miércoles, 15 de abril de 2015

EL AÑO 1642 (2)

 


Lo que sigue pues no es muy agradable. Los sufrimientos del Pueblo Cojón fueron indecibles. Las consecuencias de la caída de Tupinamba fueron tan grandes masacres que no se puede precisar el número. La ruina de tanta gente, el echarlos a la intemperie, aun cuando fuese verano afortunadamente, y el verse alejados de las fuentes los que, en número total de 100.000, se huyeron a los descampados, provocó una cantidad de muertes imposivle de precisar, sobre todo de viejos, enfermos y niños. De los 500.000 indios cojones que eran la provincia del País de Malas Tierras dejado a los Cojones después de las sucesivas guerras y en especial la de 1630, que fue una hecatombe, y población que era aproximadamente la que se alzó y fue integrante y súbdita del Reynado de Israel de Don Tupi Mongollón, fueron a refugiarse a la pezeta amparada por Rocafuertes más de 300.000, pero muchísimos murieron por el camino y otros muchos millares se volvieron a Tupinamba al ver los caminos cortados, o fueron cazados como esclavos. Los muertos en las devastaciones del Bagre, Guadañángel antes de accidentarse, los Guadañángeles y El Cota, y finalmente los del Loquín y la propia Ofensiva Final sobre Tupinamba, pueden ascender todos juntos a 100.000 personas. Es decir, que quedaron diezmados. Pero esa cifra se fue acumulando poco a poco, pues las enormes matanzas que cometieron los integrantes de la Hueste de Encomenderos- Estancieros del Reyno de la Vaca no fueron más que por simple limitación humana; no eran suficientes. Aun con las bajas que hubieron, que ascendieron a 400 jinetes y un número igual o aproximado de peones, las mesnadas eran muy departidas, y la lucha en sí fue enconada. La huída, las avalanchas de gente, los incendios de los campos inmensos de barracas, cuya existencia era en sí una catástrofe que fue en realidad la que hundió el Reyno de Don Tupi, fueron las que se llevaron ma mayor cantidad de bajas.  Incluso en las acciones militares, las avalanchas y el atropellarse de indios les fueron fatales. Y a los dos días de ocupación de Tupinamba estalló una epidemia de peste, según el vocabulario de la época. Ya habían habido brotes de cólera y otras epidemias con Don Tupi, cuando, como él previó, hedía Tupinamba, y de ahí en parte sus iniciativas de sacarse gente de encima con los 20.000 fanáticos esclavos voluntarios “por el Reyno” que le salvaron en 1641, y las “Tribus de Israel” sucesivas enviadas a la Breña, fuesen alló o se reintegrasen a la Encomienda del Rocafuertes. De ahí incluso la huída final de Don Tupi con sus 40.000 partidarios a la Breña. Pero de esto se hablará.

De las fuerzas que se quedaron en Tupinamba a defender, sucumbieron casi todas, pero no tantos como pudiera creerse, pues eran muchos a morir para tan pocos a matar, desde su superioridad en armamento. Como 5000 Jiborianos, dispersos, se salvaron, y reagrupándose en los cinco días siguientes, por los bosques amenos cercanos a Tupinamba, luego, viendo cortados los caminos a la Breña, se refugieron en los bosquecillos de malas tierras ritas, más allá, pero en dirección a la costa, o sea la contraria de la suya, donde hubieron lugar las batallas entre el Charro y el Anchorena y murió el Juez Ponce de Santa Fe. Y allí se organizaron medio bien, pero a poco se les descubrió y se llegó a un “modus vivendi”, pues que juraron a Don Guadañángel por Rey de Israel y continuaron a su servicio como mercenarios flecheros de flecha pesada y untada. Que siempre es bueno ser un operario cualificado. Los supervivientes de los Tercios regulares fueron ejecutados sin contemplaciones, excepto los que dejaron sus uniformes, estilo indio, y se vistieron de paisanos. Pero con los indios sanos y jóvenes, sospechosos de haber podido ser de los Tercios de Israel, el Guadañángel, pero más quien organizó las cosas, Don Suárez, formó brigadas de desescombro y limpieza. Y como sarcasmo, les colocaba obligatoriamente a cada uno una estrellita amarilla de tela de las enormes existencias de los sótanos del Obispado. Del orden público encargó al Ramonín,para el área murada de Tupinamba, que exploró con sus hombres a fondo previamente; y de todo el área de 50 kilómetros al Sur de restos campamentos y nuevas acampadas que se formaban, porque al final la gente no tenía otra, se encargó al Ángel Rubio y al Martín de Ferre, que se hicieron responsables de toda ésa pezeta, más o menos bien. A rodos los que fueron señaladas por gentes del partido, se les ejecutó inmediatamente e in situ; no hubo lugar a proceso ni garrote ni cordeles ni nada. In situ. Y se ofrecieron recompensas en raciones de comida a los delatores de los “herejes”. No hubo aquí Inquisición, porque con Guadañángel el Cristianismo era excluído; no así en todos los Encomenderos y participantes de la Jornada. No iba con ellos ni un solo páter. Y pocos lo echaban en falta. A espaldas de Guadañángel, que realmente quería una inmensa pira de cráneos, Don Suárez mandó acarrear vacas de las suyas para alimentar a la población y a la Hueste; y se buscó a los indios curacas o familiares de curacas de segundo orden y el Don Suárez les reunió en número de 10.000 y les dio mando, que cada uno era curaca de todo su linaje y al menos de cien personas mínimo, de las cuales se hacían responsables. Y a éstos les entregó bastones y varas con una cinta roja. Don Suárez también escribió al Obispo de San Luis de Mofeta- no al de Santa Fe de Verdes- porque amparase las Iglesias de sacerdotes; y a las Órdenes porque amparasen sus Casas, recuperadas. Pero ya les dijo que eso sería cuanto habría la Iglesia en la provincia de Tupinamba, pues que por el Decreto de Tierras del Sargento General se habilitaba a Don Guadañángel para Repartir de nuevo todo el País Cojón y rehacer las Encomiendas. Y avisados quedaron de que nada sería como antes, y era aquél Reyno de Guadañángel. Y al pasar del mes, se fueron capturando o se fueron reintegrando las gentes que habían huído a descampado y no hubieron muerto, y no tenían cómo ampararse en Rocafuertes. Don Suárez hizo pregonar que habían mantenimientos en Tupinamba. Pero al estallar la epidemia, hubo que desamparar la ciudad en sí dos meses, y todas las gentes ajustadas lo fueron en nuevos campamentos inmensos de barracas, que Don Suárez organizó a modo militar, y puso a miles de prisioneros a asegurar la limpieza y limpiar letrinas; así como se aseguró de dar agua por canales a todos los campos de barracas, que hizo cavar a los indios que vió civiles y capaces. A éstos, que con los curacas nuevos que hizo, llegaban a 15.000, les hizo Don Suárez el nuevo puntal de la sociedad de la nueva Encomienda. Estos sustituían a aquéllos que se habían alzado, cuyo número uno era el curaca Tupi Mongollón, y a los altos curacas y bajos que la Revolución devoró para sustituírles por hombres de su partido. De éstos la depuración fue total. Después de un tiempo, se recogieron todos los símbolos del Reynado de Israel y se quemaron en piras, incluídas las miles y miles de estrellitas amarillas que había hecho confeccionar el Don Tupi. Igualmente se hicieron inmensas piras con las armas fabricadas por Don Tupi, paveses pintados, cascos de cuero, macanas, de usanza indígena. Las armas útiles a españoles y una importante reserva de flechas para los Jiborianos Mansos, o Fieles, como fue llamada esta terrible Guardia Pretoriana que Guadañángel asoció a su persona, fueron almacenadas en los sótanos del Palacio Episvopal, que con mano de obra esclava fue limpiado y remozado, y fortificado, para convertirlo en un Castillo de Guadañángel y en sede de la nueva Gobernación, que Guadañángel llamaba Reyno de Israel y todos los otros de modo menos sedicioso. A éste Castillo se le llamó muchas veces después El Arsenal de Tupinamba. Y la galera fue anclada muchos meses en la parte trasera cabe el río que se siguió llamando Jordán de ahí en adelante.

Como no fue posible enterrar tanto muerto, se hicieron enormes piras de muertos, antes y después de estallar la epidemia. Durante ésta, Tupinamba fue ciudad fantasma, en gran parte llena de cadáveres y restos del combate que se pudrieron allí donde estaban. Y algunos miles de desgraciados malvivieron y murieron en las desiertas casas; así como se volvió mucha gente a sus casas destruídas o asoladas a despecho de la epidemia y a sabiendas de que en la ciudad no habrían castillas durante ése lapso. De ésos murieron muchísimos. Hubo desde luego saqueos y de todo. Meses después todavía se encontró a grupos supervivientes escondidos en las casas castellanas destruídas de la Carretera de Tupinamba.

Pero mientras Tupinamba era un caos, ardían los campamentos y se oían los gritos de las masacres, Guadañángel y su hijo el Daniel durmieron unas horas en las cámaras que fueron de Don Tupi y Teodora Diva, y al día siguiente hicieron junta de jefes. Disponían en efectivo,de 2000 jinetes y 2000 peones sanos; tenían casi 600 jinetes heridos y malheridos e igual número de peones; de éstos, por la epidemia, murieron casi todos. Y el resto hasta 3000 y 3000 números redondos eran bajas mortales. Se dieron mil jinetes a los hermanos Incháusti y a quienes se quisieran, de renombre, unir a ellos, para que fuesen hacia el Sur, convenciendo a la gente de que volviera- risotada del Guadañángel-; o sea, continuando la matanza y el arreo de gentes al Rocas, que los conocía, pero en cualquier caso determinar la Marca entre el País Cojón en manos de La Caballada, y la parte amparada por Rocas. Y otros mil pero con mil peones, para ir en dos o tres flechas a dar de Tupijuana y el Presidio, y terminar la Conquista. Acto seguido, se tomarían los pasos de los Andes. Y cuando la situación lo permitiese, se haría el Reparto. Guadañángel sería el Repartidor, si bien delegaría el papeleo en Don Suárez, que así era pactado con el Sargento General, y tanto les daba que el Decreto de éste fuese contestado o impugnado ante las Audiencias de Nueva Granada y ante la Corte de Madrid. Eso era lejos.
Así que Guadañángel procedería aquí como Guillermo el Conquistador o Jaime I de Aragón.

Otras fuerzas menores organizarían los rastreos, la policía y el encuadramiento de los Indios. Éstos serían repartidos con las tierras como siervos de la gleba, sujetos a Encomienda, a Mita y a todos los Malos Usos de Cataluña, que eran el ideal político de los Guadañángel. Y el Don Suárez organizaría localizar a las gentes de las poblaciones abrasadas por los Guadañángeles y El Cota ese invierno y hacerles volver a sus pueblos y que empezasen cuanto antes a reconstruir y a sembrar si fuese posible. Para ello contaba con los curacas que había hecho, a quienes dio, en ausencia de españoles, poderes ejecutivos totales, y el permiso de rodearse de “ayudantes” que les secundasen en la “necesaria coerción”, que podían ser gentes de su linaje, varones fuertes. Luego cada propietario encomendero vería qué hacer con sus tierras; y si quería deshauciar a los encomendados y darlos a otro señor, o devolverlos a la Corona o darlos a Órdenes o venderlos- guiño de ojo- en el Criadero o las Semíramis, era cosa suya. Y todos se relamían sobre todo de la tierra, para poner vacas en lugar de Indios. Se comentó que había nota de que el Rocafuertes iba a quedarse una parte de los indios suyos como peones de sus Mieses, y que otra parte los ofrecería a la Corona para obreros en Las Minas en cuanto se reabrieran, pues daba en la nariz a todos que el Altiplano iba a quedar devastado y que la producción sería al inicio muy baja; por lo que todo refuerzo humano sería bueno, el Rocafuertes tenía casi 300.000 personas que ofrecer a la Corona; con ello daba un paso decisivo a la Sargentía General. Tal y como el Reparto de la provincia de Tupinamba por Guadañángel -70.000 kilómetros cuadrados-fue un paso decisivo a la Guerra Civil que estalló más tarde, donde murió la Alimaña; y guerra que prolongaron sus hijos hasta que les ejecutaron. No obstante, el heredero, un hijo del Daniel, que fue Don Segismundo Guadañángel, con su flamante marquesado, conseguido antes de la Guerra Civil, y con sus propiedades enormes, aun sin Tupinamba, que se perdió para ellos y pasó a terreno de la Corona íntegramente hacia 1700, era aún poderosísimo. Éste obró como el padre de la Alimaña e hijo de la primera Alimaña, disimuló; y recuperado el perfil un tanto, fueron sus hijos y nietos, ya en el siglo XVIII, los que levantaron de nuevo el Poder Guadañángel, pero de otras maneras; pues con ellos y con ése hijo de el Daniel el epicentro de la actividad de los Guadañángeles se trasladó a su Palacio de estilo barroco mestizo y churrigueresco de la Capital, donde influyeron directamente como otros miembros de la Oligarquía, y no como seres de otra era y planeta. De ahí que uno de ellos llegase a la Sargentía General antes de 1750. Ello no impidió una verdadera guerra soterrada por la intención de destruir los Estados Guadañángel en sí, que sus enemigos lo consiguieron poco antes de la Independencia, con apoyo del Virrey de Nueva Granada y del Virrey del Perú. No es de extrañar entonces que, con todo y que siguieron siendo riquísimos, pero no dueños políticos de un tercio del territorio como antes, se sumasen de los primeros a las filas independentistas, siendo un Guadañángel uno de los primeros Presidentes de la República de Chafundiolgg, que al principio se limitó a la Ciudad y a la Costa. Y no es de extrañar que una de las dos grandes amazonas Guadañángel, Isabel- la primera es de inicios del siglo XVIII, Carolina Sebastiana- se sumase en 1838 a la Secesión de Puerto Chapuza del Sur, donde, por desgracia, pues que se comportó como hombre, la ahorcaron como hombre con todos los otros miembros del Gobierno y la Milicia separatistas. Pero eso ya se verá, o no. Ya veremos.

Estamos ahora en 1642, año crucial en este país, el Año del Reparto, y Don Suárez fue en realidad el fautor del orden imprescindible para reconducir el caos que surgió de la rota del Reyno de Israel de Don Tupi en una provincia repartida y ordenada, y luego convertida en pastos para vacas, pero escalonada y ordenadamente.

Guadañángel se quedó en los alrededores de Tupinamba durante la epidemia, con Don Suárez y otros muchos, y fuerza suficiente. Los Jiborianos fueron refuerzo importante. Y sus hijos el Daniel y el Macabeo, ya recuperado y reincorporado a Tupinamba al finar la batalla, se avanzaron al poco contra Tupijuana y el Presidio para terminar la ocupación y la guerra el norte. Esas dilaciones dieron tiempo de sobras al Don Tupi de hacer su Acto Solemne deseado en la Iglesia con ínfulas- infundadas- de Catedral de Tupijuana, vestido de Moisés, y de Decretar el Éxodo con todas las formalidades de su delirante reinado. Pasó con Teodora Diva los pasos de los Andes, y con ellos 40.000 partidarios suyos, y se aposentaron en una casa a medio construir pero que era destinada a Palacio Real de Israel, al otro lado de los Andes, donde, como se recontará, su boato encandiló a los Jiborianos, y les ocurrieron muchas cosas. El Daniel y el Macabeo tomaron Tupijuana a caballo; y casi no hubo resistencia, pues que las únicas tropas válidas del enemigo eran los 2000 Jiborianos jurados de él que se llevaba Don Tupi a la Breña, tal y como se llevó su único cañón. Hubo alguna pequeña matanza, pues iban cerca de 600 jinetes, y de los responsables de la alzada que fueron delatados se hizo escarmiento a garrote en la Plaza de Armas de Tupijuana, que los hierros eran en la casa de gobernación aún. En esa población habían unas 15.000 almas, 3000 naturales vecinos y el resto refugiados; y el Daniel se declaró Señor de Tupijuana y Gobernador Vitalicio y se los quedó como vasallos.  Luego se tomó el Presidio, con escasa resistencia de los 20.000 indios civiles que allí eran. Y a éstos se les devolvió a Tupinamba, a los campamentos de desplazados, y se colocó en el Presidio guarnición puramente de Casa Guadañángel. El Macabeo quedó por Señor y Alcalde de la Fortaleza y Bailío de todos los Desiertos del Norte. Finalmente, éstos flamantes Gobernadores autonombrados, exploraron los pasos de los Andes y se ampararon de ellos hasta una profundidad de 10 kilómetros, donde colocaron vigías, y a la salida, construyeron con mano de obra forzada, un blocao, que más adelante, como el Presidio, debería dotarse de cañones, dejando un retén de cien gauchos, aprovisionados de un impuesto al que obligaron a una de las tribus montañesas cercanas y que se vió obligada a satisfacer inmediatamente el primer año del impuesto en especies, que eran mantenimientos de tres meses; luego se les aprovisionaría desde Tupinamba, Tupijuana o desde el Presidio. Más tarde se consideró útil crear una población al lado del Presidio y cultivar algo para consumo de la Fortaleza, y se establecieron 3000 indios vasallos, con un  curaca, previos trabajos de irrigación. Así se completó la Conquista y Ocupación, y la guerra en el Norte.

Solo que, antes de conformarse unos y otros con las Marcas respectivas en el Cañizo, se dieron hasta tres rencuentros, que ganó uno el Bagre contra los Incháusti, y dos los Incháusti contra el Bagre. Después, la Frontera quedó en paz relativa.

