miércoles, 15 de abril de 2015

EL AÑO 1642

 

Lo último que puede rastrillarse e irse dejando limpio, o rastrojarse, como diría el Guadañángel, a modo de cuadros y flecos de lo sucedido en 1641,que cuadraba y finía en cierto modo, por lo que hemos iniciado esta relación aparte, es que no era tan claro que los españoles hubiesen terminado la guerra, pues que al norte, bien que el Cabestro y otros jefes españoles o lo que los otros ya fuesen, no supiesen, eran fuerzas no despreciables sino lo contrario, de el Daniel Guadañángel y El Cota su maestro, hombres desaforados que jamás pagaron una coraza ni se lavaron y que en fin eran de la edad de la piedra y del mundo quimérico, o más real, de los Encomenderos y entre ellos, que eran cien quimeras, el reyno de Quilates de los Guadañángel. Era de fuerzas de 200 jinetes y 170, números redondos, antes de encontrarse con los refuerzos que venían al mando del otro Guadañángel hijo, el Macabeo, ser quimérico y espantable estantigua que nació más viejo que su padre y ya velloso y barbudo, según decían, y las fuerzas de Bohemundo Matamoros, hermano del Cota, que ascendían a otros 600 jinetes en dos partidas, que no era poca cosa. Pues que se les añadían 300 más de Matamoros, que no los necesitaba para lo de los esclavos bobos o abobados  que les enviase el Rey de Israel Don Tupi y con los que esperó salvar su situación y reyno y el de los Indios y les ganó o empezó a ganar una estación;pues que los castellanos al Sur calcularon todo su hecho según que no hubiere ya guerra en el Norte. De modo que en parte el Rey Don Tupi en esto venció. Y si se hubiesen esperado a la llegada de tamañas fuerzas, que era casi como un tercio de la Hueste completa de La Caballada, caen sobre Tupinamba y a acaban con el Reyno de Israel. Pero no fue así. Hay sin embargo que decir que la rota que sufrieron por dispersarse les condujo a una grande aventura que un mucho agrandó luego para el cronista éste y otros muchos la fama de Casa Guadañángel de Alt, que comenzó diciéndose Garamángel, pues que de la Líbica Garama remanecían y de ahí su legitimidad al reyno de los Quilates, como se vió, que eran éstos hechos fundados; y fue la de hallar en su retirada el Daniel a los mensajes que se cruzaban Don Tupi Rey de Israel y el Rey de la Breña, que le traían mineral de oro; de donde supo el Daniel Guadañángel que el Rey Don Tupi no se decía Salomón por vanidad y porque sí, sino que en realidad tenía descubiertas o en relación con él las Minas del Rey Salomón y el antiguo y perdido Reyno de Ofir, que, puestos a migraciones quiméricas, era también emigrado de aquella Africa sublíbica remota y austral a estas desolaciones de la Tartaria Atlántica, que los Guadañángeles fueron siempre fieles a la geografía del Almirante, y se reían de muchos mapas y nombres modernos, pues que ellos decían poseer otros antiguos mejores cuando no barruntos de su melón o lo habían visto con sus ojos.

Pero vamos a aquella famosa rota, que fue a fines de noviembre de 1641, cuando al sur en el Altiplano cayó el nevazo. Y era que el Charro era esmaperdido de verse las caras de nuevo con caballería de ferre al choque, y veíase condenado a otra rota como la que hubo del Anchorena; y lo que decretó, por desesperación, fue tratar de vencer la caballería de castellanos con flechas untadas. Y otra cosa no teniendo, mandó hacer trampas en el terreno, y esperaba de mañas suyas conducir a los bárbaros de la Caballada a terreno preparado por él donde les acabasen, de modo semejante a como acabó con Don Joaquín. No veía otra, pues.

Y así sus ojeadores le dijeron de la entrada del Cota de un lado con 170 y del Daniel por otro con 200, que no dejaron retenes en el Presidio porque les daba mal fario y no esperaban al Macabeo aún; y no iban más que alforrados la mayoría, y de medias armaduras, charras unas ya, otras todavía sensatas, y caseras las más, y muchos eran gauchos con cimitarra que o iban de cota, que eran los del Cota, que jamás pagó una coraza en su vida, o de poncho duro y chiripá.Y las dos flechas y guadañas presuntas iban a veinte kilómetros, medidas nuestras, una de otra, que buscaban una victoria de alguna fuerza india que esperaban se les remitiese desde Tupinamba, pues que habían saqueado, abrasado y matado en abundancia de los primeros pueblos de la región de Tupinamba por el este como antes lo hiciesen por el norte, de modo que se agolpaban varios miles de refugiados en la capital del Rey de Israel.

El Charro decidió colocar barrera al Daniel, que les conocía por lenguas y sabía quiénes eran sus enemigos, y sus enemigos aún no le conocían a él, y es más, ni les importaba pues que eran bárbaros de la edad de la piedra y sólo anhgelaban acabar con los Indios todos para colocar vacas en abundancia; y enfrentarse al de menor número que era  El Cota. Era éste hombre terrible del que el Charro oyó hablar. Pero llevaba un poco menos gente, y por sus lenguas, con menos chapa y alforre y sólo cota los más pesados, incluído su jefe, que se distinguía de lejos por sus greñas monumentales crespas como la copa de un pino y por la nube de moscas que iba alrededor suyo, y, si soplase el viento, por el olor pestífero, rancio e infecto de un cuerpo humano que desconocía el contacto con el agua. Y así el Charro creyó tener una oportunidad.

Al Daniel púsole barrera de fuego, que le incendió el país y la breña baja y tres cosechas que daba el país en ésas malas tierras por ésas partidas, que era pampa pero malísima entre el sur del Presidio de un lado, al este del país de Tupinamba y las piezas desiertas muy largas al norte del país ya de los Cagarrúas, que era tierra muy desolada hasta llegar a los valles de la provincia al norte de aquella de Cochambrecanchas, que era ya mínimo bien 450 kilómetros al sur del Presidio y había mucha desolación; y con los Andes a las espaldas del Daniel Guadañángel. Bien que podía, o bien evitar el incendio volviéndose al Presidio o acercándose con los suyos por los alrededores del lago de Tumi,límite tradicional de Cagarrúas y Cojones. Vióse luego que no lo hizo así el Daniel. Pero el Charro hizo por sus mañas, que él bien sabía, su buen incendio, como los hicieran de la otra partida del país al Bagre y al Guadañángel padre; y creyese el Charro salvarse en ello. Que al menos alejase al Daniel y su Guadaña un rato, mientras él se enfrentaba al Cota.

Y así fue. Que el Guadañángel hijo se vió que le habían incendiado la tierra en torno a los caminos que él pensabas irla a Tupinamba, bien que este ataque no era “el bueno”, sino sólo un tanteo, que el bueno lo pensaban dar de todas las fuerzas del Macabeo y el Bohemundo Matamoros que les viniesen en refuerzo. Y en ver aquel desastre, pues que sopló el viento y el incendio se extendió, que era este clima diverso de aquel del Altiplano, bien que era también invierno, claro, el Daniel reculó y quísose volver al Presidio que era su base, y así lo hizo, pero ya que allí era, se fue a dar un vistazo a la carretera de Tupinamba a los pasos de los Andes. Y allí dieron con corta caravana de mulos y llamas con hombres del Rey de Israel. Y dieron de ellos y vaya y cómo. Que guadañaron. Pero el Daniel paró a uno de los suyos que iba a escabechar según su costumbre, y quiso sacar lengua, por las buenas, por cordeles o como fuese, de un indio que llevaba atavío raro, que provocaba risa; era un arnés de cartón y purpurina pintada de Semana Santa, de romano,y con una estrella de David amarilla cosida al pecho, y por lo demás, una túnica de las que acostumbraban a llevar ésos indios Cojones cuando eran de la parte civil y amena de su provincia, y sandalias nativas. Y al hombre aquél, el Daniel, con su pelo de árbol al modo del Cota, su mirada desorbitada y ojeras moradas,sus dobles corazas negras y sus uñas tintas siempre en sangre del último asesinato cometido, pues que era de las maneras de Don Miguel Corella, le preguntó que de dónde salía aquel pedazo de mineral de oro que traía en el morral. Y el indio calló de tal modo que pensaron fuése aquél hombre secreto, y diéronle de cordeles y luego de cuchillo al rojo, y dijo que el Rey Don Tupi tenía negocios con el Rey de la Breña Don Acaso, que era Rey de los Jiborianos, el cual sabía de cierto dónde había oro, allí en la Breña, bien que lo obtenía de otras gentes y no directamente, y que los Jiborianos le daban poca cuenta y lo daban al Don Tupi y les hacía gracia que el Don Tupi perdiera el culo por tal basura. Y esto el Daniel lo creyó. Que era fama el poco aprecio de los Jiborianos al oro. Pero,¿oro, en Santa Fe de Verdes, después de cien años de Conquista y haberse amoldado los Conquistadores a ser éste país de donde nada había que rascar?. Esto debía saberlo su padre la Alimaña, que era novedad que hubiese querido saber su antepasado el Primer Guadañángel, el rey de Quilates. Y claro que el mensaje del Rey de Israel dijo muchas cosas, y así fuése haciendo una idea el Terrible Daniel, cuyo aliento íbase asemejando al de su bisabuelo, que le apestaba la boca a muerte, pues que al echarle el aliento al indio por acabarle, no le mató, pero le desmayó, y fuése ésta sevicia grave añadida a las otras. Pero sacada toda la lengua, pasaron los cordeles de un lugar a otro del cuerpo del indio y sacó la lengua, bien un palmo, que allí dejó de vivir.

Y el Daniel remontó el paso de los Andes por explorar qué providencias aquel inesperado Don Tupi tomaba por ser dueño de las Minas del Rey Salomón, que a lo que parecía era su propósito, cosas todas tamañas y raras pero que, en tamaño país y en tan desolada región de aquella miserable pampa, pudieren ser normales y atenidas. Aquel año iban a cumplirse , en entrar, que faltaba poco, los cien años de la llegada de Don Sebastián Guadañángel al reyno de Quilates.

Ymientras tanto, el cota fuese a meter a en la trampa del Charro, que era que en la pampa que él creía viniese, y creyó bien, hizo anjas que disimuló a lado y lado cuatro o cinco de bien diez metros donde cayesen y se venciesen las caballos del Cota; y había provisto sus Compañías, que le hacían un Tercio de los de 5000, de miles de arcos que no le regateó el Rey de Israel, de modo que la mitad de ésos 5000 no eran de lanza y pavés sino de flecha, y flecha untada. A ello se añadían sus 500 jinetes doblados, que los desdobló y dejó sólo jinetes de lanza de picar “ en avispa”, porque diesen aquí acaso, si se pudiere, batalla abierta a los gauchos desordenados y despelotonados que saldrían del romper la forma del Cota con los menos de flechería y el terreno preparado. En fin, que el Charro puso su melón y trató de dominar el terreno, pues recordaba aún la rota del Anchorena y quiso poner aquí en obra cosas que en aquellos momentos se le acorrieron y ya era tarde. Y así sus jinetes fuéronse a la vanguardia del Cota y se dejaron ver y provocaron persecución de los jinetes del Cota más ligeros, y antes de que el Cota pasase de la columna al despliegue y se hiciese dis flechas que pudiesen ser yunque y martillo o una fuerza de la otra, e iba de uno solo, que era malo, le salen a izquierda gentes de una Compañía regular, de pavés y lanza, que lo reconoce por los paveses;de éstos hace el Cota poco aprecio y ve que le huyen; es de entrada persecución y da de espuelas, que al menos, además de un poco de carchena, que hace días que no mata y ya no puede más, quiere, también él, lengua de Tupinamba, por preparar la entrada decisiva más tarde. Y se viene por la hondonada donde le huyen los peones; son cobardes, y despavoridos. Se relame y gusta anticipadamente  la sangre y voltea la tizona fortísima. No mira si le siguen. Pero eh, que aquí a éste sí le siguen. Y entonces el vallecito es más llano con hierbajos alrededor y hondonadas a derecha y adelante dos con montuosidades bajitas, y a izquierda una fila como las crestas del Monstruo del Lago Ness; cuidado. Para. ¿A ver, cuántos somos, dónde estamos?. Es que ha visto y localizado a sus jinetes que persiguen a los jinetes Cojones, y dice “Ah, ahí son”, que una  lluvia de flechas cae sobre su grupo, como de cincuenta jinetes, que otros hasta los 170 son dispersos en una diagonal entre los que persiguen a los jinetes y él en la hondonada, que persiguió los peones.¿Qué presiente?. No, nada, que es obtuso. Éste no es sensible.Ah, demonios del Averno, o algo así, que le caen hombres aullando y se hinchan, y hasta caballos. Y más flechas, que la mayor parte va al suelo o rebota. Y el aullido de mil indios detrás de las hondonadas de la izquierda según se ve. Se cubre con la rodela, pues que va sin casco por lucir su espantable bosque y porque no le caben de cabezón que es, y pues que el cuello suyo es sin gola de ferre, que le da calor. Muchos suyos son en el suelo,gauchos y alguno de ferre de cota, pero un roce basta. Hinchados como monstruos, son perdidos. Gira cola y sale escopeteado de la trampa … si es que puede, a ver qué más hay. Da gritos de mando según su costumbre. No hay tiempo ni de atender ni de rematar a los caídos. Los que se han rozado en una mano durarán aún dos horas mínimo. A uno que la flecha le rozó los hocicos, es tal monstruo que da miedo, y se ha hinchado tanto su carne toda por detro que se ha cerrado la boca y se le han cerrado las narices y ha muerto asfixiado antes de subirle del todo el veneno. Terrible cosa. Malo. Y más varitas desparejas que caen sobre ellos y dan de ellos. Se cubren con rodelas y paveses. Largo de aquí. Dan de ése lado. Al otro. Y al ir al otro el suelo se abre, que era zanja cubierta de telas y ramas del color del suelo. Caen quince jinetes de ése lado. Esos son perdidos, según que no hay modo de contrarrestar las flechas untadas. Los escopeteros suyos, pocos y chuchurríos según su costumbre, con los armamentos de las sobras de la Cabalada que le regalan o compra en barato, dan una descarga y abaten algunos indios. Sobre los caídos en la zanja dan un centenar de indios de pavés y lanza o macana o tizona. Da el Cota de ellos y hace un gran estrago. Detrás de ésos nueva flechería y su jinetearía recula, y otra fila de zanjas, que aquí se rompen las patas veinte caballos y caen si bien se ponen en pie de nuevo, setenta jinetes, o tropiezan. Todo son gritos y piafar de caballos, y voces en jerga de indios que dirán lo que sabe su puta madre. Fuera de aquí. No hay manera. ¿Y de allí?. Es escuadrón de infantería montada en mulas con medias armaduras buenas. Como menos trescientos.Serán lo mejor que tiene el enemigo,cree el Cota, y no se equivoca. Son las 400 medias armaduras que posee el Rey de Israel. ¿Qué tratan de hacer?. Tapan la salida. Se equivocan. Pero entonces es que …

Nueva lluvia de flechas, ya son casi cien los jinetes tocados por ellas,caen hechos monstruos, y todo son áyes desgarradores. El Cota pica de espuelas y acomete los de media armadura y guadaña; trata de matar cuantos más mejor, pero sobre todo de salir … y tras ese pavés de medias armaduras con cuerpos dentro, donde deja pasillo con los suyos, hay 2500 indios de pavés y lanza, tras la hondonada, que caen sobre él y se inmolan muchos por dominar a los jinetes a peso. ¡Mierda¡. Y tan mierda. Que allí fue deshecho El Cota, y si sobrevivió fue desplumado, y en parte por redomado rácano y tacaño. Pero era hombre incorregible y no aprendió de aquello, que todavía gastó menos en armamentos, y jamás en su vida pagó de su bolsillo una mala coraza, ni buena. Dejó sobre el campo ciento veinte hombres y fue roto por los indios. Y con ésos tres de sus mejores capitanes, uno de los cuales, por ser muerto de corte y punta y no de veneno infernal, y por tanto ser reconocible como castilla y como humano, fue presentada su cabeza a Don Tupi como la de un segundo Don Joaquín y como el cabeza y señor de los castillas que le venían.

Pero El Cota escapó, y a unas leguas de allí, no muchas, se revolvió contra los jinetes de “avispa” que le seguían, y como dio de ellos de tal modo que él sabía y cómo, les hizo sesenta bajas y capturó cuarenta caballos de los indios, y algo fue algo, aunque de hecho aquel día se comieron una mierda. El Charro hubo casi cuatrocientas bajas. Y comprobó que las flechas eran mano de santo si la fuerza de castillas no era muy grande. Dejó sus retenes sobre el terreno y levantando el campo, que recogieron todo el arnés de castillas y armas de todas clases, fuesen buenas o malas, y ropas si eran servibles, y se quedaron con veinte caballos de guerra.Y luego dio de espuelas de la dirección del Daniel con cien jinetes suyos, pero sólo a ojear, que rehuirían todo contacto, y sólo después de unas horas un ojeador suyo localizó aquella hueste, muy a la izquierda del incendio según parte de los indios, y que parecía bajar de los pasos de los Andes, por lo que supuso los hubiese a lo mejor no muy profundamente reconocido. Y con esta lengua se vino al Charro, y éste se volvió a Tupinamba vencedor, pero con ésa puntita de lengua que inquietó mucho al Rey de israel Don Tupi Mongollón, que era solazándose en sus estancias cada vez más bizarras escuchando cantar a la Emperatriz Teodora Diva.

El Rey de Israel se limitó a hacer un gesto muy leve que demostraba su profundo desagrado por los sinsabores de la vida humana y la esclavitud de su cargo. Pero se debía a su Pueblo,rectificó en un segundo gesto.Uno y otro habían sido infinitesimales fruncimientos de una ceja y de la otra ceja. Era su máxima extroversión y el Charro se preocupó de ver al payaso tan preocupado, por lo que dio el Charro, en volver a su casa, en cavilaciones que se sumaron a las ya habituales suyas. Pero que no eran desde luego las mismas que se hacía Don Daniel de Castel Guadañángel de Alt  en posesión del pedazo de mineral de oro y de la lengua y la exploración de vistas de los caminos de los Andes de los cuales el Rey de Israel estaba haciendo parte integral de su Reyno, como menos. ¿Qué era eso?.

Allí en aquella Junta de jefes cristianos fue que ya directa, pero veladamente aún en los términos empleados, se acusó al Sargento General de haberse entendido con los Indios, cosa que era fea. Pero ni siquiera sus enemigos ahí atinaron mucho, y ellos mismos creían realmente hacer ésa clase de acusaciones al calor de una lucha donde unos no se han conjuntado con otros, y que se decían el nombre del puerco y recriminaciones , pero sin verdaderas consecuencias; pues no fue hasta pasados muchos días que el Rocafuertes- él, que su hijo el Bagre era turulato- dio en que por aquella hilada se podía también proceder contra el Sargento General y no sólo por sus cuentas desastrosas y otras chapuzas. Y aquello ya se vió que prosperó, y que la guerra de papeles que se inició en firme, con acusaciones de memoriales y enviadas al visorrey de Nueva Granada y otras campañas de descrédito en Lima y Méjico y otros lugares, y hasta en Madrid, contra el Sargento General, en cuanto que terminó la Gran Guerra India y mientras se fue incubando, en fin, dio ya allí su comienzo. Era esta Junta en el llamado Campamento Avanzado, que era a 25 kilometros medidas nuestras al sur de Carmacuncha, en la Carretera. Fue aquí donde el Sargento General construyó un castillo fuerte y otras fortificaciones, y las dejó medio haciéndose, y en ellas 2000 hombres, con buenas postas de caballos y muchos cañones, y las comunicaciones aseguradas por Don Ramón, bajo el mando del menguado Don Luis de Acevedo y Gonzaga, capitán , que en realidad fue peón de quien le quedó de Aposentador y consejero principal que fue Don Ramón,el Tirano de la Carretera. Y que el resto de la fuerza y los efectivos de la Columna Rocafuertes- Bermejo pasó más abajo y adelante, o atrás, según se vea, de la Carretera Transversal en realidad horizontal como hemos dicho, eje esencial en cierto sentido de la Colonia, pues que iba de Las Minas a Puerto Chapuza, hasta el lugar que luego fue la ciudad de Campamento, que ésta prosperó y luego tuvo zoológico, bloques de pisos, farolas, asfalto y etcétera y rúbrica. Y en retirarse la Hueste del Rey o Ejército de Maniobra con lo más granado de la Milicia Colonial, fue dejando algunos blocaos con fuerzas de caballería, bien que a lo largo del camino había poblaciones de cierta importancia y postas, con varios miles de almas de civiles variopintos, que eran los súbditos naturales de Ramón el mestizo, Arriero Mayor de cristianos de Santa Fe de Verdes, como lo era Don David Alazán Gálvez de Arrieros Indios, como se vió.

Y fue la Junta primera ésta del Sargento General y sus Oficiales de su Hueste del rey, que serían tres o cuatro con medias armaduras y casi todos de bigotes “al Cielo” y los pelos todos, y el Sargento General muy rapados, por ser en campaña y por los cascos con celada, bien que ya de los modernos y no de torneo, y que aquí no se gastaban plumeros, pero sí sus fajines de mando o sus bandas según los grados. Y eran allí el Rocafuertes de armadura y su hijo el Bagre, que en cuanto pudo se había desguarnecido, e iba como el Macabeo, de chiripá, y el Don Bermejo muy cansado y de media armadura, con grandes barbas, y con grandes barbas los capitanes de los Franciscos y Jesuses, y sin barbas, claro, por no tener co …, la Superiora de las Churriguerescas de Cajacuadrada; y el mayor de los españoles civiles que a la sazón era Don Andrés de Marcos, que era de los pocos que habían vivido. Y allí se hicieron las insinuaciones y acusaciones al Sargento General, pero en fin que todavía no fue rota, bien que el hombre se cabreó. Y que luego, al ver que con los 400 frailes y monjas salvados, iban 150 indios disfrazados, los hizo arcabucear. Aquel dato todos lo retuvieron, que era hombre que parecía estafado en un negocio, y que por tanto negicio hubo. Pero en fin se despidieron en Campamento y se deshizo para el invierno en parte la Hueste del Rey, que los que no eran ya antes de la Milicia se les dio licencia de irse a sus casas, que eran voluntarios, y que ya se les llamaría cuando de nuevo se pusiese la Hueste en marcha, que no sería como antes para mayo, y eran inicios de diciembre. Y con el resto, que eran profesionales, se estableció el Campamento, pero los Oficiales se organizaron el turno de licencias para las navidades, de modo que allí quedó el tren de mulas y los servidores que vivían mejor del rancho que en su casa, y unos 500 soldados solamente, casi todos de caballería, y muchos cañones en galpones tapados por que no se estropeasen, y las municiones y la pólvora igual, almacenados.

Y el Don Rocafuertes y su hijo se fueron a sus Estancias con su Hueste, y las otras gentes, los religiosos se fueron a los conentos de otras ciudades, por la carretera hacia el norte, a San pablo, San Pedro y Ahorcamientos y Garrote y otras ciudades ya de la partida entre el Agro y la Costa, o en poblaciones de la Costa, o a Puerto Chapuza, donde habían también algunos conventos. Pero los jefes de los Franciscos y Jesuses y la de las Churriguerescas fuéronse por tierra a la Capital. Igualmente el Don Bermejo con sus fuerzas. Y los civiles donde pudieron o quisieron, que todo lo habían perdido. Y el Sargento General, con muchos de los Oficiales de profesión, fuése a Puerto Chapuza, donde tuvo conferencia con el capitán de plaza, que era más o menos hombre suyo,y se embarcó en su galera de remos y fuése, más rápido que todos y llegando antes, a la Capital, a Santa Fe de Verdes, donde, en llegar, comenzó su campaña contra sus enemigos, juntándose con sus aliados y amigos, que aunque no lo parezca los tenía.

Pero Dios los cría y ellos se juntan. Pues que, piernirroto , el Guadañángel había en el corazón la guerra civil con el Rocafuertes, y sabía que sus hijos le continuaban a los cristianos la guerra, de momento que él supiera, ése invierno en las tierras más desiertas donde el clima lo permitía. Y por sus lenguas sabía que el Rocafuertes Auditaba a la nuca al Sargento General, y que en fin se podían algunas cosas arreglar, que fuesen del Rocafuertes yunque y martillo, en fin, que lo escabechasen. Y el Guadañángel al cabo, había sido ya Sargento general. Pero nosotros sabemos, desde luego, que el Rocafuertes fue el siguiente Sargento General. Todo quedaba, pues, entre Sargentos Generales.

Los estancieros y Encomenderos de la Caballada tenían una reivindicación que hacer al Gobierno, o sea al Sargento, y era cosa que intentó imponer el Guadañángel pero chocó con la  Ciudad y su expresión el Servicio, y era ésta que, aparte de que siguiera vigente la Carta Magna  que a los Encomenderos o Señores o Nobles de la Colonia les firmó el Arrizabalaga, y por la que eran todos jueces, aforados, impunes y señores jurisdiccionales soberanos, que fue demasía pero al Arrizabalaga se la impusieron, que se cambiase el Estatuto de las malas tierras de los indios Cojones, que de la Encomienda y Mita de la Corona, o sea el Sargento, y ahora que eran alzados, con algún rebaño o rebañaje o tajada que tenían también las Ordenes y que todo era finido por el Alzamiento Indio y su Estado y su Iglesia India, pasase a Tierra a Repartir entre los Señores Jurisdiccionales. Eran en esto todos los Estancieros unidos sin excepción ni resquicios, los de vacas, digo, o Caballada o Gauchada, que los de Mieses no, que querían otra cosa; y otros, otras. Por no darle esto, el Guadañángel se había tomado los cien mil indios esclavos y se los había vendido. Fue un acto justiciero pero despechado. Tal y como no a mucho, el Sargento General se cagaría en las Leyes de Indias, literalmente, que abrió el libro y se cagó encima, y usaría sus papeles de gobierno y otras muchas leyes y actas burocráticas como papel higiénico, hasta 1648, que son muchos años y un modo curioso de rallar papeles confidenciales. Que a ésa fecha él se embarcó a Panamá, pero fue nominalmente Sargento General hasta 1650, en que se dio el tiro. Y en esos dos años gobernaron los Burgueses, o sea el Servicio, en Cabildo provisional que decían abierto pero era más cerrado que un búnker, y luego fue Sargento General directamente el Rocafuertes. Y luego, claro, otros.

Las reivindicaciones de los descendientes de los Conquistadores, que eran veinte linajes, eran apoyados por un par de miles de españoles o criollos que eran Encomenderos menores al viejo estilo y de las primeras Encomiendas. La Mita en sí era cosa de las Encomiendas más colectivas, de los Frailes y las Industrias del Estado o a fifty-fifty  el Estado y las Ordenes, como eran Las Minas. Así iba entonces y ahí. Pero la Colonia se había desarrollado, y las gentes de las ciudades y la Costa pesaban cada vez más, y en ellas se apoyaban las Ordenes para pesar también de otros modos que con las Encomiendas, y el Santo Oficio era la reivindicación constante del Obispo y del Clero. El Servicio era la expresión de los Comerciantes de Santa Fe de Verdes y menos de los de Puerto Chapuza, y otras ciudades eran menos importantes entonces, que era todo aún en mantillas como quien dice. Pero ya veían los Encomenderos feroces que a ése paso un día les prohibirían hasta la Armadura y Guadañar y que se tasaría la matanza de Indios, y que se acabarían “los buenos tiempos”, y eso no, no y no. Por la Armadura habían prevalecido y por ella querían vivir hasta los restos. Es por esto que los hermanos Ricardo y Martín de Inchaurresti Arrondo fueron emboscados por los alguaciles en 1715 en la Capital por ir al nuevo y primer café que se abrió allí, domde iban las gentes de casaca y cabello empolvado de dorado o marrón,que a poco sería blanco de yeso, de armadura que iban ropera, o sea completa, con ballesteros, y entrando a caballo en el establecimiento. Simplemente les acribillaron en una esquina, y sus armaduras charras del estilo de las que el Orfebre Indio le había hecho al Guadañángel, no pudieron parar las balas de los mosquetes, y sus ballesteros fueron muertos con ellos.Pero, si biem en la Ciudad fueron proscritas, se usaron en el Agro hasta 1750, que ésta era gente dura y persistente, y muchos vivían en la edad de la piedra, hasta que fue sustituída por los trajes charros, mientras que el espíritu de ésa la Primera Guapeza de Santa Fe de Verdes, era sustituído por el calaverismo, que cuajó, paradójicamente, entre los españoles desesperados miserables y los mestizos borrachazos y mulatos garridos y gallardos de las bajas capas del lúmpen, pero tuvo sus más y sus menos, y luego se convirtió en expresión ideológica y política, a veces, de rebrotes de la Caballada, y otras de una Segunda Guapeza específica, otra cosa que la primera; mientras que los descendientes de la verdadera se afinaban, y unos tiraban a ultra montanos y otros a los primeros liberales, que fueron los que trajeron la Independencia; todos ellos gentes ya de casaca y peluquín que las Armaduras,charras o no, en todo caso, las coleccionaban. Muchos se preguntan por qué casi todas las Armaduras forjadas de 1615 a 1650 de estilo charro eran para la talla 1 50, ¿es que eran todos bajitos?. Nuestra tesis es que todas fueron hechas para el Segundo Guadañángel, que las estrenaba continuamente.

Y éste, patirroto, con ésas reivindicaciones de que, en fin, él le reconquistaba al Sargento General todo el país de Cojones si luego lo repartía entre los Feudales, y dejaba de ser de la Corona, y nunca entraba una mies en ése país, y podían ser exterminados los indios y quedar todo para vacas, bien que las ciudades y plazas se las entregaba, que los Caballistas para nada las querían; se puso en contacto con el Sargento General, que veía a ésas con pasmo cómo su mujer le hacía cornudo todos los días pues era zorra de nacimiento, aparte de muy bella, y que sus hijas Doñas desde luego no eran doncellas, que una pudiera llamarse Cleopatra según que otorgaba favores en función de la política en que andaba muy metida y movía hilos, que acabó casándose con un hijo de Rocafuertes cuando éste fue Sargento General, y que la otra tenía simplemente furor uterino, y otorgaba sus favores en función de que era una segunda Mesalina, y se casó con otro Rocafuertes porque así lo conjuntó su hermana; por lo que era carnudo de sus tres mujeres; y que muchos procesos y papeles eran ya en manos del Visorrey de Nueva Granada, y aunque no saliesen los juicios en años o nunca, era él ya empezado a empapelar. Que aunque cortó aquello tomando militarmente su Castillo y sede de Gobierno con una docena de estratégicos asesinatos de “lishenshados” biliosos, que debilitaron al enemigo intramuros y al quintacolumnismo rocafuertista y burgués en su fortaleza, la cosa era ya iniciada, el hombre amargado, reidor de risa amarga, y usuario de los papeles oficiales y las Leyes de Indias como papel higiénico. Y que en fin nunca más ya durmió sin una carronada apuntando a la puerta y otra a la ventana de su cuarto espartano, y que le hacía probar sus comidas a un negro, que duró tres días, y luego a un indio, que duró dos días, y que luego usó en su vida de una inmensa ristra de catadores de sus comidas que cayeron muertos acaso mil, por lo que además le llamaron genocida, sádico, envenenador, y, por el trato con tanto esclavo, homosexual. Y el hombre se reía y se cagaba en las Leyes de Indias, pero no se degolló con su sable como el capitán Rodríguez y Ruz de Carballedo, padre de nuestro Alfredito, en saber que tenía una hija Emperatriz Diva de Israel y reina de los Indios Cojones, después de capado.
La pistola que hubo el Cabestro bajo su almohada el resto de su vida fue la que usó para volarse los sesos en Panamá.

Y pues que, entendiendo un poco más al Guadañángel, su antecesor en el cargo, y queriendo ser, pero no era, como aquél, si no era respetado pues que le odiasen a muerte, se alió con el de la Guadaña, siempre por emisarios embozados dada la invalidez de la Alimaña, y le prometió que a todo sí, y empezó a gestionar la larga lista de memoriales de  méritos de la Alimaña que le darían finalmente el Marquesado, bien que como se ha dicho sólo de Castel Guadañángel de Alt y en ningún caso de Quilates por no decirse rey; y como no le hicieron marqués de Quilates, siguió pues diciéndose rey de Quilates hasta que de mala manera le mataron en la Guerra Civil que hubo con Rocafuertes, pero entonces ya era marqués.Y esa Guerra como veremos se continuó por sus hijos el Daniel y el Macabeo hasta que a éstos a uno le arcabucearon y al otro le ahorcaron, como se verá más adelante, que era su destino escrito en su frente y que eran gota a Lope de Aguirre el Peregrino y pues tenían que acabar como él, pues que seguían los tres un mismo camino. Así era, qué se le va a hacer.
Y en éstas el Sargento General, embozadamente y porque no podía ser otra cosa, visitó Castel Guadañángel de Alt por ver a la Alimaña, y allí alucinó.

Pero otras dos cuestiones habían tapado, con su urgencia y puntual importancia mayor, las profundas querellas y problemas en que era el Cabestro metido y bien metido; y que fueron que desde luego la explosión del Polvorín del Castillo de Santa Fe justificó, una vez tomada la decisión en Junta de jefes castellanos de dejar la guerra ese invierno, que el Cabestro cortase las discusiones y que se viese no tan mal que el Cabestro huyese, bien que lo hizo dejando las salvaguardas que hemos dicho y eso significó su tiempo, a la Capital en su galera. Que algunos pudieran ver en ello y vieron y tomaron nota, como que el Cabestro había sufrido tres rotas: una de lento, que era injusto, otra del negocio turbio con los Indios, que era cierto; y una tercera de la Junta que fuese para él rota frente a Rocafuertes, lo que era incierto. Pero que debía, pues que se dejaba la guerra aquí, acorrer a la Capital qué era del Castillo, pasaba por plausible; y a ello se añadía que las incursiones de unas partidas de indios Cojones muy salidas de sus términos, al mando de un tal José Francisco Achachic, álias “el Tajagüevos”, hermano del Manuel Achachic, álias “el Charro”, delincuentes comunes y bandoleros indios cuya cabeza era a precio hacía años, y que era piratas de tierra y de llano abierto, Campeadores por así decirle; las incursiones ésas habíanse muy sobrepasado de las Estancias del norte del Agro y sucedían ya en términos del norte de la Huerta; y que, aún peor, el “Tajagüevos” había entrado en la Provincia de Criadores, donde el criollo Don Torturancio Malpertuis y Jilindria criaba y cebaba negros, y le había libertado unos mil, y el pobre hombre era desmayado y casi roto de dineros y había presentado memorial que el Sargento General no socorría a los honrados empresarios y generadores de riqueza de la Colonia; y que el Cabildo exigía pues que el Sargento General actuase más bien aquí, donde a ellos les iba algo directo, que no en las remotas subidas del Altiplano, bien que entendían que los minerales eran también básicos, pero les importaba más el mineral de oro ya acuñado, a cambio de las mercaderías y de los cargamentos de esclavos, negros o no, que a veces por escrúpulo y decoro, a los indios súbditos libres del Rey sólo que sometidos a Encomienda y Mita por su bien, se les daba betún porque pareciesen negros, cosa que motivó algunas querellas por estafa contra mercaderes de Santa Fe de Verdes. Esto ya digo que justificó que el Sargento General huyese en su galera, bien que pensaron mal de él cuando huía en la galera.

Y el Sargento General, cabalgando con un sombrero charro, con su poncho, su media armadura pero barata y de alforre, su espadón y sus pistolas, fumando su purito tagarnina, que ya había fábrica en la Costa de un catalán , Costa precisamente, “Cigarros Costa”, iba el hombre pensando en lo feo que había sido el estado en que quedó aquella ala del Castillo, que quedaba sobre la muralla de mar. Se sabía, por lenguas del Servicio, que siguió los pasos de los autores, que un grupo de indios, se sospecha que por ciertas señas, serranos, se introdujeron en la fuerza vestidos de monjas unos y otros de frailes, y un mundo que iba disfrazado de negro, pintado con betún, y que portaban con ellos en unos burros, minas, cuyo material sólo podía proceder de Las Minas, de donde que acaso fuesen obreros alzados, pero no pudo saberse por no haber lengua ninguna de Las Minas sino la que se colegía de los mismos autos del espantoso hecho. Y que los indios éstos, dentro de la fuerza, unos se inmolaron y echaron abajo la puerta de la mazmorra de la pólvora y otros les cubrieron con pistolas mientras pudieron y luego se volaron los sesos; y que el mudo del demonio, embetunado, fuese con los burros a lo más hondo de las mazmorras y allí hizo volar sus minas y se derrumbó toda un ala del Castillo, cayendo el derribo encima del pasillo de la muralla de mar, afortunadamente pieza militar sólo de acceso de soldados y no paseo de paisanos como el otro lado del Castillo, el de las palmeras. Y el sargento General chupaba su cigarro. En fin, que serían ,por las lenguas de Don Ramón,gentes del Amaru o el añanzú, que en esto demostraban ser duros contrincantes, y que le habían a lo mejor estafado doble; pero confiaba en Don Ramón y pensaba, como aquél, ser éstos gentes descontroladas. Y esto era verdad, que el Don David jamás supo nada de este negocio, sino cuando sucedió y se miró de otro modo al Amaru, de quien era paladino procedía el impulso.E iban con el Sargento General, de sombrero charro y poncho también, dos muy fieles hombres suyos, venidos de Méjico con él en 1633. Eran los únicos en quienes confiaba. Y así íbase andando embozado hacia Castel Guadañángel de Alt.

Algo más difícil, pues que lo del Polvorín fue grave pero sólo eso, y ya está; fue lo de acabar con la Dictadura religiosa que el Lugarteniente de la Colonia por él dejado, el Obispo Don Jesusín Camuñas Uñas y Cielo, había impuesto y dejado imponer a las Ordenes,y chapar las oficinas del Santo Oficio. Aquí se alió coyunturalmente con sus feroces enemigos, sus subordinados del Servicio, a quienes dio orden con la mano derecha y con la izquierda, de terminar con los brotes pestíferos de cuervos comedores de cadáveres. Y sus enemigos, sus subordinados, esto lo vieron bien, pero no dejaron de ser sus enemigos, bien que todo parecía visto desde afuera que el Sargento General ordenaba y el Servicio obedecía; y no era así. Pero partidas de embozados pegaron fuego a un par de oficinas y a un secretario del Santo Oficio le arrastraron cien metros después de enlazarlo. Se atribuyó a “elementos calaveristas”, que aquí empezó la costumbre de atribuír todo desmán “ a los calaveristas” y sanseacabó. ¿Qué hubieron tres rencuentros campales entre corchetes uniformados dependientes del Servicio- siempre con su Cruz de Santiago, pero verde, por eso les llamaban La Cruz Verde- y milicias de inquisidores?. Pues sí, algo hubo. Poca cosa. Cincuenta muertos, pero en total, ¿eh?. Y que a poco eran otra vez en guerra los Franciscos y los Jesuses, que habían enterrado el hacha a raíz de la sublevación india. Pero como era paz hasta mayo, pues volvieron a la guerra. Pero esto fue en Puerto Chapuza y San Luis de Mofeta. Poca cosa también. El Sargento General había, de buenos modos, destituído al Obispo Lugarteniente suyo, para lo cual cercó el Palacio Episcopal de cien dragones de pistoleen y entró al despacho del Obispo, guarnecido y con casco de celada, y, con una sonrisa, le retiró la vara de mando y la Bandera de la Sargentía General, que el Obispo se negaba a devolverle pues que el Cabestro era “sujeto a investigación”. Esa investigación, no otras por desgracia para él, la cortó esperando en persona al “lishenshado” que la ejecutaba a la nuca, y desorejándole con la tizona, que el Cabestro tiraba bien, y luego rebanándole el pescuezo. Que si uno quiere ser bien servido, pues que lo haga él. Y aquí no hubo testigo ninguno y nadie sospechase el Sargento General hiciese en persona labores de soldado raso; y era su raro secreto, y por eso no le pillaron, que otros mandaban esbirros y el Cabestro decía que tenía cagarrinas y salía por la puerta falsa con antifaz. Pero no era él seguramente el que dejaba la marca de la “Z”, como se le acusó entre otros acaso cien cargos graves, que llegó la mezquindad de sus enemigos a acusarle de escupir en el pan de las tahonas por la noche por pura maldad y cuando era enfermo de piorrea.

Y el Sargento General se sonreía amargamente, tocaba las alforjas y notaba que llevaba aún medio libro de las Leyes de Indias, ya desencuadernado, para papel higiénico durante el camino; y chupaba su cigarro. Y se iba riendo solo, y los dos mejicanos se miraban y pensaban si no se estaría volviendo majareta.Y no era tal; se estaba volviendo Guadañángel, que tal le pasó a Don Sebastián a los tres meses de pisar Santa fe de Verdes y el país de los Quilates, y de ahí vino todo. Que era mal clima; que no les probaba.

Eso sí, muy serio les dijo a sus esbirros que nada dijesen de las vacas extrañamente mutiladas, de las luces del cielo, y de la vaca que vieron caer de muy alto, sin poderse saber de dónde venía, al irse acercando a los estados jurisdiccionales vulgo Encomiendas, de Don Francisco de Castel Guadañángel de Alt y Díez de Sotomayor.

Aquí hay que decir que por ése tiempo dominaba el Cabildo, que no hay que creer fuese entonces tan importante, pero lo iba siendo, un hombre criollo que le decían Don Margarito, pero a poco murió; era nacido en 1571, el año de Lepanto; y ya era razón. Y los del Cabildo aún no eran potentes económicamente como luego lo fueron, pero todos juntos ya sí lo eran, que por sus manos pasaban no sólo las mercaderías de la Ciudad, las pocas manufacturas que se hacían, y las verduras de la Huerta para refresco de los buques que paraban; sino de los granos del País de Mieses y de la Carne Salada del País de las Vacas, y bien la Carne Negra de la Provincia de Criadero, que era al norte de la Capital y más tarde fuéle un barrio extremo, el de los Mulatos. Y para sustituír al Don Margarito, pues que los dominantes eran como treinta comerciantes y tenderos, dos manufactureros, seis importadores y exportadores de esclavos, vulgo negreros, y el resto gentes de la Catedral y del Servicio, alzóse un hombre extraordinario que apuntó alto, y puso ciertas firmes bases de la futura República de Chafundiolgg.Y era éste un catalán, Xavier de la Pela, que hubo como otros de domiciliarse en Sevilla para poder pasar a Indias, y que en Sevilla había traficado con negros. Era éste el primer o segundo catalán importante que dio nota en la Colonia, que el otro sería Costa; pues que los Guadañángeles no eran considerados catalanes sino foráneos al género humano y si preguntados de qué nación de gentes eran decían que Garamantes Líbicos, de donde su naturaleza recta de los indios Quilates, que era cosa probada y puesta en limpio; el otro fue el visorrey que luego mandaron, pero esa es otra historia que vendrá luego y fuése ya en los borbónicos benéficos tiempos, que esto era en decañidos tiempos austríacos, bien que Santa fe de Verdes, en realidad, pertenecía a otro planeta. Dado que ése valeroso mercader de esclavos, hombre de pro, acumulador de Capital nato y sensato, hombre bajito pero muy rubio, que remanecía de los Golluts de los Pirineos al decir de unos, pero tuvo tres hijos altos como torres, todos rubios como él, y de ojillos azules achinados que pareciesen eslavos, y que a uno le decían El Barbas  y era brutal, y también Barbarrubia, que fue capitán de la Milicia Ciudadana y también cometió sus buenos desmanes, que aquí nadie cedía punto a dejar chico al Padre Las Casas, como luego se confirmó fuése ése el deporte nacional más que los toros que oficialmente lo fueron luego y más tarde el fútbol,que generó guerras;pues digo que ése bajito gentilhombre, que era aquí mozo, dominó el Cabildo con su melón, pero es que ya de viejo fue quien arregló las cosas de 1670 en adelante con el siempre sonriente capitán Errol Delfín, que fue dijéramos el avanzado, todavía extraoficial, de la Royal Navy en Santa Fe de Verdes, que de ésa relación estrecha con el poder inglés desde 1750 casi oficiosa, vino al cabo la Independencia; aunque unos sembraban y otros empujaban el árbol, que el Primer Grito de Independencia lo terminaron dando los Estancieros por poder seguir teniendo esclavos, y lo dio un descendiente de El Cota. Pero fue esta la semilla más remota de la verdadera independencia , no de la quimérica y fantástica de los Guadañángeles, que esa data del primer minuto de la Conquista española, que así fuese como si el país jamás hubiese sido de España, pues ésa otra Independencia del Reynado de Quilates y tal, ésa no vale. Y la de los Encomenderos, tampoco. Y la de los Franciscos y Jesuses, que eran Estados mejor organizados que la URSS y que el que luego fue la República de Chafundiolgg, pues tampoco; y que la de las Churriguerescas, que ése si que es enigma y sima insondable más que un coño y se mezcla al propio Misterio del Coño que éstas profesaban, pues tampoco vale. Es así que Xavier de la Pela fue uno de los primeros precedentes de la Independencia, y una de sus palancas primeras el siempre sonriente capitán Errol Delfín. Y que ésa independencia hubo tres fases, por más qie de esto el Sargento General a éstas cero, claro y clarísimo, pero yo lo voy diciendo, antes de que se me olvide: primero Piratas, luego Abastos a la Royal Navy, tercero la Masonería. Que la independencia de este bendito país fue hiedra que se enrroscó, bien que era hiedra muy salvaje y planta carnívora que devoró a su jardinero,al palo de madera de la Royal Navy, manejado con pinzas de hierro desde lejos por la Masonería. Pero esto ya se verá.

Habían hablado al Sargento General de que los estados Guadañángel eran comarca no sana, pero jamás de los jamases desde que era en Indias había visto, ni en Santa Fe de Verdes, tantos Platillos Volantes; bien que les decían bolas del cielo o platos de luz y se los creía brujería o meteoro y pues así era como si lloviese o si los Andes ése día eran rosas o marrones. Pero hay que reconocer, y él lo reconoció, y lo reconocieron sus dos guardaespaldas, que aquello era ya demasiado. Y luego al ocurrir La Gran luminaria del Cielo, los que eran todavía vivos de eso, se acordaron. Que ya diremos qué fue ésa Gran luminaria, que fue en el año 1689. Le sorprendió el escudo tallado en piedra, absolutamente no homologado y aberrante, que rezaba encima de la puerta en el desierto que señalaba la marca de los estados de Guadañángel, que eran de por sí un tercio casi de la Colonia y un país aparte, habitado por menos de seis mil personas en total, que todo eran vacas o boñigas o pampa. Y ciertas ruinas de antiguas ciudade, como se vió. Y a partir del escudo, que tenía ya entonces dieciocho cuarteles y explicaba casi la historia de Don Francisco y un poquín su linaje, y donde salían bolas de cielo en casi todos los cuarteles, que era obsesión aquello … o no, porque allí vió de camino sesenta OVNIS el Sargento General; de ése escudo eran a Castel Guadañángel de alt como doscientos kilómetros medida nuestra, y en medio tres cosechas o aún menos, si bien habían pozos y galpones desiertos, y una vez en los muchos días que recorrieron aquel desierto de muerte vieron de lejos gauchos, y los evitaron. Y desde luego se comprendía que nadie se atreviese con Don Guadañángel, aunque sólo fuese por lo penoso de ir a buscarle, que sus estados disuadía. Y caviló y carburó el Sargento General que aquel Rey del Desierto bien hubiera podido ser puesto no en la lista de antipáticos, que era puesto, sino en la de busca y captura por la Colonia, y ser impune. Que con aquellos estados y los mil jinetes y tres mil peones que tenía, si no podía desde luego con eso tomar Cartagena de Indias, que para esa Jornada quería contar con el poder todo de Santa Fe de Verdes y si no al menos de los otros Encomenderos y Estancieros, que eran 3000 jinetes, y eso era ya plausible, desde luego lo que sí podía evitar Don Guadañángel era que Cartagena de Indias le tomase a él, cuánto más Santa Fe de Verdes. Pero, picado en su orgullo el Sargento, de todos modos carburó un poquito cómo lo haría él con su Ejército de Maniobra, con o sin Rocafuertes( ¿pero qué digo? ) para tomar los estados de hecho independientes de Don Guadañángel e incorporarlos a la Colonia, a la Corona. Era ésa tarea que él preveía, y ardua, para un futuro Sargento General.

Y mientras iba andando y chupando su cigarro, y viendo OVNIS, que se ve que ahí era criadero, que llegaron él y sus mejicanos a acostumbrarse a ellos e ir dormitando as caballo a la vista de algunos de espantosos; se recordaba de aquella pequeña ocasión que el “Tajagüevos” le había dado de resarcirse un poco de su mocho prestigio militar, que con excusas de tiempo y distancias y ángulos y fuerzas y rollos, toda la gente en la Capital le tenía o por escaqueado, o por cobarde, o por vendido a los propios indios. Y era baldón raro y malo.

Es por esto que con las fuerzas que tenía en Santa Fe de Verdes, antes de Navidad-la de 1641, que esta vista al Guadañángel era ya en enero de 1642- había aparejado una columna de coraceros ligeros y algunas lanzas y bastantes carronadas, y mucha arcabucería montada, y habíase acercado por las estribaciones de los Andes pequeñitos para ver de echar mano al “Tajagüevos”. Y primero siguió sus pasos en ranchos con gente colgada cuando no del pi … o de las te…,empalada y quemada a fuego lento, que era muy brutal el jinete desértico aquél con gentes de toda ralea fuesen castillas, mestizos, indios reducidos de otras tribus o que ya no hacían nación, o mulatos y negros, que a éstos les sacaba la piel, en efecto, para hacer tambores más bonitos y más rítmicos, por magia simpática o analogía mística. Y hay quien dice que ciertos ritmos africanos pasaron así al folclore indio, pero de ello no opinamos. Y una vez localizado el pollo, dio el Cabestro un gran rodeo, repasó los Andes a la breña que era ya de Nueva Granada y allí buscó lo que debía haber: un refugio; y lo halló. No era habitado , que era toldería, incluso con enseres, dejada allí donde se sabía que no vivían seres humanos desde el inicio de los tiempos; y le pegó fuego a la toldería del hermano del “Charro”, tomando el Sargento General buena nota de los pasos. Y luego envenenó con mulas todos los pozos que el “Tajagüevos” podía utilizar. Destacó cuarenta jinetes por delante de donde creyó que el “Tajagüevos” podía ir, y luego le siguió la pista y cayó sobre él, pero el “Tajagüevos” le esquivó, hubo “avispa” a mansalva , le hizo treinta bajas al indio Cojón, pero el jefe se le huyó, que repasó los Andes pequeñitos por otro sitio, y no supo más de él. Ahora bien, había en su poder tres prisioneros, y el Sargento General entornó los ojos, miró al bies y se pasó los dedos por el bigote “al Cielo”. Y luego se bajó la celada.

Después de dos semanas de campaña, el “Tajagüevos” fue agarrotado en la Plaza de Armas de Santa Fe de Verdes. De engañar a todos ejecutando a un indio inocente también se acusó al Sargento General, pues que el “Tajagüevos” apareció más tarde, y de Gonfalonero del Reyno de Israel de Tupinamba maldito sea. Los otros dos los agarrotó en dos principales poblaciones de las Haciendas y Huertas, porque las gentes supiesen que él se movía; y luego los hizo cuartos y los puso a espantar al personal pero no a los pájaros, que cierta especie de ellos de esos cuartos se alimentaron. Y al recordar los comentarios de la gente diciendo “Ése no es el Tajagüevos, esto es una farsa”, cosa que ésas gentes no podían saber y no sabían, pero que decían por ser claca pagada de sus enemigos y que lo hubieran dicho igual si hubiese sido el “Tajagüevos” de verdad, al recordar todo esto, el Sargento General se reía entre dientes y mascaba su cigarro, y acariciaba las alforjas y su precioso contenido, y, por fin, el litro de chocolate hizo su efecto, paró el caballo, dijo a sus mejicanos que le cubriesen los flancos porque iba a “atacar”, y se bajó los calzones y se puso a cagar, con la vista puesta en las alforjas y riendo bajito para sí como un loco. Se oyó Prfffffttttttt, pút, plof. Y en aquella Pampa solitaria, retumbó.

Lo que de aquí es más importante retener es que, al buscar la alianza del Guadañángel, el Sargento General prácticamente se condenó, pues que se puso ya abiertamente a todo el mundo en contra; pues al Sargento le quedaba aún un pequeño remanente de partidarios que esperaban todavía sinceramente, así de bobos eran, que el “Hombre Fuerte” pusiese orden en el país; y, menos informados, se creían aún que era el Guadañángel la principal amenaza. En saber éstos de ésta y otras juntas y mensajes con el Guadañángel, el Sargento General perdió el apoyo de éstos. De las intrigas de Doña Lupita y de las Doñas Clara y Lucrecia, ya hablaremos. Era aquel un mundo de revolotear de faldas del que nos llegan hasta aquí los perfumes de las aguas de olor,polvos, afeites, y de los coños mismos de las tales Doñas. “Uhmmm, qué bueno”. “No sé que ven ustedes en eso”. Y ocurría también que las fuerzas de la Caballada parcial guadañangelista se habían encontrado en la que era su base, el siniestro Presidio, donde, si hubiesen removido con un palo, hubiesen hallado aún una cosa negra que fue Don Jeliberto Echevarría, del que se reconocía una campera descolorida, metal oxidado y una pezeta de blanco cráneo entre jirones bastante pegados de cómo plastelina negra- marrón. Sí, sí, es nuestro héroe, acurrucado en su rincón donde la explosión le trituró contra un muro que no cedió y se quedó encajado, resbalando poco a poco a medida que perdía grosor y “adelgazaba”. Pero ni el Daniel ,ni El Cota ni El Macabeo se molestaron en mirar, ni se les ocurrió siquiera dar sepultura a nadie en aquel lugar; bien que si debía volver a ser fortaleza habitable, un determinado número de obreros-¿forzados?- debería recoger toda aquella inmundicia y cascote, y reconstruir, sahumar y limpiar, y volver a fortificar.

De esto Guadañángel sabía poco, pero sabía. Por ejemplo, que sus hijos eran dueños del Presidio, con cuya pérdida empezó todo. Y de ahí se podían sacar muchas consecuencias. Y esto eran temas de conversación y piezas de trato y convicción en vistas al encuentro con el actual Sargento General. Y los interfectos, los tres bárbaros del Cota y los dos Guadañángeles asilvestrados, no por su barbarie dejaban de darse cuenta de varias cosas; una, que no soportaban la peste y el lugar del Presidio; dos, que no convenía desampararlo o retirarse de allí y recruzar la Pampa, sino hacer “algo” ese invierno donde el clima lo permitía; tres, que las flechas untadas eran un “arma definitiva” de los indios Cojones desde que las emplearon. Y cuatro, que eran suficientes como para amparar el Presidio y con cierta seguridad de que el Charro no cruzaría las malas tierras y la Pampa para darles un ataque ahí, y no se equivocaban en principio; y que en el país Cojón no sólo estaba Tupinamba, sino más al sur otras dos o tres medio ciudades, las más floreciente de las cuales Yurumu, que era la cabeza de la provincia Cojona que ya tocaba con las tierras de la subida, por ése lado más suave, del Altiplano de los Cagarrúas, y que de hecho se utilizaba Yurumu como enlace con Cochimba, sede desde hacía poco del Cagúa Mita. Estas mismas ideas se le ocurrieron en su estancia a Don Francisco, pero en el campo era evidente; ahora daban del otro lado, y ésa ciudad hervía de refugiados de las Guadañas, e incluso gentes de los Cagarrúas, huyendo del nevazo ya que eran sin casas y se habían bajado del Altiplano.Era cerca del lago de tumi, límite tradicional del país Cojón y el Cagarrúa; y que en fin, si muchas cosas habían hecho los castellanos, buenas y malas, al Sur, era en el supuesto de ser éstas partidas sólidamente en manos de Indios, y ellos se hallaban dueños de ellas, de hecho y en potencia, desde el Presidio a casi el norte de Cochambrecanchas, y toda la mala pampa rojiza hasta las tierras donde era Yurumu, cuya cabeza era un hombre del Don Tupi, Apu Yamu Truju.

¿Se esperaban a que las Huestes de cristianos hiciesen su campaña, cuatro o cinco meses después, y dejaban a los indios organizar sus dos estaditos indígenas, y hacer levas y fortalecerse si no fortificarse, o se les caóa encima causándoles problemas todo el invierno, para que desde abril, calculaban, la Hueste Real por el Sur y la Caballada por el Norte, atacasen de dos lados y ellos por los riñones el centro, descoyuntando al enemigo?. ¿O lo hacían ya ellos?. Tras mucho hablar, y guardándose lo que barruntaba de las relaciones del Don Tupi con la Breña, el Daniel dijo a su hermano y a su maestro que él no veía que tomasen Tupinamba, sino al contrario Yurumu, y que cortasen de hecho la comunicación entre el país Cagarrúa y el país Cojón, dividiendo a los aliados indios. Pero que sobre todo le echasen y arreasen al Don Tupi a decenas de miles de desplazados a Tupinamba y que probase de repetir su genialidad de sacarse de encima bocas que alimentar y a la Caballada con un invento demagógico otra vez …aunque creían a Don Tupi, que conocían sólo de oídas y no le conocían la cara, muy capaz, y a los indios en general y a los capaces de tragar con la Iglesia India y la Cruzada y el Reynado de Israel, muy capaces también de comer hierba y balar como borregos, y no daban de ellos nada. Ahora bien, sí de las flechas untadas y del “Charro”.

