo Tenic. Y el Bambolo habló de los mantenimientos. Y el Añanzú dijo que era jornada corta; sólo hasta las quebradas, donde exterminarían a los Tiquismiquis definitivamente; y luego ya se vería. Que sería ya otra jornada. Y el Bambolo tuvo un barrunto de si el Añanzú pasaría del todo los Andes.

El Añanzú, en ser preguntado dijo que “ahora, no”. Pero le dijo que eran enviados a Cochambrecanchas sus Tenics Milián y Gobbo- que sus vélites eran dejados aquí cerca, y señaló hacia los tres caminitos; bueno, sí, uno de esos campamentos dispersillos que habían ido viendo, y los que no vieron-porque le organizasen esa Entrada a los Tiquismiquis de mantenimientos y gentes voluntarias. Pero ahora era sólo hasta las quebradas. El Bambolo dijo que abrevar y dar pienso, y en marcha.

Y mientras daba pasto a sus caballos y mulas, y agua del riachuelo cercano, y los suyos, y los otros todos, llenaban sus cantimploras; y de las cocinas de Las Minas las mujeres de falda de alcachofa, a quienes el Añanzú se lo encargó, traían tortas de maíz a los soldados y se llenaban el morral, que mucho o todo el maíz era de los carros del Añanzú, pero eran sus cocineros todos muertos. Y el nansú dio también como dos mil frascos de aguardiente, los que hubo. Y a otro medio día que hubo pasado, salió a la cabeza de ésas fuerzas para dar de detrás a las del Turans, que le eran a un día de ventaja, por la tardanza del Bambolo y el Passuassuatu, pese a haberle llegado a marchas forzadas. Era seguro de pillarles si eran detenidos por los “gringoítos”.

Pero antes, un día antes, el Arriero se había salido de ahí, en cierto modo victorioso, a marchas forzadas, con mil hombres válidos, los 600 Tirachinas y 400 macaneros de alforre que le quedaron, y unos 5000 indios de Pueblos Federados, números redondos, más su tren de cómo 800 llamas y 300 mulas, con 200 arrieros, 100 de ellos mineros, pero Cagarrúas puros ninguno, y sí mezclas de los antiguos Anandrones con Quilates, Cagarrúas y Cojones, castillados embozados, y entre todos ellos algunos habían con algún abuelo que fue Jiboriano emigrado por dinero a las Minas,; todos eran ahora penados delincuentes, y fugados, primero de los castillas y luego del Añanzú. Estos desesperados veían en la Breña la posibilidad de conseguir una india limpia y desnuda, cuando ellos eran solteros a quienes ni las más tiradas mujercitas de falda de alcachofa hacían caso por miserables y mal partido. De hecho, de su veta sociológica era salido el propelente del estallido de la Revolución en las Minas que fue lo más esencial del alzamiento nacional Cagarrúa, que tomó en el Altiplano las otras formas de la Matanza de Frailes, la Limpieza Étnica de Acastillados y las ínfulas de Restauración íntegra de los Cagúas Mitas Peru y Matu. Como estos arrieros que se llevaba nuestro Arriero había sido el Añanzú. Él por fuerza, el Amaru por idealismo, que dejó a su familia por no ser cristiano y ser de su raza, de su pueblo y antiguo y puro, pero que fue el peor enemigo de la Restauración de los Orejones, pues era el suyo, como vimos, otro concepto de “nación”, que era el mismo que creía tener el Añanzú, que decía siempre ir “por el sendero luminoso del Amaru”.

Pero bueno, el Arriero. A marchas bastante forzadas por tomar contacto con su vanguardia de marcha, al final del día se encontró con gentes suyas que se volvían atrás, flecheros desertores y mujeres en montón, sobre todo; y algunos indios y mujeres habían hecho sus planes de emparejarse, volverse a Las Minas, vestirse de modo Cagarrúa o castillado y disimularse entre los iles de “sueltos”. Y esa idea había cundido. Pero, por su bien y el de la expedición, hubo el Arriero de dictar divorcio en masa, y mandar a los flecheros adelante a combatir, una vez que hubo lengua de que los Chachapoyas habían detenido la marcha con el tiro mortal de sus hondas. Los flecheros le decían que se les habían acabado las flechas. Y era verdad. Malo.Y en fin, sin poder controlar si se le iban fuesen 300 o 500 parejas atrás, que ya se lo encontrarían con el Añanzí, allá ellos, el Arriero tiró con los suyos palante, hasta dar con la masa de los fugitivos, y allí supo que era muerto el Capitán de la Marcha, y que los dacóis habían elegido a otro Capitán, de nombre igualmente impronunciable, pero que era Indio Borrego pero rapado, o sea un oficial dacói, que ya iban “al uno”, de alforre y chichonera, y macanero de pro, que daba cada batazo de macana que dejaba las gentes listas para la Mamúa Charrúa.  Le dijo Don Macana, o a veces Don Rapado. Éste Borrego le explicó la situación. Y el Arriero también la vio. E hizo sus cálculos y dio gracias de que la emboscada no fuese en las verdaderas quebradas, mucho más adelante, en el verdadero Coño de los Andes, la gran Raja en el camino de ése paso. Inspeccionó y vio a los Chachapoyas en una cómoda colina, bastante amena, protegida por un quebrado barranco. Eran inaccesibles. Y desde allí, tranquilamente, dar de la Hueste en marcha sin dejarla avanzar. Miró de otro lado, y vio que el capitán “gringoíto”, quien fuese, habíase asegurado el otro lado, Si bien aquella otra colina no era rota sino sólo abrupta. Y allí era otra pezeta  menor de Chachapoyas dando de honda, que era fuego cruzado sobre cualquier avance. Eran grandes montones de piedras a los lados de las mesnadas enemigas, pero no uno ni dos montones, cincuenta más altos que un hombre. Era munición de chinas mortales para rato. Y miró hacia delante. Eran más de cien muertos en cabeza, de los propios. Y de otro lado casi quinientos. El dacói le dijo que era allí el Capitán de la Marcha, que intentó dar de los chachapoyas del lado derecho. Y pensó el Arriero que el hombre se lo había currado, al menos. Eran enormes las cantidades de flechas que se veían tiradas inútilmente. Y calculó que, si se amparaba de los próximos quinientos metros con seguridad, podrían recuperar casi la mitad. El dacói le dijo que, antes de agotar del todo la munición, los flecheros habían preferido o retirarse o mantenerles la distancia a las hondas y esperarle a él. Y ya era allí el Turans Illiu, que “Illiu” era el modo de decir éstos “Tenic”. Vió que las hondas daban de muy lejos, y que los Chachapoyas eran peritos. Pero pensóse que de noche perderían vistas, y eso les sería fatal; pues que ésa noche les situaría, “allí”, decidió, a sus Tirachinas, que les tocarían diana floreada, y que con otros Tirachinas situados en más cercanía por la derecha, que ésos le cubrirían el ataque que de macanas sus alforrados les iban a dar, y él de tizona al frente de ellos. Y así lo hizo. Que acamparon y cenaron, y se hizo de noche. Y vió las luces de los “gringoítos” en sus exentas posiciones. Y casi adivinaba que le venía detrás el Añanzú. Después de cenar, él en persona, usando la mula donde pudo, y donde no, pues no, situó a los Tirachinas donde él veía, y luego volviese al campamento en la vía, que carretera no era, aunque fuese prolongación natural de la Carretera de las Minas, y tomó a los otros suyos de Tirachinas y los situó a derecha donde él creía, y se volvió otra vez donde seleccionó la pezeta de macaneros que darían el ataque con él. Y con éstos ya se aproximó al lugar del ataque y se pusieron un poco a cubierto, pero ya vió que era agonía, por el frío que hacía aquí, más que en el Altiplano, que sin fuegos, lo pasaron muy mal, e iban todos muy abrigados. Pero para entrar en combate echaban las mantas y ponchos y gorros de lana y turbantes que llevaban sobre los alforres de caucho y cuero y cotas de malla, cortos, de pierna suelta los macaneros, que los Tirachinas eran casi todos de bata larga alforrada. Y los alforres y cotas de éstos eran casi idénticos a los de sus enemigos de ahora, los “gringoítos”.

Si el Añanzú hubiese ido a marchas forzadas esa noche, hubiera sido él quien cae sobre la Hueste del Arriero hacia las 12 de la mañana; pero a ésa hora era la Hueste del Arriero ya a marchas forzadas hacia delante, pues antes de salir el sol del todo, en cuanto hubo media luz y luego tres cuartos de luz, los Tirachinas dieron de los “gringoítos” dormidos, que eran de este lado Hueste de 700, donde era el Rey el Actún Atlán. Y éste fue de los 100 que no despertaron; por lo que fue, de entrada, rota suya, y fueron  deshechos al primer momento, aun cuando otro de su linaje tomó el mando, y mandó contestar de hondas. Más de 300 “gringoítos” eran fuera de combate, ya decimos que 100 eran muertos de grandes balazos de goma a la frente y a la cara, cuando eran dormidos todavía, y los que no eran muertos eran descalabrados, que algún Borrego tiró a los genitales y se pueden imaginar los efectos, que de entrada muchos murieron y los que no, algunos al no poder andar, se perdieron, y otros no fueron más hombres. Pero el resto reaccionó echando de sí las mantas, que dormían guarnecidos, dieron de las hondas sobre los Tirachinas, pero eran éstos mejor parapetados que ellos, que los Chachapoyas hacxían su “guerra cómoda” y no esperaban Tirachinas, y con ponerse fuera del alcance de las flechas de los indios de la Breña, les era bastante, y corrían por su pradera elegida acercándose al enemigo y daban de él y se retiraban corriendo de las flechas, y la quebrada bajo suyo les servía de foso o glacis natural, y ésa colina con el roto y la pradera encima era fuerza natural y un castillo. Y así ellos habían su campo de batalla, pero sin posible contacto con el enemigo, que era como palenque de deporte. Así hacían ellos la guerra, y se entrenaban con los rebaños de borregos. Y aunque el tiro de sus hondas era largo y muy mortal, no se comparaba con el tiro tenso de los Tirachinas grandísimos de los Indios Borregos, casi tan largo como sus hondas pero mucho más preciso y mortal; y era la posición bien elegida de acercárseles para batirlos y exterminarlos, u obligarles a retirarse sin ni siquiera recoger a sus heridos y muertos, que fue lluvia mortal, rápida y sostenida la que les dieron, que los Tirachinas no necesitaban tomar carrerilla, y los Chachapoyas sí, según su modo de tiro.Así fue rota y hubieron de dejar la pradera aquélla, e inmediatamente la Hueste del Arriero pasó hacia delante, y el Arriero con los macaneros cargaba, cubiertos por otros Tirachinas, sobre los 300 Chachapoyas del otro lado, que aquí costó, pero una vez eran encima, fue mezcla, que los “gringoítos” perdieron la distancia de tiro, y sacaron sus espadas cortas triangulares de hierro, y de mucho les sirvieron, así como sus cascos de bronce, pero iban sin pavés y no eran tan diestros de ésa lucha como con las hondas, y de cerca eran más cobardes, y en fin, que los Indios Borregos compensaron las ventajillas de los chachapoyas en serr más altos e ir casi tan bien alforrados como ellos, si no era que los cascos de unos eran de bronce y los otros chichoneras de caucho, que los alforres eran muy semejantes, y en que a la altura de los Indios Borregos y mayor fuerza se sumó el largo de sus macanas forradas de cota de malla por la punta, y así los “gringoítos” se vencieron, que también la tizona de acero del Arriero ayudó, que las espadas de los Chachapoyas eran muy cortas. Así que los mataron a casi todos, y los que no huyeron ose despeñaron, pero escaparon a las armas del Arriero y los suyos muy pocos. De bajas pocas el Arriero hubo veinte. Y acto seguido bajaron de ahí a marchas forzadas a dar del otro grupo de “gringoítos”, o alejarles de la vía que seguía la Hueste del Arriero, que forzaba el paso.Y eran ya los “gringoítos” superviventes del otro lado en un altillo, pero peor, dando de la Hueste de hondazos, y aquí el Arriero bajó de un lado, cruzó la vía y subió por el otro lado con los suyos, cubierto por los Tirachinas, pero sólo la sección de la derecha, que los otros eran parte emboscados porque no volviesen a la primera praderita los Chachapoyas, y otra parte bajando por barrancadas a unirse a esa mezcla, a la que llegaron tarde. Y aquí contra los como 500 “gringoítos” que hacían Hueste aún, cargaron casi todos los dacóis alforrados, y muchos indios desnudos con sus cuchillos de acero castellanos, que equivalían a las espaditas de los “gringoítos” primitivas, y eran infinitamente mejores. De modo que de “gringoítos” fue aquí carchena. Y huyeron como 400 en total de los 1000 que eran, y sin su Rey. Pero el Arriero sabía o intuía el encalce del Añanzú, y dijo de seguir adelante sin levantar campo ni nada, salvo que al avanzar su Pueblo había recogido todas las flechas propias del día anterior que pudo, porque les harían falta a los flecheros, que sin ellas eran meros cuchilleros y desnudos, aunque para la marcha iban ahora todo el mundo muy abrigados. Que hacía frío.

Y así ésa tarde llegó el Añanzú y vió los restos de la rota de los “gringoítos”, todavía vírgenes, que los propios de ésos todavía no se habían atrevido a volver al campo de batalla para levantarlo y recuperar elcadáver de su rey por momificarlo y todo eso. Y claro, el Añanzú fue follón y fellón de ello, pero cayó la noche y mandó acampar. Los del Arriero acampaban esa noche ya muy cerca del paso del Coño de los Andes, que si les pillaban pasando por ahí, eran rotos totales. Por eso de buena mañana se pusieron ya en marcha, y así fue la cosa: que cuando cayó la noche de ese otro día, eran ya pasados del otro lado de la Raja o quebradas casi laa mitad de las gentes del Arriero, y de este lado era él con 1000 dacóis, por proteger a las gentes de inútiles y enfermos y mujeres que eran bajando o en el vallecito central o subiendo difícilmente el otro caminito del otro lado. Y aquí en ver sus ojeadores venir al Añanzú, y que acampaba otra vez no lejos de ahí, el Arriero se dijo que si les daba otro amanecer ahí, eran rotos, y que los válidos pasasen, y los que no, pues adiós y lo siento. Lo mismo ocurrió con las llamas, que dejó 500, y sólo pudo pasar 300, y la mitad de mulas, 150, con mucho bagaje. Y cuando fue de todas sus fuerzas del otro lado y relativamente a salvo, vieron de subir con cuerdas a algunos de los incapaces y mujeres, que algunas sí pasaron, pero era de noche y hubo hasta accidentes y muertes. Y, con todo el sentimiento del mundo, les dijeron adiós y se pusieron en marcha hacia los otros pasos, también difíciles y de cabras, de los Andes, que muy pocas mujeres lograron seguir con ellos. En la brecha ésa quedaron casi 3000 personas, que fueron a parar al día siguiente a manos del Añanzú, con las llamas y mulas y bagaje. Ni un solo guerrero, claro.

¿Matanza, masacre?. Pues sí, pero no tanta. A los que ni siquiera habían podido bajar al Coño, de ésos hizo selección; los irrecuperables los hizo a todos degollar; de los inútiles o torpes hizo prisioneros, pues el Añanzú, de lengua que ya había, ya trazaba su plan, que era no otro que destruír a los Borregos pero presentarse como Libertador de los otros pueblos de la Breña, por ser acaso su rey más adelante. Y así, recuperó prácticos, y de ellos quería saberse toda la lengua posible de “la situación política” entre los Tiquismiquis y sus Pueblos vasallos. Lo mismo con los de abajo, que sacó a los que pudo y pudieron otra vez subir, más de 2000 mujeres entre ellos, que eran de las diez tribus diferentes de la Breña y ni una Borrega, y que iban ataviadas de diversas maneras, todas muy vestidas y ninguna desnuda, por el frío, pero todas sucias y descalzas. Al verlas se pensó el Añanzú que ni siquiera sabían hacerse una trenza para recogerse el pelo, y vió algunas rapadas y otras con pelado motilón de seta, que parecían muchachos, y con puntos tatuados por la cara, y las espinas y palos metidos por las narices y anillitos en las ventanas de lanariz algunas; ya investigaría qué eran y de dónde. Y de los heridos de abajo, hizo bajar a soldados suyos que los degollaran y otras malas muertes, por escarmiento, que eran todos soldados heridos. ¡Aire¡. Pero luego hubo de dar a los “gringoítos”, que comparecieron aquellos 400 supervivientes con otros 2000, gentes de esclavos por reparación, que casi todo fueron mujeres, pero como eran utilizables, pues sólo martirizaron a cincuenta como hubiesen hecho con los guerreros prisioneros, que éstos eran ya todos muertos o reservados por el Añanzú; y a éstas les hicieron de todo no lejos y las dejaron allí prácticamente descuartizadas, Y supo el Añanzú que otras cincuenta fueron estranguladas sonre la tumba del Rey muerto, pero éstas, por ser para concubinas, respetaron su belleza, y las hicieron arreglarse para morir. Y que el resto las prostituyeron y vendieron como esclavas o utilizaron de acarreadoras coolíes, pero que jamás mezclaban su sangre con las cautivas. Y los chachapoyas con ésas se volvieron, pero le dijeron que si formaba Hueste para ir contra los Tiquismiquis, que ellos le serían prácticos de sus caminos de montaña por sorprenderles, y que contase con ellos con todo su poder. Esto le dijo el Aschún Atlán, el hermano del difunto Rey muerto, y ahora él Rey de los Chachapoyas honderos y nibelungos rubios. Y que se lo juraban  por la Gran Águila, por el Remolino, por la Cruz que gira y por la Fuerza. Y el Añanzú, con sus prisioneras y los pocos prisioneros que conservó, se volvió, con el Bambolo Tenic y los demás, a Las Minas, y no siguió adelante, pues sólo lo haría con expedición organizada. Era su idea, que iba madurando al volverse, dar de los Tiquismiquis mientras tuviera tiempo. Era aún abril. Un mes de campaña, y luego a lo mejor en junio le atacaba el Sargento General, y si no le atacaba en junio, ése año ya no había campaña. Pero sí que le atacaría, en cuanto hubiese municiones, que era por eso, si no, ¿por qué?, y que los que otras cosas decían no sabían niente; y que les vendría por el norte también esta vez. ¿Iba a la Breña, o se quedaba en Cochambrecabchas inventando, a ver si se conseguían bombas de unto que matasen al olor?. Esto era para largo, técnico y quimérico, y era cosa no clara, pues ¿y si cambiaba el viento?. Pero esto de los Tiquismiquis era ocasión única de hacer justicia a su pueblo, que tanto sufriera por manos de los Indios Borregos traidores y mierdas , que él a lo mejor sí sabía cuál era el motivo de la querella, pero no se explicó más; y era tentación suya poseer un lugar por donde escapársele al Sargento General Cabestro y a los castillas, y no verse con la angustiante certeza de que era una Numancia la única alternativa si los castillas subían al Altiplano. ¿Cómo el Rey Tupi?. No, que aquél fue un auto saboteador y un derrotista. Sino como espacio de maniobra a su espalda, por no ser tan situado en el Altiplano. Era pues necesario explorar, conocer, establecer y dominar todo ése país transandino breñoso, y para ello dar de quienes ahora lo dominaban, los odiados Tiquismiquis, y hacer de ésa Breña a varias jornadas de entrada, una provincia de Cagarrúas. Sólo había uno o dos meses, que para las fechas que él creía, debía ser de nuevo a dar frente al Sargento General Cabestro y los castillas.

El paso de los Andes en sentido inverso por el Arriero y lo que le quedaba de Borregos y Aliados fue triste. Y las solicitudes del Don Borrego, enojosas, aunque por guardar las formas no hubo rollo. El Arriero era combinando qué hacía. La comisión era finida, y su prestigio entre los Borregos, quebradizo en lugar de lozano. Quería volver a ver al Coñete, aunque el chaval sin brazos, pues úf. Que él no sabía que a ésas el Coñete era sólo una cabeza en un frasco de alcohol, que la Bragra Guarra aquélla se lo había comido después de caparlo y enmancarlo y todo lo demás que nos podemos imaginar. ¿Era factible alzarse rey de los Borregos y hacerse rey de la Breña?. Él veía ahora que no. Que los Borregos eran mellados de guerra y que durante años no querrían más, y que su poder en sí, estratégico, sobre otros Pueblos, por el Caucho y el Tirachinas, era mellado también y mucho, y su nobleza diezmada, más que la que supuso “carne de cañón” de los otros, pues los Borregos, por ser más valientes, habían muerto más. Y sobre todo el tiro raso de cañón de metralla en el bosque, del Añanzú, que le mató a 1100 Tirachinas, era golpe casi mortal a la Nación Borrega. Los otros habían recibido de él promesas de igualdad dentro de un nuevo orden político Borrego; promesas infundadas. Que por la perspectiva de hacerse ésos Estados Generales en Tiquis, los Consejeros le mataban a él como él mató al Don Imbécil. Y si no era pues Libertador de los otros Pueblos, que habían comprobado que gentes había más duras que sus amos, y que existían flechas de unto, si le aceptasen los Consejeros y el Rey Árbol, sería por Condottiero, y  por reprimir a aquéllos que él mismo había alentado. ¿República , aquí, César, aquí?. Se rió amargamente. Después de esta rota, más le valía desaparecer, que era hombre perdido. Pero ¿cómo organizarlo?. Él veía una segura guerra de los otros Pueblos contra los Borregos, que su intervención y esta guerra habían sentenciado el régimen de los “Reyes- Árbol”, y acaso al rizado y cardado todo. Y su comisión era finida. Aquí no era posible ser Guadañángel, y en cambio, Lima era muy tentadora, pues que …”había un problema”. Que los fondos adelantados por Don Ramón para la alzada no se habían gastado, y “sobraba” mucho… Dinero dado totalmente ya por gastado en la alzada de 30.000 y la guerra, pero intacto. Nunca se le hubiese ocurrido al inicio tomar el dinero y largarse, y bien que pudo. Pero es que acaso llegar a ser “algo”, y ser esta alzada negocio supremo de su vida, y llegar a ser “alguien”, era atractivo mayor que el mero oro. Pero si era sediento de mando y guerra, era ahora desganado y ahíto. Y había hecho más de lo pedido y de lo posible; que hacer más hubiese sido ganarles la guerra a los castillas él sólo, y eso era impensable; tal y como se vió en el contraste real de sus fuerzas con las del Añanzú. Y había dejado tras él guerrillas que le darían al enemigo muchos disgustos. Ahora, si  lograba largarse, podría, dando un rodeo, presentarse a Don Ramón y decirle que “misión cumplida”, pero, ¿habría algún premio, o sólo otra comisión, además, de menor monto y más pequeña?. ¿Había, en realidad, Caballería y Oficialía para él?. Creía que no. Y a lo mejor Don Ramón le pedía cuentas del oro. Su alzada de los Tiquismiquis por fuerza se tendría que saber en campo de castillas, pero ¿le darían toda la importancia que tenía?. ¿Le habrían mencionado siquiera personalmente a él?. Y si se quedaba el oro y volvía, sería controlado por Don Ramón y los suyos y cualquier gasto y disfrute le delatarían.Es decir, que era mejor desaparecer hacia el Perú con el resto de oro, que de Dios, por así decir, era que fuese suyo como premio por su hazaña. Y que todos le creyeran desaparecido en la Breña y no se supiese nunca más. Primero, Lima, después, bien embozado, acaso Méjico … ¿Y Manila?.
¿Pero cómo deshacerse de ésta gente ya usada e inútil, seguramente condenada, y sobre todo de ese Don Borrego que le miraba con ojos tiernos y que le auguraba “tiernos quehaceres” al llegar a Tiquis y en privado? …

Por precaución, al llegar a la entrada del Reyno de los Tiquismiquis, licenció las tropas de flecheros de los Pueblos Federados y les deseó buen viaje. Pero antes los oficiales, desnudos de nuevo por el cima de la Breña, pero oficiales, le recordaron sus promesas de Libertad …De que el Imperio Borrego sería federal … Y les dijo que sí, que sí, y hasta unitario, que valiesen todos igual y todos fuesen Borregos; y esto había unos que lo querían y otros que en ello sólo veían el camino de recuperar su independencia y la muerte, de hecho, de ése Imperio Borrego del cual no querían reformas sino la más dura y fea muerte. Y en darles a éstos vúa, los oficiales rizados, muy desrrizados, le preguntaron que si no sería verdad tanta “charrameca”, ¿no?. Y decía que no, que se la había dado con queso a los sometidos por la ayuda en la Jornada, y los oficiales Borregos reían aliviados. ¡Qué honbre éste¡. Pero muchos le miraban bastante mal. Y la tropa Borrega, de plebeyos sin rizos, le mandaba una comisión de sargentos porque viesen si era verdad que iba a convocar Estados Generales y todos los Borregos iban a ser iguales y se podrían poner rulos y todo eso, y él decía que por supuesto, por supuesto. Pero eran aquí Borregos sin rizos que más bien deseaban la supresión del rizado y cardado que su extensión a todo el Pueblo Tiquismiquis. Y era malo, claro, que era en  “de arriba-abajo” tanta contradicción como en “de centro-a periferia” del Reynado Borrego; y el Arriero no daba un real por ése Reynado y por el futuro del cardado y rizado y los aristócratas ociosos haciendo juegos de subnormales alrededor del Árbol.

La noticia de que el Añanzú pasaba la Grieta o Coño de los Andes y les venía con fuerzas que se veía eran intención de destruyr el Reynado, le obligó a asumir de nuevo su papel cesáreo, que, ante el peligro, todos de nuevo le adjudicaron porque ninguno lo quería, francamente, que era comerse el marrón él y sacarles las castañas del fuego él. Que en eso consiste ser César.

Antes de llegar a Tiquis se supo ya la Rebelión de los Pueblos Sometidos. Se hicieron las masacres de represalia correspondientes,que era ordenado y fue automático, pero los Borregos, con Tirachinas o no, fueron expulsados de los Territorios Sometidos, las diez tribuítas de nombres impronunciables;pues ya está. Era todo perdido lo conquistado hacía setenta años. Y la llegada a Tiquis fue a un país en pie de guerra, que el Consejo ya levantaba más tropas, y procuraba la protección de las inmensas vastedades de plantación de Caucho, quem, no obstante, no fueron atacadas por los Pueblos Sometidos más cercanos. Al Arriero al entrar allí en su mula, con el poncho aún y su media armadura algo abollada, le sorprendió como la primera vez la ridiculez de los atavíos y cierta nota inquietante y grotesca en las construcciones, pero esta vez no venía para disquisiciones ni tenía curiosidad ninguna; sólo que el Altiplano le era más familiar, y los Andes y los atavíos de las gentes en los pasos, más humanos, que lo que aquí otra vez vió. Sus rizados ya hacía tiempo que no lo eran sino de nombre, y su aspecto, trabajado y sucio y mellado, contrastó vivamente con la rara pulcritud hermafrodita, no hay otro modo de describirla, que era el estilo imperante de la capital de los adoradores del Árbol y sus Reyes enamorados del Árbol. Las gentes les aclamaron un poquito; lo justo porque no fuese derrotismo. No fue un triunfo. Hace rato que el Arriero llevaba la bandera española plegada. Y así desfilaron un poco informalmente frente al Borrego que hacía como de alcalde, sin Rey ni Consejo ni Nobles rizados, que no eran para recibirles. Bueno, casi mejor. Saltó de la mula y se fue al palacio de la Doña Michia por ver al manco Coñete, y allí se encontró lo que ya sabemos. La Sapa aquélla era desnuda y le recibió así, con absoluto desprecio, pues que, aunque no eran estas gentes muy púdicas, la verdad, lo que es el coño el coño, las nobles no lo enseñaban ni desnudas, que iban con ésas falditas rizadas y sólo de refilón barruntos, en todo caso, pero no una muestra así. Era con sus esclavas, que ésta había fuero de todo, y destacaba su decadencia física, acelerada y que hasta el Arriero notó, de la belleza juvenil de las muchachas. Y le hizo pasar con total confianza, y todavía le dijo con desfachatez que “a los hombres, desde luego, no los recibía así”. ¿Entonces, él qué era?. Nueno, un marica, vale. ¿Tendría un significado político, aquello?. Y al preguntar por el Coñete, tras decirle que era viuda, pues era muerto en la guerra el Don Michio su Cornudo, y heróicamente, y ella no manifestó ni lo más mínimo, que ésta se sentía dueña de todo; pues bueno: ¿y el Coñete, o sea la Princesa Angélica de Cathay?. Ella, con sus ojos saltones y sus bólivos de batracio, con su inmensamente obscena boca, sacó la puntita de la lengua, puso expresión enamorada y dijo, juntando las manos- y bambolearon sus senos-que “cada día se amaban más”. Vaya, se dijo el Arriero. Ahora, safismo. ¿Y …?. Y … dio unas palmas la Sapa y una criada, ésta rizada Borrega como ella pero con algunos marquesados o ducados menos, se ve, o lo que sea, pero gentilmujer, eso sí, trajo amorosamente el frasco de alcohol donde era la cabeza del Coñete. Y muchas expresiones y sentimientos inarticulados pasaron por el rostro del Arriero, pero sólo por detrás del telón de su máscara, que no movió ni una ceja. Y se dijo: “Bueno” Se despidió con grandes reverencias  del coño aquél, y fuése a ver a Don Cafrún.