Y era ya julio, tocando agosto, aun cuando muchas de las cosas dichas no se terminaron hasta octubre o incluso hasta 1643 y más adelante, porque fue reorganizar todo un país. Cuando estalló la siguiente rebelión india grave, la de 1730, en el Altiplano, fue en nombre de una Iglesia India muy semejante a la de Don Tupi, y los elementos implicados, todos del Altiplano, eran ya Cagarrúas y Cojones, y algunos mixtos, pues que el gran golpe de indios Cojones fue trasladado después de esta guerra de que hablamos ahora, la nuestra, de 1642, bien que no finó ése año, al Altiplano y se lo empleó en Las Minas. A esas alturas de 1730 ya no hubo alzada en las tierras que hemos vislumbrado de pasada de las malas tierras, país de cañizo, pampas orientales, praderas del lago de Tumi, provincia de Tupinamba, pues que en ésas tierras hacia 1700 ya no quedaban indios Cojones que hiciesen nación; y la masa de población de clase baja era mestiza y blanca, procedente de la Costa, o españoles instalados como nuevos colonos, sin encomienda ninguna, cultivando sus propias tierras, por los Sargentos Generales. Con este nuevo peonaje de mestizos y blancos pobres, con un mínimo de sangre amulatada que allí salpicó, y con los nuevos pequeños agricultores libres, empezaba un país completamente diferente. Y así pasa la acción al Sur, al Altiplano, donde en junio el Sargento General se halló frente a Carmacuncha.

La caída de Tupinamba y la eliminación de la Rebelión india al Norte tuvo sus consecuencias al Sur. En la Costa fue saludada con tibieza, pues se sabía que ello significaba el triunfo del Nuevo Repartimiento del contestado Decreto del Sargento General, pero una parte de gente no directamente interesada creyó, una vez más, La Caballada un elemento útil y un glacis imprescindible de la Colonia costeña, pues que una y otra vez era la fuerza eficaz que domeñaba a los Indios; y condonaban al Sargento General, de quien conocían sus intenciones de repoblar con pequeños agricultores libres españoles o criollos de ésa Colonia o del resto de las Indias españolas, el Interior, por civilizarlo, su cesión a La Caballada. Creían que, simplemente, la Rebelión era tan grave o lo había sido, que el Cabestro se vió forzado a ceder al Guadañángel a cambio de su eficacia militar. Eran ingenuos, pero en parte era un juicio político correcto. Así pensaban las clases medianas diversas y bajas amplias de la Colonia, que durante una temporada tuvieron al Cabestro, siempre en el bien entendido de que era “el Zorro”- guiño de ojo-como su héroe, en un anticipo de otros caudillismos semejantes. Eso no duró mucho, pero reflotó al Cabestro como se ha dicho, y le permitió durar; la mano dura sin mirar a quién, del Cabestro, aunque pareciera lo contrario, lo que hizo fue bienquistarle con el pueblo llano, que le veía como un gobernante más o menos duro acosado por hienas y buitres que torcían su designio; y esto no era, ni es nunca, del todo cierto; pero los pueblos, antes de la Sociotecnia y en estado de política no robótica ni de reflejos condicionados, los Pueblos, digo, mientras hubo Humanidad, eran así. Las oligarquías pensaban del hecho muy mal, qué iban a pensar, que querían ver muerto al Guadañángel, pero tuvieron que alegrarse de que se pacificara la Rebelión india al Norte. Al menos una cosa sabía hacer aquel demente e hijo de la grandísima puta, que se llevase la Mamúa charrúa- hasta a Don Xavier se le colaba a veces lo de la Mamúa Charrúa-, y esa cosa era matar, y cometer inmensas masacres, por cumplir con lo que era vox pópuli que constituía su religión de hereje y demonista: la de los túmulos de cráneos de los más antiguos indios del país. Y esto, aunque simplificaba un tantico la olla o melón del Guadañángel, era verdad. Más se alegraron en la Capital del gran golpe conseguido por Don Rocafuertes, su héroe, con 300.000 indios disponibles para reabrir Las Minas en cuanto el Sargento General se moviese. Era lástima que no fuese Tupinamba en poder del Rocafuertes, pero así acaso se evitaba una Guerra Civil. Porque la Caballada rodeada de Rocafuertes al sur y al este se sublevaba seguro, pese a tener esas Pampas y ese Desierto de Túmac en exclusiva para cabalgar hasta hartarse casi 700 kilómetros en línea recta, sin otro poder que el del Caballo y el Reyno de la Vaca, cuyo Profeta la Alimaña. Al Sur, como decía, fueron otras las consecuencias. En Puerto Chapuza, más lejos de Guadañángel y siendo más bien Rocafuertes el caballista que sobre ellos pesaba desde sus latifundios de Mieses en función semejante a la tradicional de Guadañángel contra y sobre Santa Fe de Verdes, provocó entusiasmo la noticia de la caída de Tupinamba y la muerte del Tupi Mongollón, llamado en la Costa El Tupé Hijoputón, como al Cagúa Mita le llamaban El Cagón Mitra, que de estos Indios enemigos se hicieron burlas de toda clase en corralas, libelos y por cómicos ambulantes, representándolos con plumas y la cara pintada, con taparrabos de paja. De los cambios políticos al Sur se sabía poco, pero en definitiva que había muerto de puro viejo El Cagón Mitra, que le había sucedido El Melón, o sea el Matu que conocemos, que en donde habían valencianos le llamaban El Mató; y que se quedaba después de cabezón de la Indiada el hijo de la gran puta del Añojo, Caudillo de los Cagones, o Rey de los Cagarrutas. La victoria al Norte auguraba para todos los colonos, de cualquier condición, una victoria suya también en el Altiplano, que se reabrieran las Minas y que ésos gandules de indios diesen el callo de una puta vez, cabrones, que lo que pasa es que no les gusta trabajar; que así interpretaba la población de Santa Fe de Verdes no sujeta a Mita la rebelión contra la Mita de los sí sometidos a ella. Digamos que se oyó hablar mal de los indios rebeldes a la Mita hasta a los esclavos negros. Me refiero a los esclavos, que siendo la esclavitud inhumana -pese a que la Civilización se ha edificado sobre ella- había un Código Negro; no a los “transeúntes” del Criadero, externos a cualquier Ley española o de cualquier país y sometidos a los delirios skinnerianos del inventor insigne de la Crianza de Negros y de la Doctrina de “Entrar” y el “Salir”, Don Torturancio Malpertuis y Jilindria, genio incomprendido. Que aquí, en algunos casos, en la Costa, se iban los esclavos al bar a tomarse un vino al acabar la jornada, y las esclavas aprovechaban la ida al mercado completamente solas con la cesta de la compra, y ésos vestiditos tan majos y turbantes de bahiana, para irse tras los cañizares y … bueno, tomar.Es decir, que los esclavos en la Costa se parecían a los de Roma; en las plantaciones era peor; pero el Criadero, era peor que Auschwitz. Que en lo malo hay grados. Y la Mita no era Auschwitz, pero prestada esa Mita en Las Minas, no se sabe qué era peor, si se cuenta por cuánto tiempo se duraba vivo en un lugar y en el otro.Y lo mismo cabe decir del horroroso Presidio de la Mita. Pues bien, los negros de chatos de vino y las negras de polvo diario si eran majas- por delante o por detrás o en la boca, hummmm- decían pestes de los indios rebeldes a la Mita. Los operarios libres blancos encanecidos prematuramente y que no tenían ni para ir de putas, y mucho menos para casarse, pensaban que a los indios había que sacarles la piel; que si ellos pringaban como unos cabrones 17 horas cada día cuando era faena urgente- no siempre, en estas épocas no existían horarios fijos-, que los putos indios se escabechasen, hijos de puta, que no tendría que quedar ni uno vivo, ridiela. En el Ejército de Maniobra del Sargento General, entre Fuerte Invierno y Carmacuncha, la noticia de la caída de Tupinamba ocasionó vítores y lanzamiento de chambergos y otros gorros al aire.

Este Ejército, en el orden de batalla que le dio el Sargento General en Fuerte Invierno en la última junta de jefes antes de pasar a Destacamento Avanzado, que, como era a vistas de Carmacuncha, reservaba para el último minuto ese movimiento, por no dar ventaja de lengua al enemigo; se componía de seis banderas de mil hombres de Infantería, con las banderas que él les dio- rojas con aspa amarilla y círculo verde en medio con el nombre del Santo Patrón de cada una y la palabra “VERDES”-, formadas en parte de elementos de la Milicia Colonial, el Ejército Real -mínimo-y voluntarios que se alistaron en las mesas que puso. Los equìpó muy bien, según pudo. Y las marchas desde Santa Fe a Campamento y desde Campamento a Fuerte Invierno les habían servido de adiestramiento, al menos en el orden cerrado. En Campamento se habían adiestrado en el orden de batalla del Rastrillo, mientras el Cabestro se adelantaba con la Caballería y parte de la Artillería, que el grueso llegó, con las municiones, lo último de todo, así como los mantenimientos de toda clase. De cada mil, como en los Tercios, de los que éstas Banderas Capitanas  eran miniaturas, un tercio eran ballesteros, otro tercio arcabuceros y otro tercio lanceros de largas picas y muy fuertemente protegidos, para hacer el Rastrillo. Ahora bien, de ésas seis pezetas de tropas, haciendo grandes esfuerzos y gestiones, logró equipar dos íntegramente de mosquetes; a ver qué resultado daba. Eran mosquetes largos de horquilla, y daban un tiro por minuto; acaso dos; pero la mayor parte de soldados no eran peritos. Sería uno cada dos minutos, pues. No se hacía ilusiones. Uniformó a la gente en lo posible. De hecho fueron uniformados al llegar a Fuerte Invierno, al gastar los primeros calzones en la marcha, y dárseles a todos iguales marrones gruesos de remesa adquirida y traída por los buenos oficios de Don Ramón, el Tirano de la Carretera, su jefe de Inteligencia y a la vez Logístico. Vamos, su ángel. Se veía en las tropas mucha manga roja, y mucho guardapolvo amarillo sucio o gris plomo, y mucha aspa roja pintada sea en medio brazo, espalda entera o pecho entero, o en pequeño en un lado del pecho. Casi todos los morriones de acero de la tropa eran  del “modelo español”, en diversas variantes, “de cabezahuevo”, “de pinchos por delante y detrás”, éstos casi todos con los pinchos curvados caprichosamente de modo típico de Santa Fe de Verdes, ultracharro; y “tipo Cromwell”. Se veían igualmente incluso en infantes, yelmos redondos cerrados, muy simples. Los oficiales llevaban medias armaduras con quijotes y las botas camperas de tacón y espuelas a la vista, y acostumbraban a llevar en estas calendas y lugar cascos que parecían un poco romanos antiguos, con carrilleras, muy parecidos a los usados por la Caballería otomana coetánea, llamados aquí y en el ambiente del Cabestro, “cascos turcos”. Usuario de ése modelo de casco era nuestro Don Jeliberto nunca olvidado, héroe del Presidio; y nuestro Sargento General, que si no fuese por algunos detalles, como lo rubiasco de los bigotes y su pinta inequívocamente “goda”, de guerrero de Recaredo pero sin las melenas, pudiera pasar por oficial de jenízaros guarnecido de ferre. Casi todos los soldados llevaban cota bajo el guardapolvo, para entendernos, tipo “Mosquetero”, con o sin mangas perdidas. Y se veían ahí las últimas capuchas de cota de malla con los ballesteros, sobretodo, y las primeras chaquetas o chupas cortadas en la línea que sería la casaca masculina de Luis XIV, de donde deriva directamente toda la vestimenta moderna de hombre sin excepción. La Caballería era toda Miliciana, pero a sus órdenes era un Ejército profesional, así lo había organizado desde que llegó en 1633. Había unos cuantos jinetes de armadura completa, pero de modelos menos anticuados o charros que los de La Caballada,  donde se lucían armaduras de 1560 y de 1580 en las acciones que hemos descrito, o entre los indios, donde se usaron las que ya eran de adorno de las paredes de las casas castellanas y los palacios de gobierno y episcopales, y medias armaduras de quijotes.Éstas, en la Caballería del Cabestro, eran de metal gris oscuro, medio brillantes sólo, sin dorado ninguno, y los cascos de metal granuloso mate. Igual que las espadas, curvas o rectas, pero pesadísimas y mates, sin lujo. Los cascos eran cerrados enteros de celada simple, o celadas modernas imaginativas, que se abrían de lado y eran un redondel con dos agujeros, dándoles aspectos de máscara antigás, o con guardas firmes al aire como los “cabezas redondas” de Cromwell coetáneos, si bien eran modelos equivalentes, no iguales. De estos jinetes tenía el Cabestro casi mil, en dos pezetas; un centro de 600, en dos cuadros de 300, y dos alas de 200 cada una. Él se reservaba directamente el mando de la Caballería, y cargaba con ella a veces. Muchos jinetes llevaban un par de pistolas. Unos 100, escopetas cortas. Otros 100, ballestas. Y otros 50 para “chapuzas”, que él decía, eran comandos, como si dijéramos; eran gente como el Manel Alcañar o el Jeliberto, que lo mismo podían acercarse a rociar con “peladillas” explosivas, que ir con doce pistolones enhebrados en una cuerda sobre el hombro; hombres de llevar espada enorme pesada, moderna, cuchillo puñal para degollar, y hacha de guerra. Si habían de dar de noche, tenían arneses pintados de negro. Suponemos que la experiencia del Cabestro como “el Zorro” de algo le servía. Y, cosa curiosa de esta campaña, mil de sus infantes llevaban unas curiosas botas de suela gruesa, claveteada, de cordones, con polaina y tres hebillas. Iban asimismo con tribchas de cuero como las que vió el Cabestro en cierta estatua de Castel Guadañángel de Alt. Y llevaban bolsillos cosidos a los pechos y a los lados de pantalones rectos hastabajo. En todo lo demás, eran iguales a los otros, con cota, guardapolvo, o sus sargentos, peto y casco o turco o Cromwell. Y él se iba fumando sus cigarros, labor de la Costa.

Hubo el Cabestro muchas juntas con Don Ramón, antes de tenerlo todo dispuesto para atacar. Los Arrieros de Don Ramón, unos casi 4000, aseguraban con trenes de llamas y mulos, y con carros, la línea de suministros; y no eran simples arrieros ni necesitaban de apoyo de soldados por vigilancia y contra emboscadas, que al final no las hubo en todos los cientos de kilómetros de la Carretera Transversal de Santa Fe de Verdes. Del asunto de la alzada de los Tiquismiquis habló un par de veces con Don Ramón, pero vió que era asunto que sólo sería interesante en caso de que él no conquistase el Altiplano ése año, y esperaba conquistarlo; por lo que dio ése tema un poco ya en olvido.

Y cuando hubo la Artillería completa, se movió en una sola noche de Fuerte invierno a Puesto Avanzado, y desde allí machacó con un intenso bombardeo Carmacuncha.

Don Pedro Alazán Cagúa Mita, como hemos visto, no se atrevió a alzarse mientras Don Tupi no le aseguró que el Presidio era en manos de indios, lo cual se supo por todo el país expectante por aquel incendio que hiciera Don Jeliberto Echevarría y diera con ello una falsa señal de victoria para unos y derrota para otros. Lo que quería el Cagúa Mita era que la rebelión entre los Cojones fuese decidida y sin vuelta atrás, y que el País Cojón le hiciera de pavés. Preveía hasta dónde podía llegar la rebelión, una vez puesta en marcha, pero de hecho, cuando se alzó Don Pedro Alazán, no tenía ninguna de las ciudades importantes ni Las Minas, y era todo en el aire, y se concentró en alzar Cochimba, como Don Tupi de tomar el Presidio y alzar Tupinamba. La situación era muy diferente, y la fortificación de Cujatrucha y el Jiri allí con 20.000 hombres, así como la comprobación práctica de que no se podía subir con o sin artillería ligera sino por allí o por el camino despejado que usó el Añanzú, luego fortificó y más tarde vimos que rechazó los intentos del Bagre, y frente a cuya subida los Guadañángeles y El Cota también desistieron; se revelaban ahora un dato esencial.  Otro ejército castilla profesional con artillería pesada, o una Caballada intacta, tal y como era a entrada del País Cojón viniendo de su Estancias en su primera Entrada, a lo mejor pudieran forzar el Altiplano por el norte, por uno de ésos puntos; pero en estos momentos la sóla distancia de más de 400 kilómetros de País Cojón, devastado, la mella en las huestes cristianas, su repartición y enemistad, y el hecho de que tuviesen que ampararse de 500.000 personas de indios Cojones y no perderles el control, volvían a hacer del País Cojón de nuevo un glacis, esta vez pasivo y meramente geográfico, poblacional y situacional, de la rebelión del Altiplano. La enemistad mortal del Rocafuertes y el Sargento General hacían el resto. Los del Guadañángel no podían, simple y llanamente, hacer otra campaña ése año; y el Rocafuertes, en Yurumu y otras ciudades del Cañizo, relativamente más cerca de la entrada al Altiplano, ya se vió que llevaban rota frente al Añanzú pese a haberlo también roto a él. Porque el Añanzú era arriba del Altiplano y los otros abajo.