Debería ser ésta, pues, una razzia de terror para asustar a los Cagarrúas y que no creyesen que habían vencido, y a los Cojones amargarles los meses que Don Tupi necesitaba para crear su Estado. Y para el Daniel, era luego necesario cortarle al Don Tupi toda vía con la Breña.
En esto se reafirmó cuando por lenguas supo que el Don Tupi contaba en Tupinamba con unos 12.000 flecheros Jiborianos. Y desde luego esto les confirmó en la necesidad de no acercarse por allí y caer sobre un objetivo más fácil. Es así que dejaron un retén en el Presidio o cercanías y dos escalas de mensajes bastante embozados, y mandaron doble mensaje a su padre a Castel Guadañángel de Alt sobre cómo pensaban dar utilidad a las fiestas. Era preciso fuese un ataque por sorpresa y guadañar y abrasar, desde el lado que menos se lo esperaban; luego ya se vería. Habría de ser juego elástico de ir y venir, sin perderlo, entre el Presidio y la provincia sur del país de los Cojones, arreándole al norte la población que ya huía de toda la franja oeste arrasada por el Bagre y Guadañángel padre desde el otro lado. Lo malo es que eran casi 200 kilómetros.

Y bueno, que aprovechando la cercanía y la alianza, ahora Yurumu no era sólo sede de refugiados, que lo era por partida doble: Cojones del país del cañizo, y Cagarrúas de las comarcas donde habíase dado la guerra, que no querían resistir el invierno y habíanse bajado al calor, Item más, aislados los países y de hecho las sociedades indígenas ya en otra órbita que la subsistencia, buscaron ambos incipientes y recentísimos y condenados “reynos soberanos”, Cagarrúa y Cojón, el mutuo comercio. Cada uno y la Breña eran el único mercado del otro. Y era en Yurumu donde el Amaru se veía con ciertos hombres secretos del Don Tupi Rey de Israel … La fuerza militar indígena era mediocre, al mando del Apu Yamu Truju, desbordado por las casi sesenta mil personas que, en cinco o seis pezetas de barracas, se apelotonaban alrededor de la ciudad indígena, pero castellanizada, de Yurumu, donde se producía extenso mercado de los botines de los soldados de los ejércitos del Matu, el Jiri y el propio Amaru, licenciados temporalmente muchos por el invierno, que en su caso no la navidad, y que se habían bajado al mercado del país caliente a flipar, fumar maría juana y ponerse las botas con las mujeres Cojonas, que eran mucho menos sosas que las Mearrúas. Y si a lo mejor por aquí quedasen castilladas … Era fama que por aquí eran todavía en labor los burdeles de mestizas, suprimidos por el alzamiento en el Altiplano. De otro paso a la Breña a la altura del lago de Tumi, llegaban gentes de las tribus de la montaña a negociar y tratar, e inmigrantes de la Breña, a ésta latitud Motilones de las 20 o 30 tribus y lenguas de ellos. Estaba, por ejemplo, lleno de gringoítos. Y aquí hasta bajaban a veces Indios Borregos o Tiquismiquis, mortales enemigos de los Cagarrúas pero indiferentes a los Cojones. La región del lago era interesante y de ella ya se hablará. A la sazón, era toda de llamas andinas y borregos castellanos; y los pastores, empleados de las Ordenes a que pertenecía todo, eran ahora empleados del Estado del Rey de Israel, que consideraba ésos rebaños suyos. En esta parte en teoría central del “haba” india, cuyos dos lóbulos eran el país Cojón al Norte y el país Cagarrúa al Sur, la rebelión parecía que había revitalizado la vida. Pero sobre esta ciudad expuesta demasiado a las pampas secas de un lado, pensaban caer los bárbaros Guadañángeles y Matamoros y su sóla presencia era un estilete que separaba a las naciones indias de su cobertura trasera natural de los Andes.

Por aclarar, se recuerda que se ha hablado aquí, de norte a sur, de cuatro grandes pasos de los Andes a la Breña: el Paso del Fondo; el que daba a la carretera de Tupinamba y tenía el Presidio algo al norte;el del lago de Tumi; el de la carretera de las Minas, que en teoría llevaría de Puerto Chapuza hasta el país de los Tiquismiquis, y era la vía central del país Cagarrúa; y los pasos más bajos que empleó el Arriero Túpac. Al norte del más septentrional, era Nueva Granada. Los más meridionales, pertenecían a Nueva Castilla. De arribabajo eran unos entre 600 o 700 kilómetros o algo más, suponiendo la línea recta, que en este quebrado país era utópica.
En cualquier caso, el paganísimo Amaru se trataba con representantes del cristianísimo Rey de Israel, y el “Hombre Fuerte” enviado a acabar con Guadañángel, se agarra desesperadamente a Guadañángel porque otros trataban de acabar con él. Eran ya ambos, el Sargento General y el Amaru, hombres muertos. Pero muchos otros también.

A cincuenta kilómetros de profundidad en los estados Guadañángel, dio en pensar o sumaba dos y dos el Sargento General, según que iba viendo, empezaban las defensas. Eran a veces fortificaciones como túmulos, de piedra, que se notaba claro eran fuerzas, a veces motas, a veces galpones de cuartel, fortines o baluartes cañoneros, de construcción moderna- que para él moderna quería decir de 1550 en adelante-, algunos “en rosa”, o sea baluartes redondeados que precedieron a las famosas “estrellas”, y si no, pentágonos, donde los muros gruesos retrocedían y se aplastaban, y a veces tenían contrafuertes o glacis. Vió varios de éstos escalonados a lado y lado de la pista o camino o Carretera Guadañángel, que seguramente era camino obligado para ir a Castel Guadañángel de Alt. O no… Y calculó los rodeos…La carretera era, en cualquier caso, fortificada en profundidad, pero desigualmente. Todo era obra desierta, y los baluartes no tenían cañones. Unos tenían verdín amarillento, otros eran entre hierbajos. Claro, eran construcciones hechas por si acaso…Otras veces eran meras plataformas de piedra en forma de glacis, que reforzaban una fuerza natural, y que servirían a la caballería. Y había galpones desiertos y casas de madera en ruinas, con puertas que crujían. Y otras construcciones más lejanas de la carretera, pero todo esto no estaba junto, sino espaciado; aunque al Sargento le daba la impresión de que había un plan de conjunto. Ahora bien, ése plan, ¿era de éste Guadañángel?. ¿Y era un plan de defensa, o respondía a otros planes de organización de las inmensas fincas?. Había muy pocos árboles, y era aquella en realidad una Pampa espantosa, donde casi todo el tiempo dominaba la sensación de que, pese a la inmensidad visual,se estaba encerrado, por la cualidad del aire y del raro clima e iluminación. La vegetación era amarilla, como podrida; y el cielo era verde pálido, y daba una sensación permanente de crepúsculo. Claro que tuvieron buenas mañanas de cielo azul y tardes rosadas, pero muchas horas del día daban esa impresión de, a la vez, inmensidad y cerrazón. Era un lugar, un inmenso lugar o serie de lugares, muy raro, muy raros.
De cuando en cuando, un escudo. A veces con unos cuarteles y a veces con otros, de diferentes etapas de elaboración del delirante escudo de armas del inexistente marquesado de Quilates, que era ya un modo de sumisión a España del reyno de Quilates. El Sargento creyó que apoyar a Guadañángel a conseguir su marquesado, ése u otro, le sería un modo de conquistarle. Desde luego, de Quilates, no. Era evidente que Sebastián de Guadañángel, considerado rebelde a España y por eso ejecutado, habíase proclamado rey de los indios Quilates y Señor de Marca de éste país, por lo que no se sancionaría por la Corona nunca, creía él, esa rebelión. Pero al fuerte capitán que sometiese definitivamente a los Indios Cojones, pese a que en su primera guerra se embolsase los dineros de la venta de 100.000 de ellos como esclavos, y por eso le habían echado de la Sargentía General, a ése fuerte capitán, y dadas las nuevas circunstancias, y si era avalado por el mismo “Hombre Fuerte” enviado a sustituírle, se le podía a lo mejor conseguir ése anhelado marquesado. Ya se vería. Eso iba pensando el Sargento General, y a veces barruntaba que la colocación de los edificios era extraña, como respondiendo a un plan extraño, se reafirmaba ésa idea, ¿era como si formasen un dibujo para ser visto desde el aire?. Desde el punto de vista militar, delinteres de las fuerzas que había ya visto era desparejo, y dio en pensar que no eran todas de éste Guadañángel, que algunas las había construído su padre, o quién sabe si su abuelo el Gran Rebelde. En cualquier caso, en ése país desierto, el Guadañángel podía, sólo en la Carretera, elegir cuarenta sitios donde dar una batalla de caballería apoyándose en una u otra fuerza sus flancos, o en una serie de ellas que se apoyaban en zigzag mutuamente con sus fuegos. Y eran de tal modo, que de poco habían de servirle las otras instalaciones a un enemigo que quisiese evanzar, pues que el país no era a propósito para establecerse en él y resistirle. Es decir, que o se avanzaba hasta el Castillo central, o uno se tendría que largar. Y si la fuerza del Castillo paraba en cualquier punto a la Hueste invasora, era ésta ya derrotada, porque era de suponer que las cisternas de todas fuerzas u obras dejadas fuera de la línea que se pensase defender habrían sido envenenadas. Aquí el agua era muy importante. Búf. Desde luego a un Ejército europeo, ¿pero cuándo había visto el Cabestro un Ejército europeo, cuantos años hacía, y que no fuese de apariencias?, ésta manera de defensa no le detendría. Pero aquí en las Indias … Lo que había visto, y mientras Guadañángel tuviese mil jinetes y tres mil peones, le hacía impune, excepto que todo el resto de La Caballada se le pusiese en contra y le diese a su vez del otro lado de sus estados, desde los, más pequeños sustancialmente, o qué digo, infinitamente más pequeños, del Don Suárez, o los Incháusti, o los Matamoros, que eran sus principales vecinos. Por la paz de la Colonia, era interesante que otros estancieros interpusiesen sus haciendas entre el extremo del Estado Guadañángel y el inicio del Estado Rocafuertes … Pero era improbable que la Caballada alguna vez se volviese, “en un siglo al menos”, contra los Guadañángel, que eran su Espíritu mismo. Pero un buen Ejército … El Sargento barruntaba, como muchos otros militares, “un Ejército ideal”, que las circunstancias impedían, pese a los esfuerzos de armamentos aquí en Indias, y en la propia Europa, donde se batía la Guerra del Sacro Imperio, que era tan larga y que no se sabía cuándo acabaría, y que en fin, creía el Sargento, que lo había oído decir, no daría de sí hasta que Francia no diese de sí, que dijese de una vez si era con católicos o con protestantes, y a ver si soportaba su Monarquía católica ponerse contra los católicos, después de sus Guerras de Religión el siglo anterior … Ya se vería. Ese año empezó la Revolución Inglesa que culminó con la República y la Dictadura de Cromwell, pero de esto el Sargento General cero, y era lo lógico. Lo que sí veía claro es que, según él, el asunto del Imperio era perdido desde que el Olivares iba a caer, que era el Hombre de la Guerra, y desde que por sus esfuerzos en acopiar medios de guerra, se habían perdido Portugal y Cataluña, aunque se hubiesen conservado Aragón y Andalucía; menos mal. En Cartagena de Indias lo veían todo malo, muy malo. Y aquí … La Guerra india. No, era imposible que en muchos años Guadañángel dejase de ser rey de Quilates o de lo que le diese la gana. Ya había decidido, por cuanto iba viendo y barruntando, las dificultades que tendría aquí su Ejército de Maniobra, que era bonito de uniformes y banderas, pero hecho a base de voluntarios criollos y mestizos muy vlaros que por favor se consideraban como españoles puros, pero que eran gentes de aquí, que no valían para nada. ¿Infantería, aquí?. Já. En esta Pampa la Gauchada era invencible. En el Altiplano, era otra cosa … Pero aquí, los 3000 jinetes de La Caballada, eran fuerza invencible y capaz de desafiar a todo el poder de las Indias. Y con ellos incluso, desde el lado de tierra, toma éste Cartagena de Indias. Parece que eso era ya olvidado …
Y de la Guerra India, a ver el año que viene… Éste que empueza, a ver …
El solo gecho de estar paradas Las Minas era una catástrofe que debiera, y él lo sabía, costarle el puesto. Pero su superior jerárquico, el Visorrey de Nueva Granada, bien que Santa Fe de Verdes fuese casi otro virreinato en sí, pero pequeñito, y tal y cual y etcétera y rúbrica, pues eso, el Visorrey de Nueva Granada, El Imbécil, que decía Guadañángel -lo conocía, al parecer, bien-¿a quién pondría si le quitaba a él?.

Y entre las brumas mentales, amenizadas con algún que otro globo de luz inexplicable, ante el que él y sus dos mejicanos se encogían ya de hombros, en las que vislumbraba “el Ejército ideal”, que sólo formó más tarde Luis XIV, al fundir las diferentes clases de infantes de los Tercios en una sola, dotada de fusil y bayoneta, el Sargento Cabestro derivó a pensarse quién podía y debía mandar, en verdadero equilibrio de poder real, en Santa Fe de Verdes. Y concluyó que, mientras el Cabildo no fuese más fuerte, pero todo cabía en un futuro, no era de ahí que saldría el poder en Verdes o Chafú , que decían los indios y negros, sin que tuviese que ver nada con la, en ése 1642, olvidada o desconocida Carta geográfica de El Chafundiolgg, que sólo rescatarían los criollos y el general Kravatsky, paisano del piloto de los Fugger. Sólo habían dos hombres en Chafú o Verdes, dos que no fuesen postizos como lo era él: o Guadañángel o Rocafuertes. Porque las Órdenes no eran tan poderosas como para imponerse una a otra, y eran colectividades y no individualidades, y el mando, creía él y así se ha creído durante toda la Historia, corresponde a un hombre.Guadañángel estaba loco, sus chorradas y barbaridades le hacían un Nerón o cosa así- no se le ocurría otro,y no pensaba en cuestiones de aberración sexual, sino en divismo desariano pútrido y aberrante, poder vicioso- y ya había tenido su oportunidad, que ya había sido Sargento General. Era tan impopular, que si salía de sus estados era hombre muerto, bien que nunca se movía con menos de cien jinetes de chapa alrededor, y que muchas veces se cubría la noche con artillería; o sea que era no un particular sino un ejército; era como intentar matar a Atila. Pero no pisaba la capital, desde que se fue del Castillo de Santa Fe con treinta carronadas “porque eran suyas”, y sus hijos tampoco. Todo el mundo en la Colonia hacía, si podía, como si no existiese o estuviese ya muerto o fuese de otro planeta. Y ésas bolas del cielo … qué pesadas y persistentes. ¿Y qué narices eran?. Bueno, cosas de las Indias, ya le avisaron en España de que vería cosas raras. Cierto que sus vacas eran compradas, pagadas y sacrifcadas, pero nada más. Era un proscrito y era ostraciado de toda la sociedad colonial, donde se movían con tanta soltura, como esposa e hijas del Virrey- o sea él- su querida Lupita, con ése sonsonete y ceceo, y sus hijas, que cada gesto suyo y mohín eran churriguerescos, bien que él no dijo ésa palabra propiamente, pero el concepto era ése, que la palabra se usó más tarde. Como más tarde, en su versión religiosa, se diría de las Policarpas por el estilo arquitectónico de sus conventos y casas en Santa Fe de Verdes, sus hijas eran churriguerescas. La línea recta era excluída. Si algo se podía hacer redondo o torcido, o circular, o en cinta de Moebius, que él no usó esta vez ni la palabra ni el concepto, pero se le asemejaba, no se haría recto.Y que a veces hasta su mujer le decía que “él no entendía nada, que era un soso …que era un godo”. Bueno, pues soy un godo, decía el hombre amargado, y se sonreía torvamente chupando su cigarrillo y dando golpecitos a la alforja de las Leyes de Indias. ¿Cristal tú, nena?. Será espejo deformante, con figuras o muy largas o muy gordas, pero no un cristal transparente. Y a Huyggens y Newton dejémoslos aparte. “Sí, los dejamos”. “Qué sosos que son ustedes. Hablen de algo interesante, de romances, de amores, de pasiones”. Je, je, je, se reía torvamente el Sargento General.

Establecido el principio de que debía gobernar en el país -pero entonces el Poder Español en las Indias …´- quien fuese realmente el poder en ése país, porque de lo contrario o alterno sólo devenía torcimiento, desdoblamiento- y sacudía la cabeza, que sí, que sí-, el Sargento General debía ser el Rocafuertes. Éste lo sabía, y al obrar contra él sólo hacía que aspirar a lo suyo. Pero él dudaba de que el Tocafuertes u otro Indiano o criollo de éstos-bueno, el Rocafuertes era español peninsular- le atribuyesen a él, Sargento General por quiebra moral de la Colonia con el anterior la Alimaña, la capacidad de darse alguna cuenta de lo que sucedía allí delante de sus ojos. Y bueno, él procedía no directamente de la península, sino de Méjico, y esto era algo, señores… Que él su carrera militar la había hecho en Méjico. Que se conocía los desiertos del Norte y las junglas de Chiapas, un poquito …Y sabía algo de Los Fuertes, que más tarde fueron llamados El Yunque. Quiere decirse que sabía lo que es una oligarquía. Y lo que valen las Leyes de Indias … Je, je, je. Bien, Rocafuertes debía ser el Sargento General, era en sazón de serlo por edad, era “el Hombre”, “el Man” de la época y el momento. (Su mujer Lupita: “Si tú supieses algo, serías amigo de Rocafuertes”. Su hija Clara- que era la política,Lucrecia era la ninfómana-: “Debes ser con Rocafuertes,papá”).Je, je,je. ¿Pero era Rocafuertes con él, hijo de la gran puta?. ¿Y qué he de hacer, quitarme para que tú te pongas?. ¿ Y cómo?. ¿Resignar el cargo, y que me manden a España a un caserón de Ciudad Real?. Bueno, ahí y en aquel tren de vida, la Lupita se ahorca con sus cabellos, después de haberle amargado la vejez. Y sus hijas … Vaya usted a saber. Pero no: ni la Lupita ni sus hijas se mueven de Santa Fe de Verdes, bien que sería golpe duro para ellas dejar de recibir en el Palacio de la Fortaleza. ¿Qué me vaya solo y te regale la mujer e hijas, y además de Cabestro, cornudo?.Caliente, caliente …No, amigo, no. Eso se decía el Sargento General. Rocafuertes era el hombre de los esclavistas, tanto importadores como exportadores y criadores, que eso de la crianza de negros,bueno, da igual, ya se sabía las Leyes de Indias lo que valían … Que el montaje de considerar a los negros “transeúntes” y de pintar indios libres -eso decía la Ley, sólo que “protegidos” como menores de edad - ¿se emanciparían alguna vez, no?-con betún para justificar el tráfico de esclavos con indios, eso mandaba cojones … indios Cojones. Dio una risotada. Y él tragando burradas y buñuelos tales desde 1633. Y le Auditaban por cuatro miserables cuentas y cuatro chapuzas,y se le iban añadiendo - le constaba- cada día cargos, para empapelarlo con papel higiénico, cuando si hubiese puesto orden en Santa Fe de Verdes hubiera tenido que ahorcar, antes que a los Encomenderos, a todos los criollos y a todos los frailes, a todos los indios rebeldes natos-¿a qué esperar una sumisión imposible?,¡a lahorca¡- y a todos los negros que creían en las tonterías más grandes del mundo, a todos los corruptos, a todos los calaveristas, y a … y a su puta madre?. Sólo lo de “tragar” lo de los negros, merecía la horca. ¿Pero iba a pringar sólo él?. ¿Le iban a hacer la camareta?. Hijos de puta … Y bastante furioso, chupaba su cigarro, pero calmosamente, que la furia ya no era epidérmica, era nuclear; vamos, que el hombre era ya amargado, y palpaba con golpecitos las alforjas con las Leyes de Indias. y tomar mucho chocolate caliente …Y lo que decíamos. que el Rocafuertes era el hombre del Cabildo-hoy por hoy, puesto que ellos no podían presentar Hombre-, de los comerciantes y traficantes, y en fin, del Puerto, pese a la carne del Guadañángel. Y los cueros … Pensó en los correajes. Sí, los cueros. Y el Rocafuertes tenía su sede, su Castillo, que éste también tenía uno, a media distancia de Santa Fe y de Puerto Chapuza, por lo que se interesaba también al Sur … Era estratégico. Y era el Rey de las Mieses, el Dios del Trigo. ¿Qué las Órdenes no querían ni uno ni otro, y el Obispo quería el Santo Oficio?. Esos eran o extraterrestres o gelipollas, y vivían en sus reynos privados. A esos el poder civil , de este mundo, les molestaría siempre, como no pudieran establecer la Dictadura de los Frailes. Y eso, salvo antes del alzamiento indio, en el Altiplano, era lejano. El poder serían las Estancias y las Ciudades, como siempre, y en diferentes grados de equilibrio. Antes se escoraron por Guadañángel, pues es bien cierto que tuvo su momento, y que La Caballada bárbara dominaba la Ciudad; pero ahora La Caballada era ostra ciada al Campo, y la Ciudad buscaba sus propias opciones … Que eran Rocafuertes.
Y él iba a aliarse con Guadañángel, el hombre quimérico que hubiese sido gota del Almirante y de su propio Antepasado el Fundador, el Conquistador … Bien, Guadañángel eran mil jinetes del desierto. Y de momento, aunque en cierto modo les dejasen mal a todos, sus hijos, según se decía, y Guadañángel le diría más, eran los únicos cristianos que continuaban la guerra, a espaldas de los Indios alzados, ese invierno. Ya se había visto que los indios querían un invierno, ¿para qué?. Para fortificarse y fortalecerse. Bien. Lo que ésos hiciesen ahora sería más dureza a los castellanos después de mayo para reducirlos. Y los Guadañángeles eran tras la retaguardia de los Indios tocándoles los cojones como mínimo. Eso era buenísimo, que se los ablandaban al garrote de él.
Y seguía viendo raras algunas construcciones; en especial el otro arco de entrada a la finca de Castel Guadañángel de Alt, con otro escudo aún menos homologado y más quimérico. Y otras cuarenta leguas. Bueno, pues adelante. Eso sí, la Pampa ya no era el horizonte. Hacía rato que el horizonte, en ésa dirección, eran los Andes Pequeñitos,que dominaban todo el paisaje de Castel Guadañángel de Alt como domina Júpiter el cielo de Ganimedes. Se supone …

Ya le habían dicho que Castel Guadañángel de Alt impresionaba. Antes de llegar, había atravesado una zona de transición de la Pampa a algunos bosquecillos, y había también árboles centenarios de especies para´él desconocidas; y sin bromas pasó al lado de un árbol de cincuenta metros de alto. Y después ya se vió algo de gente. Alquerías, campos incluso. Era un feudo autosuficiente. Pero poca gente, poca gente, y ratonero, triste y grisáceo. Luego se salía de esa pezeta y se iba por un camino que daba a una gran curva; era evidente que se buscaba un Lugar de Fuerza. Y así era. Castel Guadañángel de Alt era un alt. Según iba viendo, de un lado había un baluarte de tres pisos adosados a la Roca que servía de base a todo, ya desgastado, pero de gran riqueza de acabado, que parecía una fortaleza del Estado, y era del sistema de fortificación “en rosa”. Las primeras construcciones aquí eran del Primer Guadañángel, que había empezado a buscarse un baluarte muy lejano cuando se sintió inseguro en Ahorcabuey, bien que para el Sebastián de Aliento a Muerte, el de la concubina negrita que era un chavalín capado que se trajo de Panamá y que le acompañó durante toda la Conquista de los indios Quilates, y que luego vivió en trío con la princesita de los Quilates y la negrita que era negrito o ex negrito,que era a rape, pues para ése Sebastián, Castel Guadañángel de Alt era como si, por poner un ejemplo, él como Sargento General se hiciese un castillo más allá de los Andes en la Breña. Era el lugar más remoto del mundo. Y ahora era en mitad del país, bien que al Norte y relativamente cerca de Santa Fe de Verdes. (a 300 kilómetros, 200 de ellos de Estados Guadañángel). Pero el Sargento Dudaba que ése fuerte de tres pisos “en redondo” los baluartes y cibco lóbulos, fuese de antes de 1590. Era pues del padre del actual Guadañángel. Ese fue discreto y no dijo nada. Supónese que se limitó a usufructuar las riquezas de su padre ahorcado. El Arrizabalaga le tuvo por aliado. Y más allá del baluarte triple, una subida rodeada de fortificaciones inexpugnables, otro escudo, aún más aberrante, y entrar en un enorme patio, más allá el Castel en sí,rodeado de palmeras y con los Andes Pequeñitos, rosados, detrás, y a derecha fortificaciones, otros edificios, algunos siniestramente abandonados, y otra vez la Pampa amarillenta. Era un lugar jorobado.Disforme. Desmesurado. Y a un lado bajo cipreses y otros árboles oscurísimos, tumbas que parecían  labradas por un loco drogado. (Así era). No eran cristianas. La de Sebastián Guadañángel de Aliento a Muerte, cuyo cuerpo fue recuperado años después por los familiares. Las de los padres, primos, tíos, hermanos e hijos del actual Guadañángel. Las de tres de sus mujeres (ahora era viudo, el hombre). Y más allá las de sus fieles servidores y sus mejores caballos. Que la de su caballo favorito era más imponente que la de su padre, y las de cinco hijos suyos eran casi insignificantes. Sólo era cuidada, y no abandonada, la de su madre. La mitad de las tumbas tenían encima estatuas de grosera arenisca talladas con un vigor semejante al que sería el del brasileño Aleijadinho. Este estilo, y otros más barrocos con fuerte mezcla indígena, eran los dominantes aquí, donde se reconocía-yo, no el Sargento-la mano de tres diversos artistas, todos llamados sucesivamente , El Artista Indio. Tal y como al constructor de las Armaduras le llamaba El Artífice Indio. Al Sargento el lugar le parecía de pesadilla, y recordaba haber soñado cosas parecidas,en alguna época indefinida. El Castillo, muy fuerte, era disforme, y parecía más grande por arriba que por anajo; este era vivienda, o sea Palacio. Era un Castillo en forma de Cabeza de Bombilla. Ya se dice que era un lugar de pesadilla. Y para postre, al llegar, se cubrió el cielo. La luz verdosa. A lo largo de la avenida hacia el Castillo, que todo era desierto y sólo intuyeron la guardia en un gaucho ancianísimo que les miró e hizo un gesto con el pulgar de que entrasen, tan fiados eran de ser aquello otro planeta, que estaba seguro que aquí se dejaba la gente cosas en medio del yermo y no temía no encontrarlas un día y otro durante años sin que existiese el movimiento, y fuese el yermo un lugar de eternidad, por la ausencia de otras gentes; pues ésa avenida era llena de más y más estatuas de semejante estilo, que según se decía muchas de ellas eran fruto de los sueños del Guadañángel y de las drogas que tomaba El Artista Indio. Y en efecto, había estatuas allí fruto directo de la ayahuasca, que era su conditio sine qua non. El Sargento General tuvo la impresión cierta y clara de que aquello no era España ni nada relacionado con España. Y creyó de buena gana que el constructor e inspirador de tales cosas era convencido de ser Garamante Líbico y de ser América la Tartaria Atlántica, pues aquello era, desde luego, América, y qué charra, pero era a la vez Mongolia, el Tíbet, u otro planeta.

Le llamó la atención una estatua. Era un soldado. Ciclópeo, pero de tamaño sólo doble del natural. El casco era redondo como romano, pero sin carrilleras. No tenía cimera ni penacho. Redondo. Llevaba camisa abierta y mangas arremangadas. Curioso atavío. Y bolsillos en el pecho y a los lados de los calzones en las piernas, y los calzones no terminaban como es lo natural bajo la rodilla sino más abajo, sobre o dentro de unas fuertes botas. Éstas le interesaron. Eran sencillamente las mejores botas de Infantería que había visto en su vida. Eran un sueño. Con soldados con ésas botas, él se comía el mundo. Suela gruesa, cordones y luego una polaina y tres hebillas. Qué maravilla, pensó. Y se fijó en los correajes, que eran muy prácticos, y pensóse de hacer correajes de ésa clase para sus soldados de infantería. Eso sí, el soldado iba desguarnecido, sólo a ropa. Chasqueó la lengua y movió la cabeza. Entonces se fijó en el mosquete. Era muy corto. La llave no era ni de rueda ni de chispa. Era un vástago salido y una bola. ¿Golpeaba la bola …?. ¿Dónde?. No había cazoleta, ni el soldado llevaba mecha ni yesca alguna. Y, diferenciada del mosquete, había un gladium, una espada corta romana, pero suficientemente larga, pegada o adherida a la punta del mosquete. Y el mosquete tenía un correaje que sumando dos y dos era para colgárselo al hombro durante las marchas. Se le erizaron los cabellos. ¿Hubo en este país soldados equipados así alguna vez?. ¿Hubo aquí indios con mosquetes y ésas botas tan maravillosas?. ¿O eran ésos los Garamantes?. Y al paso de galope lento la estatua quedó atrás y llegaron al Patio de Armas de Castel Guadañángel de Alt.

Era un soldado del Golpe de Estado de 1954, soñado por Don Francisco Guadañángel de Alt y Díez de Sotomayor.
Ya no existe. Pero sale, es lo bonito del caso, detrás de un orador de levita en una foto tomada en ese mismo lugar en 1883.

La cosa aquella, que no se sabía si era hombre o mujer, o indio o blanco, si mulato o mestizo-¿pero era un niño de catorce años o una mujer de setenta?-, con aquella rigidez, pero con aquella ligereza y gracilidad, con aquella extraña vestimenta, con aquella rara voz, blanca pero grutesca y espectral, que era el Mayordomo de Don Francisco, les dijo que Guadañángel no era en la casa, sino en su casa de pasar el día. Y les señaló en lontananza. Al mirar en ésa dirección se dieron cuenta de que por ése lado la meseta natural que era el Patio de Castel Guadañángel de Alt se abría como una terraza, y que era bajable, de un lado a caballo una respetable tropa cabía, del otro eran terraplenes, diversamente fortificados o rotos o arruinados-¿un terremoto?- y en los que era difícil orientarse y fijarse, como si desviasen la vista. Bueno. Y miró el Cabestro en la dirección de aquella grácil y seca mano cuyo movimiento entero del razo y ligero giro de costado y de cadera no era de macho.Como tampoco lo era la cintura y el volumen total del tórax. ¿Le cabían ahí pulmones?. ¿Y el abdomen, dónde eran las tripas?. ¿La cosa no comía, o qué?. ¿Era su abuela o su hija o un niño?. No muy lejos, se veía una casa cuadrangular; ah, ahí. Bien. Miró el Cabestro y se orientó; vió un camino. Cuando iba a subir a caballo, la cosa puso su brazo entre el Cabestro y sus mejicanos. “Ellos, no”. Y como por la distancia era razón no fuese a poe, dijo que sí con la cabeza a la cosa, miró confirmando a los ojos de los mejicanos, y se subió al caballo, y el arnés medio bueno rechocó. Scrags.Y tomó el sendero de bajada, el de los caballos.

Al andar un poco, echó un vistazo atrás, y entonces vió que la Roca o meseta, o las dos cosas, sobre las que se basaba el Castel, o sea , el Alt, era que continuaba detrás del Castillo y sus palmeras en un espeso robledal y que era una estribación, que afloraba de pronto,como una aleta de un pez del agua quieta, de las estribaciones de los Pequeños Andes o Cordillera de Santa Fe de Verdes, que al inicio Guadañángel llamó Montes de Catay-iba bueno- y luego dijeron algunos años Cordillera Guadañángel. Era, pues, sacó en conclusión, un lugar muy singular. De llegada se venía del llano y se subía imperceptiblemente, y de pronto la Roca y el baluarte adosado - donde vió que eran las troneras vacías de cañones, huecas-, y la puerta que daba al Patio o Jardín de las Tumbas y las Estatuas, con bosque cultivado más allá y a derecha baluartes y casamatas en ruinas. Traspasada otra puerta, era el Patio de Armas, abierto o derruído por un lado, pero de hecho no se veía que el desmonte era natural, y muy largo, de millas de largo acaso, y que era un corte radical: a su espalda esa alargada meseta, y luego Pampabajo, que era completamente llana. Y por esa Pampa, sin límites en la llanura por delante, la silueta de una casa cuadrangular. A ver, a ver.

El camino se recortaba y torcía de tal manera que a la casa se llegase por una punta, de modo que parecía verse, llegabdo, todo el rato un rombo. ¿Y esto por qué?. Aquí la rareza era en todo … Afuera era un carro con un sitial, desenganchado de caballos. No había guardia. No había árboles. No había nada. Sólo la casa cuadrangular y el mar de yerbas amarillentas y el aire verde. Observó un pequeño campanario de una sola campanita. Y antes de subir los peldaños de piedra observó que la casa, que pudiera haber tenido alguna semejanza con un galpón que construyera Palladio como pieza muy secundaria de un edificio suyo, carecía de ventanas, pero tenía paños pintados por fuera, rosados, y figuras pintadas, de un solo color, que se habían desgastado y se veía la piedra por muchas partes. Y que sí había ventanas, pero eran troneras cuyo marco inferior rayaba con el suelo, y cuya parte superior quedaba más debajo de su rodilla, según que descabalgó. No se veía adentro, pero parecía que un suelo cortaba la ventana, y arriba, menos de un palmo de abertura, no se veía nada, y abajo tinieblas impenetrables que lo mismo pudieran ser el más insondable pozo negro o la Boca del Infierno mismísima. Y cierta mala olor en todas partes.

Subió los escalones y abrió una puerta. ¿Una voz?. Dio otra él, y silencio.Era un estrecho pasillo con luz que venía de troneras en el techo. Otra pared a menos de un metro veinte de su nariz al entrar. Otra puerta, en desenfilada. Ahí escabechaban al que entraba. ¿Un laberinto, en tan poco espacio ?. La casa debía tener, medidas nuestras, quince metros de lado y altura un piso elevado del suelo a la altura de la escalera, y lo que hubiese bajo la teja directa, a cuatro aguas, cielorrasos y eso. Abrió la siguiente puerta y entró.
Alló era Guadañángel. Sentado en un sillón frailuno arreglado, en medio de la estancia, desnuda como un desván,con esa luz que sólo venía desde abajo por las troneras, unas ocho, a tres de los cuatro lados de la única habitación. Arriba se veía oscuro, pero creyó que el techo era horizontal y revocado, o sea que no era techado directamente. Le pareció de vistas alto, pero al andar él no lo vió tan así. Es que el Guadañángel era pequeño, para él. Éste ya se volvió y le saludó sin levantarse y le señaló el suelo. No había más sillas. Bueno. El Guadañángel tenía las piernas rígidas entrapajadas pero, erre que erre el hombre, llevaba armadura ropera especial, y luego vió hasta qué punto. Eran como anchas chaparreras charrísimas, y tan amplias y circulares que no se le veían los pies, o sea eran las perneras de los pantalones de ferre, si era ferre, y luego vió que sí, en parte al menos, más largas un poco que las piernas rotas. A un lado habían unas muletas. Y Guadañángel desde luego iba con una armadura charrísima que causaba espanto o risa, con insignias de Capitán General, que le eran consustanciales, y a su lado tenía su espada ropera, que la tizona del Cid se quedaba corta.
El Sargento General echó su sombrero charro al suelo. Páf. Y se desenganchó la espada del tahalí, y la dejó cuidadosamente. Y entonces se sentó ante el Guadañángel estilo moro, o estilo indio- aunque para él eran la misma cosa-, con las piernas cruzadas. Y allí vió pues que el Guadañángel no era tan loco; sólo que hablaba la mitad del tiempo con el Sargento y la otra mitad con un ser invisible, que eran las voces que el Sargento había oído al entrar, y que habían cesado al dar él la voz y avisar de que era allí. Pero salvo ésa y, bueno, algunas otras, rareza, era acorde el Guadañángel. Era sí de ojos alucinados, de melenas hirsutas entre pajizas y canas; era sí, de barbas de Matusalén, aunque éste aparecía limpio no como sus hijos y El Cota, y era sí, nervioso y seco, y luego vehemente, y locuaz, y luego callado, y a rachas, y demoníaco, y una buena persona, y decía trozos con acento castellano antiguo y otros con seseo sudamericano muy pronunciado; y aunque sus facciones eran de un hombre blanco,se notaba la infusión de sangre de los indios Quilates, pese al cabello rubio; parecía un gringoíto. Era, en fin, contradictorio como su propio Castillo, del cual era gota, y asemejaba un ser híbrido; era sin embargo de una pieza, que no variaba en su desmesura contínua y mantenida, como si fuese en realidad de otro género que el humano, y en fin, sí, realmente un Garamante Líbico que pensase seriamente vivir 900 años y lo creyese a pies juntillas.
Pero en negocios, que eran los que vino a tratar el Sargento, era acorde y cómo; mejor abogado no lo hubo jamás La Caballada, ni Don Suárez. Y casi le saca al Sargento una segunda Carta Magna de los Estancieros, como le sacaron al Arrizabalaga. Pero eran otros los tiempos, y ambos sabían cuánto necesitaban al otro para impedir el acceso de Rocafuertes al poder y así parar el reloj de la Historia- que dicen-otras dos docenas de años.

Y cuando en tono confidencial Guadañángel, mirando a todos lados como si le escuchasen, le dijo: “Se lo voy a contar todo”, el Sargento General dijo “¡Buenoooo¡”, y se preparó a escuchar un rollo macabeo y cerró los oídos, que él era experto en ése ejercicio, pues que a veces veía a su esposa querida Lupita hablarle durante horas y él decía con la cabeza que sí que sí y tenía los oídos cerrados y no se enteraba de niente. Aquí le concedió cierta licencia. Oyó a Guadañángel: “Todo empezó cuando cayó Cartago …”, y el Sargento General cerró los oídos. Cierto que el Guadañángel se sobresaltó un poco cuando, por las luces que se veían por las troneras, una gran bola o plato de ésas era fuera y como parpadeando su luz, pero cerró los ojos y siguió hablando. Y el sargento vió el rostro del Guadañángel en mil expresiones diversas: confidencial, rastrero, insinuante, imitando a otras personas, rotundo, dictatorial, y en tono pedante y profesoral, y un par de veces aterrorizado- eso era nuevo-, y otras veces Guadañángel hacía gestos que reproducían escenas de peleas y batallas. “Y yo le dije …”. Cerrar los oídos otra vez. Y la sonrisa plácida del Sargento, y con la cabeza y arqueando las cejas, que sí, que sí, que te sigo, que no me pierdo nada, que me interesa no veas cómo me interesa, que sí que sí. Pasaron varias horas, y al final Guadañángel dijo: “Y eso es todo, ¿lo comprende ahora vuesa merced, eh?”. Y el Sargento dijo que sí con grandes muestras de comprensión y adhesión, y ayudó al Guadañángel a levantarse, pero éste lo rechazó; y vió que las campanas de los pies, al evitar que las piernas heridas tocasen suelo,le permitían andar como piernas artificiales, con muletas, como si sus fracturas fuesen en un estado de curación más avanzado. Con muletas, se valía perfectamente. “Todo es cuestión de evitar apoyar el pie. Así están en alto, no?”. Pero era claro que sus muslos y pelvis, con el arnés que llevaba, que vió era charro pero ortopédico de su propia cosecha, se resentían y hacían todo el trabajo. Al Sargento General la verdad es que se la repampinflaba.
Al levantarse  es cuando se vió la gran diferencia de alzadas, que uno parecía un gigante, otro un enano, y ninguno de los dos un hombre normal, que el uno al otro le estorbaba y afeaba.
Y entonces Guadañángel dio un toque de campana, y le indicó al Sargento General la puerta. Dos minutos después eran allí un escuadrón de jinetes de chapa oscurísimos, y enganchaban mulas al carro del Guadañángel, y era un negro al pescante. El Sargento General montó en su caballo, y la tropa, porque era tropa armada, atravesó los tres o cuatro kilómetros de la casita perdida en la yerna al peñón surgido de la Pampa.
Lo cierto es que nosotros ahora nos pirramos por lo que a nuestros ancestros les cargaba y les daba asco. Unos niños criados en ese lugar que hemos visitado, el Daniel y el Macabeo, y su maestro El Cota, cuya casa visitaremos otro día a lo mejor, cabalgaban de dos columnas evitando el País “civil” de los Cojones y ser detectados en lo posible. En dirección a Yurumu. Porque viene a pelo diremos que siete hermanos suyos eran muertos, de linaje legítimo de su padre, y que debían tener cuarenta hermanos bastardos, todos los cuales, grupo donde se mezclaban varias razas, se unió en tribu o toldería o montón o malón, que de todas las maneras se les llamó, y se establecieron en un lugar inaccesible, donde fundaron un estadillo autónomo que era todo entero de raza Guadañángel y que adoraban a Don Francisco como Antepasado unido a su amplio panteón de dioses ocultistas, yorubas e indios. Era para ellos Don Francisco su Demiurgo cosmogónico, y bueno, pues darían mucha caña y mucha guerra y mucho por culo ésos, pues que sus descendientes lo llevarían más a orgullo casi otros haber llevado la sangre del Rey David, que también esto viene a pelo pues que el rey de los indios Cojones habíase proclamado Rey de Israel como sabemos. Durante esas fiestas, inicio de la tregua, unos se movieron más que otros, pero las prioridades eran claras. Al Norte, los Guadañángeles y el Cota creaban al Reyno de Israel una situación de peligro; y no eran dudas hamletianas las del Charro ni las de Don Tupi, pero el ataque a Yurumu les pondría los puntos sobre las íes; en el País Cagarrúa se trataba de alimentar a la gente y de crear un potente Ejército para la próxima primavera. Tanto como al norte, esto implicaba una serie de problemas políticos. Don David era partidario de explotar las minas, pero para eso sería preciso reorganizar la Mita … Y negociaba secretamente negocios más recónditos que los que pudiera haber con Don Ramón, y por muy otra vía; pues que hombres mestizos y españoles desesperados “calaveras”, a sueldo suyo, le buscaban desesperadamente prácticos y mecánicos de armería, sobre todo de armas de fuego, e instructores. Era consciente de que en la Colonia serían gentes demasiado viles, y controladas, las que de eso supieran un ardite y por dinero se le quisieran pasar; y aún así podrían no cuajar. Es por esto que, con dinero del Tercer Cagúa Mita, de un rey indígena alzado, un agente suyo, el mestizo muy claro Servando Martín, mercenario profesional y delincuente, se había embarcado hacia Panamá, desde donde debía pasar a Jamaica o a alguna isla inglesa, donde contratar literalmente a artilleros profesionales y mecánicos de arsenal profesionales de la Filibusta. Que no fuesen españoles; ingleses o franceses, mejor; o de un país enemigo de España. Créese que estos negocios son los que pusieron en circulación el nombre de Santa Fe de Verdes y los que más tarde, a partir de 1659, provocaron la irrupción de los piratas bajo caudillos de nombre inglés en las Semíramis. Y de otro lado, Don David era partidario de eliminar completamente el poder de los otros curacas y juntar todo el poder en manos del Triunvirato reinante. En ese sentido, exceptuando sus negocios embozados, era partidario del más duro comunismo de guerra y encuadramiento. Desconfiaba de la minoría cristiana que duraba gracias al prestigio patriótico de dos o tres curacas, “presos históricos” de los castillas; y era partidario, con el Matu y el Jiri, de exterminarlos. El Cagúa Mita era enfermo, y Don Manuel, el otro hermano, creía que debía sucederle si moría por ser el siguiente hermano más mayor. El Amaru por el contrario, negociaba ya secretamente una alianza con los Cojones, pero se encontraba con los rasgos más vidriosos del régimen de Don Tupi; y finalmente se puso en contacto con el Charro, y así por fin se conocieron éstos dos guerreros indios, posiblemente el ala militar más dura del bando indio. Ya se habían entrevistado en Yurumu cuando los Guadañángeles atacaron, que a eso iremos. El Matu representaba la idea de restauración íntegra de la realeza Cagarrúa, y no veía mal reintroducir la mita a las clases bajas; en esto era también Don Manuel. El Jiri, el amaru y el Añanzú eran contrarios cerradamente, pero sin más. El amaru ya buscaba el modo de hacerse con el poder de la Nación Cagarrúa. Creía, y no se equivocaba, que había, en cualquier cosa, que darse prisa; que la división del Bando Indio- él era el único en usar ése término- sólo daba ventajas a los castillas; que la guerra del nuevo año era encima, y que no se podía perder tiempo en conspiraciones sino en preparativos para ella; y que por tanto, si su concepto de Nación y modelo de sociedad, que se diría hoy, eran los acertados, debían estar ya impuestos y como base de la resistencia, para cuando atacasen los castillas. Don David, claro, era más elástico. Aún confiaba en retrasar la campaña de los castillas, y quería ver cómo se definía la situación, pero que la centralización por líneas de producción y labor, o sea el “comunismo” de que era partidario el Amaru, se acelerase, pero por funcionalidad. Ya habían habido a mediados de enero discusiones graves en la Junta que gobernaba a los Cagarrúas, que reunía, de modo pragmático, a los líderes militares y conspirativos que ya conocemos, que por tener mando de tropa de hecho pesaban en la decisión.

La amenaza y alarma provocadas por el ataque encomendero a Yurumu aceleró los acontecimientos. Murió Don Pedro Alazán, el Cagúa Mita. Y su entierro y exequias al estilo tradicional galvanizaron la nación de los Hombres Serios. Fue momificado, paseado, llevado en andas, se hicieron desfiles y se sacrificaron llamas. Los ritos si no fueron perfectos, se le parecieron. Y se depósito su momia fetal en un escondite que sólo conocieron unos pocos sacerdotes elegidos y sus hermanos. Era por precaución. Ya en terminar los actos, pesados aquí  como lo fueron los interminables actos religiosos, sociales y militares de las Pascuas en Santa Fe de Verdes unos días antes para el Sargento General, impaciente por verse con el Guadañángel, obsesión que a la sazón no le dejaba dormir; pues ya en ese momento, con las ropas rituales de invierno aún puestas, se discutieron fuertemente los dos hermanos Cagúa Mita. Muchos lo vieron, bien que eran sólo oficiales superiores. Y lo vieron el Amaru, el Matu, el Jiri y el Añanzú. Lo siguiente es que comunicaron su decisión de que el Matu, en razón de su linaje, fuese el siguiente Cagúa Mita, y los dos hermanos quedar en sus puestos de Segundos Cagúa Mita, y que siguiese el Triunvirato.Hubo quejas de sus sobrinos, los hijos de Don Pedro Alazán. Pero unas vistas de Don David con ellos les convencieron, de uno u otro modo, que sería con amenazas. Y es que la situación era seria. Tanto es así que a fines de enero fue jurado y elevado sobre el pavés en el Lugar de los Cóndores, el Matu Cagúa Mita; y luego se hicieron ritos-que el Jiri, el Amaru y el Añanzú vieron por vez primera- en Chuncha Cúa o Ayahuác, la Montaña Nacional, frente al ídolo. Y también se buscó un intihuatana propio para el nuevo Cagúa Mita, que sería huaca. Las cosas o se hacían bien o no se hacían. La reintroducción de la Mita a mediados de febrero de 1642 colocó al Amaru prácticamente en la clandestinidad;  bien que embozadamente, y no resignó el mando de sus tropas, bien que no dejó de moverse en sus habituales juntas patrióticas, que a ojos del Cagúa Mita Matu y de Don David eran juntas revolucionarias; y desde entonces fueron seguidos sus pasos por los hombres secretos de Don David. Las plazas de Cochimba, Cajacuadrada y Cochambrecanchas se reforzaron y donde hizo falta se reconstruyeron las defensas, bien que al estilo indígena, y lo mejor que supieron. Varios indios se quemaban las pestañas tratando de fabricar pólvora. Y los herreros fabricaban municiones y armas; se requisaba todo el metal para darle forma de arma punzante y de corte o de bala. Sin que por ello decayera la formación de más Tercios “regulares” de gentes de pavés y lanza o macana. Todo el armamento español que se pudo encontrar se repartió a unidades escogidas. Era, pues, el país, movilizado, excepto las grandes masas de desplazados en campos de barracas, a quienes el Cagúa Mita no podía alimentar. Y en realidad, ni controlar. Así era la cosa. Pero todos los responsables sabían que era insuficiente; y que mucha de su suerte seguía dependiente de la suerte del incierto régimen de los indios Cojones de Tupinamba, y de si resistiría los ataques de los Guadañángeles o colapsaría. De otro lado, el Amaru era obseso, desde el punto de vista militar, con conseguir arquería; y a este efecto tenía el permiso para acudir al país Cojón, la cual cosa era peligrosa, para negociar que el Rey de Israel le negociase otras tantas Compañías de Jiborianos como las que tenía, que sirviesen en el Altiplano a partir del buen tiempo. Pero no dejaban los ojeadores de Don David de seguir sus pasos. No debían seguirle; ya estaban. Don David tenía gentes en Tupinamba, y no de su tribu, sino indios Cojones; antes de la matanza, un fraile trabajó para él. Con eso está dicho todo sobre Don David el Arriero, el de Sombrero Verde.

Al Norte, la situación militar era difícil, pese a haber descubierto la “mano de santo” de la flecha untada en aquel terrible veneno. No bastaba quedarse quieto, y además el Don Tupi era inquietísimo sobre la seguridad de su cordón umbilical con la Breña, que cada vez era más importante para él. Sus planes eran cruzar los Andes; pero no podía ir todo su pueblo, sino los “escogidos”, que serían los cuadros de su partido y otro pueblo seleccionado de hombres y mujeres para procrear una clase de trabajadores sanos. Y dar voces de desamparar el país era acelerar la derrota que se veía inevitable pero quería retrasar.No tenía dudas; sólo vacilaciones. Y el Charro veía que no había verdadera voluntad de resistencia en lo más alto, que el Rey de Israel se entregaba a sus mesianismos y obsesiones, ésa era la apariencia,  el asunto era más serio;y en fin, el Charro tenía mirada de Golpe de Estado, y otra vez acentuada, pese a la quincalla de oro de verdad y el cesarismo de pacotilla. El Consejo del Reyno era extinto; los curacas muertos; toda oposición, acallada; el Rey de Israel iba rodeado de Jiborianos; el pueblo le adoraba, y cuando surgía el angustioso problema de los abastos, echaba mano o del Concilio y la Iglesia, o de la Cruzada, o del Reyno de Israel; parecía que quería que no se aburrieran. Era su actividad, en la guerra de humo que libraba, tenaz y sostenida, no estaba inactivo,no, el Don Tupi. Era como ante el Presidio. Pero ahora el Presidio era la circunstancia ineludible de que la Nación Cojona iba a ser barrida por la Caballada. Mejor irse antes. Esta era su idea obsesiva, que sólo entendía, en realidad, entre las 500.000 personas números redondos de la Nación Cojona, él y nadie más. ¿Era pues derrotista?. Al Charro le parecía que sí; y que sería preciso hacer “como al Sur”: vale cristianismo, que ya lo somos, pero sin alharacas y sin extremos, Nación de Indios Cojones; fuera, rotundamente fuera, Cruzadas, Reynado de Israel, Partido, sobre todo Partido, y fuera más que otra cosa Emperatriz hecha a base de un alférez español marica y capado. Basta de payasada. Pero ya no había nadie en Tupinamba con poder o clase como para poder apoyarle. Sólo y exclusivamente sus tropas. ¿Qué tenía?. Si en lugar de estar repartidas, pudiese juntarlas…Y en ésas los Guadañángeles y El Cota atacaron Yurumu.

Por sumas diremos que tres columnas de unos 300 jinetes divididos entre mitad de ferre y mitad de alcance más ligeros, dio de noche sobre la ciudad, incendiando todos y cada uno de los cinco barrios de barracas de refugiados, donde vivían unas 50.000 personas, pues sacamos las 10.000 almas de la población habitual de la villa y las fuerzas que la defendían; 3000 y 7000. No era ya el Amaru, pero sí el negociador embozado de Don Tupi por lo de los Jiborianos, que murió y se hubo de repetir el negocio; no murió el hombre secreto del Charro con quien había tratado el Amaru por separado, y este negocio no hubo de repetirse, o sea, que el ataque encomendero dio alas a la mayor unión de los partidarios de las líneas más duras, y que, por las fechas y los fechos que fueron, el contacto “de estado” Cagarrúas- Cojones a través de la colaboración militar se frustró, pero prosperó la conspiración contra lo establecido en ambas “naciones” indias. Daniel Guadañángel, el Macabeo, El Cota y sus capitanes y paladines guadañaron. No se sabe cuánta gente murió, pero luego del ataque incendiario, cargaron contra las fuerzas que, en la pampita cercana, se les pusieron en cuadro, ya de amanecida. Y allí murió el Apu Yamu Truju, pariente de Don Tupi y con varias de las conocidas características de su linaje. Su fuerza de 7000 honbres, de los cuales “regulares” unos mil, y el resto ajustadizos de leva y voluntarios, pero ya armados antes del ataque, no espontáneos, fue aplastada. Se pegó fuego al casco de piedra de la villa, medio indio y medio castellano, y se quemaron los depósitos de lo recogido en las cosechas. La situación dejada a sus espaldas por los de la Guadaña, a coste de menos de setenta bajas, fue catastrófica. Y el incendio de Yurumu se vió desde poblaciones que eran ya de los Cagarrúas, que lo comunicaron con extremada alarma a Cochimba. No es que el susto provocase la muerte de Don Pedro Alazán, pero debió contribuír, porque duró unos cuatro o cinco días después de conocida la noticia; era ya muy mayor.

Según lo planeado por el Daniel, tras la razzía no ocuparon terreno, pese a que “cortar” el país era tentador. Lo cortaron de otro modo. Tiraron a derecha y abajo hasta el lago de Tumi y capturaron todos los ganados borregueros, que vendieron simple y llanamente a los indios Motilones de la Breña, casi de saldo. Les hicieron pasar los Andes a los propios pastores, custodiados. Y hecho esto que empobrecía a los Cojones, tiraron en flecha por terreno despejado del cual eran dueños, hacia el Presidio, donde refrescaron, es un decir, y volvieron a abrasar las aldeas del borde norte del País Cojón con las Pampas, para ampliar la “tierra de nadie” y echarle al Rey de Israel Don Tupi decenas de miles de refugiados sobre Tupinamba. Y si los quería volver a embaucar para que se entregasen como esclavos “por la Iglesia india”, había “metálico” que ganar, que ésta vez los Guadañángel y El Cota “mojaban”. ¿Qué era esto despiadado?. No más que otras cosas que ya se han ido viendo. Pero esto hizo comprender a Don Tupi que debía aparcar a un lado su genio de propagandista y emplear un poquito su melón en la estrategia. A ver, a ver, se decía, pasándose la mano por la frente, mientras ya tenía 12.000 refugiados más en Tupinamba, y sabía que a pocos días tendría, si Dios quería y se habían salvado, pobrecitos, a unos como mínimo 45.000 a 50.000 más procedentes de Yurumu: “Estos la semana que viene me atacan otra ciudad, y luego otra” … “Y me encuentro con 150.000 personas en  Tupinamba, y ¡crack¡”. Levantó muy ligeramente una ceja y brilló su pupila. Hasta Doña Teodora se dio cuenta de que la cosa no iba bien y dejó de lado la flauta. El País cojón era cada vez más estrecho. Y Tupinamba tenía ya cerca de 70.000 personas, casi todas en barracas. ¿Qué podía hacer?. Lo atacable era ya atacado al inicio de alzarse. Lo saqueable era ya saqueado. Y las estancias, y sobre todo los Estados Guadañángel, eran un glacis terrible que protegía las partes fértiles y “civiles” de la Colonia de los castillas. No había modo de resarcirse saqueando, las cosechas que no eran quemadas o se perdieron en la alzada, eran ya consumidas; el comercio, parado; y ahora que se rehacía un poco en el mercado que se creó en el inmenso campo de tiendas de Yurumu, ahora éstos demonios atacan y guadañan y abrasan. En cualquier caso, dio orden de devolver al Altiplano a los refugiados de Yurumu que resultasen ser indios Cagarrúas, y a los de otras tribus cada cual a su casa.
No, no, no. Todo estab a mal. Su ventaja inicial fue tener el Presidio. Su desventaja actual que, al ser el Presidio de ellos, era suya la franja de desierto o despoblado de las estribaciones de los Andes, y por ése ancho pasillo se movían libremente y le estrechaban. Y eso ya ahora, imaginémonos cuando venga toda la Caballada y ataque en tres flechas por el Lugar de Fuerza hasta el río, y otra vez por las malas tierras de cañizo. Y otra vez el Sargento General en Carmacuncha … Y el Presidio de ellos esta vez … La situación, Jiborianos o no, flechas untadas o no, le parecía desesperada. Pero afuera, en la calle, su Pueblo se creía el más seguro del mundo. Se volvió y le pidió a su esposa Teodora una copita de coñac.

Sentado en su butaca, vestido como solía con la túnica de Pilatos, miraba a las vigas del techo de la sólida casa española, le hacía un gesto a su ángel vivo de que no le molestase, y evitaba mirar a su ángel esculpido estilo Salzillo. Cerraba los ojos. A ver, a ver. Primero, reconocer el Presidio. Si no están, ampararse de él y fortificarlo. Segundo, llamar al Charro y exigirle que les haga otra trampa y los diezme. Una de ésas cosas que el Charro sabe hacer. Como sea. Tercero, si no tienen el Presidio, bueno, de hecho nosotros allí poco pesamos,¿verdad?, y alzó la vista suspirando. Pero por el modo de pensar de ellos sin el Presidio se creerán encerrados y a lo mejor se van fuera de la línea Presidio-carretera de Tupijuana-Tupinamba. Y ya están fuera. Pero éstos Guadañángeles hijos y ése Cota son tan bárbaros que son capaces de conformarse con ésa región desde el Sur del Presidio al lago de Tumi,¿y entonces qué?. La semana que viene  etcétera, etcétera, etcétera.