De camino vio las tropas asentándose, las que no eran de la capital y no habían albergue allí, en un extremo de la plaza, en unas tolderías, mientras algunos Borregos rizados de juegos en torno al Gran Árbol torcían el gesto. “¡Rompían la Felicidad¡”. Mentalmente, el Arriero los mandó a tomar por el culo, y tuvo un mal barrunto de su siguiente noche. Hizo un gesto a sus 25 Degolladores, y que no le perdiesen de vista. Y fuése a ver al Don Cafrún a la propia casa de éste, otro “pie a tierra” coquetón de ésos de corteza rizada y conchas de colorines, colocadas más o menos como los “gringoítos” colocaban sus piedritas azules en sus muros, “por ver siempre el color bello”, cosa de la que el Arriero, cero. Pero las conchas, ¿serían marinas?. ¿Ver siempre el mar?… ¿Es que venían del mar?. Pero en fin, al Arriero de dónde viniesen se la repampinflaba por tiempos y fases. El Don Cafrún, exquisitamente rizado “afro”, coquetón y encantador, con aquella cara de perro pachón o “bull-dog”, con sus senos de gordo dando formita al formidable salto de cama o picardías que, con sus colores heráldicos tan raros, un poco a lo “pop-art” u “op-art”, la verdad, era la a modo de hopalanda de honor, dalmática o toga- unisex -de aquellas raras y tan raras gentes, que casi parecía un “hombre- baya” de los suyos, pero no, y además que para indio era bronca la voz; era desmejorado. Las preocupaciones de Estado le absorbían. Y no era para menos. Cortados los Abastos de los Pueblos Sometidos, la forma de vida de los Borregos tenía los días contados, aun cuando habían reservas, pues eran- era él en persona- previsores. Y recibió al Arriero sin cumplimientos. Le extrañaba un poco volverlo a ver, pues después de esa rota no esperaba se atreviese a dejarse ver por Tiquis. Pero era cuestión de apreciaciones diversas. Y la Rebelión de los Pueblos Federados era cosa consecuencis de la relativa rota, sí, pero no menos de sus parciales victorias; pies eran sus aguerridos flecheros los que la habían encabezado al volver, en muchos casos: después de luchar como iguales con los Borregos, no los aceptaban como amos. Y el Don Cafrún ya se daba cuenta de que el Arriero a lo mejor había sido nefastísimo a su Patria, en pareja con el Don Puerta de Granero de odioso recuerdo. Pero bien, el Arriero era extranjero y no tenía obligación con Tiquis ninguna …excepto su acuerdo de caballeros en nombre de España de asistir militarmente a los Indios Borregos. ¿Y venía sólo?. Claro. Primero los Motilones por la conjuración del Puerta de Granero por traer los Estados Generales, luego la Represión por el Arriero como Dictador un poquito,¿no?, o ejecutor, y ahora la Invasión de los Cagarrúas, nada menos, y según se decía la declaracíón de guerra de los Chachapoyas, con las pedreas de las independencias de los Pueblos Sometidos.  Era el momento peor de su raza desde que se instauró “El Régimen Político Definitivo” hacía setenta años. El Don Cafrún sentía una inmensa pena, pues él, no como Doña Mischia, se daba perfecta cuenta de la situación. Que el sólo roce con la civilización de los castillas les había desmontado a ellos, sólidos y definitivos como rocas, tanto como al más mínimo pueblo de “desnudos” de la Breña. Pero ahora se aferraba a lo positivo; era desastroso en sí, el Arriero, el Turans Illiu o lo que fuese, pero a la vez, puntualmente, era el caudillo militar capaz de salvarles de la amenaza Cagarrúa. Los Cauchales eran todavía suyos, y sólo ellos conocían las técnicas de tratamiento del Caucho para hacer las gomas de los Tirachinas y las otras cosas. O sea, lo básico de su poder era intacto. Y miraba al Arriero con mirada implorante: “Al menos salva eso, hijo de puta”. Que era mirada casi amorosa que el Arriero percibió en su significado, mientras departían y planeaban, contando fuerzas y recontando jornadas y eligiendo el modo y los sitios en que darían la batalla. Del Rey Árbol, niente; que durmiese en su láudano, mejor. Eso sí, cuando hubiesen nueva Hueste formada, y rizada, ¿eh?, y rizada, entonce, guarnecido de la guerra como terrible dios bélico,más rizado que el Tifón o Rizo fractal Primordial forma misma de la Mana o Savia o Caucho de las Cosas y los Seres,  el Rey Árbol comandaría las tropas desde su tribuna y luego agitaría un pañuelito mientras se iban al frente, siguiendo comandándolas, se sobreentiende, ¿eh?. Y el Arriero que sí, que sí. Que claro, se sobreentendía. Y con éstas, no lo vió tan mal el Arriero, que recibió el mando total, y mandó a sus ojeadores a las Marcas, al camino por donde tendrían que venir los Cafgarrúas, y otros ojeadores a los Cauchales, pues que el Arriero hubo de ir al palacio del Don Borrego donde era su residencia …

En fin, que el Arriero pudo, con Degolladores a disposición, decir que no y nanay, pero en fin, el Arriero era marica,¿eh?, y durante los días de campaña, que le parecían un año y acaso fuesen un mes y medio, no había tenido demasiada carnalidad, y el cariñito del Tadu lo perdió pronto; y era desolado de la derrota y de las matanzas, y necesitaba el apoyo del ayllu del Don Borrego, pues que el del ayllu de Doña Mischia creía no tenerlo ya; aparte que ése ayllu de Doña Mischia, militarmente, poco podía aportar ya, pues que era en cuadro después de servirle de carne de cañón y de todo lo demás. Por lo que el Arriero se acostó y esperó lo peor… y ejericuá. El Don Borrego, guerrero decente, ni mejor ni peor, y que a su manera acaudilló a los suyos y le hizo de efectivo cuadro, dentro de lo que pudo sacar y exprimir de aquellos indios, que con mejores tropas él triunfa; quería su particular “descanso del guerrero”, y la manta- fina-que hacía de puerta de su aposento, donde era el Arriero según su costumbre, con un brazo debajo de la cabeza y fumando pancha arriba en la oscuridad, se abrió y dejó entrar a la versión Tiquismiquis o Borrega de una odalisca de ondulantes caderas. Iba encamisonado. Pero, ¡joder¡, ¿por qué narices no se afeitaba el bigote?. Pero el Arriero lo pasó bien, pues después de saciar a la odalisca Borrega, que baló un poquito de placer más bien anal-ojos de concubinas observaban en silencio desde la oscuridad-, la odalisca le sació a él, que ya era odalisco más bien, y el Arriero, de menguada estatura, como de niño, y de piel lisa de niño pese a que era acuerado y ya maduro, tuvo otra vez doce o trece añitos, o quince. Su ano fue un volcán y se corrió esa noche cuatro veces. “Semen retentum venenum est”. Sintiendo todavía como unas manos recorrían su cuerpo y un poco hecho polvo, el Arriero, engalanado de nuevo de Capitán General, se vió a la mañana siguiente con el Rey Borrego o Rey Árbol. Y éste le repartió Salud y Belleza. Pues bueno. Pues reparte. Y le confirmó de Gonfalonero o lo que sea de ésas gentes. Perfecto. Y des´pués de terminado el acto, le despidió afectuosamente, cual si fuese el propio Rey Árbol Don Vinsenpráis, nunca olvidado, que tan bizarramente finó. Así supo, o se lo confirmó, que no se les recibió oficialmente “porque los nobles Borregos no enían rizados”. Bueno, otra locura e idiotez más, se dijo el Arriero. Y antes de comer, ya salió de exploración de las avanzadas con sus 25 Degolladores. Era de nuevo en campaña, ahora defensiva. A ver qué tal le salía ésta.

No conocía bien el País Tiquismiqui, por lo que solicitó prácticos, y los obtuvo, y Don Borrego se le ofreció de guía, pero no era suficiente y era enojoso un poco, pero el Arriero se dejó querer. Conocía los 70 kilómetros de la jornada a Tiquis, y más o menos los caminos previos de ahí a los roquedales-en uno de los cuales eran escondidas tres piezas de oro abundantes en dos escondites, dos y una-, y las rotas y senderitos inciertos y las breñitas que eran ya del rodeo del Macizo de Cagarrúas hacia el camino por donde vino, hacia los pasos menores pero rotísimos que eran ya del Virreynato del Perú, pero fuesen acaso 600 kilómetros, si no eran más, de soledades, y la Subida al Altiplano.Y luego, dentro de los Tiquismiquis, una ruta al lugar, tipo presidio primitivo, donde era o fue, que era retirado el retén y la fuerza ardida, la entrada a los Pueblos Sometidos; pero no entró profundamente en ellos, y eran, le concretaron, quince “islas” con quince tribus de nombres impronunciables, ya conocía a los Chamurris, por ejemplo, y rodeando esta amplia demarcación o país era el primero de los grandes Cauchales de los Tiquismiquis. Y esto era malo, porque el enemigo lo ampararía o cortaría el camino a la primera. Y una sublevación hostil de los pueblos Sometidos acaso diese de esos Cauchales. Era lo más débil de todo el País de los Borregos, o su Emporio. Sabía ser otros grandes Cauchales en la otra dirección, donde los atacasen los Motilones Bujaris y Xinguris, como se vió, y acaso hubiera otros; pero vió éstos de aquí insostenibles. Y del otro lado, conocía de modo práctico las entradas a las capitales de los Motilones ésos Xinguiris y Buaris o lo que fuese; y no le extrañó la idea de que, en ser atacados los Borregos, ésos se vengasen acaso con la alianza de otros pueblos Motilones, pues mellados a ellos los había dejado pero bien-chasqueó la lengua, nzsch- no a sus fuerzas militares, aunque luego las de los Xinguris el Primer Trabajador - finado en el Altiplano-o jefe de Guerra Borrego, les diese dura rota. Por ahí era de esperar invasión Motilona. Y ya vió, en general, que la entradita del propio país Borrego a los Cauchales por delante de la gran marca con los Pueblos ex Sometidos, sería pérdida y rota ya; y supo que ése gran “vacío” de población al pie de los Andes, era debido, sí, a antiguas guerras de Riquismiquis y Cagarrúas, de modo que ni unos ni otros habían poblaciones exactamente al pie, de modo tradicional, pero también le explicaron el porqué de ése “vacío” de tribus durante varias jornadas “en círculo” desde la salida de los Andes, e incluso-comprobado por él- “en círculo” alrededor del Macizo de los Cagarrúas, que era dura muela de los Andes todo él, a lo largo de todo su país desde la Subida del altiplano y su Roca Nacional y aún antes desde Carmacuncha, y más extenso visto desde encima que el propio país habitado por los Cagarrúas, y que al otro lado era ya el Perú. Por ese “vacío” había hecho él su largo viaje, por breñitas, hasta dar con la verdadera Breña, cuya entrada desde ese lado y desde el Altiplano eran los Tiquismiquis. Y era un vaciado deliberado, deportando pueblos sometidos, por crear una zona “vacía” que hiciese de glacis de los Tiquismiquis y les diese jornadas de maniobra. Por hacerla mataron hacía setenta años a miles de personas de tribus, por ampararse ellos en exclusiva de ésa región de salida a ése paso de los Andes, y sin embargo seguir ellos relativamente “al interior”. Y bien cierto era que ése “desierto” de personas, y sólo Breña, disuadía de entrar a la Breña, que parecía país despoblado de humanos; y por el lado de enfrente de la Salida, tirando recto, eran los Cauchales de los Tiquismiquis muchísimas jornadas, y a derecha Breña deshabitada muchísimas jornadas hasta dar con otros pueblos muy alejados; de modo que del País de la Breña con todas sus naciones, hacia la izquierda de la Salida, eran de él como Marqueses los Tiquismiquis como pueblo, como Señores de Marca de la Selva. Pero los Cauchales eran expuestos al ataque de sus ex Vasallos, ahora libres.

Vió el Arriero que el glacis exterior era en parte perdido, pues si salía de las tierras propias de los Tiquismiquis, habría a su espalda las gentes de ex Vasallos, y sería entre dos fuegos. Y era pena, porque eran terrenos que poco a poco se despejaban, de modo que a la Salida de los Andes era un gran semicírculo, más secos, sea por desmontes sea por rotos y pampitas, como una a modo de escalinata, que quitaba lugar a la siempre verde selva, o sea, la Breña, la Gran Breña, que parecía vista desde encima al bajar los Andes un océano de agua verde, esmeralda de un lado, verde vejiga o negro de otro, con lejanos horizontes humeantes de vapor negros o azules.

Vió pues que, entradas ya avanzadas de Cagarrúas, y de ahí la alarma, el glacis de días de marcha, y que el Añanzú sería, él de su persona, aún del otro lado de los Andes o pasándolos-no se equivocaba-pues imaginaba la dificultad de organizar la expedición; los Cagarrúas detectados serían exploradores, y acaso fuese útil dar de ellos; pero no, no era para perder fuerzas y con los ex Aliados detrás. Sería preciso atenerse a la defensa desde donde a él le salieron los guardianes rizados hasta Tiquis, por el mismo “camino real” de marcha, pues que no había otra y tampoco el Añanzú haría florituras, con una Breña impenetrable por todas partes. Eran en ésa ruta hasta cinco pueblos con su Rey Árbol y su Árbol, pero era la parte menos habitada del país. Del lado izquierdo o este, y del noroeste, era el gran golpe de los muchos pueblos Tiquismiquis, todos según el modelo de Tiquis. Y ya vió, en inspeccionar estos cinco, que el valor de defensa era casi nulo. Las casas de los Reyes Árboles eran más endebles que la del Rey de Reyes. Y las estructuras “raras”, que creyó pudieran haber un valor militar-y lo tenían, si fueren para ello usadas-eran niente contra lo que les vendría, fusilería y metralla y guerreros de pavés pintado y haciendo “ho, ho”,y caballería charra o cosaca de ésa que tenían …y flechas de unto. Búf. Era rota total. Vió que aquí la defensa, contra un pueblo más numeroso y un ataque que excedía los modos de guerra de la Breña, fuesen éstos de incursión tipo Motilones o de batallas pectadas, como el que al parecer practicaban los Tiquismiquis- más represión policial colonial, claro-era una defensa de guerrillas flecheras. Si tuviese ahora aquí los flecheros que tan inútiles le eran en el Altiplano, o relativamente inútiles. Y, tras darse cuatro vueltas inspeccionando esta zona, pues ésta sería la zona de operaciones, se acercó cautelosamente a la capital de los indios Latvios, primera de las Naciones ex Sometidas, muy numerosa, y bastante cercana al territorio propio Tiquis Borrego, y que era nación pequeña criadora de gallinas, perros y puercos, y suministradora de sus amos inútiles o casi, que ya había visto la mala agricultura rudimentaria de éstos en sus tierras propias, y cosa de mujeres por su cuenta, del bajo pueblo, por desesperación y por proveerse ellas mismas de un poco de suplemento de comida para sus hijos y donde no trabajaba ni un solo hombre rizado o no de Tiquis y nadie de la clase de “Bellezas” rizadas o “Perfectos Lisos”.

Si conseguía una alianza en igualdad con éstos, le harían de pavés de las otras tribus ex sometidas- no de todas, pero de bastantes-y aseguraba los suministros de Tiquis. Luego probaría con los Chamurris que tanto éxito le habían dado, pero eran éstos tribu menor de cabreros muy poco y cazadores- recolectores, que habían venido ejerciendo a la fuerza la mini- ganadería que desconocían o preferían desconocer sus Amos.

Llegóse en su mula solo a Litvinia, la capital de los Latvios. Muchos de los suyos habían participado en su expedición al Altiplano. Y, aunque ejecutados los rehenes que de ellos habían los Borregos-por consejo suyo-ello significaba sangre nueva al mando, que podía ser bueno o malo. Y fue bueno, pues la “independencia” era ni más ni menos que sus flecheros al llegar, habían chocado con los pocos capataces de Borregos pues venían chulos de una guerra, y de ahí aquí la rebelión. Y supuso que en otras naciones fuese igual, y que hubiese habido un efecto de “traca” de unas a otras. ¿Empezaría aquí, o se repetiría espontáneamente el fenómeno?. Con gran frialdad y sabiendo que podrían matarle, jugó su carta. Y en cierto modo ganó. Los jefes nuevos, una bez muertos los antiguos de rehenes, eran un grupo de oficiales flecheros, y entre ellos dos, amigos y rivales, Asunac y Rimbombac. Le recibieron bien, y vió que el pensamiento de éstos era confuso. No tenían ni idea. El pueblo era amedrentado en parte, esclavo como era, por la chulería de los nuevos jefes, que eran más o menos la clase de 1500 flecheros ex combatientes, y porque creían, como los Cagarrúas del Altiplano respecto de España y los frailes y la Iglesia, que los “omnipotentes” Tiquismiquis, Señores del Caucho, les castigarían duramente. Aquí, al menos-no excluía Maquiavelos e intrigantes nativos en otras tribus- no sabían niente de las dificultades de sus ex Amos. Pero ex Amos, ¿y ahora qué. ¿Qué preferían que fuesen, respecto de ellos?. Y se quedaron parados y confusos. Y el Arriero les dijo que los Indios Borregos aceptaban su independencia y que nunca les irían en contra, porque los estimaban, y al decir esto el Arriero, el Pueblo dio una gran ovación, y hasta los ancianos, que no se lo acababan de creer, que no fuesen a recibir castigo durísimo, lloraron.¡Eran libres¡. Y el Arriero vió cuán fácil le era que pareciese que la independencia se la concedía él, cuando se la habían tomado ellos, y legítimamente. Pero dejó las reflexiones para otro momento. Y entonces a estos dos les dijo que si habían pensado en la forma de gobierno. Y supo por sus caras que no. Querían- cada uno- ser “un Gran Jefe”; nada más. El Arriero les dijo que los Tiquismiquis les eran ahora Hermanos y Aliados, y que no tenían por qué ser Borregos si no querían, pero que si querían podían reingresar al Imperio Borrego como Borregos Iguales. Y vió que no. Pues si no federación, confederación. Que los Borregos y los Latvios, juntos, formaban una Gran Coalición Reyna de la Breña. Se entusiasmaron. Y el Arriero pensó que les había timado con los sellos o pegado “la Estampita”. Y más o menos, así era. Que lo mejor era que ellos, pues eran tan amigos, se dijesen los Dos Reyes Iguales Hermanos, y que a ellos les tendrían en Tiquis por los dos cónsules de los Latvios. Y se entusiasmaron. Tontos. Y entonces el Arriero dijo que necesitaba tropas contra los Cagarrúas, que el Añanzú les venía encima. Y empalidecieron. Ya conocían al Añanzú. El Arriero les dijo que el Añanzú quería venganza… y que a ellos y a sus señales de tribu y raza los conocía de sobras- mentira, que el Añanzú, como un castilla cualquiera, se orientaba escasamente en la Breña y todos le parecían iguales, “indios desnudos”-, pero éstos se creyeron casi  que el Añanzú tenía su “retrato robot” y que eran hombres muertos. Que casi les pesaban las facciones de sus caras, sin darse cuenta de que ni un castilla ni el Añanzú les hubiera distinguido uno del otro, que hasta iban peinados iguales, y la raza suya era homogénea en extremo, que vistos desde afuera todos parecían iguales, indios melenudos de cómo 1 70 máximo, de piel color barro rojizo, en contraste con el color de humo enterquecido de los Cagarrúas y Cojones, y del color pálido ahumado de los Indios Borregos. Total que el Arriero les sacó ser Pueblo Federado, y ellos contentísimos; les sacó 1000 flecheros al mando de su Rey de Guerra el Rimbombac, que el Asunac se quedó. Y les sacó que no atacasen los Cauchales, y les miró a los ojos, que eso era sagrado.Y tuvo por seguro que por ellos no vendría ningún ataque, pero que no los defenderían tampoco, como nunca lo habían hecho ni se les pidió. Pero sus tierras hacían de pavés de otras tres o cuatro tribus rebeladas, que sí pudieran tener tentaciones en ése sentido, por lo que se dio por bastante y bien asegurado.Y le constó que el Asunac levantaba otros 3000 flecheros para defender su país, por lo que se alegró y vió que a lo mejor el Añanzú se detenía en su marcha contra ellos y se lo entretenían. A ellos les dijo que eran no sólo aliados de los Borregos sino del Rey de Castilla,y se quedaron más anchos que la hostia. Que les dejó una de las banderitas blancas con aspa roja que había hecho, y si hubiese tenido un poco más de tiempo, los guerreros le juran la Bandera.

Y enviando con un práctico al Rimbombac y sus 1000 a Tiquis, donde otros oficiales Tiquis formaban el contingente militar para enfrentar a los Arrúas, el Arriero trató de repetir la jugada con los Chamurris. Aquí se encontró un chamán viejo, resentido y resabiado, pero rodeado de guerreros ex combatientes del Altiplano. Como a los otros, su rebelión les había costado la vida de sus reyes y rehenes de la familia real, y el hechicero se había hecho cargo, junto con los oficiales más duros de los flecheros. Era el chamán Ahuhuyehó Chauasco. Y fue hombre duro de convencer. Pero en el curso de la charla en “breña” comprendió el Arriero que éstos tampoco atacarían los Cauchales; éstos,no.Todavía habían demasiado miedo a los Indios Borregos. No querían ni oír hablar de ellos, como por alejar la idea de que pudieran volver. Y entonces el Arriero les habló del Añanzú, de sus hazañas y de los grandes escarmientos que había hecho con sus hermanos, si no los iban a vengar; y les dijo que muchos de ellos eran aún luchando “allá arriba”-señaló con el pulgar-en las ocho pezetas de 500 que había dejado. Y palidecieron, y el chamán miraba a los oficiales golpistas, y éstos, pálidos, le dijeron que era verdad, y éste viejo no palideció sino que se oscureció. Y que imaginasen las hazañas que harían sus hermanos y que algunos serían presos… y contarían cosas, como por ejemplo dónde era su tribu y los nombres de todos los miembros de la tribu- faroleó el Arriero-, y una vez más, éstos catetos se creyeron  que sus caras eran pregonadas en el centro de Nueva York en carteles de 60 metros de alto con un “Reward” debajo.No concebían el anonimato como los civilizados, tales como Cagarrúas y castillas. Era público todo, y si eran pillados en operación militar nocturna, y era sabido su hecho, se derrumbaban. Eran tan duros como su directa impunidad, y si no, eran como los niños de once años, que dicen siempre la verdad. Y no carecían de inteligencia, precisamente; es que su forma de vida era ésa y no se hacían a otra. Ni la dictadura de los Borregos les había torcido y cambiado de cómo eran. Y en fin, que les hizo sentirse desamparados y que el Añanzú caería los primeros de todos sobre ellos, y que necesitaban una Alianza Militar siquiera puntual. Y se agarraron al clavo ardiendo. A éstos les sacó 2000 flecheros y oficiales todos ex combatientes, con un mayor, el Don Chamurri Kosú, que diré Don Kosú; éstos eran todos “Chamurri” delante del nombre, y las mujeres “Chamurra”. Eran tan iguales que parecían todos familia. ¿Qué era absurdo que si sentían amenazados, todavía se desprendiesen de sus mejores tropas?. Ah,, es el secreto y el “truqui” de las Alianzas Militares. El Arriero les dio una banderita española, hizo Capitán General al viejo chamán-que le dio un peto castellano y una banda morada-y le hizo “Aliado del Imperio Borrego y del Rey de Castilla su Protector”. Y se quedó más ancho que un ocho.Estos otros completaban el pavés, de un lado, de los otros ex Sometidos sobre los Cauchales. Objetivo uno. Y de otro, eran carnaza que le dejaba al Añanzú, el cual no avanzaría en flecha hacia Tiquis dejándose a éstos detrás, que sus ojeadores le avisarían de las banderitas españolas, o si no, otros indicios de enemistad, o que chocarían con los exploradores propios de éstos, en estado de guerra. Al Añanzú le harían éstos a lo mejor como Carmacuncha había hecho al Sargento General en su Subida al Altiplano, que, de no ser Carmacuncha, la hubiera hecho sin duda. Y fue Carmacuncha la que le detuvo. El Arriero esperabva que aniquilar a estos pueblos entretuviese al Añanzú y le causase numerosas bajas.

Con las últimas tropas marchó a Tiquis, y allí se ocupó de organizar la Hueste y de distribuírla, y otra vez se puso en camino, pero hacia el primero de los pueblos de Rey Árbol por ver cómo pudiera defenderse o desampararse, y así con los otros cuatro de la línea o zona de entrada posible del Añanzú. No se ocupó más de los otros Pueblos ex Vasallos porque no tenía tiempo. Ya se vería, si vivía. No sabía el Arriero, al amedrentar a los Chamurris, que, de hecho, sí tenía el Añanzú, y con él el Bambolo, intención de exterminarlos a rape. Y nada sabían los enemigos del Arriero de rebeliones en los vasallos de los Borregos. Mejor para él. Entraban, pues, apercibidos de guerra total, y al ojear a las primeras tribus de su derecha, que eran éstas, las hallaron en pie de guerra y con banderitas españo,las colocadas en las casas principales. O sea, que para ellos no hubo duda, y los caminos eran en la Breña desiertos,; no había otra lengua, que ellos no hallarom ser humano alguno hasta avizorar de lejos las aldeas de los Chamurris, que eran los primeros, pues enfrente de la Salida eran inmensas breñas y unos Cauchales infinitos, y a derecha malos caminos de desmontes y breñita mala, medio de montaña, medio seca y medio de la de abajo, de intenso color esmeralda ése día que entraron desde el Altiplano. Los primeros que entraron eran jinetes del Bambolo, gauchos de cimitarra que eran, y arrieros de trenes de llamas prácticos de esos pasos por comercio en tiempos anteriores a la matanza de los frailes allá arriba.

Ni tampoco sabía que el Aschún Atlán, Rey de los Chachapoyas, eran con cerca de 2500 hombres suyos, y en combinación con el Añanzú, descendiendo por otros pasos de los Andes, incluído el terrible de “los cien mil escalones”, que era cortado a pico desde 2000 metros de altura sobre la Breña, y los soldados habían de bajarlo por un friso o alféizar de unos dos palmos y medio de ancho, que era impracticable por nadie que no fuesen los “gringoítos”. Y que sólo la altura, sin cuerdas, a cuerpo, que iban viendo estos guerreros desde arriba hastabajo, causaba pavor. Eran éstos descendiendo a la Breña en la dirección del final de los Cauchales del noroeste de los Tiquismiquis, y sus primeros soldados eran embajadores que inmediatamente fuéronse a ver a las tribus más cercanas de Motilones por tratar el negocio de una Entrada a los indios borregos por su retaguardia. Y ésos indios Motilones más cercanos eran los Xingurris y los Bujarris o Bujurris, que de los dos o tres modos se les llamó, y les hallaron a unos destrozados pero llenos de odio, y sólo les pudieron reclutar 300 hombres, y a los otros muy destrozados pero con ejército, y pactaron su entrada con 3000 efectivos de Motilones. Y aún un diligente embajador de éstos fuése a alguna de las otras Naciones ex Sometidas a levantarlas; que todo esto fueron días y más de semanas acaso, pero no se supo más de él, y  supónese que o le emboscaron y mataron por robarles sueltos, o Jiborianos muy al Sur, o de algunos Pueblos ex Sometidos. O acaso se dio un mal golpe en la Breña, le picó o le mordió una mala alimaña, o se metió en un río que no debía, y era lleno de pirañas. Alguna cosa de ésas le pasó y ése negocio político no se hizo. Pero ya lo de los Motilones Bujurris era temible y letal para los Tiquismiquis. A éstos les había el Arriero masacrado y afogado su capital, como a los otros Xingurris. Eran hechas más de cincuenta hechicerías contra él, por hacerle reventar de mil modos, y digamos que, aun cuando no le conocían de cara, era puesta su cabeza a precio entre todos estos indios; literalmente, que el jefe de los Motilones Bujurris compraba por un elevado número de otros bienes y honores, su cabeza o su cráneo. Y eran ardidos esos 3000 guerreros de cobrar la recompensa.
En Tiquis, con la ayuda de los capitanes ex combatientes del Altiplano, el Arriero, o sea el Turans Illiu de unos y Turans Tenic de otros, reunía la Hueste. Eran los 1400 Tirachinas, ya sin reserva ninguna. Eran los 600 macaneros, reforzados con otros 1500, bisoños. Los 1000 Latvios y los 2000 Chamurris. Más lo que quedaba del tren de mulas,. Eran todavía con él 20o arrieros, 100 de ellos desesperados de Las Minas, y sus 25 Degolladores desde luego. Al norte era un contingente disminuído de unos 1500 macaneros y lanceros, no todos alforrados. Al oeste 2000, contingente también disminuído, aunque reforzados todos éstos con nuevas levas. Al este, que era más peligroso por las Tribus ex Sometidas, el Don Cafrún había rehecho contingente íntegro, y eran 4000 hombres de Borregos rizados y sin rizar. Y al sur eran 170 guardias de fronteras. Eso es lo que quedaba del Ejército Borrego de Cuatro Partes de 16.000 hombres de que disponían al llegar el Arriero, y del aumentado Ejército invasor de 24.000 y pico más un resto de mujeres hasta 30.000 con que el Arriero había atravesado los Andes y subido al Altiplano. Eran como Ejército de Maniobra ,4900 hombres, más 325 de propina, 5225, la mitad de aquéllos con los que contó en la anterior batalla. Y como Fuerzas Territoriales, 7670 hombres. Prácticamente ya no había más gente disponible, “como no se reclutasen los hombres-baya”. Risas. Y tras ellas, el Arriero dijo que pudiera ser una lucha de tal manera que deberían luchar hasta las mujeres …El semblante del Don Cafrún se hizo serio. Pero el Arriero no se hacía ilusiones. Los poblados de los Borregos, como muchos de la Breña, eran abiertos; el Imperio Borrego confiaba tanto en el Caucho y eran tan imperitos sus miembros, que la sola idea de fortificar, de hacer trincheras, terraplenes y empalizadas, no digamos murados, les era ajena y repulsiva, aunque no desconocían que existían fortificaciones, prueba de ello era el rectángulo imbricado al circular Palacio del Rey. Pero era irrisoria, y de madera de teca o algo así. Todas sus edificaciones eran de madera o corcho o cortezas, muy bonitas, sí, pero endebles como valor militar. Incluso los Motilones cuyas capitales había asolado, habían levantado empalizadas, bien que no de troncos, sino de gruesas cañas de un puño de gruesas en los lugares más fuertes, y de cañizo el resto; aunque, curiosamente, eran cercados abiertos en una tercera parte de su circunferencia, como si hubiesen los indios aquellos claustrofobia y no quisiesen cortar del todo el horizonte externo con una barrera visual, y que desde dentro del poblado se viese el exterior, “el mundo”. Eso le dio grandes facilidades militares al Arriero para acabarlos; seguramente eran ésas empalizadas modos de control social o modos de acotar el lugar y defensa contra animales salvajes, más que fortificaciones contra humanos o con intención de resistir adentro.Eran un mero telón a retaguardia para no ser sorprendidos, pero dando la cara y no escondiéndose por delante tras una “cobarde” barrera. Acaso fuesen útiles tales grandes aberturas en caso de incendio, un peligro seguramente mayor para ellos que un ataque enemigo organizado y sistemático, y cada cual se defiende de sus mayores peligros y pone a los secundarios a la cola. En el caso de los Indios Borregos, el “orden” y el “Control” era invisible, y se manifestaba en la Cortesía y el Culto, en el Atuendo y los Modos, y su arquitectura era tan manifiesta en los meros “crop circles” complejos de sus circulares zonas despejadas de Breña, o poblados, trazados a cordel y haciendo complicadas combinaciones de líneas de círculos, círculos imbricados, tangentes, en grupos, interseccionados, etcétera, como en los edificios. La Capital, Tiquis, eran 50 círculos, del Mayor del  Árbol a otros de diez metros de diámetro, y cada uno de ellos equivalía a lo que para nosotros es una calle. Iba entre esos círculos y nuestras calles lo que va de un libro enrrollado al códice.Su defensa militar era nula. Su “Maginot” era la Situación Estratégica que creaba su posesión de 3000 Tirachinas, y, bajo esa muralla de Disuasión, se ahorraban otras fortificaciones. El Arriero veía, pues, que era Tiquis lugar indefendible y de valor militar cero excepto como campo aprovisionamiento, o acaso, el lugar de la batalla campal, por su suelo despejado, donde se podrían usar los edificios, en círculo, como barreras, ellos sí, pero discontínuas, pues ni siquiera eran éstos como la Cabaña Única de la capital de los Bujurris, como un círculo o Fuerte perfecto excepto por una entrada, sino que eran aquí las casas sueltas y de formas caprichosas, y muchas, no todas, redondas; y las del pueblo, todas bohíos redondos; sin que existían también casas colectivas alargadas sobre pilotes, de algún valor militar como atalayas, pero que no tardarían en arder de flecha incendiaria. De todos modos, estudió dos situaciones, el Arriero: uno, batalla dilatoria de guerrillas y trampas y zanjas-¿pero con qué mano de obra?-al avance del Añanzú; y dos, batalla campal y a todas en la Capital, para lo cual estableció unas líneas de defensa y puntos de fuerza o de apoyo: el bosque de “allá”, uno, y la fuerza de madera de teca del Palacio del Rey, “allá”, el otro. Y al ser desalojados de ahí repliegue al otro lado de la plaza desamparando el Árbol, y en las casas de allá, y luego círculo por círculo en aquella dirección, que cada uno daría ocasión a una pequeña batalla. Y a últimos- ¿habrían últimos’-retirarse la Hueste superviviente, que la población era desamparada a ésas, a la Breña más allá de los últimos arrabales o circulitos desbrozados de ella. Él desde luego sabía dónde ir, y ya lo planeó con su amante el Don Borrego: a aquella casita que fue “donde se amaron por primera vez”. Y el Borrego le dijo que sí, y que le aportaba permanentemente cien maceros de su linaje. Que él ya había ordenado la evacuación de sus mujeres e hijos allí. No era seguro al cien por cien, pero muy a trasmano y era improbable que el asalto Cagarrúa llegase ahí. El Arriero, por si vivía, combinaba. Otros jefes de ayllus habían preparado sus residencias solariegas, por así decirlo, en otras partes que en Tiquis. Quien no podía ir a ninguna parte era el Rey Árbol, y se ofreció a combatir, comandando, como siempre,; pero asumiendo, de hecho, con sus hermanos y primos, la defensa de la fuerza aneja a su Palacio. Y esto se lo dijo al Arriero muy seriamente y guarnecido de la guerra. Y el Arriero le creyó, como lo era, muy dispuesto a inmolarse alrededor del Árbol. Que no le cabía duda el Pueblo se apiñaría alrededor del Árbol a su amparo y por defenderlo, las dos cosas,y que muchos guerreros no se retirarían y darían allí su última batalla. E imaginaba perfectamente las descargas de cañóm y las cargas de caballería de cimitarra. Por cierto, una de las informaciones clave sobre el enemigo era saber si el Añanzú había logrado pasar el Coño de los Andes o quebradas con alguna artillería, o no. Carronadas en todo caso, suponía el Arriero. Porque otra cosa …