Ese año los castillas no atacarían por el norte, y el Añanzú empezaba ya a darlo por seguro. Ahora bien, con lo que tenía abajo en la Carretera era ya para preocuparse, pese a asegurarse la otra entradita por la que el Rocas hiciese su gira triunfal liberando Cajacuadrada la campaña anterior, cuyo toreo maniobra de la que fue responsable y maestro y perito Don David Alazán, y que el Añanzú no acabó de comprender bien en su momento, pero comprendía ahora que realmente se había hecho cargo de la situación y, como Fir Uyr o Caudillo del Pueblo, como Añojo el Don Furor, “se había visto las orejas”, como es frase hecha que se dice. Con consejo de sus otros capitanes, entre los que destacaban a la sazón el Tatu, el Patu, el Passuassuatu y el Guanajuatu, entre otros, y desde luego contando con la inestimable ayuda de los casi mil jinetes del Charro y su hermano el Tajagüevos, muchos de ellos caballos doblados de jinete de avispa y flechero de flecha untada; y con un escuadrón que se atrevió el Charro a formar, con arnés capturado, de caballería pesada al choque, que llamaremos catafractos indios,el Don Furor, Tirano, planeó qué podían hacer y cómo llevar ésa campaña. El Charro, que era el entendimiento más despejado de espacios, pues que era jinete del desierto y había luego mandado tropa numerosa y regular, de indios, y habría sufrido rotas de los castillas y sobrevivido a ellas, y luego dádoles algunas rotas a aquéllos, aunque menores, iba haciéndose idea de las posibilidades de las montañas y la Subida al Altiplano. Pero no era práctico, en definitiva. Su hermano Tajagüevos era hombre de cabalgadas, pero era un poquito práctico de pasos de montaña, pero ante mucho menores fuerzas, digamos que frente a los miqueletes o gendarmes, por adelantarnos un poco, y no contra gran tropa, y en montañas mucho más bajas, que eran los Andes Pequeñitos. El Jiri no era en el consejo, que era prácticamente,desde Cujatrucha, señor de toda la Marca del Norte, y se movía por todo el borde de allá del Altiplano, ojeando, del macizo bajo el que era la tierra de Cañizo a izquierda, a las estribaciones de los Andes a derecha, que era muralla natural. Y con su poca caballería exploraba la llanura y ojeaba qué hacían los castillas en la tierra de Cañizo, y les veía más que ocupados tratando de levantar los pueblos que antes habían abrasado, y de organizar al sometido Pueblo Cojón. Eso en lo que respecta al Rocafuertes. Que del otro lado se llegaron al lago de Tumi y sus praderas, que vieron sin ganados, que los Guadañángeles lo habían todo vendido, consumido o llevado, y de lejos vieron el túmulo de El Cota, en aquellas soledades, pero no lo profanaron.

El Añanzú Don Furor veía que era preciso concentrarse en dos puntos, que serían uno detrás de otro, como sucesivos baluartes, como viera hacer a Don Manel Alcañar en Cochambrecanchas, de quien el Añanzú aprendió mucho combatiéndole y derrotándole. El Añanzú contempló la parte central del País cagarria como una fortaleza, todo él. No iba a desamparar Carmacuncha en el llano, ni los otros pueblitos. Al contrario, los había en ésos meses fortificado y murado, con sucesivos largos muros de la altura de un hombre, en piezas y cortes a lo largo de la carretera, donde por fuerza la Caballería, si quería pasar, debería practicar un demasiado alto salto, que el Charro le dijo que ésas alturas eran suficientes como para que fuese acrobacia; y en ésos obstáculos gastó miles de vidas y cuerpos de sus enemigos políticos el Añanzú, sin medida y toda la mano de obra que hiciese falta. Había hecho dos castillos fuertes que detendrían a los castillas antes de dar con el murado de Carmacuncha, donde había convertido en muralla la primitiva barricada y murado, que usó argamasa para unir las piedras y tenían partes techadas hacia adentro para guarecer a los soldados cuando llovía. Carmacuncha era fortificada abriendo pasos de casa a casa, y el baluarte exterior castellano era de estrella en rosa, algo bajo, con lo que los castillas se iban a chocar con sus propios fuertes. Y caída Carmacuncha, si así lo quisiesen los Dioses, habían otras tres poblaciones en zigzag en la Carretera antes de la Subida, que era de vistas dominada desde arriba por la Roca Nacional de los Cagarrúas, y eran las revueltas de ésa Carretera, con bosques de robles y otros árboles recios y de montaña a los lados, lugar donde se darían cien grandes emboscadas de miles de indios a los castillas cuando intentasen subir por ahí, y se inmolarían acaso decenas de miles de indios antes de que el Sargento General pusiese un pie en el Altiplano. A la izquierda del país de los frailes, visto desde el lado indio, era un macizo monstruoso y roto, enormísimo, extenso como un país, del cual la enormísima Roca Nacional o Montserrat o Covadonga de los Arrúas era sólo el roto más bajito. Y luego, a derecha de la carretera de las Minas, yendo en dirección a ellas, eran comarcas bastante pobres y medias alturas muy fragmentadas, de chacaras de patatitas, antes de irse hacia ése macizo, que, en su final, eran los Grandes Andes, como eran más allá de Las Minas, que eran un Cañón de seis kilómetros de profundidad y cincuenta de largo, horadadas como por gusanos, que cada agujero era la boca de la Mamúa Charrúa y una cárcel donde los forzados vivían menos tiempo que en Auschwitz. Todo lo bueno del País Arrúa, en sí, era un gran valle, la famosa Morcilla de carne de mujer, un prado alpino, donde eran las ciudades de Cochimba, Cajacuadrada y Cochambrecanchas, y luego descendía en otras provincias y comarcas hacia la Marca del Norte que ya hemos descrito. Era un país de Cóndores. Es decir, que los castillas no podían subir literalmente por ningún otro lugar que por la Carretera de las Minas, trazada en un paso natural de los Andes, del cual en fin el País Arrúa no era, todo él, sino la antesala, aquí más extensa que en los otros pasos que hemos vislumbrado antes, al Norte. Para entrar al País Arrúa por otro lado, había que entrar cien o más kilómetros al Sur en el Virreinato del Perú, y adentrarse en unas cordilleras rotas en busca de un paso más bajo, impracticable por un Ejército, que era el camino que había seguido, dando un rodeo total de centenares de kilómetros, el Arriero Túpac, si bien entró en ello por otro lado más arriba, por evitar la Carretera de Las Minas; y después había que atravesar como mínimo 200 kilómetros de Breña, entrar en el País de los Tiquismiquis, y subir unos pasos por el otro lado de los Andes. Como no atacasen los propios Tiquismiquis …Pero esa posibilidad hizo reír a toda la junta que era con el Añanzú. Y además daban por bien guardados los pasos de Las Minas, que era mucha pezeta y muchos ojeadores que avisarían con tiempo, y fuesen allí miles de guerreros a defenderles el paso antes de que sólo los salvajes breñosos de raza inferior e idiotas se hubiesen siquiera amparado de Las Minas, y mucho menos entrado en el propio Altiplano de praderita alpina. Era, pues, la batalla muy clara. Primero, había que mellar y abollar al Sargento General de modo que perdiese un chorro de hombres abajo, ante Carmacuncha, que los castillas no eran precisamente cobardes pero sí pocos y soldados costosos, que luego a lo mejor en batalla por su equipo y modos valían por diez indios, pero por lo mismo matar a uno sólo de ellos salvaba a diez indios, y su arnés era caro y comían comidas variadas y vino y pan y comían caliente, mientras que la alimentación de los indios y su equipo eran más módicos, por lo que salía a cuenta. Que con 1500 o 2000 bajas abajo, el Sargento General ya no sube. Ese era el cálculo que se hacían los indios. Todos, sin embargo, eran, aunque dijesen que no, angustiados por la noticia de la rota de los Cojones y la caída de Tupinamba, y que el simbólico Presidio fuera de castillas. Eso sólo era como un mal augurio que les hacía temblar. Y el Charro y el Tajagüevos, aunque culpables en parte de la caída de Tupinamba, ellos no lo creían así en su mentalidad, que culpaban al Rey de Israel sólo y en exclusiva, y esto era también injusto, que fue no poder alimentar a las gentes por depender ya mucho ésa región del comercio y quedar éste cortado con la rebelión, pues el Don Tupi era un genio pero al cabo era un indio y nunca hubiese imaginado, hasta que no gobernó como un blanco, las dificultades que habían tenido los gobernadores para abastecer el País Cojón sometido desde 1630, que fue motivo de la rota castellana fácil en la rebelión, y luego de la caída relativamente fácil del Reynado de Israel, si bien con sus payasadas crueles Don Tupi lo alargó un año con el regalo de los 20.000 esclavos a La Caballada el año anterior; pues que el Charro y el Tajagüevos sólo demostraban odio, y casi se sentían los Reyes de los Cojones, pues eran la única parte y última de los Cojones que hacían nación; pero de hecho, al ser Indiada del Desierto y cosacos de oficio, eran ya tribu diferenciada de los Cojones agricultores, que eran casi todos los demás; y de trigo casi todos, aunque quedase mucho maíz, pues que Cristo y el Trigo eran en el lugar que fueron Chipotec y el Maíz. Ya se ha dicho que el Altiplano era de patatas y maíz.

Visto así y bien comprendido, el Añanzú pensóse de fortificar aún más las fuerzas naturales de la Subida, que ya habían mucho reforzado con muradas, depósitos de agua y comidas, paveses y lanzas y enormes cantidades de “zulos” con flechas, por que los flecheros las hallasen ya a mano y cuanto necesitasen en la guerra de la Subida, pero a último momento el nansú todavía hubo miedo, y mandó más fortificar; pero no podía cortar la carretera de Subida por no cortarse sus propias líneas, pero ya lo preparó todo concentrando en lo alto del Altiplano a 20.000 indios suyos paisanos, muchos forzados y otros no, como obreros disponibles para fortificar en cuanto se diese por perdido el territorio de abajo, y levantar parapetos de argamasa y piedra en cien lugares de la subida; y con ellos, mantenimientos y materiales de construcción, muchos de los cuales los obreros bajaban ya y se colocaban a los lados del camino de la Subida como si fuese en obras. Y ya vivían miles de obreros en tolderías y barracas por la subida; que en haber rotabajo, los obreros levantarían los parapetos ya ideados por los ingenieros del Añanzú y dónde cada uno y cuántos obreros y un capitán de cada pezeta de obreros que respondía con su cabeza o con que ardiese su casa con su familia dentro por los fieles del Añanzú de capotes negros o pardos, cuya sola vista causaba pavor, pues que se llevaban gente a la cárcel terrible de Cajacuadrada o esa gente ni llegaba a la cárcel y desaparecía. Que le decían “se ha hecho parte de Dios”. En acabar los obreros los parapetos, todos para arriba al Altiplano, y sus barracas serían las viviendas de los soldados en retirada o nuevas tropas preparadas de defender, frescas, según se viera y según cuánta gente se le comiera la hija de la Mamúa Charrúa que iba a ser la batalla de Carmacuncha, a juicio del Añanzú, que era dispuesto a mucho gastar de gentes allí, pero siempre sin desguarnecer a mínimos las ciudades fortificadas.

Pero si los castillas lograsen subir al Altiplano, todavía les daría batalla a campo abierto,pues que sus generales de Tercios, que no sabían lo que era eso, y el Añanzú les dejaba en su bendita ignorancia que a él le favorecía, pues animosamente se inmolarían, ésos generales nuevos, el Patu, el Tatu, el Passuassuatu y el Guanajuatu, eran ardientes de dar una batalla de maniobra donde pudiesen hacerles guerra en orden cerrado dando de pies al suelo y diciendo “ho, ho” a los castillas. Y en ésa batalla no faltaría caballería de flancos ésta vez. Se habían hecho millones de flechas, todos los pueblos hacían flechas de hacía meses; y se habían preparado cantidades monumentales de unto venenoso. Tanto, que pensóse el Añanzú  de hacerlo arrojadizo con esquirlas manchadas por hondas u otros ingenios arrojadizos, si eran sitiados. Pues que, sitiados, encerrados en Cochimba, Cajacuadrada y Cochambrecanchas, y también Cujatrucha, que fuese a lo mejor su última fortaleza, en un plan, aunque había varios; y uno era irse a la montaña y que no les encontrasen jamás y seguir allí una guerrilla, acaso en alianza con los griongoítos; el Añanzú no esperaba dar resistencias menores que las de Don Bermejo y Don Manel Alcañar. Y ya se vería entonces, caído el invierno, al Sargento General, pillado entre tres ciudades que le podían dar de lados en algún caso, seguir el camino del Rocafuertes el año anterior e irse. Pues que sin tomar las ciudades muradas y fortificadas, no podía el Sargento General ampararse de la Carretera y las poblaciones desguarnecidas, que eran de importancia militar cero, y que las quemase si quería, ni de Las Minas, que eran insostenibles. Y que les nevase en campamento y no dentro de casa de piedra a los castillas …

La duda que tenía el Añanzú era la artillería. Pero se decidió por lo más arriesgado. Bajó los treinta cañones que tenía al llano, y los colocó en Carmacuncha, por dar alguna respuesta a los cien que traía el Sargento General, según le decían los lenguas, y según vió en día claro a últimos desde la Roca Nacional. Pues que el Añanzú hizo de la Chuncha Cúa o Ahuauác, su cuartel general para la batalla primera de la guerra. Era preparado el tren de mulas para retirar la artillería para arriba y devolverla a los baluartes de Cochimba, Cajacuadrada y Cochambrecanchas en cuanto fuese mal abajo. Y aquí surgía otra duda, y una idea abríase paso en sus mientes, bien que no la pondría en ejercicio ése año sino el siguiente, que fue cuando cayó. Pues no es misterio que el Sargento General no subió al Altiplano en 1642. Y que malo fue de su prestigio, y a muchas otras querellas de otra política que ni sospechaba el Añanzú, ni ganas, a que ése fracaso dio lugar. La idea era encerrarse en Cochambrecanchas y  llevarse toda la artillería allí. Que con treinta cañones y mantenimientos asegurados por el dominio de Cujatrucha a sus espaldas y la ayuda del país gringoíto, era la última batalla que él daría,aun habiendo caído Cochimba y Cajacuadrada, ciudades que, desde luego, incendiaría antes de darlas a los castillas, y, si podía, volaría los castillos y baluartes; que precisamente en el castillo de Cochambrecanchas y el convento de las Churriguerescas que ya conocemos, había instalado una fábrica de pólvora. Era del Añanzú la última fortaleza Cochambrecanchas, ante la que hizo sus primeras armas, que fueron de artificiero e ingeniero y zapador, que era lo suyo del Añanzú, que tenía ocho años forzados de Minas a sus espaldas con unos 30 que debía cumplir ahora de su edad. Y con él casi todos sus 3000 artificieros, gentes que jamás aceptarían ser ellos vivos y que se restableciese la Mita.