En cualquier caso, el Don Tupi tomó la decisión de dar trabajo a unos cuantos miles de refugiados sanos y robustos, enterrando por fin el cementerio asqueroso del Presidio, y volviéndolo a fortificar. Y otra vez se dolió de no tener cañones. Si su alianza con los paganos del Sur fuese tan buena como con los Jiborianos …¿Ves?. A los Jiborianos no les importa la diferencia de credos … Pero bueno, pensó luego, es que los Jiborianos son salvajes, y son de la Breña. Y dio otro trago de su coñac. Luego hizo un gesto a Doña Teodora, ex Alfredito, cuyo atavío, lo cierto es eso, rivalizaba con las hijas del Sargento General, con quienes acaso hubiese hecho muy buenas migas, y le dijo que viniese a sentarse en su regazo. Pero le daba a las ruedecitas del melón, el hombre, y vaya si le daba. Había que acelerar los preparativos. ¿De qué?. Pues de todo...Ya se verá qué es “todo”.

Lo primero era saber si los castillas eran en el Presidio en ese momento, y cuántos y en qué plan. Para eso, ipso facto, con Teodora en sus rodillas, dio las providencias necesarias, expidiendo, de su cuenta y riesgo, sargentos suyos de media armadura y armados con arma de fuego, a ojear. Por otra vía, encargó la misma misión al Charro, que se las veía y se las deseaba con los Jiborianos para amparar la carretera castellana de Yurumu y mantener el orden. Era claro que un uso posible de los varones refugiados era crear más Tercios, por mal armados que fuesen; con una cinta en la cabeza, y garrotes y piedras, o cañas de punta- tocó el trasero prominente de Teodora Diva …-o rajadas, incluso … Total, a los castillas, que eran muela del género humano y guadaña, pues había que darles género humano. Y brilló su pupila. Era el maquiavelismo tupinambés, o acaso la indiferencia cínica; era, en cualquier caso, propio de su linaje y lo caracterizó siempre, que sepamos. Pero miraba alrededor y dábase cuenta de lo difícil que sería trasladar todos los tesoros que le rodeaban a unas malas tolderías en el recinto de, medidas nuestras, unos cinco por siete kilómetros, que había adquirido, a modo de Eneas u otros fundadores de ciudades míticos, al Rey de la Breña, a Don Acaso, el sacerdote único de los Jiborianos, el hombre que realizaba en su persona la unidad nacional en aquel santuario inaccesible de la selva, y que había sucedido a Don Acabase ya finado, y que en paz descanse. Y miraba al ángel estilo Salzillo que tenía sobre sus rodillas y se enternecía. ¿Por qué tener que dejar la bella y barroca ciudad de Tupinamba, de amenas selvas y bosquecillos tiernos, con sus pampitas, su buena carreterilla castellana, y éstos palacios que se había reservado- y ése estupendo ajuar sacado de los Pasos de Semana Santa- e irse a la Breña?.¡ Oh, malvados tiempos¡. Pero inclinaba la cerviz ante Dios, cual Moisés; él era Rey de Israel. Y fue tan fuerte éste pensamiento y el erectarse- la cabeza- de Don Tupi, que hasta Doña Teodora Diva lo percibió, o sea nuestro Alfredito. Luego, lo comentó con su Mayordomo el fraile, quien abrió los ojos bajo la única ceja, abrió la boca entre la breña de su cara pese a la castración, bien que era breña suavecita y decaída, como de Pequeño Pony, y agitó los brazos, viéndose por dentro de las mangas de su hábito color piel de burro, y algo dijo, importante, pero fue, por desgracia, incomprensible. Era nacido en la comarca de Tierra de Incomprensibles, España, para servirle...Y etcétera y rúbrica.

Don Tupi se guarneció para la guerra. El Rey de Israel volvía al campo de batalla. Alzó los brazos, y sus criados vestidos ora de romanos de Semana Santa ora de Nazarenos de capirote, le revitieron  una túnica de Jesucristo, otra toga- más bien dalmática-de Pilatos, la fina cota toledana creo que era, y una media armadura del gobernador de plaza de padre y muy señor mío. Hecho lo cual, ciñó botas españolas y espuelas, tizona y fuerte morrión de los de pincho delante y detrás- modelo local, adelantado del churriguerismo- que se asemejaba más a su idea de una tiara hebrea. Insignias de Capitán General y capa real, que era la heráldica nativa de los indios Cojones con la que le hemos conocido desde inicio. El morrión llevaba plumas de color y forma reservados a los jefes de los indios Cojones. Y, por su Dama, Doña Teodora, llevaba suavemente ligadas alrededor del morrión de acero unas delicadas bragas finísimas de su dama. Eran una prenda de su amor al ángel vivo que el Cielo quiso darle. Y esto último es ya menos broma. Del alfredito ya hablaremos, que es sima incomprensible de otro modo que el fraile, y se establecerá en qué momento dejó de ser español y traicionó, por seguir sus impulsos desviados a la inversión sexual total e irreversible, de otro lado en sí muy respetable si no conlleva pasarse al enemigo simple y llanamente cuando se es Alférez; pero de Don Tupi hay que decir acaso algo, y algo que acaso ya se intuye: que es el héroe de esta relación. ¿Qué no lo parece?. Pudiera ser que nos desdigamos más tarde. En cualquier caso, fieles somos a los quipus.
Complejo personaje, con ése parecido de Mister Magoo que siempre tuvo su linaje, o si no, Lord Raglan tomando té mientras carga la Brigada Ligera en Balaclava, según cierto retablo moderno algo libre, y con el que me quedo, Don Tupi, o sea, José Joaquín Fernández Tupi Mongollón (1593- 1644) es, en realidad, quien tasa con su propio cuerpo la duración de ésta Gran Guerra India. Ataviado como hemos dicho, acudió a lka casa de gobernación, pues a éstas ya vivía en el Palacio Episcopal, único digno de su Realeza y porque estuviese cómoda aquella encantadora criatura que era su cariñito, y tomó, por las bravas, desautorizando a sus capitanes de servicio, el mando militar como señor y rey de los indios Cojones, y como Rey de Israel y otras muchas cosas, incompatibles entre sí, pero daba bien igual, pues era la cosa estilo barroco mestizo.

Don Tupi, dejando al Charro ocuparse de amparar la carretera y guardar el orden de la multitud que huía, reunió consigo a los Jiborianos que pudo hallar, que serían ochocientos, mndó a todos llevar “unto“, y arreplegó de paso a parte de uno de sus Tercios regulares, de paso por un cuartel, que lo fue antes español. En una placita se subió a una fuente y arengó a las masas, y a la cabeza de unas 15.000 personas de todas clases, él en su buena mula, y a banderas desplegadas, a saber la nacional de los Cojones, que era nativa de cuadraditos de lana de llama como la de los Cagarrúas poco más o menos, la elaborada de la Cruzada, roja con cenefa y cruz derecha blanca triangulada de verde cada brazo, y la suya de Rey de Israel,de seda verde y gran estrella de David amarilla con un algo de enorme huevo frito. Estos son los hechos. Y derecho y sin desmayo por la carretera, pasó Tupijuana, en realidad casi barrio extremo de Tupinamba, y sin mirar a derecha o a izquierda, enfiló el Presidio, y allí, al verle venir tan decidido, los treinta gauchos que eran de retén, viéronse “una inmensa multitud”, sin discriminar que la mayoría eran paisanos y mujeres-aunque las mujeres de Tupinamba, ya hemos visto que …-, y parte fuéronse a informar a la Hueste de Estancieros, en ese momento muy al Sur cabe el lago de Tumi, y otros fueron a relevar postas y a informar a Don Guadañángel de que la toma del Presidio por los Indios cortaba de nuevo la vía con el país donde sus hijos y el Cota quedaban aislados.

El Rey de Israel se sentó otra vez en el despacho de Don Joaquín, apartando una espesa capa de polvo y a un buitre, se sacó el morrión, y se secó el sudor. Todo lo tenía que hacer él, si quería ser bien servido; como el Sargento General …

Los comentarios de la Alimaña fueron que ése país donde eran sus hijos se guardase de ellos, e hizo un gesto de cruz como si diese a ése país por desolado y muerto. Luego se informó mejor: sus hijos y El Cota habían intacta o casi la fuerza de casi 900 jinetes. ¿Y había que considerarlos “perdidos” en país enemigo, o perdido a ése país?, se reafirmó en su idea. Luego se informó más y dijo: “¿Sin artillería?. El Rey indio tiene el Presidio y no tiene nada”. Pero no era exactamente verdad. El Macabeo dijo algo semejante: “Se lo regalo”. El Cota se limitó a reír con risita de hiena. Y el Daniel sí se preocupó algo. Pero decidieron simplemente hacer del lago de Tumi su nueva base, y “cortar” definitivamente las comunicaciones entre los Cojones y los Cagarrúas y enlazar con el extremo de los Estados Guadañángeles a través de la comarca de puto cañizo. Era buena idea, pero acaso hubiesen 300 kilómetros; la anchura del País Cojón en su corte más extenso. Y no faltaba el agua, sin embargo, si usaban como base el lago de Tumi. Y desde aquí accedían al otro paso de los Andes, y no dejaban de amenazar de lado el país del Rey de Israel, que no dejaron puntualmente de abrasar cada semana, de ahí en adelante.
Sin lo que significaba el Presidio al comienzo, ya no valía tanto. Es como cuando se compra un coche, y si se quiere vender al día siguiente ya vale la mitad.

El amaru ya hemos dicho que se resintió mucho y le impresionó el devastador ataque guadañero a Yurumu. Y la impunidad, imposible de evitar, de los ataques de aquel tercio de La Caballada. ¿Qué sería entera?. El Amaru sólo se las había visto con militares; ni siquiera había visto de sus ojos ni lo más mínimo de las mesnadas particulares del Bagre y el Rocafuertes, que él era en otra parte y haciendo cuenta de enfrentarse a la Hueste Real. El ataque al Polvorín  le había confirmado la posibilidad de hacer de ése modo la guerra, y le tentaba, pero eso se lo calló; de todos modos, en la Junta nunca asumió ser el inspirador de aquello, y dijo que no sabía nada. El Añanzú, lo mismo. El Jiri no lo sabía, y los otros sólo podía sospechar; no lo sabía de cierto de Don David, pero le leía en la cara al amaru que había sido él o cosa suya. Sin embargo, en junta que creía secreta con gentes del que también aquí decían de su partido, se habló largo y tendido de ello, y no pasó desapercibido para los ojos y oídos que don David había en todas partes, por lo que éste sí hubo la confirmación; pero nada dijo públicamente en sus altas Juntas de Guerra y Gobierno de los indios alzados.Y, aunque fuesen  de distinto signo los respectivos planeados golpes de fuerza, para los criterios actuales, pero que en cualquier caso no regían en aquellos tiempos que eran otros que los actuales, lo cierto es que el Amaru y el Charro se coordinaron bastante en sus respectivos propósitos, y en cierto modo uno dependió del otro para la ejecución.

Pero no fue, y dé un poco igual que saltemos atrás y adelante, hasta el mes de febrero de 1642, cuando el Amaru se decidió. El Matu y Don David restablecieron la Mita, descolgaron los cuerpos de los castillas y los enterraron, unos, y otros los quemaron en grandes piras. Pero se conservaron las cruces, y no tardarían en poblarse de indios insumisos al Cagúa Mita. Que el Amaru y el Añanzú no soportarían eso, era obvio a Don David, por lo que hizo redoblar la vigilancia. Aunque no se esperaba que volviesen los castillas hasta mayo, ya había llegado el deshielo. Y con el buen tiempo el Amaru pudo moverse más, poniendo en pie de fuerza a diversos partidarios. La lista de actividades del Amaru que le llegó al Don David era impresionante: gira por seis pueblos creando juntas de los de sus ideas; vistas con oficiales de sus fuerzas y de las de los otros Tercios regulares; vistas con el Jiri para convencerle del Golpe; éste dice que no; vistas con el Añanzú; arengas a sus tropas en Carmacuncha; vistas con gentes del Charro en otra población, al norte de Yurumu, Sta. Cruz; idas y venidas; depósitos de materiales; depósitos de víveres; un viajecito a la Montaña- ¿a prepararse una base fuerte para refugiarse?-; vistas a los talleres de lanzas y paveses; encarga 15.000 con su señal …El Don David, ante estos datos, unos orales y otros escritos en español, movía la cabeza. La cosa se aceleraba. A ver, el Amaru es capitán de Carmacuncha, y tiene allí casi 20.000 hombres, de ellos, de su idea acaso 8000. Repartidos por las tres provincias del País Cagarrúa tiene unos 7000 conjurados, muchos armados; pero partidarios pasivos, seguros 40.000, potenciales … toda la Nación Cagarrúa. Su amigo el nansú tiene Cochambrecanchas, sede del Manu Cagúa Mita, y allí los cañones, sus 3000 artificieros y resentidos de las minas, y la guarnición de 5000 hombres. Muy cerca de las “ciudades de barracas” de la Carretera de Las Minas, donde deben haber en unas y otras 80.000 personas, muchas en pésimas condiciones, y donde ya se han empezado, por fuerzas del Cagúa Mita, a hacer redadas para las Minas, que se reabren, y para asentar en ayllus de mita y campos fijos a los “sueltos”, bajo autoridad de curacas. Malo, pueden ponerse a su favor. El Jiri, en medio, jefe de la guarnición de la Capital, sede del Matu Cagúa Mita. Este es recuperable. Y Cochimba, única plaza segura, donde, evidentemente, cavilaba Don David, era él rey y señor. ¿Tropas?. 10.000 más los nuevos Tercios, que se formaban en las pampas y praderas de Cochinba, que son las mejores, y con multitud de galpones y tolderías por cuarteles. Todos los reclutas, 40.000 hombres.
El Don David se fumaba un puro, y la punta del puro se calentaba y se ponía muy roja. Movió sus hombres secretos y para todo, arrieros, la mayoría …

Y así el 12 de marzo de 1642, de camino a Carmacuncha por debajo de la Roca Nacional, cayendo la tarde, le salieron al Amaru y a los siete hombres que iban con él en mulos, como sesenta hombres de poncho y macana, y otros tantos por detrás. Se oyó un disparo. En fin, la lucha fue breve. Los siete del Amaru, algunos de ellos significados y mucho en sus ideas, fueron reducidos, y los que no murieron en la lucha, fueron degollados sea por el pescuezo o por el cogote. Y pese a ir uno guarnecido de media armadura, pataleó y murió. Herido el Amaru, perdió el sentido. De la carretera lo recogieron mientras echaban los otros cuerpos por un desmonte, después de machacarles la cara con una piedra. La media armadura se la llevaron, aunque maldecían los complicados correajes. Hicieron desaparecer todas las cintas e insignias de mando, que metieron en una bolsa y echaron  a un lodazal. Y al Amaru le arrastraron, colocado como una morcilla encima de un mulo, a una casa aislada, castellana, pero no la de la segunda familia del Don David, bastante lejos de Carmacuncha. Era ya de noche. Y allí echan al Amaru al suelo, le desatan y le despojan de la armadura tradicional de algodón endurecido, y de sus vestiduras de jefe, así como de la cinta roja. Le echan agua. Hay en el centro de la habitación un palo clavado en el suelo. Las ventanas están tapadas con gruesas mantas.Y allí Don David, pero, por alguna costumbre suya, enmascarado, con ésas máscaras de las festividades indígenas, y con un pañuelo delante de su boca que le cambia la voz, interroga al Amaru. En fin, que hay alrededor cinco hombres con ponchos y garrotes. Hay cordeles en todos los dedos de una mano. Luego en medio brazo, que se rompen nervios, y sajan carne y tiran de los nervios. Hay martillazos en los dedos de la mano derecha. Y cordeles en las corvas y en los testículos. Con un cordel y apretando, le sajan el pene, y cae al suelo, regándose de sangre el cuarto. Luego hay cordeles en la frente y los ojos, y se queda tuerto de un ojo, que revienta por un nudo. Y golpes de garrote en los oídos, que le rompen los tímpanos. Finalmente, tizones en la planta de los pies. No suelta prenda. Hace un gesto afirmativo con la cabeza el enmascarado, y le atan el cuello al palo. Y uno de los sayones aprieta tanto el cordel que lo decapita, previo degüello a cuerda. Así murió el Amaru.
Eso sí,al Añanzú no le echaron el guante. Alzó Cochambrecanchas, y se alzaron los partidarios del amaru, usando una prenda personal suya de guaca política. El cuerpo no se halló, pero hubo testigos de haber visto su cadáver y ver que era él, antes de que le incinerasen.

Alzada Cochambrecanchas, era malo para los Cagarrúas. Don David se exasperó. Era preciso acabar antes del ataque de los castillas. Pero es que ésa mosquita muerta, ése abejaruco colorado, ése ratolín, del Añanzú, con su gorrito de alas atadas y su sonrisa de poquita cosa, ha colgado de un mástilma Don Manolo, el tercer Cagúa Mita, hermano del finado y de Don David. Las Minas son rebeladas. En la mitad de pueblos de la región de los frailes no luchan ahora en las calles empedradas y llenas de verdín o en las pampas de verdísimo césped, los Franciscos y los Jesuses, como solían; ahora luchan partidarios del Cagúa Mita y enemigos de la Mita. Los lenguas de Don Ramón informan de las migajas de información que llega de más allá de Carmacuncha, a su jefe, y éste al Sargento General. En el país cristiano de esto poco o nada se sabe. El Jiri se alza en Cajacuadrada. Es hecho prisionero el Matu, ¡el Cagúa Mita, el rey¡. Y bajo cuerda, ¿o cordeles?, una vez unidas las fuerzas de Cochambrecancha y Cajacuadrada, ordena la destitución de Don David. Éste reúne las tropas que puede y baja a la carretera hacia Carmacuncha. Pasa por la casa de su amante; de ella sí se despide; de su mujer por lo cristiano y por lo tradicional, y de sus hijos, no. Va sólo con 8000 hombres,lleno de malos presagios, y por la misma carretera de bajada donde encontró al grupo de frailes fugitivos. Pero al llegar a Carmacuncha, ve a los 20.000 de allí, sublevados. Gritan “Amaru, Amaru”. Gira cola. Remonta la carretera. Descansa otra vez en la casa de su amante. Busca enlaces y lenguas. De los reclutas con que contaba en Cochimba, casi todos han votado con los pies. ¿ültima esperanza?. O acogerse a sagrado en lo alto de la Montaña Sagrada, o acercarse a su ayllu o comunidad, en el sentido de municipio, o sea un territorio propio de su clan. Pero ha de pasar entre Cochimba y Cajacuadrada. ¿Se arriesga?. Llega mensaje. Por querer restablecer la Mita, han ahorcado al Matu, aunque suene a broma, pero no siéndolo. Y el Don David se pasa la mano por los cabellos. De entrada, se viste con ropas castellanas; es el Arriero Don David, con su Sombrero Verde. Lleva dos pistolas y tizona. No va guarnecido, sólo chupa y poncho. Sí lleva banda roja en el sombrero. Sale a la pampa fuera de la casa de su amante. Ésta va llorando. Las tropas hacen muchos huecos y lo van dejando solo. Se despide de ella. Sube en mulo al Santuario. No hace tanto, habían ganado una guerra a los castillas … Arriba se establece en una casa; criados de su amante le suben recado de lo que necesite para mucho tiempo. Allí no le pueden tocar.

Desde arriba se ve todo el país. Come, descansa, piensa, cena, duerme y se levanta. Oye cañonazos y mira en dirección a las plazas, que se ven desde aquí a vista de cóndor. Sube gente. Armada. El Añanzú en persona; no va el Jiri. No lleva insignias. Va de media armadura de soldado raso castellana y poncho. Lleva pistolas. No las deja al inicio del césped del Santuario. Mira sus pistolas en el morral. Bueno, él las ha metido, pero no se atreve a utilizarlas. Anda el Añanzú hacia él. Es un Santuario, aquí no se dispara. No de macana, de tiro, agarrado al ídolo, hasta donde ha retrocedido, en el sancta sanctorum ,lo mata el Añanzú. Y el eco resuena por todas aquellas extrañas montañas de piedra color de sapo.

A fines de marzo, el añanzú, apoyado por el Jiri, ha proclamado el Tercer Reyno Cagarrúa. A los curacas y nobles los ha detenido y ejecutado. Sus cuerpos llenan las cruces de donde ha bajado a los que no querían cumplir con la Mita. El Añanzú predica pueblo a pueblo y ciudad a ciudad. Les habla si es necesario cinco horas: No va a volver la Mita, jamás. Y elige su propio intihuatana. Toma el nombre de Fir Uyr Inti Huatana Añanzú Ayllu Auauác”. “Caudillo del Pueblo por el Sol Añanzú Hombre del Pueblo”. Con poderes absolutos y erigido comunismo de guerra, pero sin mita ni minas, se prepara, como se hubiese preparado el Amaru, a defender el País cagarria como una Numancia. Siguen  los preparativos de la guerra, el reclutamiento y todo lo demás. Pacta con los cristianos: si son patriotas, no importa. Entierra las reliquias que se hallan del Amaru-una sandalia y su cinta roja manchadas de mierda-, después de lavarlas, en la guaca donde está la momia fetal del padre del Amaru, muerto hace menos de un mes. Momia con un crucifijo al cuello. Reanuda los tratos con el Charro. Pero toda la red del Don David y todos sus planes, se pierden. El negocio de la coca y las otras buenas cosas, lo reanuda un hombre práctico de Don David, Don Atahuchu, que era su mano derecha en asuntos embozados y de manta y caramillo, quien se ha puesto con todo su poder contra el alzamiento indígena en ésas condiciones. Sólo busca que él y todos los metidos en su mantería y caramillaría y comercio de buenas cosas salgan bien parados. Ello debilita a los alzados muchísimo, y da cartas de ventaja que Don Ramón muestra como triunfos a su patrón. Don Ramón, pese a ser mestizo, entra en el Servicio, es un Oficial del Rey. Y se van acercando las fechas en que la hueste castellana habrá de atacar. Al Rey Indio alzado, que hasta ahora le decían el Don Pedro Alazán Cagón Mitra, le dicen ahora Don Firúr, Don Félix o Don Furor. Así consta en las crónicas y así queda el Añanzú bautizado.
Esto al Sur. Pero, ¿y al Norte?.

¿Al Norte me dices, cariño mío?. Pues al Norte igual que al Sur, de hecho, sí seguía la Mita, bien que con otro nombre o mejor dicho otros nombres; pero lo cierto es que el comunismo de guerra, al norte y al sur, y el encuadramiento y movilización total, eran  exhaustivos. Y la propia cercanía de las gentes a sus cuadros orgánicos por ayllus, bien que al Norte les decían de otra manera, como a los curacas, pero eran lo mismo; favorecía ése control total. Es cierto que toda la superestructura de los frailes, más fuerte al Sur y más laxa al Norte, había saltado con el alzamiento, y que tanto a un lado como a otro, arriba o abajo, en Tupinamba como en Cajacuadrada, se habían buscado fórmulas de Estado; pero lo cierto es que ése encuadramiento y ésa mita, pues que eran trabajos forzados ni más ni menos, se basó en las propias comunidades nativas. Retrocediendo a enero, al Norte Don Tupi habíase amparado del Presidio, que fue gran cosa; pero a poco él de su persona lo dejó, en manos de un hombre suyo, Sumaco Súmac Sumi, para abreviar Don Sumi, que era hombre de armas tomar y en la pura tradición Cojona de acojonar y a ser posible capar. Era éste hombre achaparrado y robusto, tal y como Don Tupi era gota de Míster Magoo, pero bastante alto el Don Tupi,y aun cuando con un cierto cuello gallináceo, bastante longilíneo, si no fuese por la respetable pero escueta panza, que parecía que se había comido un melón, y durísima; el resto era delgado. El Sumi, en cambio, que hubiera perfectamente podido pasar por Chato el Apache, era hombre rústico, de una subtribu diferente a la de Don Tupi, de un lado, que era indio “civil”, y además indio urbanita en cierto sentido, y también del Charro, que era simple y llanamente, aunque de otro modo que el Guadañángel, Atila el Huno. En fin, que sin alargarnos aquí, dejó a la mala bestia ésta, con miles de gentes, amparándose del Presidio, y el Don Tupi se retiró a pocas fechas de allí llevándose casi todas las tropas que podrían considerarse tales. En cambio, a los varios millares de borregos y trabajadores forzados en uno u otro modo que ahora limpiaban y fortificaban el Presidio, se unía prácticamente todo el ayllu, que eran casi todos los supervivientes de su subtribu, del Don Sumi, que se habían refugiado de los quemazos de breña en la región del cañizo, de donde procedían.

La vuelta de Don tupí a Tupinamba coincidió con la llegada, de vuelta también, del “Tajagüevos”, que volvía sólo con cien jinetes, si bien doblados, y unas doscientas mulas de tren de bagaje. Traía mujeres mestizas y castillas de botín, que después de concienzudamente violadas, vendió a los Jiborianos de Agamenón de los indios, quien a cambio le dio polvillo de oro, y además dándole las gracias de los saldos. Estas dos llegadas motivaron una junta de guerra en cuando volvió, bastante agotado y turulato, el Charro. Que no era poca cosa ampararse de aquella infernal carretera y aposentar miles y miles de personas en un gran campamento de chozas y barracas y tolderías que se habilitó cerca ya del río Jordán por donde marcaba con las tierras desamparadas, por motivos de evitar la ya insostenible aglomeración de Tupinamba que, la ausencia de alcantarillado y otros mínimos servicios higiénicos y la imperfecta sustitución de los escuetos servicios públicos municipales castillas o frailunos por sinecuras políticas y comisariados diversos del Don Tupi, hacían horriblemente pestilente. Y donde, de no ser invierno, era más que probable surgiesen epidemias. Esto, o cosa parecida, es lo que buscaban los Guadañángeles y El Cota.

El consejo o junta fue de Don Tupi, el Charro y el Tajagüevos; no quiso más gentes el Don Tupi; y el Agamenón de los Indios no entendía niente, que de éste y de los suyos ya hablaremos. Bien que habían y hubieron otros consejos, sustituído el de curacas, ex Sanedrín y Senado y otros nombres; y el más importante era el de Gobernación, que encubría los hilos del embrión de Estado de Don Tupi; después el Sínodo de la Iglesia India, que sew superponía parcialmente al Consejo del Partido y al de Cruzada, éste algo olvidado. Sobre todo, Don Tupi procuraba evitar tener que despachar con el Obispo Yupanqui I, que le parecía un zote. Y la situación se iba volviendo apurada.

El Charro, no olvidadas sus veleidades golpistas, que acaso la presencia de su hermano aumentaba en posibilidad de concreción, sin embargo aquí se preocupaba del problema común de la Nación Cojona, Reyno de Israel o como se llamase. La cuestión fundamental era, de un lado, la Guerra; y de otro, la aglomeración de población alrededor de la capital, la reducción aneja de territorios efectivos del País Cojón por la cantidad de tierras que habían ya desamparado, y la imposibilidad de alimentarla dadas las enormes destrucciones económicas cometidas por las sucesivas columnas de castigo de los castillas, bien que no lo dijo así sino con floridas palabras al modo de metáforas de jinete del Desierto rayando con cuentos chinos y especiosos argumentos chinescos; pero que eran verdad, aun cuando fuesen feos.
De la Guerra, cabía decir que los efectivos reales en ése momento, eran  un Tercio de 3000 hombres que guardaba el río al Norte, otros 6000 hombres “regulares” del Charro y los restos de su jinetería, puestos juntos con los de su hermano, 600 jinetes aún; unos 300 flecheros en mulas remanentes, que de éstos se gastó en cantidad pues que faltaban 700; y los sargentos del Don Tupi, a la sazón con armaduras de cartón y purpurina de Semana Santa pues que las 400 medias armaduras de gran golpe disponibles- aparte las repartidas a jefecillos, particulares ricos, capitanes y jefes. Eran en el Presidio. A esto, los 12.000 Jiborianos al mando de Don Agamenón de los Indios. ¿Y …? Don Tupi, pasándose la mano por la frente, les dijo que su Aposentador era en la Breña negociando otros 5000 Jiborianos, que vendrían al mando de otro capitán. Que no, que no mandaría ni uno al Sur, y que el negocio presunto del Amaru era finido, bien que aquí el Amaru era todavía vivo, y el negocio ése con el Charro sí que era vigente aún, bien que embozado de Don Tupi, que sólo hablaba del suyo. Que aparte eran los hombres válidos de cada pueblo, y fuerzas locales en las tres ciudades que al Sur eran entre Yurumu abrasada y la breñita de cañizo abrasada igual. Que los de su partido lucharían cual guerreros, bien que fuesen más claca y voceros; y eran casi 40.000. Y que, en fin, que mirasen y removiesen entre las gentes llegadas de Yurumu, y que si querían y quedaba alguno que no hubieran mandado para su tierra, de Cagarrúas u otros indios, y ellos se querían alistar, que les daba permiso para formar las fuerzas extranjeras que pudiesen, si un Tercio pues un Tercio, si una Capitanía de mil, pues una; si una bandera de 500, pues una, o lo que fuese. Y que sobre todo se diesen a la flechería y que hiciesen de flecheros la mayor parte de sus tropas, que arcos habían, aun cuando habían perdido muchos con las destrucciones de los castillas últimas, y que de existencias de flechas iban más que servidos. El problema fue cuando el Charro quiso negociar el rancho de sus hombres, y créese que Don Tupi lloró. Era invierno, las cosechas eran recogidas; donde se podía, se había sembrado; el problema era en todos los casos que, a campos quemados, sobraba la gente que de ellos vivía. Cortado el comercio, no podía haber compensación del resto de la Colonia; alrededor era todo Breña y los Cagarrúas al Sur iban justos y sólo tenían patatas- los Cojones eran ya de trigo-. Que faltaban borregos suficientes, y que su Aposentador le compraba todas las llamas que podía en los Andes, pero que los cabroncetes de las diez tribuítas de allí le aumentaban los precios contínua y astronómicamente.Pero, y aquí se le escapó, gracias a Dios contaba con el oro de la Breña … Y hubo, “¿uy qué he dicho?”, de dar explicaciones a los hermanos cosacos, por fin. Don Tupi les habló de su negocio con los Jiborianos, para quienes el oro valía niente, pero que lo conseguían de otras tribus más al fondo de la Breña; y al oír esto los cosacos se interesaron. Que él no veía a la larga otra solución, hecho un cálculo a largo plazo, que el de emigrar el pueblo Cojón de las malas tierras y restos de los Anandrones que les habían dejado, por amena que fuese Tupinamba, primero Anandrona y después castilla barroca y ahora en su poder. Que sus capitales y tierras eran casi todas hoy tierras de Guadañángel. Y que era en fin convencido de que todo el poder de los castillas descargaría sobre ellos y que su destino último eran las Islas Semíramis, las bodegas de los barcos y las minas del Alto perú o lugar aún peor, quienes sobreviviesen a la guerra de exterminio. Y los cosacos se sentaron, que el Don Tupi era ya sentado. Dio una palmada y pidió coñac, que a poco trajo un Nazareno de capirote que a duras penas pasaba por la puerta.

Que él quería ser un nuevo Moisés, no en broma, sino en serio, y repasar los Andes con su Pueblo, y que todo ánimo e idea que se le pudiera dar a éste serían pocos, de donde tanta payasada, bien que él no usó ésas palabras; que o eran Reyno de Israel o serían recua miserable. Y los cosacos arquearon las cejas.Ese hombre era un genio.que podrían sostenerse un año, o dos, pero no diez. Que mirasen un poco a lo lejos y viesen qué futuro tenía la rebelión india. Y en fin que los Andes serían su pavés.
¿Qué era lo malo?.Que si aquí en una comarca cultivada, bien que ahora desorganizada y abrasada en parte por los ataques enemigos, no podía alimentar a su pueblo, en la Breña menos, y que aunque ya tenía una pezeta de tierra de siete por cinco kilómetros al pie de los Andes del otro lado, allí no había sino una colección de malos galpones para mercancías y cosas que usaba el Don Aposentador suyo. Que ellos eran hombres del desierto y cómo lo veían. Y ellos dijeron que mal.
Que Tupinamba, pese a todo, era defendible, y que ellos, antes de irse a la Breña, se iban al Desierto, que era lo suyo,que la Pampa y los Andes pequeñitos eran muy grandes, y a las malas el Desierto de Túmac. Y que eran ellos un pueblo de cómo dos mil almas, que a los jinetes se unían mujeres e hijos y viejos. Y que no les hablase de sedición pues que él quería desertar. Que ellos sabían que quería “escoger” e irse sólo con parte del Pueblo Cojón, los de su partido y su ayllu y su subtribu en general, los Obispos y Concilares, las gentes útiles de oficios y las tropas … y su capón castilla. Y el Don Tupi empalideció y luego se sonrojó. Y que al fin, que si no se llevaba a todo el Pueblo, que le traicionaba. Que se olvidase de sus planes de “preservar la Nación” a costa de las gentes que eran realmente vivientes hoy y aquí,y que o era con su Pueblo de verdad o con la Breña. Era muy fuerte aquello. Pues que el Don Tupi les amenazó con hacerles arcabucear, y ellos le echaron en cara que dónde tenía los arcabuces del Presidio. Y sacaron sus tizonas, que era la una y la otra cimitarra. Y sólo la llegada de los guardias de Semana Santa del Don Tupi salvó la situación; que los cosacos salieron del palacio Real del Rey de Israel a hacerse fuertes y ampararse de lo que hubiesen, mientras el Rey de Israel enviaba mensajes para mover lo suyo. Y así aquella noche durmió Tupinamba quieta, sin violencia, pero departida en dos parcialidades.

 El partido de Don Tupi organizó otro desfilito suyo en la Pampa cabe el río Jordán: otras setenta mil personas coreando los lemas. Y el Charro y su hermano liaron el petate y se largaron, eso sí, llevándose a las tropas “regulares”, que eran con ellos, y no se fueron al desierto sino que repasaron el río Jordán y se ampararon de las tierras de nadie creadas por la incursión pasada de los castillas. Y allí montaron sus tolderías y apacentaron los rebaños de borregos que eran unos suyos y otros los habían pillado ésa noche mientras los del otro lado pillaban sus otros borregos humanos. Fue aquello malo, muy malo. Y casi la rota de Don Tupi.El Charro, de su cuerpo no sino de sus vanguardias a caballo, tomó contacto muy al sur con el pueblo errante del Dom Hermenegildo Pastor de la Mestizada, y pues que eran todos cristianos y disidentes del Don Tupi, y eran contra castillas de hecho todos, se unieron en cierto modo; pero eran inseguras sus posiciones de ambos. El Rey de Israel vióse pues perdido en más de un sentido, que su Reyno era descoyuntado,y dio orden a todos sus muchos voceros de preparar al Pueblo para el Éxodo. Que a los que eran en campos de tolderías los iba a enviar a la Breña por pezetas de 10.000 cada una con su Obispo y Capitán, porque fundasen allí Ciudades Cristianas. No le cabía otra. Y con los que podía alimentar, fortalecerse y levantar otro ejército, mientras hubiese arcos y flechas, y tenía inmensa cantidad. Y era con él el Don Agamenón de los Indios, claro, y su Emperatriz Teodora Diva. La primera Tribu de Israel, que así las llamó, salíó de Tupinamba hacia la Breña a mediados de febrero. Son Acaso, venido de su santuario de la Breña a ver lo que decían sus lenguas y le había venido de recado de Don Agamenón de los Indios, se acercó a ver las tierras que un poco por broma y sin cálculo había pactado con Don Tupi por intermediario. Y se asombró de ver que los Cojones muraban el cuadro de tierras que les había dado, y que eran miles de gentes, cuyo olor llegaba hasta muy adentro de la Breña, y era desagradable. No obstante, todavía era fuerte de su juramento y transigió y le expidió a Don Tupi otra fuerza de 5000 flecheros al mando de otro Capitán, que era del mismo Antepasado que el Don Acaso, que de la constitución política de éste pueblo o pueblos del Reynado de la Breña ya hablaremos por extenso, como de los otros, más raros, Indios Borregos, por otro nombre Tiquismiquis.
En su Palacio murciano, cabe las amenas orillas aragonesas del Jordán a su paso por Tupinamba, el Rey de israel se preocupaba. Sólo era esperanzado de lo que sus lenguas le decían de ser los castillas departidos y a punto de la Guerra Civil. Si ésta estallaba an tes de poner fin a la Guerra India, era salvado. Pero, ¿serían tan imbéciles?.

Cuando se supo que era muerto el Amaru, hacia el 15 de marzo de 1642, en el País Cojón, fueron de ello malos el Charro y el Tajagüevos, que todos los restos de un posible negocio íbanse al carajo. Pero fue también de ello malo el Don Tupi, que era por ser antes muerto su aliado y con quien él había tratado bajo poncho y caramillo la alzada, que era el Don Pedro Alazán Cagúa Mita, y porque tantas mudanzas en la jefatura de sus aliados los veía una rota de aquéllos y de él; porque aunque no se entendiera con el Cagúa Mita Don Pedro por el motivo de ser unos cristianos y los otros paganos, le tenía fe, y luego de él a sus hermanos y al Matu; bien que comprendiera que las ideas del Amaru, con ser tan anticristiano él, que pactaba con los cristianos patriotas suyos, le favorecían; pero el Amaru y de lo que le sabía capaz, le daba miedo. Era malo de tantas matanzas de buenos jefes. Y a ver qué resultaba este Añanzú, con sus nuevos inventos del Tercer Reyno, y su practicismo de hacer unos de todos los Cagarrúas por idea y poniendo la religión aparte. Este al parecer era que había asociado a su gobierno al Don Atao Martínez, jefecillo superviviente de los cristianos Cagarrúas, y que era diácono; y que, con gran repugnancia suya y del Jiri su Hombre Fuerte, habían abierto otra vez ciertas iglesias bien que sólo las nativas, y análogas en cierto modo a la suya de Tupinamba; y que el culto a la antigua usanza y las usanzas de Restauración eran abandonados, pero que se fomentaba lo que de ellos quedaba espontáneo, que era la fe popular de ellos, por espíritu nacional de los Arrúas. De modo que eran en su contra los nobles supervivientes y los sacerdotes antiguos que habían ambicionado como los Cagúas Mitas y el Matu, la Restauración de Lo Antiguo.Y que de todos modos en las iglesias pocas del nuevo Obispo Indio Don Atao, bendecían a Don Añanzú el Caudillo y al Jiri Su Firme Brazo como a una Pareja de Reyes y como se oró por el Rey de Castilla, bien ser éstos Reyes Paganos. Era pues el Don Tupi fuerte de la necesidad de vistas directas con el Añanzú, el Don Furor. Pero, ¿cómo?. Al sur de Yurumu era cortada la comunicación con sus aliados por la peste de los castillas Guadañángeles. Fuertes eran éstos en las praderas del lago de Tumi y no había modo de echarles de allí. Sólo 150 kilómetros medidas nuestras les separaban de Cochambrecanchas al sur de ellos, el largo de una feraz provincia de indios Cagarrúas, donde el Don Furor Señor y Caudillo de los Cagarrúas agolpaba fuerzas al mando del Jiri por si les diese por atacar. Pero, ¿qué podía hacer el Don Tupi desde el norte, sin caballería, que se le había huído?. Y las fechas avanzaban, que era marzo y pronto abril; que los castillas se moverían, pese a la lengua de sus disensiones.

Don Furor el nansú negoció con hombres suyos que envió que los chachapoyas o gringuitos diesen, por el paso que caía sobre el lago de Tumi, sobre los Guadañángeles y El Cota. No quisieron. Y pues a Cujatrucha, la capital de la provincia al norte de Cochambrecanchas destacó casi 20.000 hombres al mando del Jiri. Mientras tanto, era aquí la movilización total. Con los capitanes que quedaban el Guanajuatu, el el Patu, el Passuassuatu y otros que creó hasta diez, repartió fuerzas, y agolpó unas en Carmacuncha en la Carretera, donde envió 15.000 trabajadores forzados, bien que aquello no era Mita y sí sus adversarios políticos a pico y pala; y muraron como 25 kilómetros medidas nuestras en tres filas de barrera la Carretera por donde creían volvería la Hueste del Rey. Del mismo modo, se preparó el terreno en la entrada del Altiplano por donde había entrado Rocafuertes la otra vez, y construyó, a su modo, con obreros de las minas, un fuerte que dotó de diez cañones de los que tenían los Cagarrúas, que serían en total unos veinticinco. Este fuerte era de buenas vistas sobre el paso que obligadamente seguirían los castillas si por allí venían. Y a inicios de abril en un golpe de mano, gentes del Don Furor Añanzú tomaron el blocao Nepomuceno y, colocando minas, lo hicieron saltar por los aires, retirándose luego. Ahí murieron unos cuarenta españoles, tomados por sorpresa. Y a todo esto, Don Ramón amparaba la Carretera con el menguado del Don Luis, y se dolía de ver que, pese a todo, el negocio de cosas buenas de todas clases con los que fueron hombres de doblones escondidos y caramillo y manta del Don David se veían interrumpidos; que sus lenguas decían que hombre de Don David que pillaba el Don Furor, le sacaba la piel, y pues muchos se eran ocultados y fuera de servicio u ocultado su condición alistándose voluntarios de lanza y pavés, que el Don Furor enviaba de refuerzos al Jiri a Cujatrucha. Era todo malo.

Y golpe de malo a la suerte del país por vistas de causa de Indios, fue que el Charro y el Tajagüevos y su caballería se le ofrecieron al Don Furor por su caballería, que no tenían abajo ninguna. Y el Don Furor dijo que sí, que conocía los tratos del Charro y el amaru. Y así los casi mil jinetes del desierto y sus familias se trasladaron al Altiplano, desistiendo de mal hacer al Don Tupi pero dejándolo a su suerte, que se quedó sin caballería, y visto ahora y así parece que fue criminal, pero era tanto el rencor del Charro y su desilusión en ver que el Pueblo Cojón era borrego y cera en los dedos del Don Tupi, y pues que Dios les amparase. Y aconsejó al Dom Hermenegildo Profeta de Mestizos hacer lo mismo, pero éste bien se cuidó, que sabía que si el Don Tupi había sido duro con la mestizada, los Cagúas Mitas y el propio Añanzú lo habían sido más. Pero dudabas de ampararse en tierra de castellanos por separarle de ella las Estancias, que eran ésos más bien demonios, a los que tenía pánico y fuerte odio pues que debíaseles bajar de la acera en Tupinamba y provincia porque ellos pasasen por ella a caballo, y el Dom Hermenegildo no conocía la Costa y sólo la provincia de Tupinamba,y, en fin, aunque su grey no lo fuese del todo, él era un indio Cojón al cabo.

Y eran así las cosas por mayo cuando el Guadañángel pudo volver a cabalgar un poco, y el Sargento General, tras meses de agonía por las facciones, y escapando de a poco a emboscadas de sicarios de sus enemigos y del Rocafuertes, que quería mandar ya como Sargento General la siguiente campaña; y en fin acosado por el Servicio, el Santo Oficio, el Cabildo, su señora y las Doñas sus hijas, los comerciantes de Santa Fe de Verdes y los de Puerto Chapuza y los armadores que le urgían de recuperar las Minas y reinstaurar la Mita en el Antiplano cuanto antes mejor, y en fin hasta por las Órdenes que querían recuperar su reynado de allá arriba, pues que el Sargento General Don Cabestro púsose por fin en marcha para dar la campaña de ése bendito año. Sin la ayuda que no esperaba sino un tiro en el mejor de los casos, del Rocafuertes, que haría la guerra por su cuenta por no perder un punto de mérito posible, y con el Guadañángel al frente de La Caballada al norte, en una o dos flechas según decidiesen, el Sargento General mandó por tierra las fuerzas que rejuntó en Santa Fe de Verdes, y fuése a Puerto Chapuza en la galera. Hizo allí en el Castillo junta de Oficales, y reunió a las fuerzas que le llegaron por tierra las que levantó en Puerto Chapuza, y de ahí pasó por sus jornadas a Campamento, donde se reunió con Don Luis el Menguado y con Don Ramón, a quien hizo Aposentador General del Ejército de Maniobra, y le impuso banda y le hizo caballero, pues que podía, bien que eran raras atribuciones.

Y de Campamento fuése por sus jornadas al Fuerte Invierno y de ahí al Puesto Avanzado; pero eran largas jornadas ahora como antes, que era muy larga la Carretera Transversal, por más que fuese en realidad horizontal, pues que el mílite que la trazó era cartógrafo de a ojo más que los otros todavía, o del todo, quiero decir, y era de los de la costumbre de considerar “abajo” Panamá y “arriba” la costa del Pacífico en dirección Sur, hasta las últimas, que en ésa época se desconocían cuáles pudieren ser, y si no saldría ésa costa por encima de Suecia pongamos por caso, del otro lado de la pelota terrestre, de tanto seguir que no se le veía fin, y los Araucanos eran muy bravos y no dejaban pasar. En fin, que el tal cartógrafo mílite que trazó la Carretera Transversal no hubo, porque no podía haber, lengua y consejo ni informe de que su Carretera Transversal según ciertas montuosidades que fueren para él el mayor accidente geográfico del país, y eran sólo el desmonte del mal país del cañizo, que era ahora centro y para el mapa era extremo, pues que fue sobre su Carretera que se echó en horizontal la futura Frontera de la cual no hubo él ni barruntos, claro, porque no era razón. Bien que era de la escuela de abuñolar más de la medida la Costa de Santa Fe de Verdes, que era más plana, buñuelo que inició el famoso Mapa de Chafundiolgg. Y en fin que el Sargento General, abreviando jornadas, iría por fuerza lento, pero era fuerza ir por allí, que era lo recto y frontal del Altiplano. Y el Rocafuertes, en comprobar en una Entrada la rota completa del blocao Nepomuceno y aún más que su entrada por la subidita al Altiplano, era paso cerrado y fuertemente defendido que no podía saltarse sólo con caballería gaucha, y harían falta ingenios y persistencia que él no tenía ni ganas, decidió, pues que era ya política, buscar laureles al norte y dejar al Sargento General en solitario la dirección de la campaña al Sur, y que fuese él sólo que diese del muy fuerte país de los Cagarrúas.Por lo que el Rocafuertes, con el Bagre,cayó del Sur sobre el país del Cañizo desde la pampita “de las tres naciones”, que era igualmente de las tres cosechas según que era mala tierra. Y hubo de dar por fuerza con la Mestizada. E iban los Rocafuertes con casi mil jinetes, que eran reforzados. Tal y como la Caballada se puso en marcha con Don Guadañángel, medio cojo pero jinete de nuevo, y Don Suárez a la cabeza, y entre ellos y los Incháusti, los Jineses de Lima con los de Sosa y el finado Alfredo Pachín, Don Anchorena Echeveste, los Ponce de Santa Fe deseosos de venganza del finado Juez, los Vargas Machucaindios y otros de los más destacados Encomenderos y Señores de Horca y Cuchillo, eran fuertes de que, en promesa del Sargento General, contestada de todas maneras y modos por sus enemigos, era cambiado el Estatuto de las malas tierras de los indios Cojones y eran para ellos y un reparto que ellos hiciesen a su sabor, y que el Sargento General les firmaría en blanco y por A, por B y por C, y de todos modos posibles. Que era el Cabestro hombre que ya se había liado la manta a la cabeza, a la sazón. Era, sin los que ya eran tras el enemigo con los Guadañángeles hijos y El Cota, la fuerza de La Caballada de 2500 jinetes y 3000 peones que eran todos del Guadáñángel, con treinta carronadas. El Rocafuertes llevaba de las suyas veinte, de más calibre; y el Sargento General en total había juntado 100 cañones, desguarneciendo el Castillo de Santa Fe de Verdes y el Galeón de la Colonia, el “Verdes”. Quería ganar … y poder tomar Santa Fe de Verdes a la vuelta, si era preciso. Pues que pareció todavía caso de hombre intermedio que ni de unos ni de otros, dejar de Lugarteniente a Don Xavier De la Pela, por bienquistarse del Cabildo y restar apoyo de éstos al Rocafuertes; y el Don Xavier que era todavía bastante mozo, lo hizo bastante bien, y no hubo esta vez Dictadura religiosa en la retaguardia, y el Obispo hubo de callarse, bien que hablaría luego y cómo; y bien que el Don Xavier usó lo que el Sargento General le daba en contra del Sargento y a favor del Rocafuertes; de ahí que de todos modos el Sargento se llevase la artillería y eso que se llevaba por delante. Y mientras tanto, el traidor mestizo Servando Martín era vuelto de Panamá con gentes prácticas de artillería y otros artificios procedentes de islas inglesas, bien que no legales, del mar de los Caribes, que todavía Don Enrique Morgan, creo que fue, no había limpiado de ésa mala semilla de comedores de hombres.Y se vió que su traición iba al agua, pues que era muerto el Don David el Arriero de Sombrero Verde, y empleó sus gentes en armar algunas barcas y estorbar el tráfico marítimo por guadañar, desde escondites de la Costa, entre Puerto Chapuza y Santa Fe de Verdes. Que no fue hasta más tarde que a esta Filibusta costera se le ocurrió la presa de las Semíramis, y tampoco era llegada la hora de que ésa Filibusta fuese al mando del siempre sonriente capitán Errol Delfín, y al inicio fue una Filibusta barata, al mando del traidor mestizo Servando Martín, y varios ingleses que eran artilleros profesionales dispuestos a prestar su arte a los indios contra la civilización, y pues eran gentes renegadas y que se les daba un ardite todo, y además protestantes. Era la fuerza del Sargento General en esta nueva campaña de 9000 hombres, en los Tercios que ya se dijo y varias Banderas independientes. Pero esta vez tras él iba una recua que era también “un Pueblo en Marcha”, que esperaba su Tierra prometida. Eran los frailes salvados el año anterior y otros muchos, que volvían dispuestos a limpiar el gran pecado cometido contra la Fe y contra sus Órdenes, matando unos cuantos miles de indios; y sobre todo, asegurarse de que en reabrirse las Minas, ése demonio de Sargento General no alteraba el Estatuto también aquí y se cargaba el “fifty-fifty”. Era, pues, horda de rapiña feroz y buitre que no auguraba buen destino a los indios que se probase ni que remotamente se hubiesen alzado o dicho que sí a la alzada. Era malo. Fuerza es aquí hablar de ciertos trasfondos y futuribles que eran tras la faz de la Guerra India, y dos hombres que aspiraron a muy altas jefaturas y las obtuvieron . Siempre se ha dicho que no se discutiese por la piel del oso antes de cazarlo, o que no se la vendiese; pero lo cierto es que casi siempre el oso no se caza si no es ya vendido. Que por comerse con patatas una piel que a lo mejor a uno no le hace falta, pues que no se molesta en cazar el oso. Mucho se discutió, pues, aquí y luego, cuando el Sargento General dio el Decreto de Tierras de los Indios Cojones, pues que muchos se llevaron las manos a la cabeza, y otros dijeron que el Sargento no podía disponer de esos bienes que eran de La Corona y darlos “a sus amigos”, con lo cual ya se insinuaba que era el Sargento General, llamado de contrapeso a La Caballada, agente de los intereses de ésta; y no era así, pero sí era así, como hemos visto. Se arrastró tal querella décadas en los tribunales y otras instancias y fábricas de papel higiénico, bien que en aquel tiempo se usasen generalmente otras cosas para limpiarse el culo, como esponjas, hierbas u hojas grandes, o nada, que ya se secaría, o agua, y el papel menos; y ella enturbió durante muchos años las relaciones institucionales con Nueva Granada y el Poder Hispánico todo de Indias. Es que aquí el grano en el culo que era Santa Fe de Verdes devino tumor o divieso al menos, y si fuese absceso dental, devino pútrido y acuoso flemón. Porque de los argumentos y contra argumentos sobre qué podía o no hacer el Sargento General, de un lado, y de la defensa de la limitada soberanía de éste como representante del país, surgió toda la veta de tema que llevaría de un lado a tantos raros hechos, y más tarde a las especiosas teorías de la Independencia; bien que aquí no la hubo hasta que un ejército venezolano la impuso. Pues que el país era joven y ese año se cumplían los cien de la llegada de Guadañángel, que desde luego no se celebró como luego lo sería fecha señalada del Calendario Nacional. Y aquí en 1642 quienes criticaban las atribuciones del Sargento General eran los mismos que en muchos casos habían visto reasentamientos peores y más drásticas disposiciones de Arrizabalaga, Lavalleja de Rebuzneda y en fin la Alimaña Guadañángel Segundo. Que el Cabestro quería alterar un “Estatuto” que databa sólo de 1620 y 1630 en muchos casos, y que la Ciudad, a tal punto era en ésos años acrecido su poder, le contrastaba la disposición como si las tierras de la Corona no fuesen una herramienta del Sargento General sino patrimonio público,del común, o en fin, en embrión, patrimonio nacional. Es decir, que la Ciudad marcaba ya límites al poder del Sargento General, pues que echó a la Alimaña y ahora fiscalizaba al Cabestro. Para afirmar ésa pertenencia “al país” de las tierras de la Corona, se apoyaba paradójicamente en ésa Corona; y en sus memoriales se pintaba al Cabestro simplemente como otro Tirano caballista; y no era así. Aparte que las ideas del Cabestro de limpiar el país de Indios eran asumidas por todos, y no las inventó precisamente él, que, en altos cenáculos de burgueses de Santa Fe de Verdes, se consideraba que la Limpieza de Indios hasta los Andes, exceptuando las Minas, era cosa que antes o después debía hacerse; y de hecho, se fomentaba la inmigración de españoles continuamente, y, bien que fuera del Agro en lo posible y en la Costa, hasta el propio Guadañángel Alimaña lo había hecho en su momento, alrededor, en su caso, de Puerto Chapuza. Los contrarios a los poderes que se oponían al Sargento General, lo hacían en pro de la libertad y guapeza y manos libres que creían debía tener el Poder Hispánico en la Colonia; eran de la línea dura, y creían que no había mejor modo de limpiar de Indios que mediante la Caballada. Pero luego serían los primeros, más tarde, en reclamar la facturación de los Estados Guadañángel para hacer finquitas para pequeños agricultores, cuando el País de la Caballada llegó a estorbar tanto a la Colonia y su desarrollo como ahora los indios. Se decidía el futuro de la estructura de la parte central del país en todos sus aspectos, que al final serían hasta paisajísticos, físicos, económicos y de población humana, que repercutirían por fuerza en el devenir del país, y desde luego determinarían, aun cuando esto nadie lo decía así, qué clase de país sería la República de Chafundiolgg. Es curioso que los que ahora defendían al Sargento General y cierta rebeldía y autonomía de la Colonia, serían los más acérrimos defensores más tarde de España, y que los que ahora se amparaban en la indisponibilidad por el Sargento General de las tierras que otro Sargento había hecho patrimonio de La Corona, serían quienes justificarían la Independencia, aunque haciéndosela proclamar a otros.

Y el Rocafuertes, desde luego, veía claro que la Conquista del País Cojón por Guadañángel le daba a la Caballada tal poder, que retrasaba otros cien años que el Poder que La Caballada detentó desde la Conquista pasase al Comercio. Rocafuertes era, es cierto, otro caballista, pero el Hombre del Trigo, el Capitán de los Comerciantes a falta de poder tener los Comerciantes capitán alguno, aunque ya tenían líder, Xavier  De la Pela, y su Senado, que era el Cabildo que representaba en exclusiva sus intereses, que eran los de la Ciudad. Por las mismas la Ciudad contrataría al mercenario Kravatsky cuando se fueron los venezolanos que “por allí pasaron”, porque éste terminase de una vez con el último poder de La Caballada, derrotando a Don Jeremías Facundo Berraco, en Hojalateros, en 1845, que son casi doscientos años después de los hechos de ésta Guerra india. No fue hasta entonces -eliminado el último Tirano de Santa fe de Verdes, bien que el país era en anárquica independencia y dividido de facto en varios miniestados, como secesión de Puerto chapuza y la efímera República de Puerto Chapuza del Sur, desde 1824 -, pudo Fundarse la Patria, “por fin”, que tomó el nombre de República de Chafundiolgg.

Rocafuertes sabía que el designio del Sargento General, justificable en apariencia por razón de la Guerra India, escondía una decisión clara de resistirse numantinamente a que le echasen, y que por tanto era una declaración de reconocimiento de guerra, pues que la guerra al Cabestro ya la tenían declarada todos, y durante años no se dio ni cuenta; y luego hizo que no se daba cuenta. Pero el conocimiento de la Auditoría a la nuca más grave y fuerte durante la pasada campaña de 1641, como hemos visto, y vió también Rocafuertes, le había cambiado; y se había al parecer asociado al Guadañángel. Los Estados Guadañángel eran casi un tercio del país; pese a ello, el poder económico de la Tierra de Mieses, casi toda del Rocafuertes, igualaba su peso; y en números redondos, el resto de Estancieros de Vacas, y el resto de Estancieros de esclavos, Trigo u otros cultivos, cuyo líder era Rocafuertes, igualabas del mismo modo en peso.La Conquista de Tupinamba y el actual Reyno de Don tupí por La Caballada y el cambio de estatuto de las tierras, hacía a La Caballada de nuevo Dueña de Santa Fe de Verdes en poder económico y peso, y por tanto sus modos e ideología se perpetuaban para largo, en vez de finir, como debían. Es muy cierto que el diseño de Rocafuertes del país no coincidía con el que finalmente sería la base del país, y que al final la Ciudad fomentaría, y el Partido Conservador luego impondría, que era la repoblación total por pequeños agricultores blancos, fuesen criollos o no, o mestizos muy claros, gente “civilizada”, que reprodujesen el  modelo de la Ciudad en “un país civil“; muy al contrario, Rocafuertes quería que toda la clase baja del inmenso latifundio o latifundios de trigo, Caña, y luego sería con sus descendientes café y tabaco y algodón, fuese de esclavos negros; y los amos blancos, sin indios o los mínimos. Eso, a la fecha, crudos aún los intereses de la Ciudad que luego se definirían, era indiferente; era la opción por la tierra cultivada de “cosas buenas” y la limitación, pero no la eliminación, del ilimitado Reynado de la Vaca. Esta fue, pues, una guerra trascendental en la Historia de Santa Fe de Verdes o Chafundiolgg, pues que aquí, aún más que con la hispanización de los Guadañángel Primero, Aironsáy, Arrizabalaga y Rebuzneda de Lavalleja que crearon de hecho la Colonia y la extendieron hasta los Andes, se decidía qué sería Chafundiolgg. Era paradójico que muchas tierras de Mieses se debieran a la primitiva expulsión de los indios Cojones de la parte central del país, después de ser expulsados de la Costa Sur, en la guerra de 1630, por el Segundo Guadañángel. A los repartos de aquel Sargento General que era ahora su mortal enemigo, debía Rocafuertes una parte sustancial de sus latifundios. Y para “seguir avanzando”, como él decía, le era preciso ser Sargento General él mismo. Para él, como para la Ciudad, el Cabestro era sólo un “hombre-tampón”, más que un “Hombre Fuerte”, que también, entre la Alimaña y un candidato suyo, y el que había cuajado y sólo podía ser por muchos años, era Rocafuertes.