La decisión de inmolarse del Rey Árbol local de Xantya, la primera aldea circular que encontrarían los enemigos, eran también notable. El Arriero había esperado que a lo mejor el Rey de Reyes Árbol de la Capital convocase a todos los otros, unos 500 decían, ¿no?, y cada uno aportase su persona y una Hueste, aunque fuese reducida, al modo, qué sé yo, de la Hueste feudal del Rey de Francia, con la Oriflama y todo eso, pero no. Aquí los Reyes Árboles, confirmando que su función era más bien sacerdotal, se movían tan poco como el Papa de Roma de la Plaza de San Pedro, y bueno, ahora que lo pensaba el Arriero, y por los grabados vistos, pues un parecido con los Reyes Árbol pues lo había …Ése piramidón u obelisco que decían habían colocado en medio …Los Reyes Árbol eran enrraizados a su círculo, si bien le constaba que extraoficialmente se habían movido por los alrededores de su “municipio”. Una vez eran elegidos Rey Árbol, no se movían, y no se conocían entre sí en muchos casos, y se comunicaban por mensajes orales. Sí que era posible que se conociesen de antes de su elección, o que fuesen parientes; y sus parientes exentos de sus altas funciones, podían ir de uno a otro y eran en contacyo familiar.

Así pues, vió el Arriero que éste se inmolaba. Éste era un hombre ya mayor en relación al Rey Árbol nuevo de trinca de la Capital; aquí éste excedía incluso en edad y decadencia aparente al “bello” Rey Vinsenpráis, lo que delataba o maniobras políticas para él desconocidas, prebias a su llegada, o un hecho regular que consistía en que era más la exigencia de perfección y belleza al Rey de Reyes Árbol, o que era la Capital más sofisticada y renovaban más sus Reyes Árbol. A éste le debía no tocar el Jubileo y empalarse, sino que pasaba con mucho de la edad apropiada. Era armado de alforre y cota y maza, con ricas vestiduras, incluído el gracioso picardías o salto de cama, rizado y con casco cañuto con plumas medio palmo menos largas que el Rey Árbol central y que el Jefe de Guerra, cargo vacante por ser muerto el Don Sifún del Sifán en combate en el Altiplano, como tantos otros aristócratas rizados. Con él eran 20 hijos suyos en edad militar, y no se contaban los menores y las mujeres, excepto que tres rizadas hijas suyas, bellas más o menos, eran guarnecidas al modo de los hombres, pero con atavíos femeninos exceptuando las cotas, y portaban arcos y flechas. ¿Resabio de las Amazonas?, preguntóse el Arriero. Bueno, si las Princesas querían luchar, pues que lo hiciesen. Eran de todos modos tres, de las otras cuarenta hijas del Rey Árbol de Xantya. ¿Y otros efectivos?. Su Pueblo. ¿Cuántos guerreros?. 20 rizados de alforre y 350 plebeyos de macana, desnudos. Mujeres y niños, 850. Bueno, ya era un gran pueblo.El Arriero vio que a lo mejor podía usar cada una de las cinco aldeas, en sus espacios centrales, como lugar de batalla campal, por lo que se estudió si aquí hubiesen posibilidades de dar un fuerte escarmiento al Añanzú; pero sin conocer exactamente sus efectivos, era prematuro decidirse. Eran muchas las fuerzas de los Borregos que, si se unieran, permitirían a lo mejor una batalla decisiva y la retirada del Añanzú, pero entre las Fuerzas Territoriales y los contingentes en cada aldea alrededor de su Rey Árbol, le tenían limitado. Veía claro que una batalla aquí la perdería, y que lo mejor era reservar fuerzas y dar la batalla en la Capital. El Rey  Árbol no pedía refuerzos. Bueno, mejor que no le echasen nada a la cara, porque lo iba a desamparar. Que cada aldea de por sí fuese un fortín en obstáculo al Añanzú, y él de los lados le daría flechería y guerrilla. Y se le ocurrieron varias cosas, que puso en marcha diligentemente , que fueron ver de sus ojos las avanzadas enemigas, y a la vuelta, terminar de negociar, pues envió a Don Borrego a hacer el negocio, con gentes de un no muy lejano santuario breñoso internacional, los servicios de un chamán perito que supiese fabricar el unto mortal, para dar a los del Añanzú de su propia medicina de flecha untada. A ver, a ver …

Y en despedirse del Don Borrego, cada uno en una dirección, fuése con sus 25 Degolladores en mulas, hacia afuera del País Tiquismiqui. Se le pasó por la cabeza la idea de huír con la pasta, pero no, era aún una comisión que hacer y una batalla que a lo mejor no perder. De momento, era César. Y llegar, aunque fuese forrado, a una población castilla y volver a ser un arriero indio o un mestizo insignificante, o un marica, que se le leía en la cara, o simplemente un tipo muy bajito de 1 48, no le seducía. Pues César. Mientras durase …Ninguno de sus Degolladores pasaba del 1 55. Y aunque en general las gentes todas, castillas- e ingleses- incluídos, fuesen en el siglo XVII más bajitas sustancialmente, como se comprueba en los Museos de la Indumentaria por ejemplo, al comparar tallas para fechas algo más cercanas de las que hay abundantes ropas aún, como el siglo XVIII, siendo del propio XVII más raras, y ya se ha  visto que  con 1 80 el Sargento General parecía un gigante, en la Breña las tallas eran más reducidas aún, salvo excepciones, el Rey Árbol Vinsenpráis ( 1 89) o las Amazonas, por ejemplo ( media, 1 72); pero como media general, en muchas tribus habían “buenos mozos” de la talla del Arriero, y esto, pues le reconfortaba.

Eran las gentes del Añanzú, según podía avizorar, 1000 de caballería de los indios Cojones, que había traído a lo mejor a todos. Muchas mulas con indios flecheros y arcabuceros. Y gente con medias corazas. Tren de abastos , como 2000 llamas cargadas y unas 1000 mulas; claro, sin carros. Bien. Eso significaba que no habría artillería. Pero … se decepcionó.Eran allí cañoncitos de larga curreña que no había visto; seguramente de Cochambrecanchas. Curreña estrecha,ruedas muy pegadas, o sea, transportables por lugares más estrechos. Y eran ya situados de modo que con sus fuegos cubrieran a la Hueste que era ya allí e iba llegando. Habían ya tolderías, pero no se relajaban. Los montados eran formados. Acababan de pasar, a lo mejor. Y de las tolderías habían humos de comidas. Eran todavía pocos, y aquí con su Hueste les hubiera podido acabar o descalabrar. Pero quién iba a saber que el Añanzú desampararía el Altiplano para seguirle. ¿Qué pretendía?… Y lo supo. ¿Una zona de retirada si perdía el Altiplano, por no tener que hacer la de Numancia?. (Que de todos modos, la hizo). Vio también carronadas cargadas a lomos de burros. Basta. Era suficiente. Le vendría con al menos 10.000 hombres y artillería. O sea, casi tan fuerte como en el Altiplano, y era imposible vencer. Y con éstas se volvió con sus 25 Degolladores. A marchas forzadas, dejando retenes que dejó de ojeo, claro, se volvió a Tiquis, y de allí fuése con los 25 Degolladores y unos prácticos que eran de tribu vasalla, que era la suya alzada, pero ellos se habían quedado en la Hueste, que eran indios Macistes, al santuario breñoso internacional, muy secundario, de Albeác, donde era el Don Borrego tratando de contratar un chamán por mercenario especialista en el unto venenoso, que era en realidad fácil y difícil negocio, que había que dar en el punto justo. Y había premura; que tampoco sería coser y cantar hacer el unto y untar las flechas de los flecheros o explicarles cómo se manejaba la cosa. A Albeác llegó en dos jornadas, pero en varias ocasiones se quedaron quietos por el breñoso camino por oírse ruídos que los prácticos dijeron ser bandas numerosas de sueltos, que eran gentes destructoras y depredadoras. Y que si hubiesen sabido era allí el Turans Illiu hubiesen ido de todas a por ellos, pues era pregonada su cabeza por toda la Breña por el rey de los Motilones Bujurris.

Y hubo algunos disgustos. Pues halló al Don Borrego, rizado y lujoso por impresionar, en una toldería con sus maceros de linaje, algo desanimado, comiendo. Era un lugar miserable, de arbustos pisados mil veces, otras tolderías muy míseras y pestilentes, un cercano vertedero y tras unas matas, un lugar de cagar con a lo mejor cien mil cagalutas y perros rebuscando en las más recientes meneando el rabo animados, pero hasta ellos como privados de vigor por la atmósfera de sauna de la húmeda selva, con ése cielo aquí casi siempre gris y lluvioso. Era el área residencial, a unos siete metros de él, del santuario internacional breñoso de Albeác. Que consistía en tres paredes de cantería o ladrillo, muy rotas, y un medio suelo de mosaico desportillado, con montones de basura acumulada alrededor, y plantas que crecían entre las losas desparejadas, y unas paredes grises como achicharradas de hinchadas que eran de humedad, con leves muestras de unas pinturas indiscernibles. Y allí, árboles con toda clase de amuletos y cosas colgados, que parecían árboles de navidad de una pesadilla. Y en la parte de suelo con mosaico o losa, un grupo de viejos chamanes envueltos en harapos, en charla muy animada, y uno de ellos gesticulando, desdentado. Lejos, un solitario indio muy curioso, con mirada asesina; altísimo, robusto, con un bodoque colocado en su labio inferior, que parecía un pato y que daba grima verlo, y la parte de los ojos pintada de negro como un antifaz. Este estuvo mirando un rato y luego desapareció. ¿Hércules consultando el Oráculo de Delfos?.Pero no habían mujeres, aquí. Luego supo que a diez kilómetros en la otra dirección era una esplanada con un campamento mayor, donde eran acaso la multitud de treinta y cinco peregrinos diversos, entre ellos mujeres de la selva, y una de ellas una Amazona, envuelta cuando llovía en una manta de saco pardusca, y con todos los atavíos de guerra de los hombres de las otras tribus de indios desnudos, y era ésa india desnuda, con el sexo al aire, afeitado; y que era allí hasta donde podían penetrar los profanos y las mujeres. Aquí era privilegio que se daba a embajadores de potencias. Y era el barrio de embajadas ése montón de miseria que había visto. El cagadero visto- y olido- era, pues, un cagadero diplomático. Unos tipos envueltos en mantas haraposas dormían en una toldería que parecía una planta carnívora y ellos en su boca. Debían ser otras gentes importantes como el Don Borrego y él mismo. Y el bocotudo un rey a lo menos. Era el lugar realmente una mierda, y era siniestro de verdad. Era el peor lugar que había visto nunca el Arriero.Luego supo que nadie, aun cuando fuese profano, le hubiese impedido entrar al sanctasanctórum. La costumbre sólo, era suficiente. Vió en otro momento llegar a una mujercita, que era Motilona de peinado de seta, y en origen pintada de amarillo de cuerpo, que era escurrida de las lluvias, y venía envuelta en una manta no muy mala, y por su estatura y todo parecía un niño, y les increpó a los viejos sentados, y todos ellos, sin levantarse, la echaron con una especie de cloqueo como diciéndole “va, va, va, anda ya de aquí”, agitando los brazos diciéndole que se fuera. Y aquélla les gritaba con voz muy aguda, palabras ininteligibles, y con su manita izquierda, reforzaba su argumentación, que era seguramente una queja porque la hacían esperar semanas su oráculo. Luego se fue, furiosa y desganada, que esta gente hablaba casi con esfuerzo y en retahíla, como si cantase, y sin fuerzas para realmente hincar las palabras. O eso le pareció al Arriero. A él ni le vieron. Y en otro momento vió a un indio robusto, pero no muy alto, pintado de colorines, evidentemente un guerrero chulo, que se fumaba un cigarro, se apoyó en el borde de pared roto del otro lado, se estuvo un rato mirando y luego, como el bocotudo antes, se largó.Tampoco le dijeron nada.

Por fin el Borrego le despertó y le dijo que habían audiencia. Los chamanes principales hablaban de precios. Regateaban.Y era allí un tipo de mediana edad, muy miserable y piojoso, de cabeza apatatada, boca de bagre, dientes aserrados, enano casi, con bigotes cantinfleros, y el pelo corto mongolo por delante, muy feo, rizado natural de suciedad por encima, y larga casi hasta el culo, pero ralo y muerto, por detrás. Era un chamán militar Jiboriano. Este pedía cinco monedas de oro. Era un desertor y era desesperado, pero con una moneda de ésas aquí se compraban dos mujeres. O sea, el secreto valía mucho más. Pero les hacía un “arreglo””por ser buena gente”. Y así se hizo el trato. Todos fueron contentos y trajeron cuencos llenos de ¿vómitos?, que eran su vino fino, cerveza de plátano o de lo que fuese, pero espesa y que al Arriero y al Don Borrego, que eran refinados, les repugnó aquello. Pero a los chamanes les daba igual el asco de otros; eran de otra pasta y de otro planeta. Y se lo hicieron beber, por putearlos. Lo que se rieron luego …Pero el Arriero cometió un error en la primera fase de la negociación, decir que era el Turans Illiu por impresionarles; y tanto que les impresionó. Pero la noticia corrió demasiado rápido, y antes de salir de allí eran ya en su busca sueltos desesperados deseosos o de conseguir la recompensa o de conseguir ser readmitidos a la tribu. Todo el viaje de vuelta con el Jiboriano tuvieron que esquivarlos y todo el viaje fueron espada en mano el Arriero y macana el Don Borrego y los suyos. Pero era demasiada hueste para las bandas de sueltos. Casi cincuenta hombres los dos grupos, juntos, con mulas el grupo del Arriero, que eran 26 mulas, la suya y las de sus 25 Degolladores. De modo que consiguieron al especialista militar del unto venenoso. Que fuese traidor, desertor de su tribu, homosexual y borrachazo total, además de consumido por la ayahuasca y que hablara con los espíritus que sólo veía él todo el puto día, no les importó. El tipo les cumplió.

Y además, lo de homosexual, el Arriero y el Don Borrego, no eran los más indicados para echárselo en cara al enano cabezón aquél (1 40). Lo malo fue que mientras lo tuvieron en casa del Don Borrego no paró de meterles mano a los niños, hasta que el Don Borrego le paró los pies. Ese Jiboriano desdichado murió luego de un mal aire, pero sin dobles sentidos, pues era ya enfermo y venía escupiendo sangre al toser. Seguramente, contrataron a un enfermo terminal. Pero les transmitió el secreto del unto venenoso, que es como si un oficial del ejército de una gran potencia transmitiese el secreto de la bomba atómica. El desertor aquél fue enterrado antes del ataque del Añanzú a la Capital. Y el Arriero, conmovido por aquel tipo raro, sopló la coca chicha al modo Arrúa sobre su tumba, que fue el rito religioso indio que le pareció más apropiado, y el único que conocía, y le pareció improcedente meter al cristianismo aquí en este planeta donde era ausente.

Al Arriero se le ocurrió durante el camino algo interesante, y que luego le sería útil, por lo que hay que creer que fue su ángel de la guarda el que se lo inspiró. Y era hacer jurar la Bandera a toda la Hueste, y que les tomase juramento el Rey Árbol, a quien haría- ¿por qué no?-Virrey en nombre del Rey de Castilla. Seguro que eso reforzaba la moral,y al Don Cafrún no le parecía mal. Pero la segunda parte era que quería hacerse jurar fidelidad a él por las “tropas aliadas”, pues ya comprendía que demandarlo de los Borregos era demasiado, aun cuando fuese el Gonfalonero o lo que sea, de éstos. Quería asegurarse a los flecheros, pues tenía un mal barrunto. De modo que así se hizo, pues el Don Cafrún no se opuso. Pero qué pensase del caso, pues no sé. Él y los dos clónicos del Consejo, todos Borregos, asistieron discretamente en segundo plano. Fue contento el Rey Árbol, a quien de hecho rescató el Arriero por un rato de su soledad y responsabilidad, y con el asta de la bandera blanca con el aspa roja tomó juramento a toda la Hueste. Y luego el Arriero se hizo jurar fidelidad por los flecheros como Turans Tenic. Se hizo jurar con el título que sabía le daban los Arrúas para resaltar subliminalmente la disparidad de fueros; o sea, que quiso que vieran que ésas tropas las aportaba él y eran suyas. Pero el mal barrunto se cumplió, pues a poco, cuando era el Jiboriano aquél haciendo sus cocimientos, supo el Arriero que el Añanzú era entrado con 15.000 hombres de peones, 1000 jinetes y 20 cañoncitos, con sus recuas, y muchas más recua de tren de bagaje, y que era primero ido donde los Chamurris a hacer gran escarmiento, pero que allí, el hábil chamán Ahuhuyehó Chauasco, había tratado por todos los medios de granjearse a los invasores, que les había contado pestes de los Borregos y del Turans Tenic,que era un estafador- vaya, ya se había dado cuenta …-, y que ellos eran pobres desgraciados y pueblo recién liberado de la opresión de los malvados Borregos. Y, con algunos prácticos y lenguas seleccionados de los prisioneros que había hecho, el Añanzú prefirió creerle, y no dar de ellos, pues que se le rendían y aun se le ofrecían a luchar contra el Turans Tenic, por lo que no descuidó reclutarles 1000 flecheros Chamurris, aunque sólo fuese para poner en un brete la fidelidad de los que eran con el Turans Tenic. Y aquí se ve que el juramento que les hizo prestarle el Arriero fue obra de su ángel de la guarda. Y aún más, le contaron al Añanzú más cosas de las que ya sabía acerca de los Cauchales, y se ofreci´`o, el chamán aquél, a pegarles fuego, y a buscar gentes de otras tribus más, pero el Añanzú les dijo que no; y es que los Cauchales se los reservaba.

Iba el Añanzú con ligera túnica, muy sofocado, y su gorrito de alas atadas inseparable. El bajar del Altiplano, también aquí le dio una sensación de aire irrespirable, y el olor y sofocación del aire selvático le eran casi insoportables. Muchos de sus soldados iban igual, que iban con ligeras túnicas sin mangas y sus gorros o bandas de guerra a la cabeza, y el escudo a la espalda, y sus macanas o lanzas, y con las piernas desnudas y sus sandalias sin calcetines. Los calzones castillas y las capas eran jubilados de momento al tren de bagajes, y llevaban todos grandes cantimploras, generalmente de odre, o frascos de aguardiente reaprovechados que eran de cerámica. Los de medias armaduras pasaban calor, y nadie llevaba el casco puesto, que colgaban del arzón de los caballos; y los únicos que soportaban el calor, aunque sudaban por la humedad de este calor distinto al conocido por ellos en general, eran los indios Cojones del Desierto, o sea, la masa de la Caballería del Añanzú, con el Bambolo a la cabeza. Ya veía el Añanzú que la Breña era ardua cosa.

Por sus ojeadores y sus lenguas, el Añanzú supo que a su derecha, antes de penetrar en el País Borrego, eran los Latvios, aliados, por lo que se decía, de los Borregos, pero supo que antes se habían rebelado, y que eran también de los flecheros desnudos más numerosos en la fuerza que había visto frente a él en el Altiplano. Y pues que no hacía escarmiento de los Chamurris, y los otros Pueblos Vasallos le pillaban a trasmano y eran todavía en rebeldía contra los Borregos y pues, eran aliados objetivos y para qué dar de ellos sólo en venganza, sin saber muy bien cuántos de cada tribu eran venidos a su tierra con el Turans Tenic, y pues que se le eran rebelados podía dárseles por arrepentidos, ¿no?; y como quería que hubiese escarmiento de las dos clases de enemigos: los Amos Borregos y los Vasallos el resto, decidió tomar a estos Latvios por ejemplo y muestra para los demás, aunque los Chamurris habían sido los puntualmente más dañinos arriba pero ahora se le habían rendido. Y así el Añanzú dio de dos flechas sobre Litvinia, la aldea capital de los Latvios. En fin, ¿qué os diré?, que Asunác, el “Hermano” político de su rival Rimbombac, que ése era con el Arriero, fue del todo sorprendido por la Caballería del Bambolo, de su retaguardia, que se avanzó con prácticos que hubo que le guiaron, y por delante de un Tercio de soldados de pavés que eran del Passuassuatu Tenic, que, aunque ligeros de atuendo, que hoy fuesen considerados cortos camisones, dieron fuertemente de los más desnudos indios Latvios, y que a paso ligero les habían acortado distancias por reducir la distancia de flechada, mientras la caballería del Bambolo les daba por detrás y realmente les hacía bambolear. No hubieron, pues, con éstos piedad. Que eran de la pezeta más grande de una sola tribu que el Arriero había subido al Altiplano. Aquí se destacaron  el Milián Tenic y el Gobbo Tenic, comisarios políticos del Añanzú a la cabeza de la milicia de Cochambrecanchas, que era reforzada de más voluntarios y con mejores armas y no todos vélites, hasta 6000 hombres, bien que iban con ellos casi mil mujeres milicianas. Pues que los paveses y el “ho, ho” del Passuassutu rompieron la masa de arqueros una vez que los desenfilaron, aunque hicieron cuanto pudieron y mucha mortandad, y por detrás eran rotos de los caballos, y, hechos varias piezas, cada una fue rota, entre sus propias cabañas, y allí murió el Asunác, aliado de los Borregos y de España sin ésta que lo supiese nunca jamás; y entonces se hizo un poco de degüello de heridos inútiles y tal, y se castró a unos cuantos prisioneros, que se los dieron a las milicianas, pero poca cosa. Que se incendió la aldea y su incendio avisó a todas las naciones de la Breña de la diligencia en destruír de los Cagarrúas del Altiplano, que casi sólo por eso se exterminó a este pueblo, por dar nombradía al Añanzú; pero no fue por vicio de orgullo, sino por necesidad estratégica y de propaganda, con lo que acaso fuese menos pecado, ¿no?. Hizo casi 4000 prisioneros de mujeres, viejos e inútiles y niños. Y los entregó a los Chamurris por vasallos y porque se los vigilasen, pues que Litvinia era asolada. Que el asolamiento y matanzas no lo hicieron los del Tercio del Passuassuatu, que hubieron 150 bajas, ni los caballos, que en acabar la carchena descansaron, sino los milicianos, que fue grande obra de represión y, por qué no decirlo, de colonialismo, ya que estamos. Que al Milián y al Gobbo Tenics los encargó de la represión y el terror y la limpieza, y ellos fueron los que entregaron los prisioneros a los Chamurris aliados. Que eran de verse las milicianas Cagarrúas, o sea Mearrúas, dándoselas de superiores y machas delante de las mujercitas Latvias después de que les caparon a muchos de sus hombres; y a muchas de sus contri venas sexuales o genéricas las muy maltrataron por demostrar que los Cagarrúas eran raza superior a los Latvios, que a algunas las pelaron al cero, y eran carcajadas de los Tenics Milián y Gobbo, sobre todo el Gobbo Tenic, jorobado, en su mula como su hermano recto. A éste Gobbo le llamaron “el Jorobado de Cochambrecanchas”. Y fue terrible alimaña.

Pero sin descanso, y una vez eliminados los obstáculos que, hábilmente pero de modo a la postre inútil, le sembrase el Arriero, que las naciones éstas reducirlas de uno y del otro modo, le llevó al Añanzú una semana, no más; cargó contra el territorio ya de los Tiquismiquis. Que Xantya embistió y fue carchena, como previera el Arriero, y allí el Rey Árbol local se inmoló con todos sus hijos e hijas, y sus maceros Borregos rizados, pero de gentes del Pueblo sobrevivieron 300 o 400, después de la represión, la mortandad, el fuego y la masacre. Y el Árbol lo quemó de su propia mano el Añanzú, vestido de media armadura y con capa, pese al calor, y más que dio esa hoguera y las que le siguieron. Que fue gran sacrilegio de las creencias de los Tiquismiquis. Los que sobrevivieron eran todos plebeyos desrrizados, que envió en recua al poblado de los Chamurris, donde los del Gobbo y con mano de obra prisionera, construyeron unos enormes cercados, y metían allí a todos los prisioneros, que eran ya casi 4400 pese a todas las muertes que ya había hecho, acaso otras 4000. Contra el palacio local del Rey Árbol había usado artillería.