Desde luego que por Don Ramón y por otras lenguas, el Sargento General Cabestro era al cabo de los intensos preparativos de los indios; pero sólo de aquéllos del llano. Y sus ojeadores, desde los Montes de su izquierda, habían buenas vistas del dispositivo indio y le trajeron croquis. Le exploraron también la subida entera desde el Presidio de la Mita- lugar en el que el Sargento General no quería ni pensar, nunca visitó, salvo una vez que lo vió y lo olió de lejos, y ya no entró, y que era colosal fortaleza de muerte del Arrizabalaga y su Obra Magna política-, y hasta la pampita del a la sazón derruído a medias y abandonado blocao Nepomuceno. Y le subieron la otra subidita desde aquí, y comprobaron la fortaleza de la defensa de los indios; era impracticable, y la hazaña del Rocafuertes era irrepetible. Si bien se tomó nota de no recibir tiros de cañón esta vez del bien ideado blocao indio del otro lado, que casi parecía obra española. Pero bueno, el Sargento General no hacía cuenta de atacar por ahí; pero debía saberlo. Tampoco le servían de mucho cien gauchos asesinos que dijeron ser del Guadañángel y de su capitán el Loquín, muerto por el Bagre en no sé qué rencuentro de poca monta; pero los alistó de soldados, hizo capitán de ellos al más capaz y que de hecho ya lo era y con el que habló, y les encargó acamparse en el Nepomuceno, y que así hubiese alguien, y observar a diario toda la cresta desde donde había indios hasta la pampita, y luego desde la pampita hasta vistas del Presidio de la Mita, por las jornadas que fuesen, porque no quería sorpresas como las del Castillo de Santa Fe de Verdes. Que éste Amaru o Añanzú, que algunos decían era la misma persona, era un hombre loco de odio y capaz de añagazas en uso de explosivo. Por ejemplo, en sus depósitos de municiones a lo largo de la Carretera Transversal. O en un punto de Puerto Chapuza o en el mismo Santa Fe de Verdes otra vez. Y en pérdida por indios del Norte, si le entraban embozados desde el Altiplano, sólo podría ser por ahí. Claro que le hubiera venido de perlas que el Rocafuertes atacara Cujatrucha desde la pradera ésa que decían había en el lago de Tumi- que en su vida fue el Sargento General por ésas partidas- , pero sabía que el Rocafuertes ni podía ni él se lo pediría jamás, que era guerra a muerte entre ambos; y no le daría ningotra oportunidad de más méritos hacer por la Sargentía General, que los 300.000 indios Cojones en sus manos, eran ya baza acaso definitiva; pero el Cabestro no quería pensar en ello, y quería concentrarse en la campaña, que bien sabía él que por no ayudar al Rocafuertes y quererlo dejar perecer, se había perdido la campaña anterior, y era verdad cuanto decían sus enemigos, en cierto modo, de sus negocios con el Don David Arriero, el mineral, los frailes y todo eso, que mucho se temía que traería cola. ( Y tanta, que fue hombre muerto el Cabestro por ésa traición). Enjugar debía el mal efecto y dar de los indios y triunfar como fuese. Contaba con ése ángel de patillas del Don Ramón. “Si ganamos, te hago Lugarteniente”. Bueno, no había que exagerar. Que un mestizo de Lugarteniente era novedad estilo Guadañángel y ser Baal Fegor y ver luces del cielo … Pero bueno, ¿no se veían muchas, demasiadas, últimamente?. En fin, debía concentrarse en la campaña. Del hombre seguro del don Ramón por alzar a los Tiquismiquis rizados ésos, de eso no hacer cuenta; era largo, y vencidos los Cagarrutas lo mismo habría que abortarlo, o incluso dar de los Indios Borregos si le venían al Altiplano siendo éste ya en manos castellanas. De la rebelión a espaldas del Añanzú de los hombres de doblones embozados y caramillo y manta de la parcialidad del Don David finado, era cosa de ver qué salía. Aunque, por lo que se veía, si se amparaban de Cochimba- la más fácil y la mejor a la maniobra del Ejército castellano- no habrían cañones, pues que el Añanzú se los había traído todos los que había a contrastarle Carmacuncha. Según decían, ya no había cañones en el Altiplano. No sabía si eso era cierto. Acaso en Cujatrucha el Jiri ése- el Gili- a lo mejor tenía algunos. Lo que sí iba viendo claro de hacía semanas el Sargento General, al marchar por segunda vez en unos seis o siete meses, más o menos, por la misma asquerosa y embarrada Carretera Transversal, era que ésta era desguarnecida y débil de indios que hubiesen querido no defender sino atacar; cosa que harían si hubiesen tenido caballos. Que alguno debían tener, capturado, de castellanos; pero que no hubieron propios hasta llegarles el Charro y sus nómadas gitanos que venían de la otra nación de indios. Y ya el Añanzú hacía la guerra sin pensar en caballería sino como aderezo, que era ajena a su pensamiento del Altiplano. Hasta que todas las partidas que atravesaba la Carretera no fuesen cuajadas de poblaciones de españoles, y en vez de ésos campamentos miserables de arrieros y desesperados y amulatados y mestizos y desertores, colocados en las laderas y montuosidades de la derecha siempre en disposición de pasar a la breñita del Tirano de Lima y escaparle un tantico, se viesen poblaciones castellanas, limpias, y campos de honrados agricultores, éste sería territorio malo, malísimo. Bien que era el reyno del Tirano de la Carretera, su Aposentador y aliado valiosísimo en guerra y en política en “paz”- ¿era eso paz?- por la lengua que le daba de todo Santa fe de Verdes; pero era Tierra sin Ley y debía finir por civilizarse. Y esto lo decía quien se limpiaba el culo con las Leyes de Indias … Pero era por amargura, en fin. Todo este país no sería tierra civil mientras el Cañizo, gran parte del Agro que era de los de la Vaca todos y el Guadañángel el primero, y las Mieses del Rocafuertes, y toda esta alargada provincia de la Carretera, de 700 kilómetros de larga por unos 100 o 150 de ancha, no se poblasen de miles de pequeños propietarios, no de reyes de fábula y extraterrestres y paganos viciosos, y viniesen a ser como los alrededores de Ciudad Real, pongamos por caso … ¿Cuánta gente faltaba en éste inmenso territorio- pues que dijeron ser poco y lo hicieron Sargentía cuando se limitaba a lo pillado en efectivo por el primer Guadañángel: la Huerta actual y la línea de Costa, con la Ciudad de Santa Fe, que el Puerto Chapuza no existía hasta que no hubieron minas, tras conquistar Arrizabalaga el Altiplano-, de gentes de blancos, de españoles, nacidos o no en Indias, pero de casta limpia, porque las gentes mixtas de la Costa eran corrupción agusanada, los caballistas y mieseros locos y botarates segundos Lopes de Aguirre todos ellos, incluído Rocafuertes ( era éste más un primer Simón Bolívar que un último Lope de Aguirre, que ése sería el Guadañángel la Alimaña), y los indios inservibles y a extinguir por gente inútil?. El país era muy poblado de Indiada, aunque fuese arrinconada; pero ésa Indiada sería carne para consumir en Las Minas, y el resto del país era casi desierto. Esos centenares de miles de indios no valían nada; eran de más. ¿Y de españoles?. Habían cuatro y el cabo, y hacía falta más gente de valía, nacida en la Península, o a lo menos en Méjico o Cuba o La Española. ¿Criollos?. Bueno, también los había buenos … Y no quiso mucho mal pensar de su mujer la Lupita y sus hijas las Doñas, una de las cuales sería su émula y él no lo supo jamás. Le  fascinaban estas preciosidades; pero eran un poco agusanadas, a su juicio; como las bananas maduras, todo miel y derritiéndose.Vaya comparación … Aquí hacía falta queso manchego y buen pan de trigo, no mixtezas y corrupciones y acaloramientos y reblandecimientos de la raza. ¿Los negros?. Los mínimos. Fuera Negros. Este debía ser un país que continuase España y Europa. Por lo que, teniendo en cuenta que la gente se reblandecía, era preciso contínua infusión nueva de gentes españolas, castellanas o catalanas o vascas o lo que fuese. Bien que debería dejarse a la Corona de Aragón comerciar de Indias directamente, porque era ruina de España no hacerlo, o reducir a Castilla Aragón, y que no hubiese ya un Consejo de Aragón, como quiso el Olivares, que tantos reynos departidos eran mierda. Y derrota. Bueno, eran ya derrotados, o casi … y dejando vagar la vista chupando su cigarro, miraba los altos cóndores.

¿Gentes europeas … bien que fuesen católicas y mucho, eso sí?. Porque si aquí en Santa Fe el hombre escaseaba, el hombre entero, el Godo, en España también, porque la ida a Indias la vaciaba y aniquilaba su fuerza, que fue irresistible cuando bajaron todos los Godos castellanos- él lo imaginaba así- contra Moros. Y ahora departiendo el contingente en miles de leguas de salvajes, calor e hijos de puta, pues que España, sin dejar de departirse de una vez, además se despoblaba … Malo, malo.¿Gentes de Austria, de Baviera, de Italia … ?.

Hay sólo que decir que una veta de ese pensamiento del Sargento General atravesó la Sargentía General de Arrizabalaga a Muñoz, el último Sargento General, y fue luego idea constante de los patricios criollos que, en dejarse de los primeros tiempos de poncho y sable, después de Hojalateros, 1845, trataron de crear “un país progresivo y positivo”, hasta llegar a las colonias modelo de alemanes desde 1890 en la región Oriental o de la Selva, y hasta la fundación de Königsburg en 1945 … Que, como se ha dicho, un ingeniero constructor, criollo alemán seco, dijo se construyó “para el káiser” …

Pero bueno, pensó el Sargento General, ahora hemos de derrotar al, ¿cómo le dicen?, ¿”Fir Uyr”?. Al Añojo Don Furor Caudillo de los Cagarrutas. Y él añadía jocoso, en el estilo de sus libelos como “el Zorro”: “E Incas hijos de puta”. Y daba una risotada. Que le gustaba versificar chusco, y, como se ha dicho, él decía Incas a los indios vestidos y Moros a los indios desnudos.
“Derrotar al Fir Uyr“. Eso. Y que sea lo que quiera la Mamúa Charrúa.
Pues que, creyéndose Godo, y mal que le pese, éste charro mejicano era español. y mucho. Y era ya sudamericano y churrigueresco.

Era Capitán General  Don Tomás Porto y Cabestro, Maestre de la Artillería Don Juan Losada Cabrerizo, Maestre de Campo de Infantería Don Carlos de Juanes, y Capitanes de las Banderas Don Manuel Estébanez, Don Víctor María de Ramones, Don Josefo Herrera Chamorro- álias Don Josefito-, Don Venancio Estruso y de Yntruso y Don Salomón Castrocueros Requena -álias Don Amargo-. Don Josefito y Don Amargo eran peritos Rastrilleros. Y Don Josefito, hombre casi enano multiuso, era el más práctico jefe de escopeteros, y ambos hombres de contraataques. Era Aposentador General Don Ramón el Arriero, elevado a caballero por el Cabestro. Todos los otros, y los jefes de las cuatro pezetas de Caballería, Don Juana, Don Amaro Pérez, Don Barceló y Don Carrasco, éstos todos más jóvenes, de graduación alférez que había subido a capitanes, eran Caballeros de Santiago, y unos cuantos de Calatrava, y eran bordadas las cruces en los uniformes, que en los jefes eran negros y casi clericales, aunque se revistiesen los de Caballería de sobrevestas azul claro y los de Infantería de guardapolvos amarillos. Todos llevaban medias armaduras recias, de jefe pero las prácticas; con éstas jamás hubiesen posado para un cuadro ni se hubiesen presentado en parada militar alguna. Estas eran de trabajo.

Ya vió de inicio el Cabestro que iba a ser difícil. Por lo que mandó, de primera providencia, y dando nota, que pasasen cuanto antes toda la munición al Campamento Avanzado, a primera línea casi, a pie de los cañones, que previó se gastaría como agua. Y machacó dos días Carmacuncha, de parábola y directo, procurando hacer mella en las puertas y baluartes y hacer algún agujero en paños de pared, y enviarles una colección de pellas incendiarias que, en el estruendo, y al caer la noche del primer día de cañoneo, viéndolas como estrellas fugaces precipitarse incandescentes sobre la plaza, le recordaban, y no sólo a él, las luces del cielo, bolas y platos. Machacaron hasta las diez de la noche, cuando, por no ser muy numéricos,la verdad, ya no se garantizaban dianas. La artillería enemiga contestó y trataron de hacer contrabatería, pero no eran prácticos, que estaban enmohecidos y lo que sabían era improvisado, y el superior adiestramiento castellano, aunque eran igualmente enmohecidos, se sobrepuso; y el Cabestro ordenó a una serie de piezas suyas dedicarse sólo a localizar los cañones enemigos y aniquilarlos. Como tenía cien, dedicó cincuenta piezas al tiro a Carmacuncha y el resto a localizar, por grupos de dos o de tres, las piezas enemigas. No hubo éxitos el primer día; y las piezas enemigas no hicieron grandes mellas, que eran bien parapetados los cañones propios. La tropa de asalto era muy atrasada. Y al segundo día cuando cayó el día, se vieron incendios en Carmacuncha, y luego, un inesperado regalo. Eran cenando el Cabestro y los oficiales de la Artillería en una tienda cuando oyeron un estruendo increíble, y salieron aturdidos y vieron como un castillo de fuegos artificiales en Carmacuncha. Debían ser las dos de la madrugada ya, que habían discutido varias horas antes de retirarse a cenar, y eran en ese momento desguarnecidos, que eran una colección de uniformes pardos y negros con sus crucecitas bordadas. Uno de los incendios había hecho saltar por los aires un polvorín enemigo.

Al salir el sol, día gris y de llovizna, pese a ser verano, pues eran cerca del altiplano, pero caluroso, vieron enorme nube negra todavía encima de Carmacuncha. Y reiniciaron el bombardeo. No hubo contestación de cañones enemigos. No los habían perdido, pero o se habían quedado sin munición y la esperaban, o el Añanzú había perdido unos cuantos y había decidido salvar el resto y por miedo de perderlos los retiraba. Y el Cabestro miró la formidable roca detrás de Carmacuncha. ¿Estarían ya algunos cañones camino de la Carretera, hacia el Altiplano?. No, era pronto. Lástima. Sus cañones desde aquí no podían bombardear directamente la Subida al Altiplano. Y miró allá arriba, a las casitas ciclópeas de color piel de sapo. Y se imaginó, acertando, que era allí el Añanzú. Y no se equivocaba. Enfrente suyo, exactamente allá arriba, el Añanzú le contemplaba a él, sin poderlo distinguir, claro, y miraba ora al campamento castellano, ora a Carmacuncha con el incendio a medio extinguir del río cercano cadenas de baldes, y repasaba como en un croquis desde arriba su dispositivo propio. Era solo.

Don Cabestro, guarnecido, dio al Losada Maestre Artillero la orden de variar el objetivo. Ya a la Carretera. Barrerla de toda esa mierda. Y los cañones se concentraron, sin preocuparse de hacer contrabatería, de rasante y de parábola, en los obstáculos de la Carretera, que mellaron los dos primeros. El Cabestro ordenó concentrar el fuego y uno quedó mellado como dientes, con espacio para pasar la Caballería. Los parapetos hemos de decir que se prolongaban suficiente y sobradamente para impedir su flanqueo, y eran dispuestos tosca pero diabólicamente. Lo que no sabía el Cabestro es la existencia de zanjas preparadas. Y dio por allí primero de caballería bastante chapada, y detrás dos Banderas. Don Amaro Pérez a caballo y Don Amargo y Don Josefito, hombres duros a pie frente a sus tropas. Dos grupos de prácticos arrastraron cañoncitos pequeños y los apoyaron en las mellas del obstáculo enemigo mellado, convertido en parapeto propio. Malo. Varios caballos cayeron con sus jinetes a izquierda, malas zanjas disimuladas. Avance detenido, embotellado entre el primer obstáculo y el segundo, también tocado. Cañoneo y explosiones ante ellos. No, son nuestros. Y miran por qué. Se les viene una indiada  corriendo de obstáculo en obstáculo que hacen servir de parapetos. Los ven. Gorros rojos muchos y ponchos, otros sombreros con ramitos de flores. Ven los paveses pintados otra vez, como los del año pasado los que ahí fueron. De entre dos paveses surge un hondero y dále. Un soldado al suelo, la cara ensangrentada. ¿Muerto?. Llueven sobre ellos piedras durísimas y virutas de plomo y hierro. Los arcabuceros, medio embotellados, a golpes de espada al aire de Don Josefito, dan de ellos. Caen muchos, o pocos. Otra, y preparar otra. Los caballos caracolean y el jefe tira a derecha a largo por dar lugar y espacio a la Infantería; gritos y órdenes. Don Cabestro manda dar de tambores. Adelante, Adelante. Son chavales jóvenes, con medias armaduras que les van grandes, uno es rubio, los otros son muy morenos, medio mestizos medio amulatados, color de humo, que dice el Cabestro. Y golpes de mano del Cabestro. Adelante, Adelante. Y los prácticos descargan sus cañoncitos sobre los indios. Se abren los paveses indios, entre cada dos un hondero; los castellanos se arrodillan de una pierna y cubren, colocando un brazo guarnecido por delante los que no llevan rodela, la mano sujetando el morrión sobre los ojos y la cara. Explosiones. Los honderos tiran petardos. Nueva descarga contra ellos, se han cerrado los paveses, y las balas dan de ellos astillándolos y haciéndolos volar en pedazos en algunos casos, mueren muchos indios. Lluvia de lanzas a los castillas. Otra descarga. Don Josefito dando gritos a voz en cuello. Don Amaro Pérez carga con los que caben, unos cincuenta, sobre el centro del parapeto enemigo, da de ellos como si el parapeto fuese el de un torneo, y parten cabezas con las pesadas espadas. Caen algunos jinetes. Algunos indios sueltos han pistolas, que cuelgan de cuerdas al cuello. Se dispara a los ojos y frente de los caballos y caen muertos tirando al jinete, y entonces por sobre de las mellas que han abajado el parapeto le golpean con macanas el casco; a veces lo abollan y revientan, si son mazas de piedra o de hierro. Dan directo a la cara, si es de celada abierta o la llevan subida. Caen teas de aceite sobre todos los caídos, caballos y jinetes y se hace barrera de fuego, gritando horriblemente hombres y piafando y relinchando agónicamente los caballos heridos o cojos. El Don Amaro sale flechado a izquierda, y otros cincuenta suyos cargan en diagonal desde derecha otra vez, precedidos de dos descargas de arcabuz directas contra los indios. Por agujeros del parapeto, los cañoncitos baten de metralla la superficie del parapeto, vense saltar sesos, pedazos de carne, paveses, sangre, y piedras que salen disparadas. Se abren los paveses cuando cargan los jinetes y nueva lluvia de piedras, pedazos de plomo y petardos. De un lado tres caballos a tierra, de otro seis. Jinetes ensangrentados y otros manchados de tierra que se levantan y como van guarnecidos van a pie contra el parapeto enemigo y se dan de golpes por encima, sobre todo donde es más alto, y el parapeto protege más a ambos contendientes. Mano que asoma y tea de aceite al jinete. Sale corriendo mientras arde y cae luego a tierra, dándose vueltas en ella. Rechaza la segunda pezeta de caballos, carga la tercera y última, que eran 150. Antes, dos descargas de arcabuz y cañoncitos. Más prácticos arrastran, corriendo con la cabeza gacha, otros cuantos cañoncitos al parapeto. Don Cabestro da de tambores: Adelante, Adelante. Otro toque de tambor: Infantes. Y el Don Josefito grita a voz en cuello, y como ya han cargado los jinetes, da con su Bandera sobre el parapeto. Esto es otra cosa, y el Cabestro toma nota. Son mil, y dan de parapeto. Literalmente ve asaltar el parapeto una nube de langosta, que eso parecen los arneses medios de los soldados y los morriones, aun cuando muchos llevan  guardapolvos amarillo sucio o ante, con cruces rojas muy grandes la mayoría. Todos los pantalones son marrones; de todos. Don Josefito ya es del otro lado del parapeto enemigo, y por los huecos se ve que los enemigos se retiran. Don Josefito hace señas a Don Amaro. Que les de encalce. Ahora es la suya. Se apartan los infantes a este y al otro lado del parapeto mellado y pasan por las mellas los jinetes que caben cuatro de una vez en el sitio más ancho, y son 130 o así que quedan. De ésos dos parapetos al siguiente, que es diagonal, hay setenta metros. La indiada ha dado espalda y corre a ampararse. Los jinetes dan de ellos por detrás y parten cabezas por medio, cortan hombros hasta los pulmones, cortan alguna cabeza, generalmente por mal sitio, feo, del bies o de rodaja por media cara para arriba, y cortan brazos, manos y dedos. Saltan paveses hechos astillas. Pero la indiada que puede se salta por encima o se echa en montones cuerpo a tierra al poe del parapeto. Este se abre de unas portillas y los jinetes ven bocas de cañones, que dan sobre ellos de metralla directa. Caen unos ochenta jinetes, muertos o heridos. Caballos cincuenta, el resto se desbanda sin jinete. Entre los que quedan montados, algunos llenos de metralla y otros malheridos y con boquetes sangrantes y humeantes, que uno pìerde las tripas por una raja de la chapa que parece lata de conservas derramándose; no es el Don Amaro Pérez, que es caído, muerto. Y el Don Josefito da señal a la Bandera suya de ir para atrás y ampararse del parapeto que habían cruzado. Don Cabestro se lleva las manos a la cabeza. No, si se lo defiende metro a metro … Da orden de tocar retirada. Y el Don Josefito que se sube al parapeto más cercano y le hace señales que no, que no, enérgicas. El Don Amargo le secunda. El Cabestro da orden de tocar: Adelante, Adelante. Ellos mismos. Nunca hay que parar el ímpetu a las tropas de asalto. Tres soldados detrás del parapeto se pasan un frasco de infernal aguardiente. Se entonan. Se comen a los indios con patatas. Se oyen las voces del Don Josefito: “¡ Más cañones¡” y “¡Chapuzas¡”. Siempre al lado del Cabestro, éste envía una escuadra de quince de ellos, con un cabo de confianza. Llevan arneses negros y llevan petardos y minas. Pasan corriendo con la cabeza baja. Otros grupos de prácticos acercan más cañoncitos, de los de curreña larga camperita y rueditas, prácticos. Los de artillería llevan mangas rojas. El Cabestro da orden de retirada a la Caballería. Y el Don Josefito se vuelve y dice que sí, que sí, con la cabeza, que son a unos cien metros, que es el Cabestro en reducto avanzado, guarnecido, que se ha puesto en primera línea. Pero ve al Don Josefito que le está diciendo que sí y que algo le da. No lo oye pero siente visualmente el ruído de la fractura del cráneo. Clóc.Se derrumba y lo tapa ya el parapeto. El Cabestro entorna los ojos y alza las cejas. Bueno, un hombre de contraataques menos. “En el primer ataque”. Toma el mando Don Amargo, otro Caballero de Santiago más dado a mañas de peón, igualmente, de Santiago. Tiene los dos mil, muy mellados. Los veinte únicos jinetes supervivientes pasan la mella del último parapeto, que era obstáculo enemigo, y cabalgan todo lo rápido que pueden a retaguardia. Alguno al pasar, por casualidad, cruza su mirada con el Sargento General, y lo ve acurrucado tras el parapeto y con aquellos niños en cuclillas con tambores, con aquellas medias armaduras que les vienen grandes. Lleva la mirada como vacía. Bueno, ya pasa. No pasa nada. A ver qué es del Don Amargo.