El éxito de la guerra para Guadañángel y el Cabestro a Norte y Sur le era letal al Rocafuertes, héroe más destacado, por su incursión en la región de los frailes y la liberación célebre de Cajacuadrada, y que no sólo podía ver envejecidos aquí o superados sus laureles, sino minimizado su peso en la Colonia con el nuevo Reparto y la hegemonía de la Vaca. Aparte, muchos y no sólo él, sinceramente, percibían lo aberrante de destruír una región feraz y bella como Tupinamba, regida hasta ha poco por un Gobernador colonial civil con discreto apoyo de frailes, que paradójicamente habían tenido gran éxito en sus enseñanzas, puesto que los indios se habían rebelado en nombre de ellas; que los rollos de Don Tupí Rey de Israel se conocían ya en toda la Colonia, en todas las indias, y acaso en el orbe, donde eran la comidilla e inspiraron ciertas ideas que hallarían expresión de Luis XIV en adelante sobre “los salvajes”: que “ellos son sensibles”, que tendrían derivaciones en las que no entro pues no comparto, que serían las del “Buen Salvaje” de Rousseau, que en el fondo se referían a un muy concreto salvaje: al Hombre Europeo. Dar de todo ello, por malas que fuesen las tierras, restos del país de los extintos Anandrones, a La Caballada, y que aquellos campos se convirtieran en yermos llenos de boñigas de vacas, sublevaba a los que en ése momento desde luego no podrían ser tachados de Ilustrados- pues que eran todavía tratando de introducir el Santo Oficio como modo de “civilizar” tal y como Carlos III quiso “civilizar “ España desenchando a los Don Juanes tenorios y enterrar el mundo de Calderón enterrándoles la vestimenta y armas; que el hombre hispánico era armado desde los iberos y acaso al perder la espada empezó el feminismo, al no distinguirse ya por su conducta hombres de mujeres-,pero que serían unos precedentes, pues que eran ya, a la sazón, hartos de “armaduras roperas” y barbarie; y las armaduras, todavía imprescindibles en la guerra coetánea, que se empleasen sólo para usos militares. No pedían mucho, desde el punto de vista actual; apoyándose primero en Jesuítas y luego dándoles patada; apoyándose en la Inquisición y luego dándole patada; apoyándose en la Ilustración y luego creando  la Sociedad de Masas … En este año de 1642, en Santa Fe de Verdes, el mundo que hoy conocemos podía derivar a otra cosa aún. Al que le guste el mundo moderno, que apoye a Rocafuertes el esclavista. Yo prefiero a Guadañángel y la geografía de Marco Polo del  Almirante. 

Mucho se habla aún hoy de cerrar la tumba del Cid. No seré yo quien lo haga. El otro hombre que aspiró a muy altas jefaturas fue el Añanzú. Desde que algunos románticos - no los calaveristas- , a la búsqueda de una temática nacional superaron el criollismo real, o sea la ideología realmente operante en los criollos que hicieron la Independencia, que era ni más ni menos que masonería, afrancesamiento, “Ilustración” y napoleonismo, sobre la base del rococó local, cuajado como souflé del barroco charro, frente al que se posicionaban con la “línea recta” neoclásica o sencillismo de la Nueva Patria frente a la “caduca complicación” del “superado” Coloniaje- nunca dependió Santa Fe de Verdes de España tanto como Chafundiolgg de Inglaterra primero y los Estados Unidos después-; hacia un criollismo telúrico, hacia “las raíces de Lo Nacional”, dieron en rayar en el indigenismo, por más que fuesen blancos y todavía españoles en un 90%, pues el romanticismo se desarrolla aún antes de la Gran Inmigración de Europeos que dio a Chafundiolgg su definitivo “corte” poblacional y racial, la figura del Añanzú, el Fir Uyr de los Cagarrúas, fue ensalzada y mitificada. Se le podría comparar acaso a la figura de Fernando de Córdoba y Válor, “Abén Humeya”, en España, el “rey moro” de la sublevación morisca de la Alpujarra, no muchas décadas antes de los autos de esta relación. Y desde luego ésa veta de criollismo telurista nacionalista fomentó el indigenismo que llevaría, ya de la mano de verdaderos indígenas y no escritores españoles chafundiolgueses, al peculiar fascismo indigenista chafundiolgués del mestizo Jáuregui, contra el que los Aliados desembarcaron en Chafundiolgg en 1943. Y por extrañas justicias poéticas, relacionadas sin duda con los hechos raros que sucedieron  siempre en Chafundiolgg desde al menos la contactada, insigne torrezno, del rollo Ganimedes y sus setenta y siete mensajes de las “naves del cielo”, “a sus mientes”, las bolas de luz y platos, etcétera y rúbrica; la población de la Breña- ya “la Selva”,que es lo moderno- con “colonias modelo” de alemanes, siendo las primeras de 1890 y muy importantes a partir de 1925, creyéndose que ellas provocaron la primera guerra india de Contreras en 1935, que a su vez se dice que motivó que el 40% de población mestizo-india del resto del país, en reacción racial, aprovechase la división de los partidos de los blancos por ideologías para imponer el fascio- indigenismo de las “Escuadras Viracocha” de Jáuregui; vemos en fin que, si Jáuregui huyó en 1943 a la Guayana y de ahí a Francia y a a España, y de ahí al Berlín hitleriano, cual otro Chandra Bose o Gran Muftí de Jerusalén; “viéndosele después en Siegmaringen”, vemos que en 1945 se fundó Königsburg, en la Selva, en la provincia poblada por alemanes en un 90%; y que la leyenda dice que ahí precisamente se refugió Adolfo Hitler de esa fecha a 1956, cuando, o murió, o fuése a otra parte; posiblemente a causa de la segunda guerra india de Contreras (1952-1954; rebrote 1956). En cualquier caso, al volver Jáuregui al país en 1960, a poco le volaron la cabeza.

Dícense muchas otras cosas que se tratarán por detalle más adelante, pero lo que se quería decir es que el uso de la palabra “Fir Uyr” por el Añanzú, y la posible presencia de dos “Führers” en Chafundiolgg, uno local, Jáuregui, mestizo obsesionado con “la broncínea raza pura de las Naciones jiborianas” y otro el propio Hitler, austriaco germanista, en cuyo estándar él mismo no encajaba del todo, hacen al caso una de aquellas formas churriguerescas en que la propia masa o bloque de la Historia parece ser esculpida en Santa Fe de Verdes, donde las formas mismas de lo real responden al barroco mestizo o al realismo mágico que luego dijeron, que, en lo que respecta a otras partes no sé, pero en Santa Fe de Verdes no es sino una última derivación de aquel arte inspirado en las pesadillas de Guadañángel y la geografía del Almirante, y las estatuas esculpidas por el Artista Indio consumidor de ayahuasca.

Desde el punto de vista político, no será ésa clase de fascismo, precisamente, el único que veremos; pero los blancos dieron más caudillismos y napoleonismos que otra cosa. Que, desde luego, los criollos “por aquí pasaron”.

A Añanzú nos lo oculta hoy la célebre obra “Don Furor el Caudillo, o la Fuerza de la Justicia”,de Arístides Pazguato (1795- 1872), que representa en Chafundiolgg el roman ticismo criollista no específicamente calaverista , que eso pronto fue, porque ya era, otra cosa; porque desde luego el Añanzú no era un hombre romántico y retórico como el representado por Pazguato. Éste, hombre duro pero fino, débil y pequeño, huesudo y algo acaballado, con aquel gorrito de alas atadas encima, que rescató luego un célebre cómico televisivo latinoamericano que era gota que él, quiso organizar un Estado Indio y que sobreviviese la Nación Cagarrúa; sus ideas fueron en parte las del Amaru, y con él se fue el más grande enemigo de la Mita, de España y de los frailes; pero como el Amaru, se acercó al cristianismo indígena e hizo cesar la persecución “purista” y “restauracionista”, y en los últimos tiempos de su mandato dio pie a la rehabilitación de los mestizos o acastillados, víctimas del primer furor de la rebelión Cagarrúa en el altiplano, con los frailes. Se le ha presentado como gran nacionalista, y lo era;pero desde luego, de Chafundiolgg,no; e incluso la Izquierda, con reservas, en su ala indigenista, le ha puesto en cierto modo de precedente, pero sólo porque realizó las ideas del Amaru, a quien prefieren, en su análisis; pues que el célebre Amaru no pudo realizar nada. Su idea era el comunismo de guerra; las circunstancias no le dejaron otra; pero no es menos cierto que encuadró a su pueblo de modo casi peor que la Mita, y que sus “ayllus de castigo”, donde obligaba a residir a los enemigos de su régimen, son un precedente de los campos de exterminio nazis. Cuando los Tiquismiquis atacaron por fin el Altiplano, dio de ellos y por muy poco los extermina. Antes de ser derrotado y suicidarse en las mazmorras de la pólvora de su fortaleza, donde el intenso cañoneo español no le podía tocar, limpió la región de los Tiquismiquis y puso los primeros peldaños a la expansión colonial, desde 1720 en adelante, en la Breña, cuya culminación son las colonias modelo de alemanes y su capital oficiosa, Königsburg, la ciudad creada en 1945, según uno de sus fundadores, un seco ingeniero alemán criollo, o sea nacido en Chafundiolgg, “para el káiser”.

Pero volvamos a 1642 y al Añanzú que conocemos, no menos real, pero no más, que el romántico de Arístides Pazguato, que el modernista de Rupestre Divo, o que el comunista de Amauta Téllez Marianety. (“Por el Camino Despejado de Añanzú”, biblia de la guerrilla comunista no guevarista). El Añanzú fue un hombre enérgico; ya lo hemos visto. El Don David le consideró “una mosquita muerta”, pero,de entrada fue el jefe de los artificieros del Amaru ante Cochambrecanchas. Tras la caída de los Cagúas mitas y su proclamación del Tercer Reyno Cagarrúa, se le vió ya siempre con su gorrito, vestido sencillamente, y con ropas casi siempre negras o pardas, siempre de capote o poncho. No llevaba insignias, aunque sí las continuaron llevando sus oficiales, y sus ramitos de flores y sus señales de pavés, pero todo parecido con los grados españoles o recuperación de viejas vestimentas indígenas de gran boato, se desalentó, y no era el estilo marcado por el Caudillo del Pueblo. Sólo introdujo una bandera personal, que las de los ayllus y nacionales fueron las mismas, de cuadritos multicolores o del arco iris. Su pabellón era encarnado con un círculo blanco y dentro tres bolas negras en triángulo, por significar el Tercer Reyno y la sangre de donde surgía, que daba lugar a un círculo despejado de luz o un sendero del bosque o sendero luminoso. Algún OVNI debía reírse al comprobar que la posición geográfica relativa del Altiplano de Santa Fe de Verdes respecto de la Colonia era exactamente la de Katanga respecto del Congo. Donde era ése pabellón, se significaba que era en persona el Añanzú. Se quitó los pendientes de agrandar las orejas, y le quedaron siempre un poco oradadas y abiertas, pero no tanto. Y recorría su patria arengando al pueblo sin descanso, hablaba durante horas con gestos y expresiones populares. Intercalaba muchos chistes y ponía una cara seria y como resignada al decir las mayores barbaridades cometidas contra ellos por los castillas al repasarles incansablemente su Historia y el Gran Agravio de la Mita. Destilaba odio. Poner la boquita con aquella expresión suya y los ojos mirando hacia arriba, con lo que destacaba más su nariz aguileña, se llegó a imitar y a decirse que era “poner boca de Añanzú”. Cuando se dejó aquel pequeño bigorillo central muchos lo imitaron ,los que les salía. Fue su primer paso a la rehabilitación de los castillados que fuesen patriotas; más tarde se supo que el Añanzú era acastillado. Pero éste caudillo se movió en ver que la venía la guerra encima, y lo hizo un poco al bies, como Rocafuertes, lo que les llevaría a chocar, pues ambos intervinieron en la región de los Cojones, por evitar que los Guadañángeles cortasen el país indio alzado “en total” desde las praderas del lago de Tumi. Puesta en marcha la Hueste cristiana, o castellana, desde varios puntos de reunión, que fueron, al Sur, Campamento, y al Norte, Castel Guadañángel de Alt, donde toda la Caballada formó en aquella pradera fantasmagórica que vió el Sargento General en su visita, pero un día menos raro, se supo que el Guadañángel ésta vez no daría él sólo del sur, y que confiaba a su capitán Don Loquín, con 300 jinetes, y un tren de suministros, muy reforzado de escopeteros, la tarea de enlazar con sus hijos y El Cota en las praderas cabe el lago de Tumi,  cortando del todo la conexión de las dos naciones indias. Rocafuertes, aprovechando la mayor cercanía de sus estados con la zona de breñita del cañizo susodicha, destacó por delante a su hijo el Bagre, y si por lenguas sabía la mesnada guadañangelesca de 300 y recuas y carros, dio a su hijo 500 jinetes rápidos y de choque, y que sin tren de ninguna clase y a marchas forzadas, entrase en aquella tierra e hiciese barrera que el Loquín nunca enlazase con los Guadañángeles y el Matamoros Cota. Que él le iría detrás con el resto de su Ejército, a banderas desplegadas, con todo su poder. Pero antes de moverse hacia allí el Rocafuertes, vióse a medio camino en las posadas castellanas de la Carretera Norte- Sur, con emisarios de diversas “fuerzas vivas”, y muertas, de la Colonia, por atar aún más el dogal del Sargento, en todos los frentes que le tenía abiertos. Hechas estas gestiones, volvió a su Castillo, Ca Rocafuertes que le decían, o también la Roca Fuerte, bien que no era ésta sino una finca muy lujosa pero normal, con una docenita de torres de defensa bien colocadas, y allí reunió su Ejército. Era de otros 600 jinetes y reunió 3000 peones por igualar su poder al de Guadañángel y que todos lo supiesen. Y tras arengas a sus tropas, poniéndose medio de pie a caballo, con su poncho rojo,pues que éste era también caudillo importante y práctico y un padre para sus gauchos, el Estado para sus mestizos y mulatos, y para sus negros era Dios. Y a bandera desplegada, la encarnada con las Rocas, fuése a buena marcha, por serle el camino más corto que al Sargento y un poco que a la Caballada, a cortar la cintura del “haba” estratégica. Pero el Rocafuertes había dado en practicar una guerra muy diferente a la vista hasta entonces; y porque le legitimasen y saber si la daban por buena, se había reunido con las Órdenes, el Cabildo, el Servicio y el obispo en figura de su más cercano secretario, en las Posadas. Era que el Rocafuertes iba a entrarles a los Cojones no destruyendo sino como Libertador Cristiano frente a la herejía de Don Rupi; a él le interesaba que ése país agrario y triguero no se despoblase, de golpe, de los indios encomendados más o menos organizados en comunidades independientes, bajo la supervisión laxa de oficiales del Sargento y unos pocos párrocos y frailes, ahora eliminados y alzados los curacas; de modo que en lugar de despoblarlo con matanzas o empujar a las gentes indias a la desesperación; con el permiso del obispo, Primado de Verdes, iba a ofrecer “reconciliación” a todos los indios que quisiesen volver a la Iglesia. Esto es, si el alzamiento indio se había embozado de Iglesia India, la sumisión india al Coloniaje se embozaba del fin de una herejía. Era desde luego mejor lo que ofrecía Rocafuerte que lo que ofrecían los de la Guadaña, e incluso que lo que podía ofrecer, pues que prometer prometía el Cielo y no lo podía dar, el Don Tupi Rey de Israel. Rocafuertes quería deshacer lo que bien sabía estaban haciendo los Guadañángeles: despoblar el país. Quería atraer la población de Don Tupi y que ése se quedase solo, en lugar de echársela porque colapsase su incipiente Estado. Y es muy cierto que, pese a todos los extraordinarios fanatismos de Tupinamba y sus alrededores, la población del Sur del país Cojón que no era todavía expulsada por las contínuas razzías cristianas de los Guadañángel- que eran ellos paganos, y éstos indios cristianos- hubiese querido, como mucha otra gente de la región de los frailes “que todo fuese como antes”; pero aquí con más razón.Sin embargo, buen pregonero no tenía el Rocafuertes con su hijo el Bagre. A éste los planes de su padre le entraban por un oído y le salían por el otro. Éste entró en la Cañizada abrasando y hollando, y mató unos mil indios la primera semana de entrada, antes de girar a izquierda por ir buscando la columna del Loquín. Lo localizó cien kilómetros medidas nuestras, dentro del país Cojón, pues haciendo exactamente lo mismo que el Bagre, guadañando y rastrojando. Éste era cometiendo una de sus matanzas y catequizando en pagano a un grupo de aterrorizados indios, que era su diversión favorita. Los ojeadores del Bagre  le avisaron, y éste le dejó acabar el espectáculo; en parte por compasión por el Loquín,que disfrutase antes de morir; y en parte porque al Bagre le daba mucha risa lo mismo que divertía al Loquín, y se lo pasó bomba, agachado en un cañizo, viendo toda la escena, y pensando que era una lástima cargarse a un tipo tan divertido y ocurrente.

El Loquín, un gigante de largas zancas vestido de negro, de sonrisa sardónica, y que a la sazón no llevaba barba sino de diez días, hizo comulgar con mierda a cuatrocientas indias, que sus maridos eran ya muertos, y oíanse gritos de los niños pequeños violados por sus hombres en unas pocas chozas que todavía no ardían. Claro que a los varoncitos los castraban, a unos antes y a otros después de violarlos; que a los golpes de pelvis del gaucho expulsaban sangrecita por delante, y algunos morían en medio de la violación, que se les iban los ojitos para arriba y no veas qué risa los gauchos aquéllos, que hacían apuestas de cómo morirían; y a las niñas es claro que después de darles por allí con una clase de sable les daban con una clase de cuchillo. Eran así. Y tras obligar a comulgar con mierda a cuatrocientas mujeres de falda de alcachofa y piel enterquecida, que lloraban, rogaban, miraban a todos lados y mostraban todas las expresiones posibles de la zozobra, muchas sudando por el brasero del poblado, que también sudaba el Loquín , hizo que le besasen el culo, después de colocarse cuernos de carnero y una barbita de chivo, diciendo que era Satanás. Y se tiraba pedos en la boca de más de una. No se le ponía dura al hombre porque ya había echado diez polvos y además iba borracho como una cuba.

Al derrumbarse al suelo con un frasco de aguardiente en la mano, que se derramaba, levantó un poco la cabeza y miró a uno de sus hombres, de cota de hierro. Hizo el gesto del dedo por el gaznate. Y luego se recostó, dando de colodrillo en el suelo, musitando: “Mierda, me lo voy a perder. No debí tomar tanto”. Y el Bagre vió cómo degollaban a las cuatrocientas mujeres como borregos- como borregas-, excepto a diez que, violadas todas y una con un ojo menos -” y no me caso contigo, ¿eh?”- y otra manca, las dejaron ir porque esparciesen el terror.

El Bagre, caballerescamente, porque era un caballero, dejó recuperarse al Loquín y los suyos, y no les dio batalla hasta el día siguiente, que fue a campo abierto y bandera desplegada, de caballería al choque, y el primer episodio, aunque prologal, de la Guerra Civil.

No era, de todos modos, el Loquín en su mejor día, que iba con resaca; pero al ver que se le echaban encima 500 jinetes del Rocas, muchos de ferre y alforrados, agitando y volteando sobre la cabeza o pesadas tizonas o cimitarras, mandó a sus escopeteros darles plomo, y cayeron unos treinta mínimo del Bagre. Luego trató de buscar su ventaja; llevaba corazas negras. Agruparse aquí y dar del otro lado, esquivando; pero le partieron en dos, de su fuerza quiero decir; 150 y 150. Ya era perdido. Y en fin, que aunque ninguno de los dos bandos cedía en fiereza y eran esta vez de equipo y modos e idiosincrasia semejantes sino idénticos, la ventaja del Bagre era total. De su persona, el Bagre avanzó al Loquín y dióle de cimitarra o alfanje, que era aquello enorme y espantable, y el golpe, de bestia. Pero esquivó el Loquín , y al caballo le sacó un bifé de cincuenta centímetros de tres dedos de grieso del lomo. Para churrasco. Del siguiente golpe, que el Loquín se le huía, le cortó una pierna, y en verlo tascó el freno el Bagre; era el Loquín muerto. Aunque la pérdida súbita de peso de su cuerpo le desequilibró, y pese al dolor, que aullaba, se agarró a la silla y no cayó, que era buen jinete, pero el Bagre le vió unos metros por delante suyo que cabalgaba un poco, y que luego parecía desmayarse y vencerse, ya era desangrado. Y cuando se doblaba ya con los ojos medio cerrados y yéndose hacia arriba, aceleró el Bagre y al pasar por su lado, lo decapitó, que volteó la cabeza en el aire. No era el “Sha Nameh” pero se le parecía a gota. Y luego en la refriega esquivó a uno, que le dio un mal revés, y cortó un par de brazos y otra cabeza, pero al paso, como guadañando; y alzó su brazo, y su corneta dio un toque claro. Dio de voces, que los que se le pasasen, eran vivos. Que había mucho indio que matar.

 Y así hizo cien prisioneros. Que otros cincuenta no quisieron y los combatió, en persecución hasta de siete kilómetros, sin dejar ni uno, no de su cuerpo sino de su fuerza, en avanzadas. Y recuperó de los otros acaso doscientos caballos. El resto murieron, caballos y hombres. A ésos cien, que habían entregado las armas, les predicó y luego se las devolvió. Que supiesen que los podría degollar, pero no, que eran buena gente. Y luego los remitió en otra dirección, con misión de devastar unos quince poblados indios que quedaban en el entrante sur del Cañizo, donde del otro lado subía ya el Altiplano y no se podrían reunir con los Guadañángeles y el Matamoros. Y que hiciesen a los indios buena guerra. A éstos el Bagre les pareció el mejor hombre del mundo. Y aun siendo sólo cien, repitieron sus hazañas ya vistas en otros poblados indios, donde sí hubo cierta defensa de los varones, pero nada pudieron contra su ferre pues que en ésta región no tenían flechas untadas. Y en carne de indios vengaron al Loquín.

El tren de provisiones del Loquín, el Bagre se lo quedó. Pero era por toda la comarca tal pánico en los indios, que el Rocafuertes padre entró en un país desierto donde no había indios a quienes poder ofrecer nada.

Malo fue que sí toparon sus avanzadas con la Mestizada de Dom Hermenegildo. Y que éste fue de dar orden de flechear a los jinetes, que tenía gentes que sabían, castilladas pero indios como él. Y luego movió a su pueblo por mejor dar la batalla, según supo. Que al verse tras los cañizos destacarse bustos de jinetes, que otra cosa no se les veía, varios mestizos claros o muy claros que hasta ahí le habían seguido, dieron de él por detrás y le golpearon con una piedra muy grande, y luego con macanas que tenían de los paveses de la batalla del Anchorena y el Charro que se habían armado, y allí lo mataron, que así finó, ambiguamente y loco de desierto y calor y sin saber niente, el Profeta de la Mestizada. Y los mestizos claros se alzaron de brazos y echaron los paveses y armas, pero no mantas y bolsas, y se entregaron a los castillas. A éstos les predicó el Rocafuertes como si fuesen indios, y los remitió, a los acastillados, a sus fincas y de ahí a la provincia de la Costa, fuera de la zona de guerra, y a los otros estableció en un poblado, que habilitó; y les devolvió las armas nativas, pero les dejó de guardia cuarenta jinetes y un capitán por alcalde, y se proclamó que era aquel pueblo tierra liberada por Rocafuertes, y les dio una bandera del Obispo que izasen, y mandó recado al Obispado que enviasen un sacerdote. Algo se sospecharon dos gauchos en rastrillar los alrededores y dar con el cura muerto a golpes; y pensáronse de decirlo y que se buscase a los culpables, porque querían carchena, ellos, pero luego en ver que era indio el sacerdote, escupieron como si hubiesen visto una mierda y uno dijo: “Ah, pero es indio”, y el otro todavía dio una patada en los flancos y otra en la nuca al cadáver. Y se fueron. Hacía mucho sol, y calor.

Así Rocafuertes estableció, en su avance, una línea de diez aldeas, con los más o menos dos mil castillados indios- mestizos claros aparte- que pilló, que después de tantas tribulaciones hallaron, de momento, algo de paz. Era el Rocafuertes, pues, un pacificador. Y según ése modelo, no era el país para vacas. Y enviaba en varias direcciones sus ojeadores, y sus avanzadas en la dirección donde debía ser su hijo el Bagre.

Por su parte el Añanzú hizo sus cálculos de tiempo y de espacio. Pues que el Sargento salía por mayo, no sería en Carmacuncha hasta inicios de junio, que la Carretera era larga. Por tanto, podía disponer de parte de las fuerzas. Había situado hasta 5000 hombres en el paso del Altiplano donde pasó Rocafuertes, y el paso obligado por el Valle del Coño , donde el Rocafuertes deshizo al Matu, lo llenó de zanjas y de huecos con pinchos y encima cañizo y tierra, de modo que el paso lo dejó impracticable para caballería alguna, que fueron grandes trabajos para gentes de orejas abiertas y sacerdotes a la antigua, que muchos allí reventaron haciéndolo. En juntas con el Charro y el Tajagüevos, que eran su caballería, y ahora tenía, se informó de los modos usados por el Charro, que habían sido análogos con  El Cota no hacía mucho, ése mismo año, y del Charro hubo larga lengua de la guerra del Norte, del Presidio, del  Don Tupi Mongollón, de los payasos castillas capados, del Reynado de Israel y lo que era y lo que no y de lo que según el Charro daba de sí, y de los Jiborianos; y en fin de todos los asuntos, y del oro de la Breña, de lo que tomó el Añanzú buena nota. Y el Tajagüevos le explicó toda su incursión por los Andes Pequeñitos y en las haciendas, y cómo había llevado a los hombres de odio del Amaru y la guerra que luego le había dado el Sargento y cómo el Sargento General le había hecho al Tajagüevos pasar por muerto. Y el Añanzú se informó de mucho de los Guadañángeles y del Cota, y de cuántas fuerzas podían tener, según otras fuentes que las suyas, y comparó, y eran desparejas pero no mucho las versiones; no importaba. Y el Añanzú dejó 8000 hombres en Carmacuncha y retiró el resto. Y dejó unos 5000 en Cochimba, 5000 en Cajacuadrada y 5000 en Cochambrecancha, y 500 en Las Minas y la Carretera; era así asegurado lo esencial de su reyno. Y el Jiri tenía unos 25.000 hombres en Cujatrucha. Le quedaban, de las fuerzas que había levantado, libres, pues, 20.000 hombres en total. Más los casi 1000 jinetes del Charro y el Tajagüevos. Y pensase de no limitarse a esperar que le viniese el Sargento General, sino de ir adelante y ampararse de Yurumu y otras ciudades de esas partidas, y contrastarse con los jinetes castillas del lago de Tumi, y para ello contaba con las mañas del Charro y su hermano, y con el unto de las flechas, que con los jinetes “de avispa”, bien que unos pocos iban ya de medias armaduras y cotas y cimitarras capturadas, llevaban muchos flecheros. Aun cuando los Tercios o Capitanías que le quedaron al Charro, por ser gentes de la provincia de Tupinamba, no se le quisieron unir, y al final se reintegraron, previo pacto, al Rey Tupi, que no era para diezmados y castigos ningunos, sino abrumado, y vió un gesto salvífico del Cielo se le reintegrasen los hombres suyos que el Charro se le había llevado. Y si no se ha dicho, avanzaron más adelante los trabajos del murado de Tupinamba, mientras enviaba a la Breña a otros 10.000 con su Obispo y su Capitán, que eran la Segunda Trib u de Israel. Y unos iban a la Breña y otros venían, que bajo el mando de otro valeroso Capitán Jiboriano, Don Aquiles de los Indios, le diremos, por ser su nombre indescifrable, como muchos o todos los de la Breña, que la tenían también en la boca y el cerebro, al parecer; pues que le vinieron al Don Tupi casi otros 8000 flecheros indios. O sea, que era, poseyendo el Presidio, el hombre muy reforzado. Y con 20.000 bocas menos que alimentar. De las aventuras de éstas Tribus errantes ya se hablará.

Pero del Añanzú. Éste dejó como caballería al Tajagüevos,y como lugarteniente al Don Patu, o Patu Tenic Fir Uyr Ác, capitán promovido ya por el Cagúa Mita, y con quien el Añanzú había congeniado. Y el Añanzú Don Furor se puso en cabeza de ésos 20.000 de pavés y macana, que eran cuatro Tercios de 5000, de los enteros, dividido cada uno en cinco Capitanías y cada una de éstas en dos Banderas, y éstas cada uno en cinco Centurias, todo con capitanes de cada cantidad escogidos y de la idea del Añanzú; y con él se llevó a 1000 artificieros suyos, con bastante material para minas, que algunos de los suyos habían dado con el modo de hacer pólvora; bien que no eran agotadas las provisiones de pólvora de Las Minas, todavía. El Añanzú pensaba de dar dura guerra a los jinetes de ferre.
Pero, aunque chocó con el Macabeo y por poco le mata, que desde luego le rompió, que fue rota de castellanos aquélla; con quien dio de verdad el Añanzú fue con el Rocafuertes.

Porque el nansú salió del País Cagarrúa- y lo hacía por vez primera en su vida- y dividió sus fuerzas mandando dos Tercios de un lado, en orden de marcha, y él se fue a derecha con otros dos Tercios, él en su buena mula, y los trenes de mulas y llamas, que llamas no les faltaban allí, con jinetes del Charro en exploraciones; pero el Charro cabalgaba usualmente al lado del Añanzú. Y si no, se avanzaba, obraba y volvía a dar novedades.

Yurumu era desguarnecida y desamparada. Habían allí miles de gentes desvalidas y miserables, que no daban un céntimo por su pellejo, pues que la ciudad había sufrido hasta tres ataques de los Guadañángeles y uno del Cota hacía dos días; y los jinetes les cortaban el paso al Norte, y si pasaban, gentes del Rey de Israel los volvían para atrás, porque no cabía más gente alrededor de Tupinamba. De este trato del Rey Don Tupi a sus gentes se maravilló el Añanzú, pero confirmaba lo dicho por el Charro. Pero al ver aquel país, que era tan diferente al suyo que el Añanzú sudaba, y era aún fresco para los autóctonos, tan desolado, y tantas cosechas quemadas, y campos tan inmensos y no chácaras escalonadas ni vallecitos verdes, que pensase que sí, que aquí la facilidad de movimiento permitía destruir y abrasar grandes cantidades de cosechas y dejar a un país hambriento con poco esfuerzo y que arriba no era tan así. Bien que arriba pan no se comía desde que se mató a los frailes, que era maíz y patatas a todas horas, y algo de carne de llama, no siempre. Algo de gorrinos, que los economizaban. Y pescado seco, momificado, de unos depósitos de los frailes. Las pocas vacas y ovejas eran irrelevantes al gran golpe de la economía del país.

Las vanguardias del Charro a derecha tomaron contacto con jinetes castillas, a los que siguieron embozadamente hasta descubrir una fuerza de cincuenta, a la que siguieron también por ver si iba hacia Cujatrucha; pero no. Se unieron a una mesnada de casi doscientos jinetes. Ya era batalla si los deshacían, y volvieron a dar nota.

Que lo supieron el Charro y el Añanzú y vieron fuerza de castillas suficientemente pequeña para manejarla. Era un capitán del Cota, que llamaremos Don Coto por ser hombre del Cota y desconocer su filiación. Sólo saber que era hombre feroz. Eran en descubierta cabe Yurumu por ver si había novedades o señales de gente de castellanos que les viniesen ya. Y el Añanzú le dijo al Charro que quería ver cómo daba de ellos. Y el Charro lo hizo.

Que preparó un terreno con zanjas y trampas y embozos, bien preparado, y otro que parecía preparado evidentemente, que hacían dos caminos que se bifurcaban. Y sus jinetes provocaron el encuentro con los castillas. El Don Coto, en ver jinetes tan al sur, quiso tener lengua; pues no hacía a los jinetes sino al norte. Éste era superviviente de la otra añagaza del Charro al Cota. Pero no le valió. Dio de gauchos ligeros que alcanzasen a uno o dos indios por darles cordel y sacar lengua, en ambos sentidos, que sacada la lengua les sacaban la lengua, y con ella el pellejo; y éstos dieron de fuerza de a pie que eran Cagarrúas, y era esto nuevo, de caballería Cojona y peones Cagarrúas, y un gaucho fuése rápido al Don Coto, que a su vez mandó sus mensajes inmediatamente a su jefe y maestro El Cota, a por donde creía ser ése grande hombre. Y pensase de destruírlos. Y así picó espuelas, guarnecido de cota, claro es, y con los suyos, que iban gente de gauchada, de ferre y alforre y de cota que casi se transparentaba, pero era dura, y que el hombre era prevenido y a los lados iban escuadrones a la dragona con pistolas, si más no por avisar de un pistoletezo. Y dividió su fuerza por dar de yunque y de martillo, pero le amartillaron y se abuñoló como una bala de plomo. Plác. Chafada. Unas gentes se metieron por el vallecito que parecía preparado, y hacían grandes aspavientos de miedo y como para señalarse; y el hombre vió que era trampa, y pensase haber detrás de una hondonada mil indios y caer otra vez en lo mismo. Pero no se arredró y dio del valle de al lado con las dos fuerzas juntas, por bifurcarse al otro lado,hubiera lo que hubiere, que les caerían entonces por detrás a los indios, fracasada la trampa. Pero la trampa era aquí. Y por ver los efectos del terrible unto el Añanzú, que nunca lo había visto y pensase ser a lo mejor “el arma definitiva”, los flecheros del Charro dieron de lleno sobre los jinetes, una, dos, tres tiradas. Luego, mientras se veían los efectos, los jinetes del Charro se acercaron de todos lados y les dieron batalla a su modo, de lanzadas, y eran los castillas muchos tocados, otros estrechos, todos con la moral perdida y perdidos dándose, y sin espacio para cargar, que metieron sus caballos las patas en las trampas, que muchos descabalgaron. Y los jinetes les cerraban una y otra salida, que se entabló ahí en las salidas la lucha de caballos. Que en medio, por donde caían y no había espacio de moverse los caballos, se les echaron encima montones de hombres prácticos del Charro, descabalgados jinetes suyos o flecheros, todos ahora con porras, macanas y mazas, cuando no hachas, y muchos cuchillos. Y los castillas eran el suelo, hinchados como monstruos, quién por aquí quién por allá, y aullando, y algunos caballos que se pusieron como elefantes, como mínimo cincuenta; y caídos en las zanjas otros setenta, y los de a pie echaron mano y derribaron a otros treinta. Los otros veinticinco por cada lado, se dieron cada unos con cien jinetes de “avispa”. Cierto que algunos jinetes de lanza murieron; que el Don Coto dio de alfanje de uno que lo partió de mitad, y el Añanzú que lo veía calculó lo que sería esa tropa de castillas sin el lazo que les habían echado y pudiendo todos golpear, y qué buen acero era el suyo. Pero los otros jinetes sí eran como avispas, y picaban, que uno hubo que con gesto preciso y como si fuese exento de peligro, se acercó a un castilla que volteaba tizona enorme y mortal de necesidad, y le dio un solo golpe en la sién y lo mató; que fue rejoneo extremado y supremo. Y sí que veinte castillas y el Don Coto entre ellos rompieron el cerco de su lado y salieron, pero para darse con 5000 indios de un Tercio entero de los dos que llevaba el Añanzú, que aquí lucharon por fin juntos los indios Cojones y los Cagarrúas. Y aunque destrozaron paveses y cabezas muchos, y desmocharon lanzas como si segasen, a unos les clavaron por la espalda, a otros les desjarretaron los caballos y a otros les derribaron tirando de ellos haciabajo, y les descuartizaron brutalmente. Pero los indios de pavés del Tercio hubieron casi cien bajas, de veinte jinetes, y el Añanzú se acordó de Don Manel Alcañar. Y volviendo su vista al valle de las trampas, vió cómo acababan con los pocos que quedaban de pie, sobre sus caballos o de su cuerpo, si fuesen derribados. Pero ordenó que dejasen reventar a los hinchados del veneno y que no los rematasen, porque sufriesen.
Y de ahí recuperaron casi ciento setenta caballos de guerra buenos de los castillas, que el Charro usó, tal y como los arneses, para crearse tropa montada de choque, la primera que hubieron los indios. Era clara la clase de maniobra que podía funcionar contra los jinetes castillas: gran golpe de gente, pero disimulada; terreno preparado; unto venenoso y flechas; sorpresa y gran superioridad de número de gentes. Pero el terreno no era todo a propósito: que más allá era mucha pradera ya hacia el lago de Tumi, que se veía su resplandor de sus brillos en el horizonte, pues que era grandísima balsa de agua que refrescaba toda la comarca, y era grande la Pampa de ahí, que ya había bajado del todo el Altiplano. A la izquierda era la región del cañizo, pero antes una comarca de campos devastada cuya cabeza era Yurumu. De donde eran los Andes eran cien kilómetros medida nuestra; de donde eran al inicio del cañizo en la otra dirección ciento cincuenta kilómetros, medida nuestra. Y a unos sesenta, Yurumu. Y ahí había parado el Añanzú y puesto su campamento, por descansar un poco de la marcha, bien que fuese marcha de bajada. Y de ahí sus ojeadores, que en habiendo caballos del ojeo se ocupaba el Charro, que era sus ojos y oídos, no como en el Altiplano que los ojeadores eran peones, fuéronse en busca de contacto con los otros dos Tercios que había enviado por la izquierda. Pero fue malo.

De mayor de esa pezeta de lo suyo iba el Capitán del primer Tercio, que se llamaba Don Uchachic, que era del mismo ayllu que el Añanzú. Y había desglosado su Tercio en las Capitanías y colocado lados y centro, porque creía que encontraría enemigos. Y el segundo Tercio sería su firme roca y el morral de gentes de donde sacar carne de contraataque. Que este lo mandaba un hermano pequeño del Jiri llamado Ichiunic. Y era con ellos algo de caballería del Charro, pero sólo de explorar y enlace. Y esto lo supieron los ojeadores del Charro y del Añanzú por un sargento, le diremos, indio, que hallaron muy herido al borde de un camino sentado en una piedra, con el pavés pintado a la espalda.

Que los caballos dieron nota de ser hueste de cristianos cerca, y señalaron que eran dos pezetas de trescientos hombres, pero sólo la primera a caballo, que los otros eran peones choclos-se partían el culo de risa al decirlo- que iban cazando de ballesta para su dueño, se supone, con algunos perrillos. Era en realidad que rastrojaban, que era práctica que hacía también el Rocafuertes. Y era porque a ésas partidas, indios de un pueblo habían atacado de flecha untada al Rocafuertes, y éste había querido dar escarmiento de éstos aunque pacificase a otros, pues que él se salvó de muy poco, y su caballo murió, que iba desguarnecido, que se hinchó que parecía un elefante y el Rocafuertes se dice que lloró, esto de otras fuentes, de su mesnada. Y entonces el Uchachic decidió atacar, porque eran choclos y le hacían mucha gracia y los quería asar a fuego lento hasta que reventasen y se arrepintiesen de haber nacido y de ser choclos, y por hacerse también unos atambores de piel de choclo, que como dos mil soldados Cagarrúas se reían sólo de saber que había choclos cerca y se podrían divertir con ellos.

Pero el Uchachic sabía, por haber sido ante Cajacuadrada y haber visto salidas de gente de chapa del Don Bermejo, del peligro de los jinetes, por lo que decidió dejarlos pasar y dar una sorpresa a los peones. Para eso envió sus propios jinetes a provocar la persecución de los jinetes y hecho esto y separados un tanto jinetes de peones, dio sobre los peones. Pero al emplear los jinetes, deducía el sargento herido, en el lado derecho, el Uchachic descuidó el izquierdo, y sí, mil suyos dieron de los trescientos peones, que eran choclos muchos pero no todos, que habían también castillas y socarrados y mezclas; y ésos peones no eran de chocolate. Que llevaban ballestas, escopetas y tizonas, y se entabló duro combate, que en ser muchos más los indios, no compensaban la superioridad de armas de los peones, y al entretenerse y no retirarse al ver que no podían, comprometieron a otros mil, que el Uchachic tuvo la mala idea de enviarles de refuerzo, y así todo su centro, que las alas le eran ahora retrasadas, y muy retrasado el segundo Tercio. Que él y el hermano del Jiri y otros jefecillos iban en mulas, pero eran Tercios de Infantería, y casi todos sus capitanes de todos los grados de arriba abajo iban también a pie. Y su impedimenta iba en unas llamas y carros medio día de marcha atrás. Y el sargento dijo que eso al menos se salvó, y que podía el Añanzú recuperar al menos eso.

Pues que los jinetes de ferre supieron demasiado pronto la trampa, o bien puede ser que se cansaron de perseguir a los jinetes más ligeros que ellos, y giraron cola. Oyeron tiros y gritos. Y cargaron en la mezcla que vieron en subir una hondonada, que ya vieron a unos miles de metros medida nuestra la mezcla de indios y peones castellanos y asimilados, del Rocafuertes. Pero es que fue peor, lloraba el sargento indio, que venía con un tajo en la pierna de arribabajo que se le veía el hueso, de bordes negros y que a duras penas espantaba las moscas, y ya era febril de la herida; sino que les llegó encima el propio Rocafuertes. Este indio superviviente pero mal herido ya había aprendido el nombre del hombre que acallaba los caramillos e imponía la guitarra, y en mal día, que su ira podría dar al traste con sus buenos planes y ser un segundo Guadañángel. Y en ver indios organizados donde los pocos flecheros le habían dado esquinazo pese a rastrojar, se dijo que había batalla y que vengaría a su caballo y a sus hombres, pero sobre todo a su caballo, que lo quería mucho, y le inmolaría algunos centenares de indios, por haber sido tan buen caballo y haber tenido tan malísima muerte, hinchado como un elefante, y sufriendo y temblando los miembros al subir el veneno, que tuvo que darle un tiro por compasión, y luego bajó la hinchazón sólo al doble, y no era ya elefante sino vaca, de color negro, que empezó a apestar. Y eso que éste no era de La Caballada …pero era también hombre sensible, de buen corazón y amante de los animales.

Por lo que dio sus órdenes y extendió acá y allá su brazo, que el sargento lo había visto, sí, y doscientos jinetes de ferre dieron al choque con el ala derecha del Tercio, que venían a paso ligero, pues que el Uchachic Tenic había ordenado tocar sus cuernos y nácares. Esto aceleró el paso también del segundo Tercio, al mando del hermano menor del Jiri. Pero dio en ir detrás recto del primero, pues carecía de vistas y de lengua de que el enemigo era a izquierda, y que podría haberse desplegado en esa dirección, o tratar de coparlo, o algo. Pero no. Fuése justo detrás, como si pisase por donde pasó el primer Tercio. Y fue malo.

Que el Rocafuertes, tras enviar a ésos doscientos de ferre, más los trescientos peones que resistían a pie enjuto, pero con muchas bajas ya por el peso de enemigos, y los otros trescientos jinetes más ligeros cargaban hacia acá, eran ya pellizco del primer Tercio; pero el capitán de los trescientos que volvían a caballo, era perito, y se desplegó en dos flechas; y el Rocafuertes envió otros doscientos de ferre en otro firo más a la derecha, de modo que golpearon la cabeza del segundo Tercio, y al primer embate, ya mataron al hermano menor del Jiri, al Ichiunic Tenic. Pues que fueron desbaratados, porque el Uchachic dio orden de retirada, y con los jinetes era preferible hacer cuadros con los paveses y resistirles e inmolarse que huírles, que de la caballería no hay peón que escape. Pero cada cual creyó que los jinetes eran pocos y los peones muchos, y que mientras un jinete mataba a su compañero él escaparía. En fin, es así. Pero si se cree eso, ya no se es ejército sino manada o piara. Es la estampida. Y la rota. Y el sargento lloraba, y en fin ya se hacían una idea; lo dejaron allí y con la noticia le venían al Añanzú.

Este se enfureció, pero no lo trasparentó, que era hombre frío y medido. Sólo quiso saber la distancia. Y los jinetes le señalaron hacia el otro lado unos veinte kilómetros medida nuestra.

Y se dijo que a él no le sucedía lo mismo que al Uchachic hijo de la grandísima puta, cretino e imbécil. Que le había perdido 10.000 hombres. Y dio orden al Charro de ir en avanzadas a buscar al Rocafuertes. Que si sólo iba con unos 500 jinetes es que era desglosado de su fuerza principal, que no tendría peonada y seguramente iba sin artillería. El Charro le dijo que, aun siendo 500 jinetes, dudaba con sus Tercios de Infantería, por muy buenos que fuesen los guerreros Cagarrúas, poderle. Que se lo pensase. Que minas había para prepararle un terreno y darle lazo, si había paciencia y le dejaba buscarle lengua de la totalidad de las fuerzas del Rocafuertes. Sin que del otro lado, no se sabía dónde, eran los Guadañángeles y El Cota. Y que mejor sería ampararse de Yurumu, donde las edificaciones sirviesen de fuerza. No quiso el añanzú, furioso, pero que además veía la posibilidad de acabar con el Rocafuertes, que para él y según sus lenguas, era uno de los grandes jefes de castillas, y el que osó campearle el Altiplano, que éste sabía mucho menos que el Don David y que el Don Tupi del asunto de los castillas, si bien sabía exactamente cuáles eran las fuerzas de campo del Rocafuertes, y por eso, al verlo dividido, quería dar de él. Pero el dividido y departido, y ya roto ése día, era él. Que hubiera debido fortificarse y salvar su ejército, o cumplir su fin político de que se le viese en Yurumu, que la sóla noticia hubiese sido material para buñuelos maravillosos de propaganda del Rey de Israel Don Tupi, y más humo que el del primer incendio del Presidio.

Calculó con cierto tino el Añanzú que la jinetería que le había deshecho a los dos Tercios no los podía haber exterminado; sólo roto. Eran pues por las inmediaciones centenares de guerreros salvos y equipados, que se reunirían y de los que daría cuenta y se le unirían en días sucesivos. Que del país no podrían vivir y al fin vendrían aunque fuese al olor de las cocinas. Y que él tenía en mente un dispositivo si hallaba una colinita ni que fuera, que el Rocafuertes no podría romperle. Y que al Rocafuertes le iba a dar de hondas con explosivo y de bombas de mano. Pero no hubo caso. Con el Charro en vanguardia y a lados, hizo marcha forzada al lugar de la rota, y dio con él, que halló centenares de cadáveres suyos y de enemigos, pero recuperado el armamento de éstos; y rumor de caballos y de persecución en las inmediaciones, por lo que supuso que el Rocafuertes seguía persiguiendo aún a los supervivientes. Pero no era eso. Era el grueso de la fuerza del Rocafuertes, donde primero cargaron los jinetes de ferre, que eran casi cuatrocientos, y con buen orden y con grandes gritos suyos, sus infantes se retiraron con orden y se colocaron solapados a una pequeñísima fuerza, colocándose los jinetes del Charro alrededor. Y era mucha gente la suya, aunque perdió quinientos hombres en esa carga de su enemigo. Pero sus honderos petarderos pusieron en distancia a los jinetes y mataron algunos. Pero es que dio de su infantería la infantería del Rocafuertes, que ya conocemos. Con los cincuenta negros alforrados y acorazados de largas lanzas en rastrillo o rastrojo, y detrás las gentes en tresbolillo de ballesta, lanzas más cortas, escopetas y tizonas. Y de éstos rastrillos había tres, o sea tres pezetas de cincuenta negros de cabeza. Y en esta batalla el Rocafuertes no fue presente, que era dando alcances por otro lado, todavía por vengar a su caballo. Esta batalla la rigió un capitán suyo llamado Don Joaquín Fernández, que se llamaba casi como el Rey de Israel por casualidad. Y era éste hombre práctico en regir infantería, a quien el Rocafuertes le dejaba las batallas de esa clase. Y esta fue una. Porque al fuego de hondas y petardo contestó de carronadas de los carros, que hicieron grandes mellas en la fuercita, que las gentes de arriba se bajaban de ella, y quedó llena de cadáveres. Y sus artilleros buscaban darle de lleno a los carros de artificios del Don Furor Añanzú. Y éste que lo vió y lo supuso, con un pavés que llevaba para ampararse, y era descabalgado de su mula, fuése al lado opuesto de la mota que aquel donde eran los carros, que sus gentes, en perfecto altruísmo, trataban de alejar de los infantes propios, a sabiendas los conductores de que iban a morir. Porque primero uno y luego el segundo de los carros de artificios fueron alcanzados por los tiros de las carronadas rocafuertistas y estallaron, y muchos artificieros, y desde luego los conductores y las mulas, murieron. Y por saber que eso iba a pasar se había apartado el Añanzú, con pavés y tizona en mano, bien que en lucha así éste hombre no era práctico. Y los dos Tercios de 5000, muy diezmados de carronadas y algunos tiros, y del choque de caballos, y algo de las explosiones pero poco, y el tiro de fusilería no era muy nutrido; pero el de ballestas era devastador a los indios; pues fuéronse viniendo a menos, y entonces dieron de ellos de dos lados los rastrillos de largas lanzas. Y algunos soldados cagarrias reían nerviosamente sólo de ver a los choclos, pero cuando los olieron, que sudaban, con los arneses, y los negros sudan mucho y se les huele mucho, y vieron los ojos desorbitados de ellos, y las bocas tan grandes con dientes de tan gran tamaño y tan blancos, y las manos tan grandes, y con aquellos arneses completos de infantería con aquellos delantales por delante, y las lanzas, pues que los que los olieron no vivieron. Y el resto resistió uno o dos embates, y luego fue desbandada y rota, y el Añanzú, que era frío, calculaba posibilidades, y en no ver otra, después de hora y media de animar a la resistencia de gentes de pavés de tabla y macana contra acero y arneses de hierro, pero era porque podía aguantar mientras la muela desgastase gente porque tenía mucha, al final, digo, no viendo otra, mandó tocar retirada y se subió a la grupa de un caballo del Charro y salió del campo de su rota a uña de caballo.

Cabalgando esa noche cabe su tren de abastos, que ése y el otro a medio día de marcha se salvaron, por lo que cenaron bien y durmieron en sus tiendas, el Charro le miraba de reojo, como diciendo: “Ya te lo dije, y ahora podríamos ser en Yurumu, en casas de piedra”.Y el nansú no decía nada, pero seguía calculando dónde podía ser a ésas el Rocafuertes.

El Rocafuertes supo que había un ejército indio, y que, pese a la rota sucesiva, era muy abundante, pues que sus hombres mataron a unos tres mil indios en los dos encuentros. Y luchaban juntos Cagarrúas y Cojones, y eran los Cagarrúas fuera de su país. Esto era nuevo y noticia de primera clase. Pero el Sargento General no la sabría por él. Que le diesen. Pero eso le hizo prevenirse. Creía que fuera, en la noche, podrían haber otros diez mil indios. Malo.Y era verdad, pues que, desbandados, en unos cuarenta kilómetros alrededor, habían 17.000. Por lo que, por eso y por lengua que hubo de movimiento de Guadañángeles, con quienes sus avanzadas habían tenido contacto visual por fin, decidió ampararse de Yurumu, y hacer con aquellas gentes su comedia, recuperarlos para la Fe y todo eso, y de paso colocar sus fuerzas en una posición inexpugnable a cualquier ulterior ataque indio.

Así se amparó de Yurumu Rocafuertes y no el Añanzú, quien se pasó cinco días recorriendo los alrededores y reagrupando a su gente. Luego, reconoció el campo de batalla, y procuró se levantase el campo de modo que no quedase nada útil.
Envió a los jinetes del Charro por delante y que viesen  qué era de Yurumu, y en volverle, supo que era del Rocafuertes. Acto seguido, decidió que había sido un fracaso ésta entrada, se felicitó de poseer todavía 17.000 hombres y se volvió para su país.

Malo fue para él, pero más para el Macabeo,que por el camino se encontraron unos siete días después de la rota del Añanzú, que iba fría y biliosamente deseoso de hacer escarmiento de castillas y no sabía cómo. Y el Macabeo, sin artillería, ni peonada ni rastrillo y en realidad sin más que brutalidad y algo de ferre, le dio su ocasión al Añanzú de vencer de alguna manera y no volverse totalmente derrotado.

Porque por dar alguna mayor utilidad a su entrada, el Añanzú envió, a mucho riesgo de ellos, hombres secretos por mensajes al Rey Don Tupi, porque así se resarcía algo de la incomunicación obrada por los castillas, pero ésos corrieron avatares muy graves, y de cinco sólo llegó a Don Tupi uno vivo, y el Don Tupi no hizo mucho caso; y envió a jinetes del Charro en dirección sur y este porque reconociesen qué tenía ahora enfrente el Jiri en Cujatrucha, y si pudieran ellos dar de espalda a las fuerzas de castillas que algo ensayasen encima de las líneas del Jiri. Y era buen pensamiento. Pero antes de llegarse a donde pudiesen haber coincidido con las propias exploraciones del Jiri, o sea mucho antes de encima y delante de Cujatrucha, sus jinetes detectaron fuerza de castillas, abundante, en varios escuadrones. Eran una exploración, si no punición, de las gentes del lago de Tumi, o sea los de La Caballada que llevaban todo el invierno  castigando las tierras del Don Tupi y abrasándoselas por quebrar sus arcas y colapsar su capital y hundirle el reyno que lo soplasen luego y se desmoronase como azúcar a su padre y los otros Encomenderos; que se ve querían dar de las tierras ya de Cagarrúas por el norte. Esto era nuevo; que los del lago de Tumi no habían dado aún de Cagarrúas nada. Y era razón por demás que el rey de los Cagarrúas, bien que se dijese Caudillo o lo que quisiese, siendo allí con nutrido ejército, les contrastase la entrada a su tierra.

Eran como 300 jinetes, en cuatro escuadrones de distinto número, e iban sin peonada, sin mantenimientos y sin nada, con muy ligera exploración de flancos, aunque debieran haberse mucho cuidado por entrar en un país que no era tan  flojo, roto y a su merced como el del sur de los Cojones, y que además hacía ya subida al Altiplano, pero poco. Era que el Macabeo era turulato, e iba sobrado, y emprendía aquello por aburrimiento. Que El Cota era herido y convalecía en las tolderías del lago de Tumi, y el Daniel tenía las otras fuerzas en expedición de castigo al sur y este de los Cojones, y él de su persona era en los pasos de los Andes, primero uno y luego el otro, en busca de lengua de yo qué sé negocio y quimeras que al Macabeo le importaban un pimiento, pues se le daba el oro lo mismo que la mierda, si no era de vaca. Que en eso, además de ser quimérico de su cuerpo y monstruo, era Jiboriano.

No esperaba hallar sino un pueblito de las estribaciones desguarnecido y probar en el filo de su tizona la sangre del Altiplano, que no recordaba ya la última vez que fue allí con su padre, cuando fue Sargento General. Sus espías de ojo le habían avisado, y siempre daban el mismo parte desde hacía meses, de gran golpe de fuerza enemiga en Cujatrucha, que era por las montuosidades el lugar obvio de un ataque al país de los Cagarrúas y región de los frailes desde el lago de Tumi. Y su plan era idea fija de hacía meses, que por fin lo hizo en ver que el país de Cojones era ya rastrillado y no había voluntad de irse de una vez al norte a dar sobre el Presidio, Tupinamba o algo que valiese la pena; y que no llegaba enlace de castellanos desde el oeste, pues que no sabía del ampararse del Rocafuertes de Yurumu, y de saberlo aquí a lo mejor se enzarzan, pues era guerra civil entre ellos. Así, el Macabeo pensaba ampararse de vistas en una serie de bosquecillos que hacían el pasaje de los pastos a las estribaciones, ir por un caminito que vió una vez en exploración hacía casi seis meses ya, sin más noticia nueva, y caer sobre un vallecito que le parecía intacto de guerra de todos lados y vengar a los frailes, excepto que hallase alguno y entonces colgarlo de sus propias tripas, que siempre se diría que fueron los indios; y pues bien, sí, la esperanza de hallar frailes prisioneros de indios y hacer con ellos escarmiento, era una grande esperanza suya y un aliciente de este divertimento.Pero no halló frailes, ni halló olivas, ni halló olivares, y las olivas eran todas cogidas, en Jaén, y no halló ni a Aixa, ni a Fátima ni a Marién. Dió con una rusada que le tenía el Añanzú, que le tenía ganas.