En la línea del “camino real” a Tiquis eran otras cuatro poblaciones arbóreas de ésas- todas lo eran- y a los lados, a derecha e izquierda, las suyas del Añanzú, eran, a más distancias, como 20 o 30 de un lado y 40 o 50 del otro, que ya vio que a lo mejor fuesen difíciles de reducir como la primera, pero de las que no esperaba columnas de castigo, que ya vió que muchos paisanos se le huirían a lo mejor hacia la Capital o hacia plantaciones y Cauchales más remotos, y que los Reyes Árboles se inmolarían  con su Árbol respectivo y pequeñas fuerzas casi sus familiares y criados,; y no tenía todo el tiempo del mundo, por lo que decidió dar en flecha de la Capital, y ocuparse sólo de lo que hubiera por medio, y guardarse del Ejército que los Tiquismiquis habían, al mando del Arriero, o sea el Turans Tenic que él le decía. Por lo que decía su ojeo de caballería, el Turans Tenic le estaba de nuevo huyendo, y era claro que, por la ausencia de fortificaciones del país y lo llano del terreno donde era desbrozado de breña, le daría una batalla decisiva, acaso dos; pero supuso que con las fuerzas que el Turans debía haber aquí, a lo mejor era una sola batalla, y seguramente en la plaza misma de la Capital; todos sus lenguas es lo que decían que ocurriría: o salirle al paso en la “Carretera”-¡presuntuosos¡- o la batalla decisiva, que en ningún caso podría ser más allá de la Capital; era Tiquis, pues, el tope. Ahora bien, podía, si había tropas, dar las dos. ¿Pero tenía?. Por las lenguas de sus prisioneros, quebrados y domesticados, y de sus nuevos aliados los Chamurris y algunos Latvios que dio de tizones y cuerdas antes de matarlos, supo que, en tiempo de paz, era el Ejército de los Indios Borregos de 16.000 hombres en cuatro pezetas,y que los que tomó el Turans en su entrada ya dejaron estas fuerzas temblando. Daba pues que el Turans tenía 10.000 hombres, y ya le avisaron de que en ningún  caso el Rey Árbol y su Consejo desampararían las Marcas, o sea que casi 8000, pongamos reducidos, 4000 o 5000, eran distribuídos en tres pezetas a norte, noroeste y este, que al sur debían ser otros 4000 o 5000 que eran los que el Turans había; y de ellos 3000 eran flecheros: 1000 Latvios y 2000 Chamurris. Y sabía ya que sus Tirachinas totales eran 3000, de los cuales más de 1000 eran suyos y muchos otros eran perdidos y destruídos en la campaña. No podían tener más de 1500 (tenían 1400). Es decir, que era el Añanzú bien informado de las posibilidades militares de los rizados, aunque los más duros de los guerreros de éstos fuesen rapados, que eran los dacóid del Sifán. Esperaba además que 2500 “gringoítos” diesen de ellos por el noroeste y creía que los “gringoítos” habían puesto en pie de guerra a los Motilones. O sea, que tras sus enemigos era una red, pero una red de carchena, hacia la cual les empujaría. Era lo esencial deshacer el Ejército; el resto del país caería solo, pero ya vio que debería ir pueblo por pueblo los 500 que decían que había. No lo haría; con destruír Tiquis se daría por vengado de los Indios Borregos; no tenía tiempo de más. Acaso animase a los Pueblos ex Vasallos a ocupar Tiquis y someter a los rizados y esclavizarlos ahora a ellos, por hijos de puta. Pero era cuestión  de si el Turans le entretenía más o menos; que quería ser en el Altiplano a fines de mayo.

Bueno, malo fuéle al Fir Uyr que una pezeta de 400 invasores, casi todos indios flecheros Latvios y Macistes y Garbossos, con su jefe  rizado Borrego, con vestiduras de soldados Arrúas, le colocaron cinco grandes petardos en puntos de la puerta principal de la murada ciudad de Cajacuadrada, la capital. Fueron reducidos y destruídos por la milicia del partido pero a muy duras penas y con enormes bajas. No quedó de los breñosos ni uno, que a los pocos prisioneros se les escarmentó de mala manera. Al día siguiente, el Jiri vió los cuerpos mutilados sobre el baluarte de acaso 50 de ellos, que el resto los tiraron al albañal después de darles un poco de fuego como cuando se pela a los cerdos, y a los pocos días por la peste se les enterró a desgana, que no lo merecían. Y el Jiri apreció los daños. Eran reparables, pero un quebranto en obreros. Cochimba y Cajacuadrada eran muradas, y parcialmente amuralladas fuertes, de castellanos. Que las fuerzas se apoyaban con paños fuertes de muralla, y eran sobre todo baluartes las puertas, con sus escudos del rey de Castilla y de no sé de dónde más, que eran cuarteles muchísimos de muchas tribus, todas europeas; bueno, el escudo de Cajacuadrada, pues ya no … Pero Cochambrecanchas y  Cujatrucha  no eran muradas, que eran ciudades abiertas, con las fuerzas pegadas a la Plaza de Armas, de manera que los castillas hubieron de abarricarlas y medio atrincherarlas y murarlas cuando se defendieron, y luego echar muros y barricadas por dentro del caserío, las famosas “estrellas”. Para resistir en Cujatrucha, la había murado de las partes que no lo era, que los castillas le tenían hecho un paño de sólida muralla con puerta y escudo por la parte que se venía del lago de Tumi, el desierto de piedrecillas y el camino del Presidio, pero era como decoración, que era para impresionar y engañar, pues que era la muralla abandonada su construcción, y era mal murada de material malo el resto, y con  grandes huecos, de modo que se podía bien entrar desde las tolderías a través de paños donde eran sólo cañizos. Esto lo arregño él, que en cUjatrucha levantó muro de obra y en muchas partes baluartes interiores para apostarse en él, y ranuras y aspilleras, y algunos fosos, por mejor defender.Y el añanzú, en Cochambrecabchas, era de hacía tiempo murándola entera y haciendo blocaos de esquinas, por no verse como se vio su enemigo Manuel Alcañar, luchando dentro del caserío desde el inicio, y debiendo trazar sus murallas nuevas por dentro con barricadas y puntos fuertes y casas usadas como fuerzas de esquina y de puntas. Pero las obras eran lejos de ser terminadas, y no lo serían para junio, si bien, aunque fuese ataque en junio, y aun cuando venciesen los castillas, antes de llegar a echar sitio a Cochambrecanchas, que sería lo último, a lo mejor era ya invierno e incluso el año entrante, 1644. De modo que parecía que había tiempo de que las acabasen los obreros, forzados y voluntarios y la mayor parte por jornada trabajada/cantidad de comida, dada la extrema miseria de aquellas multitudes desamparadas que francamente, no sabía el Jiri qué hacer de ellos. Bueno, con ese trabajo eran raciones de comida, al menos.

De esta rota de su puerta de Cajacuadrada no supo nada el Añanzú hasta volver de la Breña. Era todo el poder en manos de su segundo político, el Tatu Tenic, en quien ahora mucho confiaba, y que se escabechaba tratando de abastecer el país y reprimir con mano de ferre las disidencias. Pero era inútil, pues la miseria, la idiosincrasia de los indios,el cansancio de la rutina en lo que antes fue nuevo, y la corrupción intrínseca, hacían muy limitada la acción, pocos meses antes durísima, de las gentes de su partido, y milicias; y en fin, que el Tatu, jefe político como el Jiri jefe militar, sabían que los castillados católicos- ellos decían cristianos sólo- no descansaban, y que destituír a sus cabecillas cada vez que se les veía el plumero no curaba la herida, que era la minoría silenciosa, al lado de la otra mayoría pagana, de al menos un 25% de cristianos, descarados o embozados, y que en la sombra conspiraban cada vez más abiertamente; y la propaganda era ya inútil, pues la novedad era pasada, y cada cual se iba asentando en lo que realmente era, y los enemigos del régimen dudaban cada vez más de su capacidad de cambiar realmente nada, incluso en negativo; cada vez le tenían menos miedo, y a la par cada vez más miedo a la acumulada- como los réditos perdidos de Las Minas …-venganza inevitable de los castillas. Algunos postulaban que sólo una rebelión Arrúa cristiana podía hacer puntos frente al Sargento General y los frailes, e impedir una total destruyción de la Nación y cultura Arrúas; que al menos en cuestión de idioma los frailes habían sido hasta la fecha laxos … Veían la suerte de los indios Cojones, que se sabía que Guadañángel vaciaba Tupinamba como antes vació otras grandes partes de país, y que descaradamente los vendía como esclavos. En cambio, en el país del Cañizo amparado por el Rocas y el Obispo, las gentes habían superado lo peor de la pesadilla del alzamiento indio, llegaban las mieses y otras provisiones de la Costa, y eran de nuevo “felices”, y la guerra era ya pasada. Cómo “pasarla” ellos, era la cuestión. Evidentemente, esto era derrotismo, y a los que decían esto, si los pillaba el Jiri les hacía arrancar la lengua antes de darles un tiro en la nuca o degollarlos y colgarlos de un árbol o un poste. Pero no los podía pillar a todos. Y eran todavía las otras dos pezetas de 500 de los dejados atrás por guerrilleros por el Arriero, que por todos los indicios, se habían subdividido en bandas de cien; y entre ellos otro  oficial rizado con un macuto con petardos …Estos no dejaban huella de su paso; se habían aclimatado y eran con ropas de paisano Arrúas, y unos pocos de soldados, y era típico que se camuflasen unos pocos de guerreros Arrúas y el resto de aparentes prisioneros, y otras veces de brigadas de trabajo con picos y palas, con vigilancia de un piquete de soldados Arrúas y un arrogante oficial “de punta en blanco” al estilo indio serrano. ¿Qué sus caras eran diferentes?. La gente no es fisonomista; y podían ser “de otra parte del país”, “o indios Cojones aliados”. Como según la propaganda del Jiri, “eran hordas inmensas de indios Cojones componiendo nuestros Exercitos de Castigo”, y bla bla bla y bla blo blu y todo eso …Pues los invasores se aprovechaban.

Y se miraba con tristeza la puerta de Cajacuadrada. Primero la de Cochimba, ahora ésta. Bueno, en Cochimba se veía el bello escudo. Ése Águila se parecía al Gran Cóndor un poco. Aunque dos cabezas, no sé … Era bello escudo. Y si en vez de ir esas cadenas y barras y flores- la granada ésa debía ser la señal del sombrero del Felipu Castilla Cagúa Mita Cóndor , seguramente-, pues que llevasen las señales de los ayllus de los Arrúas …

Una de las centurias de indios del Turans Tenic fue detectada poco después tratando de meterse entre los defensores de la Subida al Altiplano. Les perdió el idioma. En saberlo el Jiri, se admiró. Eran casi 300 kilómetros de Entrada, todo el largo del Valle Central Arrúa.

Y así el Añanzú dio de Syrenia, Xanten, Manatí y finalmente Miquis, la última ciudad “redonda” antes de Tiquis, la capital. Era harto del clima y de la presión atmosférica distinta a la del Altiplano; le parecía que se ahogaba; no paraba de sudar, él que no había sudado en su vida jamás, ni trabajando en Las  Minas; que era hombre seco éste; y las ciudades o pueblos arbóreos o borregos rizados éstos le daban dolor de cabeza. Los dos primeros eran sencillos, tres o cuatro círculos, pero los últimos … búf, eran hasta treinta círculos que de dar vueltas por dentro de ellos uno ya no sabía dónde era. Le pasaba al Añanzú-y con él a muchos de los suyos-con las poblaciones Borregas lo que a éstos y a los breñosos vasallos suyos les había pasado antes con la cuadrícula de Los Dépósitos. Para el Añanzú era una pesadilla; no había relieve ni accidentes por ninguna parte, alrededor era todo breña, no se veían los Andes, como no fuera de tanto en tanto y en desenfilada, que los círculos eran rodeados de espesa arboleda que eran paveses a las vistas, de árboles enormísimos y verdísimos; y los Árboles del Caucho le parecían monstruosos, con tantas mierdecillas colgadas de sus ramas como árboles de navidad, bien que él este ejemplo no lo puso, que aquí el árbol de navidad era desconocido, en su versión europea, hasta de los castillas; pero que paradójicamente algunos cristianos indios de Cojones y Cagarrúas hacían la fiesta, medio pagana y tolerada por los frailes, con un tronco cortado, que pudiera ser resabio de las fiestas de Chipotec el Árbol Podado… A los Arrúas paganos, que eran de Tumi, y el Chipotec quedaba para conjuros y hechicerías, les era ajena la fiesta del árbol de navidad tanto como a los frailes castellanos o criollos. Barruntos tenían algunos de que fuese folclore de las gentes de Flandes y otros países del Norte o acaso alguna comarca española norteña, en lugares tan remotos como este mismo Altiplano. Aquí los frailes hacían Belenes. El Añanzú no relacionaba como nosotros estos cultos todos, claro; y los Árboles del Caucho engalanados eran árboles que salieron luego en sus pesadillas.

En fin, que era harto y harto del país, y los Borregos rizados y sus Reyes Árboles mártires le habían hecho ya 750 bajas, que hasta mataron algunos jinetes. Y al parecer no le salía el Turans Tenic por los flancos ni nada; no debía tener gente. En fin, cuanto antes acabase, mejor. Y lo mismo creían el Passuassuatu Tenic y los otros oficiales que el Añanzú no se había molestado en hacer Tenics todavía, pero que ya lo deberían ser pues mandaban Tercios, que el Añanzú iba con tres Tercios y la Caballería y los cañones. Los dos jefes de Tercios eran el Vicuñu Aite y el Asmatu Aite, que ya merecían ser Tenics. Y el jefe de su artillería era el Martinus Aite, porque se llamaba Pepe Martínez, puro indio Arrúa.

El jefe de la Caballería era siempre el Bambolo Tenic. Y ah, los Tenics Milián y Gobbo, pues ésos no creían del país lo mismo que el Añanzú. Eran instalados en la capital de los Chamurris, en su campo de concentración; y de mientras que disfrutaban del mando déspota de gobernadores coloniales recién estrenados, que compartían como buenos hermanitos gemelos que eran, uno recto y otro tuerto, que era corcovado y chaperudo y hombre de ello muy amargado y rabioso, sino que era, igual que su hermano, de rostro muy bello; y sacaban mucha lengua del país y de la Breña toda, y eran ya sabidos el fecho del oro, que eran cosas raras con el oro éste, sin que eran encargados del Añanzú de proteger los Cauchales, que veía el Añanzú posibilidad de usar las armas de los Borregos y crear muchas unidades de Tirachinas Cagarrúas porque compensasen la falta de flecheros propios y de arcabucería, que no le era posible reponer la que se averiaba, y ya era poca, casi toda de las tropas del Manel Alcañar.

Pero en ir de marcha un poquito separados , por ser aún lejos treinta kilómetros de Tiquis, que era mucho calor para ir con maniobras todo el rato, y los cuadros un poco deshechos, que iban separados los tres Tercios, y cada uno iba en tres o cuatro pezetas no  muy finas, y con la Caballería, adormilada del calor asfixiante, sobre todo a flanco derecho, que es por donde esperaban ataque, entonces fue sorpresa, y mala. Porque el Arriero no había renunciado a la idea del hostigamiento, sólo que la llevó a cabo con sus 3000 flecheros de “tropa suya”, que le habían jurado lealtad personal; y que había con él cien Tirachinas y de refuerzo los macaneros del ayllu de su amante Don Borrego; que eran como 300 reservados de remate y descabello de los que huyesen en su dirección, pero reservándos, que le fuesen espaldas del Arriero. E iba con él con sus 25 Degolladores. Y fue que, con flechas ya untadas, los flecheros Latvios, sabedores además de la suerte terrible de su pueblo, y los Chamurris que con él eran y le habían jurado fidelidad doble a España y a él, además de la jura hecha al Rey Árbol; los flecheros éstos dieron de la Caballería, de un lado, y de los infantes del primer Tercio, pero los de la última de cuatro pezetas de ése Tercio, con efectos devastadores. Era más malo veneno, quiero decir que era más benigno, peor arma pero peligro menos cierto para personas humanas. Sólo hinchaba el doble, y también verdes se ponían y luego negros, y era menos activo; los soldados podían seguir luchando cinco minutos, y luego tardaba mucho más en matar, y, pese a la hinchazón monstruosa y los miembros negros que había cortar, muchos se salvaban. Así eran por ahí guerreros mancos, desnarigados, con media cara de esqueleto, o cojos, y muchísimos, castrados, al menos del miembro aunque conservasen los compañones y pues en ánima continuasen siendo hombres por los humores del cuerpo, que sin ésos humores, como es sabido, se deja de ser hombre, aun cuando hayan algunos espadones, y muchos otros impotentes, pues que el falo es máquina de eyacular y sin testículos nada hay que eyacular, sino a veces una agüita, pero nada. Pero lo importante son los humores que afectan al ánima como el agua a una planta, que lo de hombre se agosta y muere, y en lugar de un hombre queda un eunuco, que es poco más o menos como una mujer y es tan diferente del hombre como lo es una mujer, y se diferencia en lo mismo.

El caso es que los jinetes se vieron tocados por aquellas flechas y conocieron ser untadas, y que una Indiada enorme de Desnudos era en las breñas cercanas verdísimas, que bullían de ellos, que comenzaron a gritar por aturular, y porque les gustaba insultar, que se ponían morados como otros en las gradas del fútbol; y aunque algunos ya cayeron por ser mortal la flechada en sí- al ojo, al cuello, que estos se hincharon de tal modo que no se conocía fuesen seres humanos-,otros rozados, y por tanto muertos, todavía dispararon sus propias flechas de unto contra la breña antes de que les subiese el veneno, menos activo que el suyo. Y en la breña fue también ay y ay y ay y monstruosidades e hinchazones y dolor y muerte, pero ya agonía desde inicio.Que fue horroroso. Pues que muchos, en verse tocados, se cagaban encima. El Bambolo se cubría con un parés morisco granadino y paró muchas flechas, y era encogido en su caballo, pero picó espuelas de salir de allí y los suyos le siguieron los que pudieron, que no era lo suyo hacer de pavés del Tercio de Infantes, o no así. Y entonces las flechas daban de los infantes Cagarrúas, que eran parados de su marcha, e intentando girar el cuadro y formarlo, y atacar cubriéndose de paveses o, solo cubriéndose, recular al otro lado de la vía y hacerse fuertes en los árboles del otro lado. Eran éstos una desarticulada pezeta de 1000; con sargentos dando órdenes por ponerlos en orden, y soldados esforzándose  en quitarse de la espalda el pavés y embrazarlo. Y muchos de sargentos y soldados caían muertos, de la flechada de por sí, o del unto, que al que tocaba era muerto casi seguro. Que el unto era menos fuerte por las prisas y el estado de moribundo del que preparó la gran perola. Y el Arriero vió cómo lo hacía y tomó nota, por si él era capaz de hacer el famoso unto, pues que ser César le comportaba ser sabio atómico y cocinero.Al otro lado de esta pezeta, mientras las voces de alarma se transmitían por nácares y vocerío humano a las otras pezetas siguientes, de otros Tercios o del mismo, y a poco a donde iba el Añanzú, a cola con los cañones, agonizando moralmente en su mula, y casi sin poder respirar aquel aire húmedo; otra pieza de flecheros del Arriero dio de flechas por la espalda a los que huían de sus hermanos, y aquí hubieron de tener cuidado, porque en un momento dado se tocaban unos a otros de lado a lado de la ancha vía desbrozada o despejada, presuntuoso “camino real” de Tiquis, y hubieron muchas bajas por veneno propio a lado y lado; aparte de los estragos horrorosos que hicieron en ése batallón del Primer Tercio, que era el del Passuassuatu Tenic.

Este en cabeza dio orden de desdoblar su pezeta propia, de unos 800, parte de su Tercio que mandaba personalmente como otro oficial, y colocarse en cuadro de doscientos en dos filas, o sea cien de lado, cuadro compacto, y él en el centro, y la maniobra se hizo bien; no había ataque ni por delante ni por los flancos ni nada; pero eran lejos de la pezeta atacada, y de la otra de en medio de unos 500, muy cansados y sedientos, que, desganadamente, arrojaron a un lado de la carretera los petates, y se prepararon de dar en los enemigos que atacaban a sus hermanos. Pero el fuego de la flechería, sion desplazarse de posición los flecheros de ese lado de la Carretera, le diremos, se desplazó hacia ellos cuando sus oficiales les dijeron que se estaban matando mutuamente con los suyos propios del otro lado; y esto lo hicieron porque oían sonar las señales del Turans Tenic, que no era lejos y trataba de acaudillar.

Aquí no obstante el Arriero quiso hacer una caballería, aunque era poco dado a ellas, aun siendo buen caudillo, y fue dar con sus Degolladores en mulas, que era modesta caballería, con su tizona y las macanas y hachas de aquéllos, del Passuassuatu, que, en su mula, era visible saliéndose del centro de su cuadro porque, sencillamente, en medio, pese a ir alzado en mula, no veía nada, y no podía acaudillar. Y con el Passuassuatu, herido como sabemos de un pie, y todavía malo, iban tres o cuatro edecanes o cosa así, y su tocador de órdenes. Éste le interesaba al Arriero. De tizonazos deshizo a los soldados cercanos, y desde las mulas dieron de macanas en los cogotes de los últimos desprevenidos con el removerse de la formación para dar pasillo al Passuassuatu Tenic que se saliese, que quería haber vistas para acaudillar. Y del Passuassuatu, fulminantemente, dio de tizona, que fueron tajos a los hombros y cuello y estocadas, que el Passuassuatu, muy mal herido y ya sangrando abundantemente de las venas del brazo izquierdo cortadas al dejarle el brazo colgando de piel sólo, se derrotaba. En giro de mula alrededor de la otra mula lo decapitó. Y así el Arriero hubo triunfo personal y directo de un general enemigo. Pero señaló al tocador de nácar y lo cogieron y lo montaron a la fuerza en las mulas, con su nácar, que se lo cogieron y lo metieron en las alforjas, y huyeron; sin que no diese de ellos una lluvia de jabalinas, que a uno de los Degolladores hizo caer, herido sólo. Pero le dejaron. Y los soldados Cagarrúas le fueron y lo hicieron pedazos, y recogieron sus jabalinas pues eran las únicas armas que llevaban aparte los cuchillos de acero castellanos y sus paveses. El cuerpo del Passuassuatu Tenic lo apartaron sus edecanes supervivientes a un lado de la Carretera, con su mula. Y era pues, confusión de este cuadro, mientras diversos caudillos inflamados e improvisados decían de dar pero ya sobre los enemigos que masacraban a sus hermanos, y otros decían que alguien debía tomar el mando, y otros que eran sargentos, que se desgalitaban. Y en eso que les cayó la lluvia de balas de goma y pedradas certeras y mortales de sus Tirachinas, que no tienen otro parangón, en el hándicap de la época, que el Fusil Automático Browning. Que el efecto en ese cuadro fue semejante, que murieron muchos inmediatamente y otros se deshicieron, y se derrotaron, y la formación se rompió, que en éstos indios era signo de rota, pues eran indios de orden cerrado y “ho,ho”. Que lo máximo que lograron los sargentos desgañitándose fue colocar a una parte superviviente a un lado que parecía seguro de la Carretera, y que se parapetasen en los árboles, donde les iban enviando rociadas porque no asomasen las narices. Y ni por pienso se les ocurría acudir a las otras mezclas y  rotas. Que la otra pezeta de ellos, del Primer Tercio de la señal del Passuassuatu, entre esta rota y la de los flecheros, fue dado, al cambiar el objetivo, de 50 de los Tirachinas, que era dirigiéndolo en persona el Arriero, y hecho esto obligó colocándole un cuchillo en el cuello y luego apoyado en un párpado, al tocador de nácar del Passuassuatu, a que tocase “Retirada”, que no le cabía duda losnácares todos repetirían hasta el final de la columna enemiga; y que diese las señales del Passuassuatu so pena de su vida o algo peor. Y por detrás de la primera rota que hemos visto, las fuerzas que iban a marchas forzadas hacia esa rota, habiendo oído las órdenes tocadas del Añanzú, al oír esto se pararon, pese a que sus oficiales gritaban unos, eran dudosos otros, y los sargentos se desgañitaban, que éstos siempre se desgañitaban, y los cabos a duras penas podían dar forma de cuadro a una masa de gentes que va hacia delante y hacia atrás a la vez. Y en ver que no había avance el propio Añanzú , con su escolta, se  fue acercando, por el lado izquierdo, a la cabeza del avance, a acaudillar en persona, pero tocaba sus nácares y oía la r´´eplica de diversas órdenes absurdas del Passuassuatu, y se juraba que al imbécil éste esta vez sí lo escabechaba. Bueno, el Arriero se lo dio ya escabechado. Y los nácares repetían ora una ora otra orden que oían, y en fin era todo su sistema de señales tan envenenado como si le hubiese dado una flecha untada … de señales venenosas. Que eso era. Y usado el tocador de nácar, por no liarse y por ser desembarazado, lo degolló.

Y eran los de en medio casi ya todos muertos de las flechas de unto. Y entonces el Arriero dio de tocar su propio nácar para los suyos de “Retirada”, según otro código. Y fue malo porque entonces dio de su pezeta la Caballería del Bambolo, que habían dado una vuelta por evitar la flechería, y aquí sí era peligro del Arriero, que aquí se vieron las caras en persona el Bambolo y el Arriero, y se reconocieron como quienes eran; pero el Arriero mandó darle de Tirachinazos y no hubo duelo a lo Firdusi ni Ariosto; que le mataron el caballo al Bambolo, y a él le descalabraron, pero poco, que se quedó en el suelo sangrando por los belfos, de rodillas, tanteando en busca de su cimitarra, y gritándole “Cobarde” al Turans Tenic. Cosa que a éste se la repampinflaba, pues había guerra que ganar y no un torneo, que además era mal espadachín, aunque sabía el arte, y por eso se daba precisamente cuenta de lo malo que era. Así, adiós muy buenas. Pero la Caballería del Bambolo le hacía barrera y retrocedió para unirse a la pezeta de flecheros de la derecha, porque le abrieran paso; que a diez de sus Tirachinas los habían destrozado, y los otros, peones, eran en fuga a un punto  que vieron donde hacerse fuertes, y eran en maniobra y no en tiro, y pues el Arriero prefiría huírse a los 2000 flecheros Chamurris. Y hemos dicho que fue malo que tocase su “Retirada” a su modo, porque los 1000 Latvios del otro lado, le obedecieron, y se retiraron a las espesuras como ellos sabían, que era lo suyo, y a paso ligero cruzaron las breñas hacia su lugar de reunión prefijado para el final de la maniobra; que lo hicieron bien; pero no oyeron la segunda trompada de nácar del Arriero anulando ésa orden. Así el Arriero se vió entre los Chamurris. Y aquí fue interesante. Era la carretera llena de centenares de muertos, y a los bordes otros centenares de heridos, casi todos de flecha de unto de las menos fuertes, pero mortalísimas y terroríficas. Y era la primera noticia de los Arrúas de tenerlas también éstos sus enemigos; y las pezetas del Primer Tercio, las tres primeras, eran muñones mutilados y desmochados de efectivos. Pero los enemigos del lado derecho eran barrados por la Caballería del Bambolo, otra vez montado en otro caballo que le dieron. Los Turachinas se unieron al Arriero, que era también con sus 24 Degolladores. Pero no se podían mover, y a poco llegaron, sudorosos y a paso ligero, las otras tres o cuatro pezetas del Primer Tercio, sabedores ya de la muerte de su Tenic y deseosos de vengarle. Y a poco marchaba el Segundo Tercio, y por ir más rápido en mula, llegase hasta allí el Añazú. Y era, pues, frente a frente los enemigos, sólo con matas de bosque por medio y el glacis de la carretera sembrada de cuerpos y paveses. El  Añanzú avizoró entre la breña, y por un momento fugaz, vio al Arriero. No podía ser otro. Pero era acastillado, no castilla; en cualquier caso iba de banda roja de general y peto de castilla, y llevaba tizona. Era en mula como él, y con la cabeza descubierta. Al moverse las caballerías, que eran mulas, le perdió de vista. Y en ese momento y siguientes, pues era mejor la vista desde la espesura, el Arriero vió en persona al Añanzú. Cada cual hizo impresión pésima al otro. Ambos vieron un enano desmirriado. Y al Arriero le pareció particularmente ridículo y repulsivo ése gorrito de alas atadas del Añanzú, que era propio de un forzado de las minas y no de un rey indio. Y es que éste , rey lo era, pero revolucionario, y nunca llegó a decirse rey, ni bajo la fórmula de Cagúa Mita, ni sólo Cagúa siquiera. Sólo Caudillo del Pueblo, Fir Uyr. Como Rienzi …Mientras el Añanzú daba órdenes de cargar contra la espesura cuajada de Indiada desnuda, el Arriero, con un Tirachinas montado al lado, le indicaba en silencio que diese del Añanzú y le matase. Y entonces llegaron a paso ligero al Añanzú los flecheros suyos Chamurris, con jefecillos de su tribu. Y ordenó parar el tiro. El Arriero quedó en suspenso, y el otro también, a la sombra fresca y húmeda, sobre sus mulas.

Un cacique Chamurri, indio desnudo, dejó su arco y flechas, y se adelantó hacia la breña un poco, con los brazos en alto. Y empezó a hablar en su lengua a los flecheros que iban con el Turans Tenic porque le desamparasen y volviesen con su pueblo y no le fuesen traidores; que el Añanzú era un Libertador de su Pueblo, y eran ellos cipayos de los Amos Tiquismiquis, y escupió al suelo al sólo decir el nombre. Bien que exactamente “cipayos”, pues no dijo, pero equivalente, que era jerga y mentalidad de indios todo ello. Y el Tirachinas iba a dar de él, pero el Arriero le retuvo la mano, y esperó. Era a cara o cruz. Era ver si valía de algo el juramento hecho por éstos a su persona, a España y al Rey Árbol. A ver …y con gestos le dijo que enfilase al Añanzú, como antes. Y los Chamurris que eran del Arriero le abuchearon a ése y le tiraron piedras, pero sin hacer daño, por desprecio. Y se estuvieron discutiendo, hasta que el Añanzú dio orden de que retirasen a ése, y se adelantaron tres oficiales suyos y uno que era Chamurri indio desnudo, y lo quisieron retirar; pero el indio había olvidado la comisión y se sentía vejado personalmente y era ya duelo de puerta de discoteca tras beberse treinta cervezas de fabricación nacional …Total, que se discuten también éstos, y en la breñita el Arriero ya da órdenes de preparar la siguiente descarga; y a los Tirachinas igual. Y a su gesto, es todo muy rápido, dan de los Tercios que se acercaban, las primeras filas; y los Tirachinas desnucan y matan a los discutidores, que mueren los cinco de Tirachinas. Y el Añanzú recibe tal chinazo en la cara, que por darle no muy bien sólo le rompe la nariz, y cae hacia atrás desmayado, como muerto, y se hace daño en los nervios en un brazo al caer, y se disloca una pierna. Parece muerto y los Cagarrúas se quedan en suspenso. El Arriero con gestos imperiosos señala con su tizona para allá y a paso ligero, y a salidas de la cobertura, descarga de flechas contra los jinetes del Bambolo, que son gauchos de cota y no flecheros. Mueren unos y otros les hacen sitio. Y así el Arriero logra salir de la pinza; con un giro la Caballería vuelve a intentarlo pero la rompe igual y luego se dispersa a derecha, hacia territorio inexplorado de los invasores, de hecho hacia otro pueblo Árbol. No llegan a su punto de reunión  y han perdido unos 500, pero la emboscada ha sido un éxito.Al tomar el mando el Bambolo Tenic, a caballo, y acercarse al lado del caído Añanzú, pierde el control directo de sus jinetes, y finalmente, por nácares, los repliega. El enemigo es ya lejos. Un grupo de gauchos aún los persige y con sus cimitarras escabechan  a los indios más rezagados, pero se enfrentan finalmente a una descarga de Tirachinas que los diezma y se retiran. Luego se reúnen con el Bambolo, que ha tomado el mando. Son patrullas batiendo los bosques, y el campamento establecido en la misma Carretera, por ser más segura al ir despejada. No, no ha muerto el Añanzú. Es nariz roto sólo. Y contusiones. Y arde en furia. Pero se siente mareado, bañado en sudor, y que no puede respirar. Está más que harto y da orden de seguir al día siguiente. “Y que tengan más cuidado con el orden de marcha, que os tendría que degollar y momificar a todos- a ti no, Bambolo, a ti no-me cagüen Tumic y en Chipotec y así os arda el coño que tenéis en el cerebelo por el aliento de la Mamúa Charrúa”. Que eran las blasfemias del Añanzú, legendariamente terribles; que le dijeron Don Furor …

En fin, que el Arriero ya había hecho cuanto había podido, con lo que tenía. Había “aligerado” al enemigo de casi 2000 efectivos, entre muertos y heridos. Buena emboscada. Él al final perdió casi 800, que para él valían más; pero sospechaba que hubieron, en pezetas distintas, no juntos, 300 deserciones. Lo siguiente era la batalla en Tiquis. Y que fuese lo que quisiese Uiracocha.