Cuesta a los indios ese parapeto cinco mil bajas, y a los castellanos casi quinientas. Ya han tomado cinco mil metros de carretera de Carmacuncha con tres obstáculos. Y el Sargento General se pasa las manos para la cabeza.

El resto del día es llevarles rancho a los que están más avanzados, y reforzar lo tomado con más hombres, otros mil, escalonados, y guardar los flancos. Pero no, no hay indios a los flancos … aunque con ésos parapetos tan largos y disformes, en diagonales. ¿Qué hay detrás?. Los indios han retirado sus cañones antes de poderlos tomar los castellanos. Se recogen trescientos heridos, algunos muy malos. Doscientos muertos, trescientos malheridos, ciento veinte caballos más o menos, y dos jefes, Dom Amaro Pérez y Don Josefito.

Se recuperan todos los cuerpos cristianos y el arnés. Algo es algo. Y ve el Cabestro que muchas cargas de caballería no va a dar. Que los obstáculos son bien hechos y bien pensados. ¿Trata pese a todo de ir por los bordes del campo y evitar los obstáculos?. ¿Qué hay por allí?. Breña impenetrable, medio explorada y controlada, que cada tanto da de carronadas de metralla por si hay un ojeador indio, que se chinche por cabrón. Y de ahí para atrás limpio como una patena batido de ballesteros y de caballeros a la dragona. ¿Y a derecha?. Llanura árida, muchos kilómetros medida nuestra, hasta las estribaciones de la pura roca, que es a derecha la misma que, elevándose, va a dar al macizo que vese enfrente, encima del campo de batalla y sobre Carmacuncha. ¿Y si probamos por allí?. Mira el croquis. A ver, a ver … A lo mejor no exploraron bien, y manda más jinetes de exploración. Le vuelven. Los muros más cercanos- los otros de detrás hay de todo, cortos y largos y rectos en diagonal, y otros en punta, que lo mismo detrás hay obstáculos-, pues que los muros más cercanos no tienen final, dan con la pared misma del monte. Y que les han llovido flechas y pedradas. Y que han oído del otro lado, donde el muro es alto y no pueden ver, cascos de caballos, por lo que deducen que para situar flecheros de un lugar a otro, pues que a ellos les estorbarán las distancias también, usan caballistas que los llevan y los traen. Es malo. Acaso sea mejor seguir por el centro, tratando de perforar, como si se perforase la armadura, primero la chapa, luego la cota, luego la ropilla y así … Los despide.

Por sumas, colocando cañones él también por delante a tiro raso, y luego ataques de “chapuza”, todo peones, sin jinetes, y de cuando en cuando rastrillada, toma siete de estos parapetos en seis días. Ha avanzado ocho mil metros. Calculan han hecho a los indios seis mil bajas, que no son pocas. Serían todos los hombres que él tiene de infantes. No recogen los muertos pero los apartan para hacer camino, y si pueden tiran lejos los paveses y armas indias. Éss domingo manda hacer, en diferentes puntos suyos, entre parapeto y parapeto, hogueras con los paveses y armas de los indios, y algunas insignias y banderas que han caído en su poder. Tiene dos prisioneros, de cordeles e intérprete, pues que no hablan castellano, saca un croquis de las defensas, que coincide con más croquis tomados desde arriba por sus jinetes de ojeo. Les exige a los indios que le digan dónde son las zanjas. Uno dice que no, y le da de cordeles y luego de tizón con una espada puesta al rojo. Grita pero nada dice útil; manda que le quemen los testículos. Son una llaga. El hombre llora pero nada. Manda que lo maten. Lo sacan afuera a la penumbra y un soldado guarnecido le pone de rodillas. Y el Cabestro empuja al otro indio y le obliga que lo vea. Y cuando el soldado apoya la larga pistola en el colodrillo más que en la nuca, el indio lloriqueante se vuelve a ellos y dice: “Hablo castilla”.Púm. Destrozan al otro hasta que el Cabestro se convence de que no lo sabe ése indio, lo de las zanjas. Se pasa la mano por los cabellos. Lleva casi setecientas bajas. Arrastran al indio fuera porque desde luego, sin pies no puede andar, y sin manos tampoco gatear, y se oye Púm. Al día siguiente, reúne a los frailes y habla con el páter. Hay una misa de campaña, católica, claro. Dejemos aparte que Franciscos llaman ateos a los Jesuses y éstos a los Franciscos musulmanes. Quiero decir, que aquí no oficia el Guadañángel; éste es otro planeta que el del Guadañángel. La siguiente semana la pasa bombardeando de bala incendiaria Carmacuncha. Consiguen hacer más incendios. Y de parábola, o sea de mortero, prueba que sus artilleros batan a los indios que guarnecen, según el croquis, las siguientes líneas de este laberinto de muerte que les ha colocado el Añanzú. Finalmente, son sus “chapuceros” los que van sistemáticamente minando. Van aprendiendo. Y sus soldados echan petardos y teas de aceite también. Saltan paños enteros de pared y cargan los Rastrillos. Escopeteros y ballesteros a los lados. Don amargo, finalmente, da con romper de varios sitios un parapeto largo, y formar detrás de los indios suficiente tropa dentro de su propio trozo propio de parapeto, pero necesita más gente, y en la maniobra compromete 3000 peones. El peso de gente derrota a los indios de ahí y es escabechina, previa desbandada. Pero al dar, en la exaltación del triunfo, de un parapeto siguiente, por un lugar algo más bajo que se han dejado sin terminar, se supone que por falta de tiempo, se asoma y estalla por los aires. Ven volar el cuerpo dos metros y medio hacia arriba, recto, como si se alargasen las piernas, y caer al suelo dando de cabeza como si fuese un cohete de corto vuelo. Es muerto Don Amargo, y le sustituye el propio Maestre de toda la Infantería y capitán de la Primera Bandera, Don Carlos de Juanes. Van metiendo también escuadrones de caballería, con escopetas, que disparen desde los caballos por encima de los muros, a lado y lado de donde los artificieros de chapa negra hacen saltar un paño de pared y luego cargan dentro soldados guarnecidos, de rodela y tizona, aun cuando se ven aquí mazas y hachas de guerra; y descargadas las escopetas, los jinetes desenfundan sus largas espadas pesadas y cortan cualquier mano de indio que se apoye en el muro de cien metros a un lado y de cien metros al otro de las largas pezetas que obsesionan a los soldados, pues que combaten entre muros tirados en pleno campo, y la lucha deviene absurda y una pesadilla, cuando no hay agujeros en el suelo, estacas que se clavan en las plantas de los pies, o les llueven petardos o chinas durísimas y trozos de plomo.

A los quince días, el croquis del ojeador le confirma al Sargento General que ha abierto una cuña. Pero ha de asegurar los flancos, pues los indios fueren capaces de pasar, saltando los muros por los extremos, de uno a otro, y caerles encima de lados, o peor, deshacer todo el esfuerzo. Cree que ha matado siete mil indios o acaso nueve mil, no lo sabe bien. Y lleva gastada quién sabe cuánta munición en ésa puta ciudad de mierda … Y no han llegado al muro principal de la Carretera, donde antes fuese la barricada primera donde cortó el Don David. Y de los castillos de los lados, bueno, como eran de madera mucha parte, los han batido de cañón y han ardido. Algo es algo. Pero es que cuando acabe el jardín de juegos éste, la pista americana letal que le está dando el “indio salvaje” ése- “ y una mierda, salvaje, quien ha hecho esto”, piensa el Sargento General-, entonces vienen los muros de Carmacuncha, y aquel fuerte de mala muerte en estrella tipo rosa de cinco puntas, muy bajo, pero obra de la paranoia, bien que no emplea esa palabra, del Arrizabalaga, pero cuyo asalto de verdad será angustioso y se llorará sangre antes sus muros como no lo mine o derribe a tiro raso, improbable, porque en el Castillo de Santa Fe de Verdes ha comprobado la clase de muros que acostumbraba a hacer el Arrizabalaga, y que garantizaron las resistencias numantinas de Cajacuadrada y Cochambrecanchas …

A mediados de agosto había saltado todos los obstáculos, y había perdido 1200 hombres. Ya era ante el muro principal, que batió de artillería directa, y lanzó después un gran ataque, y aquí les dieron de aceite hirviendo, de teas, de pedradas, de petardos y minas, y, sobre todo, de flecha untada, por primera vez. Y cuando los castellanos vieron a los heridos aullando y convertidos en monstruos, hinchados de partidas cinco veces su natura, y luego bajar a las muchas horas el veneno y volverse negros y quedar hinchados sólo el doble de su natura, irreconocibles, como pegajoso carbón, que los segundos efectos hubo de pasar tiempo, entonces se lo pensaron y mucho. De momento, el primer ataque de flecha fue desbandada, cuando iban ya a vencer de los indios y tomar y arrebatarles el muro, y los heridos quedaron en tierra de nadie, y desde el parapeto anterior hubieron luengo tema de reflexión; y los indios los dejaron donde eran caídos, por dar una lección práctica a los castillas de los efectos de la flecha untada, que bien sabían estos indios que éstos soldados todavía la desconocían. Este fue triunfo del Charro, de reservarse esa carta en la manga hasta llegar a ese punto de la batalla. Acto seguido, reaparecen los cañones indios y les bombardean de parábola o mortero a los castillas de metralla, que llueve sobre ellos. Esta fue rota del Sargento General, que perdió quinientos honbres más y quinientos metros, con tres líneas de parapetos menores. “Quinientos metros y quinientos hombres”. Los indios se quedaron el arnés, colgaron los cadáveres ennegrecidos en los muretes de ésas posiciones de las que inmediatamente se volvieron a amparar, fortaleciéndolas con nuevas barricadas, y entrando acaso en ésos tres baluartes alargados 10.000 indios regulares de pavés y flecheros jinetes Cojones prácticos de flecha untada, y honderos expertos de poncho y gorro unos 2000. Era fortaleza formidable.

Con los escasos prisioneros heridos que pillaron los indios hicieron grandes escarmientos; que los castellanos vieron cómo les castraban y los colgaban desnudos de la muralla, cauterizados a fuego y comatosos, porque viviesen ahí colgados hasta que aullasen completamente locos. Se repetían las tácticas o parecidas de Manel Alcañar. Los cadáveres de españoles fueron hechos cuartos y colgados como amuletos en los baluartes, que se entiende eran estos muretes. Y pronto se llenó de cuervos y buitres. Y por encima, los cóndores.

Don Cabestro decidió contestar las atrocidades indias con atrocidades propias y grandes escarmientos, y ordenó descubiertas por pillar indios. En vano. Entonces ordenó pillar prisioneros en el próximo asalto. Pero en ese punto, final de agosto, entrando septiembre, perdidos casi 2000 hombres, entre muertos y heridos, y dadas notas a Puerto Chapuza y Santa Fe de Verdes de reclutar más gente y mandarlos de reemplazo, que ya los equiparía aquí; en fin, que comprendió que ése año, antes del invierno, no pisaba el Altiplano. Pero también decidió una cosa; y es que de aquí no se movía durante todo el invierno y que no levantaría el campo hasta tomar al menos Carmacuncha, aunque luchase aquí abajo con nieve. No subiría al Altiplano, de acuerdo, este 1642; pero el año que viene no repetía la campaña como esta vez; que Carmacuncha fue suya el año anterior. Y si se gastaba una fortuna que se gastase. Esta vez el Sargento General era muy diferente de cómo era hasta que supo que el Rocafuertes iba a por él. Esa decisión suya mantuvo algo su popularidad; alegró a muchos que gobernaban en su lugar; y dio pie a los lishenshados” y a sus financiadotes para trabajar más desembozadamente en el gran Sumario con el que al final, como sabemos, le empapelaron. Pero véase lo que sigue : cuando cayeron las nieves en octubre y el Añanzú se dio por vencedor, y pasó el mes hasta noviembre y vió que no se levantaba el cerco de Carmacuncha y que se hacían trabajos en regla, europeos, que así conoció el Añanzú, y tomaba nota por ser libro de texto abierto a sus pies sobre arte militar, desde allá arriba en la Roca Nacional, de los aproches para tomar la ciudad, entonces tembló, tuvo un escalofrío. Y muchos de los suyos, tan confiados eran de sacarse de encima los castillas con el invierno, se derrotaron un poco. Porque el año siguiente podían dar los castillas de varios lados, y acaso el País Cojón ya no les cubriese, e iban a hacerlos pedazos. O sea, que el Añanzú ganó y perdió la batalla ése año. Hizo 2000 bajas al Cabestro y éste no tomó el Altiplano; pero tampoco se fue. Y también había otros problemas, como abastecer a su pueblo, sin que fuesen tan graves como los de Tupinamba- y problemas que padeció el Sargento General Cabestro él mismo, al final de líneas de comunicación y avituallamiento tan largas-, y disidencias y sediciones en su campo. Fue, entonces, hacia fines de noviembre, que trató con el Charro y otros hombres prácticos suyos de la posibilidad de dar por algún otro lado de las fuerzas de los castillas, preferentemente de las del Cabestro. Y señaló al Charro, pues eran en Cochimba a la sazón, el camino de entrada por donde había venido el Rocafuertes el año anterior. Mientras tanto, los trabajadores de la Subida del Altiplano eran reingresados a sus hogares y las obras y materiales y barracas, abandonadas durante el invierno. Era preciso que el Charro se metiese tras sus líneas y volase algún gran polvorín suyo y le quemase los depósitos de mantenimientos. Y el Charro asintió. Lo organizaría. Y el Añanzú formó otro grupo de hombres de odio , para dar de objetivos en la Costa, con explosivos. Por su parte, Don Ramón, disfrazado, era en el Altiplano; y trataba del levantamiento contra el Añanzú de ésa misma Cochimba. Y por un muchacho que venía de Las Minas, supo del Arriero Túpac. En una posada indígena hablaron muy embozadamente y solos en un cuarto; le dio mensaje para el Arriero Túpac, en castellano, en tinta mágica que desaparecía, para susto del muchacho, ¿trataba con brujos?, y el muchacho se volvió a “las Minas”, en realidad a la Breña, con el mensaje de vuelta. Pero aquí se ha dicho que el Cabestro no se movió del Campamento Avanzado, ante Carmacuncha; y oficialmente fue así. Que nadie supo ni ningún oficial que el Sargento General se separase ya de la primera línea, que ahí le dejaron para irse con licencias a sus casas; pero lo cierto es que “el Zorro” actuó ese invierno en Santa Fe de Verdes con tal furia y tal desmesura, que parecía como si ajustase cuentas de alguna guerra perdida. Un par de “lishenshados” redactores de mentiras contra el Cabestro fueron someramente desorejados y dados de estocada al corazón. Y la “Z” sangrante en la frente. Mucho se habló de ello, y el Lugarteniente Don Xavier se dobló su propia guardia; mientras que el Rocafuertes apenas se acercó por Santa Fe de Verdes; bien que era convaleciente de graves fracturas, en mano y cráneo; que ésta fue grave pero se curó, y no quiso lucir su cabeza entrapajada ni que creyesen que valía menos. Y mucho había que hacer en sus Estancias y en el País del Cañizo. Y la galera oficial del Sargento General le esperaba puntualmente en Puerto Chapuza. Nadie dijo nunca que el Sargento General no fuese a 700 kilómetros al interior, en el frente. Y el Añanzú no dejó de creer que su enemigo era invernando delante de la Roca Nacional de los Arrúas. Pero bueno, la actuación del “Zorro” dice otra cosa. Y mucho se conspiró, de todos lados y por todas partes, ése invierno. Como que el Don Torturancio Malpertuis y Jilindria, después del motín negro de agosto, todavía litigaba y peticionaba porque se reabriese el Criadero de Negros, que al final se hizo y con sus métodos, recogidos en su memorial “Cría de Negros en Jaula. Instrucciones al Criador”, folleto que acostumbraba a enviar, a modo de libro de instrucciones, con sus sementales y bueyes enviados, en sus buenos tiempos, al Brasil y a Virginia … Pero no lo abriría el Criadero el Torturancio, que él acabó mal, como ya dijimos. Serían otros filántropos de talla semejante a la suya.