Que les salieron jinetes repitiendo las fintas que el Charro les iba cogiendo la mano, y provocaron la persecución por el primer escuadrón; aunque tuvieron bajas los jinetes primeros del Charro al topar, que era el sol detrás de aquellos castillas y malo, con gentes que llevaban pistolones; de modo que los machacaron. Pero uno sobreviviendo, le quisieron dar alcance, y siendo más rápido, fue suficiente, que el escuadrón se abrió y como quince gauchos se tiraron detrás, y arrastraron al resto, hasta noventa jinetes. Ello deshizo la fuerza, que se aisló en dos pezetas, y en medio era el turulato Macabeo, que sólo de ver acción se reía a carcajadas, aun cuando intentaba imitar la que él creía risa astuta de su maestro El Cota, que era sólo risita de hiena. Y chupaba su cigarrón, que parecía carronada. Decir hemos que el Macabeo era disforme y de cráneo apatatado, no simétrico, y de pelo muy negro, igual que el Daniel,que lo tenía ya canoso, mientras El Cota lo mantenía negro, que jamás encaneció; pero éste había la luenga barba como de Enóch cana, que le caía a medio pecho, y era un tercio menos voluminoso que el Bagre, a quien se le parecía, y con los ojos juntos como su padre la Alimaña y los Guadañángeles en general, y no con la cara abierta de bagre de el Bagre. Pero era más alto que su padre, pero esta alzada no se cuenta como haber de la raza Guadañángel, como la del Daniel,que fue el primero del linaje que pasó de 1, 50, porque éste Macabeo era un monstruo, como se verá, que no llevaba chiripá por gusto, ni botas muy gruesas por placer, y si andaba raro era por una razón. Ni le caían dos luengos chufos de pelo a los lados, siendo pelado por arriba, que jamás se le veían las orejas, por nada. Ni reía como una cabra por nada. Ni era turulato porque sí, con mirada de animal. Ni sodomizaba los borregos, vacas, cerdos y caballos - subido a un taburete- porque sí o por vicio, que era la voz de natura en su caso. Hay que decir que marica no era, y prefería las yeguas, burras,cerdas y vacas, pero en su furor lúbrico muchas veces no hacía distingos si olía lo que debía oler y veía un ojete tintado de excrementos. Así, si el Macabeo medía casi 1, 90, se tuvo por enfermedad, no por raza; y en efecto así fue, que todos los Garamángeles posteriores, e incluso sus hijos, los que vivieron y fueron normales o casi, volvieron a sus medidas, superiores a las de la Alimaña, que con una de sus mujeres entró esqueje de más alzada, pero regulares todos ellos que hacían raza. Aun cuando los siguientes Guadañángeles o Garamángeles éstos fueron muy singulares el siglo siguiente, como se verá a lo mejor, o a lo peor.

Y como se ha dicho, éste Macabeo era hombre bíblico, que cuando cometía un crimen buscaba a cualquiera y se lo hacía pagar, porque no quedase impune una demasía y siendo él hombre justo; porque era él aforado e impune por Carta Magna, por derecho y linaje, por fuerza armada y porque le daba la gana, argumento éste que, generalmente, a la vista de la gauchada de que se rodeaba, era el que se imponía más que los otros. Pero era justo, según entendía. Y como él decía, señalando al cielo, “Dios escogerá a los suyos”, o, según otra frase suya, “todo lo humano es imperfecto, que sólo es perfecto Dios”. Y esto lo decía tanto si veía matar a dos como si veía arder una ciudad de cien mil. Y siempre lo decía tras cometer cada uno de sus desafueros y crímenes. Que una vez dijo  “Es desafuero, sí, ¿y qué?. Somos mendicantes”. Y esto sin ser luterano, que era más bien luciferino.

Pues bien, a fuerza armada se opone fuerza armada. Pues que a su izquierda pero a nuestra derecha, en dirección opuesta, sálenle otros jinetes de provocar del Charro, y vásele otro escuadrón; ya es la fuerza castellana rota de un lado, de su orden que hubiera, y ahora descoyuntada. Y el Macabeo cabalga al centro. Y tras una hondonada hay cuerdas que rompen las patas de los que persiguen en primer lugar y por aquel lado, pero no todos, que algunos dan la vuelta al comprender trampa, pero otros se quedan a recoger a los descabalgados y socorrer a sus camaradas. Dan de ellos flechas untadas, y es carchena verde y luego negra, que ahí caen cuarenta y cinco y muchos caballos, y los otros se van, perseguidos por cien jinetes con lanzas que los van cazando pues que van rotos y no en escuadrón, y donde uno da de ellos, por desguarnecido que vaya, que habían muy pocos de chapa y casi todos de cueras, alforre o cota a lo gaucho, le rodean varios jinetes y le dan de avispa certeros, y cae. Y el Macabeo ve volver de la hondonada, gritando, a los supervivientes. Y da sus voces de reunirse. Y aparece ante ellos una pezeta de mil indios Cagarrúas con sus paveses, marcando su paso y diciendo “ho, ho”, que son fieros; y el Macabeo se sonríe, tapa el frasco de aguardiente y lo mete en la alforja, y desenvaina su cimitarra. Va guarnecido a mitad, pero muy mal puesta la armadura española, abollada, sucia, y que no se la ponía pareja jamás; cota medio rota y muy sucio, con su pañuelo gaucho al cuello y su enorme chiripá  con faja y cuchillo cruzado atrás, y sus altas botas negras muy gruesas, salidas rectas a la rodilla casi un palmo y medio. Cargan de frente, que son casi doscientos, que se les reúnen los de a derecha y de a izquierda. Y al llegar a donde la indiada, ésta se abre y aparece ante ellos gran zanja por la que se meten los primeros veinticinco, entre ellos el Macabeo, que su caballo se rompe el cuello, y él da por tierra. Bien que añorará la caricia del ano de éste noble bruto. Los restantes jinetes dan la vuelta y retroceden, y cae sobre sus espaldas nube de flechas untadas, como sobre los caídos en la enorme y ancha trinchera. Como hay algunas lanzas clavadas con mala idea en el suelo, algunos jinetes se han ensartado de parte a parte, y algún caballo.

Todo es gritería y aullidos desgarradores de los jinetes alcanzados del unto, que uno hubo que reventó la cota de malla. Y el Macabeo que agarra su cimitarra, lleno de tierra, que en la cabeza tenía un montón de tierra dura y terronosa que parecía coronado por una mierda, y su cigarrón lo había perdido. Y abría mucho los ojos turulatos, y balaba como una cabra. Al andar daba saltos y las piernas se doblaban con la rodilla al revés, o eso parecía. Y algunos indios eran con los vellos de punta de ver aquello, pero a uno, al ver tanta bestialidad y carnalidad, se le puso dura. Sería marica. Y dieron del Macabeo flechas con unto, hasta cinco. Pero él las rompía, una vez clavaditas, que las de unto eran de escaso calibre, sólo para rozar, no eran de las flechas de parar a un hombre o atravesarlo, o saltarle medio cráneo, que también tenían. En la refriega los indios eran asombrados de ver que a aquel no le hacía efecto el terrible unto, aunque bien que le hacía, pero diverso que a otros por su monstruosidad; quedaba como aturdido, y se hinchó todo, pero no más que si fuese tumefacto, y no llegó a ponerse verde, y ahí la flecha que le dio atravesando el chiripá en su natura, sí que se la hinchó, que les pareció enorme sátiro. Y volteaba, erecto, su espadón. Porque aunque turulato, miró dónde un caballo, en la trinchera, y saltó sobre él, y cabalgando forzadamente salió del desnivel, que no se sabe cómo lo pudo lograr, y dio de muchos indios, que decapitó una docena y le abrieron pasillo, y a su espalda dieron otras flechitas, pero rebotaron en su armadura mal puesta. Y el caballo sentía el enorme falo rozándole el pescuezo, y el Macabeo, lleno de terrible veneno, se sentía morir, que su mano izquierda era dolor a rachas y era hinchada cinco veces su natura, y se le iba poniendo verde.

Si de casi 300 jinetes se salvó una docena, fueron muchos. Fué la rota castellana completa, y el Añanzú inspeccionó el campo de batalla. Creyó haber dado con táctica válida contra los jinetes castillas, y que el unto era arma definitiva que podía valerle de mucho contra la superioridad de los castillas en acero y armas de fuego. Así el Añanzú mandó recoger el campo, no dejar nada útil, y volverse al Altiplano, no sin antes enviar mensajes al Jiri a Cujatrucha de su victoria y lo otro malo y bueno; y con los mensajes, un regalo.Al lado dew un castilla caído, de desordenada armadura doblada en sus puntas de dar con el suelo, de espantables barbas, vió un mástil con una tela envuelta, atada con cordeles. La recogió, y era la bandera verde con el esqueleto con las de ángel y la guadaña. Era muy grande, pero, aunque no lo sabía él, mitad que la del Guadañángel padre. Era la bandera del Macabeo, que la había perdido. Y pues que si benían contra Cujatrucha, que viesen su bandera puesta de tapiz en la muralla. Los cuerpos de castillas no, porque era pesado llevarlos, muchos o casi todos eran monstruosos y serían luego negros como el carbón, y que en fin, no entenderían, de darse el caso, los castellanos el mensaje de los cuerpos, y el de la bandera sí, y por eso la envió.

Y lo que fue del Macabeo es difícil de decir, salvo que vivió. Pero una relación que parece verdadera, pues que no queremos salirnos un punto de los hechos, nos muestra la escena terrible, que podemos figurarnos y recontar tal y como fue. Que llegado que fue a su campamento, apartado del común de la Hueste, sus mayordomos le bajaron y desguarnecieron y le acostaron. Y hubo por fuerza que quitarle el chiripá y los calzones y las botas, que nunca nadie lo vió antes, como no fuese su madre, gente de su sangre o criados secretos suyos en su infancia; o acaso El Cota, pero se duda. Y era velloso de vientre, y tenía tres penes, uno de ellos muy erecto e hinchado, que no era natural, y supuraba, y era verde que empezaba a ser negro. Y tenía un racimo de una docena de testículos, aunque algunos eran atrofiados, y otra docena eran internos o criptorquídicos, y alguno era feminizante, pero se equilibraba; y tenía dos vaginas, la una de labios abiertos como boca de mujer y la otra cerrada y seca. Y el ano era triple, de donde los raros montones de boñigas como de cabra que se vieron algunas veces. Las patas eran robustísimas y velludas de cabrón, y las pezuñas, excesivamente escuetas para sustentar un cuerpo humano, como natura es sabia y a todo halla vía si la hay, eran muy deformadas y extendidas, y las uñas de ésas pezueñas eran rotas por dar espacio a que la carne le sustentase, que lo hacían bastante bien, que era buena adaptación, pero para cabra era desfigurado. Quiero decir, que como cabra no era bello. Al caerle los chufos de pelo hacia atrás viósele que las orejas eran caídas y parecidas a las de los curacas Cagarrúas en abrírselas, pero naturales, que hubieran podido ser de vaca, y de vaca tenía rudimentarios cuernos. El rabo era cortado, no se sabía si de un cirujano o un accidente de la infancia, pero se insinuaba por lo quedaba, de tres palmos y muy ancho en la cortadura, que pudiera haber sido el rabo del mismísimo Satanás. Y a esto se añadía la hinchazón de sus facciones y partes de su cuerpo, y su mano monstruosa que era verde y gelatinosa y brillante, y casi luminosa y transparente a partes, que eso hacía el veneno. Pero el enorme falo se volvió negro y quedó como una estaca de casi dos palmos, muy disminuído. El físico práctico de las caballerías, que fue llamado a la tienda y se horrorizó, sin embargo actuó; pues que había que cortar la mano y el falo. Y así le cortó el falo negro, y la mano verde antes de que bajara el veneno. Y como verdeaba de las hinchadas mejillas, y los ojos eran en blanco, creyó que era en estado agónico. Y una pata era el doble de gruesa que la otra, pero de momento no la cortó, e hizo bien, pero sin saberlo. Pues fue que el monstruo Macabeo se salvó, pero fue veinte días entre la vida y la muerte. Mucho se dolió de la pérdida de la mano izquierda y aún más de su pene, pero tenía otros dos, aunque pequeños y sólo uno eréctil. Es por esto que a partir de entonces se emparejó más bien con cerditas pequeñas y gallinas, y hasta con algunas mujeres, niñas y muchachitos, por ser más adecuadas sus medidas a estos cuerpos más pequeños. Pero perdió mucho, y miraba con añoranza las grupas de las vacas y los caballos, y una vez le vieron mirando con ojos tiernos a un grueso cabestro. Pobre hombre … o lo que fuese. Siendo, claro está, cierta esta relación y no, como dicen malas lenguas, una trola.

Pero sí es cierto que de ahí en adelante llevó el Macabeo siempre mano de hierro y guantelete de acero, y era una declaración de principios. Siendo honestos históricos, como debemos, y guiándonos como hasta ahora por sólidas pruebas, nos desviaríamos si no hiciésemos constar que, si constaba esta deformidad del Macabeo en esta herida suya del veneno, ¿cómo no consta de su ahorcamiento, en la posterior guerra civil, algún testimonio o acta acerca del cuerpo de un reo tan extraño?. Pero se han perdido tantos papeles, y los que le ahorcaron eran tan analfabetos, que todo puede ser, y la ausencia de una prueba que desearíamos no debe enturbiar la positividad de la sólida prueba que habemos, que es la relación de un marinero alcohólico de Santa Fe de Verdes, recogida en 1850, o sea en época cercana a los autos, y testimonio que tenemos por irrefutable y sólida prueba, si bien sabemos que a un tribunal de este bendito país sólo le convencería, como cualquier otra, por telefonazo ministerial o mordida, que así es Chafundiolgg, nuestro querido Santa Fe de Verdes. De modo que, Dios mediante, con ayuda de ministros amigos, ésta será doctrina en las escuelas de la Patria, aunque deba hacerle un hueco a las doctrinas del excelente Salvatros Analfabedo -”La Tierra, Criadero de Vacas Marciano”- y al grupo peruano “Ganimedes Sálvanos”. Es así que el Añanzú se volvió en cierto modo triunfador a su tierra, y práctico de castillas; y así mismo sus tropas.

Don Acaso, sucesor de Don Acabase o Acabose en el Reynado, lo que fuese, de los indios Jiborianos, era hasta los mismísimos cojones de los indios Cojones. Era malo de su alianza con el Rey de Israel, aunque no entendió nunca demasiado las complejas titulaciones de este esperpento político, que le eran conceptos o palabras bastante ininteligibles, tal y como a nosotros nos es ininteligible su jerga o jerigonza de moros de la Breña en pelotas. Pero era, él también, sensible, y era humano. Y veía muy clarito- “te lo digo muy claritto …”- que el Don Tupi, que él le decía Tupi Nambure, era un rollero y que tenía intenciones ocultas, y que le enviaba gentes sin cuento- ya le había mandado tres Tribus de Israel de a 10.000 la pieza con su Obispo y su Capitán por fundar ciudades cristianas en la Breña-, y que la finquita que le dio de siete por cinco kilómetros por tener un lugar común donde sentarse en el suelo e intercambiar abalorios y morralla, como esa mierda de oro que él sacaba de los Chingáos, los Jilindrios y las Amazonas, muy al interior de la Brela, pues que esa finquita era un fortín de padre y muy señor mío, de ladrillos y troncos, y que era murado un perímetro de diez por diez kilómetros, y que se trazaban calles y se levantaban galpones y casas, y era un tráfago constante de trenes de burros y llamas, y sólo su olor, había vaciado la selva en veinte kilómetros de buenas piezas de caza, y sus gentes Jiborianas de los poblados cercanos tenían que ir a cazar y pescar muy lejos de sus abrigos, y que algún pobladillo ya era desamparado de Jiborianos. Que todo eran quejas, y que su alianza y su fe y todo eso, pues ya valían menos, que ningún Jiboriano nada le recriminase si diese la orden o el permiso y les pudiese echar a patadas en el culo al otro lado de los Andes, donde pertenecían. Eran, pues, xenófobos; pero eran sensibles, eso sí.

Todas las cincuenta tribus, que hablaban como cien dialectos, de los Jiborianos, eran  unas 50.000 personas. Su unidad “nacional” era un milagro, y sólo forzada por el contraste con otros pueblos de otra raza sustancialmente diferente; pero no fuera ello suficiente sin que les unía a todos éstos grupos y subgrupos la devoción al santuario que él encarnaba, pues que era el único sacerdote de ésas 50.000 personas para cosas fuertes, que para urgencias y cosillas pequeñas lo eran los ancianos de cada linaje, los varones machos en general, excluídos los maricas, y cualquier chaval de catorce años si se le ponía dura, o en su defecto, si había matado a un enemigo y lo podía probar, por ejemplo con una cabecita ahumada. En ningún caso las hembras, ni jóvenes ni viejas, ni las niñas ni los maricas, ni tampoco un cazador que un caimán le mordiese la cuca, que ése para orar tenía que ser por mediación de un falo erecto. Era ésta una curiosa constitución política, si se tiene en cuenta lo muy diversas que fueron las costumbres sacerdotales del otro lado de los Andes, donde los Anandrones fueron maestros religiosos de todos los pueblos de Santa Fe de Verdes, y en general si miramos otros pueblos de esa grande América y de ése mismo enormísimo Matto Grosso, que era un universo cerrado en sí. Las Amazonas eran exactamente lo contrario, y los Chaperúas, Chapones,Chingusos, Chingáos, Jilindrios y Jilindraos,Ceilandeses, Latvios, Tailandos y Currutacos, así como Motilones e Indios Borregos o Tiquismiquis, por sólo citar algunas de las tribus amazónicas de las más cercanas a los Jiborianos, todos ellos daban cuartelillo a la figura del chamán invertido, de diversas formas, y entre algunos de ellos, fuese que eran de la misma veta cultural profunda que los Anandrones, o por influencia de ellos, practicaban el eunuquismo sacro, si bien no tan extendido y excepcional; eso sí, todos tenían también su escalilla de chamanes machos. Que una cosa no quitaba a la otra, y si algún chaval apuntaba chamán, se veía de qué palo y por cuál era que lo apuntaba, el oficio. Estos, erre que erre, persistían en su costumbre, y parecía que era a causa de pasadas experiencias inversas; o sea, que entre los Jiborianos se había dado un Golpe de Estado de los Hombres en algún momento incierto, pero muy antiguo en todo caso, y se había puesto fin al régimen de las Amazonas, de donde procedían los Jiborianos por raza. Esto era curioso, pues que eran casi en su casi totalidad cazadores y recolectores, y no tenían campos que cercar ni propiedades ni por tanto demasiada preocupación por la propiedad de los hijos, de donde la reclusión y el sometimiento de las mujeres para asegurar el linaje y la paternidad probada. Es muy posible que las otras tribus, al guardar un cierto equilibrio entre lo masculino y lo femenino, no llegasen a ésa drástica reacción que el amazonismo totalitario habían generado en los Jiborianos. En cualquier caso, éstos eran cazadores, y cazadores de cabezas, que reducían para poder conservar más fácilmente y para poderlas enseñar como que habían matado. En época moderna, usasen por ejemplo fotos polaroid o con el móvil, que de hecho ésos tiempos llegaron, los de conservar sus víctimas en adobo químico fotográfico o electrónico, en lugar de en figura de cabecitas ahumadas, tal y como en otras partes, no muy lejanas, acumulaban pirámides de cráneos, y otros tampoco muy lejanos habían rendido culto a las cabezas cortadas, pero aún frescas, y hecho diversas artesanías con las podridas por conservarlas, que lo de las cabecitas ahumadas venía a ser un poco eso, sin mala intención. No ha mucho a un Jiboriano la policía le pilló en una treintena de móviles que llevaba en una bolsa de plástico, como 1500 fotos de víctimas suyas. Se le dio por psicópata, pero el hombre era sólo un Jiboriano. Y sobre piras de cráneos como ésas se fundaron las primitivas civilizaciones de Santa Fe de Verdes de Zapuerca y Tres Carajos.

Laxa o laxísima la jefatura política como nosotros la entendemos, la palabra de Don Acaso iba a misa. Y no menos, en sus soldados, del otro lado de los Andes en Tupinamba, de Don Agamenón de los Indios y de Don aquiles de los Indios, bravos capitanes de 1 45. Que era más o menos la alzada de Don Acaso. Eran de la parte de Jiborianos más conocida, los Bajitos; que de otras partidas habían otros más altos de hasta 1 70, pero eran caníbales, y a lo mejor por eso. O acaso eran éstos bajitos por mezclarse con los Motilones, que eran más o menos así, siendo en cambio las Amazonas, del otro lado de la Breña, no gigantas, pero sí altas, que no se distinguían de alzada mucho de los indios Cojones o los Cagarrúas, sí de facciones y raza, de lo que ya hablaremos. Pero es que las Amazonas practicaban una estricta selección racial por conseguir mujeres altas y fuertes, y los Jiborianos su selección era de tener el cipote más grande o cazar más cabezas, y ser bajito facilitaba el camuflaje … No hay que decir que las Amazonas no conservaban varones vivos, y en esto eran como las de Anatolia y esas partidas, por lo que ya adelantamos que a su reyna, que tendrá cierta importancia en esta relación, y en relación a Don Tupi y Alfredito Teodora Diva, a ésa reyna de Amazonas le diremos Pentasilea de las Amazonas, porque su nombre, como las jergas todas o jerigonzas de moros aljamiados de la Breña, se entendían lo mismo que al fraile: una mierda.

Y si del Don Tupi y sus rollos era el Rey de la Breña- por ésas partidas- harto, no se vea el desgavelo y desenfilada y gaiteirada y Malos Usos que daban las tres Tribus de Israel, cada una de 10.000 indios Cojones con sus mujeres de falda de alcachofa tan simpáticas, y su Capitán y su Obispo, cada cual de más recaudo y rapiña que Josué y Aarón. Que pronto tuvo que irles de buenas Don Acaso y decirles que diesen y hediesen del lado de los Motilones, y que a él no le tocasen los cojones, generando este intercambio cierto malentendido con los intermediarios y lenguas. Que las tres Tribus, punto a, se morían de hambre, y punto b, no veían otra que quemar breña y crearse campos de cultivo, y punto c, siendo esto insuficiente, caían sobre los campos, por pequeños que fuesen, de las tribus que algo cultivaban, a saber los Motilones menos duros y ya las tribus más andinas, de este lado, de los Tiquismiquis. Y como con una sonrisa pero una barrera de arcabuces, como 250 sargentos de media armadura del Don Tupi les cerraban el paso de los Andes otra vez a Tupinamba, pues no veían otra que esmaperderse, desesperarse y dar de sí de cabeza contra los árboles, mientras devoraban todo lo que se movía, y llegaron a usar la ayahuasca para cocer pan de ayahuasca, que dio en el Averno con varios miles de ellos, y a otros les entretenía, que la Breña era un lugar muy divertido. Pero no lo era.

De hecho, se creó tal catástrofe entre los Jiborianos, los Motilones y el extremo de los Tiquismiquis, que puede decirse que todas éstas naciones, no los Bocotudos, que eran 1000 kilómetros más al interior, fueron arrastradas a la guerra del otro lado de los Andes, y cuando el Arriero Túpac fue a hacerles a los muy interesantes y sensibles Indios Borregos o Tiquismiquis  la alianza de España, fue su trabajo muy adelantado del malestar que los emigrantes prometeicos israelíes generaban en la Breña toda. Es así como esta Breña empezó a formar parte de verdad de Santa Fe de Verdes, pues que lo sucedido en la Colonia les repercutía, ya ahora, directamente.

Nunca se supo en realidad cuál era ni el culto ni el santuario de los Jiborianos de ésa época y constitución, pues que luego cambió; pero sí que, por ésa comunidad sacral que creaba su nacionalidad, sin la cual fuesen tantas naciones como tribus políticas o como lenguas de entenderse- 50 y 100 respectivamente-, existía entre una docena de grandes unidades de indios semejantes a los Jiborianos, una comunidad sacral en torn o a un gran lago perdido en la espesura y un cerro truncado, decían, por un rayo, y plano por arriba. Y era este culto compartido incluso por las Amazonas, que les quedaba un poco a trasmano . Eran ellas más lejos que ése remotísimo lugar, que el lugar era más cercano a los Andes que ellas-, pese a estar las Amazonas un bastante y un mucho o un muchísimo enemistadas con todas las demás tribus, por motivos obvios. Pero de eso ya hablaremos. Adelantamos que para procrear debían hacerse con hombres, y que éstos eran o sus propios hijos, que conservaban unos pocos sementales o zánganos y luego de apareados, los castraban y pasaban a ser servidores de ínfima clase de los guerreros, que eran ellas; o bien los raptaban si pretendían aparearse con alguna tribu determinada por mejorar su raza, que era su principal obsesión, pues que se pasaban todo el día mirándose en espejuelos, que ya les llegaban, haciendo poses, haciendo musculitos o haciendo justas atléticas donde, francamente, muchas de las luchadoras al final se tomaban de la manita y se iban a una choza a hacer sus cositas de vasito a vasito y de piel a rape a piel a rape, a lo cual- tribadismo- eran aficionadísimas, pero excluyendo por constitución política la penetración que no fuese con uso reproductivo. Ese sistema, de por sí desequilibrado e inhumano, se mantenía como muchas otras cosas se mantienen, por churriguerismo. Por sus jornadas y acelerando lo más posible, el Sargento General Don Tomás Porto y Cabestro, caballero de Santiago, de Alcántara, de Montesa, etc., y creador de la Orden Civil y Militar de los Caballeros de Verdes (“Los Caballeros Verdes”, les decían; no confundir con el Servicio, en teoría suyo, de la Sargentía, que llevaban aquella Cruz de Santiago Verde en el pecho izquierdo de sus ropas negras de corchete, semejantes a los Tunos universitarios de hoy, y a los calaveristas muy posteriores de la Guardia Churubusca); pues que llegóse por fin a Fuerte Invierno, con su artillería muchas jornadas detrás suyo y con uno de sus Tercios y ya toda la Caballería Real de Verdes. Era el hombre mayor, aun cuando duro, y venía cansado. Y por cierto que iban a lado y lado suyo sus dos mejicanos, aquí de militares como él, que eran oficiales suyos. Y al descabalgar y hallar aposento, sin siquiera desguarnecerse, tuvo ya varias noticias importantes. Una era que a poco le llegaba, de negocio embozado y lengua, Don Ramón, que le daría novedades. Y otra era lengua absolutamente desembozada de que el Rocafuertes su enemigo era entrado en el País cojón y que iba “liberando” pueblos y ofreciendo “reconciliación con la Iglesia” como “pacificador”, y que pueblo que liberaba de ése modo, pueblo que quedaba restablecida la Encomienda eclesiástica, se izaba la señal del Obispo el hijoputa, y de hecho quedaba el lugar amparado por tropa del Rocafuertes. Esto le enfureció. Aparte de comprender exactamente cómo hacía Rocafuertes lo contrario que los Guadañángeles, pero parasitando lo hecho por éstos,y cómo se quería meter en el bolsillo a ésos indios, de modo que en un futuro le hubiesen por patrón oficioso al menos, y que eso que hacía contrastaría fuertemente con la guerra a exterminio de los Encomenderos al norte, que debían haber iniciado ya su campaña, calculaba; aparte de eso, comprendía que en el fondo era una contravención por los hechos y con el apoyo del Obispo de su Decreto de Tierras, y a la vez tomarle al Decreto el rábano por las hojas; pues que era el Rocafuertes el que se amparaba de ésa tierra, incluso si se aplicase el Decreto sería difícil que entonces el Rocafuertes no entrase en el Reparto como uno más de la Caballada, lo que destruía el fin último del Decreto; y yendo bien, que por degracia iría para ellos, ya lo veía venir, si el capitán que se amparaba quería mantener el Estatuto anterior, y a las anteriores Encomiendas de La Corona y algunas Órdenes, pero muchísimo menos que arriba en el altiplano, y sustituyendo de hecho a la Corona ése capitán, y superponía la Encomienda del Obispo; de hecho entonces su Decreto lo único que hacía era que él, como Sargento General, perdiese una provincia, y que se la repartiesen no sólo los de a caballo, sino que redundase en directo aumento del poder de sus enemigos. En ésas condiciones, como Sargento General, no le interesaba ese Decreto. Se dio una palmada en la frente. Y pensó en revocarlo …pero, ¿no era eso lo que buscaba el Rocafuertes, reducir al absurdo los fines de su Decreto para que al final no se aplicase?. Ah, cabrón. Se atusó los bigotes. Y, encendiendo su cigarro, se sentó a pensarlo mejor.

Todo lo que amparase Rocafuertes creaba una provincia Cojona bajo la protección del Obispo y bajo dominio militar del Rocafuertes. Sólo en una mínima parte se solapaba con latifundios del Rocafuertes, que la mayor parte de pezeta era lindante con los Estados Guadañángel. Era casus belli. Mientras más tierra se amparase el Rocafuertes, más inevitable era la Guerra Civil. O sea, que pretendió barrer de una peonada a su enemigo, y éste le colocaba un álfil, ahí sólo, pero invulnerable. Y engordaba a reina … En el buen sentido. Era pues, menester que sufriese una derrota a manos de indios, o ya de los Guadañángeles … Pero, ¿la guerra civil con el Altiplano alzado y fortificado, y bastante, pues, áspero o asperísimo de tomar?. Se nublaron sus ojos. ¿Otro año de Guerra India?.

No, veamos. No ha pasado nada malo, todavía. El Guadañángel y los otros acabarán  con el Don Tupi, que le den garrote o le hagan morcilla, suyo es. Y al menos se ampararán de la mayor parte del País Cojón, por más que el Rocafuertes lograse ampararse de la provincia Sur Cojona de los Cañizos. Y por arriba del país de malas tierras y la otra comarca feraz de Tupinamba, y por el Presidio y todo el “Pasillo” desértico y de pradera hasta el lago de Tumi, era un rodeo enorme de las posesiones Rocafuertes. Otra vez se nubló su vista y volvió a ver casus belli. Chupó su cigarro, que calentó la punta, roja.
Pero ya se vería cuál era el resultado de ésa campaña. A ver cuánto duraba el “Reyno de Israel”. Lo mismo 24 horas que 24 meses, dadas las mañas del Don Tupi ése que de qué Infierno habría salido un indio canciller y rollero como ése.
Militarmente … Las flechas untadas a lo mejor, o peor, les daban mayor equilibrio de fuerzas a los indios, y entonces no era tan fácil, ni para los Guadañángeles ni para el Rocas su enemigo. Pero lo del Rocas de ofrecer reconciliación podía hundir desde adentro el “Estado” del Don Tupi más aún que el arrearle gentes por el terror para provocar la quiebra de sus mantenimientos como habían estado haciendo los Guadañángeles todo el invierno. Y si el Rocafuertes se amparaba de Tupinamba … su Decreto desde luego no se aplicaba, pero ahí se iniciaba la Guerra Civil … Suspiró. Y todo eso con el Sur de los Cagarrúas intacto, y a lo que parece, una fortaleza con ése nuevo indio petardero, que dicen no es sino el Amaru, el del Polvorín de Santa Fe de Verdes. Malo, todo malo.

Al Sargento General, de otro lado, pensóse, qué bien le iría que los Guadañángeles diesen del norte, de Cujatrucha era, ¿mo?, y cayesen sobre Cochambrecanchas, de modo que él atacase desde la Carretera, donde había sitio para mil emboscadas y una guerra de montaña feroz, antes de subir al Altiplano mismo. O que los tiquis les atacasen por detrás … ¿Cómo iría el negocio ése?. Pero la idea del Rocafuertes de cambiar la represión brutal por darles a los indios una esperanza …pues, qué quieres, era lo más político, y se le tendría que haber ocurrido a él, en lugar de comportarse con encizañamiento encomendero. Era una idea de Sargento General, su mirada se ensombreció. ¿Actuaba ya Rocafuertes como Sargento General?. Y tuvo que reconocer que si Rocafuertes fuese Sargento General, todo iría mejor, mucho mejor … La Colonia era con él. Cierto que habría que hacer escarmiento de los rebeldes, y mucho; pero el fin último era restablecer la región de los frailes como estaba antes, restablecer la Mita, reabrir las Minas, y encontrar curacas tradicionales que hiciesen de correa de transmisión con los indios. Esa era la tarea. Nada podría volver a ser igual, ni en muchos años ni nunca. Ahora el poder español debería ser en el Altiplano aún más fuerte y vigilante; y las Órdenes harían una represión terrible por su cuenta, lo sabía. Pero no había atajos. Delante tenía un Estado Indio organizado, con gentes que si llegan a saber leer y escribir, le crean un Estado europeo delante de sus narices, y a lo mejor algún día lo hacían. Pero de mientras, era`preciso, sí, ganar la Guerra, pero aún más, por la Colonia … y por su propio prestigio, cargo y pellejo, restablecer la paz. Él sabía muy bien que, incluso sin la política que le obligaba a vivir en estado de sitio, como no recuperase pronto las Minas y se restableciese la Mita y la producción, algún armador cuyo negocio dependía de ésos embarques, y eran una docenita de Puerto Chapuza, le enviaban unos sicarios y le volaban la cabeza, por poner un Sargento General más expeditivo y eficaz.
Que hoy por hoy sería Rocafuertes. De otro lado…De estallar, que estallaría, una Guerra Civil, ¿sería la Ciudad, o en general la Costa, capaz de derrotar a Guadañángel?. Lo dudaba. Todavía no había llegado ése momento, que él como hombre de Estado auguraba, en que la Colonia, para sobrevivir, trataría a los Encomenderos como salvajes, como a indios, por imponer “el orden civil”. Y entonces, ¿qué harían los Guadañángeles, si es que surgía alguno de genio del orden del Primero y de éste segundo?. Este parecía, y se creía, inmortal. Y sus Estados eran, sí, un enorme glacis que protegía la Colonia, y por eso se constituyeron de hecho; pero pronto serían como unas murallas demasiado estrechas, y eso, pensó, sólo a cien años de llegar el Guadañángel … Por desgracia para él, dio en pensar también en el poder español. De 1492 a éste bendito año 1642, bueno, en realidad sólo hasta 1625, España había sominado el mundo. ¿Y a partir de ahora?. ¿Qué fuese del Imperio, de los Austrias de allí y de acá?. ¿Y de las Indias?. Cómo había cambiado la cosa … Y era sólo el comienzo. Quién sabía si éstos Jesuítas, con su Contrarreforma que hacía tabla rasa de tantos flecos antiguos y hacía como si lo departido y confuso hubiese sido siempre claro y distinto, con su Iluminación y su Razón, no serían algún día tenidos por “agentes de la oscuridad” …Se rió de una carcajada. Éstos, que estaban alfabetizando el mundo, ¿agentes de la oscuridad?. Y se ensombreció su rostro. Eran ya “agentes de la oscuridad” los inmediatos descendientes de los Conquistadores y Descubridores que “abrieron el mundo” … para otros. ¿Para quiénes?.
¿Era Guadañángel, el primero o el segundo, da igual, uno que trajo aquí la Civilización, o era otro indio?. ¿Y Francia? …
Pero le llamaron a comer y se dejó de más cavilaciones.
Al postre llegó en una mula, y de manta y caramillo, Don Ramón. Parecía un indio. Y lo primero que hizo al venírsele, fue tomarle un cigarro y empezar a fumárselo. “Se me habían acabado. He pasado un camino horrible”. Se rieron. Y al poco pidió venia con premura y salió corriendo a la letrina. Tenía cagarrinas, el Tirano de la Carretera.

Las noticias eran buenas, y al Sargento General le parecía que compensaban en cierto modo las adversas o intuídas adversas del otro lado; pues que oficialmente Rocafuertes ganaba por los cristianos y eran del mismo bando, que la toma de Yurumu por Rocafuertes fue celebrada con hurras por oficiales y tropa no avisados de la política. Pobres. En fin, que el Don Ramón se había pasado una semanita en el Altiplano, allá arriba, y hablando con unos y con otros. Era una tiranía. Le contó cosas del añanzú, personales que pudo saber, políticas, de su política y de sus disposiciones militares. Le contó su expedición al norte y cómo el Rocafuertes le había roto y él roto a uno de los Guadañángeles, que información del lado de ellos no había, sino sólo lo que se decía y sabían del lado indio. Una bandera de un monstruo era en poder del Jiri y colocada, al revés, sobre el escudo castellano de la muralla de Cujatrucha. Pero los éstos no daban por ahí; acaso la cosa era seria y la rota fue importante, pero creía que sólo había deshecho a 300 jinetes, y por las flechas untadas y las mañas del Charro, que aprendía de los castillas a fuerza de las derrotas que le habían ido dando. El Sargento General asentía. Y el Tajagüevos, el del norte, era aquí …Bien, bien. Porque a ése lo quería volver a agarrotar, ésta vez de veras y a él. Aquí al sur se iban a emplear flechas untadas, pero tenían relativamente pocos flecheros y poco unto. Arqueó las cejas e hizo un gesto el Sargento. ¿Y ésas son las buenas noticias?. “No, no”, hizo el Don Ramón con un gesto con la mano como para que bajase la voz. No, no. Lo bueno es que la mayor parte del pueblo es aterrorizado por las consecuencias de su matanza de frailes, y aterrorizado por lo que hicieron y lo que les pasó a los Cagúas Mitas y al Matu, y aterrorizados por los modos dictatoriales del Añanzú. Y le explicó ptra vez lo de las titulaciones que se daba, lo que significaban para la mentalidad india, y lo de los “ayllus de castigo”. El Sargento General se quedó de pasta de boniato al penetrar un poco la complejidad política de los indios, y se dijo a sí que estaban ellos como nosotros; pobres desgraciados. Pero … urgió al Don Ramón. Y éste, “Paciencia, paciencia”. Lo bueno era que las gentes de doblones embozados y de manta y caramillo de Don David el Arriero, le eran en contra al añanzú, y que, a cambio de ciertas inmunidades, pues que eran ellos los que habían llevado a cabo mucha de la represión y matanza de frailes y de acastillados, que la persecución de los castillados aquí había sido brutal, que a cambio de ésas garantías… ¿a los indios? preguntó con las cejas el Sargento General-, y el Don Ramón, mestizo, sin darse por aludido, hizo que sí con la cabeza. Pues que si no les quitaba el pellejo ni les encausaba ni les buscaba las cosquillas, que les dejaba ser Arrieros que era lo suyo, y pasaban a ser, en pez, hombres de Don Ramón -”ah, pillín”, dijo con la mirada el Sargento General- que ellos le hacían de quinta columna y que le alzaban una ciudad tras las espaldas del Añanzú cuando él atacase de frente, de lo cual podía venir rota. Y el Sargento General sacudió la cabeza, se quedó pensativo mirando el suelo con la cabeza inclinada, y dijo por fin mirando al Don Ramón: “Pues sí, es una buenísima noticia”. Luego comentó con Don Ramón lo que hacía el Rocafuertes, y si ellos debían copiárselo. Y el Don Ramón, que vio la luz de que siguiesen los negocios mafiosos, digámoslo ya, que había tenido con Don David, pero ahora en su exclusivo beneficio, si no quedaba el Altiplano muy destruído, le dijo que sí. Pero puntualizó. Que lo del Rocafuertes se refería al rollo de la Iglesia India y tomaba el rábano por las hojas. Que aquí la Rebelión era cruda, sin payasadas, como al norte; payasadas que pudieron llegar a ser muy peligrosas a las Indias todas, pero que la inviabilidad económica de la provincia de Tupinamba hizo naufragar. El Sargento General  asentía. Aquí éstos rebeldes no se han embozado, han tratado de ser lo que antes de la Conquista, y se han tratado de adaptar, con fines casi principalmente militares, a los tiempos, de donde el vaivén político, de la unidad nacionalista - que no lo dijo así-, a las disensiones si la restauración de la nobleza o la revolución social contra la Mita, y finalmente la vía práctica pero durísima, y con idea, no sólo práctica, con idea, las del Amaru, que era el camino que seguía el Añanzú. Pero claro, sobre ellos pesó la realidad y naturaleza de su fecho, que se estaban rebelando, y que les vendría encima un ejército de hombres blancos organizado. En cualquier caso, el Añanzú con su general el Jiri, y con los hermanos el Charro y el Tajagüevos, eran una gavilla de cabecillas terrible, y a éstos ni agua. Al pueblo, si era posible hacer alguna propaganda, que sí, por quinta columna, lo malo era que muchos de éstos eran significados preparadores de la rebelión inicial … Y arqueó las cejas el Don Ramón. El Sargento se rió. Claro, para vencer, tenía que condonar penas a los más culpables, y que pringasen los desgraciados que a ésos les habían sinceramente creído. Dio una risotada, y en su mirada, que se nubló, se traslució el designio de matarlos luego. Y esa mirada la captó Don Ramón, que los necesitaba para “otras cosas”, y no le gustó, y acaso empezó aquí la primera fisura entre ellos, que le sería al Sargento fatal. Pero volvamos al ahora y aquí de esa reunión. Se recondujo la charla. Que la propaganda era posible, sí, y que al pueblo se le iba a decir que unos herejes le habían embaucado y oprimido, y se le haría creer que los españoles no creían- “nooooo” …-que “el pueblo” hubiese participado en nada de la matanza de frailes, que eso lo hicieron sólo los fanáticos del Amaru y el Añanzú, y las gentes de su partido. Que a éstos se les cargaran todas las culpas, y una vez derrotados, mano dura y garrote a dos centenares y Minas al resto, sin quitar lenguas perforadas, azotes, marca a fuego o castración tipo cerdo o becerro, según se viese. El Sargento General decía que sí, que sí. Ya se vería. Sin mirada siniestra. “Ah, vale. Está por la labor”. Bien. Y que la Iglesia india de los Cagarrúas, del diácono Atao Martínez, que él se quitaba de Obispo y pedía perdón- y enseñó la carta en castellano que llevaba en la faltriquera-, que el Añanzú le obligó- y era verdad, en este caso-. Y que, dadas las persecuciones de cristianos y acastillados, todos los cristianos indios de pro eran con ellos. Bien, bien. ¿Y el resto, de religión…?. El Don Ramón le dijo que los indios seguían creyendo en una buena mitad y medio de mitad en sus dioses tradicionales, y que les hubiese gustado quedar bien con los frailes,restaurar como el Matu y quitar la Mita como el amaru, pero que sabían que todo junto no podía ser, que eran esclavos y un pueblo sometido, lo eran antes y ahora, y con los Cagúa Mita, que querían reabrir las Minas y reintroducir la Mita lo hubiesen sido igual, y que al Amaru lo reverenciaban y amaban, ya que no tuvo oportunidad de golpearles; y que al Añanzú le tuvieron  por gota del Amaru hasta que devino tirano, que es lo que hubiera devenido el Amaru. El sargento General decía que sí. ¿Y en fin …?. Don Ramón le contestó que los indios harían como que creían a los frailes, bajarían la cabeza, y a lo mejor sus nietos eran ya cristianos al menos como éstos disidentes cristianos indios …o como la Iglesia India del Norte. Y se rieron. Pero la siguiente rebelión en el Altiplano, en 1730, fue exactamente como la describía el Don Ramón en 1642.

Pero las cosas todavía dieron algún giro; acostumbran, ellas. Ellas son así. Primero que el Rocafuertes no era tan listo, y lo demuestra el que no se diese cuenta de que, en realidad, su idea de un país reducido a un latifundio de negros, si llevado realmente a la práctica, y con las correcciones pragmáticas que se quieran, era incompatible con el desarrollo de la sociedad de la Costa, ya mestiza, pero contínuamente bombardeada de más blancos españoles mientras que la infusión india, por motivos obvios de exterminio, era cada vez menor, y que más tarde con las avalanchas europeas, barrería el panorama humano que a ésa fecha se veía de clases bajas mestizas y amulatadas y lúmpen de españoles desesperados, mundo que en realidad sólo ha perdurado en el calaverismo, bajo falsilla de “Hernán Cortés” (¿ y por qué no Guadañángel?. Ya se verá). En todo caso, el País de las Mieses era tan utópico como el de la Vaca. Ni uno ni otro dejarían de ser lo básico del país hasta que se descubrió petróleo en la Selva, pero el diseño tosco de una Colonia trabajando sólo para uno de ésos Países, o un Estado Feudal de gentes de armadura ropera, o una plantación negrera, no correspondían a lo que auguraba el desarrollo del abanico de ciudades de la Costa, la Huerta y la Carretera Norte- Sur y sus Posadas Castellanas. El borde mismo de la Tierra de Mieses, y el de la Tierra de Vacas, era ya “la Civilización”.

Pero aquí no se mira ésa faceta de la idea de Rocafuertes, pues que su buen juicio político para contrarrestar con hechos militares el Decreto de Tierras, era irreprochable. Pero cedió su juicio en cuestión militar.Pues que era en Yurumu y con otras tres o cuatro medio ciudades que se le dieron, y salieron muy ganando, que hubo gentes que lloraron de felicidad al ver que “todo volvía a ser como antes” y les amparaban un fuerte paladín y el Obispo “de las herejías del Don Tupi y de la malvada Caballada”, y muchos pueblos que no hubiesen sido arrasados por su hijo el Bagre, por los Guadañángeles todos ellos o por el Cota de risita de hiena. De las 500.000 almas de la Nación Cojona, súbditos del Rey de Israel, y al inicio alzados todos como un solo hombre, y que tanto disfrutaron con los payasos castillas capados, que en ésta región del Sur hicieron su triunfal “tournée”, y las gentes que de aquel modo les trataron y muchas valentonas y payasotas eran ya renegridos cadáveres en pueblos en ruinas; pues el Rocafuertes acaso amparaba ya 75.000 almas, de unos veinte núcleos de población, con retenes y alcaides suyos, e izando la bandera del Obispo. Él tenía reservas de grano, y los alimentó. Y esto fue fatal al régimen del Rey Don Tupi. Que la siguiente Tribu de Israel que mandó a la Breña, de a 10.000 y con su Capitán y Obispo, salieron muy sonrientes y desfilaron  bajo el balcón del Palacio Episcopal donde el Rey de gala con la Emperatriz de peinado de colmena y cuajada de pedrería les despidieron agitando sus pañuelos, y entre los cánticos de ya eran coros de mil voces blancas, y ondear de banderas de Cruzada y de Israel, que eran todos los actos públicos del Rey Tupi de masas y lucidísimos; pero al salir de Tupinamba torcieron por las mismas sus rutas y se fueron derechos a ampararse del Rocafuertes, donde, antes de llegar, los capitanes echaban al camino sus insignias, y los Obispos sus vestiduras de la Iglesia India. Y así ocurrió con las otras tres Tribus de Israel que envió Don Tupi a la Breña: que se le iban a Rocafuertes. Y más le valió, en cierto modo, porque en la Breña eran ya hartos de gentes ajustadizas de este lado de los Andes y era la Breña por alzarse en contra de las poblaciones, los Capitanes y Obispos, los indios cristianos y el Reynado de Israel de Tupinamba.

Por sus ojeadores lo sabía. Todo, de unos y de otros. Y así vió el Rey Don Tupi que no le iba a quedar otra, cuando la Caballada era ya en el Lugar de Fuerza de entrada de sus tierras como el año anterior, que o presentar batalla numantina, o huír él a la Breña en la siguiente tanda o “Tribu de Israel”, que procuraría que fuese escogida de los cuadros esenciales de su partido, su ayllu, clan, linaje y subtribu, y en fin, sus gentes más fieles. De ellos al menos sí sería Rey de Israel en la Breña. Y quién sabe si allí no sería donde se construiría el verdadero Reyno … Y empezó sus  preparativos, reforzada al máximo su guardia de Jiborianos, que éstos le eran fieles, y poco o nada sabían de problemas en la Breña, y así lo comunicó a su Emperatriz, nuestro Alfredito, que lloró. Pero ella por ser Emperatriz iba con él a donde fuese. Y el Don tupí levantó una ceja y su pupila brilló ligeramente. Le había llegado al corazón. Lo malo fue que, hablando la Doña Diva con el fraile, éste, capado y todo, y pese a que en cierto modo era conformado ya y se conformaba, con algún fleco libidinoso que le quedó, con meter mano a los niños, y no se llevaba mal con las mestizas e indias de que se rodeaba el Alfredito, como era al fin español y no aceptaba, capado o no,la herejía, salvajismo, maldad, tontería, estulticia y traición de estos indios cojones, dio en planear la huída y pasar a campo español, que era su obsesión desde que cayera el fuerte. Y no se sabe si hacía bien, pues que en el palacio del Rey Tupi el fraile, dentro de que era capado, pero lo iba a ser igual en campo de español, vivía de puta madre. Pero el amor a la libertad, áun en un fraile enterrado, por incomprensible, de páter del peor fuerte de la Colonia, es muy grande. Soñaba con volver a Santa Fe de Verdes, a Panamá, a La Habana y a España. Irse a la Breña era cortar todo contacto con España. Él no iba. Y de todos modos, a ver cómo se lo montaba el Don Tupi para seguir manteniendo el tren de vida digno de Herodes antipas que traía, en la Breña. La Emperatriz le decía que sí,que sí, que tenía razón. Pero que ella no volvía a Santa Fe  de Verdes a que se rieran de él, ni a ser Alférez, caso que no le excluyese total la castración, y que en fin que no volvía a vestirse de hombre jamás y que no volvía a ver a su padre. En esto, la Diva hubiese podido estar tranquila, pues que su padre ya hacía seis meses que se había degollado al saber la suerte de su hijo Alférez por una mestiza. Así pues, los ex amantes se abrazaron y se desearon suerte. Lo malo fue que el fraile era vengativo, y que se embrolló en un complot para matar al Rey de Israel, dada su cercanía. pues que, en saber la rota inminente y que el Rey desamparaba, el Pueblo era agitado, y surgieron  dos facciones: los que se lo habían creído lo de la Iglesia india y la Cruzada y le querían crucificar por traidor, y los que querían  acogerse al Rocafuertes y al Obispo, y veían que fuese bueno no dejarle irse a la Breña de rositas con su travelo y lo guadañado y buitreado, sino un asesinato político y la llamada urgente al Rocafuertes porque se amparase de Tupinamba él, antes de que lo hiciese La Caballada. No era mala idea, por lo que sabían.

Mientras, Guadañángel avanzaba en dos flechas generales, una rodeando por la pampa el País Cojón y yendo a dar sobre el Presidio, y la otra desde el Lugar de Fuerza hasta el Río, donde era práctico el Anchorena que ahí venció, y de ahí otras dos flechas una por la Carretera castellana de Tupinamba  y otra por rodear los enormes barrios y poblaciones desglosados hacia el Sur unos 50 kilómetros medidas nuestras, y cometer la limpieza étnica o genocidio que era en sus designios; y el resto, esclavizarlo y remitirlo a las Semíramis, que agentes de Don Suárez ya habían contratado los barcos. Era otra “limpia” como la de los 100.000 de Guadañángel que le costó el cargo de Sargento General en su día;y correspondía a lo pactado con el Sargento General Cabestro.

Es por esto que los conjurados, de la facción creyente en la Iglesia india, trataron de acercarse al Don Agamenón de los Indios y le propusieron el fecho. Y éste decía que sí, que sí, con su bocota de dientes aserrados. Hay que decir que, aquí, los jiborianos eran distintos que en la Breña; incluso la diferente luz influía. Sin pintarse, porque el mimetizado no había aquí lugar,ya no parecían “ranas verdes” ni “hombres boca negra”; los dientes eran como de pez, aserrados, y sucios; las bocas eran como de pez, con comisuras haciabajo. Eran acuerados y ahumados ellos mismos, y sus cuerpos parecían reducidos como las cabecitas trofeos suyos, pero sus cabezas vivas eran enormes; y aquí gastaban despeinadas melenas, trajes de saco cortos marrones y unos turbantes de tela sucia con unas plumas rojas o verdes muy desmochadas. Hedían, pese a lavarse mucho en el río Jordán de tupinamba, y a juicio de los indios tupinambeses, comían basura. Eran de alzada entre 1, 45 y 1, 55 el más alto, que era excepción; de cuerpecitos infantiles pero fibrados y durísimos, piel arrugada de anciano casi a cualquier edad, plantas de los pies tan curtidas que tenían suela de bota militar natural, casi impenetrable, así como en codos, rodillas y en parte en las nalgas los varones- aquí sólo habían varones-, y en general con más de veinte años parecían ya ancianos, siendo que, a cambio, la selección natural les daba vigor casi invencible, a los que no morían de niños o en combate, hasta edades avanzadas. Eran pues durísimos. Y el Don Agamenón, capitán de doce capitanes de mil, no era la excepción. Este hom,bre, paradójicamente y mostrando una rara mezcla, tenía una hirsuta pero rala barba, y su cabeza era apatatada, con mandíbula muy saliente, y ojos saltones que parecían de pez, pese al acusado repliegue amerindio del ojo; y los ojos eran acuosamente azulados. El pelo era lacio negro y caía casi hasta el trasero. Como todos los suyos varones, tenía un enorme pene casi siempre erecto, y no usaban éstos de suspensotes ni fundas ni taparrabos, de modo que se les veía si iban desnudos, que sólo se guarnecían de cuerdas apretadas en mitad de brazo y mitad de pierna y a veces se ceñían los muslos como ligas, no se sabe para qué, o se intuía por el bulto si iban de túnica. Ya habían aprendido que una túnica dura protegía, y por tanto muchos se habían hecho con ponchos tupinambeses, idénticos a los del Altiplano, que endurecían, tipo “hombre- naipe”, o rebozaban de capas y capas de barro seco y ahumadas luego, sus túnicas de saco, de producción propia, que era lo más de su industria textil a la sazón, que se habían traído en previsión de abrigo, de sus casas de la Breña, como los turbantes para no resfriarse. Porque alguno de ellos se resfrió a este lado de los Andes o pasándolos, quién sabe cuándo, y corrió la voz.

Pues bien, el Don Agamenón de los Indios no hizo otra cosa que ir directamente al Don Tupi y contárselo todo. De modo que Don  Tupi hizo unas cuantas docenas de detenciones, y, literalmente, descabezó la facción  “que se lo había creído”. Ahí usó el garrote de la casa de gobernación. Y aceleró los preparativos de la marcha. Que había enviado ya mil llamas y quinientas mulas cargadas de su equipaje hacia la Breña y ya eran a mitad del paso en manos de sus hombres seguros armados hasta los dientes. Pero restaba la facción que quería que Rocafuertes se amparase cuanto antes de Tupinamba, por evitar la Caballada. Y éstos sí hablaron con el fraile, que como Mayordomo de la Emperatriz, y siempre con su mismo hábito color pelo de burro, se movía libremente. Y a éste le propusieron que matase al Don Tupi y así el Rocafuertes se ampararía de Tupinamba. El fraile quiso que le asegurasen una acción militar inmediata sobre el Palacio, cuando él lo hiciese, que sería en privado y sin que se diesen cuenta los guardias, pero que debería ser rápido. Le dijeron que sí los indios Cojones mansos. No debió fiar de ellos. Que se cruzaron de brazos.