Un hombre secreto de Don Ramón, a riesgo de su vida, logró pasar pegados en el interior de su faja maña, que llevaban muchos Cagarrúas arrieros y campesinos, varios interesantes papeles a éste, vía Carmacuncha, a donde llegó burlando diversas avanzadas y por un camino que ni de cabras que casi se mata; que fue éste alpinista. Y al llegar a manos del Don Ramón, que era en su despacho en las nuevas edificaciones de fuerza de Campamento, un despacho con sillón frailuno y un tapiz con el escudo de la Monarquía, e iba vestido de gentilhombre a la sazón, con su Cruz de Caballero de Verdes en el pecho izquierdo y una faja estrecha morada de oficial del Rey; pues éste comprobó eran materia de interés tanto como le dijeron los mensajeros. De una parte, un observador suyo-vulgo espía- en Cajacuadrada, indio instruido y católico, le mandaba un memorial bastante extenso en castellano, de casi cuarenta páginas pequeñas-palmo-, donde le contaba todo lo que en vox pópuli y por otras fuentes de oído se había podido saber de las andanzas del Arriero y su Invasión; con batallas, cifras aproximadas de bajas por parte del Añanzú, y fechas aproximadas; y cómo el Arriero se había retirado a Las Minas dando batallas defensivas que costaron miles de bajas al enemigo, la pérdida de diez cañones grandes, y la muerte de jefes como el Tajagüevos- viejo amigo del Sargento General-y el Mongolo; y después había repasado los Andes emboscando al Añanzú y derrotando a los “gringoítos”, y que después había logrado volverse con mucha gente aún a la Breña. Y que el propio Añanzú, furioso como era su título de Don Furor, había hecho Hueste e ídose a la Breña a destruyr a los Tiquismiquis. Que de ahí de momento nada más se sabía. Y se había llevado 20 cañoncitos y 15.000 hombres, y 1000 que eran toda su caballería, con el Bambolo Tenic, rey de los Cojones del Desierto, y otros Tenics; y que eran dejados de Lugartenientes por la política el Tatu Tenic y por la milicia el Jiri Tenic, que eran buenos guerreros. Y eran grandes novedades, si pudiese adelantarse el ataque siendo el Añanzú aún en la Breña. En fin, que daba por bien gastado el oro dado al Arriero Túpac, que era hombre maravilloso, en verdad. Pues no era todo, eso; según el espía cuyos papeles traídos por el arriesgado primer mensajero, el País Cagarrúa era revuelto todo, por bandas de guerrilleros dejadas detrás suyo por el Turans Tenic, que habían sido de ellos muertos más de 4000, pero que unos habían hecho voladuras en la puerta de Cajacuadrada; y otras bandas de cien eran sueltas, y se decía que iba un oficial Borrego rizado del Arriero con un macuto con explosivos, y que el Jiri era temeroso de dónde los explotarían; y que otra centuria había sido muerta al tratar de meterse entre los defensores de la Subidita al Altiplano. Sí, sí que era maravilloso. Eran casi 300 kilómetros de penetración. Bravo por el Arriero. Y que aún suponían  los Arrúas eran otras fuercitas de 100 por ahí, que era muy malo para ellos. Ravo. Y que las fortificaciones de Cajacuadrada y Cochimba eran en reparación, por la alzada en Cochimba que obligó a destrucciones por tomarla; y por el atentado de estos “hombres de odio” del Arriero en Cajacuadrada. Y que las de Cochambrecanchas eran muy atrasadas del plan del Añanzú. Y cosas sobre precios y abastos. Era un informe muy interesante.

Pero aquél en su faja y en su faltriquera había traído otro papel. Otro agente suyo de sus negocios, hombre secreto, era en contacto con fuerte golpe de cristianos Arrúas deseosos de alzarse en retaguardia “en cuanto esté arriba en el Altiplano el Sargento General”. Y daba algunos nombres, contactos y estimación de fuerzas; y daba el nombre de frailes que se habían salvado por ellos y que, donde fuesen en la Colonia, en sus conventos, podrían avalar a éstas gentes rebeldes. Y lo comprobó, y era verdad. Que los Jesuses y Franciscos avalaron a unos y a otros de los nombres dados en la lista. Era pues maravilloso todo, pero había que madurarlo. Y lo hizo copiar y recortar de lo que no le interesaba se supiese de otras gentes que de su ayllu de hombres secretos, para que lo leyese el Sargento General, “y que hiciesen buena letra, y gorda”.

El Añanzí hizo Tenics a los Aites Vicuñu, Asmatu y Martinu, para compensar la muerte del Passuassuatu Tenic, que enterraron cerca del camino con la idea de, a lo mejor desenterrarlo luego y devolver su cuerpo al Altiplano. Y ascendió a Aites a 40 oficiales menores. Era raro después de una rota, pero era necesario dar más articulación a las tropas, que hubiesen más cuadros, y que ya que ascendía a un sustituto del Passuassuatu Tenic, pues que se diese el ascenso a todos los que igual lo merecían. Con la nariz entrepajada y los ojos morados, arengó pese a todo a las tropas, con su inseparable gorrito ridículo de alas atadas arriba, y la viserita y todo eso. Animó a todos a seguir el Justo Castigo a los Opresores Tiquismiquis, y que recordasen que ellos eran un Ejército Indio de Liberación, y a casi todos les fue raro lo de “indio”, pues esa era palabra que ellos casi no usaban, pero pertenecía a la retórica castillada del Amaru, que fue el único de vislumbrar una “Causa India” incluso por encima del nacionalismo Cagarrúa, como una Lucha Global del Continente Tártaro-él así lo llamaba-contra el dominio de Castilla, “que era lejos de sus latitudes”. O algo parecido. Éstas son palabras atribuídas al Amaru en la dramaturgia criollita clásica, donde se le hace héroe romántico. La estatua del Amaru en Santa Fe de Chafundiolgg, por cierto, en un céntrico parque decimonínico, es curiosa. Más “vigorosa” es la estatua contemporánea  pero bastante realista, el equivalente en hierro a la pintura de Guayasamín, delante de la famosa Universidad de Cajacuadrada.

Vino a decirles que, por libertar a todos estos Pueblos infelices, saqueasen, abrasasen, violasen y destruyesen a ras de suelo, y abatiesen y quemasen todos los Árboles de Caucho cultuales y de significado político de la opresión Borrega. Tipo Ilya Ehrenburg. Y con tanto, dio orden de marcha, “con más cuidado”. Dio el mando del disminuído Primer Tercio al Aite Achámac. Le quedaban 3000 de los 5000 hombres. Y el Añanzú contaba así con 13.000 hombres de infantería regular.

Era, pues, batalla inminente. Los ojeadores le trajeron al Arriero nuevas de ojeadores a caballo enemigos en las inmediaciones de Tiquis. Esta ciudad presentaba un aspecto desolado.Casi todo el mundo había huído, en el caso de los nobles rizados y sobre todo las noblas; eran los hombres- baya acurrucados en sus conventículos como rebaños de cerdas, y parte del pueblo se había apiñado en algunos de los más lejanos cincuenta círculos que componían la “ciudad” de Tiquis. Todo el que había podido se había refugiado en sus ayllus o a otras poblaciones. Incluída la Doña Mischia con su séquito. El joven Rey Árbol era armado completamente en lo alto de la fuerza- de madera- del Palacio, con cerca de 80 familiares directos suyos, varones, armados todos de alforre, algunos con tocados de plumas que significaban jerarquía y otros con casquetes de caucho. El armamento de éstos eran decoradas macanas y lanzas y jabalinas a modo de arpones. El joven Rey Árbol tenía de éstas siete a su disposición. Por en medio de la Plaza iba colocando sus fuerzas el Arriero, que se había guarnecido lo más completamente posible, y había con él a su tocador de nácar, sus 25 Degolladores y a Don Borrego con sus cien maceros de linaje. El Arriero había despejado la Plaza y dispuesto allí tropas. No quedaba otra. Y su plan era ir retrocediendo en una serie de tres o cuatro plazas menores, pero grandes, que quedaban directamente en serie descendente en diámetro tangentes a la Gran Plaza. Gentes de religión, como los ayudantes negros del rey, o sea los pintados completamente de negro, daban vueltas alrededor del Árbol y entonaban cánticos. Eran allí los tres miembros del Consejo, guarnecidos también, al frente de las gentes del directo servicio del Rey y del Consejo, los varones, con lanzas y jabalinas,y, echadas éstas, macanas. El Arriero había situado a los Tirachinas mitad de un lado y mitad del otro, o sea 700 y 700, y en medio, los 2100 macaneros de alforre y los 3000 flecheros, números redondos. Muchas gentes de paisanos inútiles y mujeres e infantes eran apiñados en alguna plaza cercana, pero a derecha y espalda del Arriero, que sería a izquierda del Añanzú. Como era posible o probable un ataque lateral, por su izquierda, derecha enemiga, colocó a los 1000 flecheros, que todos tiraban ya con unto, en orientación a ésa dirección. Eran todos aleccionados de hacerse a los lados si el Añanzú principiaba por el ataque artillero. Y ojeadores en escuadras, 100,40, 50, y así, eran por la retaguardia previniendo un ataque completamente envolvente. Pero éste no se produjo. Sí que se produjo un ataque envolvente, pero de todo el país. Un mensajero llegó corriendo y fue a Don Cafrún, que se agarró la rizada cabeza, y luego al Arriero. Eran entrados 2500 “gringoítos” por el norte y el oeste, y llevaban como a 300 Motilones Xingurris. Bueno, eran todavía lejos, y 500 eran los poblados con Árbol, sin que algunos eran muy pequeños, de 400 personas o menos. Y eran en ésa dirección los otros grandes Cauchales. Eran, pues, intervenidos o en peligro todos los principales Cauchales de los Indios Borregos; sólo eso, era la rota. Pero en fin, las tropas de aquellas partidas a lo mejor lograban tenerles a raya. Posiblemente se juntasen la pezeta de 1000 del oeste y la de 2000 del norte. Ahora bien, llegó otro mensajero y les comunicó que eran entrados por el norte hasta 3000 Motilones Bujurris, y que lo abrasaban todo. Y que la pezeta de 4000 del este se desplazaba al norte para cortarles el paso. El Arriero veía en esa dispersión de fuerzas la rota. “Dénme aquí los 5000 que aquí hay y los otros 7000, y si vencemos al Añanzú, es el país salvado. En cambio, va a ser rota aquí y si hubiesen victorias en otras partidas, no servirán de nada”. Pero se resignaba a trabajar con lo que tenía. Y esta gente era así. Ellos mismos. Él haría lo que podría.

El añanzú, antes de llegar a la llamada pomposamente “Avenida de Tiquis”, dividió fuerzas por darles en dos direcciones, y en delantera colocó un Tercio entero y sin destroce, al mando del Vicuñu Tenic. Detrás de refuerzo el mellado que fue del Passuassuatu, con su señal en los paveses, al mando del Achámac Aite, y de refuerzo aún el Tercio bastante intacto del Asmatu Tenic. Pero antes hizo avanzar y situar la artillería, que era bastante móvil y manejable, al mando del Martinu Tenic. Por la derecha mandó a toda la Caballería del Bambolo Tenic y rey de los indios Cojones del Desierto, que ya así lo titulaban sin acerdo de los caciques de su tribu, sin formas ni nada. Y éste llevaba a 1000 jinetes, todos ahora a caballo, doblados, de ellos, 500, de flecheros de unto, que dejaron de refuerzo a su derecha, que era casi la retaguardia de los Borregos, antes de disponerse a atacar. Pues que el Bambolo Tenic, por mucho que costase, quería irrumpir desde la breña en la Plaza, y allí había distancia más que suficiente para cargar.

De modo que llegaron ya a verse, y el Arriero vió claramente cómo situaban los cañoncitos en batería, que como no se moviesen, era ametrallamiento gratuíto. Y dio orden de darse a los lados, pero recuperar la posición y formación en cuanto, al echar a sus infantes adelante, se viese obligado el Añanzú a cesar el bombardeo de cañoncito. En cualquier caso, fue devastador, que era metralla, y disparó diez minutos descargas de metralla, que, para desesperación del Rey Árbol, desplumaron y destrozaron el Árbol. Y parecía que ya cesaban, cuando una parte sustancial del pueblo Borrego, en masa, se vino corriendo y se situó alrededor del Árbol, para protegerlo con sus cuerpos. Era lo que se temía el Arriero. En fin, daba igual.Aquí era carchena y seguramente fueran muertos esa tarde o esa noche,y desde luego, era finido el Reynado de los Reyes Árboles. Y mandó el Arriero volver a las posiciones a los guerreros, pues que al ver ésa multitud gratuitamente colocada a que la ametrallasen, el Añanzú dio orden de barrerlos, y prolongó el bombardeo a tiro raso de metralla y pellas ardiendo otros cinco minutos. Que fue espantosa carchena de mujeres y hombres viejos desnudos y desrrizados, y muchos ancianos y ancianas rizados, quién con sus togas de honor que eran los saltitos de cama ésos, que incluso los llevaban sobre el arnés de alforre y cota; quiénes desnudos y minuciosamente rizados, desnudos y con ésas falditas de rizos, que vio ahí en ese traje a ancianos y ancianas el Arriero por primera y última vez.

Y después dio orden el Añanzú de atacar a paso ligero y a la carga al primer Tercio del dispositivo suyo. Y a los cañoncitos, dio orden de tirar de mortero, que habían alzas como de dientes de sierra, balas incendiarias, por pegar fuego a todo lo de Tiquis que se pudiera, que él sabía que detrás de las breñas habían más círculos, que era la capital y fuesen acaso ciento. Y también disparó a la breña por encenderla y crear un gran incendio.

Entonces cayó una nube de flecha untada por las espaldas de la Hueste arbórea o Borrega, y muchos bisoños se deshicieron, pero oficial rizado hubo que los mató de lanzada a los que se moviesen. Y desde luego muchos caían, hunchados monstruosamente y con grandes áyes,y, siguiendo orden del Arriero, los degollaban. Pero eran demasiados, y sus líneas por detrás, de indios Borregos, eran inseguras. Los flecheros propios del Arriero descargaron también mortal lluvia de veneno menos mortal pero muy efectivo, y eran masa de 2000 arqueros aquí, contra 500 emboscados, y se tiraban sin verse, o viéndose muy poco. El Arriero hacía gestos en el aire, como dibujando la zona donde quería que concentrasen el fuego. El hombre no paraba, desmontado. Era cerca de él la enorme Bandera española casera desplegada. E irrumpió por detrás del paño de breñas la parte más alforrada y de cota del Bambolo, que se llevaron por delante las últimas cultivadas breñas de la Plaza, ombligo del mundo de los indios Tiquismiquis, pobres. Fue carchena. Flechas y chinazos dieron de éstos, pero los Tirachinas tiraban más a la Avenida, y ahí se trabaron las dos Huestes, que no hubo otra. Y los Tirachinas perdieron distancia de tiro en masa y daban de objetivos individuales, dando a los propios. Igualmente los indios flecheros, que sacaron sus cuchillos y fueron a las patas de los caballos; pero era demasiado. El empuje de 500 y luego otros 500 jinetes, sólo eso, en la Plaza, restó espacio a todos y los jinetes prácticamente sólo debían partir cabezas, con indios poco acostumbrados a los caballos que se vencían y caían al suelo.Desde luego que macaneros hubo que se lanzaron en pelotón contra las mismas patas de los caballos golpeando. Y que al ir por encima, los jinetes eran blanco de los tiradores de Tirachinas o de jabalina. Que el Rey Árbol, en la azotea de la fuerza de su Palacio, fue lanzando con gran tino sus jabalinas, que jinete hubo que atravesó de parte a parte, hasta agotar las siete, como “Las Siete Ramas del Árbol”. Y luego se preparó con los suyos a defender el Palacio cuando fuese tiempo, que no tardaría. Pero no estuvo de Dios, que avanzadas laterales de gentes del Añanzú situaron cañoncitos a toda prisa, los volvieron, que eran tres cañoncitos, y dieron de metralla a tiro raso en la azotea del Palacio, y pocos fueron de aquellos 80 que allí eran, que quedasen en pie. La mella del parapeto de madera dura era horrorosa. Y las siguientes balas fueron incendiarias,por abrasar el Palacio. Y a poco allí fue incendio. Al Don Cafrún el Arriero no lo volvió a ver, ni a los clónicos. Eran, y un minuto después, no eran. Ya los habían derribado, imperitos en guerra como eran aquellos hombres. Eran ya miles los muertos de Indios Borregos, y las formaciones cedían. Pero cuando vió que eran en fuga sus flecheros a “sálvese quien pueda”, excepto unos muy poquitos, el Arriero miró de conseguir la retirada a la siguiente placita. Y sus macaneros que aún eran derechos y daban de palos a los paveses de los del Tercio, que eran muertos muchísimos de cabezas partidas; y que ahí murió su capitán recién hecho, el Vicuñu Tenic, que tan ardido fue y quiso ser el primero, y era tendido y una cosa que pisoteaban los contendientes; ésos macaneros dio orden el Arriero de romper el contacto con la fila enemiga y retirarse a la siguiente placita. Pero qué quieres, en la siguiente placita era el Arriero con 300 Tirachinas, 400 maceros y los sesenta que le quedaban al Don Borrego, que iba ensangrentado. Y de Degolladores, eran ya sólo 15. No controlaba más tropas, salvo que los 1000 flecheros de su derecha, que eran Chamurris, muy mellados que quedaban ya 500, se le vinieron al oír su nácar, pero fue peor, que se hundió la línea al irse, y fue rota de los que quedaban en la Plaza, y el Arriero no pudo soportarlo sin nada hacer, y pues que no le obedecían o no le oían, dio de tirar palante otra vez y no dejarlos perecer sin ayuda. De modo que mantuvieron, de un golpe de genio, la línea que ya se derrumbaba. La Caballería era melladísima. Que un grupo aislado de Tirachinas hacía de ella estragos,y, atravesando la mezcla, el Bambolo Tenic dio de espuelas y salió a otro círculo tangente y dentro de él dio a izquierda, que era círculo, y quedó fuera de los fuegos enemigos, donde se rehicieron un momento. No eran todos los suyos vivos con él, que otros eran sueltos por en medio, y en escuadrón otros habían picado espuelas para salirse por allí por donde habían venido. Era el Arriero en medio de la Plaza, y daba de tizona a lado y lado, pero era imposible; se retiraba una línea del Tercio mellado y era sustituída por otra línea de gente fresca por maniobra, que les llegaron ya las primeras líneas del Tercio de detrás. Ya era el Añanzú echando a la mezcla todo lo que tenía. Y el fuego devoraba muchos edificios, que tiraba de mortero con los cañoncitos balas incendiarias. Era imposible. Era inútil. Pero bueno, ya lo sabía el Arriero. ¿Huír?. Eso le leyó el Don Borrego en los ojos. Pero aún lucharon cuatro horas sin romperse esa línea, y otras seis en el siguiente círculo. Y las tropas del Añanzú hubieron, de entre los tres Tercios y la jinetería, acaso 6000 muertos, que fue carchena. E indios Borregos murieron más de 8000, pero no todos soldados, que hubo momento en que, habiendo retrocedido a un extremo del segundo círculo, no quiso pasar el Arriero al tercero, y dio de tocar “Retirada General”. Y con el Don Borrego, los Degolladores que le quedaban y algunos maceros del linaje del Don Borrego, se subió en las mulas y se metió en la Breña, por ver de escapar de aquella masacre. Detrás se fueron los restos de las tropas de directo linaje del Don Borrego, a paso ligero.
Era el fin.

El Añanzú, enteepajado y con los ojos hinchados, era sentado en su silla de campaña de tijera, sudando copiosamente, mirando cómo ardía el Árbol Nacional de los Tiquismiquis y cómo en general ardía gran parte de la ciudad de Tiquis. Muchos de los suyos, cubiertos de sangre, eran tan cansados que ni saqueaban. Eran sentados o acuclillados por grupos, o tendidos en el suelo pisoteado como si fuesen muertos. Y desde luego eran patrullas de encalce y vistas de los alrededores, porque no hubiesen sorpresas. Los indios Cojones sísaqueaban, y al menos así se salvaba mucho del fuego, bellos objetos y bellos ropajes y ajuares de aquellos indios vencidos, que se creyeran invencibles. Se oían los áyes de los prisioneros castigados o martirizados. Fue gran matanza. Y luego le trajeron como a 170 hombres- baya, que encontraron en su conventículo principal. Ya sabía de qué iba, por las lenguas de sus primeros prisioneros. Y los destinó a directa venta a la Breña. Supuso que gentes por ahí los bien pagarían , o acaso las Amazonas ésas… Con éstos y con acaso 3000 mujeres y niños, que a los viejos los mató a todos, hizo reatas que expidieron al campo der concentración de los Milián y Gobbo Tenics, a la capital de los Chamurris. No era finido el Imperio Borrego éste del Árbol mientras quedasen cada uno de los casi 500 poblados con su Rey Árbol, y no se iba a molestar en reducirlos ahora. Ya caerían, en manos de otras tribus, o se rompería su unidad nacional y se dividirían en otras tantas tribus, y desde luego la desaparición de la base material de su poder, el Caucho y los Tirachinas, les obligaría a cambiar de vida. Eran, a día de hoy, arruinados; eran más ignorantes de ganadería y agricultura que casi ningún otro de los Pueblos de la Breña, aunque sin exagerar, que ahí eran los Jiborianos que tú dirás, y que los que ya había visto de Latvios y Chamurris eran ignorantes totales que no sabían hacer la O con un canuto. Pero podían sobrevivir. Los Borregos, cada poblado Borrego, no. Ahora no les quedaría más remedio que hacer algo para obtener por sí mismos, o por depredación mercenario y como sueltos, lo que esquilmaban a otros Pueblos. Mañana o pasado, cuando fuesen apretados de los otros frentes, o más adelante, les echarían encima a sus antiguos Pueblos Vasallos, con los que iba a firmar un Pacto Militar. A ver, a ver … De momento, sus Tenics Milián y Gobbo le iban a hacer de marchantes de esclavos a las gentes de la Breña. Venderían todo lo vendible del botín de los Borregos, que seguro que por ahí por lo verde eran cien pueblos hacía décadas codiciándoselo.

Los Chachapoyas derrotaron al Ejército Borrego del Noroeste, que carecía de Tirachinas y de paveses. Se desbandaron. Les hicieron, de 3000, unas 1000 bajas. Y saquearon quince o veinte pueblos de Árbol hasta cansarse, y hasta cansarse de tener bajas. La resistencia era numantina. Y cuando los propios “gringoítos” pasaron de 1000 bajas suyas, pasaron de largo de los pueblos y se dirigieron, sin contraste que nadie les hizo, a Tiquis, donde se encontraron con el Añanzú. El Ejército Borrego del Este dio de los Motilones y fue grande carchena en tablas. Perdieron casi 1500 hombres por lado y lo dejaron estar. Los Motilones se retiraron.

A pocos días, el jefe de ése Ejército, Asguár Garuár, Borrego rizado, pidió un armisticio o como le dijeran ellos, al Añanzú. Y se lo concedió. La mitad cercana a los Andes del País Borrego fue para los Chachapoyas. La Capital quedaba ocupada por tropas de los Tenics Gobbo y Milián y por los Pueblos Aliados de los Grandes Cagarrúas, Protectores y Libertadores, y el Borrego pues tragó; y perdían el Caucho. Sus Protectores los Cagarrúas les mandarían instructores en Agricultura que los “civilizarían”. En fin, el Borrego tragó, pero el Añanzú ni lo cumplió ni tuvo la más mínima oportunidad, como se verá. Pero se salvaron cerca de 400 pueblos con sus Reyes Árboles, que fueron intocados por la guerra, aun cuando sí por sus consecuencias. Pronto se quiso elegir otro Rey Árbol. Pero lo que se hizo, por fin, fue reunir los Estados Generales. Esa fue ya historia luenga. Pero miles de soldados de los Borregos se hicieron sueltos en bandas y montones por la Breña; creando muchos problemas; y cuando ése invierno el Añanzú pidió en la Breña desesperadamente tropas, pues hasta muchos se le unieron, con sus batas de guatiné y sus Tirachinas los que los conservaban; y con ellos muchos sueltos de la Breña, que casi fueron las últimas tropas que hubo el Añanzú.

Los Tiquismiquis se dividieron en catorce tribus diferentes, cada una con su Rey Árbol como sacerdote, pero con caudillos políticos distintos, que eran los que mandaban, y el nombre de Tiquismiquis se dejó de usar. Y sólo más tarde se hizo la Federación Borrega pero ya duraron poco más, porque fueron los españoles quienes ya dieron de la Breña, y todos estos pueblos fueron o exterminados al modo Quilates, Anandrones y Cojones, o reducidos como los Cagarrúas, o huyeron aún más lejos a las inmensidades amazónicas. Pero eso ocurrió ochenta o cien años más tarde.

El Añanzú dejó una fuerza de ocupación al mando de los Tenics Milián y Gobbo. Estos se comportaron aquí como verdaderos virreyes y colonialistas, y no acabaron muy bien. Ya se verá, acaso. Pero tras pasar casi un mes en la Breña, el Añanzú repasó los Andes con casi todas sus fuerzas restantes y regresó al Altiplano. Y con él el Bambolo Tenic.

¿Qué fue del Arriero Túpac y del Don Borrego?. Huyeron, esquivando patrullas enemigas, a la casa cerca del río, sobre pilotes, grandísima, del linaje del Don Borrego. Pero el Arriero ahí no se quedó. Por sus jornadas, tras despedir a los Degolladores, se fue con unas llamas, una mula, su manta y su gorrito, perfectamente disfrazado de arriero Cagarrúa, y se unió a unas recuas del tren de Ejército del Añanzú. Llegado a cierto desvío, y cuando pernoctaba la caravanita, se salió de la toldería y se fue, por sus jornadas, por aquellos solitarios roquedales, donde, en los dos escondites que sabía, halló las tres grandes bolsas de oro con que hubiera debido financiarse la alzada india de los Tiquismiquis contra el Altiplano. Era dinero gastado, ¿no?. De todos modos, no se molestó en decir al Don Ramón que era vivo. Con gran rodeo, retomó el camino que hiciera la primera vez con aquellos dos desgraciados muchachos, y donde con ellos sopló la coca chicha, la volvió a soplar. Y luego, en lugar de tirar por el camino de salir por las tolderías y el mercadillo ante Cochambrecanchas, abrió más su ruta y se internó por aquella breñita que era ya del Perú. Y tras acaso dos meses de marcha, pudiera haber entrado de nuevo en Santa Fe de Verdes por Carmacuncha y unirse al campo de los castillas, pero no lo hizo. Escondió en otro lugar una de las bolsas, que bien anotó en un croquis, y con la otra bien oculta en tasajo momificado de llama, dio en irse en dirección hacia el Sur, hacia Lima. Y allí sabemos que era al menos doce años más tarde, cuando, en 1655, dio a la imprenta su “Relación” acerca de esta guerra, que contestaba a ciertos libelos donde contaban su historia, aun siendo elogiosos, de un modo que a él no le gustaba. Que era éste hombre muy muy raro. Y no se supo nunca más nada del Arriero Túpac. Por lo que hemos de suponer que, bien alforrado de doblones, fuese algo menos infeliz. Fue mucho lo que hizo, y muy pocos hubiesen sido capaces. Era dinero bien ganado.


Aquí ocurrían cosas, cosas que manifestaban otras cosas, ¿verdad?. Era el país muy departido y al borde de la Guerra Civil, pero ésta no estallaría mientras no se chocasen realmente las huestes del Sargento General y del Rocafuertes, o si atacase el Guadañángel a Rocafuertes por el norte, y el Rocafuertes atacase, que la probabilidad era cero; aunque el Sargento General había 5000 hombres en esta campaña en la Carretera Norte- Sur, desde Campamento al Occidente de la Colonia, el Guadañángel efectivos tenía 2000 jinetes, y el Rocafuertes tenía 10.000 hombres, con otros mil del Bagre, que éstos eran todos en el Cañizo y el lago de Tumi y por ésas partidas; sin que en Tupinamba, Tupijuana y el Presidio, del Guadañángel y La Caballada eran otros 2000 o 3000 hombres de jinetes y peones, y además 2000 Jiborianos, que no había querido llevarse el Guadañángel a Santa Fe de Verdes porque tropas caníbales fuese quizás demasiado y no obligarse a ése nivel de terror por si luego los perdía o se morían de un mal aire, y mantenerse en su estándar, porque luego no dijesen que ya daba menos miedo; y porque ellos solos mantenían Tupinamba bajo puño de hierro, que falta hacía porque era Exodo pero forzado de decenas de miles de indios Cojones e indias Cojonas, en pezetas pequeñas  con guardia de gauchos despiadados, de sus tierras a los Presidios de los Estados Guadañángel y de ahí por sus jornadas a las instalaciones del Criadero de Negros, que el Guadañángel había requisado para sus fines, o a los galpones del puerto de Santa Fe de Verdes, o a las mazmorras del Castillo de Santa Fe de Verdes, antes de pasar a los buques de los Sin Dios y Sin Ley y Sin Patria mercantes de carne humana, que el Potosí y Jauja y ésas cosas a la sazón gastaban gentes como muelas y más que gastarían. Pero en fin que sin ése cementerio de cráneos no hubiera habido Revolución Industrial tras siglos de acumulación de Capital, ¿verdad?. Ni Revolución Francesa ni democracia, claro. Era pues Guadañángel un precursor del Estado del Bienestar.