Por su parte la Alimaña, mucho antes, por lenguas de indios de los alrededores de Tupinamba y de Tupijuana, supo que el Don Tupi Rey de Israel se le había escapado, con su Emperatriz, y con 40.000 partidarios, por los pasos a la Breña por los Andes, y rabió.¡El único Rey de Israel era él¡. Y rompió otra espada. Súpose también por una india que decía haber sido testigo muy cercano, la historia del Alférez Alfredito, que explicó de pe a pa. Era la valentona, pero claro, esto ella no lo dijo. Y sabido que fue en la Hueste, llegó la nota a Santa fe de Verdes, donde se hicieron coplas chuscas e hilarantes por los calaveristas, y algún escritorzuelo desesperado sacó un folleto sobre la historia por aquellas navidades e hizo furor: “Historia calamitosa del Alférez Marica y Capón Alfredito o Alfredita Rodríguez y Ruz de Carvalledo, traydor a su Patria y Emperatriz de los indios Cojones huído a la Breña con el Rey de Israel Tupicojón, con eftampas”. Más graves eran otros folletos que se leyeron en Santa Fe de Verdes esas navidades y en general ése invierno: “Copla del Cabestro traidor amigo del Cagón Mitra”, anónimo pagado al contado por el Cabildo, y cuyo autor fue decapitado por “el Zorro”, tras pesquisas ímprobas, se supone; y “Futuro Regimiento de Santa Fe de Verdes e Yndias por la Razón Natural introducyendo la Cría del Negro como Panacea de los Males de la Humanidad, o el Behemot”, de Pacificancio Bienparatí y Julibertia, poco hábil seudónimo del absoluto cretino e hijo de puta Don Torturancio, genio incomprendido y profeta de la Sociotecnia que sustituyó a la democracia a fines del siglo XX e inicios del XXI. Célebre fue la ambigua copla que “el Zorro” fijó en una pared del Castillo de Santa Fe de Verdes:

“A los que quieren el dinerito
y a los que quieren el caballito
y a los que adoran a la vaquita
y a los que aman las miesecitas
y dicen muchas mentiritas
del Sargento General
de Santa Fe de Verdes
Don Tomás Porto y Cabestro
alguien les va dar en breve
una bofetada en pleno rostro.
Y quién fue lo sabrá el viento.

Y aquí es donde entra un nuevo actor en escena: el Zorro. De donde los ingenuos dijeron que “el Zorro” era partidario del Sargento General. Y otros doblaron el número de sus guardaespaldas, y algunos hicieron ciertas pesquisas por saber si el Cabestro era en realidad ante Carmacuncha; pero, por lo que pudo saberse hasta Campamento, el Sargento General se había quedado en primera línea. Esas navidades las pasaron de modos muy diversos. El Lugarteniente General, los miembros de la Diputación de lo General y Permanente del cabildo, el Capitán de las Tropas de la capital, los principales oligarcas y jefes de familias ricas y muchas damas con el lujosísimo tren de vestidos y tocados de Santa Fe de Verdes,y en tre ellas la Sargenta General Doña Lupita y las Doñas Hijas Sargentas Doña Clara y Doña Lucrecia, casaderas; así como los clérigos y cabezas de las Órdenes, asistieron ea los actos oficiales en la Explanada, el Patio de Armas y la Catedral. En Santa Fe de Verdes el invierno era muy leve, y era sólo no asarse como en verano; las nieves quedaban para la región de los frailes, allá arriba. Actos similares, de segundo rango, se celebraron en Puerto Chapuza. El Rocafuertes pasó las navidades entre un par de visitas a la capital, muy discretas, su castillo del Agro, y Yurumu, donde, a ejemplo de los Guadañángeles y como representante del Obispo, se instaló de Gobernador, que lo era de toda la región del Cañizo. Con él pasaron las navidades en la nueva capital rocafuertista su señora, bellísima criolla que no cedía en ningún aspecto a Doña Lupita, sus otros hijos además de su lugarteniente el Bagre, en especial resaltaremos a Don Diego y a Don Esteban, que se casarían más adelante con las Doñas Cabestras; y una serie de hijas, también muy bellas, que el Rocafuertes también tenía, la menor a la sazón de once años. Pero todas éstas fueron, aunque igualmente bellas que nuestras Cabestras, menos brillantes y llamativas, y desde luego fueron más sensatas y modestas, incluso cuando su señor padre llegó, unos años después, a Sargento General. El Bagre, hijo del Rocafuertes y una bella mestiza, no quiso, aunque totalmente legítimo y reconocido, pasar las fiestas con el resto de Rocafuertes machos y hembras de sangre toda española, pero tampoco se fue con su madre y sus otros hermanos mestizos; y con sus huestes exploró a fondo las regiones de las praderas y el lago de Tumi, pues pensaba “cortar” en horizontal el país, haciendo lo de latitud igual extensión del país del Cañizo ocupado, hasta los Andes. No era dispuesto a tener a los Guadañángeles a la espalda. También  preparó, apercibido de las noticias de la campaña fallida del Cabestro contra el Altiplano, la campaña del año siguiente. Y una vez  más reconoció embozadamente todas las subidas y entradas posibles e imposibles al Altiplano desde el Cañizo y pampas del norte. Los Guadañángeles se reunieron en varias partidas; los mestizos Guadañángel, que eran raza y casi hacían nación, celebraron junta en los pueblos y extensas tierras, dentro de sus Estados, que les cediera su Padre y Dios, la Alimaña. Éste anduvo entre Castel Guadañángel de Alt y Tupinamba, y se sabe poco qué hizo, si bien se recoge nota de que tuvo la intención de perseguir al Tupi Mongollón y a la Emperatriz, a quien, sin nada saber, quería a toda costa desposar, “por más legitimar el Reyno de Israel”, que él era así; y que era su idea hacerlo pasando los Andes con su galera a cuestas por “perseguir a Don Tupi hasta la desembocadura del río de las Amazonas en el Océano, y quién sabe si luego pasar a África y tomar Garama contra Faraones, contra Turcos o contra todos los hombres del mundo, ligando nueva alianza con el Negus, Preste Juan de africa, y resiguiendo en sentido inverso el camino luminoso y civilizador de sus Antepasados Garamantes; y quién sabe si tomando el Centro de Asia y Cathay”. Pero lo dejó. No sabemos por qué, pues el plan era factible y bastante bien traído. Y los 500 hombres de que disponía para ello, suficientes. Su idea, ya desmesurada, de perseguir a Don Tupi y explorar un poquito toda la Breña, como hiciera su abuelo el Sebastián Conquistador y rey de Quilates, la maduró tomando lengua todo ese invierno de los capitanes de los Jiborianos y aprendiendo la lengua de éstos y la “lengua franca””Breña”; desde luego en esto sí aprendió mucho; pero no pudo dejar de dedicar unas semanas a volver a Castel Guadañángel de Alt para repasar los papeles de la Contactada, insigne torrezno, del rollo Ganimedes, que obraban en su poder, y tratar de procurarse embozadamente otros del archivo de la Inquisición donde obraban guardados bajo siete llaves. Hay que decir copia de ellos había sido remitida en su momento a Roma al Santo Padre. El Daniel y el Macabeo pasaron las fiestas en Tupijuana, reorganizando el país de los Cojones; y Don Suárez en Tupinamba confeccionando el Nuevo Reparto y un Catastro. Por cierto que los levantiscos aposentadores de Franciscos y Jesuses que vinieron a Tupinamba con ínfulas de recuperar no sólo sus casas sino sus encomiendas, murieron de un mal aire y Don Suárez, muy apenado, mandó llamar a otros frailes calatravos de ésos. Lo mismo pasó con la designación de un Obispo para sustituír al cuarteado por los indios, que fue la cosa para largo, pues uno que nombró el Obispo y Primado de Santa Fe de Verdes, se huyó del país en una galera por no ir a Tupinamba, y nadie en definitiva quería ir allí, sea por el gran pavor de lo hecho por los indios sea por las maneras de La Caballada, que, desde luego, no sólo iba a caballo por la acera y debían bajarse los indios e indias, sino que, de ahí en adelante, fueron los indios castigados durante setenta años a no usar las aceras, que eran para los jinetes de La Caballada. Don Ramón anduvo en negocios secretos en el Altiplano, como ya veremos; y el Añanzú dio de discursos a su Pueblo como era su costumbre, por enardecer su resistencia, y luego, con el mayor frío, se retiró a Cochambrecanchas. Los pasos de los Andes quedaron cerrados hasta enero, ya finales. Y el Arriero Túpac seguía en sus negocios con el Rey de los Indios Borregos o Tiquismiquis. La Breña ése invierno, con tanto israelita tupinambés, era agitada; y allá abajo no hacía el frío del Altiplano. Y ya se verán cuáles fueron los negocios de Moisés y su Emperatriz en busca de la Tierra Prometida.

Don Ramón se entrevistó con el jefe de los antiguos hombres embozados de doblones y manta y caramillo de Don David el Arriero, y ése jefe era a la sazón Mutchic Mechica, que fue uno de los que mataron al Amaru. Era éste muy bien embozado de gran partidario del Amaru, e iba de su ayllu a Cochimba. Y en Cochimba se vieron varias veces. Era el plan del Mutchic que en llegar un poco el buen tiempo, en cuanto se reiniciasen las operaciones de Carmacuncha, alzarse él en Cochimba contra el Añanzú, y proclamar la paz con los castillas e incitar al Pueblo Cagarrúa a revolverse contra el Añanzú. Esto era para él un negocio grandísimo y capital; pero el Don Ramón, alentándole, lo tenía por una mera operación secundaria al asalto castellano del Altiplano; Don Ramón creía que el Mutchic no contaba con más de 2000 hombres, si llegaba, y creía que el Añanzú los aplastaría, pero contaba con dividir el esfuerzo del Añanzú, y que así se ablandase la dura subida al asalto del Altiplano. No fiaba mucho en que el Pueblo Cagarrúa hiciese caso de hombres desacreditados por ser lo desde incio, y muy conocidos casi todos, agentes de la primera alzada y sus más activos preparadores y propagandistas; pero todo podía ser. Creía más bien que el Pueblo, aterrorizado por el Añanzú, esperaría a ver qué pasaba, y asistiría como espectador a la destrucción de los alzados por el Tirano Don Furor. O sea, que los enviaba a la muerte. Pero aún más, Don Ramón sopesaba otra posibilidad de uso de ésos 2000 del Mutchic- él decía tener 10.000- y era que tomasen los fuertes lugares del acceso por la Subidita, y franqueasen el paso a una fuerza castellana, que hiciese lo que el Rocafuertes la pasada campaña, o ya antepasada, el 1641. Pero el Mutchic a eso no se atrevía, y le hizo ver en un ojeo al Don Ramón las fuertes defensas y obstáculos colocados en el Valle del Coño, lugar de la rota del Matu y por donde entró el Rocafuertes, de tal manera que Don Ramón reconoció que un ejército con caónes no pasaría por allí ni en sueños; pero que ligeros jinetes podrían ir por los filos de las valvas, pues que no por el cálido centro impracticable y hecho espinoso, y podrían introducirse guerrillas a caballo. Pero éstas no serían suficientes, pues ya se vió cómo el Rocafuertes “rebotó” contra las plazas fortificadas, y éstos serían menos fuertes y sin infantería pesada por aprovechar la sorpresa y rapidez, único modo de hacerse esa cabalgada, y no saldría a cuenta el esfuerzo de tomar los fuertes; y en definitiva era mejor y más sonado tomarle una ciudad desde adentro, y hacer lo que pretendía el Mutchic. De otro lado, Don Ramón despachó como se vió, como era concertado, con un emisario de su Arriero Túpac, a quien él siempre llamó Capitán González al referirse a él, por agrandarle a ojos del Sargento General, y buscó más lengua de la Breña, pero había poca. De sus ojos vió Cajacuadrada y Cochambrecanchas, donde entró e inspeccionó con excusas la Plaza de Armas y supo de la fábrica de pólvora instalada en el Castillo y en las Churriguerescas. Cuando Don Ramón fumaba apoyado en las casas y barracas de comercio y pulperías de entonces que habían a la sazón donde fue el decisivo baluarte de la Plaza de Armas, cuya pérdida motivó la rota de los españoles, el pabellón personal del Añanzú ondeaba en lo alto de la fuerza.

Y cuando giró el año y entró el 1643, el Charro y 500 jinetes, planes éstos de los que no supo niente Don Ramón, pasaron la Subidita y la fueron bajando hasta el blocao Nepomuceno. Pero, juntos de nuevo en el sitio frente a Carmacuncha, el Sargento General y Don Ramón, hubiesen sido antes donde lo hubiesen, decidieron no esperar a abril o mayo para dar el ataque a Carmacuncha, y darlo antes, que fueran desprevenidos quizá, y el Añanzú lejos casi 200 kilómetros en Cochambrecanchas, y fuese hecha ya mucha faena cuando llegase el buen tiempo. Que por vistas de Don Ramón al volver,de la Subida al Altiplano, los materiales eran dejados cubiertos de nueve, las barracas vacías, y el camino de Subida, de hecho, desguarnecido de las fuertes defensas previstas. Y los castellanos no habían retrocedido sino aquellos 500 metros fatales, y los ingenieros habían hecho durante el invierno aproches diversos a los parapetos y a la murada pribcipal, a la derecha de la cual, desde campo de castillas, era ya Carmacuncha. Mucho del campo indio se supo por lengua de Don Ramón y otras, pues que, inevitablemente, se comerció ese invierno entre los dos campos, y comerciantes y arrieros en apariencia sueltos, pasados por relajo de castillas y ausencia “unos días” del Sargento General a revisar los depósitos de municiones, se acercaron a los indios por venderles cigarros, mantas y otras cosas, y los arrieros de arriba pues que también bajaron con sus cositas, y muchas mujeres de falda de alcachofa y mantos de invierno, y aponchadas, que bajaron a vender comidas que cocinaban a los castillas por ganarse unas perrillas, y bellas mozas indias muy arregladas se bajaron a prostituírse, y algunos encamisonados, aunque en la Hueste castellana no faltaban mestizas y algunas españolas perdidas, pero pocas, por el frío, que era todo el suelo de aguanieve muchas semanas, e iban muy sucias y llenas de churretes. Pero claro, algunos aproches de los ingenieros castellanos fueron del dominio público y no cosas secretas o sólo sabidas de ojeadores militares enemigos.

Pero el golpe fue que el Sargento  General era veinte leguas retrasado, donde, en el Depósito Uno, formó su Hueste de ataque, de 3000 hombres, apartados del Campamento Avanzado, donde si había huecos se atribuía a licencias o relajo, como lo había , y así se supo con el comercio, en el campo indio, y también que el Añanzú había dejado sólo seis cañones abajo, y todos en el fuerte castellano de Carmacuncha y ninguno en las barreras. Y en una marcha forzada, que casi todos eran jinetes, pero los infantes los había montado en mulas precisamente para la aproximación, dio del mercadillo, sin hacerle caso, y lo atravesó, y atacó exactamente por donde lo hiciese la última vez, mientras a su orden secreta, los ingenieros hacían estallar minas que deshacían las barreras en varios sitios útiles y de distracción, y por tres sitios metió cien jinetes de chapa, cien en cada uno, y por el balyarte principal dio, él en cabeza a caballo guarnecido, que le salía humo parecía de la boca y los belfos, acaudillando, con 2000 infantes que había desmontado. Y el mercadillo fue desbandada a los bosquecillos de las cercanías de todos los que eran indios, que muchos fueron cautivados por los suyos de segunda línea, pero no se hizo hincapié en ello, que muchas indias, e indios no combatientes, simplemente se quedaron de servidores o prostitutas en el campamento castellano, por lo que se vieron forzados a cambiar de bando, y algunos se alegraron, por salirse de la rota que temían del Añanzú de todo el país de allá arriba. Y como el baluarte principal indio no tenía sino 1500 hombres de pavés, muy abrigados y acomodados, fueron rotos y el Sargento General se hizo con la murada principal, que fuese la primera barricada. Y tuvo su tentación de subirse directamente por la Subida de la Roca Nacional, pero arriba no había dónde hacerse fuerte y no había suficientes fuerzas para amparar toda la Subida, habiendo a sus espaldas y, entre él avanzado y su campo, la ciudad de Carmacuncha, aun cuando era apartadilla a la derecha, y que era él bajo sus fuegos, que no tardaron, de cañonadas. Pero su artillería de cien cañones batió fuertemente Carmacuncha, en cuyo interior eran al menos 10.000 indios paisanos y casi 15.000 soldados regulares de pavés en cuarteles de invierno, al mando del Patu Tenic, lugarteniente muy querido del Añanzú. Era mucha indiada, pero no hicieron salida, que temían ser desbaratados en campo abierto. Y el Cabestro, dueño de todas las barreras, baluartes y aproches suyos de ellos, se amparó de todo el dispositivo, haciendo de él no trincheras de defensa de Carmacuncha sino aproches de su sitio. Usando a todos los indios e indias putas o no putas pillados en el mercadillo como acarreadores, trasladó su campamento avanzado a ésas posiciones, y movió su artillería, que situó la mitad más cerca, para tiro raso, en lo que fueron obstáculos y ahora eran sus muradas propias. Y rehizo en parte las dos fuerzas del Añanzú que dio de granada incendiaria, y los hizo defensas a lado y lado de su fuerza. De otro lado, y arriesgándose, hizo un blocao a la entrada misma de la Subida, de donde Carmacuncha quedó completamente aislada, allá abajo, del País de los Arrúas. Y él en su persona, al frente de compacto escuadrón de jinetes, subió por ver de sus ojos toda la Subida, y sus chapuceros de arnés negro abrasaron todas las barracas para obreros y para soldados, y desmontaron las pilas de piedras, que tiraron según pudieron por barrancos, y volaron de minas y petardos todos los materiales y defensas medio hechas que encontraron, y mataron a unos 50 centinelas en una docena de pequeños puestecillos. Y así el Sargento General, en enero de 1643, puso pie en el altiplano, que nunca antes había sido allí. Y tuvo la tentación de remontar aún la otra subida al Santuario Nacional de los Cagarrutas y pegarle fuego al menos a los techados que se veían de las casitas ciclópeas color piel de sapo, y si pudiese, meterle minas, pero no se atrevió por lo largo y las revueltas, y porque suponía que enseguida hubiera una reacción enemiga. Y el campamento de obreros que halló arriba, medio desierto, y que era ahora cobijo y almacén de los comerciantes muchos de los cuales eran abajo y prisioneros suyos, y muchos otros no, lo abrasó y no dejó nada, que el incendio se vió desde Cochimba, y nota de todo esto era llegando ya a Cajacuadrada y a Cochambrecanchas. Pero el Sargento General hubo de desamparar, aun cuando pensó que qué bueno fuese que en ése momento se hubiese alzado Cochimba. Y se alzó, que su incendio y la noticia de su entrada fue la señal, pues que se aceleró todo y el Mutchic reunió a los suyos y eliminó y redujo las guardias fieles al Añanzú de Cochimba, que mataron acaso a 300 soldados, y se amparó de la fuerza castellana y de las murallas y cerró las puertas, y alzaron una bandera blanca con una cruz en aspa encarnada que ellos habían confeccionado. Pero era demasiado lejos para que lo viera el Sargento General o un ojeador castellano, siendo que además se alzaron cinco días después de ser el Sargento General ya otra vez abajo, de modo que se alzaron creyendo inminente la entrada de castellanos, y se vieron ellos tan aislados de campo castellano como lo era Carmacuncha de campo indio; no, ellos eran más aislados, y eran muchos menos. Y no tenían cañón alguno.