En fin, fue malo. El fraile entró en el amplio aposento, con cortinajes, rellenísimo de objetos de arte españoles y europeos de las casas ricas de Tupinamba, vestido el Don Tupi con dalmática, con brazaletes en los brazos, sandalias atadas de romano de Semana Santa y cinta griega al pelo, color rosa amarfilado. Y la Emperatriz, de soberbio vestido antiguo, digno de Bizancio, pero con los bracitos descubiertos, tocaba una guitarra y entonaba con su voz más aguda piecitas que conocía y aires españoles o del acervo criollo ya existente en la Capital, Santa Fe de Verdes; era criollo, como lo fueron Don Joaquín o el cabo Don Jeliberto Echevarría, o el bestia de Don Facundo, que cada vez que pasaba el Alférez le daba una palmada en las nalgas y le silbaba como a una tía buena. Si lo hubiera conocido ahora …Había engordado y se había redondeado. Era muy bella. Pues bien, en esta escena idílica de intimidad cesariano- burguesa, entró con la mirada baja el fraile y se acercó, con las manos metidas en las mangas anchas del hábito, al Rey de Israel. No había nadie más. Y el Rey de Israel, con una lupa, inspeccionaba un grabado, bíblico, eso sí, de un libraco impreso. La Emperatriz, por intuición femenina, feromonas o lo que fuese, notó que algo raro pasaba y que la muerte era en el cuarto, y sin dejar de cantar alzó la vista, luego se alzó ella, y se oyó el “jrsss” del vestido sobre su lisa piel, dejó de lado la guitarra, y avanzó suavemente sin dejar de cantar. Los bellos ojos oscuros eran los del famoso ángel estilo Salzillo, y sus labios se movían delicadamente mientras entonaba con su voz más aguda; y miraba fijamente. El fraile saca, a espaldas del Rey de Israel, que le saca 40 centímetros de alzada al hombrecillo, su cuchillo, y va a apuñalar al Rey de Israel con gesto brutal, pero empuñando de arriba abajo, y no de abajo arriba como debiera, estilo navajero, trayectoria más corta y a las vísceras, y no tanto aire. Y la Emperatriz grita. El rey de israel se vuelve y agarra la mano del fraile y forcejean. El cuchillo rasga el brazo del Don Tupi. Ya es la cuarta o quinta vez que lo intentan apuñalar y ya es práctico. Iba a golpear la mano del fraile para que soltase el arma, pero quien golpea la mano del fraile … es la Emperatriz, nuestro Alfredito.
Hay en el fondo de la habitación una bellísima estatua de un ángel estilo Salzillo.
Los guardias reducen al fraile a porrazos y le mantienen boca abajo en el suelo, con un pie puesto sobre la nuca, otro sobre los riñones, y lanzas que sujetan las mangas del hábito y le fuerzan a tener las manos en tierra. Son unos diez guardias sobre un solo hombre. Mientras la Emperatriz le venda la herida, el Rey de Israel parpadea, ¡parpadea¡. Es el flechazo definitivo. Brillan las pupilas de ése grande hombre, con ése parecido a Mister Magoo que tuvo siempre su linaje o a Lord Raglan tomándose el té mientras se da la carga de Balaclava, en cierto retablo muy libre, de celuloide para más señas; y el Rey de Israel mueve los labios, como si fuese a decir algo, pero no dice nada. La mirada de la Emperatriz está baja, hacia la herida. La alza y se cruzan sus miradas. Pasa un ángel. Bueno, no es agradable. En medio del patio soleado, han crucificado cabeza abajo al fraile. Está desnudo. Vemos la breña de su cuerpo y la capadura ya un poco cubierta de pelambre. No hay genitales. La cruz es en aspa. Y caen gotas de sangre de la coronilla del hombrecillo de cabello crespísimo, cejijunto, y cara breñosa. Lleva horas de agonía. Los guardias, con medias armaduras buenas o con las de purpurina, ya un poco viejas, fuman.
Se abre una puerta de un balconcillo. Vemos al Rey de israel. Vuelve a cerrarse la puertecilla. El Rey de Israel se sienta en un escritorio del Obispo. Toma la pluma y escribe- en castellano- algunos de sus pensamientos. La Emperatriz, vestida como una mujer india, sí, como la valentona que lo capó, por ejemplo, se desliza por detrás y toma una de las pistolas del Rey de Israel. Éste se vuelve. Parpadea. Ella no le apunta. Y se miran. Y baja los ojos el Don Tupi y dice que sí. Ella sale corriendo. Don Tupí Rey de Israel se asoma al balconcillo, de modo que los soldados lo ven. Otra puerta se abre en la planta baja. Sale la Emperatriz; es como una mujer india y lleva un manto negro como la Virgen, como muchas mujeres indias. Se acerca al crucificado. Saca una pistola. Los guardias se ponen pues eso, en guardia. Miran al Rey. Y éste hace un gesto con la mano, que la dejen hacer. La Emperatriz ya está al lado del fraile. Éste delira. Dice cosas, que, como siempre, son incomprensibles; no se le entiende una puta mierda. La Emperatriz apoya el pistoleen en la sien del fraile y dispara. El Don Tupí cierra los ojos y hace un gesto amargo.Él es sensible. Pero que éste pequeño drama de Tupinamba no nos distraiga de nuestra argumentación en relación a que cedió el juicio de Rocafuertes en lo militar.¿O sería en lo político?. Fue en todo caso que cedió a una aventura militar en la dirección contraria, en campo donde el cuadro político no era el mismo. La misma intervención y éxitos suyos en la región del cañizo, y las promesas que hacía, tuvieron su eco, inesperado, al Sur; y fue que aquel malestar y temor que hemos visto por lenguas que nos ha hecho Don Ramón que dominaba en una parte sustancial de la indiada Cagarrúa, fueron los que motivaron las sediciones que, sin esperar directamente a la que preparaba la quintacolumna arriera prometida para un momento decisivo de la batalla próxima, estallaron en varios lugares de la retaguardia del Añanzú. En la ciudad de Santa Cruz de Picolet Huáscara, o sólo “Sta. Cruz”,o sólo “Huáscara”, que Picolet fue el Conquistador que la tomó de paganos, era como hemos ya visto, la primera ciudad adelantada de los Cagarrúas cabe las partidas de Yurumu, y que fue a donde, abrasada Yurumu por los Guadañángeles y el Cota la vez primera, se trasladaron las juntas secretas del Amaru con los hombres fueren del Charro fueren del Don Tupi, en aquellos negocios más o menos todos frustrados, pero que dieron finalmente la idea al Charro de irse al Sur, de donde que el Añanzú hubo caballería. Queda Santa Cruz algo salida a izquierda de la ruta que tomó el Añanzú en su entrada, y por tanto no pasó por allí, como hemos visto. Pues bien, en esta villa de unas 4000 almas, con ligera guarnición de indios alzados Cagarrúas, y como fuese lugar donde se agolpaban gentes procedentes de Yurumu y otras partidas del norte, y como fuere cabe las marcas de los Cojones, había sido lugar muy adentro y seguro de los Cagarrúas aun cuando los de la Guadaña diesen de Yurumu, por ser Santa Cruz más subida del Altiplano, pero más baja en relación a todo él, que no esperaban ataque; pero eran ahora a vistas de tierra de cristianos, que para ellos era igual el Sargento General que Rocafuertes o los de la Guadaña, pero éstos últimos más temibles, que de todos modos era claro pudieran evitar Cujatrucha, al otro lado, u otras vías de entrada a los Cagarrúas, y por tener algún éxito o simplemente matar, diesen a lo mejor sobre ellos. Y si el Rocafuertes parecía mirar por el norte, los de la ciudad sabían que si fuese mal en el Altiplano, a lo mejor eran ellos últimos bastiones del Añanzú o gentes suyas; o al nansú le daba por fortalecerlos como a Cujatrucha y entonces no escapasen nunca de la devastación como no fuese desertando y huyendo. Que muchas gentes eran ya huídos y refugiados.  Y así, eran de un lado tranquilos por ser remota partida, pero la irrupción del Rocafuertes tan cerca les obligaba a tomar un partido. Y era Santa cruz departida de la llanura por unas montuosidades y un río, que de veces fuera crecido y era pavés natural, pero a la sazón iba bajado. Por lo que el curaca principal del ayllu local, y los curacas y cabecillas de los huídos y gentes, y algunos que diputaron de las bases porque por ellas hablaran, que eran soldados del pavés del Matu que eran pillados en Yurumu de permiso traficando cuando abrasaron los Guadañeros, y otros que se escondían  del Añanzú y bajo sus gorros de orejas bajados escondían orejas oradadas y abiertas, dieron todos ellos en pedir amparo del Rocafuertes por evitar males mayores. Era, pues, una sedición, deserción y traición de una plaza; no esencial a la defensa del Altiplano, pero cuya caída y entrega era buñuelo de propaganda que podía hincharse mucho en las muelas y el ojete del Añanzú, como si dijéramos, y desfavorecer la resistencia.

Y fue que mientras iban emisarios embozados en sus buenas mulas y con mantas de Cojones a ver al Rocafuertes y pedirle favor, un oficial de las pocas tropas regulares de la ciudad, que para ellos era nada de Santa Cruz, sino sólo Huáscara; hombre que era ardiente patriota pese a haber preferido al Cagúa Mita a todo otro hombre de su nación y del mundo, que el recuerdo del Pedro alazán duró por un siglo o más como héroe actual, tanto como el nombre del Amaru, y no se sabía al final por muchos que se diferenciasen uno y otro en nada, pues que fueron héroes contra los castillas; pues ése oficial salióse de Huáscara y se fue a explicarlo todo al Añanzú, con quien no simpatizaba, pero sí con la causa que el Añanzú con vigor militar defendía, que era su Numancia indígena, pues ése oficial era de inmolarse y no rendirse a los castillas, y la Mita le importaba menos, pues que era noble y nunca fue gravosa la castellana sobre él, y por su Patria en teoría, que nunca lo probó, hubiese hecho trabajos forzados.

Y el Añanzú que lo sabe y ve que ha de distraer fuerzas en ésa dirección, pues que no tolerará a los castillas ahí, y no discierne entre unos castillas y otros, y desconoce las querellas del bando castellano. Que era la misma mentalidad e idea de casi todos los indios y de casi todos los españoles, que sólo veían la superficie de esta guerra, como dos lados, españoles o indios. Y es más, el Añanzú es ya un tirano y es hombre de escarmientos y avisos a otras partidas de su reyno porque no le salga con mierda cuando menos le convenga, que será cuando, inminentemente, el Sargento le venga, que sólo espera completar sus Tercios de camino y una monstruosa artillería, que el Añanzú teme y ya está maquinando cómo lograr que tal cantidad de cañones nunca pueda subirlos el Sargento General al Altiplano y nunca le aparezcan delante de Cajacuadrada o su fortaleza favorita que es  Cochambrecanchas, donde, por desgracia, él está llamado a suceder a Don Manel Alcañar dentro de la plaza asediada. La sola idea de los cien cañones que le dicen trae el Sargento General- que los de manta y caramillo del Don Ramón ya lo han hecho saber hasta el último ayllu del Altiplano porque se den por perdidos-,al Añanzú le da pavor, pues imagina mejor que otros su poder, pues que procede de las Minas e hizo sus primeras armas frente a Cochambrecanchas y es hombre de pólvora y explosivos, y ha dirigido artillería, aunque poca, y sabe qué puede hacerse con ésta, que él cazó seis cañones del Manuel Alcañar y tiembla de verse como el Don Escampar y en el mismo paso, que de hecho se encontrará y será su fin. Y en éstas le vienen con la murga, la mierda y la gaiteirada de los cobardes que se le escaquean. Y prepara una expedición de castigo, toda de gentes de pavés y de su partido, que visten de negro usualmente y son gentes que es para ellas el Añanzú su Cagúa Mita.

Pero en éstas, en un vallecito interior, donde no llegó la guerra sino como guerra a los pocos frailes y luego como vaivenes políticos, que es Aslatan, que es feudo propio de los Alazán, cerca de la otra ciudadita de Uichic, los nietos del Pedro Alazán, que ya fueron malcontentos de la subida del Matu a Cagúa Mita  y su tío el poderoso Don David los conformó con amenazas muy severas, no ven puedan soportar más la usurpación y el Tercer Reyno y que se pacte con los cristianos y que no se Restaure íntegramente el Reynado tradicional y las costumbres sagradas de maricastaña, nunca olvidadas pero ya olvidadas, pues todos fumaban y llevaban patillas de boca de hacha y ninguno tenía, salvo uno raro, las orejas abiertas; pues ésos nietos, que eran cinco, hacen su junta y alzan sobre el pavés, delante de 15.000 personas del valle, que todos son con ellos y clientes de su linaje, al mayor de ellos, Halach Hastu, por Cagúa Mita, y dan por finido el Tercer Reyno del Añanzú y Restautado no ya el Segundo sino el Primero, Único y Original y Último Reyno de los Cagarrúas. Y bien que será el último.

Y esto lo sabe a pocas horas el Añanzú en Cajacuadrada, y lo primero que hace es olvidarse de Santa Cruz o Huáscara de momento, y reforzar Cochimba, pues que teme se la tomen éstos, y pone fuertes guardias a la Roca Nacional porque no se suban éstos y allí se consagre nada; pero no hace falta. Son en su ayllu y su solar natural, y el Halach Mita elige su propio intihuatana. No busca una guerra sino derrocar al Añanzú, pues los pregoneros del valle y el Halach van recorriendo muchas comarcas, a pie por fuerza, y llevan tradicionales quipus como acreditaciones, que los viejos de cada sitio reconocen como doblados por hombres sagrados, y aunque son reconocidos, pocos se les unen; por doble miedo a los castellanos y al Añanzú; y hacen bien.

Porque mientras el Halach Mita es aún levantando un Tercio con sus partidarios y familiares, que están frescas las pinturas suyas en sus paveses, que traen un  sol sonriente, el Añanzú ya ha tomado medidas al alzamiento tradicionalista y al valle, y pone un Tercio de los suyos a una entrada y otro Tercio a la otra. Y trae a la caballería del Charro, que al Tajagüevos lo ha dejado por general y mayor en Carmacuncha, la Carretera, la Subida y la Roca Nacional, porque dé allí si cabe el caso la peor guerra de montaña e irregular y untada que pueda al Sargento General, de modo que jamás suban los cañones al Altiplano.

Y en fin, que los honderos llevados a la grupa de los caballos, tiran de minas y petardos que espantan a muchos en los pueblos del valle, que entran en una flecha hacia la casa solariega de los Cagúas Mitas Alazanes, y tras ellos por Capitanías de mil van barriendo la carretera del valle, y amparándose de cada pueblo, y matando a todos los varones que ven sospechosos, y a otras muchas gentes metiendo en cercados de borregos. Y en el centro del valle, en una Pampa propicia, y según tácticas tradicionales, el Halach Mita y sus capitanes hermanos y la masa de sus partidarios y parientes, casi los 5000 de un Tercio pero no llegan, pónense en batalla con macanas y paveses de su señal, y lucidos uniformes tradicionales, y la borla y las banderas de nación, de ayllu, de linaje y de reynado, y aún las banderas de varios dioses y varias huachas sagradas de su linaje y otros aliados, y la momia del Pedro Alazán Cagúa Mita en andas como bandera, que éstos sabían dónde era que el Añanzú la buscó para quemarla y era oculta y a muchos curacas y sacerdotes de restaurar lo viejo había dado de cordeles y tizones por hallarla, y ahora se la descubren éstos, y el Añanzú les ha arengado a los suyos, y les ha dicho a voz en cuello que den de los “reaccionarios, que quieren restaurar la Mita”, “que clama a la Humanidad tanta maldad y reacción”, “que el Pueblo Cagarrúa es Adelantado de todos los Pueblos, que éstos se han puesto a andar y nada los detendrá”, y cosas semejantes, que les hacen hervir la sangre; y además llevan mejores armas. Y pese a las invocaciones de los sacerdotes y las huacas, y sus derechos tradicionales y fe de su linaje,y limpieza de sangre Arrúa pura y descendiente de Dioses y todo esto y mucho más, y lo otro, los del Halach Mita son barridos y en desorden, con grande escarmiento y matanza, retroceden a hacerse fuertes en su casa solariega. El halach algo sabe, y tiene honderos, y coloca a los suyos entre su casa, en cuyos alrededores se concentran dos mil y quinientos guerreros, y la antigua Iglesia, sede de los frailes y donde desollaron vivo al párroco por hacerse un atambor. Pero es inútil. El Añanzú da de arcabucería, la que tiene, y de unas carronadas que ha retirado de una ciudad, pocas y ligeras,y da cargas de caballería, que contra éstos peones de paveses y macanas antiguas los del Charro son caballería pesada, y unos pocos lo son de verdad por los arneses y cimitarras capturados que tienen, y éstos devastan, y aquí el Charro les hace a otros lo que sufrió del Anchorena; que guadaña, y se siente muy bien a caballo, y comprende a los Guadañángeles un poco; y sigue guadañando. Y sus flecheros dan con flechas untadas, que es el cúlmen de la atrocidad de la guerra entre indios aliados, y los del valle ven con horror las hinchazones monstruosas y otros efectos, desconocidos para ellos, del veneno de los indios Cojones, que procedía de la Breña. Y en fin que se derrotan, pero aquí se lucha en ése pueblo, mitad de obra antigua de cantería de gigantes y mitad de mampostería castellana, y la casa solariega es un castillo antiguo ciclópeo con un techado castellano y habitaciones interiores encaladas y con marcos y puertas castellanos, y es su última fortaleza. El Halach Mita y sus hermanos mueren en la refriega, no les pillan vivos,y a algunos no los puede el Añanzú identificar pues se han quitado todo distintivo por ocultar postreramente sus cuerpos entre los caídos soldados suyos y escapar a los ultrajes. No así el Cagúa mita, que sacarse sus distintivos y borla hubiese sido desmoralizar. Y a éste, cosido de puñaladas y tiros, se lo traen arrastrándolo de un tobillo, al Añanzú, que es en la calle del poblado, llena de muertos. Y los suyos arrean a los supervivientes, separando combatientes de no combatientes, y encerrándolos en corrales de llamas y ovejas, que éstos Alazanes eran fuertes borregueros. Y el cadáver lo manda mutilar de todo, absolutamente de todo, que al dejarlo parece un conejo despellejado por meter en cazuela. Y luego lo da todo al fuego, como da al fuego la momia del Pedro alazán y todas las insignias de realeza y de linaje y de ayllu y de todo, y quema en grandes piras las macanas y paveses de los rebeldes. Y a los curacas y sacerdotes viejos tradicionales los ponen contra las paredes y los arcabucean. Y él mismo el Añanzú, de su mano, va recorriendo el pueblo con los suyos y diezmando y matando a toda cara que ve sospechosa; y quema muchas casas, y desde luego la casa solariega de los Cagúas mitas. Y se queda con sus tierras y propiedades y a los hijos de los rebeldes los alista como soldados rasos y se los manda al Jiri como tropa suicida, aunque entre ellos hay niños de once años. Y los menores los recoge y los mete con las mujeres en “ayllus de castigo”, donde son sometidos a trabajos forzados en régimen de hambre, donde las gentes duran a lo más dos meses, se ha calculado, pues que los sayones son todos plebeyos y ex forzados de las Minas, y los prisioneros son todos “reaccionarios” y “orejones”. y ése pueblo queda despoblado, pero otros del valle, no. Pero como fueron rebeldes, aun diezmados y todo, les carga de impuestos y reduce todo el valle mismo a un “ayllu de castigo”, pero conservando el nombre del pueblo. Y las banderas nacionales de los rebeldes se las queda y hace suyas y las da a sus tropas luego como propias. Es todo malo. Que el Añanzú mató aquí 6000 personas y cautivó al resto hasta 15.000.

Y después, Don Furor o la Fuerza de la Justicia, que en la obra romántica da aquí un encendido discurso con los Andes como telón de fondo, lo que hizo realmente, y fuese su arnés “de perlas esmaltadas” como dijera el otro modernista, o no, que no lo era; y siendo su camino más bien sombrío que no despejado, contra lo que diría aún el otro más, comunista, fue juntar lengua y consejo de cómo tenía a los castellanos en la Carretera, y pareciéndole justo pero satisfactorio, fuése con las mismas fuerzas de castigo, y con el Charro a su lado que lo miraba de reojo hasta con miedo, a dar sobre Santa Cruz o Huáscara, por seguir el escarmiento. Y sus voceros iban por todos los ayllus explicando la justicia que se había hecho de los reaccionarios.

Si el Rocafuertes hubiese habido lengua o barruntos del Altiplano, les deja que se escabechen entre ellos, que sus intereses eran agrandar la provincia Cojona amparada por el Obispo en detrimento de los Guadañángeles, que ésa era su guerra; pero, recordando los laureles del año anterior en el Altiplano y sabiendo que todavía ningún jefe castellano se había amparado de ni la más mínima porción del País de los Cagarrúas, y pensándose de restaurar aquí en pequeño la región de los frailes y bienquistarse las Órdenes, y hacerles Justicia y reparación que se les debía de la barbarie de los indios, y puesto que los propios Indios se lo pedían, que éste siempre decía “Indios” y no distinguió nunca bien las tribus indias, pero distinguía por su cara a un yoruba de un mandinga, que de negros sí entendía, que era lo suyo; pues avanzó con cien jinetes y quinientos peones y él de su persona se amparó de la villa de Santa Cruz o Huáscara.

No creyera viniese el Añanzú por tan poca cosa ni que se saliese del Altiplano en tanto peligro por la Carretera, y sabía las fuerzas Cagarrúas juntadas sobre todo ante Cujatrucha con el Jiri- que se dolía de la muerte de su hermano y quería carne y sangre de castillas y era más numantino y saguntino que nunca-, que era situación muy lejana para venirle ningún mal, y además creía que fuerzas indias de la villa, seguras del pabellón episcopal, pues también darían lo suyo en una defensa. Y se equivocó. Pues que sí los jerifaltes le recibieron como Libertador y todo, pero el Pueblo era frío, que era desilusionado y desesperado, y allí cristianos no habían; bien que éste Libertador Cristiano con rostro del Greco que era el Rocafuertes, creía más en Shango y los Orishas que en otra cosa, pero daba igual. Que no creyó en el Barón Samedi porque no era todavía inventado. Y sus negros no hicieron buena impresión, que bromas con los choclos las gentes del Rocas no toleraban, que eran negrazos de armas tomar, y hasta los que le eran esclavos de guerra eran orgullosos de ser sus esclavos y se tenían por más que cualquier indio, que se señalaban el pecho del arnés de ferre y señalaban sus tizonas y con los ojos muy abiertos y escupiendo saliva de sus gruesos labios, decían: “Yo soy esclavo de Don Rocafuertes”, y miraban a los curacas de orejas abiertas como un policeman yanqui a Speedy González. No era pues a propósito aquello para defensa ninguna. Pero el Don Rocas no era práctico de gentes del Altiplano, que del Altiplano sólo había sido Campeador, que en su anterior campaña no cruzó ni una palabra con indio del Altiplano ninguno. Sólo los mataba. Y eran allí, de los 4000 habitantes indios, cristianos indios ninguno; que todos eran paganos de una u otra religión, o ateos, y eran allí muchas gentes, más de mil,del Matu aún con su señal en el pavés. Y de todos quiso tomar el mando el Don Rocas y organizarlos, y de mala gana los organizó por Capitanías españolas. Pero cuando supo que le venía el Añanzú, y que, aunque era un poco de bajada, traía el Caudillo quince carronadas y todos los arcabuces que tenía, y le explicaron otros y los suyos cómo el Añanzú era hombre que tiraba de petardos y minas siempre que podía, entonces el Don Rocas expidió jinetes a los suyos de Yurumu porque le acorriesen mil peones suyos y diez carronadas y su práctico maestre de campo de infantería, el Joaquín Fernández.

Entonces el Añanzú atacó de carronadas e infantería de pavés, y se le opusieron los 500 del Rocas, que tenía un rastrillo o rastrojo de negros que hicieron mucho daño. Y de otros lados del muro bajito que cercaba a medias el pueblo del lado del Añanzú, o barricada en muchos casos, eran los del Matu y las otras gentes válidas de lucha, que de los 4000 hay que quitar 1500 mujeres que no servían para nada en esto, y niños, y viejos algunos inútiles, que los otros por poco que valiesen se ponían con un pavés en el murete, y allí se hicieron matar, cantando canciones fúnebres, según su costumbre. Y estos dieron en decir y creerse y proclamar que estaban por la Restauración del Cagúa Mita, y eso se gritaban las dos pezetas de enemigos de un lado y otro, que los del Añanzú les gritaban “traidores a la Patria”,y los de aquí les decían “Tiranos sanguinarios que no creían en nada”. Y así se tiraban por la cabeza de todo, piedras, lanzas, virotes, y hasta cacharros y enseres, que daban de los paveses colocados encima en testudo de unos y de otros, según su orden cerrado tradicional. Pero en muchos puntos no llegaron al contacto. Ya vió el Don Rocas que gentes así pues no luchaban por el Obispo, pero si luchaban de momento daba igual, ya harían los castellanos limpieza después. Y aquí el Don Rocas fue herido en una mano, que se le hinchó y perdió el movimiento. Y descabalgó y se metió en un galpón desde donde dirigía la batalla, que era en la línea del muro, de momento. Y los refuerzos no venían.

El Añanzú vió que no, que la cosa no era directa; y entonces retiró sus dos Tercios, que hubieron cien bajas de muertos y ochenta heridos, y no sabía cuánto estrago habían hecho del otro lado y ni se contó; y mandó darles carronada hasta agotar las municiones, de un lado, y del otro caballería doblada de flecheros, y flecha untada. Y aquí los negros del rastrillo o rastrojo algunos fueron tocados, y fue catastrófico, que los negros al ver aquello se espantaron y se deshicieron . Y los del Matu y los del pueblo, no menos. Que era rozar u oler siquiera, les parecía, aquel unto o sus miasmas, e hincharse la gente y morir horriblemente, aunque de momento muertos habían pocos, pues tardaban en morirse, y todavía ninguno era negro, sino verdes e hinchados como monstruos, y algunos ciegos, como ocurrió con un negro, porque las carnes de la cara se juntaron y le tapaban los ojos. Y a éste un sargento negro práctico, esclavo de guerra del Don Rocas, le abrevió el sufrimiento de un tiro. Y el Don Rocas, desde el galpón, guarnecido y manco entrepajado, que se puso casco y celada,o mejor se lo hizo poner, que él era inútil, animó el ejemplo de ése negro y le gritó que matase a los que hiriesen, y a los negros les gritó que si les rozaba una flecha, ellos mismos se matasen, por demostrar a los indios que eran raza más guerrera y más machos, y los negros, con amplias sonrisas y miedo en los ojos volvieron al tajo de la lucha, dispuestos a morir por su Dios el Rocas, que era el propio Señor del Hierro pues que así hablaba. Y así no se cedió de este lado del murete, pero los jinetes, en ver sus caballos poco guarnecidos caer muchos muertos e hincharse como elefantes, descabalgaron, tizonas y rodelas en mano. Todavía muchos jinetes del Rocas sufrieron unto y murieron horriblemente. Y aquí se estrelló, al cesar la flechería por fuerza, el primer Tercio del Añanzú de soldados de negro y con su señal, que marcaban el paso y gritaban “ho,ho” y “Añanzú” y también “Iál aichía Fir Uyr”.Pero los negros, desechando los cadáveres monstruosos de sus compañeros, que alguno hubo acorazado que por las junturas del arnés salió su carne en rodajas, toda verde y semitransparente, resistieron, ocupando el lugar de los acorazados caídos- no todos- otros negros de cota o alforre o a ropas, pero muchos negros iban con peto, con o sin espalda, que les gustaba el brillo del peto al sol y los hacían brillar como espejos. Como vió el Rocas que el negro sargento dirigía de hecho la cosa, le gritó que lo hacía libre y capitán, y el negro, que se llamaba Antonio, se creció. Que el Rocas era a su lado y hablaban los dos en muy alta voz haciendo comentarios tácticos porque todos lo oyeran y le decía “Don Antonio”, y siempre más ése negro, mozo allí de treinta años, fortísimo y hercúleo, fue llamado Don Antonio, y fue hombre libre, y capitán del Don Rocas para todo hecho cual fuese y contra todos los hombres del mundo.

Pero de nada les valió. Porque los indios, curacas, del Matu y otros, sí se cedieron, y a ellos la flechería sí les ablandó, del otro lado, y cuando dio de ellos el segundo Tercio del Añanzú, desampararon tres metros de murete, que era a la cintura de un hombre, de piedras apiladas, por aquella partida, y de esa brecha vino la rota. Que los jinetes del Don Rocas le dijeron que tenían al enemigo dentro por la espalda según eran, haciendo un gesto con el pulgar hacia atrás. Y el Don Rocas le dijo al Don Antonio que desamparaban, que se retirarían en orden fuera del pueblo, sin deshacer el rastrillo, caminando hacia atrás en cuadro. Y montó el Don Rocas, y recibió un hondazo que por poco le saca un ojo, que le quedó media cara morada y la parte de sien hinchada, que luego se le puso azul oscuro. Y sin ver mucho por un ojo, el Don Rocas dijo a los suyos “No es nada”, y siguió dirigiendo la maniobra, que se hizo con orden, y así, con muchas bajas pero con orden, el cuadro de peones con los jinetes alrededor, sin abandonarlos, excepto dos que luego el Rocas ahorcó de un árbol, y eran éstos blancos y los peones eran todos negros o amulatados, salió de Santa Cruz. Que la jinetería del Charro les fue dando de flechas, untadas y no untadas, y muchos todavía iban hinchándose y aullando, y sus camaradas de al lado los degollaban o les daban un tiro en la cabeza. Y en ver esto el Charro dio vuelta a sus jinetes y dejó a la tropa del Rocas; pero el Añanzú mandó dar de ellos de carronadas, y le tiró como sesenta tiros, que muchos eran pelotas y cayeron cerca o dieron algunos, y otros eran metralla, que una explosión desbarató un tercio del cuadro y quedaron cuarenta negros muertos o malheridos, y aquí según andaban no se pudo rematar a todos, y los dejaba. Y así salióse del alcance de las carronadas y se salvó bel Don Rocas, que fue el siguiente Sargento General de Santa Fe de Verdes.

Pero del pueblo … Rotos ya, la resistencia de pequeños grupos y de algunos aislados de poco les sirvió en pezeta de todos; la población fue perdida y en manos del Añanzú. Y quemó la bandera del Obispo y las del ayllu y cofradías religiosas tradicionales, que las insignias católicas de la región de los frailes ya eran quemadas desde inicio; y a todos los que encontró con armas en la mano o eran en edad, los mandó degollar desde luego. Y a las mujeres y niños los arreó como recua, que había dado ya en la costumbre de sacar mujeres de los “ayllus de castigo” y regalarlas a sus capitanes y soldados; y no era del todo malo para ellas, pese a que el nansú daba por rotos los matrimonios y lazos familiares de ellas y les daba nuevo nombre y ayllu y ser civil de mujeres, que si eran prisioneras es porque ya sus maridos eran muertos, y separadas de sus hijos, excepto los más pequeños. De modo que así, hombres que en las Minas y otros de clase ínfima nunca se hubiesen casado por carecer de dinero para comprar una mujer o ser malos partidos, si eran buenos soldados, el Añanzú los casaba, y podían formar una familia, y muchos lloraban de felicidad. Pero a sus capitanes les daba mujeres bellas o lo mejor que hubiera, escogidas, y en cantidad, por concubinas, y por condecoración; de modo que algunas hazañas de mando se tasaban en número de mujeres; así no tenía que degollarlas.

Pero el  pueblo de Santa Cruz o Huáscara fue abrasado completamente, de modo que nada quedó que amparar, y nunca más se reconstruyó.Y dícese que los viejos inútiles se quedaron dentro de sus casas y ardieron con ellas, y algunas mujeres y niños y algunos cobardes y maricones que se habían escondido en lo remoto de las casas desde que empezó a haber problemas, y que no se atrevieron a salir. Fue aquello muy malo, pero así fue. Y así el Añanzú impidió que parte alguna del país de los Hombres Serios fuera en manos de castillas. Y se volvió a Cajacuadrada, donde buscó más lengua y más consejo, y siguió preparando la defensa contra el Sargento General Tomás Cabestro.
Y así hemos visto que aquí fue rota del Don Rocas por meterse en un problema que no era el suyo, y que provocó otras consecuencias. Una fue, pero de eso él no era responsable, que los quintacolumnistas se desanimaron mucho de alzarse detrás del Añanzú; bien que si éste fuese estrecho sería más fácil, y su razón así lo decía, que eran hombres de consejo todos y algunos de gran consejo, pero su corazón era lleno de miedo, pues se les sumaban, como sucede a veces, todos los miedos, y en fin, pudieran no fiar del todo ni en Don Ramón ni en el Sargento General, y en este caso hacían bien, que a todos los que mataron frailes el Cabestro si pudiera les quitaba la piel. Pero hubieron sus más y sus manos, y el Añanzú era un tirano. De otro lado, cuando el Bagre, tras haberse adentrado hasta el extremo occidental del gran lago de Tumi, que del otro lado debían ser los Guadañángeles, y ver que eran ya a vistas las rosadas cumbres de los Andes grandes, dio por hecha su entrada, que había contravenido del todo la política de su padre con los indios y mató a cuantos vió,y se juntó por fin con éste, que venía herido y entrapajado y un poco desfigurado de Huáscara. Que en total perdió allí Don rocas cincuenta jinetes y casi trescientos peones, éstos casi todos en la flechería del murete y en la retirada. Y los refuerzos le llegaron tarde y los hizo volver para atrás, pues que la villa ya ardía. Pues dio el Bagre en gran furor, que le hiciesen eso a su padre, que él se comía a los indios, y todo eso. Y fue inútil disuadirle, que bien le conocía su padre, y era dolorido y para pocas bromas ni charla siquiera, que sólo le aliviaba fumar sentado en una silla de paja en el palacio en ruinas de Yurumu donde se aposentaba, y el Bagre,después de discutir mucho con otros capitanes y con el José Fernández, que al éste el Bagre le sacó una pistola y se la puso en medio de la frente, tomó de su cuenta sus 300 jinetes que ya llevaba y mil peones, no diezmados de la anterior, y con dos rastrillos de negros acorazados, y un tren de carros con diez carronadas, se fue a tomar él sólo el Altiplano. Allá él. El padre le dejó hacer, y aunque suponía que no vencería, pensó que no poco daño haría a los indios. Pero las fuerzas del Rocas quedaron melladas, aunque sus emisarios seguían sus pregones por el País de los Cojones. Pero la entrada del Rocas en el Altiplano, bien que fuese por el lugar, aunque medio altillo, más bajo, provocó una junta en los jefes que eran del Guadañángel en la vera del lago de Tumi. Y aquí hay que situarse en los fechos de éstos últimamente.

Que el Macabeo era, como hemos visto, malherido; que El Cota había sido acostado con fiebres por la sífilis avanzada que había, que era llagado y se le pelaban las manos y la nariz ya era chata. Y se reía cada vez más con risa de hiena. Que las fuerzas habían hecho muchas entradas y salidas y matado en todo el invierno bien 12.000 indios mínimo, acaso más. Y que, dejándolos aún buenos, el Daniel se había ido a explorar los pasos de los Andes y a buscar lengua del oro de la Breña, mientras otro capitán reconocía y hacía sentir que era suyo el terreno todo al sur del Presidio; que la bandera verde de la Guadaña se hacía ver, en fin, y las líneas con la Breña del Don Tupi eran para el Rey de Israel un contínuo sobresalto.

Y que el Daniel, adecentándose, cortándose el pelo y recortando la barba, y vistiendo su armadura buena de Capitán General, que también mandó adecentarse a sus cien jinetes y ponerse en figura de parecer soldados españoles y no delincuentes, pero fue difícil; que suscribió en nombre de España, que pues era juez por la Carta Magna se creía con derecho a ello, que luego el Sargento General haría caso omiso de todo, hasta cinco tratados con otras cinco tribuítas de la Montaña, pero con los gringoítos, en cuya capital de la Montaña fue, y fue curiosa historia de la que el Daniel luego escribió una “Relación”; con ésos no hubo forma. Y con algo de lengua y barruntos del primer Paso,fuése al segundo, donde estorbó de guerrilla las líneas del Don Tupi y recaptó mucha lengua contradictoria de muchas cosas también contradictorias. Aquí se enteró él de la rara historia de un Alférez- Emperatriz, que más tarde sería la comidilla- no por él- en todo Santa Fe de Verdes. Y con la idea de que el Don Tupi era un tipo pero que muy muy raro,y que sus negocios eran abstrusos, y alguna lengua de las constituciones políticas de los Jiborianos y los Motilones y otros, pero sólo por encima, se volvió al lago de Tumi. Y allí se encuentra a su hermano el Macabeo,mutilado y herido, aunque de sus rarezas ya sabía desde la infancia, que vivir en Castel Guadañángel de Alt era ver OVNIS todos los días de su vida desde que hubo un año o dos y podía recordarse; y al Cota  enmierdado hasta las cejas de sífilis y todos los males sexuales de acaso 1000 violaciones en su ilustre carrera de buitre de rapiña, sin contar a las putas, a las que cobraba él, “por putas, que no merecéis vivir, más que putas” (él era así, un gran tipo), y diciendo trabucadamente y temblando de fiebre que no podía ser que el Rocas de mierda se les adelantase, y que si antes no habían dado del Altiplano, que ahora él sólo se comía con patatas Cajuacuatrucha o Putachantra o Panchatantra, que todos esos nombres me suenan a camelo”, y que al Cagón Mitra el Pedro Alazán él lo colgaba por los cojones … aunque no fuesen indios Cojones, ja, ja, ja. O sea, que ni sabía que el Pedro Alazán era muerto y todo lo demás.

Y el Daniel, más sereno, y viendo que había aún tiempo, y que quien tenían del flanco que esperasen estrechar el cinto de los indios era el Rocas y no su padre o uno suyo, que del Loquín no supo nada, y que siempre podían hacer la Gran Cabalgada sobre Tupinamba de través al saber por señales de espejos que era atacando su padre del otro lado, pues que tenía puestos ojeadores aquí y allá, que dominaban la llanura; y sabiendo el daño que les hacía el Rocas dando la paz a los indios y amparándose de la provincia del Cañizo, pues pensase que sí, que El Cota tenía razón y mucha, pero que se hiciese sensatamente, con consejo y lengua, y que saliesen primero de exploración por ver de Cujatrucha qué era, y entonces decidir, pero sólo entonces, si iban al norte o daban de los Cagarrúas un poquito, sólo para igualar y mejorar al Rocas y no más.

Eran las tropas un poco cansadas y melladas y gastadas de tanta campaña, pero así y todo, el Daniel se guarneció ligero y salió con trescientos de un lado hacia Cujatrucha por ver si habían pasos entre Cujatrucha y los Andes que se pudiese tomar la villa por la espalda, o hacer una incursión al menos; y El Cota, temblando de fiebre, fuése con otros 300 del otro lado, reconociendo entre enfrente de Cujatrucha y la subida principal por donde había bajado el Añanzú, que la asolada Huáscara quedaba veinte kilómetros a su derecha una vez allí. Y de allí Yurumu con el Rocas a sesenta por su espalda. Era una buena tirada desde su base del lado oriental del lago de Tumi. Y vueltas que fueron las avanzadas de tropa de la última tacada del Presidio, que hostigaban como podían, y sus comunicaciones con Tupinamba, que a veces pillaban sus trenes de mulas y llegaron a a brasar Tupijuana, que era gran jornada más de 400 kilómetros de desierto y Pampa al norte y oeste de su toldería del lago de Tumi; con éstos y otros, dejó otros 500 de retén con el Macabeo, que era ya acorde y hablaba, pero muy postrado; y de capitán dejó a un hombre suyo de confianza del Daniel , que de ése no sé el nombre. Le diré Don Confianza del Daniel, y ya está. Era hombre ya práctico y viejo, eso sí se sabe.

Y fue que el Daniel, tras reconocer los muros de Cujatrucha, donde vió, puesto al revés, el pabellón de guerra de su Casa, que era la bandera de su hermano el Macabeo, sobre la puerta principal del norte de la villa, fue de ello dolido, pero reconoció que allí y en los alrededores habían más de 10.000 indios. De noches y por ojeos, capturó gentes y, de cordeles y de otras maneras, supo que el Jiri, que era ése el general indio, tenía hasta 25.000 hombres en varias partidas, y que era la entrada al Altiplano por aquí fuerte cosa. Y se deshizo de los lenguas estirándoles la lengua un palmo, y reconoció los otros pasos o subidas, y comprobó de sus vistas que el único paso decente era Cujatrucha, y que era por eso que hacía cosa de cincuenta años los castellanos hicieron allí su ciudadela, en el camino al lago de Tumi y las praderas, y más allá el desierto de piedrecillas y el Presidio.Y sabía que detrás de Cujatrucha era, si tomada, una comarca de la que se podía vivir, y detrás Cochambrecanchas. Así que buscó sus pasos del otro lado, pero eran infernales; pues que de Cujatrucha eran ya estribaciones bajas de los Andes Mayores. Pero aún así, quiso conocer si en unas arboledas inmensas pudiera haber un paso, y exploró una semana; eran pasos que, saltando rocas y caminos de cabra, tendrían que ir las gentes de uno en uno, y al final, tras cinco jornadas, había un desmonte que no podían franquear los caballos. Por allí vió osos. Y con ésas se volvió de su exploración sabiendo que ni en sueños con jinetes y sin artillería podía nada intentar contra Cujatrucha, que era plaza fuerte y de tan superiores tropas, que incluso el Jiri en una maniobra que hubiera suerte, podía dar con ellos y fuese la mayor rota de castellanos y el mayor descrédito a su modo de guerra a caballo, y eso no, que no era sólo un modo de guerra sino de vida, y valía la pena mantener su prestigio aunque fuese con mentirijillas, pues era demasiado bello como para dejar un mundo de peones donde no valdría la pena vivir.

El Cota reconoció lo mismo y fuése al otro lado, y reconoció tres jornadas el buen paso que usó el Añanzú. Era practicable, pero más arriba habían blocaos bien dispuestos, y poblaciones casi en zigzag que el Añanzú usaría para darles duro contraste, y más arriba, en el borde del Altiplano, una plaza fuerte. Querer evitar esto sólo podría conducirles a una guerra de montaña por pasos peores que de cabras impracticables por los caballos. Dio pues en pensar lo mismo que el Daniel; que sí se podrían meter en el Altiplano de matute espías o incluso un grupo que quemase, a caballo, y diese por culo; pero no una victoria de relumbre ni nada que ni siquiera fuese a saberse sino por los cuatro indios desgraciados que matarían de paso, y eran malos testigos de sus hazañas sus víctimas muertas. Era desanimado. Luego se acercó, ya que estaba, a las ruinas de Huáscara, y comprobó que el Añanzú era, como menos, tan hijo de puta como él, y eso sorprendió al Cota, pues era un ingenuo y creía ser el hombre más hijo de puta de todo el universo. Y a comparación de otros, era una bella persona.

En éstas su hueste dio con la del Bagre, y fue malo. Fue con mal pie, que los suyos dieron la voz de alarma cuando El Cota estaba cagando. Y así, mientras el Daniel en ésos momentos era ya en las tolderías y sin esperar consejo del Cota pues era resuelto y el caso evidente, mandaba recoger y ser dispuesto a irse al norte en cuanto volviese El Cota, que estaría de acuerdo con él seguro pues no había otra; y con el Macabeo postrado diciéndole que hiciese lo que le diera la gana y que a él le llevasen en un carro, que era muy postrado; pues fue entonces que empezó la batalla entre el Bagre y El Cota, que fue fatal al segundo. El Bagre iba en vanguardia con un escuadrón de unos doscientos, desplegados, e iba felón de lo sucedido a su padre y quería carchena de indios, o de quien fuese. No era a vistas el resto de su fuerza. Y El Cota, con el culo sin limpiar, y con algún retortijón, pero “ya acabaría de cagar luego”, se echó sobre el caballo, y pensase de dar del Bagre por avisar al Rocas, que el Cota Matamoros era muy enemigo de agricultores y de negros y de criadores e importadores de negros, y del Rocas y de la Ciudad y del Cabildo - que había prometido abrasar- y en general de la Ley, y sabía por barruntos de su melón que el Rocas iba para siguiente Sargento General, pues que El Cota era de los que hacía años cruzaban apuestas sobre cuánto duraría el Don Tomás Cabestro vivo, y con algo de lengua suelta que el Rocas era herido ligero en la media rota del Añanzú última, quiso dañarle su hueste y fuerzas, y su podía, matarle al hijo porque reventase el Rocas, y la tierra de los indios Cojones fuese íntegra de Estancieros y Encomenderos y el Reyno de la Vaca fuese eterno, pues que en Santa Fe de Verdes sólo habían derechos los descendientes de los veinte linajes de Conquistadores y todos los demás eran ajustadizos, siervos, servidumbre, purria y en fin extranjeros, que el Rocas era un peninsular. No es raro que descendientes suyos- tenía 28 hijos- fuesen los primeros en dar el grito de Independencia, aun cuando ésta fue posibilitada por sus enemigos de la Ciudad, que lograron que se pringasen éstos y ellos siguieron siendo fieles súbditos de España diez meses más, y luego proclamaron la República de Chafundiolgg contra la Tiranía de Santa Fe de Verdes que proclamaron los Cotas, de lo cual hubo guerra civil durante veintiún años tras la retirada de España; pero eso ya se verá, o no. Esa Tiranía era el paso previo a una Monarquía de los descendientes de los Conquistadores, que la fusilería de Kravatsky frustró definitivamente en Hojalateros en 1845.

Pues bien, ésta fue un precedente, si bien aquí todos eran gauchada y caballaje a cuál más salvaje, y rima, qué bien; y El Cota se creyó superior en cien jinetes y dio de atacar y herir y guadañar según pudieran, que era obvio que no era contra indios peones y desguarnecidos. El choque fue duro, pero los que llevaban la iniciativa guadañaron; si bien la terrible furia del Bagre hizo mella y estragos entre los atacantes, pero no era tan fácil. Iba mucha gente guarnecida, y si no de cota y alforre variado; y todos sabían más o menos lo mismo, de modo que mucho golpe era parada, y chapazo, y rodela y plinc planc, y poca sangre, excepto de caballos, que se machacaban como si fuese gimnasia. Pero sí había herida; que uno se cansaba antes y vacilaba y entonces era la herida por algún punto desguarnecido. Y había también  maniobra de caballo y rencuentros como torneo a espada, si bien habían, aunque pocas, algunas lanzas, y algún arcabuz corto o escopeta y pistolas dragonas, e incluso alguna ballestería montada, que saltaban cráneos de un virote a quemarropa; pero claro, tan cerca, era una tirada y luego a tizona. Y El Cota, tembloroso, era una furia; este hombre era una bestia corrupia, una bestia parda, una guadaña, que escabechó a media docena  y cortó de un mandoble la cabeza de un caballo. Pero el Bagre con su alfanje era máquina de matar. Y de la hondonada en sentir sus cornetazos le vienen otros cien jinetes suyos que cargan cerradamente, y a poco venían peones que tiran para delante a paso ligero. Y El Cota tiró a bandera desplegada, que era la suya simplemente una bandera negra sin más. Y el Bagre no dio de abrir la suya, por aturullamiento, por turulato, y por desprecio. Que bien conoció que era El Cota, un enemigo suyo y de su padre de años. Y dieron de sí, que se buscaron, que fue lucha épica. Como los paladines de Ariosto, sacaban chispas los golpes de los metales, e hicieron caballerías dignas de Firdusi, pues eran turulatos y bestias y dementes hijos de puta, pero de lo suyo eran óptimos y peritos, siendo además entrambos buenas personas; por lo que eran épicos héroes. Que el Bagre era de rostro abierto de Bagre y un gaucho achaparrado que no se lavaba jamás; que eran sus piernas arqueadas del caballo hasta cuando andaba que era poco o nada, que salía de la cama al caballo y del caballo a la cama, que hasta cagaba desde el caballo. Y El Cota con su risita de hiena era titán, de su 1, 50, con su frondoso bosque de negra pelambre erizada y “afro” más grande que la copa de un pino. Pero no fue, oh, en buena lid que murió El Cota, con el culo cagado y sin poder dar de cuerpo por vez postrera, que tenía ganas, pero a su furor no le importó, que era hombre duro capaz de comer y cagar a la vez y que una puta se la chupara, mientras mataba con la mano libre; sino que un escopetero del Bagre se acercó por detrás, que eran giros de buenos caballistas, y cuando era separado del Bagre diez metros que se iban a embestir, dase la vuelta y se topa, aturulado, con el otro jinete, que se acerca y se solapa que le huele el aliento y le apoya la pistola en la nuca y púm. Así murió El Cota. Su hueste se derrotó, se retiró con su bandera y se reagrupó más lejos, por luego recuperar su cuerpo.

El Bagre les contrastó el cuerpo diez días, hueste frente a hueste, que hasta les dio de carronadas porque se fuesen, y el cuerpo iba pudriéndose al sol. Que la hueste del Bagre le vino y se quedó allí en cuadro. Y al final la hueste del Cota se fue. Al otro día el Bagre se fue también, en dirección al Altiplano, donde se pensaba de herir, y entonces volvió la hueste del Cota y recogió el cuerpo, que era ya negro, y, sobre un pavés en andas, lo llevaron hasta la toldería del lago de Tumi, donde los Guadañángeles lo enterraron bajo un túmulo de piedras prehistórico. Créese que le sacrificaron unas llamas y una mujer india prisionera, que el Daniel la degolló, porque El Cota follase en el Valharana o lo que sea. Fueron unos funerales de la edad de la piedra. Ellos eran así.

Esos fueron los funerales de El Cota, de la ganadería de los Matamoros, ario hijo de ario y judío hijo de judíos de Badajoz, que jamás en su vida pagó de su bolsillo una coraza, porque siempre fue de cota, por tacaño y ruin; que fue grande hombre; cuya sangre se remontaba a los Almohades. Por ir sumando diremos que el Bagre se dio de morros con la subida del Altiplano defendida por blocaos, y que aquí los hombres del Añanzú le echaron petardos, hondazos, carros de heno ardiendo, vasijas de aceite ardiente y teas de aceite, y avalanchas; aparte de flechas de unto; y que en aquella subida perdió en mil metros mil hombres y doscientos caballos, por lo que, felón y follón e hijoputón, lo dejó correr; que se volvió derrotado y se aposentó en las ruinas de Santa Cruz de Picolet Huáscara, como hiciese Juan de Picolet cuarenta años antes, al reconstruír Huáscara como ciudad cristiana.
Era el altiplano de este lado menos duro, ya realmente duro.

Pero la consecuencia peor del mal movimiento del Don Rocas, bien que movido de los paisanos indios de Huáscara que se quisieron de él amparar, y que movió todos los otros movimientos que hemos visto, y la muerte del Cota, que fue gran tala, es que los Guadañángeles, bien que no sólo por éso, pues que no podían dar del Sur ni rebelar en pro de España las tribus de la Montaña, que a Dios daban gracias de ser allá arriba lejos de los castillas, y puesto que el país del Cañizo, o comarca o provincia o región, lo que se quiera, era de un lado abrasado ya a fondillo y restos torreznos, hecha gran masacre, y de otro amparado por el Don Rocas y no eran seguros de que su padre aprobase la Guerra Civil abierta ya, con las campañas pendientes y lo mucho por ganar aún de los indios Cojones y de Tupinamba y todo eso, pues que se fueron con toda su Hueste hacia el norte, abandonando su dominio indiscutido de las praderas del lago de Tumi. En una base más al norte creían poder repetir más arriba la jugada del país del Cañizo al Sur, desde donde ya no lo amparase el Don Rocas, y apretar Tupinamba y en su momento, enlazar con la Hueste de Encomenderos dirigida por su padre, o dar de Tupinamba de un lado y los otros del otro; o si no, dar del Presidio o de los Pasos de los Andes tan amados por Don Tupi el Rey de Israel. De otro lado, los supervivientes de la jornada del Loquín, salvados por el Bagre y pasados a su campo, aunque luego sueltos y a su bola y con toda la intención de reintegrarse a los de la Guadaña, hicieron gran exterminio de indios Cojones en el saliente de tierra de Cañizo más al Sur, de modo que fueron a salir a la pampita del fortín Nepomuceno , que hallaron en ruinas. De ése modo se despobló de indios Cojones el que acaso fuese su último territorio tradicional, que todo lo del norte era dado a los Cojones por desplazarlos el Arrizabalaga tras eliminar a los Anandrones por ser unos…y habiendo sido Tupinamba la capital de los Anandrones, bien que con otro nombre, que Tupinamba se lo dieron los indios Cojones en recuerdo de su mítica capital Tupi Nambure, que venía a ser su Jerusalén de los Cielos, cosa que recuperaron las aberrantes actas de su Concilio, como vimos o más o menos y si no se recalca. San Juan de Tupinamba, nombre en desuso ya entonces, era el nombre frailuno. No supieron captar del todo la analogía del santo predecesor decapitado con el dios decapitado y castrado Chipote , de los indios Anabdrones, y de casi todos los otros, pues entre Cojones y Cagarrúas, y antes los Quilates, éste culto siempre tuvo su lugar, bien que no en exclusividad y juntado con los otros, Tumi, Uiracocha,Apachetu, Churrascu y los que fuesen. Sí que era interesante, y muestra cómo el criterio frailuno aquí seguía la escuela de la “assimilatio” cristiana, versión de la ya practicada por los romanos, de los dioses locales, el que San Juan Bautista fuese el Precursor de Cristo, y así pues, como vieron analogías en Chipote, un Osiris o Chipe Totec, con Cristo, y su culto precedió en estas tierras al cristiano, pues “San Juan”; no está mal. Ahora bien, el otro San Juan, el Evangelista, el Apocalíptico, prefiguraba algunas escenas que en diferentes épocas se vivieron en esta ciudad; y en tal caso, aun cuando de rebote, el nombre fue profético. Y en Tupinamba hubo una Salomé …Bien que ésta era torpe moviéndose en cadena; pero las poses fijas que hacía … bocato di cardinale (gesto de boca y dedos).

Pero decíamos algo menos simpático; y es que los hombres o lo que fuesen del Loquín dieron cuenta, bajo órdenes del Bagre, de quince poblaciones de indios y allí acabaron con acaso 10.000 personas, toda la población de ése Entrante. Fue malo.

Hay que decir aquí, antes de la ofensiva final contra Tupinamba de la Caballada, que, simultáneamente a las rebeliones que estallaron en la retaguardia del Añanzú y de las que dio cuenta severa, estallaron ciertos problemas en la retaguardia castellana; y ambos, que fueron dos, fueron resueltos con singular presteza por el Lugarteniente del Sargento General, Don Xavier De la Pela Estela, llamado también en algunos documentos Don Javier de la Pella Estrella. Los problemas fueron, por sumas, luego se verá su resolución, de un lado las añagazas y sediciones del mestizo traidor el Servando Martín, que desde las costas y embozadamente quiso organizar la Filibusta con unos veinticinco hombres, de cuyas hazañas navales en barca se hablará; y la rebelión de los esclavos negros en el distrito norteño de Criadero, o Criadero de Verdes, conocido popularmente por el Criadero de Negros.

El hombre que resolvió estas cuestiones era, sin más, el “hombre fuerte” del Cabildo y de los Comerciantes, con grandes relaciones en el Servicio, que era ahora en ser Lugarteniente, a su servicio y orden; y pese a todo era en este año 1642 mozo de 32 años, que nació en 1610. Con la oposición del Obispo pero el apoyo de mucho clero y aquiescencia de las Órdenes, este bravo catalán, gran enemigo del Decreto de Tierras del Sargento General, y gran usufructuario de las carnes pero acérrimo enemigo de la Caballada y de Don Guadañángel, Son Xavier, bajito y rubio y gollut, pasaba por el mejor apoyo y sostén del candidato a Sargento General Don Rocafuertes; y de hecho fue luego su Lugarteniente también, y muchas cosas más, hasta que en 1670 patrocinó el conocido “Arreglo” que relacionó Santa Fe de Verdes con Inglaterra por vez primera, si bien con un delincuente; bien que un delincuente, el conocido y nunca olvidado y siempre sonriente capitán Errol Delfín, apoyado por fuertes banqueros de Panamá y armadores de Acapulco.

La cuestión de la minúscula Filibusta siempre era ahí, pero desde que el Servando Martín volvió de Panamá con una veintena, se calcula, de ingleses peritos en artillería y otras artes militares aprendidas en bajeles de armado muy irregular y tortuguesco, fuesen privateros, filibusteros, piratas, corsarios o hijos de puta, que de todas las maneras se les llamó y como todo actuaron, pues si tenían permiso escrito hacían exactamente lo mismo que si no podían procurarse uno, que era guadañar pero por agua; pues que los asaltos navales y de costa, y de mar a costa, que eran los peores, proliferaron. A poco de irse el Sargento General, que era ya camino del altiplano; y mientras Don Xavier y otros tomaban las riendas de la Colonia y le seguían preparando la camareta, y cuando la reconciliación del obispo con Don Rocas le forzaba a un “modus vivendi” con el Lugarteniente que lo era este año en lugar del obispo que lo fue en la campaña anterior, y era de ello felón y follón y malón y cabrón; pues ya dieron señales de vida los de La Banda del Servando de sus mañas. Estos desembarcaban de noche y asaltaban una casa de las cercanas a la Costa, de plantaciones; o una aldea; y en un lugar se llevaban dinero, joyas y hasta muebles u objetos preciosos si los había, en sus dos o tres barcas armadas o medio armadas, violaban alguna doncellita, o a alguna Dueña jugosa, torturaban un poquito a algún dueño porque dijera dónde era escondido el tesoro, y hasta a veces se llevaban a una niña o un niño y pedían rescate. Alguno se les murió de un mal aire. Y en las aldeas se llevaban a veces cargamentos de pesca abundantes; y eran de un lado organizados como una fuerza de choque, del Servando y los mercenarios ingleses o asimilados - que habían mestizos y amulatados pero de blanco inglés y no español-, y algunos ingleses eran criollos, de Virginia o Massachusetts, o sea, que eran norteamericanos. Pero aquí eran ingleses, que era todo tierno y verde. Y de otro lado el Servando puso espías de mestizas y mestizos y mulatas y amulatos del país, y hasta vieja pelleja castellana hubo que, haciendo ganchillo, no perdía ojo y les pasaba informes. Y otros eran por los lugares de comercio de Santa Fe de Verdes y Puerto Chapuza. Y primero en Puerto Chapuza y luego en Santa Fe de Verdes, el Servando Martín, disimulado de caballero castellano por ser muy aclarado, abrió bufete de abogado, e iba el hombre de bigotes al cielo, gran espada, de negro severo, golilla  a la mode, que era  Felipe IV, y con los chufos a los lados semilargos de moda española; y no se perdía una misa, obsequiando a frailes y Órdenes. Se dirá que no es exactamente el puente de un bajel pirata; pero era su despacho peor cabina de mando que la del Capitán Blood. Pues que éste hombre dirigió la Filibusta desde los bancos de afuera de la Catedral de Santa Fe de Verdes.

Porque en el resto de éste año 1642 se multiplicaron los ataques de varios tipos, pero que, en armarse bien de una trainerilla bastante buena, se concretaron más los ataques de mar a costa, donde a poco se vió a los piratas, casi siempre encapuchados, bien armados de mosquetes y pistolas modernos y no de los tiempos de Maricastaña como el Servicio, y si alguna vez iban con ballestas, se decantaron por el arma de fuego; e iban ligeros, generalmente con guardapolvos oscuros, aunque en algunos de los primeros asaltos, si había peligro de dar con corchetes, el misterioso capitán encapuchado o con antifaz iba guarnecido de una media armadura bastante buena. Cuchillos, hachas y espadas rectas y curvas de guerra, de fábrica extranjera, no les faltaron de ahí en adelante. Era que la acumulación de Capital mejoraba las máquinas, técnicas y herramientas de trabajo; y que los técnicos eran peritos. Estos Bandidos de Mar dieron mucho que hablar todo aquel año mientras fue Lugarteniente Don Xavier; y el Servicio trató de seguir sus huellas, pero en vano. Ahora bien, cuando atacaron de barco a barco la galera de Puerto Chapuza y se llevaron correo, alguno medio confidencial, dieron muertos como a diez guardias en una lucha en regla, que hubo testigos que lo explicaron, y se llevaron una suma ingente de dinero, la cosa muchos creyeron que era ya grave. Unos, más ingenuos, creyeron que era ya el colmo; pero otros, entre ellos Don Xavier, que tenía un ojo puesto a ésa cuestión entre otras cuarenta graves y urgentes de igual o mayor calado, como los Abastos a la Guerra, Burocracias miles con Nueva Granada y España; guerra entre los Franciscos y Jesuses que dejó en junio un saldo de treinta frailes muertos en acción de guerra; libelos; duelos; guerra entre dos importantes familias por un lance de honor, etcétera; pues el Don Xavier al ver a los piratas ahora con capital suficiente, temió que pasasen de las barcas y trainerilla al bajel pirata armado de cañones. Y así fue. Los ingleses del Servando eran expeditivos y tenían prisa; no habían venido tan lejos por nada; como vieron que era imposible pasar las líneas para contratarse de mercenarios con los indios, que su patrón - Don David el Arriero- era muerto y el negocio extinto; y no querían pringar de soldaditos en la Hueste Real de la Colonia, donde hubiesen a lo mejor podido emplearse; quisieron hacer lo que sabían. Primero buchan rías de poca monta, y luego dar de los barcos en ruta, aunque fuesen pocos, y golpear aquí y allá. Y siempre, con sus métodos de piratas, con mucho secreto y mucha organización y mucha lengua; tener ojos y oídos en todas partes. El talento picaresco del traidor Servando Martín y su gusto por aparentar ser caballero hicieron el resto. El barco, no muy nuevo, se compró en Panamá. Tenía quince cañones, y le daba mil vueltas en rapidez al Galeón único de la Flota colonial, el “Verdes”, botado en 1599, a los dos bergantines, que eran de menor tonelaje y armamento que el buque pirata, todavía sin nombre, que el anterior lo rascaron y taparon, y por supuesto a las dos galeras de quita y pon del Correo armado entre Santa Fe de Verdes y Puerto Chapuza.No faltaban barcos particulares que fuesen de armadores o capitalistas de la Colonia, o que tocasen esas radas y frecuentasen esas aguas, pero eran particulares y de carga. Aquí las cargas tentadoras eran los negros del Criadero, que al saber que existía tal cosa en el mundo a un inglés se le abrieron mucho los ojos y le hicieron chiribitas contando sean doblones sean libras sean dollars, que él en dar de ésos pensamientos monetario-libidinosos los estaba prefigurando y como que existía ya el arquetipo en su espíritu, y dijo el inglés que era “el mejor invento de toda la Historia, pues que negros siempre harían falta, para hacer el trabajo pesado, y criarlos, si Africa era lejos, era gran industria”. Bueno, ya otro inglés inventaría la máquina de vapor, y otros otras máquinas, y el negro pudo ser sustituído por otras crianzas. En cualquier caso,el barco pirata que bautizaron los piratas “Terror”, aun cuando le tenían como seis nombres pintados diferentes para “cambiarle la matrícula”, tal y como le pintaban cada dos semanas los dos metros de casco de más arriba y accesibles de color diferente porque pareciera otro barco, dio de un par de cargamentos de 250 negros, que eran una fortuna, que “se esfumaron”. Y luego fue mineral de Puerto Chapuza, y más tarde más galeras correo; y una se les resistió y la echaron a pique; y entonces sí que cundió la alarma. El Servicio llamó hasta al aún incipiente Santo Oficio, y los Comerciantes todos y hasta las Churriguerescas se pusieron a buscar en excursiones campestres por toda la Costa,tipo Sor Citroën pero sin Citroën; y como consecuencia el buque “Terror”, álias “Rayo”, buque mercante, hubo de abandonar su tapadera en los muelles de Puerto Chapuza e irse “a un largo viaje”, acaso a Santiago de Chile, tirando a poco de dejar las vistas de la costa en dirección contraria, y después dando un largo triángulo a muy profundo mar abierto. No volvió.