Y los enemigos de pequeño peso del Sargento General, al sentirlo cerca, que en Carmacuncha había dejado a un suyo capitán muy hábil y tropas suficientes, y mantenido sus campamentos y sus líneas, y movilizado por servidores y trabajadores a toda la población civil, que unió a los 5000 negros y casi 3000 mercantes y putas del mercadillo quele vivían todavía, y hacían grandes obras de fortificación y aproches a la Subida del Altiplano, y otros blocaos como el Victoria, en círculo, por cruzar los fuegos, e instalaban ya los cañones los numéricos en los afustes precisos para batir la Subida y cubrírsela a los castellanos, en cuanto hubiesen municiones; pues que los indios suponían, y si eran altos jefes, combinaciones con el hecho de la gran explosión, de que hubieron noticia, con escasez de balas del Cabestro, pero de hecho no lo vieron y cayó Carmacuncha, y desconocían la vaciedad de las mazmorras de la pólvora de Puerto Chapuza. Era, pues, asegurado allí, y entonces remontó la Carretera General por sus jornadas, y en Campamento dejó de Lugarteniente suyo a Don Ramón, que era Alcayde de todo el valle ancho, que en realidad era largo, de ahí hasta la Subida del Altiplano, que era de hecho su reynado de Tirano de la Carretera, y el Sargento General giró a la pezeta ancha de país, dejando a su derecha y luego a su espalda el macizo del Presidio de la Mita, que era duro de un lado y descendía poco a poco del otro, hasta las Posadas Castellanas de la Carretera Norte- Sur, pues que no se acercó en recto del Altiplano el Cabestro a Puerto Chapuza, sino que pasó con caballería inmediatamente a la caza de los 2500 fugitivos que aterrorizaban el país. Y al ver de lejos allá arriba el Presidio de la Mita, tuvo como una visión fugaz: su artillería concentrando su fuego en él, pero pasó, y siguió fumando su cigarro.

Era el Guadañángel determinado a resignar el mando en cuanto apareciese el Cabestro por Santa Fe de Verdes, pero era enmedio campaña; y no pudo  hallar los setenta y siete comunicados de los bajeles de cielo a sus mientes de la insigne Contactada, excelso torrezno, del rollo Ganimedes, que bien se los escondió el Obispo, antiguo Lugarteniente, pero ya hemos dicho que algo halló de nuevo, sí; y como era callada la artillería de papel y pluma contra él y el Cabestro, decidió contraatacar por ahí, ya que eran huidos, escondidos, emboscados o callaban, y ya que él se había incautado de las tres imprentas, y si hubiesen otras clandestinas, lo más lo hacían estos tres impresores, dado que pagando a los cruces verdes del Servicio, hasta que él entró, se imprimía lo que se les antojase y no se investigaba libelo alguno que fuese contra el Sargento General y contra los Guadañángeles, y sí algún otro de otras querellas, que eran de poca monta y aparte. Y como era fellón y follón contra el Obispo, los frailes y la Iglesia, por ser demoníaco, poseso y satanásico, aunque era devotísimo hombre en las misas de aparato, que luego contaré una anécdota de esto; que se creía la Ira de Dios; pues que, aprovechando las vistas que hubo con el primer escritor nacional, Joselito Cabezón Caradecuerucumác, álias “la Josefina”, que era protegido suyo por escribir una “Crónica” que le ensalzase, y al final no fue tan así, pero publicó la muy interesante suya en 1645, cuando la Alimaña era ya lejos y nunca más entró en la ciudad; arregló con éste un trabajillo menor, aprovechando ciertos memoriales escritos suyos, de chismes que no dejaba de apuntar minuciosamente y de pasar al protector que se los pagase, que muchos pasó al Obispo y a la Inquisición, y al Rocas también, y a veces los memoriales éstos los cobraba cinco o seis veces, cuando no los pasaba por materia de coplas a otros tantos escritorzuelos calaveritas desesperados; sobre las venerandas madres y hermanas Policarpas de la Onda y el Rizo de Carne Sagrados, o sea las luego llamadas Churriguerescas. Que en fin, era religión de mujeres que adoraban al Santísimo Coño, quién dice que por Santísimo pese a ser Coño, quién dice que Santísimo por ser Coño. Y hubo de las dos cosas, pero al inicio el culto suyo era más normal, y enfocado a la castidad. Que ésas mujeres hicieron muy buenas cosas de religión y civiles y de obras en bien de la comunidad y universalidad de las gentes, eso nadie lo duda; y en el Altiplano eran como otros freires de Jesuses o Franciscos, como ya se vió, que eran las maneras propias del país, que el primero en tomar tizona fue un misionero de los primeros, que tras ser violado, apalizado y otras muchas cosas por indios de la Costa, sin que constase de cuáles, dijo que “aquí era menester primero matarlos y luego bautizarlos, so pena de que maten al misionero, se lo coman y luego bauticen su cráneo por Chipotec. Y ya veremos aquí quién bautiza a quién, cabrones”; que fue hombre de arrestos y era el hombre de la misma Pamplona, aun cuando hay quien dice que fue de Zaragoza, que no se sabe qué es peor. Que se apartó el tren de la religión de Chipotec, y no la suya. “Chufla, chufla, que como no te apartes tú”. Que así entró el cristianismo en Santa Fe de Verdes, y así siguió.

Pues el Josefito Cabezón, que no era tan como le representa el famoso libelo, cabezón y como una pera o baya, afeminado sin que deje de ser indio que es el grabado tosco sugiere de cara de indio apache, de donde acaso lo de Caradecuerucumac de su apellido de linaje, sino que era bello hombre, o casi hombre, y la estampa sólo acumula sus defectos y ausenta la persona real y sustancial donde se producían los accidentes; era floriflorito, y no sólo marica, que también.Era un poco como Paracelso, según dicen que era. Y era persona de natura de hombre de dos centímetros y gruesa hendidura central como semi bolsas indistintas, y un agujerito en la cara inferior de su natura que era por donde vertía sus aguas menores. Y era muchacho a propósito de servir de recadero a monjas que en sus inicios, por el 1590, eran todavía muy españolas y muy castas, y todavía poco o nada churriguerescas. Que por las de 1645 era el hombre o lo que fuese ya de sesenta años cumplidos, pero era, aun cuando de pelo cano de plata, que traía larguito y era de él orgulloso, de donde en la caricatura le representan calvo como una bola de billar, de facciones suaves y dulces, con arrugas finas muchas, como arrugas de leche, y de voz  atiplada y modos que eran a medias de su afeminamiento y a medias de su media condición de indio, pues que era mestizo como el Arriero y el Don Ramón y tantos otros, como el Bagre, que era su negativo. Y era de menguada envergadura y esqueleto infantil o juvenil, como de muchacha de diecisiete o niño de trece, aun cuando en cumplir treinta engrosó y era de cadera y nalgas y muslos de mujer, y pechos, cañidos y deshinchados, flojos y huecos, de mujer anciana, desde sus quince años. Pero a 1643 era a la sazón el melón literario más abrillantado de Santa Fe de Verdes, y seguía siendo hombre de confianza o lo que fuese, de las venerandas Madres y Monjas, que les hacía todos los recados, y anotaba sus mínimas interioridades, pues que durante veinte años les fue a las Madres espía de los Franciscos, luego de los Jesuses, y luego del Obispo, anterior a éste, y siempre del Guadañángel desde 1620 que fue Sargento General y ya quería una “Crónica” escrita que le ensalzase, pero pública, no el Libro Negro o Secreto que escribía él mismo según sus mañas, y que era un montón de cartapacios sin sentido llenos de delirios e informes raros de avistamientos de OVNIS e informes, los que pudo haber, de la Contactada, y folletos similares impresos o manuscritos, Almanaques y libros de brujería. Sin sus papeles recopilados de relaciones y memoriales de lengua de los indios antiguos sobre sus antiguos dioses, y el “Memorial” inédito de su abuelo, que era olla podrida de las ideas del Almirante, Marco Polo dado por el Tediario, y libros de caballerías tenidos por informes de inteligencia, pues que daba el Orlando Furioso por fuente fidedigna. De una parte de ese  Libro Negro de Don Francisco de Castel Guadañángel de Alt y Díaz de Sotomayor y Vargas Machucaindios y Matamoros e Incháusti y Echeveste Anchorena, se publicó en Lima en 1702 una porción, que se tuvo por Grimorio, titulado  “La Alimaña o Libro de Predecir por las bolas del cielo y sus costumbres y modos de aparearse”.

Aquí comentar la anécdota del Alimaña que decíamos, pero antes otra, que hay muchas. Y es que pocos años antes hizo furor el entremés cómico de mano de este Joselito o Josefina, que se titulaba “Gozos de las Bolas del Cielo”, donde se presentaban la vida familiar y de costumbres de las tales bolas, que representaban actores con bolas de corcho como turbantes en sus cabezas, y todos pintados de amarillo, y tenían sus reyes y constituciones, y dramas familiares y todo, y la gente se meó de risa. Que había un chiste que era de puta madre, que los niños los hacían de bote en una fábrica, y eran los de las bolas ésos que eran colectivos o comunas y sin padre ni madre, sino mayores como de órdenes religiosas que eran del Estado, y se dividían en castas por letras grecas, como Alfa, Beta, Gama, Delta y Epsilón y todo eso, y que tenían sus cosillas, y todas las bolas hembras eran putas y todos los bolas machos eran maricones y cosas así, que la gente se partió el culo de risa de las demasías. Y que a la capital en el cielo de las bolas del cielo le llamaban “Ummo”, que sólo el nombre fue palabra de moda como en otras latitudes “fistro” o cosa semejante. Que les sonaba como a “hombre de Goma” o algo así, o a Humo. Y la anécdota del Guadañángel fue que en una misa de aparato de Estado fuése él con su armadura ropera la más charra y demoníaca que hubo, que era tintada de rojo como si duera el mismo Vlad Drácula el hombre, y no, era más D´Annunzio que otra cosa, sin dejar de ser en todo momento un segundo Lope de Aguirre y un tercer Gustavo Adolfo que era su coetáneo, pues que serían vidas paralelas o algo así, menos que éste no hubo hija rara que le sucediese, sino nieta; y rezó devotísimamente y comulgó y todo, y se ponía con brazos en cruz, y el Obispo en verle así le creyó reformado y lloró. Y la gente creía, durante la misa, en verle así, que eran sus males pasados y que de ahí ellos ya eran salvos. Y los calaveristas eran despagados y temían que se les acabase su fuero libérrimo o se les cortase el rollo. Pero si era reformado, lo sería por hereje, pues que al salir de la Iglesia le preguntaron damas rizadas que cada rizo de su vestido y halda figuraba un rizo de placer de sus ninfas sacras partes, si era pues reformado y lloraban, pues que eran devotas, que con los ojos y su alma lloraban por el Corazón de Jesús y con el abanico y los lunares y rizos y boca, y con los pintadísimos ojos, tributaban culto al Coño y a lo que el Coño come, que es …lla. Y él les dijo, trabucándose y mascando el aire, mirándolas hacia arriba, que las damas eran como moáis de la isla de Pascua, con su tizona que el Cid era flojo para llevarla, que arrastraba por el suelo y dejaba surco, como su cola de demonio y barrabás, que “cómo no iba a emocionarle aquel Entremés si se trataba de su propia biografía, que en comulgando comulgaba consigo mismo”. Y puso los brazos en cruz, inclinó la cabeza, y luego se puso firmes que chocaron sus chaps de ferre acampanadas y tintinearon las espuelas, y se dio media vuelta. Y la anécdota corrió, que las damas eran condesas y duquesas y lo escamparon por las Yndias benditas todas.

Pero este tirano dio en urdir con la Josefina, a quien a la sazón sus amantes efebos y algunos efebones, le sacaban todos los cuartos, un “Memorial” que contase algunas de las más sonadas demasías de las Churriguerescas, no por nada, sino porque, por ser mujeres eran la Orden más vulnerable, y porque objetivamente era la Orden de Policarpas más floja y menos extendida por el Orbe que Jesuses y Franciscos, y porque el Obispo les era adicto, éste y en este punto, y si fuesen ellas putas él era puto, ¿no?, y pasaba un poco con éstas como con los Negros: que eran a propósito y de caramelo para escarmientos y chivos expiatorios. Y que materia, haberla la había, y luenga …Que la Josefina sabía cosas que, en sabiéndolas las gentes, las Policarpas eran mierda y el Obispo carroña. Pero de tal cúmulo de excrementos entresacaremos sólo algunos episodios que, por ser lúbricos, pudieran ser capitulines de la “Serie Rosa” o peliculitas de Just Jaeckin o asimilados … Y hablaremos también de los estilos de arquitectura de las Policarpas Damas éstas, y de las corridas de toros en Santa Fe de Verdes; pero sólo pinceladas, que guerra había.

Y lo que no era mierda, aun cuando reservándonos sacar otras muestras del mejunje sabroso, y oloroso, que escribió el Joselito Cabezón Cara de Cuero, que siempre presumió de su cutis fino de niña. Que conservó hasta los ochenta; eran básicamente dos historias, referidas a la Superiora de las Policarpas la Madre Doña Luz Claridad de la Iluminación, gran enemiga de todos los herejes y sobre todo de los alumbrados, a quien por envidias y odios llamaron La Bola a veces, y Sor Adela otras veces no se sabe por qué; y hubo monjitas jóvenes que corrían papeles con Caricaturas de la Monja ésta, y si las pillaba, era gran escarmiento; pues que les rompía los dedos con un palo, que era monja brava de cosas de represión, y enemiga de la natura del hombre y de la mujer también, pues que no era del todo seguidora de la Regla, que ya no había, y era rigurosa como si aquello fuese Carmelo Descalzo sobre alambre de espino o tizones y aún los Boinas Verdes o la Legión Extranjera, sin que viniese a cuento; que odiaba en fin los solaces de la carne. Pero ya veremos que acaso no del todo …A los hombres y a su natura  los odiaba a muerte a exterminio y rape y extinción de la raza; y de tortillera era reprimida y casta de bromuro y quemarse con un tizón el clítoris, cosa que se había hecho a los veinte años, y a los veinticinco ella misma se lo castró, que llegó a coserse el coño. Y se le retiró la Regla con veinte y ocho años. Fue enjuta y luego gruesa y luego gorda cual bola o cerda, pues le dio por comer, pues que un vicio arrancado deja espacio a otro vicio que se hace doble, y si fuesen dos los dos serían los dos pequeños, y uno solo es monstruo; y esta era elefante o pirámide y enorme pero baja campana sin badajo. “Y a mucha honra”. Que ésta las bananas del menú y la colación las servía a rodajas, porque no se escandalizasen las monjas y novicias a su cuidado, y a las mestizas de servicio, porque no fuesen putas, les hizo lo mismo que a sí misma, y como eran esclavas nadie se quejó. Y éxito tuvo, que fueron a la fuerza castas, pero una todavía salió mamona y sodomita y aquí la monja fracasó. Que hasta lloró y se flageló, que el cilicio de púas de su cintura era de 160 centímetros, que lo llevaba ajustadito al cuerpo. Pero luego se deshinchó y fue menos monstrua, y luego volvió a ser momia enjuta, antes de su fin, pero hizo mucho sufrir a muchas monjas y novicias, y a otras personas, sin que un escogido y selecto grupo de monjitas habían de ello placer, y ella, inocente e ingenua, las atormentaba y las tenía por devotas; y era tan miope y sus quevedos tan poco útiles, que eran malos oculistas a la sazón, y miope también de melón, que no comprendió ser de ella enamorada una novicia que se le ofreció le castrase el clítoris y las ninfas y la cosiese, y era por amor de ella, y esta la tuvo por Lugartenienta de los catorce años de la ésa hasta los setenta, ya sóla pero aún de su impulso e idea, que siempre fue ésta hembra muy bella, y nada devota, y narcisista en extremo, y lesbiana angélica, que idolatraba crear un rebaño de asexuados ángeles, pero “tan bellos”… Que quiso hacerlas cabestras y eunucas y lo consiguió. Y era a la sazón la Casa de las éstas de firme piedra herreriana; que los estilos de arquitectura se solparon a las revoluciones internas al Orbe de esta Orden y de esa muy secreta Urbe; que enterraba a las monjas atadas de pies y manos, y llegó a enterrar por putas a algunas, vivas. Que era demasía. Pero lo fue también que a los mozos indígenas que servían allí, los castraba a rape, y como las familias necesitaban el dinero, pues pasaron por ello. Que allí era pillar a una novicia tocándose y romperle los dedos y cortarle el clítoris, que tenía técnicas muy desarrolladas, con unas como pincitas y una guillotina pequeña que ponía al rojo y chác. Que para hacer caer la hoja daba un pequeño martillazo como un delicado relojero una obra de precisión, y se relamía, y sacaba mucho la lengua y ponía cara de hacer trabajo de física nuclear, y se llegaba con la lengua a los mocos y los pelos de la nariz, que en retirársele la regla le salieron muchos, y las cejas eran casi una sola y espesas de casi dos dedos, negrísimas, que eso siempre lo tuvo, de lo “de donde hay pelo hay alegría”, y esta fue pues  mujer alegre sin que quepa darle el apelativo foráneo y extranjerizante de gay y dyke y queer y gender bender que ya se empleaban en la Inglaterra de entonces, mal que a poco el Conde- Duque de allí, el Cromwell parlamentario y tirano repúblico, les cortó el rollo unos años, de Chéspir a la Señorita Pepys o algo así, ambos melenudos.

Pero es que las demasías de La Bola llegaron al colmo cuando operó según su método a todas y cada una de las monjas y novicias de su Casa, bien que este régimen era círculo interior y secreto a su Casa de mando directo, y las otras Policarpas de otras ciudades como Garrote, Ahorcamientos, Mutilación, Puerto Chapuza o la misma Cochambrecanchas, no conocieron este régimen demasiado. Que a las suyas las castró del clítoris y las ninfas y a unas les cosió el coño y a otras les tenía puesto un piercing de grueso candado y ella guardaba las llaves. Y estas áun algunas salieron putas. Pues que de este régimen nada se conocía afuera, y tampoco siquiera en el Colegio de Niñas Nobles y Castellanas anejo, si bien en secreto algún desaforado ogro u ogra, pero éstas menos, que las Damas civiles de Santa Fe de Verdes eran más bien devotas de la carne y coñosdefuego y querían que sus hijas siguiesen sus pasos  y se sonreían cuando las niñitas de siete u ocho o diez años se metían bananas maduras que eran pura miel y transparentes como el dios Febo; pues que gentes le llevaron sus hijas a la monja ésta porque las “arreglase”, y muchos tiranos de sus esclavos a esclavas suyas … y a esclavos, por represión y castigo. Y si gozaba con las mujeres y niñas en darles su ciencia, que fue perita y experta cirujana al final, con un buen semental negro o un indio contestón o un niño que amansar, se esmeraba, que a veces se los hacía durar y les iba cortando rodajas, poco a poco. Y sentía un calorcillo en los bajos al hacer esto …Que al descuajar un grueso falo de un negro brutal sintió un orgasmo, el primero de su vida, y se le abrió el ojete y parecía una boquita que suspiraba. Y ella dijo que fue éxtasis divinal. No tanto el negro, que fue como desclavar acero de un bloque de cemento armado. Que dícese que con la piel de los cojones se hizo ella unos guantes, pues a los 50 empezó a padecer de artritis y temió por su ciencia; que al final, pues, oh cosas humanales, que todas son finitas y sólo el Cryador es Infinito, pues que la artritis la retiró del oficio, pero lo continuó una devota suya, pero sin ganas, que más bien daba azotes y las pepitillas no las cortaba sino que las mordisqueaba y no les daba guillotina al rojo sino su roja lengua y el bastidor de sus labios, bien que de todos modos era fuego y el fuego purifica, ¿no?. Que ésta fue la ángela que nunca se quejó de ser cerrada y eunuca, pero gustó siempre de bellas niñas y de darles placer, pues era mujer tierna y ella era casta, ¿no?, y así no era pecado. Y siempre estimó en grado sumo a la monja , cada vez más queveda y cegarra y artrítica que no pudo más purificar cuerpos y hacerlos limpios. Pero antes de retirarse hizo una sonada.

Que mocito malandrín de buena familia se encamisonó por meterse donde las Damitas Castellanas, y allí hizo estragos, que hubo bombos. Pero una monjita nihilista y desesperada, cuando el mocito, que a los quince apuntaba maneras y era bello como una nena, pues al verlo que se retiraba de la campaña por ser ya puestas  guardias y trampas al zorro o comadreja o rata, temió no volverlo a ver y le metió con hábitos suyos en la casa de religión aneja y por puerta falsa. Y como era ya más relajo y las nuevas no llevaban candados y eran enteras a la sazón, aunque todas sin excepción azotadas, y también azotadas las veteranas, cuyos candados abrillantaba en persona La Bola; y la que regía era ahora la Ángela, por la artritis de La Bola; hubo allí libertinaje y sin bombos, pues que algunas pieles de negro se usaban de condón, y eso hubiese debido avisar al mocito. Pues que de improviso hubo formación, que era aquello cuartel, en sala común y grande, y monjas adictas y cerradas cerraron las puertas de gruesos candados. Y eran con varas de golpear. Y se dijo que “revisión”. Y todas las monjas hubieron de levantarse las sayas. Y el mocito pues como pudo y con ayuda de su címpliza se ató su natura para atrás, pero el sólo atarse y la situación inesperada y lo que se veía de tanta mujer y todas con las sayas levantadas, pues erectó como un caballito, pero era atado y sujeto. Y la Cegarra enemiga del género humano y la Ángela amiga del género angélico y enemiga del Hombre a ultranza, pues no había allí otro Macho que ella, cerrada e imperforada y las otras agujeritos, pasaban, miraban e inspeccionaban con el dedo. Y al llegar al mocito, miraron y vieron bien, pero era mucha pelambre y levantaron las sayas más, y vieron ligera pelambre hacia el ombligo, más de lo normal, y pasó los dedos por los muslos, y bueno, sí, eran finos, y los dedos por la cara de la monja, y era ligero raspar de primerísimo barba, y metió los dedos y separó los muslos, y se desató el cipote, que le dio en la cara. Pero aquí no hubo, como en otra historia semejantem cobertura y sustitución, sino que el mocito, úf, fue preso.

Y era asustado, pues, pero no tanto. Que era grave estropicio pero a lo mejor eran llamados alguaciles y llevado a la fuerza y a la mazmorra, y su familia lo rescatase pagando y le enviasen a una finca lejos de la ciudad o cosa semejante; pero la monja Cegarra no dio parte, sino que le alistó como monja. Y el chaval se quedó de pasta de boniato. Y la Ángela le dijo que si quería ser allí, era obra de Dios, y miró al Cielo, y el mocito se tuvo por salvado y a ellas por tontas y locas. Y reflexionó y barrunto aquella noche en la celda de castigo, a pan y agua. Pero todavía se excitó y se hizo tres pajas, que la situación le ponía cachondo. Era todo el rato en hábito de monja.

Pero fue que al día siguiente, de noche, y que lo tuvieron sin comer todo el día, y no era de costumbre de pasar hambre, le entran en la celda y le prenden como seis monjas de las de treinta años, y claro, al chaval pese a todo, le imponían las personas mayores, y excepto en la cama, era gran respetuoso hiipócrita y por reloj condicionado de las gentes sociales y civiles y era gran caballero cadete. Pero de qué, que a poco no hubo lugar. Pues que le llevan a antro infecto y horrible anejo a las cámaras de la Superiora, del cual noticia no había, ni las monjas con las que trató, que las azotaba la Ángela en su cámara, más escueta y de menor graduación, si bien cantaba mucho un gran espejo para contemplarse de cuerpo entero, que de monja era poco, aunque fuese de ángel todo. Y allí le atan a mesa a silla aneja, que las manos son sobre la mesa atadas, y la silla se abre por debajo y caen sus partes, ahora arremangadas a cintura las sayas. Y que le tocan, Bien. Primero le ató la Bola Cegarra los testículos por su bolsa una atadura, y luego colocó un cepo por abajo que le inmovilizó su natura de largo y plátano, y a ésta, bien atada e insensible, le cortó el glande. Y cauterizó y puso cuñita. Y eso fue todo ahí.

Pero al día siguiente fue otro trozo, y más vuelta a los testículos, sin desatar la primera cuerda, y cada uno sujeto por una cuerda. Y medio desmayado, esa noche conservaba un tronco que se movía, medio pene, y las bolsas eran grandes como una manzana, y sus manos esposadas al muro de la celda. Y tenía fiebre. Y unas monjas le daban de beber y miraban si meaba, que no. Y al tercer día, pues que la salud y la vida del mozo no daban para más, que era flojo en esto muchísimo más que algunos negros, que eran duros y aguantaron mucho, mucho … pùes al tercer día la monja, con ligero atontamiento de pañuelo con aguardiente a los belfos del mocito, le hizo una obra maestra. Que fueron allí ésa Cegarra, que fue su canto del cisne y cum laude de cirujana, y la Ángela y otras seis u ocho monjas ayudantas, todas cerradas quién de cosido quién de candado,y no había en ésa habitación ni una sola pepitilla, que eran todas ángelas y nada se ponía duro ahí por Decreto. Que sajó las bolsas y las vació y luego sacó compañones y cuerdas y todo, y después no se limitó a cortar a rape, sino que desarraigó el falo hasta el gran músculo y la apoyatura de hueso, y colocó una cañita que le giciese de meato y cerró y cosió todo, que quedó una obra de arte y con cicatriz la mínima, en fin, que quedó bonito y parecía o amagaba ser un coñito, que parecía le habían hecho mocita. Antes, claro, al mocito le raparon las pelambres por desembarace de la física.

Y en fin que el mocito vivió y se repuso, y la Ángela, cuando mejoró, le comunicó que era monja de por vida, y pues aquí el mocito lloró. Y más al poder verse cómo le habían dejado. Y en ser del todo curado le metió de novicia y le hizo hacer todo el noviciado dos años hasta que, en profanatoria comedia, le hizo profesar de monja y casarse con Dios, que el mocito lo hizo todo. Y le tuvo por lavandera, donde le daba los paños manchados, y otros menesteres,y al final le sumó como a las otras novicias a sus turnos de azotes, y de donde el mocito, qué quieres, se enamoró de ella. Pero era ésta tortillera encallecida si bien callo ninguno que era ángela y jamás fue tríbada ni metió dedos a fondo ni hizo otra cosa que ligeras lamidas, sin que a veces se dejaba besar ardientemente y tocar los pezones, pero se confesaba. Y en pasar tres o cuatro años, se supo  todo en parte, pues que el mocito escapó, pero era muerto su padre y regentaba su madrastra, y porque no  quitase la herencia a sus hijos propios y le venía de perlas fuese el mocito desaparecido o muerto, se conjuntó con la Ángela y le metió otra vez allí, donde pues se resignó, y como la Ángela no le hacía caso, se volvió maricona, y la Ángela, por sacárselo de encima, y pues que era resignado, le daba comisiones afuera, donde buscó el modo de hacerse dar por el culo.Aquí influyeron también los humores del cuerpo, que tardó cuatro años en volverse del todo marica. Y conocida a medias o dada por bulo y leyenda, era fama que la monja aquélla, Sor Federica Solete, que hacía los mandados y comisiones de las Policarpas, sobre todo de mercado, era un chavalín mocete que le pasó esta historia. Y vivió hasta los sesenta años allí en las Policarpas, y tenía el culo como un bebedero de patos, y en su senectud, que fue por éstos años de 1640, llegó a tener asco a las mujeres. Y colorín colorado, este cuento de las Policarpas y sus demasías se ha acabado. Esto y muchas otras cosas contó el Joselito Cara de Cuero en su folleto “Secretos y Mysterios de las Malhadadas Putas Madres Policarpas del Rizo y Onda del Coño, donde se dan demasías horrorosas y espantables contra el género humano, con eftampas”. Y dícese que la Ángela, en leer el folleto, pues que la Cegarra era ya muerta, se cortó las venas con unas tijeras, pero no se sabe de cierto. El caso es que a poco el régimen cambió, y de qué modo. Lesbos no se marchó nunca, pero entró el coñodefuego, y la arquitectura era ya barroca. Para 1700 era no ya barroca sino churrigueresca, que no se sabía distinguir las líneas de los adornos y órdenes de la fachada, que iba la cosa más allá del mero barroco mestizo o yndígena o las armaduras charras del Guadañángel la Alimaña. Y este folleto, con el que rehicieron pajas muchos y muchas, y que Doña Lupita leía en secreto y Doña Clara y Doña Lucrecia en secreto de su madre, pues le tenían secretos aunque le depilasen el coño y los sobacos y la peinasen, y bien que le gustaba a la Doña Cristal tener hijas tan hacendosas y de dedos tan firmes y suaves; hizo sin embargo grave daño al Obispo, que se confundió de tal modo que no salió de casa en tres meses y puso en discreta distancia a algunos seminaristas suyos “de cámara”, no fuese que la siguiente bala de la recámara de papel tratase de casas de religión de varones… Que a él le llamaban “El Bola” y era feliz si le decían “Sor Adela”.