Y en saber que no había entrada y el Añanzú ya venía, el Mutchic tragó saliva. Pero es que hay quien dice que el Patu Tenic, en saberse aislado del Altiplano, hasta lloró. El Añanzú montó en cólera, porque ahora podía, que muchos años se reprimió y puso su cara amable y ojos de borrego y “la boquita de Añanzú”; pero no se detuvo mucho. Sacó todo de Cochambrecanchas y llamó a Cujatrucha al Jiri que dejase 2000 hombres y se le viniese con 18.000, mientras él recogía de los suyos y de su ciudad y de Cajacuadrada, donde recogió su artillería toda, cerca de otros 20.000 hombres, que muchos alistó nuevos y sacó de sus polvorines miles de paveses pintados de su señal. Pero el invierno dificultó mucho todo. Que cuando formó a los nuevos, dos Tercios enteros de 5000, en la pampa frente a Cajacuadrada, e hizo capitanes de diez, de cien y de quinientos y de mil y capitanes de Tercio y Lugartenientes y Aposentadores, se resfriaron muchos, que no dejaron de toser, y luego tuvo muchos postrados en los siguientes quince días que al final, murieron de ése frío. Pues que era blanca aquella Pampa cuando les pasó revista, en su mulita, con su grueso manto negro y su gorrito de alas atadas, y una gruesa bufanda alrededor de su cuello y sus buenos guantes manoplas estilo indio.
Y se dice una cosa curiosa, y es que no volvió el Añanzú a llevar tizona ni prenda alguna de castillas, tanto asco les pilló; pero no dejaba de llevar dos pistolas y una maza. Y siempre el Añanzú llevaba consigo en una cincha una mina o petardo con la que podía hacerse volar, cosa que maravillaba y espantaba a otros muchos y casi a todos los indios.

Y con ésas fuerzas, el Don Furor se llegó frente a Cochimba y con fría cólera dejó delante de ella al Jiri con 20.000 hombres, y le dijo que no quería prisionero ninguno de ésa ciudad puta. Luego hubo algo de lengua de gentes sueltas que se huyeron de Cochimba, y de gentes que huían del abrasamiento hecho por el Sargento General, y se situó en la situación, y vió que era mala pero no tan grave, pues que él de su persona se colocó entre el Sargento General y Cochimba. Tal y como el Sargento General le era entre él y Carmacuncha. La idea extraviada de un canje o trueque le pasó por las mientes; pero no. Era ponerse al nivel de los mercachifles que con su relajo habían ablandado sus fuerzas y dado al Cabestro la idea, acaso, de atacar; pero no, ésa era idea meditada, y seguramente era ya en mientes del castellano cuando vió que no se iba al caer las primeras nieves, y vió que si no lo había previsto, la culpa era sólo suya, y pensó el Añanzú q    ue, si no fuese porque se necesitaba a sí mismo vivo, se haría arcabucear por ineptitud rayana en la traición. Pero como era él el que daba los castigos, salió impune. Y aun dicen que se castigó físicamente en privado como si fuese un prisionero suyo.

No era el Sargento General de castigarse, como no fuera a polvos con putas, en todo caso; y mientras se fumaba su puro allá abajo, en su puesto avanzado nuevo, que bautizó Baluarte Año Nuevo Victoria, con las vistas del blocao que le impedía con sus diez cañones al Añanzú bajar al llano, aun cuando inevitablemente había de dejarle la Subida, pues los castellanos no la podían sostener, pensó que no era tan malo, y se carcajeaba por lo bajo. Pero no de esto, como muchos pensáronse que eran cerca suyo, sino de la Victoria suya en tanto que “el Zorro” al eliminar al autor del panfleto en el que se le acusaba de ineptitud y de traición en 1641 por su transacción con el Tercer Hermano Cagón Mitra, Don David, q.e.p.d. Al verle carcajearse por lo bajo entre las toses de los fríos y del grueso cigarro, a algunos les dio miedo.

Y así el Añanzú, cubriéndose algo cuando era a vistas y posibles fuegos del blocao, con algunos de los suyos,vió de sus ojos las destrucciones de material, campamentos y defensas hechos por el Sargento General en la Subida, pero comprobó que, por no conocer su existencia, eran intactos todos los “zulos” de flechería y otros depósitos más embozados; y dio en pensar que, con el buen tiempo, todo se podía rehacer. Era, pues, cuestión de concentrarse en Cochimba, y de comunicarse por espejos y si no por señales de humo con el Patu Tenic, ése buen chaval, en Carmacuncha. Y mientras se pensaba esto, entre matas, puso el Añanzú su pie por segunda vez en el llano, pues que vivió toda su vida en el Altiplano. Y el llano no le sentaba muy bien, se encontraba mal y le dolía la cabeza, y era el aire muy enrarecido, le parecía a él. Y comprobó que el hijoputa del Sargento General le cerraba el paso con fuegos y vistas desde un blocao rústico pero eficiente típico de los castillas, y con un murado de piedras con argamasa que cerraba físicamente la entrada a la Subida, en un semicírculo algo salido, de modo que quien se acercase desde arriba a atacar ese murado fuese bajo los fuegos del blocao, donde contó siete cañones del lado a vistas. Con éstas el Añanzú se subió a donde dejaba su mulita, y en ella se volvió para arriba. Colocó tres batallas de cien hombres, pues más no se podían cobijar en las barracas que hizo, que se calentasen de buenos fuegos, a lo largo de la Subida, y arriba, cerró de 2000 hombres el acceso del único camino, y lo mandó murar por arriba. Y con los restantes, se unió al Jiri ante Cochimba, y dio orden al Charro de marchar ya sin esperar más, que entonces fue, que esperaban un poco de mejor tiempo. El Sargento General, hacia el 20 de enero, tras machacar durante diez días la fuerza en rosa de Carmacuncha, con algunas destrucciones interesantes, y con éxitos de contrabatería de tres cañones enemigos, con lo que al Patu le quedaban tres contra casi cien, y los escondió por usarlos de tiro raso en el asalto a pie cuando se diese, que no los quiso perder también; pues el Cabestro, habiendo enterrado los mutilados cuerpos de españoles que eran, castrados o hechos cuartos o hinchados como monstruos, helados, en los baluartes cuando los tomó, y muy presentes en sus mientes como lo eran los escarmientos que ya había decidido que haría, que a ningún soldado indio declarado o en edad iba a perdonar la piel, llamó a unos comerciantes de mantita y a unas mujercitas de falda de alcachofa, y los envió al Patu como emisarios a pactar una capitulación. De su intención y orden le ofrecían el oro y el moro. Pero si decía sí, era hombre muerto.

El Patu los colgó de los tobillos- de un tobillo- en los muros de Carmacuncha, y los dejó morir de frío. Y el Sargento General tomó nota, en un memorial donde anotaba de su mano maneras de suplicio, cuyas ideas coleccionaba, por afición y por si un día se pudieran poner en obra, y también como materia de sus escarmientos como “el Zorro”, pues que era hombre meticuloso. Y mientras miraba los muros de Carmacuncha y anotaba con su letra redondilla, siempre fumando su cigarrón, asentía con la cabeza con gesto de “conocedor”, pues que era éste gourmet de estas cosas, como el  Guadañángel se creía toda clase de patrañas y coleccionaba los dioses y las quimeras y los reynos de fábula. Si bien éste no poseía el don del Guadañángel de ver un plato volador incandescente, como mínimo, todos y cada uno de los días de su vida. Que por cierto, esporádicos, aquí encima de esta batalla se vieron muchos; pero como aún eran pocos de los que se veían normalmente, la soldadesca les hacía canciones y decía que los platos voladores y bolas de cielo habían frío, y cosas semejantes; pues que esta tierra de Santa Fe de Verdes era tierra donde, al parecer, se criaban. Y aquí viene a pelo un curioso memorial que escribió un sargento, pero de tropa de infantes, en ésos bastiones, antes del ataque y cuando el relajo, ese invierno, que el frío hace estas cosas: “Modo de Reproducirse y Costumbres Familiares de las Bolas de Cielo, por como sean unos machos y otros hembras y se aparean en las cumbres de las montañas, con eftampas”. Que aunque no eran estampas, de su mano y melón trazó curiosas ilustraciones de la parada nupcial de los Platillos Volantes, cuyo manuscrito algo apolillado se conserva en el “Museo del Calaverismo”. Y seguimos con la guerra.

En el cerco y hacia el 1 de febrero, supo el Sargento General que el Rocafuertes había pregonado que iba a dar de los indios con el buen tiempo, por ayudar al regimiento de los Reynos pues que era buen vasallo del Rey. Y el Sargento General le llamó de todo en su fuero interno, pues que el Rocas, traidor, nunca le atacó de frente, y se limitaba a dar grandes sumas a sus enemigos de primera línea, y se presentaba él, “haciendo campaña”, siempre como hombre ecuánime y ponderado, dispuesto siempre a ayudar con su modesta fortuna “al buen regimiento de los Reynos y de estas indias porque era buen vasallo”. Y no paraba de enviar memoriales, que le escribían o daba de su mano,, al Virrey de Nueva Granada, y aun se escribía con los de Perú y Méjico, siendo íntimo del Almirante General en Cartagena de Indias y devoto del Capitán General de Caracas, donde indirectamente se presentaba como quien debía ser Sargento General de Santa fe de Verdes, y le dejaba, como de pasada, a él el Cabestro, como un trapo. Y bajo mano les llegaban a éstos denuncias y memoriales de mano de otras gentes y de “lishenshados” anónimos, en contra suya. Y ahora decía que iba a sacar al Sargento General del atolladero donde se había metido. Por lo que el Sargento General decidió que “el Zorro”, por su mano misma o por la mano de los otros 40 ayudantes que tenía, iba a poner fin a los días del Rocafuertes. Pues que era capaz, ahora que el Añanzú había concentrado sus fuerzas y sacado seguramente gente de Cujatrucha, del otro lado, de que viniera cuando él era otra vez todavía abajo y sin haber remontado la Subida; y de pillar al Añanzú y darle él garrote y luego venirle desde arriba y decirle que “ya no hacía falta su esfuerzo, agradeciéndoselo con gran cortesía” ,y dejándole en ridículo, y de tal modo agraviado que sólo podría resignar el cargo, y en ese punto y minuto de resignar era reo de mil procesos y quién sabe si volvía a España cargado de cadenas. Pues que no, que al Rocafuertes lo mataba antes de un mes. Y fue que iba Don Rocafuertes con seis jinetes suyos por una carretera algo apartada entre la tierra de Mieses suya y la del Cañizo también de hecho suya pero que tenía por el Obispo, y era esto ya a inicio de marzo, que iba a hacer preparativos de la Hueste con que iba a dar de los Cagarrutas por el norte en abril o mayo, cuando setenta jinetes del Loquín, ya finado, y en teoría del Guadañángel, de quien les separaba un entero país, y en realidad de orden del Sargento General, muy embozadamente, le salieron por delante y por detrás en escuadrones, y al encalce, que era imposible que escapase vivo, pero escapó; pero con tres tiros en el cuerpo, que se creyó que era muerto, pero no. Y no pillaron el cuerpo porque hubo, en oír los tiros, alcance de jinetería del Bagre, que cargó de ellos, y aun ser fuertes, los deshizo, y aun que tomó a uno prisionero, que los otros se huyeron y se volvieron por los caminitos pelados y secos a la pampita del blocao Nepomuceno, que era su base, y donde ya habían sufrido un mes antes un ataque del Charro, pero se encerraron dentro y el Charro pasó adelante, que le interesaban más otras cosas, y dieron nota de “cuatro o cinco jinetes indios que habían pasado”, al Sargento General. Y eran los del Charro cien de la partida que dio del lado del fuerte, que otros 400 iban de otros caminos. Que las gentes del Loquín eran así, como su jefe gotas de él.

Pues bien, dado de cordeles el jinete coquinero y guadañero dijo todo, pero el Bagre le había apretado demasiado y murió, por lo que no hubo testimonio cierto pero sí certeza de muchos, y del Rocafuertes cuando se rehízo. Y éste, ya muy herido, dio de su melón que todavía era ésto ventaja y sin el esfuerzo de la guerra, que se diría como rumor a todo el mundo y como certeza a las gentes de peso, el hecho, y que ése atentado le valía a él la Sargentía General, y al Sargento General, “el Zorro” o lo que fuese, el paredón, si es que no el garrote o la cuerda. Y así fue recibido en Santa Fe de Verdes, llevado en andas, prácticamente como Héroe, Salvador y Libertador, y desde la camilla saludaba, escoltado por la caballería del Bagre. y más mierda se acumuló sobre el Sargento General, si bien el pueblo llano, convencido de ser el Cabestro la misma persona que “el Zorro”, le siguió apoyando y aún mñas; y en Puerto Chapuza, hartos del Rocas como en Santa Fe hartos del de la Guadaña, hubo el Sargento General mucho apoyo; y pues que pruebas no habían, se dijo era todo montaje puto del Rocas y los enemigos del Cabestro, que el escándalo fue a punto de ser cohete que estalla por el culo en las Fiestas, para el Lugarteniente General. Y porque no se dijera, se echó tierra - no a los Sumarios, a los que se echó más rociada de papel higiénico- y el Rocas buscó en rrocarse con el trato de Doña Lupita La Cristal y las Doñas, y Doña Clara La Política hizo enrroque semejante frecuentando los hijos casaderos del Rocas, pues que ella no se puso a favor de su padre sinó que fue éste muerto y vió la verdadera cara del poder en Santa Fe de Verdes, que ni viviendo durante años en el Castillo y siendo Hija Sargenta General había intuído. Que eso sólo fue muerto ya el Cabestro en 1650 y ella se hizo “el Zorro” pero la reconocieron y le dijeron “la Zorra” y “la Cabestra” y lo dejó correr, como se ha dicho.

Pues que Don Rocas y Doña Lupita, que acudía solícita a cuidar sus heridas y todo su cuerpo, fueron muy amigos … y el Cabestro fue Cornudo. Y Doña Lucrecia Coñodefuego se hizo muy amiga del Bagre … pero fue con otros hijos del Rocas que las Doñas se acabaron casando. Y estas extrañas y churriguerescas maniobras eran bendecidas por Don Xavier “con la mano derecha y con la izquierda”. Y un buen día, en el Altiplano, el Cabestro tuvo dificultades en encasquetarse su casco turco.¿Cómo no le cabía?. ¿Es que le había engordado la pelota?.