Es decir, el bajel pirata hubo de buscar una base secreta en descampado. Y la primera fue en una bahía, precisamente, al Sur, ya del Tirano de Lima, que era región breñosa. Pero pronto fue descubierto por los bergantines, incapaces de hundirlo pero sí de localizarlo. Y hubo de dar otra larga singladura. El capitán era un inglés, que el Servando Martín era de bajura y aún más de despacho, que no se movió de Santa Fe de Verdes, llegando a vérsele muy cerca, en actos oficiales, del Lugarteniente del Sargento General. Este inglés, Don John le llamaban, de acento que chirriaba en los oídos al hablar en español, era de Virginia, donde no podría volver en toda su vida; como tampoco a Méjico como no fuese embozado y mucho. Era hombre de cara afeitada y rojo como una gamba, de pelo muy claro y cejas igual, pero enterquecido y embrutecido. Era la encarnación exacta del “payaso castilla” de los Cagarrúas. Y su primer oficial, qué casualidades, era un mulatón que podría pasar por el “payaso choclo”; no, aquí con éstos no había indios. Estos eran de otro planeta que el interior de la Colonia. El Don John y el Matías, el mulato, dieron muchísima caña todo ese año, incluso habiendo ya vuelto de su campaña el Sargento General, cuando de nuevo vino el invierno. E hicieron exactamente, de eso se les acusaba, 43 asaltos de diverso tipo, y hundieron dos buques y una barca. Los buques eran de unas 500 toneladas, grandecitos ya. El modo de acabar con ellos el Don Xavier, que llevaba también otros muchos asuntos entre manos, como la rebelión de los negros, que fue en agosto, fue darse un par de viajecitos a Panamá y a Cartagena de Indias a por lengua. En un sitio se vio con los armadores y banqueros, en el otro con el Almirante de la Armada de Guerra de Indias.Así, el Don Xavier se informó del negocio de la piratería en qué consistía realmente y cómo lo hacían. Y después dio fuerte suma a cierto banquero por lengua de quiénes les hacían de peristas a los piratas éstos, y dónde conseguían sus municiones y otras cosas. Y sabiéndolo, el muy cabrito les mandó dar ron envenenado,y partidas de armas defectuosas y comida envenenada. Y así les hizo algunas bajas. Eso y patrullajes de los bergantines, más el Servicio en pie de guerra en Santa Fe de Verdes, estrecharon dos círculos, el del jefe embozado, cuya existencia se desconocía, pero se buscaba la red de ojeadores de los piratas y sus escuchas en las lonjas de comercio, que eran vitales para ellos; y el otro círculo alrededor de los fondeaderos del barco, que eran absolutamente imprescindibles, y que en fin, localizarlo en el Pacífico, poco frecuentado a la sazón, y ante las costas de Santa Fe de Verdes no fue tan difícil, pues que como 100 barcas de pesca vascas hicieron de contravigilancia. El barco “Terror” recalaba en la más lejana de las Semíramis. Se armó el “Verdes” con otros cañones que adquirió de su bolsillo Don Xavier,y, con esa respetable fortaleza y los dos bergantines, se trató de dar caza al pirata. Pero el capotán Don John era demasiado hábil y tenía más vela. Tras una escaramuza, donde se defendió con su propia artillería, se aprovechó de su velocidad y se dio a mar abierto, y nunca se le volvió a ver. La primera experiencia de piratas en Santa Fe de Verdes fue corta pero muy lucrativa, y éstos hicieron toda la novatada de buscar los fondeaderos; que se fueron con mapas detallados de todos los mejores sitios de Santa Fe de Verdes. No mucho después, en 1659, reaparecerían otras gentes de igual calaña bien informados de las aguas y con dos barcos más pequeños, mejor armados y más veloces, para hacer yunque y martillo, también en el agua. Eran casi la mitad del tonelaje del “Terror”.Al Don John y al mulato Matías no se les volvió a ver más, y desaparecieron en lontananza, hacia las inmensidades del Pacífico, y así es bonito recordarles; bien que volverían al Caribe o piratearían por otro lado de la Costa a norte para Méjico o a sur para Chile. Pero en tierra les pillaron las tolderías, que tenían barracas y talleres, y una fabriquita de pólvora y balas. Y allí, aunque huyeron todos los que pudieron, no dejaron de pillar a un tipo perdulario, español desesperado, álias Don Diego, sin nombre real, que nunca se supo, y a una fulana bastante llena de churretes, española perdida, que, bien persuadidos en el Castillo de Santa Fe de Verdes, delataron a como cincuenta personas. Y de ésas cincuenta, una de las cinco primeras delató al abogado Servando Martín. Este fue detenido de improviso. Fue torturado un poquito; dijo todo; le juzgaron y le agarrotaron. Le agarrotó ya el Sargento General, pero la faena la hizo el Don Xavier, que también puso dinero, que de paso demostró al Sargento General que el Cabildo, si quería, tendría Artillería contra él. Y tomó nota; que luego con ésas notas también se limpiaba el culo como con las Leyes de Indias.

Pues que en volver a su despacho el Sargento General y encontrarse montones de papeles superbien ordenados, y el Gobierno de la Colonia, por primera vez en su Historia, puesto al día; mandó la mitad quemarlo y la otra mitad para papel higiénico suyo. Como Don Manel alcañar, según vimos, el Sargento General nunca se creyó un papel o una cuenta desde que puso los pies en Santa Fe de Verdes. Estos peninsulares … Pues bueno, mal que le pesase, el Don Xavier también lo era. Con el traidor Servando Martín fueron agarrotados veinte más. Y la fulángana, pues qué quieres, el presidio de mujeres de aquel tiempo y aquel lugar era un horror. Sus aventuras merecerían un libro, pero lo dejo para otro día. Aunque acaso exista alguna “Relación” o “Memorial”; ya lo buscaré. Lo otro del Don Xavier llamativo fue la rebelión de los negros. Uf, eso sí que fue fuerte. Que aquí hubo genocidio.

Los hombres con visión de futuro son siempre incomprendidos. Eso le ocurrió a Don Torturancio Malpertuis y Jilindria, que fue un hombre incomprendido aunque no fuese de la comarca, tan española, tan nuestra, tan paladina, de Tierra de Incomprensibles. Era este buen señor catalán él, pero de origen francés, que hubo muchos, y como muchos otros se domicilió en Sevilla para pasar a Indias. O eso dicen. Era hijo de la villa de Péssols i Naps de Dalt, de cuya villa, en otros tiempos éstas comarcas feraces de mártires cristianos y tal y como leemos en piedras mármoles, surgieron hasta tres Papas de Roma, todos hispanos, pero de la lista falsa que normalmente no se enseña, o que luego se ha dicho que fueron diáconos o que no existieron, o que no fueron santos, como Carlomagno por ejemplo. Y era el patrón de aquella villa, misérrimo pueblito asolado en 1600 por guerras de banderías de tipos super patibularios con no sé qué excusas políticas, San Torturancio, verdugo romano que vió la luz después de despellejar a acaso cien mil mártires, o puede que me confundo con los Cien Mil Hijos de San Luís. de ahí que nuestro púber efebo se llamase Torturancio y de ahí lu otro de que emigrase de tierra tan de tres cosechas y con tanto bandolero de pistola dragona y tanto émulo de Pere Rocaguinarda. Y nos detenemos en este industrial de pro porque fue el que, anticipándose acaso a Ford y a otros filántropos, discurrió la crianza de negros por evitar los portes a través del Atlántico. Que era gran idea. Y el hombre que llega a Santa Fe de Verdes en 1618, buen año, bastante imperfecta en relación a los grandes adelantos que vemos al filo de 1642, y donde el tufillo del Almirante y sus émulos pesaba aún más que en 1642, pues que todavía había de llegar a Sanrgento General el Guadañángel la Alimaña, quien se embolsaría limpiamente el precio de 100.000 indios surtidos como las galletas, Cagarrúas y Cojones, que facturó a Potosí u otros Paraísos Artificiales cual melones, desde el por así decirle “puerto franco” de las Semíramis. Y Don Torturancio, futuro gran criador, empezó con poco; es un hombre que se hizo a sí mismo. Primero compró diez negras que eran, como eran africanas puras, que quería dar buen género y le costaron caras, dentro de lo que cabe bastante bonitas, y desde luego jóvenes y sanas. Y las puso a convivir con un par de negros que compró. Y cuando eran todas embarazadas, las pasó a otro corral, porque eran corrales, donde les echaba pienso, que le vigilaban un par de negros pero capados. Y a estos negros los vigilaban él en persona y un primo suyo que emigró con él, y que luego murió de un mal aire o lo que fuese, que se sabía poco a la sazón.Y hacía otros negocios por acumular capital, como fueron tráficos diversos, hojalata, trapos, chatarra, etc., y compraba más negros. Y paridas que fueron y creciditos, los iba poniendo a la venta. Al principio fue casi ruinoso, y no se comprendían dos cosas, primero, por qué se molestaba, y dos, por qué no los importaba, dado que la crianza ya era hecha en Africa. Y la respuesta era la geografía. Que el Canal de Panamá no era hecho, ni barruntos; y era difícil traerse negros a Santa Fe de Verdes y en general pasarlos a Panamá del lado del pacífico para llevarlos al Perú, de manera que muchos barcos se atrevían a intentar dar la vuelta por el Cabo de los Hornos directamente desde Africa. Era a la sazón el dedicar a los negros a los trabajos pesados en su mayor “boom” económico, y el Invento y Negocio del Siglo. Y en Santa Fe de Verdes el trabajo había a la sazón extinguido ya a los Quilates, que eran unos mierdas, puáf. Baja calidad. Pero la falta de liquidez era el otro problema; importarlos era caro; criarlos menos caro pero aún caro; si se hacía en masa, sería un negocio redondo; lo que importaba era lo que él llamaba “la serie” o “tirada”. Y a poco se asoció con un Plantador, a quien le dijo que si le adelantaba capital, él criaría negros para él en abundancia y hasta el fin de los tiempos. Fue su socio Don Pedro Sosa, quien luego tuvo un ejército particular. Y cuando pasó de las dos mil negras ponedoras y cien sementales, aquello era un “Lager” en toda regla. ¿Qué habían problemillas?. Pues sí. Hubo de crearles una cultura porque no se empecinasen con las suyas que traían a veces de inicio, que se perpetuaban como mala yerba; y les creó una religión y un sistema donde el mundo era una jaula y su destino entrar y salir. Y ésas eran las palabras- clave: “Entrar” y “Salir”. Los negros se educaban para “Salir””en un futuro”. ¿ Y afuera?. Era otro mundo. “Y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse”. era su lema. Y las negras se educaban para “hacer Entrar”, primero abrirse y que se las tirasen, luego ponerse gordas cebonas, y luego, por arte de magia del Padrecito Don Torturancio, que saliese otro negrito no se sabía de dónde, entrando a la jaula, de la que saldría al “Crecer”. Y todos los negros sabían que venían de “Entrar”, de mientras “Crecían” y luego tendrían que “Salir”. Y era una balsa de aceote, una vez que casi extirpó las lenguas nativas del inicio y las que a veces se metían con los sementales o ponedoras que compraba. Era un buen hombre y un filántropo; aquello era un falansterio y el tipo era Karl Marx. Perdón, no, era Don Torturancio Malpertuis y Jilindria, digno continuador del nombre del Santo que llevaba, y un industrial de pro de la más puntera industria del momento, a escala mundial. Pronto fue mirado con respeto por los que no se encegaban con chorradas y tonterías y eran positivos, aun cuando fuese odiado por Francisco y Jesuses a muerte, que soñaban un país de Indios felices tipo Gran Guardería. En fin, eran modelos de sociedad diferentes.

Hubo una discusión, no de café porque no habían, no de salón, porque las casas eran aún zahurdas, donde el Don Torturancio discutió durante horas con un Francisco- ¿o era un Jesús?- sobre el concepto de “jaula con barrotes” y “jaula sin barrotes”. Los frailes, muy sobrados, le aseguraban, guiñando el ojo, a Don Torturancio, “de criador a criador”, que ellos conocían el secreto de la jaula sin barrotes, y hacían el signo de chistar con un dedo sobre los labios. Iban todos algo achispados. Pero aquéllos eran idealistas, y él materialista; que el espíritu lo dejaba a Dios. Por eso prefería los candados y rejas, y las empulgueras, y las lengüetas, y cortar unos cojoncillos, antes que unos “Ejercicios Espirituales”.

Pero sin embargo, no se ha contestado a la primera pregunta. ¿Por qué se molestaba?. Si se contestase que por el “metálico”, no se daría la totalidad de la respuesta. Es que él adoraba criar animales, era un amante de los animales, un ecologita anticipado. Ya en su pueblo guardó cerdos, ¡y le hacía una gracia ver la cara cuando los capaban¡. ¡Qué risa¡. O la matanza, por ejemplo … jua jua jua. Era pues un hombre idealista, que seguía su vocación y no sólo el lucro.

Pues que ya montado y floreciente su criadero, que forzosamente homologó una calidad única, porque criar variedades diferentes era difícil con gestaciones tan largas, aunque probó de acortarlas y no dio resultado, que fue “el negro santaverdino”, que era apreciado por su estupidez y su robustez, y sobre todo por el régimen de ignorancia total en relación a un mundo exterior a la Jaula. Luego, está claro, ya se sabe que el negocio decayó y luego con la libertad de los negros por el Partido Progresista en 1887, la raza criada a tan duro esfuerzo degeneró, pero algo quedó, algo quedó, son los famosos Mulatos de Santa Fe de Verdes,de gran resistencia y selección. Pero en aquel tiempo, aun no siendo el único tratante de negros, ni eran éstos, claro, los únicos que habían en Santa Fe de Verdes, ni los únicos negros en creerse bolas monumentales de sus verdugos, éstos eran singulares y un producto de alta calidad, que surtía diversas haciendas del país y de los vecinos, todos ellos las Indias españolas.

Pues bien, dióse el caso de que, desde 1630, calaveristas petarderos se divertían acercándose a sus cercados y contándoles cosas a los negros por reírse. Y les echaban folletos con dibujos, como los grabados de la “Brevísima” de Las Casas, que era propaganda protestante entrada en un tal secreto en la América Española que queda chico Rudolf Ivánovic Abel, que si existiese aún hoy el Servicio todavía estaría buscando a los agentes protestantes responsables. Y les decían que lo que salía en las estampas era lo que les iba a pasar a ellos afuera. Vamos, que todos los borrachazos mestizos y desesperados españoles se iban a divertir a costa de los negros, y ello estropeó un poco la raza; varias negras malparieron y un niño salió albino. Hubo de darlo por blanco y decir que era sobrino suyo. Todo eran malas influencias. Y puso guardias alrededor, de donde sonadas algaradas entre grupos de calaveristas y borrachuzos y sus alguaciles, y los de la Colonia; por lo que, siendo ya rico, se trasladó con todos sus negros al distrito norte, donde él era ya director de una empresa con 150 capitalistas, y criaba cerca de 15.000 negros, en una provincia fortificada, que no tenía otro nombre. Hasta tuvo su propio muelle de embarque, y trabajaba estrechamente unido a los armadores y a cualquier particular que quisiese expedir esclavos, guiñando el ojo, o sea indios. Y como era ilegal por ser los indios súbditos libres del Rey, los pintaba con betún, que este hombre tenía salidas para todo. En fin y sin más, que era un hombre de pro. Y por serlo consiguió su reivindicación; que en adelante se considerase dentro del perímetro de su “Lager” territorio extraterritorial, y a sus negros “transeúntes”, pues que no eran gente permanente, sino que “entraban “ y “salían”. Bien que de hecho había por fuerza una población permanente que tenían aún menos derechos que los esclavos, siendo y todo el Código Negro vigente durísimo. A ellos no se les aplicaba porque en aquella bendita Utopía Mercantil no regían las Leyes de Indias ningunas. O sea que, finalmente, hacía lo que el Sargento General. Era aquel montaje gran maravilla que aún hoy asombra.

Pues bien, a finales de 1641, el Tajagüevos en una de sus incursiones liberó a mil de ésos negros. Fue un golpe económico fortísimo para el buen Don Torturancio, como hemos visto, y como hemos visto se quejó, y fue atendido. Era entonces Lugarteniente el Obispo, y luego reasumió sus funciones el Cabestro y persiguió al Tajagüevos. Pero los negros no se recuperaron, que pasaron los Andes Pequeñitos o Cordillera de Quilates o de Santa Fe de Verdes. Y se hicieron cimarrones. Malo, malo. Sí, fue malo.

Él perdió su puesto de director, pues los capitalistas dieron en creer que “les había tomado cariño”, y aunque el hombre juró y perjuró, no le creyeron. Pero conservó su parte de capital, una de las más pequeñas de las 150 partes, ¡siendo el Inventor¡.Y entonces fue que hubo, cayendo a lo bajo- es siempre duro ver la decadencia de un gran hombre-, de comprar negras impuras o mulatas y prostituírlas con cualquiera y dar los hijos, pintados con betún, como negritos multiuso. Digamos que se hizo proxeneta, porque una fase de su negocio era la prostitución, y si de mujeres por qué no de niños; y si de alquiler por qué no de venta, y si de venta por qué no de alquiler; de modo que surtía a muchos viciosos. Esto fue al final, por envidias más que otra cosa, lo que le hizo caer, en uno de los pocos Procesos Inquisitoriales dignos de tenerse en cuenta en Santa Fe de Verdes; que el otro fue el que ya vimos de la contactada, insigne torrezno, del rollo Ganimedes. Pero aún no se ha llegado a la degradación de este grande hombre. Si bien añorando la alcaudía de la provincia-fortaleza, logró que el nuevo director le guardase sus negros en unos malos galpones dentro, por que se acogiesen a la condición de “transeúntes”. Y el otro, que era un caballero, se lo concedió. Y así éste iba tirando, y sus 150 socios capitalistas prosperando, y la calidad de sus negros- oh, Paraíso Perdido-mejorando, cuando se dio la rebelión negra, cuyo detonante fueron los cimarrones externos, amparados de las breñas fronterizas que pertenecían ya a Nueva Granada. Fue malo, muy malo. Fue feo.

Porque de las ruinas de ése gran Emprendedor surgió un héroe … para luego caer en el marasmo total que a veces acompaña a los grandes hombres, y la incomprensión de un siglo atrasado, y la final ejecución, condenado por la Inquisición. Es una epopeya del Espíritu Humano.

Porque se ha dicho que Don Torturancio era malvado y un ser inmoral, y a esto diho yo rotundamente: ¡no¡. Y se le acusó después de mil cargos minuciosamente detallados, que son en Santa Fe de Verdes la marca y señal misma del montaje; que así pasó después y ya pasaba entonces, con el excelente Sargento General Don Tomás Porto y Cabestro, cuya acta de acusación produce escalofríos, pues que sólo les faltó acusarle, como a Sebastián de Guadañángel, de olerle el aliento “ a muerte” y de ser un guarro y no lavarse jamás. Pero no se privaron de acusarle de ser “el Zorro” y de escupir en el pan de las tahonas padeciendo piorrea por pura maldad. Son las acusaciones de ése género que acompañan como menudillos o guarnición al bifé de las grandes acusaciones las que muestran lo obvio para quien conozca los procedimientos de Santa Fe de Verdes … y de muchas otras partidas. Y es que en un lugar donde sólo salía adelante un papel acompañado de “unto”, un Proceso de 27.000 folios como el del Sargento General y uno más modesto de 6000 de Don Torturancio, pero densamente escritos de menudilla letra redondilla y a cuya vista se reconoce la mano de siete escribanos diferentes, muestran palpablemente la cantidad de unto por plana, las horas dedicadas a compendiar tales Biblias, y el grado de venta de su ingenio por los sombríos “lishenshados” que se inventaron literalmente las acusaciones al tiempo que redondeaban los argumentos especiosos para demostrar, Leyes en mano, que lo negro es blanco y que lo blanco es negro, que en éste caso de Don Torturancio lo negro y lo blanco tienen especial significado y relevancia. Se huele y se palpa a cada argumento el dinero que se pagó por él al autor; y la distancia histórica nos muestra eso como algo evidente, aun cuando ésos Procesos, dispares, del Sargento General Cabestro y el de Don Torturancio, merecerían ser colocados en  vitrinas del Museo Barroco Mestizo o en el marco del más onduladamente churriguerista  de los edificios de las Policarpas o Churriguerescas. Pues que allí donde de las masas de acusaciones se colige inhumanidad bestial increíble, hay que suponer, creemos, que ésa inhumanidad ha entrado en el campo de la ficción, y que pues la realidad que se deduce de lo dicho por los alegatos acusatorios es increíble e incoherente, ha de colocarse la verdad de la otra parte, y por tanto la otra parte, para ser coherente y humana, sólo puede ser inocente. Pues que natura no da saltos, y la natura que ciertos Procesos atribuyen a los acusados son saltos a lo fósbury y cúmulos de negación minuciosa de la naturaleza humana de los acusados; y pues que son humanos, las acusaciones son mentira. Dar por ciertas tales acusaciones, que han acorralado fuera de lo humano al acusado, sería aceptar violaciones fundamentales de las Leyes Naturales, a las que no escapan las Leyes formuladas, meras herramientas o armas de un grupo o interés contra otro, sea cual sea el número de los integrantes de cada Hueste.

Pues que en estallar la rebelión negra, y hallarse un visitante de las oficinas de la que llamaban Fuerza, del Criadero, y encontrarse al contable muy sereno pero quieto, con un pequeño negro a su lado que le afeitaba y un negro grandullón que le guardaba las espaldas, y no hallarse al director por ninguna parte, mientras en la veranda un cierto número de negros con las piernas colgantes daba de ellas atrás y adelante y afilaba enormísimas hachas,y no hallarse al director por ninguna parte, y barruntarse que pasaba algo raro y feo, y más tarde descubrirse que al director lo habían desollado vivo, quemado a fuego lento, hervido, asado, devorado, dejado en los huesos y luego montado su esqueleto en su orden con varillas y esmaltado porque brillase y usado de pisapapeles- un poco grande- ¿era demasía si Don Torturancio, ya arruinado completamente, por idealismo, se ofreciese al Lugarteniente del Sargento General con su hueste escuálida de cien negreros y doscientos rufianes y chulos de putas?. ¿Era malo que dijese que debían darles de carronada de metralla y no dejar ni uno vivo?. Lo mismo se`pensaría Don Xavier y seguramente más de uno. Porque los cabecillas Ongo y Orango, que esos nombres tomaron al alzarse al pavés reyes en la breña al norte de los Andes Pequeñitos, desandaron, oh desdichados, el camino luminoso del progreso que les inculcare su criador Don Torturancio, en verse librados a sí, y dieron en volver a sus instintos crudos, a sus lenguas africanas y costumbres de maricastaña, que al parecer no pudieron ser extirpadas jamás, de lo que Don Torturancio tuvo un encogimiento de corazón por la ingratitud, y a determinarse los mil negros huidos a hacer raza y hacer nación, para lo cual necesitaban mujeres. Y así la hueste de negrada, vueltos al salvajismo y en taparrabos, aun cuando es cierto que no pudieren reponer ropas ni sabían cómo ni tenían medios de fabricar, pues que el Don Torturancio les vestía elegantemente a todos los hombres con un saco corto y a todas las mujeres con un saco largo, que eran de los de patatas, y así curtía sus espíritus porque fuesen de provecho cuando “Saliesen”; pues esa hueste de la negrada, visto que fue que pudieron dominar la guardia del baluarte, no se conformaron con entrar y llevarse mil mujeres, sino que se apoderaron de la fortaleza y adoctrinaron-oh, catástrofe, monos guiando a otros monos- a los de adentro, arruinando toda la obra de Don Torturancio, al enseñarles el mundo que habían visto por un agujero, y, al destruír los Valores y Creencias y desmentir el infundió de la Jaula, crearon un agujero negro- nunca mejor dicho- de anarquía y caos inhumanos. Y esto es verdad. Fue que ésa era obscura que duró una semana que surgieron facciones y naciones, y la labor de Unidad de Don Torturancio, y de Igualdad Perfecta de sus Educandos, se destruyó hasta las ruinas de las ruinas y más allá; porque se agruparon de un lado por preferencias y amistades, pero pesó al final más la lengua que hablaba cada cual, pues que en secreto se habían conservado las de las diferentes tribus de origen de las ponedoras, los sementales y los aportes; de lo que Don Torturancio luego en un “Memorial”habló de la necesidad, para futuros criadores de negros y otras humanidades en Jaulas, de separar hembras y crías, “por la irresistible tendencia de éstas a transmitir su jerigonza, junto con la leche”, lo que era malo al fin educativo y de crianza, y en eso tenía razón, puesto que ese “Memorial” de Don Torturancio debe ser libro de texto de algunas administraciones públicas de todo el Orbe y parte del Extranjero. Y así los sediciosos y tiranos Ongo y Orango, soberbios reyes de paganos, pues que el Don Torturancio les había mantenido limpios de creencia alguna y en blanco, pese a ser negros, reintrodujeron en ellos todas las feticherías, que son las que estropean al negro en cuanto producto, y al blanco, que muchas veces las supersticiones de los melones impiden la correcta inserción social en la Máquina- Dollars que como todo sabemos es Dios mismo, y destruyen los efectos de la Crianza, y hacen que los desdichados no se limiten a “Entrar”, “Crecer” y “Salir”, para desespero de buenos Criadores.

Pero las preocupaciones de la Colonia frente a ésa fortaleza alzada con 15.000 negros dentro, que se creían todo, y embaucados por malvados malandrines cimarrones que les contaron aberraciones como que “tenían derecho a su identidad y a su lengua africana”, que era horroroso sofisma, pues que iba en contra del Progreso y el Desasnar a las Gentes y la Civilización, bien que aquí no se empleaban tan descaradas ésas palabras y se embozaban de “conciencia humana” y “cristianismo” todavía, por no descubrir el carácter inhumano, estructural y telúrico de tales procesos, “que no preguntan si quieres”; las preocupaciones de la Colonia, eran más pedestres, y acaso sólo Don Torturancio, que era el Ideador del Criadero, podía abarcar el enjundioso problema moral. Pero él se ofreció a domar la bestia. ¿Era eso malo?.

¿Y lo era cuando los 149 capitalistas- uno era un pisapapeles barnizado-le exigiern al que llamaron “Aprendiz de Brujo” y “socialista utópico”- fuertes acusaciones para un honrado empresario y honesto filántropo, amante de los animales, incluso si fuesen animales humanos- “que arreglase lo que había enmerdado”- que adenás eran groseros, y él pues hizo lo que le exigían?.

¿Era justo que, de considerarle un genio y beneficiarse, luego le hubiesen dado la patada con la excusa de los mil que liberó el Tajagüevos, y ahora le exigiesen que lo solucionase él, y que después de colaborar estrechamente, como perito, con el Don Xavier Lugarteniente, buscasen los modos de desacreditarle y finalmente empapelarle con papel untado de azufre en la hoguera, y le buscasen sus pecadillos?. ¡Incomprensión¡.¡ Envidias¡.

Pues que no nos creemos que fuese cierto lo que se dijo en cierto libelo titulado “Carne de Negro y colitas de Infantes”, sobre que la destitución de su cargo fuese a raíz de descubrirse ciertas cosas de su régimen de Crianza con ocasión de la fuga de los mil del Tajagüevos, y que se escandalizasen tanto de lo que vieron allí sus socios; ni que fuese este hombre un monstruo como Gilles de Rais o Elsbeth Bathory.¡Mentiras¡. Creemos más bien que su talento fue explorado, y que la Colonia, por hipocresía y fariseísmo, se castigó a sí misma en su cabeza por los errores, tal y como los apreciaban, que eran de todos. Y ésos errores se le cargaron a uno solo.

Léase el “Memorial” que escribió cuando su prisión era todavía civil y no era en manos del Santo Oficio, que abrió sus oficinas sólo para él, pues que en habiéndole quemado, una caballada de enmascarados volvió a quemarlas y a arrastrar al secretario porque “no tocasen los cojones”, y luego véase si no fue el gran avanzado de la Sociología y la Sociotecnia en aquel bendito siglo XVII. Pero era aún la rebelión negra, en 1642, y a éste no le procesaron hasta 1647 y no ardió hasta 1652, que fue casi a par el enmerdamiento y el empapelamiento con el del Cabestro.A éste al menos no se le acusó de traición, sólo de sodomía, canibalismo y satanismo, motivo por el cual le remitieron al Santo Oficio. Y Don Xavier que, pese a su melón y talento, se vió perdido ante tan inesperada rebelión, que era a propósito de la más grande debilidad de la Colonia por la Gran Guerra india, y que podía terminar con su carrera pública recién iniciada, y con gran tino, pues que era agosto y todavía no se había dado de los piratas, bien que agradeció el ofrecimiento de Don Torturancio y su menguadilla hueste, sólo de 300 hombres armados, dado que era ya arruinado y se debía contentar con criar mulatos y embetunarlos y usar de sementales a todos los clientes de sus negritas y mezclas, pues que no podía ya criar purasangres, que prestigiaban aún a Santa Fe de Verdes en todo el orbe concentracionario español y hasta extranjero, de esas benditas Indias. Pues que se le demandaron sementales y bueyes del Brasil y de Virginia, entre otros lugares.

Puestos en orden de darles campaña a los insurrectos, pues que el final de la fortaleza del Criadero y las murallas del norte de Santa Fe de Verdes sólo distaban diez leguas, y Santa Fe de Verdes era sólo bien murada de mar, lo primero fue calmar al vecindario, que era entonces de 30.000 almas, pues que se hacían carros con enseres y desampararon la ciudad, al solo olor de que había negrada alzada, como unas 20.000 personas, que tomaron la carretera Norte- Sur y se llenó aquella vía y las otras ciudades de la Huerta y el inicio del Agro de campamentos de barracas; así como los pueblos de la Costa. Y Don Xavier reunió la Hueste de la Ciudad, y halló muchos huecos de cobardes que habían huído, teniendo lugar asignado en cuadro y en muralla, de infantes o jinetes según su fortuna, en tanto ciudadanos honrados, ciudadanos deshonrados, aprendices y churma, que ésas eran las castas de burgueses, excluyendo al proletariado que era por debajo y nunca se contó seriamente. Pero en la adversidad surgieron como 3000 espadachines calaveristas, de españoles desesperados, mestizos, indios sueltos y amulatos chulos, que se les ofrecieron  a ésos dos grandes cónsules de Santa Fe de Verdes, Don Xavier y Don Torturancio, ambos catalanes de nación, para salvar la Urbe, y acaso el Orbe, según que para ellos aquella negrada alzada era como para otros hoy el cambio climático, un seísmo horroroso, un incendio, una peste Negra, nunca mejor dicho. Que muchos usaban pañuelos como máscaras para no oler el sudor de la negrada, que de por sí obraba como arma química, pues que en olerlo los blancos se acojonaban, o se les estrechaba el ojete.

Y así vemos aquel vasto y épico panorama de la Ciudad- ¡nada menos¡, ¡ella¡-, desamparada hasta del Obispo y con el Santo Oficio en fuga; las churriguerescas empacando, los Franciscos y Jesuses yéndose en carros y en mulas como buenos hermanos, pese a lo cual se dieron dura batalla a cuarenta leguas al sur donde se hicieron mutuamente de treinta a cincuenta bajas, entre ellas destacados teólogos que murieron de tahalí y coraza por descuartizar a la Orden rival, y medio vacía ésa gran capital, de muros que empezaban ése año a ser centenarios, antigua capital de los indios Quilates, con sólo dos hombres que mantuvieron “la cabeza tranquila”, en el despacho del Sargento General, en el Castillo. Y con ellos el heróico Servicio, que recogió de sus cuarteles armas de fuego, rodelas, picas, bacinetes, yelmos y morriones de acero, así como petos de chapa y cotas, y que con ellos dieron gris de acero a sus negros uniformes y cruces de la Cruz Verde de Santiago; y a los empleados civiles del Servicio, movilizados de la guerra; y a los ciudadanos burgueses de Santa Fe que no desertaron, como los 250 jinetes de chapa de los principales patricios y nobles, y algún caballista convaleciente; a los principales Comerciantes o sus hijos mayores en su lugar de cuadro y de muralla , y a los 2500 ciudadanos de Infantería; al heróico retén dejado por el Sargento General, que eran 500 hombres; a los 3000 calaveristas y otros 1000 chulos mestizos borrachuzos que encontraron; al personal de la Armada con su Almirante, que eran todos 500 hombres, y en fin unas cuantas huestes de matachines particulares de grandes familias; huestes de criados armadas de garrotes forrados de chapa de hierro, de los de atisar a las corvas a los importunos; y hasta diez damas nobles guarnecidas de ferre como amazonas; y aún a los 300 presos y reos de muerte de la cárcel y galeras, a quienes los cónsules ofrecieron libertad y vida si morían por la Ciudad. Y a éstas gentes y a los otros que se quedaron en sus casas, no siendo válidos de la lucha, y no desampararon, se dirigió el Don Xavier, chapado de ferre y con insignias de Capitán General, que lo era, desde el poyo de la entrada de la Catedral, de veinte finos escalones en forma de tarta. Y desde los balcones le oían los fieles y buenos, que le vitorearon.Y dijo muchas buenas cosas que hacían al tiempo, y les alentó a resistir por la Ciudad, que no usó otra referencia que ésa, como si la Ciudad hiciese nación, que muchos han dicho que éste fue el embrión de la Independencia, y éste un gran Cabildo abierto armado donde se autodeterminó un Pueblo frente al salvajismo y la barbarie de los negros. Y al lado de Don Xavier, Don Torturancio, guarnecido de arnés alquilado, con sus melenas puras de genio y aquel brillo sunsilk de su pelo cortado a lo paje pero en enormísimo escobón, con sus barbitas mefistofélicas- ¡noblemente¡- y sus eternos quevedos de buen contable, y probo, y utópico filántropo acaso inventor de un submarino, si le dejasen, que no le dejaron, ¡oh¡. Que eran a la sazón todavía unidos y no departidos estos dos preclaros cónsules. Y el Torturancio citó a Roma frente a Aníbal, y aún Eneas frente a Turno, y a los griegos contra los persas, y a Numancia contra los romanos, aunque aquí desbarró, y a la invicta y mártir Sagunto; y a España, y aquí desbarró, que el Don Xavier torció el gesto, y, en viéndolo de reojo el Don Torturancio, apeló a la Ciudad, su Patria,y aquí el Don Xavier sonrió, y, más animado el Torturancio, les dijo que “ellos eran la claridad y el enemigo las tinieblas, he dicho”. Y les vitorearon como a héroes, antes de haber combatido. Y el Paborde, pues que no el Obispo que érase fuydo, les bendijo con la mano derecha, y con la izquierda, y algo hubo que resonaba aquí, que se agitó la Bandera de la Ciudad de Santa Fe de Verdes, bandera municipal que fue más tarde la primera Bandera de la República de Chafundiolgg, hasta que luego se suprimió a la Virgen María y a los Santos porque eso en las banderas modernas ya quedaba cateto, que ya debían ser sólo colores; y era verde, negra, blanca y roja, como lo fue luego la Bandera de nuestra bendita Patria sudamericana.

Y era su Hueste de unos 9560 hombres válidos, incluyendo las diez amazonas por cortesía, y sin mirar los que fuesen maricones o no, como se hizo luego en los primeros heróicos tiempos republicanos, de gran influencia calaverista. Y se prepararon de defender y atacar. Pues que la negrada, en ver el armamento de la Ciudad y que les tiraron algunas pellas en acercarse a la Muralla, se lo pensaron. Y más cuando el “Verdes” se acercó delante del Criadero y les descargó su artillería, que era del bolsillo de Don Xavier como se ha visto, que se preparaba para combatir a los piratas. Y fueron setenta y dos tensas horas  frente a frente la Ciudad y el Criadero, luego hermanados por la zona metropolitana común o Gran Santa Fe de Chafundiolgg.

Y los negros emplearon las carronadas de su propia muralla, pues eran aquel distrito o provincia murados y bien murados, si bien el muro ahí era hacia adentro. Pero Ongo y Orango dieron en que uno con 6000 negros y negras atacase la Ciudad desde el campo, que era ya la Huerta, e hiciesen mondongo y carchena de los blancos que pillasen; que éstos no sabían existieran otros blancos que unos, y no distinguían castillas y otras crianzas y mezclas, ni sabían bien si habría algotra nación en el mundo fuera de sus tribus africanas y Santa Fe de Verdes, aun cuando algunos negros creían existir España y Roma, otros dos países distintos, acaso vecinos, o acaso lejanos, y aliados de éste de los blancos, que creían ser la población nativa de Santa Fe de Verdes; y algún barrunto de que existieran indios, los que conocieron a los jinetes del Tajagüevos; por ser la Ciudad desmurallada de tierra. Pero la ciudadanía ya había empezado a levantar barricadas; era el pueblo alzado por la libertad. Y dieron que el otro defendiese su plaza de un posible contraataque con el resto de la negrada, que eran tácticos también éstos a su modo.

Pero no les valió. Que las Hordas de la Oscuridad no pudieron con la Luz y la Libertad. Abreviando: carga de caballería ciudadana; desbande de la negrada; retirada desordenada; quema de cien casitas y huertecillos; como treinta españoles o asimilados hechos mondongo, y uno colgado de los pies de la palmera de su barraca de cañizo, que era la Huerta y era de naranjas; intento de asalto desde otro lado a las Puertas de Castresano, que fracasa por la arcabucería ciudadana; retirada de la negrada; persecución y encalce de la caballería ciudadana; grandes hechos de armas de los treinta principales burgueses; retirada de la negrada por el camino Ciudad- Criadero y el de circunvalación; tras ellos la Hueste organizada en Escuadrones: Servicio, Administración, Ciudadanos, Calaveristas, Presos, y flanqueo de caballería. El “Verdes” delante del Criadero y bombardeándoles. Nula contrabatería africana, pierden sus carronadas. Asalto al Criadero. Derrota de los negros, a cuatro días de iniciada o desembozada la Sublevación, aunque insidiosamente se inició al volver en secreto los 1000 cimarrones y comerse al director, treinta días antes. Se busca en vano al contable al que se le vió hacer el paripé bajo amenaza, y estar sereno a la fuerza. Se llamaba Don Benito. Sospéchase le metieron de cabeza en un pozo negro después de darle por el culo con una caña rajá. R.I.P. Captura de 7000 negros y negras. Bajas de los otros en la batalla, el resto hasta los 15.000, excepto unos tres mil que se huyen y repasan los Andes Pequeñitos, en pequeñas partidas, bajo el fuego de la arcabucería y el bombardeo del Galeón Único de la Colonia, el “Verdes”. Se remata a los heridos. No se halla a Orango. Se captura a Ongo, y con él a varios capitanes negros, de cimarrones y de crianzas: Putu, Poyatu, Churubuscu y Arrotaste Piyi. Estos son agarrotados después de atenazados de tizones y al final descuartizados a martillazos y hachazos en la rueda. Sus cabezas estuvieron colgadas tres años.

Los 7000 son separados hombres de mujeres; las mujeres a buen recaudo. Los hombres son arcabuceados “porque han probado la sangre de blanco”. Fusilan unos 4000, que es gran pérdida económica; pero ya no servían, eran averiados.

Y luego, por consejo de Don Torturancio, Don Xavier, que se fía de su peritaje, hace arcabucear a las mujeres excepto a cien escogidas que se queda Don Torturancio para sus burdeles, y por preservar la raza del “negro santaverdino”. Era Su Obra, al cabo. Y en fin, por haber “probado la sangre de blanco” es que fusilan también a las mujeres.

Y el Pueblo,liberado, se retiró contento. Don Xavier era un héroe. Ahora bien, cuando la noticia de tal genocidio, y de la mera existencia de un Criadero, se expandió, y llovieron censuras y denuestos de todas partes y también desde dentro de Santa Fe de Verdes, del Obispo y de muchos otros, y el Sargento General censuró con la mano derecha y bendijo con la izquierda, Don Xavier comprendió que el Juicio era departido, y que era la cosa buena y mala. De tal manera que él se atribuyó lo bueno, y a Don Torturancio lo malo. Y ahí comenzó el empapelar al Torturancio porque se culpase a alguien del genocidio. Y cada vez que se volvía a hablar del caso, llovían sobre él denuestos; pero al saberse en 1647 de cierto de algunas de sus proxeneterías, y dar el tiempo que era de puritanismo católico en aquella temporada con hegemonía moralizadora episcopal y caza de putas y macarrones, al mayor y al detall, se volvió a abrir el baúl del expediente, que a cada tongada de recordarse el famoso caso se había ido enmendando con una poquita más de mierda; y puesto el bodrio en manos de hábil equipo de escribanos “lishenshados”, salió el buñuelo que le llevó a la cárcel, y de ella al Santo Oficio, y por él, a los sayones seculares y a la hoguera, ya en 1652. Que fue gran tala.

De momento, éste hombre, al apoyar y aconsejar a Don Xavier, salvó la situación y la Colonia; y por él en cuatro días el Don Xavier pudo eliminar el problema; Santa Fe de Verdes se repobló en septiembre, y fueron como vacaciones el haber sido fuera; y siguió la caza de los piratas aquí en la Costa, que en el Interior siguió la Gran Guerra India, de lo que se tratará a continuación, volviendo por aquellos lares amenos y no amenos.

Pero digamos sólo que el caudillo de piratas Servando Martín, en tanto en cuanto ciudadano honrado, fue en la brecha de media armadura y dícese que él sólo mató a veinte negros y negras; pero no se lo tuvieron en cuenta; era hazaña demasiado común y era lo mínimo.

A fines de mayo se desencadenó la que debía ser Ofensiva Final de La Caballada contra Tupinamba; y a mediados de junio el Sargento General atacó el Altiplano, frontalmente, que no le quedaba otra. Y estas fechas, en el segundo caso, para muchos confirmaron ciertos oscuros hechos que sucédanse en Santa Fe de Verdes de unos años para acá, que eran las hazañas de “El Zorro”, misterioso encapuchado o enmascarado que a punta de espada cometía ciertos desmanes cuyo sólo seguimiento era ya un galimatías y un laberinto, pues que daba “palo a burro blanco y palo a burro negro”, y cuyos fechos coincidían siempre con ausencias del Sargento General y nunca coincidieron, de modo que hasta la Lupita, esposa cristalina y suaveparlante- y hasta coñoparlante, en otro sentido-dio en sospechar de su marido. Y es que las hazañas de “El Zorro” comenzaron en Santa Fe de Verdes en 1633, que es cuando llegó el Don Tomás Porto y Cabestro desde Méjico, y durante toda la campaña pasada  de 1641 no actuó, actuando en cuanto el Sargento General tenía enarbolada su enseña en el Castillo; y en esta segunda campaña, en 1642, no actuó desde que el Sargento salió de la Capital y no volvió a actuar hasta que éste volvió a fines de octubre, cuando el frío en el Altiplano volvió a interrumpir ésas operaciones. Y estas sospechas cuajaron y florecieron más que un tocado “a la Fontanges”, futura pálida imitación de los tocados usuales en las damas ricas de Santa Fe de Verdes y por la esposa e hijas del Sargento General, cuando, aquellas navidades de 1642, las hazañas y fechos de “El Zorro” proliferaron y se dispararon. Muchos hicieron coincidir esto con la “salida del armario” del Cabestro como tirano déspota despiadado desde que conoció que el Rocafuertes iba a por él, que tenía a todo el mundo en contra, empezó a limpiarse el culo con las Leyes de Indias y se alió a Guadañángel. Nosotros creemos que sí, en efecto, era éste valeroso déspota “El Zorro”, pero lo importante fue que una parte de pueblo español o asimilado, o sea Clase A, y de calaveristas y mestizos ya de guitarra y sin caramillo para siempre, así lo creyeron, y que la nueva energía del Cabestro le permitió durar en el cargo hasta 1650 nominalmente y en efecto hasta 1648, siendo que a ésas de 1642 sus enemigos le daban ya por políticamente muerto.De todos modos, alargar la resistencia sólo le sirvió para sumar 10.000 folios más de mentiras a su Sumario, y fuyrse sin dimitir en 1648 a Panamá, y, reclamado sin escape desde España en 1650, volarse la tapa de los sesos, como ya se ha dicho. Pero Rocafuertes encaneció entre este 1642 y su asunción de la Sargentía General en 1650, hecho que originó inmediatamente la Guerra Civil por el levantamiento de Guadañángel. Y desde este 1642 hasta 1648 inclusive, si el Sargento General era en Santa Fe de Verdes, actuaba “El Zorro”, y si era en Puerto Chapuza, actuaba “El Zorro” en Puerto Chapuza; y “El Zorro” actuaba siempre que el Sargento General sufría un cólico, era indispuesto, era oficialmente borracho y ponía sus hachas y banderas a la puerta de sus aposentos “y que no le molestase nadie”, o era “desaparecido”. Por lo que la acusación de ser “El Zorro” se sumó al ya gruesísimo Sumario como otra más. Y eran 3500 atracos a mano armada; 540 asesinatos simples; 600 en duelos; emboscadas de tiro, fallidas 100, exitosas 50; robos, hurtos y tirones, 3000; escupitajos en pan de tahonas, 19.000;pintadas insultantes y untos de mierdra, 4000;libelos, 30; con caricaturas torpes a pluma, 15; tajos en la cara, 200; orejas cortadas, 500; tirones de orejas, 1000, entre otros hechos de naturaleza muy sospechosa; aunque créese que al “Zorro” le adjudicaron muchos delitos comunes, existentes o no,porque sí. Y las víctimas eran casi siempre enemigos políticos del Sargento General. No es muy imposible que el Sargento General, pues que el Servicio no le obedecía y le iba en contra, actuase él mismo, seguramente con la ayuda de sus dos mejicanos.

Lo único malo de todo esto es que al irse el Sargento General siguió “El Zorro” actuando, tras un hiato de dos años; y precisamente cuando se supo que se había matado en Panamá; que eran ya casadas sus hijas con hijos del Rocaguertes y gobernó interinamente Don Xavier como Lugarteniente esos dos años, de 1648 a 1650. Pero este nuevo “Zorro” se hacía ver, era de gran talla pero grácil, y la voz era fina, aunque se ahuecase y acampanase con chulería varonil, y el estilo,en definitiva, no era el mismo. Siempre daba un espectáculo de esgrima en lugar de hacer daño, como el primero, al que se vió una o dos veces de desenfilada en toda su carrera, y éste se exhibía. Y por chanza los calaveristas le llamaron  “La Hija del Zorro”.Y no se equivocaban, era Doña Clara, su hija aficionada a la política, cuya historia acaso tendremos ocasión de mostrar. Pues que cuando de una escalera saltaba al caballo de piernas abiertas, los calaveristas decían “Así ya puede” y “Se ha quedado preñada”.

Por desgracia para ella, pese a que su suegro el Don Rocafuertes y su Servicio buscaban al “Zorro” para darle cuerda o garrote, y aunque no la pillaron, los calaveristas, en dar en llamar al nuevo “Zorro”, por motivos obvios dobles, triples o cuádruples “La Cabestra”, terminó derrotándose, desanimándose en ver que no le tenían respeto, y lo terminó dejando. Que para 1660 el “Zorro” dejó de actuar en Santa Fe de Verdes.

Pero vayamos a la ofensivas militares. La Caballada era ya en el Lugar de Fuerza a la entrada de las malas tierras de los Cojones. Lisiado de a pie pero ya efectivo jinete, Don Francisco de Guadañángel de Alt y Díaz de Sotomayor, y Jinés de Lima y Álvarez de Cuenca y Vargas Machucaindios e Incháusti y Anchorena, y Quilates, si hay que dar el nombre y los apellidos casi completos; ex Sargento General de Verdes, rey de los Quilates y marqués ilegal de Quilates, optante a marqués de Castel Guadañángel de Alt; en sus propios escritos Protector, Conquistador Segundo y Señor Natural de Santa Fe de Verdes, rey de los indios Cojones, rey de los indios Cagarrúas o Cagúa Mita Señor de la Borla por la Gracia del Gran Cóndor y Túmic, Hijo de Inti, Hijo de Uiracocha y de la Pacha Mama y Gemelo Macho de la Mamúa Charrúa; y rey de los indios Anandrones; y desde que fue Don Tupi Rey de Usrael, también Reu de israel; ése espléndido caudillo e iluminado parlador de espíritus y veedor de OVNIS de a OVNI diario irredento, Ira de Dios y Cólera de Dios, y Martillo de Satanás, Osiris, Kukulkán-que al final que sí lo era- y Chipe Totec, encarnación de Chipotec y de Hermes Trismegisto y…pasaba revista a la espléndida floración de guerreros que dio La Caballada para esta campaña.
Y de mientras, sus atambores europeos y nativos daban redobles en pasar el Caudillo, de gran armadura diabólica de ferre, por delante de las compactas filas de temibles asesinos, delincuentes e hijos de la gran puta. Que eran los del Ejército de Sosa que fumaban maría juana y apoyaban sus trabucos en el hombro y miraban de través; que eran los gauchos con las cimitarras apoyadas en el hombro y con barbas más espantables que un Barbapapá; que eran allí la guapeza y la chulería toda de las Pampas y Desiertos, y la Sangre de los Veinte Linajes de los Conquistadores, y muchos otros Encomenderos menores ajustadizos y ajustados, que por nada del mundo se perderían su ración de tarta de 70.000 kilómetros cuadrados más o menos del País de los Cojones; y a todos los linajes les había prometido el Guadañángel darles Casa- Palacio en Tupinamba, y hacer de Tupinamba la Capital de La Caballada, desde donde nada tendrían a hacer contra ellos la Capital y el Sargento de Santa Fe de Verdes; y ampararse del Presidio como última Fuerza del Reyno de la Vaca y el Dominio ario del Caballo; en el buen sentido; que aquí era la ayahuasca.

Era muy fuerte, aquello. Era muy grande, aquello. Eran las Cruzadas, aquello. Y el Guadañángel era de ello Rey y Papa. Que sopló la coca chicha e invocó a Viracocha, y a todos los que cayeran les prometió el Valhala y el Nirvana, que se trabucaba y atropellaba porque masticaba el aire como una Alimaña, y lo decía junto: “Valharana”.

Y eran allí los Jineses de Lima, casi todos; y los hermanos Incháusti, que no obedecían a nadie, y que tenían al Guadañángel más como Profeta y Pontífice que como César, pues que César ninguno aceptaren jamás, ni la Ley, antes muertos, y que eran de su linaje en guerra con el Rey de España desde 1578; y los Ponce de Santa Fe, que eran terribles alimañas de acero y de pluma y de papel higiénico, que degollaban con sumarios; y Bohemundo Matamoros, hermano de El Cota, con los 28 hijos de El Cota y los suyos propios 50 en edad militar, de sus 20 mujeres; y Echeveste Anchorena, caudillo victorioso en la anterior campaña; y Don Suárez que era el Aposentador General y Alcalde del Campamento de la Hueste; y el Don Ángel, que aquí venía de chapa; y el Don Martín de Ferre, que venía de chapa también, que era nota la flecha de unto de los Indios Cojones y los que no vinieren de chapa eran de gruesas cotas sobre gruesos alforres, que el país era ya reconocido y sabido de sobras, y sería flecha de Guadaña y carga pesada hasta contra edificios, que se cuenta que de su cabeza un Incháusti una vez atravesó una casa a caballo, completamente guarnecido, y los Vargas Machucaindios, unos cuantos, y todo su poder, que era mucho; y todos los ricoshombres y hombres de paraje, y hombres de villas y de ciudades, y almogavería, y hasta una galera llevada a hombros por su churma de negros y amulatos, por navegar por el Jordán y pasar disparando sus cañones por delante del Palacio del Rey de Israel en Tupinamba, que era el sueño del Guadañángel, y por él llevaron la galera unos 400 kilómetros por la inmensa pampa. Que él era así, y los andes pasara o pasare con ésa galera si necesario fuese, por remontar el Amazonas al menos hasta el primer Pongo, por dar encalce al Rey Don Tupi, que le había usurpado a Don Guadañángel el Reyno de Israel y la Cruzada, de lo que rabiaba y masticaba el aire como una añimaña, con ojos absolutamente desorbitados, consumido de la fiebre, de la estulticia, de la ignorancia y de la locura, pues que era éste hombre para el que Ariosto era el Telediario, y se lo creía todo, que hasta buscó el hipogrifo y le puso trampas de cepo con cebos de vidas humanas; y salió de su finca más de una vez a la caza del cíclope y de la ballena de tierra o Behemot de Pampa. Era ésta grandeza, y quítense imitaciones. ¡Que se marchaba contra Jerusalén¡.

Y en fin, ¿qué os diré?, que fueron repasadas en tres flechas las malas tierras rotas hasta el río, y del otro lado se hubieron vistas de un Tercio de Infantería de Indios, que en ver La Caballada huyéronse en cierto orden cabe la Carretera castellana de Tupinamba, desamparando la gran planicie donde hubieran podido presentar batalla y no lo hicieron, e hicieron bien. Que La Caballada eran de ésa flecha 500 jinetes y 800 peones con escopetería y tres carronadas, y es visto que de los 5000 indios del Tercio hubiesen dado cuenta rápida y letal, guadañera. Era el jefe en punta que los vió Don Justo Jinés de Lima, chapado y de Capitán General, que todos lo eran por la Carta Magna que les firmó el Arrizabalaga, y que en querer derogar el Rocafuertes dió la Guerra Civil. Que fue ésa guerra constitucional y de fueros. Y de otras flechas eran cabeza el Guadañángel, que llegó a izquierda, casi en el borde de la Pampa; y a derecha llegó el Anchorena, que vió miles de indios huírse de él, y supuso que en dirección al Sur, a entregarse al Don Rocas, y les deseó buen viaje, que no era a por indios que venía sino a por tierra, pero pensase de ampararse ya de entrada para él ahí un triángulo en pezeta todo el país de Cojones, que era ya mitad de cañizo, hasta tomar contacto con lo que hubiese amparado el Rocafuertes, que era eso no esperar al Reparto y obviar y soslayar al mayor, que era desde luego Guadañángel, pero por acefalia relativa, Don Suárez si había que tratar cosas que exigiesen cierto sentido común, que le hacía al Guadañángel, Rey de los Caballos, de Primer Ministro de las Vacas. Y de estos designios del Anchorena vino grave tala a los del caballo; pues que no era la Jornada hecha desde que enfrente eran contra ellos en la Carretera de Tupinamba y alrededores dos pezetas de 12.000 y 8000 Jiborianos, a mando de Don Agamenón de los Indios y de Don Aquiles de los indios, que por variar diremos Don Aquiles de la Breña, que sus nombres eran ininteligibles, como pedos. Sin contar los Tercios de Infantería, como ése que se huía, y otros tres que en efectivo y a las cuentas ya cada vez más claras, y sin papeleo de unidades ficticias, eran para el gasto al contado de carne del Rey de Israel 15.000 hombres. Y eran con éste sus sargentos, 500; y su partido, 40.000; y varias pezetas de Pueblo Cojón desesperado, que en campamentos alrededor de Tupinamba eran casi 100.000 personas, siendo la población de Tupinamba de 20.000, muy aumentada ya; y quedando desamparados del Rocafuertes y entre la muela del Don Tupi y la guadaña del Caballo, unas 350.000 personas, casi todas desplazadas ya a ésas alturas, que de Tupinamba al inicio de la tierra amparada por el Rocas quedaban acaso quince pueblos con sus poblaciones, único País Cojón intacto, y acaso 20 campamentos de barracas que triplicaban el número de los pobladores de los pueblos estables; era mucho lo destruído.