El Sargento General Cabestro tenía muchos cabos que atar, como se ve, aunque también se ve que el hombre se estaba esforzando. Sin dejar de tomar sus medidas y distancias con el esencial de sus enemigos armados, el Rocas, a quien dejó en paz como que el hombre tampoco estaba para guerras, pues era convaleciente de fuertes heridas sufridas en esas campañas y del atentado , que otro con tanto no hubiera vivido y éste sí; el Cabestro se concentró primero en hacer una campaña en regla contra los 2500 huídos, pues que aquí era en plena provincia “metropolitana” de la Colonia, y no serían sus hazañas algo que ocurriese en remota zona de operaciones militares donde, de hecho, no habían otros castellanos que su Ejército y él mismo. Le supo mal nada hacer por aquel Arriero y sus indios, pero en fin, era otro peón; ojala mellase y entretuviese y desviase al Añanzú. Tampoco le dejaba sólo: ¿no iba con 30.000 hombres?. Hombre de recursos sería. Aunque el Cabestro ya suponía que los indios de la Breña, frente a las gentes de Cagarrúas ya medio civilizados, y que empleaban tácticas y hacían cositas como menos como los romanos, poco podrían hacer; que el Añanzú y los otros Cagarrúas eran gentes rebeldes, mal que les pesase, acastilladas; y tiraban de minas y explosivos y de cañones; lo único que no habían modo de fabricarlos y de reponerlos, pero los usaban ; y que en fin, eran enemigos que en posesión de arcabuces y medias armaduras, hubiesen sido iguales o casi a los castellanos, pudiéndose a medios iguales comprobar quiénes eran más ardidos y mejores. Pero los castellanos habían de retaguardia las Yndias todas y España y su Imperio y el mundo civilizado todo, y los Arrúas eran aislados como aquellos españoles antiguos de Numancia frente a los romanos que tenían por retaguardia toda la civilización y mercado del Mediterráneo. Ya se arreglaría el Arriero.

Y además de esta campañita de gendarme contra los desdichados huídos de la asquerosa Mita, había de aprovechar sus desplazamientos para anudar alianzas y establecer contactos, para sus futuras campañas. Verse con los oficiales todos de plaza y servicios de Puerto Chapuza; al Almirante de la escueta Flota de Santa Fe de Verdes; con determinadas personas ricas de ciudades de la Costa, enemistadas con Don Xavier y digamos comerciantes disidentes; gentes que le uniformasen el Ejército para el año que viene, que eran ya las ropas de 1641 deshechas; cosas así. Y sobre todo verse con los Superiores y Generales de las tres Órdenes importantes, Jesuses, Franciscos y Policarpas, por arreglar lo de reposesionarse de sus Casas en el Altiplano y en Tupinamba, que debería hablar en serio con Guadañángel; pues que los cientos de enardecidos frailes que iban a hacer carchena de indios cuando fue la primera vez, en la segunda campaña ya le eran decepcionados y en contra y no le vinieron, como si no creyesen en su toma del Altiplano hasta que corriese la noticia. Y hablar con el Bispo, su antiguo Lugarteniente, porque se dejase de apoyar al Don Xavier y al Rocas, y luego ver de “unir el esfuerzo de la Colonia en la Guerra”. Se reía. ¿Unir esfuerzos?. Aquí iban de pillo a pillo. Es cierto que, por dejarle mal, el Rocas esta última vez le ofreció atacar por el Norte y que él en respuesta le mandó dar de tiros; y que la anterior, cuando el Rocas tenía éxitos y era en el Altiplano, él le abandonó. Y que era por eso que la Colonia llevaba dos años perdido el Altiplano, por lo que las Órdenes trinaban, y muchos propios suyos se habían ido de Santa Fe de Verdes a otras partes de Yndias. Era culpa suya en parte la descoordinación de fuerzas, pero ¿no le atacaban por la espalda con la mierda de los Sumarios uno tras otro y las Auditorías a la nuca?. En fin, en la primera campaña, gracias al Don Ramón y al otro Don David que era cabrón y rebelde pero un poco responsable-ése le hubiera convenido de Cagúa Mita y no el Añanzú-había recuperado aquellos centenares de frailes-pese al timo de los indios pintados de frailes-y la íntegra cantidad de mineral de los Depósitos, y eso era algo, ¿no?. Y de Tupinamba-iba pensando-¿qué?. Aquel Don Tupi era un loco rematado y un imbécil en muchas cosas, pero a últimas el hombre se civilizó, parece, aunque era la historia ésa del Alférez que no sé, no sé, y sólo y exclusivamente porque entre la Colonia y Tupinamba y su País entero se interponían las Grandes Fincas del País de Vacas y  del País de Mieses, no intervino él directamente por allí. Cierto que el Altiplano era lo esencial, y que era allí donde era el “fifty-fifty” Órdenes-Colonia, y por tanto donde él esencialmente debía actuar, pues que las Encomiendas en tierras y en indios eran de los terratenientes de la otra parte; pero si no existiesen los Estados Guadañángel y los digamos, también los Estados Rocas, y en general los Feudos, y fuesen Colonia Rasa, se hubiese podido hacer una campaña unitaria y conjunta, pese a ser dos y aliadas las naciones indias alzadas. En fin, que era consciente de que su aliado y ahora Lugarteniente la Alimaña, sólo por existir, era uno de los grandes males de la Colonia, y que en el futuro ésos Estados Guadañángel, y los del Rocas, habrían de desaparecer, y en eso era del mismo lado, pro-Costa, del Don Xavier, contra el Interior. O sea, que pareciera que, en la guerra Ciudad- Agro, era él a favor de la Ciudad. Pero no tanto. Privilegios de la Ciudad de Santa Fe de Verdes, que ellos decían “Libertades”- y en el fondo de cuyo fuero saldría toda la futura ciudadanía criolla de la República de Chafundiolgg, de la extensión del fuero de Santa Fe de Verdes a todos los habitantes del territorio nacional-; Privilegios-menores-de Puerto Chapuza, toda la mierda de la “Carta Magna” del Arrizabalaga a la Caballada por haber paz con ellos, que era cierto que eran los primeros castellanos y la sangre de los Conquistadores, pero ¿y qué?; los Fueros particulares de los Gremios y de los Armadores de la Costa; el Código Negro; las Encomiendas y la Mita; el “fifty-fifty” de Las Minas…más el poder de la Iglesia y las Órdenes, que eran cuatro poderes: Obispo y Catedral, Policarpas, Franciscos, Jesuses, más el quinto que querían poner-¡y una mierda¡-del Santo Oficio; e incluso los Privilegios del propio Servicio de la Sargentía General de Santa Fe de Verdes, los de la Cruz Verde, nzchh…-chasqueó-; mierda todo.

Mientras no se redujese a todos los habitantes de Santa Fe de Verdes a una sola Ley, aquí no había nada que hacer. Que ya sabía que habrían ricos y pobres y razas diferentes. Basta. Hasta ahí. Ya con eso era un galimatías; pero con una Ley común a todos, de modo que sólo destacasen por su fortuna o por la natural división de intereses y de estatus de las razas, con un lugar para las mezclas, pues con eso ya …Que él no era por quitar la Esclavitud, que eso era una quimera, y Aristóteles, decían, la justificó por derecho natural…aunque- se rió-¿eran éstos tiempos en que rigiese algún derecho natural?-y pensó de nuevo en el bando católico en Europa departido entre Austrias y Borbones, y enfrente los extraterrestres de protestantes que negaban el libre arbitrio, ¡e imagina que ganen qué civilización sale¡-y se carcajeaba-. Pero de los Negros, él no quería ni uno en Santa Fe de Verdes, o ni uno más. Y los que quedasen, que se mezclasen y fuesen sus nietos mestizos o mulatos libres. Nada de Criaderos de Negros ni de su puta madre. Los Negros en Africa, que es de donde son. Ude Esclavizar indios, nanay de la China. Que era abuso y tiranía. Aunque él era, como se ha dicho, por blanquear, blanquear y blanquear, pero trayendo gentes válidas de España o de Méjico o de Cuba, gentes de castellanos y otros de la Península, o de su sangre …Era su tesis. Y los indios, replegarlos del otro lado, a la Breña, que además su contacto civilizaría a los de por allí, que la Colonia habría de abrir aquella región algún día. Y se rió. ¿Quién sabía si el extremo Presidio no quedaría como hoy Ahorcabuey, en mitad del país?. (Y en efecto, así sucedió, que hasta los Andes es sólo la mitad, o menos, de la República de Chafundiolgg, y la mayor parte de sus campos cultivables o Agro y haciendas y latifundios son del lado donde en ésa época era la Breña, y muchas zonas que aquí eran desiertos son hoy un país civil con una red de ciudades y carreteras). Traer gentes blancas útiles y laboriosas, de regiones austeras y gente bravía y dura, pero no locos del valle de Baztán ni buscadores de quimeras, como los que dieron su sangre a los actuales Caballistas. Y plantar en extenso como el Rocas, pues sí, pero no con negros esclavos, sino con peones castellanos, y menos latifundio y más alquería y granja individual o familiar. Esa era su tesis.

Nada de exterminio de indios; arrinconarlos-y en esto era de la misma cuerda que el primer Guadañángel, el Arrizabalaga y los demás-,pero nada de matanzas, que las Indias son grandes; y los que sean ya civilizados civilizarán a los de la Breña. Pero la Colonia ir llenándola de sangre blanca, para contrarrestar la tendencia a hacerse un país moreno de mestizos y mulatos.

En cualquier caso, pensaba, el negocio público de la Colonia era malo, y pensaba mal de él. Indios alzados, con o sin razón, ¿pero iba él a reconocer la independencia a indios y se lo iba a entender nadie en el Orbe?. Se carcajeó. Y con esa alzada, los castellanos departidos, y tres huestes- al menos- actuando por separado. Y al Padre y Señor, Lugarteniente del Rey por el Virrey de Nueva Granada, a ése, todo zancadillas, desde que llegó. Pues si no me necesitábais, hijos de puta agusanados, ¿para que le pedísteis al Virrey de Nueva Granada un “Hombre Fuerte”, y me tuvo que sacar de Méjico, porque no halló a nadie en Nueva Granada dispuesto a ser Sargento General tras la Alimaña y contra él?. Malo era el Nuevo Méjico y las que decían Tejas, por cuatro casitas con tejas que habían, que el resto era tres cosechas, y peor Chiapas, que, aunque no se crea, ahí quedan mayas cimarrones, y tienen arcabuces, que ahí la Conquista no terminó, que les quedan una o dos ciudades de ésas, se dice, que es breña tan mala que no hay quien llegue, y no hay tropas ni barcos ni dinero, con las otras guerras, para ocuparse de ello; y son tan resabiados de lo que hizo el Alvarado- y el Guadañángel de cabo primero con él, ja, ja, ja-que son la gente más secreta del mundo, que no dan nota y viven en sus selvas como en otro planeta. Pero Ciudad de Méjico…¡el Paraíso¡.Y no como esta puta mierda …Gentes castellanas, si no de pueblo, sí al mando, que todos son españoles, y mujeres bellas como la Lupita …Y capa y espada …bueno, como los calaveristas de aquí, pero  éstos son chuchurríos, pobres, resabiados, y prensados, que parecen de cartón, que hasta las gentes, sobre todo del bajo pueblo, son aquí menguadas hasta de talla, que parece que el clima les chupa por la planta de los pìes y se empequeñecen.

Por sumas-chupaba su cigarro, se atusaba los bigotes “al cielo” y se arrebujaba el poncho-: es indecente que con unos indios alzados que movilizan en dos piezas, bien que una reducida,vale, 40.000 hombres, por muncho que los castellanos valgamos más, el Sargento General sólo cuente con 8000 hombres (el nansú tenía ahora mismo casi 70.000 hombres en total; y antes de caer Tupinamba las Fuerzas Indias totales, aunque descoordinadas, rozaban los 140.000 hombres); y que el Rocas haya 10.000 para defenderse de los caballos del Guadañángel, distraídos tanto de la producción como de la Guerra India; que, ése sólo, moviliza 4000 hombres, y con la Caballada en total, 6000, caballos y peones, de valor dispar; pero que dan una Hueste castellana de guerra-fuera alguaciles y espadachines civiles, que no aguantan una marcha aunque hayan matado a cien hombres en duelos de callejón, y que la mitad son raquíticos y tísicos y esmirriados, que sólo tienen valor, que en un país donde abunda no es nota, y que son soldados inservibles y “listos” que ante el peligro matarían a su oficial y se venderían las municiones al enemigo para formar una “máffia” con él-(de eso acusaban precisamente al Sargento General)-; pues lo que iba diciendo, una Hueste castellana de guerra de 24.000 hombres,el Ejército español más colosal nunca visto en Indias, suficientes para forzar la entrada del Altiplano, que es interés primordial de todos en esta bendita Colonia,¿no?, bien que su sólo mantenimiento arruinaba la Colonia y no podría durar. Y que en lugar de cumplir los ofrecimientos que le hicieron al Sargento General-a “él”, que siempre en estas reflexiones se trababa a sí mismo de “él”-, luego le apuñalan y tratan de decapitarle con Auditorías y Sumarios a la nuca.¡Si al menos, tontos, se hubiesen esperado a ser el Altiplano reconquistado¡. Pero no: es la gusanera, la irresponsabilidad, todo, en fin, efectos de la falta de un fuero común y la multitud de Potencias luchando entre sí en latente Guerra Civil. ¡Menudo país¡. Como no se llenase de pequeños agricultores castellanos y se convirtiese en una Toledo o Ciudad Real rápido, lo llevaban claro,que les auguraba la prolongación de la Guerra Civil de Guadañángel y Rocas y la Ciudad y todos juntos, hasta la simiente de rábanos, y que moriría aquí más gente que en los sacrificios antiguos …que parecía que era la religión nacional-y aquí se refirió a Santa Fe de Verdes como “nación” inconscientemente-, aquélla antigua que decían de los miles y miles de cráneos …

Era, pues, un desastre, pero el Cabestro quería atacar el Altiplano en junio, y eso era lo esencial.Que era ya mucha guerra todo el puto año 1641 y todo el puto año 1642, y ahora deber aplazar la verdadera campaña de 1643 a junio, que sólo habría tres meses y medio para estar arriba, o si no …Bueno, dimitía o le mataban.

Y así, mientras cabalgaba de uno a otro lugar, colocando su caballería en los puntos de partida de la maniobra de “barrido” que quería hacer, iba combinando las reuniones y juntas que eran precisas para lograr duplicar los efectivos de su Hueste en junio. Ya había visto a los responsables de Abastos en Campamento, junto con Don Ramón,y le habían asegurado reponer el perdido Polvorín volado por el maldito Indio Anorác ése, para las fechas, pero todavía se tendría que asegurar de los Polvorines Centrales de su esfuerzo de guerra, que eran en Puerto Chapuza, y en las fábricas de pólvora. (No pagada desde 1641).Era preciso que le diesen, de otro lado, 3000 medias armaduras de soldado de a pie más, con morriones de los de cabeza de huevo o de pinchos, da igual, y eran encargados a Don Sebastián Monforte, que las suben cargaba a multitud de talleres y herreros, y las importaba de otras partes de Yndias; todo a crédito “del Estado”.Y ropas, que sus soldados eran desnudos. Y para el invierno siguiente en el Altiplano, quería un abrigo decente para cada soldado. Y botas. Y que el Guadañángel…¿y el Rocas?, que se rascasen el bolsillo. Pero no …Y el que organizaba las cosas y el único que sabía hacer la O con un canuto, el único melón del país, el Don Xavier, lo tenía de enemigo. “¡Me cagüen Dios¡”. (lo decía él; no yo). Hiciera lo que hiciese el Arriero con sus Tiquismiquis, el Añanzú le sería arriba con el Jiri, que eran melones brillantes para indios, y guerreros feroces, con 40.000 hombres, ¿y él con 8000?. ¡Vamos anda¡. Aquí hacía falta algún birlibirloque… ¿Otra vez pactos con sus enemigos, para que le siguieran rejoneando por la espalda?. Ah, y los toros …Que el Sargento General quería recuperar popularidad y promovía festejos y divertimentos por disipar la impresión y opresión de Guerra Civil; y para ello hacía dar corridas de toros en las Capitales y muchas otras poblaciones. Luego se hablará de eso.

En Chumines se había visto con Don Alfredo Mortánsez, el jefe de los alguaciles del Servicio “no-reformado” por el Guadañángel, o sea, el jefe de los que eran “de antes” en la región Sur, que era la que afectaba sobre todo a su zona de operaciones contra los 2500 fugados del Presidio de la Mita. Y pusieron un poco las cartas sobre la mesa.El otro le guardaba las formas, pero era su enemigo.el Cabestro le aseguró el mando del Servicio en toda la mitad sur de la Colonia y la capitanía de Policía de Puerto Chapuza si le era hábil y útil y “no le traicionaba” en esta campaña para pillar y barrer a las gentes desesperadas ésas.El Mortánsez era hombre de Don Xavier De la Pela Estela, pero por practicidad, pues, que por ser catalán aquél, al Mortánsex de entrada, le caía mal. Y era muy en sospecha del Sargento General, a quien no sólo tenía por enemigo político, sino que sinceramente el Mortánsez, que era un policía, sin ser él mismo un dechado de virtudes, pues era corrupto como todos allí, se creía que el Sargento General era un ladrón y un traidor y es más, creía que el Sargento General era “el Zorro”. Y como tal, iba en su encalce. Desplazado de Santa Fe de Verdes por la llegada del Guadañángel, y temiendo sujetarse al fuero militar de la plaza de Puerto Chapuza,se había quedado en una población intermedia medio grande, Chumines, cerca de la línea de la Costa pero todavía tierra adentro-70 kilómetros al mar-. Y por ser el más alto oficial del Servicio de “antes” superviviente, había tomado, sin discusión de nadie de Chumines a la marca del Sur,el mando del Servicio en todas las poblaciones, que eran treinta o cuarenta, pequeñas y grandes, sin las alquerías y casas sueltas, en toda esa provincia hasta el inicio de las Tierras de Mieses y al sur de ellas el Macizo del Presidio de la Mita. Mandaba unos 2000 alguaciles. Pero el Sargento General logró hacérselo suyo en parte, al menos para esta campaña. El Cabestro barrería de Norte a Sur con unos 600 jinetes de caballos de chapa y espada e infantería montada de arcabuces, y todos los jinetes al menos dos pistolas dragonas, toda la zona desde el último lugar al norte donde fue nota se vió un penado huído de ésos, hasta la altura del Presidio de la Mita, porque al salirse de allí, por no dar con Campamento y la línea militar desde Puerto Chapuza al Altiplano, no se habían ido donde hubiera sido lo suyo, y hubiese sido mejor para todos: las tolderías de sueltos y desesperados en las malas colinas lindantes con la breña que era ya del Virreynato del Perú. Por temor,se habían ido hacia el norte por la Carretera Norte- Sur y aledaños y Posadas Castellanas, y un poco hacia la Costa. Pero eran gentes en general rechazadas por la población, que era casi toda blanca, castellana, o criolla, y muchos mestizos “antiguos”, o sea de indios Quilates sobre todo, y castillados totales, y mulatos y negros que de los indios alzados no querían saber nada. Y los indios huídos eran todos sujetos a Mita minera, es decir Cagarrúas. Así, se habían desbandado en la dirección contraria de su país, pues que las vías a su país eran cortadas. Y tampoco los encaminó el Don Anorác a la subidita de la pampita del Nepomuceno ni nada de eso, ni se los un ió, porque su fin, como al volar el Polvorín, era crear el terror en la retaguardia castellana, y estos penados le eran al Anorác carne de cañón y no les apreciaba lo más mínimo. Que sólo buscaba quitarle caballería al asalto del Altiplano, y lo consiguió.La operación de “barrido” precipitaría a los huídos en la única dirección que no era Campamento, donde habrían de afrontar otra pezeta de infantería que hacía de barrera, de modo que tratarían de escapar hacia la costa y los pueblines donde era la fuerza de alguaciles del Don Mortánsez. Sería así. Y que los evadidos eran unos muy peligrosos, en una pezeta de 300 y otros en pezeta de 170 o 200, que eran gentes bárbaras que cometían asaltos y destruyciones, y se habían armado; pero muchos otros, con ser ladrones y violadores y todo eso, en pezetas de 30 o 20 o menos, eran básicamente gentes desesperadas en huída, sin otros medios de subsistencia que pillar lo que pudiesen.Así que los grupitos y sueltos se podrían pillar fácilmente cuando se diese nota que eran por los pueblos y villas del Don Mortánsez, aunque huirían muchos de los 2500 pero sueltos, y si lograban huír buen viaje-y aquí el Mortánsez le miró muy mal al Cabestro-, pero que lo importante eran las pezetas que eran unidades militares de hecho, enemigas en guerrilla en su retaguardia. Que los otros ya irían cayendo o se mezclarían si hallaban quien les quisiese, y pues que  tuviesen “su segunda oportunidad”- y el Mortánsez le miró como si fuera el Demonio-; y es que el Mortánsez era Policía, y eran los sueltos e indivíduos las “unidades militares” que a él le afectaban, y que el Sargento General despreciaba por inocuos si “no le hacían hueste”. De hecho, luego el Sargento General Cabestro hizo algo que le enajenó del todo la escasa simpatía coyuntural del Mortánsez, y fue, lo adelantamos, que a los que pudo arrinconar contra las malas colinas del Perú, los dejó escapar; pues que el Cabestro odiaba a la Mita como a la Muerte, y aunque no hubo piedad con los que pilló, era de su parte de escaparse de lo que el Cabestro hubiese suprimido de un plumazo si pudiera. Ese fue otro cargo que se le acumuló al Cabestro, que le tacharon de inepto o de ser en combinación con los Indios, cargo que, puesto en negro sobre blanco y cuando salió su caso-sus casos-era suficiente para que se pegase el tiro que se pegó en Panamá en 1650. Toda la campaña de 1641, sus tratos con el Don David, más esto, fueron una de las líneas de acusación más graves que hubo; que las otras eran todas, gravísimas, de malversación de fondos y corrupción, las importantes. Que lo de que fuese “el Zorro”, que también hubo investigación y Sumario, se tomó menos en serio por ridículo, al menos.

El caso es que el Cabestro en tres semanas “barrió” su zona de operaciones en esa operación de gendarmería, y aunque unos 500 penados eran ya al norte del inicio de su barrido, fueron o cayendo o nunca más se supo, que siguieron historias dispares y destinos diversos; que unos cayeron en manos del Servicio de Santa Fe, y lo pasaron mal. Otros se hicieron delincuentes de poca monta y otros se contrataron como peones; murió alguno de hambre en descampado, y la Caballada dio cuenta de otros; como en las Tierras de Mieses el Ejército particular del Rocas ahorcó a 50, no juntos si no en tandas. Pillaba un par y los colgaba de un árbol. Sacaba lengua, de ellos y de las gentes; enviaba descubiertas y ojeadores; se informaba del Mortánsez y sus alguaciles; y dio batalla a la pezeta de 300, que por el número de gentes, fue batalla, y aun serie de batallas, pues que duró la pugna con ésos, que eran organizados y con jefe, una semana entera por malas colinas y una zona de campos labrados; pero los acabó, y con una carga final de caballería los deshizo, arcabuceando en el acto a todos los prisioneros. Pero le costó 14 jinetes la campaña hasta ahí. Pilló como a 1000 por suelto, y los arreó hacia el Penal, pero a últimos organizó su fuga y una persecución falsa y que los suyos les diesen paso a las colinas, y se pusieron a salvo en el Perú. Pero muchos murieron en la breña inmediata. Otros 500 fueron a dar a manos del Don Mortánsez, que hizo grandes escarmientos con algunos, que llegó a descuartizar, por lo que hicieron con los de la Cruz Verde del Penal, y al resto ahorcó de árboles, y a unos pocos agarrotó, pero a todos dio tormento de cordeles y de tizones como mínimo.Y del resto, una pequela partida lograron por sus medios huírse, que atravesaron la Carretera Transversal y se fueron por descampado a izquierda según se baja desde el norte, y se llegaron a las tolderías y malas colinas y al Perú. Y la otra pezeta organizada, que a la sazón eran ya sólo 140, los derrotó en regla a campo abierto llevando el Sargento General consigo 170 hombres a caballo, y los penados eran peones. Algunos iban armados, y todos con cuchillos y garrotes y lanzas de punta al fuego que se habían hecho, que eran indios Cagarrúas. Aquí perdió el Cabestro 7 hombres. Y cerca de las Posadas Castellanas hubo un rencuentro fuerte con un grupo de unos 20 o 25, que sorprendió saqueando una alquería, donde cometieron grandes estropicios y atrocidades. Y a éstos los colgó de un gran árbol cerca de la Carretera Norte- Sur. Y tras unas pocas batidas, vió que la campaña era finida; se vió con Don Mortánsez, que quedaron falsos amigos, se vió con Don Ramón en Campamento, y con otros oficiales, que quedaron amigos políticos; y fuése a hacer todas sus cosas a Puerto Chapuza, que las hizo. Y harto de cabalgar, tomó la galera de Puerto Chapuza y se fue a Santa Fe de Verdes con 100 hombres de caballería e infantería montada. Pero era sólo escolta personal, guardaespaldas como si dijéramos. Ya casi nunca el Sargento General llevó menos escolta que cien jinetes con media coraza, o peto y casco “Cromwell”, casi todos con escopeta terciada y pistolas de arzón. Por llevar todos altas botas a medio muslo, como él acostumbraba mucho, les llamaron “los Botas”.

En Santa Fe de Verdes, el Sargento General hubo vistas con el Guadañángel, que le manifestó que se iba; y era que la Alimaña no era Lugarteniente de nadie, siendo Osiris,y todo eso.Pero el sargento General le dijo que no se fuese, que lo necesitaba, y que fuesen equipo y alianza. Y el Guadañángel transigió y se buscó una residencia en la ciudad, que al irse del Castillo, las Doñas, Lupita y las hijas, respiraron y descansaron.Y aquí el Guadañángel visitó la antigua casa solariega suya, que había desamparado su padre, y que era sobre el lugar donde Sebastián de Guadañángel construyó la primera casa de piedra castellana de Santa Fe de Verdes,que, pequeña y tosca, la hizo sin embargo de fuertes muros y con la mejor piedra que halló, y para servir de fuerza, que en realidad aquella casa inicial de 1544 o 1545 fue un blocao. Pues que era sobre una colinita que dominaba la primitiva Quilla, capital de los Quilates, y por un caminito lateral de ronda, por fuera de la empalizada de la ciudad, se llegaba directamente al puerto, donde era otro blocao, y su carabela o galeón. Y tenía allí cinco carronadas y en su casa otras cinco, con las que podía batir toda Quilla, que era entonces toda ella lo que ahora un barrio de Santa Fe de Verdes, el antiguo, pues que sobre ella se trazó la cuadrícula castellana y se hicieron las casas de piedra. Las de los quilates eran una serie de caserones de madera grandes de sus nobles, de grandes estatuas de madera en los dos lados de la fachada, que decían representar Titanes que sostenían el Mundo, y eran de piedra y argamasa solo hasta la altura de la cintura de un hombre, y el resto de madera labrada y paneles; y el resto bohíos; sin que pese a todo habían casas de hasta tres pisos y fortificaciones buenas para el tipo de ataque que esperaban, de terraplén y empalizadas, y algo de adobe, que también usaban, en especial para sus tres pequeñas pirámides ceremoniales, dedicadas a sus tres Dioses: el Chipotec común a todos los indios de Verdes o Chafú, al quillo o Antepasado divinizado de su nación y raza, y a Qopo, el Dios del Comercio. En aquel tiempo débanse ver desde la Casa de Guadañángel; y también el Palacio Real de los Quilates o su Casa de la Palabra, por cuyas sesiones tuvo el Sebastián a éstos indios por “república o comuna”, bien que habían reyes, que eran electivos pero entre pocos linajes descendientes directos, se suponía, de Quillo, y con una princesa de éstas se casó el Sebastián.Y pues él, la Alimaña, descendía de Quillo. Y aquí debía tender la ropa la Luisita …-esto se decía la Alimaña contemplando la casa de piedra y la calle castellana empedrada donde los paños de pared de las casas tapaban cualquier vista, que era horizonte clauso y cerrado. Y con la vista señalaba la recta de la calle y se decía: “Ahí era la empalizada”. Esa casa, reformada, fue la del padre de la Alimaña, que en ella se crió a manos, que no a pechos, de la Luisita, que algunos tenía por ser capado, pero no daban leche. Pero luego la vendió y se mudó definitivamente a Castel Guadañángel de Alt, donde nació la Alimaña. La casa era inservible para los fines de la Alimaña, que era en una de sus raras temporadas de cálculo y lucidez, animado por el Sargento General. Abajo era una bodega de vinos. Nada. Fuera. Y entonces buscó un solar en las afueras de entonces, pero de la Calle Principal, o sea un extremo de la que luego fue céntrica Avenida de la República, con una numeración de casas que llegó al 8000, y allí, puso, comprándolo, claro, los cimientos del Palacio Guadañángel que fue el pie a tierra y la base de operaciones de los Guadañángeles del siglo XVIII, y antes de su nieta, Doña Sevbastiana, que fue de armas tomar; que ése palacio, al rayas el 1700, era churrigueresco y barroco mestizo extremado. Y esta fue obra sensata de la Alimaña. Pero él se buscó alojamiento inmediato en otras dependencias oficiales, por ser Lugarteniente, y porque no sabía vivir en un lugar sin valor de defensa militar, pues que era a su alrededor constantemente un Ejército y era éste hombre de situar los cañones cada noche antes de irse a dormir, cosa que hizo desde sus catorce años hasta el día que murió.Y se instaló en el Fuerte del Puerto, ya que dejó el Castillo, cercano, al otro lado de la calle de las Palmeras-que había talado-, al Sargento General. Pues que el mar le recordaba a la inmensa Pampa, y se pasaba las horas muertas en una veranda, sentado en un sillón, mirándolo. Fueron días para el país de relativa calma. Eso sí, en el mástil de la fuerza ondeaba su Bandera Verde, y sólo eso, causaba espanto y alarma a muchas gentes. No lejos de ahí vivía el Joselito Cabezón, y a cuatro cuadras era el Monasterio de las Churriguerescas.