Antes de marzo y ésas derivaciones cornúpetas, hubieron disgustos para muchos. Pues que el Charro no era de estarse quieto, y dio del Depósito Número Tres del Cabestro, y ahí perdió éste cincuenta hombres, y todas las municiones, que fue gran explosión, y antes de saberlo el Cabestro esto, ya había estallado el Depósito Número Cuatro, como sesenta kilómetros medidas nuestras más allá, hacia la Costa. Pero más no quiso arriesgarse y dividió fuerzas, y se fue, como hiciera su hermano el Tajagüevos,-que era en el Altiplano dirigiendo el resto de caballería del Añanzú- en la Cordillera de Andes Pequeñitos, éste por las colinas malas de los desesperados, donde reclutó a muchos, y pasóse a las tierras del Tirano de Lima, donde dio grande rodeo para entrarle a Puerto Chapuza desde el sur. Y llevaba 250 jinetes, doblados de flecheros, quinientos hombres, más 200 desesperados que se le unieron como peonada, y, para baldón suyo, iban varios españoles. Y los otros 250, sin doblar, que habían dejado sus flecheros como ojeadores por toda la subida entre la pampita del Nepomuceno  y el Presidio de la Mita tenebroso- y apestoso-,al mano del Juarrúa, hijo del Charro, tiraron por caminos perdidos entre estancias de la Tierra de Mises, abrasando alquerías, violando y matando, pues que era preciso crear la impresión de problemas de fuerzas indias en la retaguardia por intentar que se tuviese que ir el Cabestro de delante de Carmacuncha. Estos tuvieron un rencuentro con fuerzas del Bagre, que los dejaron temblando, que capó y ahorcó a setenta de un gran árbol milenario, y fueron allí colgados hasta que se cayeron solos descompuestos. Pero el Juarrúa con el resto, en tres etapas por mayor discreción, y en uso de ropas de mestizos y arneses y chiripás  de gauchos, y con grandes bigotes postizos porque no se notase que eran indios, llegó a abrasar hasta fincas del Guadañángel, y luego le huyó varias jornadas a los del Guadañero con éxito, y entróse en tierras de la Huerta, que fue larga jornada adonde llego él con veinte kilos menos y su hueste con doscientos hombres menos y ciento setenta caballos menos. Y con esta partida, todavía numerosa, dio de muchas alquerías y barracas y barraquetas de ceñizo, incluso con algún búnker- barraqueta, y abrasó y mató mucho y después se le perdió la pista. No reapareció hasta 1648, asociado al jefe de negros cimarrones Orango, que era capitán de una Negrada de casi 5000 personas, de ellas guerreros útiles machos unos 700, y junto a él dio un gran susto; que a ésas fechas el Juarrúa hijo del Charro había mujeres negritas y amulatas, y su hijo llamado Churrasco el Zambo fue cabecilla de rebeliones por los tiempos del nunca olvidado y siempre sonriente capitán Errol Delfín, Caudillo y Jerifalte de la Filibusta, con quien hubo una alianza antes de que Don Xavier le ofreciese al Delfín otra mejor.

Del otro lado su padre el Charro dio un sisto por las calles de Puerto Chapuza y abrasó y hundió tres buques del puerto, después de lo cual se retiró, provocando el encalce de las fuerzas militares y milicianas, pero había dejado en la ciudad a un grupo de hombres de odio que repitieron la hazaña, o casi, del Mudo y los suyos la vez anterior, pues que sí consiguieron colarse en el Castillo, más modesto, de Puerto Chapuza, y llegaron a las mazmorras de la pólvora, pero no habían existencias, y, acosados, se hicieron saltar con sus propias minas, lo que no ocasionó otro desperfecto que los cielorrasos negros y manchurrones de sesos y sangre, y tener que repintar la mazmorra, por lo que salieron baratas sus vidas.

Habiendo hecho lo que había podido, el Charro se reintegró a mediados de marzo al Altiplano, tras perder casi doscientos hombres. De los desesperados que iban con él, muchos murieron en rencuentros, y otros pasaron las malas colinas y se internaron en el Perú. Pero dos de los renegados españoles fueron tomados prisioneros y se les dio garrote públicamente en la Plaza de Armas de Puerto Chapuza. Pero el verdugo era ebrio y los hierros mal puestos, y las ejecuciones fueron lamentables y una chapuza, y hubo pitada.

En enero el Añanzú había dado estrecho sitio y cañoneo a Cochimba, donde el Mutchic, verdugo del Amaru, había izado un rústico pabellón español. Con 2000 hombres el Mutchic hubo de mucho esforzarse por cubrir la murada y controlar la población, aunque era posible, pues que las gentes, en número de 10.000 porque era doblada o más la población de Cochimba a la sazón, restaba expectante. Y de su observatorio, el Añanzú vií que de muchas ventanas de casas castellanas e indias, a escondidas de los defensores, le agitaban pañuelos blancos y zapatillas, que era señales de rendición al modo castilla y al modo arrúa. Y pues que vio que no eran tan fuertes de alzarse con ellos el Pueblo, se dio por más seguro, pues que el Pueblo no era, al menos, en su contra; pues que el Añanzú Don Furor era un sincero patriota Cagarrúa y eso nunca nadie lo discutió, y nunca quiso tener al Pueblo en contra suyo, pero lo cierto es que en varias partidas y tiempos, él lo tuvo, y sobre todo al final. Por lo que dio asalto masivo a los muros, cañoneó las puertas principales, e hizo caer paños de la muralla con minas, y como 10.000 guerreros de pavés del Jiri entraron en Cochimba a veinte días de sitio. Pero en ver esto se sobrecogió pues comprobaba cuál era la resistencia de indios murados; aunque se alivió de repensar que los defensores eran sólo 2000, y que cuando viniesen los castillas, si venían … que vendrían -bajó la cabeza como aplastado por los Dioses-, Cochimba y las otras ciudades Arrúas serían bien muradas, dotadas de decenas de millares de defensores, y con petardos y artillería; que éstos del Murchic, que ya se había enterado exactamente de quién era y quiénes eran los alzados, no había usado sino hondas y piedras y algo de virotes y lanzas, que ni siquiera habían flecheros y acaso sólo dos o tres arcabuces. Y que en asaltarlas, si lo hiciera a varias a la vez- ¿pero cómo, con 8000 hombres máximo?-, el Sargento General tendría que departir su artillería. Así, aunque en partidas fue resistencia durísima, de guerra de indios en pezetas de 50 y de 100 y de 500 disputando baluartes de cuarenta metros, de macana y pavés contra macana y pavés, en igualdad de fuerzas, pues los antiguos hombres de doblones embozados y de manta y caramillo del Don David sabían correr suerte perrísima si eran presos del Añanzú, que sabría que eran quienes asesinaron al Amaru, finalmente la resistencia se venció, pero no cesó. Que hasta en ocultos reductos se siguió peleando mientras hubiesen defensores en grupos de cinco o seis, que se hacían hueste ellos solos; y a veces hasta uno sólo; y muchos se inmolaron de diversas formas por no caer en manos del Añanzú, que se tiraron más de cien de muros abajo, pero no todos murieron, y fueron rematados en el suelo, a patadas en la cabeza de grupos de veinte atacantes que jugaron con sus cuerpos heridos a la pelota hasta que dejaron de vivir. Pero en fin que el Mutchic y veinte de los jefes de la manta y caramillo de Don David, que por paradoja eran los hombres que por su melón y esfuerzo y diligencia y dedicación hicieron al inicio el alzarse indios, cayeron en manos del Añanzú, algunos fuertemente heridos de macanazos que casi no podían andar, y se apoyaban unos en otros. Y el Mutchic tenía los ojos morados y casi no veía. Pero casi quinientos de éstos se dejaron de paveses y ropas de guerra, y se juntaron con el Pueblo, y se pusieron a agitar pañuelos blancos y zapatillas, y hasta a aclamar al Añanzú, que fueron la claca de la aclamación con que fue recibido al entrar, y eran los que más le habían combatido, y hasta los hubo que se vistieron de mujer, y otros que con alcohol se decoloraron el cabello y se hicieron pasar por ancianos caducos, pues que eran éstos todos hombres astutos y peritos y en fin, de oficio de manta y caramillo, por lo que éstos disfrazados, en no querer el Añanzú cumplir su promesa de pasar a cuchillo a toda la población de Cochimba, pues vió le era fiel o no adversa y que eran sólos los conjurados, pues que ésos hombres peritos y hábiles se salvaron; que en cuanto pudieron la mayor parte se huyeron a campo de castillas o a descampados o a las montañas, donde hicieron tolderías y volvieron cuando era todo de españoles y se confundieron con el Pueblo y nunca más se supo.

Pero del Mutchic y de los otros veinte señalados fue grande escarmiento, que les dio tizones y les cortó todo lo que se pudiera cortar antes de descuartizarlos; pero en fin, que muchos con un corte o con un par ya eran muertos. El Añanzú perdió aquí casi 3000 hombres, por lo que los 2000, o 1500, vendieron caras sus vidas; y del pueblo, por cosas inevitables, también perecieron cosa de cuarenta o setenta personas; y hubo muchas destrucciones de los baluartes de Cochimba, por lo cual era la ciudad más débil; y el Añanzú mandó inmediatamente empezar a reconstruír lo deshecho; y se volvió con toda la fuerza que le quedó y pudo y toda la artillería, al borde del Altiplano, y se instaló de nuevo en la Chancha Cúa o Auahuác, la Roca Nacional de los Hombres Serios, en las casitas ciclópeas aquéllas, de color de piel de sapo. Y desde allí reflexionaba sobre la suerte de la batalla, en ver que el Sargento General quería haber de sus manos Carmacuncha al entrar abril y poder dar del Altiplano. Por lo que, con aguanieve todavía, el Añanzú mandó llamar a los 20.000 obreros del otro año u otros, y forzados si era preciso, y traer más materiales, para fortificarle ya sin esperar más, mientras fuesen fuera de los fuegos y vistas del blocao Victoria, la Subida al Sargento General Cabestro, que los Arrúas decían Cabis Tenic.
Y cada día intercambiaba sus señales de espejos o de humo con el Patu Tenic, capitán de Caramacuncha. Curiosamente, tanto el Añanzú como el Cabestro pensaban en venenos; pues que el Cabestro se pensaba qué bien le iría a él tener flecheros indígenas que diesen de flechas untadas, o un físico o alquimista que le redujese ése unto y untase sus balas, o se pudiese hacer granada de metralla untada; o aún más, bomba de vapores mefíticos que al olor se hinchasen los enemigos. Luego pensaba en si soplaba el viento, y daba una risotada; no veía solución ninguna. Pues que le habían dicho soldados del primer asalto que sólo de oler eso se hinchaba uno, y que algunos soldados se salvaron, aunque se hincharon un poco y se enverdecieron una miajilla, porque no les tocó sino sólo lo olieron, como si fuese el aire alrededor del unto. ¿Y cómo lo hacían los indios que untaban?. ¿Cómo era la cosa?. Porque ése arma había que tenerla los cristianos, y adaptarla a sus armas, sean balas, granadas o virotes de ballesta. Y barruntánase el Cabestro lo que había lengua pero inconcreta, de los Jiborianos que eran con el Tupi Mongollón y de donde venía al parecer el unto, y que el Guadañángel, el cacho salvaje, se había agenciado a 5000 de ésos para guardia suya. Si se los pudiese pedir para el asalto del altiplano … Pero no, eran a más de 500 kilómetros medida nuestra, sino más. Y el Añanzú había dejado en su fábrica de Cochambrecanchas el trabajillo en el que se empleaba y que creía que en él podría pasarse el invierno, y fue que no; y el trabajillo era ver de untar virotes de veneno y prensarlos en granadas y minas; y aun con un hechicero y otros peritos que si se pudiese hacer como lluvia de ése veneno y echarla por encima a modo de rocío, de enemigos, o esparcerla por el aire con tiros de cañón que diesen de las nubes o por el aire.

Y el Añanzú hubo un gran gusto y un disgusto; porque le vino con lengua y nuevas, a pasar del tiempo suficiente, el Charro, que volvía de su cabalgada; y ya de las explosiones de depósitos había habido lengua el Añanzú, y algo se notaron en decrecer el cañoneo del Cabestro, porque llegó a ir corto de municiones; pero luego al parecer se arregló, pero en Carmacuncha respiraron un poco. Y el Charro le completó la lengua de la explosión del Castillo de Puerto Chapuza, y le dijo de sus incursiones; y ambos algo sabían de la incursión del Juarrúa hijo del Charro, pero ambos le daban por muerto y quería el Charro de ello gran escarmiento de castillas, y le pidió al Añanzú que le dejase organizar la defensa de la Subida; y a poco, yendo por un borde de piedra cubierto de aguanieve, a caballo, el Charro se despeñó y se mató en una revuelta de la Subida, que fue un día gris y fueron cien metros de caída. Y arriba volaban los cóndores.

Gran duelo hicieron en Cajacuadrada, en las casas que les había dado el Añanzú, del Charro, una vez que se recuperó el cadáver; que era envuelto en una mortaja roja y negra y todo cubierto, porque era muy machucado. Y ese duelo y funeral al modo de los paganos indios Cojones, pues que los nómadas se dejaron de cristianismo indio en cuanto salieron de la vera del Don Tupi Rey de Israel, fue funeral también por el Juarrúa que se creía muerto, y por todos los buenos Cojones caídos en esa Cabalgada, y en toda la guerra; y aún un poco por toda la nación de los indios Cojones. Y entre hogueras, de noche, siendo presentes el Añanzú y el Jiri y otros principales del régimen, el Tajagüevos se autocoronó rey de los indios Cojones del Desierto, por Chipotec, por Túmic, por Uiracocha y por la Pacha Mama.

Y el Añanzú pensóse, allí arriba en la Roca Nacional, él sólo casi siempre, muchas cosas. Y se acercó otra vez a la canchita del ídolo, a donde no había entrado desde que, abrazado al ídolo, mató de un tiro al Don David; era como si el Añanzú fuese peleado con sus Dioses, y por eso no se había alzado por Cagúa Mita sino por Fir Uyr , y por lo que al final había hecho ciertas paces con los indios cristianos, si eran patriotas, aun cuando desde que fue El Hombre de los Arrúas, el Cagúa, tal y como La Mujer era la Mamúa o la Meúa si era en la acepción de Madre, había elegido un intihuatana propio y señalado ciertos lugares, cosas, objetos y reliquias suyos como huacas. Y que por siempre serían ya Añanzuhuacas. Él mismo, irreverente como hemos visto en relación a las monsergas de los orejones y linajes, pues que era plebeyo y lo tenía a gala, y para él su ascenso a la nobleza por méritos por el Cagúa Mita Peru valía niente, lo de los intihuatanas y las huacas sí que era serio,y era también revolucionario y libertario; él veneraba y hacía venerar la cinta y la sandalia del Amaru mártir como huachas políticas y Amaruhuacas; y el lugar donde se decía fue capturado, pues donde le mataron no se supo nunca y su cuerpo no pareció jamás, lo había declarado como el intihuatana del Amaru a título póstumo, como si el Amaru hubiese sido rey de los Cagarrúas, y su antecesor, y él su heredero, a título de Fir Uyr. No entendía el ejercicio del poder sin esto, aun cuando su ánimo religioso rayaba casi siempre en un ateísmo muy desgarrado y nihilista, pues que era un hombre muy amargado por la Injusticia y la Opresión. No podía llamarse Cagúa Mita; la Mita era el Mal. Pero ahora, sólo, y con aquella sensación, ¿sería el invierno?, de que era la Mamúa charrúa rondándole, y como una especie de luz, ¿un sendero luminoso, un claro del bosque, un lichtung?, que le decía, más oscuro que su razón, que no podría vencer no ya a Castilla sino al continente, raza, civilización, orden político y técnicas de Occidente, de que era irremisiblemente perdido y roto, pues vaya, que se acordaba de las lecciones de los frailes sobre Jesucristo, y de las canciones míticas de su pueblo, de los héroes y del tiempo de los Dioses, de su abuelo, y de Túmic, el Dios Grande, caso que fuese ése a quien representaba el Idolo Nacional en aquella canchita y aquella pampita, que suponía serían cubiertos de aguanieve, y que hacía más de un año que no había visto, y antes de ser un hombre importante, nunca. Y el manchurrón de odio que amueblaba su mente, hecho de resistencia feroz al orden de la Mita y al orden de Las Minas, cedía a ésa calidez interior. Y el Añanzú se acercó a donde el Idolo, y luego se entró en la canchita, y escudriñó las formas vaguísimas de aquel horror primordial que parecía más antiguo que el Hombre y la forma primera, a medio cuajar, de la Tiniebla en el momento de ser Verbo, y crearse el mundo. Y allí, seguramente porque era invierno y no tuvo su navidad, que para eso es, el Añanzú, abrazado al Idolo Nacional de su Pueblo, lloró.

Y otras cosas pensó otros días, mientras abajo seguía la batalla. Y los funerales del Charro le inspiraron un gran acto de Reconciliación Nacional, eufemismo con que encubría suturar la ruptura que él percibía entre él y su Pueblo, de modo que era él más Tirano que Libertador; y de paso fortalecer la voluntad de resistencia de su Pueblo, porque no le cabía duda de que el Altiplano sería asaltado y hollado por los castillas, pues que como juzgador político no veía otra; aun cuando como jefe militar el buen sentido le decía que Carmacuncha a lo mejor podía enterrar al Sargento General y darle una victoria. Y este acto sería, al volver el buen tiempo, cuando el suelo fuese verde, ante Cajacuadrada, donde elegiría un intihuatana de todo el Pueblo, y allí, en una manifestación o junta campestre de toda la gente que se pudiese, si 20.000, 20.000, él se proclamaría rey de los Cagarrúas, pero nunca jamás Cagúa Mita, porque la Mita era finida para siempre. Y se enarbolarían todas las banderas de su pueblo, nacionales, de ayllus, de unidades militares, de personas, vivas o muertas-que no fueran proscritas-, y de todos los grandes Cagúas Mitas de los tiempos anteriores a los castillas. Y si eran cincuenta banderas, pues cincuenta. Y si había momias que pasear, de ilustres antepasados, las pasearían en andas, y sería una Fiesta del Pueblo. Y sería cuando viniese la primavera.

Este acto se hizo, sí, pero para pedir a los dioses, como Fir Uyr, la victoria sobre los Indios Borregos que, en cuanto se deshelaron los pasos de los Andes, le invadieron desde la Breña en fuerzas de número de 30.000 hombres; era toda la nación Tiquismiquis, unida como ni sus propios reyes habían sido capaces de unirla, por el Arriero Túpac, como instrumento político de España.

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