El Cabestro necesitaba algo que le permitiese salvar el Cisma que su Golpe de Estado había creado en Santa Fe de Verdes. Pese a todo lo que le fuese a pasar a él, que tan ajeno parecía todo a lo que él sabía la máquina de papel iba triturando cada día de su cuerpo y de su vida, y tasándole las horas, lejos en Cartagena de Indias y en Madrid; su querida Lupita era ajena del todo, y nunca entendería las complejidades de su actuación política. A sus hijas las hallaba igual, sólo que aún más bellas, y a la Clara la veía política, pero del partido opuesto al suyo, que era de Rocafuertes total, y no era el Sargento General de tal confianza política con ellas como para explicarle su verdadera situación y problemas, ni de decirle en la cara que había ordenado matar al Rocas, cosa que el Rocas debía saber y se acusó al Cabestro, con gran sobresalto de Doña Lupita, pero esas acusaciones cesaron cuando el Cabestro contraatacó con otras, y porque nada se pudo probar y todo parecía maniobra de enemigos agitadores. El propio Rocas dijo a Doña Lupita que él no era responsable de los excesos de los demagogos, que él nunca hubo nada contra el Sargento General y que no creía nada malo de él. Pues el Rocas era “buen vassallo” e hipócrita. Y además, que le puso los cuernos al Cabestro, pero ya daba igual. Era ahora lejos el Don Rocas, y tras el disgusto, Doña Lupita ya se consolaba con otros galanes, pues que era mujer de, si podía, dormirse con el coño lleno, que decía “la hacía sentir segura”. Y que tenía mulatones hábiles, enteros y un espadón, que erectaba y no se corría jamás, que le permitían dormirse empalada. Las Doñas eran putas, era obvio, bien que caras, como las altas damas, que sus favores valían caballos, joyas, promesas de matrimonio y alianzas y tráfico de influencias. Y el Cabestro, hombre con una faceta de Santo Job, pensase de explotar ésa línea abierta con el Rocas, y fomentarla, por ver si era  posible una “Reconciliación Nacional” en la que no creía, y que ahora sería con él arriba y los otros abajo, que así da gusto “reconciliar”, ¿no?. Debía combinar varias cosas. No le interesaba paz entrela Alimaña y el Rocas, pero sí la fuerza de la Alimaña y echar carnaza al Rocas, y perder lastre de tirano, sin dejar de serlo, para lograr fondos y tropas para la campaña de junio, que a todos en el fondo beneficiaba, pues era lo esencial de la Colonia toda, pero que si lograba le apoyasen, era contra ellos como partido, pues él, en lugar de hombre acabado, con el triunfo sobre el Altiplano y entonces el apoyo de las Órdenes, endentecía la asesinadota de papel y reflotaba unos años más, ¿tres?, ¿cinco?. Y no se equivocaba, venció en el Altiplano en 1643 y duró “vivo” hasta 1648, en que, imposible de sostener la situación, fuése aPanamá sin dimitir, y sólo en 1650 se mató, sin dimitir. Que hasta que no fue muerto no dejó paso la Lugartenientía interina de Don Xavier a la Sargentía General del Don Rocas, estallando inmediatamente la Guerra Civil entre éste y el Guadañángel, que no salió de ella vivo, ni sus hijos, y sus Estados temblando. Y pues que las Doñas siguiesen sus noviazgos con los hijos del Rocas, ¡estupendo¡. Y Doña Lupita, al ver que su marido decía “sí” donde esperaba un “no”, casi llora de felicidad, y las Doñas no entendían nada. Como que, por como se comportaba el Sargento General, visto de cerca, hasta el Rocas dudó de que fuese él quien le mandó tirotear, y si no se habría excedido su hijo el Bagre en los tormentos a los prisioneros. Que si se da mucha caña, a veces la verdad se pierde, y en ocasiones ésta importa, no como a la Inquisición que le daba igual. Como que, asegurado el orden de Santa Fe por el nuevo Servicio y la nueva-terrible- policía política a cargo ésas funciones del Ramonín, “el Ciego” y “el Chino”, bachilleres de Salamanca en torturas y sevicias y doctores por Santiago de Compostela y Alcalá de Henares en Muerte; el Cabestro invitó al Don Rocas participar de la nueva Junta de Gobierno que iba a organizar, mientras era suspendido el Cabildo y su Diputación de lo General. E insinuaba restaurar el Cabildo. Y, con gran repugnancia, levantó todo veto sobre las propiedades del Don Xavier y le invitó a volver de Cartagena de Indias, dándole toda clase de garantías. Aquí el Obispo fue decisivo. Pues que el Sargebto le aseguró que no saldría nada sobre “El Bola” ni sobre Sor Adela” en libelo alguno si “colaboraba”… Pero si no …

Todo le fue bien en esto, pero en cuanto volvió Don Xavier, aunque no perdió su alianza, el Guadañángel salió a caballo con su Hueste de Santa Fe de Verdes, y fue la última vez que pisó la ciudad. Y para sustituír ésas fuerzas, que de alguaciles se quedaron los mismos, colocó a un batallón de caballería de los suyos, de mil hombres, al mando del Don Barceló, que era uña y carne este oficial con el Sargento General Cabestro. Y así fue formando su Junta de Emergencia ante el alzamiento indio, donde integró también a Don Ramón, y todos hubieron de tragar con el mestizo. De ésa Junta ya se ha dicho que no quiso formar parte la Alimaña. Éste se fue a Tupinamba y allí se instaló de nuevo como Rey de Israel, que era lo suyo.

Los primeros toros que se corrieron en Santa Fe de Verdes los corrió el propio Sebastián de Guadañángel, por impresionar a los indios; y luego corrió toros bien Don Fermín, su hijo, que fue el padre de la Alimaña, a quien no gustaron y no los corrió por pafecerle queno eran animales suficientemente quiméricos; y en esto se equivocaba, pues que, bien mirado, pero bien mirado de verdad, un toro es un ser extraterrestre. Aunque en España, sur de Francia e Italia se había toreado ya a pie, donde en especial destacó César Borgia, era más antiguo, como se ve en los dibujines de las “Cantigas de Alfonso X el Sabio”, varearlos desde la barrera, darles quiebros corriendo, o el antiquísimo juego de los “Forzados” portugueses, que pudiera remontarse a los malabares peligrosísimos que se hicieron en la antigua Creta de los reyes Minos y su Laberinto y su Minotauro Asterión y todo eso; que si en eso hubiese pensado la Alimaña, a lo mejor le hubiesen gustado; pero no fue así. Por sus tiempos, en Santa Fe de Verdes donde gustaba correr toros y verlos quebrar y en fin, torear, era en la Costa; los gauchos y filibusteros de tierra del Agro, los criaban, pero pasaban de toreo y de juergas con los animales, si bien con las varas los arreaban de un lado a otro. Todavía aquí no se criaban  con esmero reses bravas, que se hizo desde los 1700 y pico por los descendientes de los Matamoros, que también fue uno de ellos que dio el primer grito de Independencia, cuando se trató de abolir la Esclavitud, y como eso le arruinaba, proclamó la Libertad. Y en lo de los toros, aunque eran malos y más bien bueyes o boyunos, poco oscuros y más bien rojizos, gordanchos y con cuernos largos y torcidos, y no la bestia de embestir del toro bravo negrísimo de cuernos de asesinar, que es selecto, eran desde luego bestias respetables y por las fiestas de los pueblos se organizaban corridas, precedidas de encierros. Que corrieron los encierros hasta los negros y los descendientes de los indios Quilates. No habían plazas específicas, y cuando se colocaban ocasionales, rara vez eran redondas, y lo más típico era tomar una buena plaza castellana y abarricarla como si fuese guerra o revolución, y acosar a los toros por un pasillo y meterlos en ella, y desde las ventanas y las barreras, algunos y algunas echarles varas de aguja, que se les quedaban clavadas, con cintas de colores, y organizarse “Tancredos” solos o colectivos-seis “Tancredos” por ejemplo, si era Plaza de Armas importante-, saltos de garrucha, o correr un mozo con un trapo o capa y hacerles dar vueltas. Y estos mozos de cuadrilla los arreaban al Caballero, que, armado como de torneo, les iba de lanza como si fuese San Jorge. Era este modo de corridas de toros “a lo San Jorge”. Que también le decían “a lo San Miguel”. Generalmente se decantaba un tipo de media armadura pero festiva y colorida, con dorados en las piezas de las hombreras y en el peto, y de quijotes cortos, con leotardos o pantalón ajustado de color, que era fiesta renacentista. Y aquí se lucían las armaduras charras, de ferre o roperas, “de demonio”, al estilo del Guadañángel, que detestaba las corridas. Su abuelo, el Conquistador, había toreado ante los dignatarios de los Quilates y su rey, con los primeros toros que se desembarcaron por carne y crianza, que eran toros enteros y no bueyes, con la cabeza descubierta porque se le viese su melena color de cobre, y de veces sólo de cota y sin chapa, con lanza azcona y tizona y rodela. Que era lucha de caballero y dragón, y la quimera del animal toro la podían apreciar mejor los indios Quilates, que no los habían visto jamás antes, como tampoco hasta a poco antes los caballos; que cuando se habían acostumbrado a los caballos, entonces el Guadañángel-era cuando todavía se los camelaba-trajo toros, que les parecieron caballos cornudos. Y tras el choque “a lo San Jorge”, descendía el jinete y se enfrentaba, guarnecido pero ligero de piernas, al astado, girando sobre sí, con tizona y rodela, por evitar el ataque. Y la rodela era a veces pintada de rojo. Luego, colocaron un paño rojo sobre la rodela, para provocar el ataque o que desistiese el toro- o el caballero armado-, arrojándola lejos del armado, que en realidad sabía el toro atacaría lo encarnado. Era muy peligroso, de todos modos, a pie; y se trataba de matar al toro no sólo de estoque sino de corte, decapitándolo; cosa que con gran tizona y desde caballo alforrado, podía conseguirse y algunos caballeros lo consiguieron como cosa no excepcional. Era poco reglamentada la cosa; y correr el toro era cosa sobre todo de jinetes en cuadrillas de capas arrastradas y era lucimiento de jinetería; que hubo damas que lo hicieron, de jinetas y de amazonas. Y el toreo a pie era cosa vulgar de correr un mozo con una capa, excepto cuando era la segunda parte de la lucha del caballero “a lo San Jorge”, al desmontar. Con el Sargento General Cabestro, aquí muchos calaveristas y desesperados españoles, mestizos y mulatos se dedicaron al arte, y, como en otras  partes, mezclaron el arte del mozo corredor de capa y la lucha final del caballero San Jorge a tizona; ya empezan a utilizar estoques, a la sazón. Pero estos toros de Santa Fe de Verdes de esta época eran aún más espectáculo de circo romano, pues que se hizo luchar a perros y toros. Más tarde llegó el toreo como luego a fines del XVIII Pepe Hillo y los otros establecieron, que eran descendientes de los mozos del pueblo con su pañuelo rojo y las exhibiciones heráldicas de César Borgia. Pero aquí como en otras partes, lo taurino fue una de las formas de lo charro y bizarro y abigarrado, si bien aquí lo morisco del asunto no se manifestó hasta bien entrado el siglo XIX y por imitación del proceso equivalente en España, al construirse las plazas circulares de estiro morisco falso. Los primeros toros de Santa Fe de Verdes, que fue el primer torero Sebastián de Guadañángel, pertenecieron a la Edad Media castellana. Y aquí eran arte de plaza cuadrada.

Y habiendo dejado a su Doña la Cristal de embajadora con Rocafuertes y el Obispo “El Bola” y “Sor Adela” de embajador también con faldas con el Don Xavier, el Cabestro lo organizó de modo de presidir los Festejos, donde aleccionó bien a los sicarios y buitres que le dirigían la Policía, el Ramonín, “el Ciego” y “el Chino”, para que la claca fuesen los calaveristas y desesperados y bajo pueblo que eran con él, y que los de la Cruz Verde detectasen el más mínimo conato de protesta, chisteo o demostración contra él en cualquier parte de la Plaza de Armas. No era fácil, por ser muchos palcos los balcones mismos y ser las gentes en su casa, aunque muchos se alquilaron, pero no era difícil localizar dónde fuesen las protestas y tomar represalias; además era avisado, que ardió la casa de un fidehuer y dio exemplo, y se creía fuesen avisados los vecinos; y de gentes rasas de apie y en las barreras de la calle lo llenaron de compaña y comparsa o pagada o adicta. En fin, que los toros fueron lucidos, y aquí las Doñas no comparecieron, porque el Sargento General no quiso las pitasen a ellas si así fuere, y porque quería llevar a cabo un acto político, que era el exigido casi por la Superiora de las Policarpas, Sor Doña Ángela de los Angelines del Ricito Cortado de Jesusín, tras el escándalo del folleto. Que no, que al parecer no se había cortado las venas. Y como era esa hembra la cabeza de una Potencia en juego y era lo del Sargento verse con los capitanes de las Órdenes, empezó por ellas, que las invitó a su balcón en la Plaza de Armas a ver los toros, y como eran monjas civiles, comparecieron, que, para monjas, eran bizarros atavíos, pues que el corte de las tocas y el tejido de sus vestidos eran soberbios, y los zapatitos eran de encaje, sin que las cruces pectorales eran de precio y la de la Superiora una Fortuna, y que llevaba la hembra dos anillos en dedo de casada, uno podría ser por Dios, ¿y el otro¿…¿Algún amor eterno?. “Es a mi Orden”, dijo. “Ah”. Y era hembra aquélla bizarra de guapa, por más que fina, y de gran talla para mujer, le pareció al Sargento General. E iba perfumada, quelo notó, ¿y ligero maquillaje?. No se veía bien. Era de cincuenta años, eso lo sabía el Sargento General, que, pese a gustar de las jacas y las mozas más que de otra clase de hembras, aunque las mestizas retaquitas de miel también le molaban y le privaban, reconoció ser aquélla mujer de belleza intemporal y perenne, como si la castidad-si aquello era castidad-la conservase; sin que el gesto duro a veces era relajado de hembra y otras veces era duro de hombre, que los ojos al ver las heridas y muertes en la Plaza eran de general mirando una batalla y miraba fijamente y sin pestañear la sangre y las tripas, que los toros pillaron varios caballos y hubo un mozo desventrado también, que era mulato, que el toro le arrancó su natura de una cornada, y por el grueso boquete se deshizo en sangre en segundos. Y el Sargento General la miró ahí de reojo, pues aunque en general no leía nada como no fuesen los imprescindibles papeles de Estado, y alguna vez un libraco de crónica castellana antigua del tiempo del Cid y así, que era lo suyo y su modelo de conducta, que jamás pudo llevar a cabo, había tomado uno de esos folletos anónimos que él bien sabía eran de impulso del Guadañángel y de mano del Cabezón; y el Cabezón no era lejos y era en relaciones buenísimas con las monjas. Misterios. Lo que leyó le asqueó un poco, pero no le sorprendió que ése folleto le constase era fruición de su esposa Doña Lupita y de sus hijas Doña Clara y Doña Lucrecia. Y por tanto observó el Sargento de reojo con curiosidad a ls acompañante de la Sor Ángela, que era la Sor Federica Solete ésa, la ecónoma o lo que fuese, o comisionista en “el mundo”, bien que éstas eran monjas muy civiles en general. La que decían que era un mocito capado. Y bueno, pues no sabía qué decir. Parecía todavía bella hembra, sin que era de más grasas que la Ángela, y la secundaba perfectamente, y parecía una monja en todo. Misterios. Ahora sí, la otra monja, la que se dejaron detrás de pie, como eran detrás de él sus mejicanos, sólo cedía a éstos en que era un 30% menos voluminosa y claro, era mujer, aunque virago y marimacho, y pudiera ser la hermana macha de éstos. Que era obviamente guardaespaldas, y no le extrañase pistola dragona o sable corto de abordaje bajo los hábitos; en el buen sentido, claro, porque, si era verdad lo dicho en el libelo, en esa Casa no había nada duro por Decreto y todo era raso y como satén.

La monja le pareció acorde y razonable, y no pidió imposibles, y se conformaba más que los freyres de la suerte de la guerra, que eran hasta quince casas de religión suyas y cuarenta de propiedad que alquilaba, en manos de los indios alzados; y de esas quince casas, al menos dos grandes conventos, que eran el de Cajacuadrada y el de Cochambrecanchas. De éste, sabía ya el Cabestro ser el polvorín y fábrica del Añanzú, pero no se lo dijo. Y en fin, el acto público salió bien; la claca le aclamó; aclamó a las monjas, pero quedó un regusto de que no las desagraviaban sino que aplaudían sus demasías como si fuesen otra parte del espectáculo, y no hubo sonadas pìtadas y protestas; y que vamos, el Sargento General pareció a los toros un dictador popular. Sin que dejase de comerse un aperitivo de criadillas que, sin mala intención, ofreció a las monjas a su lado. “Si gustan” …

Sus vistas y encuentros y mutuos agasajos con los frailes, los Jesuses y Franciscos, fueron más tensos, ambiguos, y cargados de ocultos mensajes. Pues que aparte las vistas con el Provincial santa verdino de los Jesuses, Coronel General Freiherr o algo así-las graduaciones de los Jesuses tenía la irresistible tendencia a tomárselas a chota-Padre Don Javier Jesús de Jesuses de Ferre, que era hombre de 45 años seco y militar con su hábito de Soldado de la Fe que era más militar que las ropas militares de su tiempo, que eran un poco amariconadas y más que serían con el Rey Sol; y que pudiera pasar, por su tez, implantación de barba y ojos negros por turco y sargento de artillería; los desuses insistieron en darle una comida al Sargento General y él que se fue allí, con sus mejicanos, escolta de cien jinetes de chapa que rodearon la Casa por exterminar si él era emboscado, y sentando él a la mesa a dos o tres oficiales suyos, por no verse sólo con aquellos Soldados de la Orden Negra. Y eran en larga mesa de cuarenta comensales, todos negros como cuervos, colocada en el patio porticado de la Casa, porque era ya buen tiempo, y fue comida-merienda. Y el primer plato fueron huevos fritos, y bueno, eran con manteca, muy buenos. Felicitó al cocinero. Y charlaban y departían. Y el segundo fueron huevos escalfados, y aquello le amoscó. Y el tercero eran huevos estrellados, y parecióle una punta de insulto y que había mensaje en cifra, ¿no?, o retintín, y el cuarto fueron huevos al plato y el quinto huevos al nido, y aquello era ya demasiado; pero los Jesuses, negros como la Mamúa Charrúa y seguramente hijos suyos, y en sus doctrinas, de los más falsarios sacerdotes de los Quilates, no reían, que, como una compañía en orden cerrado, comían todos con los mismos gestos en perfecta disciplina, y al beber un poco de vino el General, eructaron todos al unísono, y se rascaron el cogote con el tenedor al unísono, y el sobaco al unísono.Total, que le demostraba “qué era un Ejército” y le daba a comer un suplemento de huevos. Y el Sargento General, que era Job en persona, tomó su copa de vino también-cristal fino, vino exquisito-y le escupió como metralla al General Jesús: “Bueno, ya es demasiado, ¿no?”. Y éste le contestó, compungido: “Es la escasez. La ruina que vuestra inacción nos trae nos condena ya a comer sólo huevos de gallina, que no hincamos el diente ni a un mal cabestro …de ternera”. Total, que le urgían a tomar el Altiplano. Y como el Cabestro era “el Zorro”, tomó nota y siguió con su puro, y contó chistes cuarteleros, y por lo que se rieron algunos Jesuses, bajo la mirada de odio del General suyo, creyó haber mandado seis o siete Jesuses al paredón, y se despidió. Y pensó que soportar las idioteces de la Lupita había sido un adiestramiento formidable en la clase de guerra que le practicaban los teóricos éstos de Cuervos de Negro.

Pero en lo formal, fueron exquisitamente de acuerdo, que éstos decían ser también “grandes vassallos”, ¿pero de quién?. ¿De Madrid o de Roma?. En fin, al menos no eran protestantes, que a ésos sí que el Cabestro no los tragaba, que decía que si las gentes leían la Biblia y no eran capones en caponera mental como los curas que hiciesen de “relés”-bien que esa palabra no usó-y se la interpretasen, pues que era el cristianismo finido y en rota. Que al libre examen vendría añadirle capírulos y luego escribir otro libro. Y así fue. El ejemplo de Don Tupi y su Concilio, le reafirmaban su idea de esto a él, que no era hombre metafísico en general pero sí filósofo moral y que creía en Dios a su manera en su melón, y por fuera como dijera la hipocresía que rige invenciblemente el mundo, sin remedio. Eso sí, nunca creyó ni una palabra de un cura.

Con los Franciscos fue más suave. Éstos hijos de aquél que predicaba a los pajaritos y a los pajarracos, eran aquí altos mocetones navarros de hábito parduzco y grisáceo, y eran no de barbitas mefistofélicas y como consumidos turcos, sino altos muchachotes navarros muchos,y no escaseaban las pelambres rizadas y rubias y las barbas, que parecían estatuas, de buenos mozos que eran, sin que alguno era casi enano y los había calvos y lampiños; y con éstos hubo agasajo que le hicieron por no ser menos que los Jesuses sus enemigos jurados, a quienes éstos tachaban de “ateos”-¡y es decir¡-, cuando los Jesuses tachaban a los Franciscos de “musulmanes”, y aquí acaso algo había, algo había; pero en fin, que se insultaban en sus entretelas colectivas: de ser ateos los Soldados de Cristo, y de ser moros los hijos del que pretendió convertir al Sultán Melek el Kamel… pero quién sabe si impregnados de sufismo, ¿eh?, y de cuyas filas salió fraile Anselm Turmeda. Pero los Franciscos habían preparado la mesa en su patio correspondiente, donde eran todos muy amables y sencillos, y muy cordiales, y se reían, y aunque eran austeros, hacían honor al pan y al membrillo en dulce y al queso y al vino y a los cigarros del Cabestro- que aquí se trajo provisiones de obsequio, para comerlas en alternativa a un segundo insulto culinario-; y le ofrecieron lo mejor que tenían, que fueron tres o cuatro guisos de chuparse los dedos y déjense de tonterías y a vivir que son cuatro días, “y sed Buenos si podéis”, ¿no?, pero en el piso de alrededor del conventillo aquél eran cincuenta negros afilando hachas y con los descalzos pies balanceándose colgados a un piso de altura, y cuyos ojos negros muy abiertos le miraban al Canestro, y bueno, sí parecían huevos duros. Y el General Francisco, Fray Juan de Marcos Ricardo Chiquitín, ex mercenario de 1 90, con aquellas luengas barbas, señaló al nuevo platillo que traían, y uno de los freires ésos, de barbas muy blancas y viejo del modo afeminado que se afeminan los barbudos muy religiosos, de gestos melifluos de un “Buenismo” pre-disneyano, dijo con su expresión de contemplador de rústicos y sanos milagros de lo que se toca y se ve, y de carne y hueso, como si fuese un muerto de hambre, y todos ellos pasasen hambre y fuese comer bien una maravillosa ocasión-que era verdad-, pues ése exclamó: “¡Hermanos¡. ¡El Capón¡”.Y los negros que se miraban al Sargento General Cabestro sonrieron de oreja a oreja; parecían caníbales y que los comensales eran ellos. Y afilaban las hachas. Y a ñestos les dijo el Sargento haciendo roscos de humo: “¿Y ésos?. ¿No había otro lugar donde afilar las hachas?”. Y señaló a los negros; y luego se sacaba un pedazo de comida de una muela con los dedos, y en otros dedos el puro. Y el General Francisco abrió mucho los ojos y le dijo: “¡Ah, Excelencia, si supiérais lo mal que vamos de espacio desde que la inepcia de algunos nos privó de nuestras casas y rentas del Altiplano¡”…Aquí atacó el Cabestro, con mirada neutra y a los ojos del Chiquitín: “¿E inepcia de quién?”. Y el mercenario, con perfecta desvergüenza hipócrita, le contestó: “Pues del Don Rocas, Excelencia, quién va a ser, que no se quedó lo suficiente arriba en el Altiplano para esperar a Vuestra Excelencia¡”. Y el Sargento General se dijo: “Bueno”.

Bueno, en fin, que querían sus rentas, y el “fifty-fifty”, ¿no?. Y lo que hizo fue pedirles a los susodichos señores tropa propia para la guerra, que él estimaba que los Jesuses le diesen 700 hombres y los Franciscos 800, de hombres de la Orden , “y no mesnadas mercenarias de las que mantienen para hacerse la guerra mutuamente”. Y no creyó que dejase de contar con ellos. “Y con los 50 negros de hachas, que los iba a poner en primera fila”.

Luego, dio orden al “Ciego” de que los del Servicio hiciesen pintadas en los muros de los conventos a favor de Belcebú y Satanás. Y “el Ciego” lo hizo de mil amores. Era su religión.

Al principio había creído el Sargento General hacer una Junta Extensa, y de ella entresacar una Junta Restringida; pero se dejó de rollos. La Extensa incluiría a los Generales de las Órdenes, al Nobispo y a los Generales- por qué no- de los Gremios y la Lonja y Armadores. Pero eso era casi el Cabildo. Y que no. Que él quería ser tirano y sanseacabó, que era más cómodo y más sencillo, y había que mentir menos. Era, por tanto, más moral. Que las discusiones y eso de que las ganasen siempre los más enrrevesados y los más resistentes de culo en las sillas, era injusto. Que si ellos eran de lengua doble y culo duro, él era de culo inocente, lengua única y mano de ferre. Pero la Junta era imprescindible.¿Con quién?. Con quienes le tenían que dar tropas, pues que él iba a por el birlibirloque. Que de un lado separaba sus juntas con cada parte porque no se juntasen contra él todos en una sola junta; y era dialogante con todas las partes, de una en una. Y de otra que si el Don Xavier y el Rocas le negaban la ayuda, era él acabado y roto; aunque de todos modos con ataque por el norte de Guadañángeles, él lo intentaba con lo que hubiera, que se llevaba el Servicio y dejaba sin alguaciles la Colonia, y desde luego levaba a la fuerza media provincia cerca de Campamento o toda entera, o requisaba barcos de negros y los armaba y los echaba al Altiplano de carne de calón. Que indios Cojones no, que eran abundantes por lo que hacía el Guadañángel, que él y todos aquí hacían vista gorda o era la guerra, y además, pues que se fuesen los indios, y que armarlos de nuevo y volverlos a meter era riesgo seguro de sedición y suicidio militar, que otros indios Cojones eran con los Cagarrúas todavía, y uno que se decía su rey. El birlibirloque era que se creyesen el Rocas y el Don Xavier que hacían buena jugada volviendo “a la Legalidad” ahora que lo tenía a uno sitiado y arruinándose manteniendo hueste de 10.000 y amparando un país en reconstrucción de 300.000, que se le estaba comiendo las mieses, y que no podía usar el puerto de Santa Fe y el otro era muy obstaculizado su embarque por agentes suyos del Sargento; pues que el Rocas era sitiado y mal; y el Don Xavier en el exilio, embargado y sumariado de su Banca, y expulsadas de Santa Fe de Verdes otras cuatro que eran sus aliadas naturales y gran parte de su peso en el Cabildo. Al Cabestro el Don Xavier-y otros- le estaban despiezando en Sumarios en Cartagena de Indias, Bogotá, etc, etc. Pero eran sus enemigos contra las cuerdas, de momento. ¿Le iban a regatear un paripé?. Claro que harían su cálculo, pero ¿esperarían la rota del Sargento General?. Y, ¿dejarían perderse otro año el “fifty-fifty” de la Mita, cuya ausencia empobrecía a toda la Colonia, y que se consolidase un Estado indígena,más que cimarrón, peor infinitamente que cimarrón, en la “región de los frailes”?. Eso sí, con los del Guadañángel ya atacaba. Con éstre se había ya entendido. Y sus hijos con todos los peones que pudiera levantar por su cuenta-que se gastase un poco de ésa fortuna que estaba ganando en esclavos de indios de Tupinamba-, y artillería que era ya en fundición en la Colonia y en Cartagena de Indias, y de los barcos todos del puerto, que se la haría llegar a Tupinamba, que le forzasen el Daniel y el Macabeo Cujatrucha. Pero era largo camino y larguísimas líneas de abastos, y las municiones, y los mantenimientos, y, y, y… búf.

Pues que el Don Xavier enterrase el hecha de guerra y le fuese Aposentador General de la Campaña en Santa Fe de Verdes, que era el único que sabía. Y el Don Ramón lo mismo en Campamento. Y que el Rocas se pusiese los laureles que quisiese y le atacase la subudita al Altiplano por la que bajó el Añanzú y trató de dar al País del Cañizo, sin éxito. Y que él fuese a tomar el Altiplano en junio no con 8000 hombres, como había, que eran ahora dispersos entre Carmacuncha, toda la línea de la Carretera, Campamento, las Posadas Castellanas y la Capital, sino con 16.000; bien que ésos otros 8000 fuesen de cualquier clase, carne de cañón, para forzar la Subida, y luego con sus cien cañones era batir una a una las ciudades, y la última sería Cochambrecanchas. Ya vislumbraba la campaña. Y si todavía el Arriero González o Turans ése tenía algo por ahí para entonces, que le fuese guerrilla por la retaguardia.

Lo que no imaginaba el Sargento General es lo que ya conocemos nosotros: que el Añanzí había derrotado al Arriero, empujádole a la Breña, y tomado el país de los Tiquismiquis hasta Tiquis, y allí arrasado y guadañado, y que era a ésas el Añabzú en la Breña y no en el Altiplano, con parte sustancial de sus fuerzas. Pero, aunque lo hubiese sabido, no tenía municiones para asaltar el Altiplano hasta junio. Ah, y que el Añanzú se había aliado con los chachapoyas o gringoítos, los indios rubios. Era mala cosa. Pues que el Cabestro subiría al altiplano, sí, pero le nevaría encima asaltando Cochambrecanchas. Y que los famosos abrigos para toda su hueste, serían de muy mala calidad. Pero la Junta de Emergencia debía restringirse a él el Sargento General, Don Ramón, Don Rocas y Don Xavier, y para de contar. Menudo “dream-team”.

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