Y siguiendo su plan, Don Guadañángel echó una miaja o chorro de gente por sobre el tupé del país de Tupinamba, por acercarse al Presidio, y si fuera posible enlazar con sus hijos y El Cota, que no sabían fuese muerto aún; pero dio enérgica orden por mensaje en intuír las apetencias del Anchorena, de suprimir la flecha de ése lado de la maniobra, pues que vió que tropa que por allí tirase, era tropa tirada, que se quedaría con el país y adiós muy buenas. Y dijo que era por no chocar con el Rocas; y los no avisados se sorprendieron de tanta cordura en el Guadañángel, que le veían loco de dividir las fuerzas y batir a sus dos rivales y enemigos de una sola tacada, como si fuese billar, que esta comparación la hago yo que puedo; y mucho se lo temían y rezaban porque la Pacha Mama le alejase esos pensamientos y no les diese a todos, por dividir la Hueste, de pasto de la Mamúa Charrúa; y soplaban la coca chicha y sacrificaban llamas; mientras los indios Cojones de Tupinamba comulgaban y entonaban salmos. En su lengua, eso sí; y éstos invocaban a la Pacha mama en castellano, o casi.

Solemnemente hasta en lo que era privado, el Rey de Israel hacía sus últimos preparativos; embozado y sólo con un par de fieles de su partido, tan embozados como él, visitó a su mujer, la gorda india a la que había hecho Reyna Madre de Israel sólo por luego hacer Emperatriz a su concubina, el Alfredito; y con ella eran algunos de sus seis hijos; uno se ha dicho que se había casado recientemente, y allí fuése escena siniestra, que fue oscura por nocturnal, y hubo de una parte recriminaciones de su mujer, que todavía le reprochaba el haberse alzado y haberles llevado a la ruina; y él lo soportaba con serenidad, con imperceptibles gestos como de asco. Pero les dejó un gran bolsón lleno de doblones, fruto de sus rapiñas, y la mujer lo tomó. Y se despidió de sus hijos, y les dijo que iba a seguir su destino de Rey de Israel. Eran éstos preparativos secretos; no le traicionaron, sus hijos, pero ninguno quiso seguirle en la púrpura hacia la Breña; pues que se iba a la Breña, era ya decidido y ordenado. Él se iría de Capitán y Obispo de la siguiente Tribu de Israel, que era ni más ni menos que su partido, 40.000 personas; más sus 500 sargentos, 2000 Jiborianos y el único cañón. Acaso algunos de los Conciliares. La mayor parte de los dignatarios y pringados graves de la rebelión, la Iglesia India y la Cruzada eran ya muy lejos, en dirección al Sur. Esto sólo lo ignoraba la masa del Pueblo. Es muy cierto que de Don Tupi pudiera esperarse una Numancia en Tupinamba, o al menos no desamparar a su Pueblo, pero era éste hombre complejo y multiuso, y no creía viable su Estado, y no quería que finase con él su Pueblo tal y como lo concebía, que la Realeza de Israel y la Iglesia cristiana eran reencarnados en su persona y en su Pueblo. Y era la irresistible seducción de hacer de Moisés como última jugada, y no otra; y era ésta casi tan o más arriesgada que la de Masadá. Cierto que había sido una catástrofe y en parte por culpa suya, que todo empezó bien; cierto que era encoñado del Alfredito Teodora Diva, pero es que la visión de aquel ángel estilo Salzillo en la capilla del fuerte destruída, y la estatua tan bella extrañamente intacta, habían cambiado su vida. El Pueblo al que no podía alimentar le era un lastre, y ya se ha hablado de sus juicios sobre el probable devenir poblacional de la Colonia; quería ampararse de los Andes, y continuar detrás su Nación. Hubiese querido organizar un gran Éxodo, pero no era posible; La Caballada no le dejaba, ni los putos disidentes ni mil otras cosas. Y sobre todo, los mantenimientos. Ese invierno de destrucciones y limpiezas étnicas de los Guadañángeles le había dado el golpe de gracia a su Estado. Con el Añanzú, que era otro iluminado como él, no quería saber nada. Y en la Breña había oro …y según creía, era a partir un piñón con los Jiborianos. Su Misión era traer la Fe a la Inmensa Breña, y si el Pueblo no quería o no podía seguirle, se iría con los justos. Y con todos sus tesoros, claro. Y con su Emperatriz. Y con el ángel estilo Salzillo.

Puede aún decirse que tenía todavía visos de posponer la marcha; pero él no fiaba de las fuerzas militares de que disponía, ni de los Jiborianos, y ante un convencimiento derrotista tan grande cómo el suyo, es inútil insistir. Todavía se verá que la flecha untada y otras mañas servirían y de mucho contra la caballería y otras fuerzas españolas, por parte de los Indios todos, de aquí abajo, y de allá arriba; pero encerrarse en la mal fortificada Tupinamba, sin la Caballería del Charro, y con unos Jiborianos que, pese a haberlos acostumbrado a la vista del caballo, no sabía si le saldrían al final ranas cuando cargasen jinetes de ferre contra ellos, o se les acabase la munición de flechas; y desde luego con ésos Tercios de pavés y macana y lanza la mayoría, pues … El Presidio, donde tenía 20.000 personas, le cubriría la retirada; de ésas unos 1000 eran guerreros útiles, y eran allí ya las 400 medias armaduras de que disponía y el cañón con municiones, y los servidores mestizos. Con ése artefacto él era Rey y hasta Dios en la Breña … Aquí, no sabía si el Altiplano resistiría; y esperaba que si La Caballada le cargaba de un lado y todo se derrumbaba, que era lo más probable, en una desbandada general, los tendría ante su Palacio- el del Obispo- en unos cinco días máximo. Y si barcos tuviesen, ante la fachada de detrás que da al Jordán de Tupinamba …

En ese momento un servidor le dijo que los castillas habían botado una galera armada de carronadas río arriba. Eso le acabó de decidir; pero moviendo la cabeza serenamente, siguió su razonamiento. Y era que a su espalda eran los Guadañángeles y El Cota, los que le habían estado dando morcilla todo el invierno. Si éstos le atacaban de revés, Tupinamba era perdida; pero si daban de los pasos de los Andes ..Y el traje de Moisés le quedaba muy bien.

Así, más por miedo a perder los pasos de los Andes que por insostenibilidad a medio plazo e inmediata de Tupinamba, es por lo que hizo el petate.

Ahora bien, el Pueblo aborregado sólo ahora se daba cuenta de que había pasado la primera fiesta, cuando tanto se rieron  capando a los castillas. Y las tropas que iban a quedarse y sus jefes- ¡ay, los jefes¡-, a éstos, como les dijese que se iba, le escabechaban. Había que buscar una solución. En todo caso, no se iba sin un Acto Final en la Catedral, donde anunciaría Un Nuevo Reyno en Nuevas Tierras, “y el que tuviese oídos para oír que lo oyese”, aunque ya sabía que no le hacían ni puto caso desde el momento en que le aplaudían todo lo que dijese, de tal modo que era obvio que no le entendían niente. El buñuelo había de estallar; pero controladamente, al menos lo mínimo para darse puerta de ahí y cruzar los Andes a su medio ciudad ya casi murada del otro lado, con bastantes cosas útiles y ya mucha gente. Y Tres Tribus de Israel sueltas por la Breña, que no le deberían querer mucho, después de hacerles echar cuando quisieron volverse después de comprobar que, sin preparación, irse a la Breña era la peor de las tres cosechas, la de la Mamúa Charrúa, pero en fin, qué se iba a hacer … Su Tribu de Israel iba bastante bien provista. Era más numerosa, sí, porque juntando a los que ya eran detrás, y en los pasos, y los que se le juntasen del Presidio, pues a lo mejor se encontraba de Rey de unas 50.000 personas. Es menos que los 500.000 Cojones actuales teóricos, pero de los pellejos del resto no daba un céntimo. Los amparados por el Rocas seguro que acababan en las Minas; y los que cayesen en manos de la Caballada, eran cráneos para subirse encima el Guadañángel para hablarle más de cerca de Viracocha. Que ya lo iba conociendo un poco, al pavo.

Eso pensaba el Rey de Israel, embozado, con algo de fresco de madrugada, al volverse rodeado de otras sombras a su Palacio, donde vió luz y oyó unos paradisíacos acordes de guitarra y una dulce voz que cantaba, cual sirena en medio del más oscuro océano tenebroso. Y sonrió, con aquel parecido a Mister Magoo que tuvo siempre su linaje, o a Lord Raglan tomando el té mientras dase la carga de Balaclava. ¿Qué haría, de los jefes militares?.
Los Jiborianos era cosa hecha: eran imbéciles. Les había intentado insinuar de irse todos, y en tal caso sus propias fuerzas que le llamasen hijoputa, que con 20.000 indios Jiborianos él se reía, pero ya vió que no. Que el Agamenón y el Aquiles de los Indios y de la Breña respectivamente, le tenían por sabio pero flojo, y que- dicho en su jerga- “los castillas todavía no los conocían”. Bueno. A ver qué hacían sus arcos, por buenos que fuesen, contra la caballería pesada de ferre y chapa. A ver, a ver. Esos dos Jiborianos no veían problema. “No hay problema”. Iban a vencer. Bueno, pues que venciesen, a ver si era verdad. Y eran sus mejores tropas. Porque los propiamente Cojones, eran buenos, pero organizados de prisa y corriendo, para una lucha en orden cerrado como los del Altiplano, y en fin por darse pisto de ser Reyno en lugar de haberles dejado organizar guerrillas tipo Chato el Apache, pues … Claro que entonces, la Iglesia, el Concilio, la Cruzada, el reyno … Ya era tarde; de la rebelión sólo salió su Estado incipiente, y capullo aún, iba a ser guadañado. Era inútil pensar en sus posibilidades como hoja verde. Pero claro, tenía sus generales, que eran de armas tomar, y entre los cinco principales con poder para detenerle, deponerle y ejecutarle antes de la llegada efectiva de los castillas, uno era más gilipollas que los otros. Y se rascó la barbilla. Llegaron al Palacio, y entraron.

Se sacó la capa y subió las escaleras del Palacio Episcopal. Pues a ése, el Huapachu, él le transmitía la Regencia. Y por primera vez desde que lo conocemos, se abrieron mucho sus ojos. Subió las escaleras con más fuerzas y ganas, pero luego se detuvo, y siguió subiendo a su ritmo normal, pausado y mayestático, de actor chespiriano que siempre fue, en definitiva. Que era lo suyo. Y al sentarse en el sillón frailuno, dio una palmada y, mientras aparecía el dacoit del capirote de Nazareno, se volvió a nuestro Alfredito, que había levantado sus bellos ojos, y, en contacto visual de su alma con la de aquella cosita preciosa, le envió un beso soplado al aire.

Y esa misma noche se reunió embozadamente con el Huapachu. Y así lo arregló: tras un Te Deum solemne, él como Rey de Israel se retira por seguir un mensaje divino, y deja la Regencia al Huapachu, que asume el nombre de Josué Macabeo Generalísimo del Pueblo de Israel. “¿ Hace?”. Y luego tú manos libres: gana o inmólate. Y si ganas, yo soy lejos y tú te proclamas Rey de Israel. Dará igual, los Andes son por medio, y tú crees que ir a la Breña es morir, como yo creo que ir contra la Guadaña es inmolarse. Y chocaron las zarpas. Muchos meses llevaba el Huapachu soñando con el mando supremo, y, como al Charro, sólo las obvias manifestaciones populares de apoyo al Rey de Israel a cada leve soplo de viento político adverso, le habían disuadido de dar el Golpe de Estado que el Don Tupi se llevaba mereciendo desde hacía mucho, muchísimo rato. Y ya se relamía el Huapachu al verse con todo en su firme puño. Don Tupi al ver tal actitud, se confirmó en la idea de que era un imbécil, y le dio por muerto.

Algo más se dio él esa mañana, cuando, oh sorpresa, le viene el Huapachu y le dice que no puede ser el arreglo; que si el Pueblo se entera de que el Rey desampara, se derrumba la resistencia que él pensaba organizar y que él, Don Tupi, si le hacía caso a él y le dejaba el mismo mando supremo militar que le había ofrecido- era vacante lo de Gonfalonero desde la huída primero del Charro y luego de su hermano Tajagüevos en quien recayera-, podría hacer ésa misma resistencia. Que en cualquier caso, él lo necesitaba en Tupinamba, y si luego quería abdicar e irse … El Don Tupi ya vió que era mierda. Que él no hablaba de abdicar, pero daba igual. ¿Y si le decía que no, a éste, entonces qué?. ¿Un golpe de Estado acaso a espaldas del pueblo, y no poder irse, y estar prisionero cuando llegasen por la puerta los Guadañángel y Compañía para pasarle la soga por el gaznate?. No. Nanay de la China. Y trató de razonar con el Huapachu. Le dijo que lo harían de este modo: que él se ocupase de las tropas, que él no se movería de Tupinamba, porque le había convencido de que se podía vencer. Y el otro cambió de gesto. Reflexionó. ¿Vencer?. Ni él creía que se pudiera vencer, pero sí sucumbir con gloria el Pueblo Cojón. En realidad, ambos creían existía una mínima posibilidad, y por esto eclusivamente no eran ya corriendo dándose con los talones en el culo; y era que pudieran ser las flechas de unto un arma bastante definitiva, y había que ver qué daban de sí. ¿Otro invierno?. ¿Y al siguiente, qué?. El Estado Cojón con tanta gente y sin campos, era inviable; entornó los ojos Don Tupi y se dio cuenta de que el otro pensaba lo mismo. Claro, constituído así … pero con un “reajuste” político … O sea, pensó Don Tupi, yo me quedo, ganamos, y lo que yo gano es una revolución contra mí por hambre y que me destripen como al Obispo; y la alternativa política sóis vosotros los guerreros, ¿no?. Y al año siguiente a lo mejor se te ocurre a ti huír a la Breña. Y te encuentras con las mismas que yo: que todo el mundo no puede ir. ¿Alternativas?. Ninguna. ¿Ganar la guerra al final?. ¿A los castillas?. Imposible. Sólo una Guerra Civil entre ellos podría crear ésa debilidad de ellos … pero nosotros somos de mientras la piel de oso por la que se ven a pelear. Todo eso pasó por detrás de sus párpados como una rápida película, y casi parpadeó un poquito; el otro no notó nada. Y vió que le tendría que dar gato por liebre, pero ya. Se despidieron muy amigos, se tomó un copazo de coñac, otra palmada y otro dacoit de capirote de Nazareno, y es ahora el Agamenón de los Indios el que es delante suyo. No, no es magia, ha pasado un rato. Le mira de aquella manera que el Jiboriano entiende que es serio, y le dice “Huapachu”, y luego hace un gesto de degollar y hace con los labios “chitchc”. y el Agamenón de los Indios mira con los ojos muy abiertos desde a la mitad del pecho de Don Tupi, queda unos segundos como si no entendiese nada, y luego hace que sí con la cabeza y sale flechado. No hace falta más.

Y Don Tupi, brazos cruzados, dalmática, mano en la barbilla, cinta griega al pelo, pasea por su lujosa estancia, ya un poco despojada de todo, excepto el ángel estilo Salzillo, y discurre cómo dar gato por liebre no ya al fiambre Huapachu, que lo da por muerto, y así fue desde luego, pero más tarde, sino al Pueblo. A ver, a ver…A ver: él sale al balcón de Capitán General y da un discurso. Lleva arnés castellano. Y al terminar de hablar, levanta su bastón de mando y se cierra la celada. Y cuando él sale por la puerta y sube al caballo y dirige sus tropas flechadas a que miren para otro lado y se guadañen con los castillas, “él” es otro vestido igual, y él se da al bote en dirección contraria. A distancia prudencial, despliega sus banderas y entra triunfante en el Presidio a recoger su cañón. Que si no fuese por eso, ya por allí ni pasa. ¿Y quién será el doble?.

Finalmente, da con la solución más obvia. Aquel agitador suyo que tanto habla de inmolarse y que le organizaba tan bien las demostraciones populares. Ese lo encontrará hasta un honor. Mueve la cabeza. No sé, no sé … Pero otra palmada, otro dacoit con capirote y … pues ése dacoit mismo. Que para eso es un dacoit. Pero baja la cabeza y entorna los ojos, en gesto dolorido.”¿ Soy un malvado?”, se pregunta.

Y la cosa queda hecha, ahorrándose vistas con otra docena de candidatos, y le queda ésa mañana libre. Por supuesto hay otros cabos sueltos: cuánta gente hay en ése acto. Nada de gente. Sólo las tropas. Cuando se den cuenta, si se dan, él ya está lejos. ¿Y el Pueblo?. ¿No verá que se va el Rey de Israel?. Porque irse él a ésas alturas es irse con más boato que .. Pues decirle al Pueblo la verdad: el Rey de Israel se sacrifica por el Pueblo y va a inmolarse a un santuario de la Breña porque se salve Tupinamba. No, no … Que éstos lo mismo dicen que se sacrifique ya aquí …¿Por “ordeno y mando”?. Esa es la solución. Que quien se ponga por delante lo escabechen, y si se derrumba la resistencia, que se derrumbe … “¿Es muy malvado eso?”, se pregunta. Y brilla uno de sus ojos, pero de filosofía, no de maldad. El Pueblo, sin comida, ya le cree menos … Hay cientos de miles de refugiados … ¿Un Incendio, como Nerón, para cubrirse la retirada?. Sacude la cabeza. No, no hay que exagerar. ¿Cómo, pues?. Enviando a la Emperatriz con todo el tren de boato imprescindible hacia el Presidio, y luego dejando a otro dacoit o dacói, que de los dos modos se puede decir, ocupando sus estancias, y salir por la puerta falsa. Y en el Presidio, desplegar el pabellón, ceñirse la corona cesariana sobre la peluca de Moisés, y señalar con la vara hacia el Mar Marrón de Piedra Hendido del Paso de los Andes a la Breña. ¡Eso!.

Pero viene el Don Agamenón y dice, en su jerga, y medio en Cojón: “No se encuentra al Huapachu por ninguna parte”.Y se oyen a lo lejos- ¿en dirección del río?-cañonazos. Aguza el oído. Carronadas. ¿Un barco por el río?. Sacude de nuevo la cabeza y abre mucho los ojos. ¿Qué es esto?. Y realmente él, de arnés, tiene que pasarse el día entero inspeccionando y ejecutando; pues que ha de hacerse cargo sin escapatoria de la situación. Ha de darle, de un lado, al Huapachu el Golpe antes de que el Huapachu se lo dé a él; y debe asegurarse de que se barre el paso al buque antes de que entre en Tupinamba y pueda bombardear la capital con sus carronadas. ¿Y ése grito que se oye a lo lejos?. ¿ “Rockefeller”?.

Que se ha despedido de Teodora Diva y ha dejado más de 400 guardias a toda prueba y a un capitán Jiboriano con cien flecheros de unto, en su guarda.La ha señalado y se ha señalado el corazón. Luego la ha señalado y ha hecho un gesto de “pasarle algo” y luego ha señalado el pecho del Jiboriano y le ha pasado el dedo por el gaznate. Y el Jiboriano ha entendido y ha hecho grandes gestos con la cabeza, abriendo mucho la boca y enseñando los dientes aserrados y puntiagudos. ¿Lo habrá entendido?. ¿Y lo habrá entendido bien?. Y vase guarnecido a la española y de cruz de Cruzado, con su escarapela amarilla de la Estrella de David.

Es aún un jefe militar. Lo primero que hace es ir en su mula y rodeado de Jiborianos y pegarle fuego a la casa del Huapachu, que no lo encuentra. Llama a un tonto de capirote de su partido y le dice que organice una demostración de adhesión de 60.000 personas, ya. Vase corriendo el hombre. Y da de los cuarteles del Tercio mandado por el Huapachu. Sólo encuentra heridos y enfermos, y gentes que van a mendigarles las sobras de la ración. Ya no están. 5000 hombres números redondos. Vienen sus lenguas; otros dos cuarteles son desamparados. Otro lengua. Un poblado barraquista de 70.000 personas se ha levantado por Huapachu Josué Macabeo Rey de Israel. Por allí, y le señala. ¡Mierda¡. Y el cabrón se le ha apropiado el nombre que él le daba un poco al tuntún; le ha gustado. Toma distancias con la vista. Bien. Mientras no avance hacia el centro. Tiene unas horas. Recupera el resto de Tercios. Bien, son suyos 10.000 hombres. Otra notita. Envía a sus comecocos que le hagan una barrera de gente adicta o por un pedazo de pan de unas 90.000 personas que le barren el paso a cualquier columna que venga de la ciudad barraquista ésa. Bueno, ya es algo. A ver el barco. Tras una cabalgada mulera y los Jiborianos a paso ligero, llega cabe las amenas riberas del Jordán, todavía bastante arriba del centro de Tupinamba, pero lame ya los arrabales. Por cierto, por la carretera, desbandada de los pocos soldados que eran todavía por delante; o sea, que la línea de resistencia pada ya, quieras o no quieras, al murado propiamente de la ciudad. Bueno. Se acerca de la orilla entre unas matas de frondosa vegetación de cuadro dieciochesco. Y se queda de pasta de boniato, ahora él. Es una galera bastante cumplida, según salen en las estampas, que jamás vió una, y lleva como, a ver, quince carronadas que se vean.Y dispara de momento al aire. Gente de chapa y alforre. ¿Y ése?. La bandera es obvia: verde con un esqueleto con alas de ángel y una guadaña. ¿Ese es Guadañángel?. Da un golpecito a un Jiboriano y le señala el Guadañángel y le hace el gesto del dedo en el gaznate. El Jiboriano lleva flechas de guerra pesadas, no de unto, pues iba a dar de los otros indios Cojones. Da igual. Tú tira, tú tira. Venga, venga. Hace gestos de darse prisa con la mano, arrodillado, el Don Tupi, al Jiboriano. Y éste carga su arco largo, más alto casi él, de larguísima flecha que parece lanza corta, de terrorífica cabeza de piedra pulida en forma de anzuelo.Zás. El tipo de al lado del Guadañángel parece bailar, y le salta la boina. ¿Llevaba boina?. ¿Entonces qué le ha saltado?. El Jiboriano sonríe. No, no, a ése no, al otro, a ése, a ése, pero entonces ya les han localizado desde la galera y por el rabillo del ojo Don Tupi se imagina qué va a pasar, y da un salto lejos de la amena orilla. Que da de carronada de ellos la galera, y cuando el Rey de Israel, con el rostro sucio de tierra, levanta la vista, los jiborianos están despanzurrados, que parece que les han hurgado en las tripas. “¡Qué bárbaros¡”. Y sube la hondonadilla y se une a los otros, se sube a su mula- hay amenos árboles que les protegen de vistas aquí arriba- y señala a Tupinamba, y otra vez él a todo galope de mula y los Jiborianos a paso ligero, que es lo suyo. Se oyen más disparos. Y una voz indefinible a voz en cuello grita obscenidades y verdaderas estupideces, que acompaña al Rey de Israel en su cabalgata por aquella larga, verde y amena arboleda bañada por el sol primaveral. Y vuelve a oírse ésa voz que dice “¡Rockefeller¡”.

Y parece que se oyen aullidos como de perro, de lobo o de hiena. No hay duda. Es la Alimaña.

Antes de llegar al reducto al borde del río que ya es murado del nuevo, bastante endeble, donde hay guerreros de pavés y lanza que le vitorean, y él saluda, el Don Tupi se baja del mulo y se acerca otra vez a la orilla. De cuando en cuando hay casas castellanas, la mayor parte quemadas o saqueadas o ambas cosas, que tapan vistas probables desde la galera. Se asoma detrás de una de éstas. La galera es aún lejos. Calcula la distancia del río y mira alrededor, casas, materiales, algo … Y luego va su vista río abajo, a la derecha, y calcula la distancia con la fachada trasera del Palacio Episcopal de Tupinamba. Malo. Si pudiese cortarse el río … A ver, más adelante, el puente castellano. ¿Dónde hay un artificiero?. En el Presidio. ¿Cómo lo hacían?. Y durante cinco minutos enteros el Don Tupi intenta ponerse en marcha de obrar una voladura de un puente. Pero al cabo de cinco minutos está como al inicio, y el impulso se disuelve cual aspirina; si no sabe, no sabe. Pero el puente puede servir de algo. Se pone en pie y vase al parapeto, y da órdenes. Gente encima del puente, toda la que se pueda. Da gritos y clama que es el Rey de Israel, y bastante gente le hace algún caso. Pide voluntarios de su partido , y al final aparecen diez mozos. Hay un enorme corro de gente, entre el parapeto y las casas primeras de la ciudad, que en ese final de calle son indias. Y les dice que se inmolen saltando encima de la galera cuando pase por debajo, y si pueden, que maten al menos a un castilla, “al de pelo amarillo, sobretodo”. Vanse. Y pide enseres a los vecinos por hacer hogueras encima del puente y derribarlas ardiendo encima de la galera cuando pase. Manda a un Jiboriano a que le diga si está muy cerca. Se oye otro cañonazo. El Jiboriano sale flechado. Pide flecheros y honderos, ya, quienes sean. Y a los soldados les dice- aunque él eso no lo sabe, pero no se equivoca, su cálculo de cinco días era bueno-que no van a venir castillas por tierra, ahora. Que el problema es la galera. Lo cierto es que la gente está de pasta de boniato de la aparición de ésa galera, pues en ese río todo lo más van barcas, y son casi a 700 kilómetros, números redondos. ¿Cómo han sido capaces los castillas de arrastrar una galera por, como mínimo,por el sitio más estrecho, 150 kilómetros de Pampa?. (De la casa de Guadañángel, 400 kilómetros, y ésta se halla casi 300 kilómetros al interior …). Da igual. Les hace gestos imperiosos. Toda la gente encima del puente. Y los soldados que les tiren hasta los paveses, ya pillarán otros. Todo, hasta las sandalias y los calzoncillos. ¡Todo¡. Y sale en mula con los Jiborianos a paso ligero sin esperar al otro de la Breña.

Más adelante, lo mismo, cuando ve breña y casitas y muretes del lado del río por donde pueden parapetarse. ¡Gente¡. La que sea. Y manda corriendo a un Jiboriano al Don Agamenón su jefe y mayor. Una Capitanía de Jiborianos, y que traigan flechas de unto y de golpe. A otro. Que hagan flechas de fuego. Y que vengan aquí. Y señala sus pies. Y luego otra vez en mula y adelante. En un baluarte más adelante se encuentra con tropas más abundantes. Allí le encuentra Don Agamenón de los Indios. De paso, le pide lengua de las avanzadas, ¿dónde están y qué hacen?. ¿Los castillas o los sediciosos?. ¡Todos’. Unos son por aquí y otros son por allá. Los castillas ya han cruzado el río pero son todavía al inicio de la Carretera. Pero claro, se ve que al llegar al río, han botado la galera. ¿Cómo no se supo que la llevaban?. Da igual. (Porque sus avanzadas daban de las suyas; la galera venía con la recua final). Los otros no se mueven del campo de barracas. Llega otro mensajero. Estampida de gentes en todos los campos de barracas al saber la llegada de los castillas, y que viene Guadañángel. El Rey de Israel arquea una ceja. Bueno, el Pueblo no se va a oponer a la ida a la Breña de su Rey. Ya no hay resistencia, desde el punto de vista de la retaguardia. Sólo quedarán frente a los castillas las tropas. ¿O no?. Ya se verá. Sigue preparando la resistencia inmediata a la galera. Cae una pella cerca. Una pared abajo. Estampida de gente y soldados que les tiemblan las piernas. Por mensaje sabe que ya son los Jiborianos número de mil en el primer puesto. Sus tropas son en tres puntos bastante concentradas. Las controla. Bien. Se acerca otra vez al río. Y allí ve el duelo artillería- flechería. Una nube de flechas cae sobre la galera, y ésta responde, a lo que se ve, de ballestería y arcabuces, qué humareda; y de carronada de metralla. Barre la amena arboleda. El Don Tupi calcula que ahí están muriendo Jiborianos como moscas. Disparan las carronadas un rato, y después la galera sigue adelante. Eso es que ya no quedaba resistencia. Ahora el puente. Bien por las hogueras. Se acerca la galera, y antes de que la puedan alcanzar, da de carronada de metralla en el puente, ahí mueren cincuenta personas, calcula.Caen a chorros al agua y hechos polvo y hechos pedazos. Del otro lado del río, del otro barrio, parece que se han espabilado sin que él tenga que decírselo. Hay arqueros Cojones con flechas de unto. Son más pequeñas y ligeras. Una nube a la galera; al agua la mayoría. La galera da de carronadas de las casas castellanas donde son los arqueros. Abre boquetes. Gira y da cabezazo la galera. Ve que desguarnecen el mástil. Van a dar de pasar por debajo del puente. Más metralla al puente. Pero cuando se acerca la galera llueve sobre ella de todo, y desde luego le echan encima pulverizadas, dos hogueras como las de San Juan. Poca cosa. Los de la galera disparan de arcabuz y ballesta hacia arriba. Se echan tres cuerpos en la galera. Deben ser los que quedan vivos de los mozos o los que han tenido cojones de hacerlo. Y Don Tupi sonríe amargamente. Eso desde luego no para a la galera. ¿Y qué hacen?. Pasan bajo el puente. Y otra descarga hacia atrás cuando han pasado, sobre el puente. Mucho humo y derribos y gente despanzurrada. Bueno …
O sea, que no paran la galera.

Se oyen gritos dementes. La gente se queda acojonada sólo de oír el tono de la voz. Pero es que muchos indios Cojones, y el Don Tupi desde luego, entienden el castellano. Y oye tales barbaridades que se le ponen los vellos de punta. “Y yo soy el salvaje…”, dice, resignado.

Y sale escopeteado a Palacio a recoger y poner su cariñito y sus tesoros fuera del alcance de los cañones; porque ésos bombardean el Palacio, lo ve más claro que el agua. Quién sabe si el Guadañángel no tuvo alguna discusión con un Obispo de Tupinamba, y ahora le ajusta las cuentas en diferido. Y no sabe el Don Tupi cuan cerca está de eso. “Caliente, caliente”. Como que al Obispo de Tupinamba, si no le sacan las tripas los indios, se las hubiese sacado el Guadañángel. Cuyas risas dementes y absolutamente idas producen tal terror a los indios, que corre la voz, y esa mañana desamparan la mitad de allá de Tupinamba como 15.000 personas. Sin embargo, la galera, por fuerza, no es invulnerable. A ver qué hacen ésas flechas de fuego … Ya sabremos algo, va pensándose el Don Tupi, dando golpes de piernas a su mula. Los Jiborianos, a su lado, a paso ligero. Esos no se cansan, piensa Don Tupi, es lo suyo. A él le cansa sólo el peso del arnés castellano. La situación se salvó, pese a que, dentro de su consustancial frialdad e indiferencia, siquiera externas, mucho y grandemente se había arrepentido de no haber aquí el cañón, y sólo una parte de la arcabucería. Era la ocasión de sacarla. Si no ahora, ¿cuándo?. En eso pensaba cuando llegó por fin a Palacio y al entrar en el zaguán andaluz vio muerto al capitán Jiboriano. Y levantó la vista por el amplio hueco de la escalera, que ésa parte de impresionar al visitante del Obispo era la mejor. Le habían tirado. Y desde arriba un sargento le hizo un gesto de que no pasa nada. Un dacói sale de una puertecita de servicio con su capirote de Semana Santa y le da novedades al oído con gestos, y con la mano, y en ella extendiendo blandamente, señala arriba y abajo, y el Rey Don Tupi asiente, asiente. “Ah, si es así ..”. Y sube resonando la chapa del arnés. Va muy cansado y por la escalera que va subiendo se desciñe la tizona y el cinturón de pistolas. Arriba en el rellano hay señales de lucha. Cosas tiradas y rotas. Qué pena. Bueno, da igual. ¿Y la Emperatriz?. El sargento de guardia, de guardia, le da novedades. No, ya no están los Jiborianos. Los ha enviado a cubrir el  bosquecillo a orillas del río tan buen punto hubo desde la azotea vistas de la galera. ¿Pero qué narices ha pasado?. Pues que el Jiboriano entendió, por los gestos del Rey Don Tupi,que el Don Tupi era enamorado del Jiboriano y como prenda de amor le daba la Emperatriz, y en irse el Don Tupi el Jiboriano trató de llevársela. ¡Menuda gente¡. Habrá que hilarles más fino … Pero como no se les entiende una mierda …Son precisos más lenguas. Y dale que te pego los cañonazos. Cada vez más cerca. Tira el casco de celada y la capa, que la tizona la ha colgado de un perchero. Nada, nada, nada, arrorro mi nena, nena nenita bonita, ea, ea, ea. Y un besito. Está preciosa. ¿Qué ha llorado un poquitín?. Qué delicia. Ella le cuenta, y él piensa en la galera. Le pone un dedo en los labios y la mira fijamente. Y le explica la situación. Lo del Te Deum de pasado mañana y la salida en regla, pues a lo mejor que no. Dependerá de si consiguen detener la galera; si no, hay que desamparar. ¿Se hace cargo su chiquitina?.El Alfredito que sí. Que se vista de viaje, pero con alguna discreta insignia de Emperatriz, y encima un manto de mujer mestiza de Tupinamba, de los de dejar al descubierto sólo un ojo. De ésos. Palmadas, y acude el tren de Casa de la Emperatriz, que es pena describirlo cuando es ya en derribo. Hay como veinte indias de falda de alcachofa y enterquecidas, pero muy limpias; y quince mestizas muy bellas, que son el personal de servicio de la Emperatriz Teodora Diva. Para aquellos lares y disponibilidades, va muy bien atendida. La valentona ya no formó parte de la guardia de mujeres de la “tournée”, pero sí la payasona. Y ahí está. Todas las mujeres, y hay que incluír al Alfredito, tiemblan. El rollo se acaba. Tupinamba cae. ¿Fue un sueño?.No, no digas que fue un sueño, le dice el Alfredito. Él, ella, desde luego no vuelve a campo de castillas. A la Breña.

Con las últimas cosas, abajo por la escalera. Abajo, a los carros de mulas. Quizá se haga el Te Deum en la Iglesia de Tupijuana. De momento, que ella se ponga a salvo. Duda un momento el Rey Don Tupi, y entonces hace salir a todo el mundo de la habitación excepto a la Emperatriz. Y la toma de la mano y la lleva hasta delante del ángel esculpido estilo Salzillo, policromado, brillante, tan bello; tan parecidos. Y le dice al Alfredito que bese la estatua. Alfredito sonríe. Y, con su peinado de colmena y su tiara dorada, con su manto, con ése vestido de raso de basílisa o basilea bizantina que cruje, acerca su cara a la del ángel. Acerca sus labios a los labios entreabiertos del ángel, y le da un beso profundo y sensual, envolviendo los turgentes labios policromados, y hasta un poco de lengua. Da la lengua de Alfredito con el tope interno, y sabe a polvo. No llega hasta ahí la limpieza. Separa su cabeza del ángel, mira a Don Tupi, y le da otro beso al ángel, esta vez en la mejilla. “Primero tu beso, y luego el mío”,le dice. Y Don Tupi sonríe con ése gesto amargo de se perdió la Brigada Ligera, qué se le va a hacer. Y le entrega el ángel al Alfredito. “Llévatelo y guárdalo. Considéralo como la insignia de tu poder de Emperatriz“. Lo diga con éstas o con otras palabras; que éstos hablaban entre sí en castellano.

Y mientras desde lo alto de la escalera se despide de la Teodora Diva, y dos sargentos van bajando al doble de ésta de madera policromada, el Don Tupi hace un gesto de despedida con los deditos. Mira un poco haciabajo, y cuando se cierra la puertabajo- se oye el golpe-, cambia su cara. Ya ocurre, ya. Y se va corriendo al balcón de detrás del Palacio Episcopal. Desde allí ve qué da de sí la flechería de fuego.

Como hay metralla en el aire, el Don Tupi se coloca el casco- al revés- y se agazàpa una rodilla en tierra detrás de la obra del balcón, que es maciza. Y allí va recibiendo lenguas y mensajeros y oficiales suyos que le van dando las novedades. A poco se llena el balcón, y ve que las ventanas de encima suyo y de los lados, de arcabucería. Un dacói va subiendo teas de aceote preparadas para lanzar y las va poniendo en fila del otro extremo del balcón al rincón de aquí de Don Tupi, siempre con gestos de reverencia abundantes y como pidiendo perdón. Pero la galera es aún lejos. Ahora debe pasar por donde dio orden de irle con flechería de fuego. Por la cantidad- jó- de flechería, en ésa ribera es el Don Agamenón con dos Capitanías al menos. Le viene un Capitán suyo y le dice que el convoy de la Emperatriz es dispuesto. Asiente con la cabeza. A Tupijuana. Que se lleve mil Jiborianos a todo riesgo. Que se inmolen. El otro dice que sí, que sí.Mira el combate. Es una lluvia de flechas pesadas y largas y cortas como virutas que se abate sobre la galera. No se ve bien, pero caen de la galera al agua algunos. Arcabucería castilla, nube de humo. Carronadas. Y las primeras flechas de fuego. Gente que arde de su alforre. Y otros les tiran baldes de agua. Una vela plegada que arde. Voces descomunales de una Alimaña. Y ¿qué se oyen?. ¿Caballos?. Arquea las cejas. Mira no al río anchuroso, Jordán de Tupinamba, sino a las casas de enfrente. Y acto seguido da un arco con la vista al otro puente de piedra castellano. Porque en la calle de enfrente que corta con la ronda del río, ve pasar jinetes. No se detienen. Y algunas casas ve que arden. Pronto será incendio de ésa parte. ¿El Puente¡. Hacia allí va el convoy de la Emperatriz. Sale disparado. Y va corriendo por la calle hasta alcanzar al último jinete, al final de la calle. Éste sale a galope al inicio del convoy. El convoy para. Le viene el Capitán. ¿Qué hacemos?. El Don Tupi, resollando, le señala la otra dirección de salida de Tupinamba, al sur y este. El Capitán le dice que de ése lado hay que atravesar un gran barrio de chabolas, y que duda si no serán sublevados por Don Huapachu o Josué Macabeo. Evita decir “Rey de Israel”. Duda el Don Tupi. Que vayan. Llega mensaje. Hay noticias de jinetearía de la parte del sur y este, pero mucho más allá. Son los Guadañángel y El Cota, al parecer, que se reconocen las dos banderas. Y un recado del Huapachu. Increíble. Le dice que él toma la Cruzada y el Reyno, y que él tome el Pontificado, que él se va a inmolar con los suyos para contener a los que vienen por el sur y este. Que el Pontífice Don Tupi se ocupe de los que vendrán por el norte y oeste. El Don Tupi alucina, pero es ya todo tan irreal … Y al mensaje ordena que le den la bandera de la Cruzada; se la regala. Y aun en esa circunstancia, con el Capitán esperando, oyéndose cañonazos, con el Pueblo desbandado, y muchas mujeres que le reconocen echándose a sus pies y pidiendo salvación unas y otras pan al menos para comer una última vez antes de que los degüellen los castillas, todavía el Don Tupi regatea. Le dice al mensaje que le diga a Don Josué que le da la Cruzada, le hace Gonfalonero y Heredero del Trono de Israel,y que sea sucesor en efecto cuando el Don Tupi desampare. Y el mensaje vase a la carrera, con el ástil y la bandera de la Cruzada, primero plegada y luego corriendo entre el gentío a bandera desplegada. Y se oyen cañonazos. Al Capitán le dice que fuerce el paso y se dé prisa. Que salga de Tupinamba antes de que la copen los Guadañángeles y tire recto a Tupijuana. Que le da cita, inexcusable, y le mira a los ojos fijamente, para dentro de cuarenta y ocho horas en la Iglesia Mayor de Tupijuana. Corre al coche de la Emperatriz y se despide de ella. Adelante.

Y a un oficial que ve pasar le dice que reclute a tres mil paisanos ya, y que se inmole en el Puente. Y se vuelve corriendo al Palacio. Siente ahora una cierta duda sobre la situación real y la cantidad de sus fuerzas. Al balcón. La galera ha avanzado otros dos mil metros; es ya muy cerca. A ver qué hacen los de Don Agamenón. Llueven las flechas sobre la galera, y todas son ya de fuego. Es cuestión de darles más de las que puedan apagar, y a lo mejor que una dé cerca de depósito de pólvora …Y reza un padrenuestro indígena, donde sólo se reconocen las palabras foráneas, bíblicas, pero de todos modos ésas en versión latina o española. Y a su plegaria se unen los soldados indios de los arcabuces. Es Rey Sacerdote de Israel. Y ellos son Iglesia India, ellos hacen nación; son Indios Cojones. Con esto se animan un tantico. Y por fin la galera se derrota. Es lo de los muros de Jericó.Se le ve que tiene un incendio a bordo, y que el orden de los remos se desbarata. Como que algunos remeros deben estar ardiendo. Pobres. Y la galera se acerca de la otra orilla, que se percibe claramente que es en manos del enemigo. Era un avance de galera por el río y caballería por la orilla externa en relación al centro de Tupinamba. Y tan en la otra orilla son, que la fachada del agua del Palacio Episcopal es batida de fusilería desde las casas de enfrente, y desde derecha e izquierda en el paño de casas castellanas y medio indígenas del otro lado del río. Pese a lo cual por el camino de ronda del río corren grupos de paisanos indios. Y algunos caen muertos. Una descarga de arcabucería en respuesta y el Rey Don Tupi se mete adentro. Le dice al sargento acurrucado con su escopetón que dentro de un rato le dé novedades de la galera. Va a decir que sí y de pronto, púm, cae muerto. Pese al gran calibre, la potencia de penetración es pequeña y el alcance corto. Parece un agujero en su frente. Bueno. Le repite la orden al sargento de al lado y se mete adentro. Ya adentro, va a una habitación interior, con muro contínuo y sin ventana al río, y allí se sienta en el sillón frailuno y mira hacia el lugar vacío del ángel estilo Salzillo. No hay cigarros de hace tiempo. Pero sí coñac, recuerda. No ha pensado en llevarse parte de la bodega del Obispo en los carros. ¿Qué tendrá que beber en la Breña?. De momento, el hombre se toma un copazo, que en aquel tiempo no eran copas como las de hoy; es una copa ancha de latón dorado.

Y le viene, como tentación diabólica, aquel agitador suyo al que le iba a proponer el negocio que luego le propuso al dacói de capirote. Ese dacói es muerto, que lo ha visto abajo. Lo debió matar el Jiboriano que se creía le habían regalado la Emperatriz. Duda de que el Jiboriano se diese cuenta de que la Emperatriz es un travelo. Hace un gesto. Y sonríe al agitador, un indio achaparrado muy moreno, muy ardiente para indio, que mató muchos frailes y castillas, y que lleva degollados por el Rey de Israel a no sé cuántos disidentes.

Don Tupi durmió tres horas. Luego, un poquito de agua a la cara, desde la jofaina que le sostenía un dacói, y se guarneció de nuevo. Pero miraba de reojo su disfraz de Moisés. Se subió a los tejados de la casa, que había una salidita entre las tejas castellanas. Y allí arriba, haciéndose visera con las manos, vió el panorama. Por el río, la galera ya no estaba. Había retrocedido. Luego la vió tras un recodo mucho más allá, donde una amena arboleda descendía casi como cultivado jardín sobre las aguas, tapándola a medias de vistas. Ya se aseguró de no oír ni ver tiroteo antes de erguirse, y de que fuese tras una chimenea que la obra le sirviese de parapeto. Enfrente, no hay actividad. Se apoyó del otro lado. ¿Al Puente?. Era allí lucha, pero tumulto. Se asomó al lado de la Plaza de Armas y la calle principal ancha. Por el final de la calle, que era ya la Carretera castellana, vió tropas propias en cantidad, en bastante buen orden. Venían casi desfilando. O sea no era el enemigo encima. Mezclados, Jiborianos y regulares. Y gentes del pueblo montones. Y por la plaza, una multitud delante del Palacio, pero sentada, y muchos durmiendo, y con hatos. Y otro nutrido grupo delante de la Catedral. Era sencillamente paisanaje que había buscado la acogida del cuadro de la Plaza de Armas como reducto interior de Tupinamba. Debían haber a ojo 12.000 personas, mujeres de falda de alcachofa y hatillos en su inmensa mayoría; y las de más clase con velos que sólo dejaban ver un ojo, un rizo y algo de los labios. Habían soldados heridos por todos los lugares donde fuese posible sentarse contra un muro. Los muertos eran echados de su lugar y quedaban tirados. Donde más se apiñaban era a la sombra. Y al sol algunos parecían agonizar asándose, y otros escapan difícilmente y medio a rastras del astro rey. Y no se crea, era ya un niño en el mundo a quien le iban a gustar mucho los jueguecitos tipo Don Tupi y las Monarquías Solares.
Ahora bien, lo que nunca se hubiese creído es que ése sol inspiraría a la Alimaña otra de las suyas, y casi la definitiva. Que era creerse El Dorado. Pero en fin, así fue.

Don Tupi hizo junta de sus jefes y capitanes. Con un dibujo rudimentario de Tupinamba, se orientaron bastante. Al norte y este, ataque castilla. Media ciudad hasta los puentes en sus manos. Es la ciudad más estrechita. Poca cosa. Del oeste se conoce que una columna de castillas ha cruzado el río y viene por la Carretera, en dos flechas, una principal a derecha nuestra y otra a izquierda nuestra, que para los castígalas será al revés. De ése lado está el cercado y casi 18.000 Jiborianos, aunque el duelo con la Galera ha producido fuertes bajas, que no es ocasión de ponerse a contar. De civiles en lucha, innúmeras. ¿3000?. Pues 3000. Las que se quiera. Dentro del recinto murado hay casi 100.000 personas. No se puede dar un paso. Toda la orilla nuestra del río está tomada de casi 14.000 regulares de pavés, menos las bajas y las deserciones, que eso no se sabe niente de ello. En medio de los dos puentes se han hecho barricadas y se les han pegado fuego, y detrás otras barricadas, hasta tres, por el lado nuestro de los Puentes. Los castillas no pueden pasar ni como Alvarado. Al sur los barrios inmensos de chabolas extra muros son un caos, hay una estampida de gentes hacia el Sur y la región del cañizo y hacia el este y las llanuras y campos, que son todos abrasados durante ese invierno, y a ampararse de las ruinas de los pueblos asolados. Los Guadañángeles le aprietan desde el este y sur. Bueno, son ahí y no sobre el Presidio. Entre ellos y la flecha de los otros castillas es la fuerza de Huapachu Josué Macabeo, Gonfalonero y Heredero del Trono, que todo hay que decirlo. Tiene 6000 hombres regulares de pavés y muchísimos paisanos; pero la turba lo mismo se come a los castillas que se viene abajo, es una ameba, un infusorio, un souflé, bien que él no usó ésos términos, pero yo sí, que lo cuento yo y no él. En la avalancha de la primera carga que les ha dado el Daniel Guadañángel, que a ningún otro caudillo se les ve- ¿se habrán muerto este invierno el Macabeo y El Cota?-, se han atropellado como diez mil personas y los muertos son incontables. Ya, asiente el Don Tupi. Ya se lo conoce. Por eso si no se pueden manejar, es mejor no usar masas muy grandes de gente. Ya le ocurrió algo así con las adhesiones y caceroladas, mientras ha durado su Reynado. Y su mirada se ensombrece, allí en medio del consejo. Él mismo ya da por finido su Reynado. Pero pregunta qué es del convoy de la Emperatriz y de Tupijuana. Y le dicen que Tupijuana es de Israel- lo dicen con orgullo- y que, al saber que la Emperatriz Venida de Lejanas Tierras, ése verdadero ángel, se iba a Tupijuana, innumerables gentes se han ido detrás, sobretodo mujeres de falda de alcachofa, que parecían un ejército de mujeres. Y se sonríe el Don Tupi. No puede ocuparse ya de su Pueblo. Se desampara Tupinamba.

Y Don Agamenón de los Indios dice que no, y lo mismo Don Aquiles de la Breña, que ellos se inmolan, y todos se los miran de arribabajo, pero no muy abajo, porque miden como 1,45 en primer lugar, y porque un poco más abajo se les ven enormes penes semirrectos que dan como grima a los restantes junteros, que son indios Cojones pero personas de vestidos, cristianas, civilizadas, y además que los indios Cojones, igual que los Cagarrúas, la tienen pequeña. Y un capitán de muy deteriorada armadura de purpurina de Semana Santa y casco de romano de cartón- que ha guarnecido con plumas al modo de sus bisabuelos-, le dice que no, y no, y no. Por fin alguien le pone los puntos sobre las íes. Y todos empalidecen, pero al final se unen al capitán. Que los castillas son letales pero todo lo más 3000 hombres- eran en realidad, jinetes y peones y de las dos huestes Encomenderas, 6000, pero da igual-y que ellos son la Nación Cojona y que alrededor de Tupinamba hay al menos 250.000 personas. Pues que muchos se huyen al Sur y a lo destruído y asolado ese invierno, donde hay nota que el Rocafuertes se ampsra del Obispo de Santa Fe de Verdes y no mata a todo el mundo, y da el perdón. Pera el Don Tupi eso es como la Luna, más que la Breña. Él no se salva, si da con castillas de legislaciones y formalismos, del garrote. Y antes hay cordeles y tizones sin fallo. Y si no garrote la rueda o le atenaza y descuartiza el verdugo; y su cabeza va a parar o al miro de tupinambo o al Castillo de Santa Fe de Verdes donde la tienen en una pica hasta que le brille la pelota. Como no sea que el clima la ennegrezca y sea de las calaveras marronosas. Ése es un enigma, acerca de las vistas de su propia calavera, que el Don Tupi no tiene interés en desvelar. Y si cae en manos de Encomenderos puros, aún peor. Ellos dicen que es indigno rendirse y no dar cara a 3000 castillas con un Pueblo de Guerreros que al menos ha fuerzas armadas de 40.000 hombres en total, sin contar espontáneos y espontáneas. Que se echan delante de los castillas pezetas de 20.000 voluntarios como los que Don Tupi envió a la esclavitud, pero a inmolarse, y no ganan los castillas ni soñando. Y que por ejemplo puede irse directa contra los castillas la Tribu de Israel de 40.000 miembros de su partido, del Don Tupi Rey de Israel, con él a la cabeza, cantando salmos. El Don Tupi piensa que a lo mejor sí, pero no él. Y ve lo que ocurriría en realidad: una desbandada y una rota gratuítas. Si ha de haberlas, que al menos sea combatiendo dentro del sentido común y al amparo del número y del murado de Tupinamba. 20 carronadas no son suficiente artillería, aun cuando ellos carezcan en absoluto de ella, si los guerreros, y lo recalca bien, los guerreros, tienen voluntad de resistencia. Y aquel capitán, que a todo riesgo le dice ya lo que piensa, le dice al Don Tupi que si él fuera Rey de israel, sabría lo que tendría que hacer. Y el Don Tupi se lleva la mano a la cabeza, pero no lleva corona. Mecachis. Se vuelve y va a un armario, lo abre, saca la Corona y se la da al Capitán y le dice: “Pues hála, te la regalo, ya eres Rey de Israel”. El otro vacila. Los otros no se lo creen. Pero acepta y se la pone. Y el Don Tupi pilla la ocasión por los pelos. “Y yo me voy con los míos. Inmólate tú con los tuyos”. De todos modos, si la junta sale mal, la Casa es en poder suyo y de sus sargentos, y los Jiborianos le adoran a él y se enteran de la misa la media.

No hay comedia. El agitador que se las prometía felices ve que nanay. Pero ojo, que a lo mejor sí … Hay dos comedias, mejor que una. Y con cañoneo de fondo, por mejor concentrarse. A Don Tupi le urge largarse, todavía unos 15.000 de la pezeta de 40.000 de Tribu de Israel son aquí esperándole; el resto es en Tupijuana o de camino, al riesgo de que el extremo de una flecha o de la otra de los castillas se cierren sobre la carretera de Tupinamba y se quede prisionero -esa palabra es la que piensa- prisionero en Tupinamba- Numancia. Y eso no. ¡A la Breña¡.

Por ello ante mucha tropa formada en la Plaza de Armas frente al Palacio, y bajo la música de carronadas y lejanos gritos de una Alimaña, que a veces se oyen risas, procedentes de la parte del río y del paño de casas del otro lado del río, enfrente del Palacio Episcopal, que es ahí donde está la Alimaña, a falta de pasarle por delante con la galera; el Rey Don Tupi, guarnecido de Moisés por fin, levanta la mano del Capitán de Semana Santa, que se llamaba Jilpruchu Mistec, o algo así, y lo proclama Rey de Israel, o sea lo que se negó a darle hace unas horas al Huapachu, pero ahora ya lo regala, y le entrega, que no le faltan, la Bandera de la Cruzada que ya conocemos. Hála, a inmolarse. Y le aclaman. Y el Don Tupi echa mano de sus mañas por una de sus últimas veces en su país nativo y ante su Pueblo que tanto le quiere y al que tanto quiere, y, vestido de Moisés, se proclama Profeta de Israel y Segundo Moisés, y les cuenta tal rollo macabeo que se quedan, una vez más, pazguatos y turulatos, y lloran allí por su buen corazón como 20.000 mujeres de falda de alcachofa y morral y muchas veces niños a sus espaldas, muertas de hambre. El nuevo Rey de Israel no puede evitarlo, y llora. Sólo no llora Don Tupi. Y es cosa hecha.

Como 50.000 personas salen de la Plaza de Armas tras el Rey de Israel, flanqueado de los Capitanes de Tercios regulares, quién con media armadura española o alforre de alguacil, casi todos con la Cruz de la Cruzada aún visible, y todos con escarapelas de la Estrellita amarilla de David, que de ésas hay en los sótanos del Palacio Episcopal provisiones inacabables. O sea, que les da una indignia y una patada en el culo. Y con ellos los jefes de los Jiborianos, que son básicamente ya quienes guarnecen la murada del lado que van a golpear por tierra inminentemente las jinetearías de La Caballada.

Da igual que otro ejército con el Huapachu lleve otro Heredero al trono de Israel, que se habrá proclamado Rey por su cuenta. Pero ha visto en la mirada del Jilpruchu I, que el Yupanqui I Pontifex hace una semana que no lo ve, y nunca de él más se supo, que se mezcló con su grey que se entregó al Rocafuertes; pues en esa mirada ve que le menosprecia. Y que cree que salvará la situación y será en efecto Rey de Israel. Don Tupi sabe que tantos miles de testigos, en cierto sentido, nada valen, pues que su memoria se perderá como lágrimas en las gotas de lluvia, pues que de ésta Nación Cojona no quedarán casi ni huesecitos. Pero por si acaso, una vez que son idos aquéllos, y como todavía se acumula más gente con la misma idea de recogerse a la Plaza de Armas, y es todo tan deshecho que seguramente muchos no saben de su abdicación, vuelve a salir al balcón y se da otro curioso espectáculo. Y la gente, si sabía la novedad anterior da igual pues se le suma ésta, que también correrá aunque sea opuesta, ve al Rey de Israel de arnés castellano y de Capitán General que les dirige sonora arenga que les hace vibrar, y luego levanta su bastón de mando, abrazado a la Bandera Verde con la Estrella amarilla de David del Reynado- que se la dio al otro, pero tiene varias, tal y como coronas, que tiene un armario lleno, de diversos modelos-, y dice que parte al frente de tropa escogida, que le aclama, a dar de flecha de los castillas. El Pueblo se asombra y le da por muerto. “¡ Se inmola por ellos¡”. Y lloran. Y desaparece en el balcón, para aparecer por la puerta, de celada cerrada y saludando con el bastón. Sube a su caballo- que el Don Agitador monta a caballo, que el Don Tupi es de mula- y, buen jinete y con donosura, óle nuestro Rey de Israel, o el equivalente, se encamina a la batalla seguido de compacto escuadrón, que no son sino los más fieles chequistas y tontos de capirote del Don Agitador. ¡Garbosso¡. Y miles de gentes se le van detrás, sobre todo mujeres de falda de alcachofa, dispuestas a todo, y ya las conocemos un poquito a éstas, que cien o más estrangularon a sus hijos por luchar más desembarazadas por el Pueblo de Israel.

Y a los 45 minutos, en ése manifestódromo de la Plaza de Armas, otra multitud vió aparecer a Don Tupi Rey de Israel, Nuevo Moisés, con sus barbas de algodón y sus cuernos de luz de algodón pintado de purpurina, y aquí les endilgó otro discurso, donde anunció un Nuevo Reynado en un Lugar Muy Verde. Y aquí sí lloró el Don Tupi. Y salióse del Palacio con su Bandera e Insignias todas de Rey de Israel, porque jamás realmente había abdicado en ninguno de todos aquellos gilipollas.

Y con éstas, dejó el cerco de Tupinamba, casi por los pelos, y salió de allí al frente de su pezeta de sectarios, en dirección a Tupijuana. Y digo que fue por los pelos porque, tal y como Moisés abrió el Mar Rojo y lo cerró tras de sí, éste pasó por la carretera de Tupijuana, e iba a usar el Mar de Piedra ya abierto del Paso de los Andes a la Breña, pero apenas veinte minutos después de haber pasado, se encontraron las avanzadas de la Hueste por encima de Tupinamba y la punta de flecha de los veteranos jinetes de Daniel Guadañángel, que habían hecho su campaña todo el invierno a espaldas del Reyno de Israel y en el lago de Tumi. Ya era cerrada la tenaza alrededor de Tupinamba.


Fue irse él y que el Guadañángel Alimaña diese recado de atacar otra vez a la galera. Y fuése donde era unas pocas cuadras, a donde se subió en ella en la ribera. No había oposición ya casi en la otra orilla. El caos era en el campo indio tras la irrupción en flecha del Anchorena por la Carretera castellana con 500 jinetes de ferre y tras él y a veces por delante de él, por lo que se verá, el Rastrojo de la peonada del Guadañángel, al mando de Don Podredumbre. Otra flecha regida por los hermanos Incháusti- ¡nada menos¡- cayó sobre Tupinamba a través de las barracas del sur y oeste, cortando también por ahí, guadañando, destruyendo, abrasando, afogando miles y miles de barracas y provocando una estampida de miles de muertos, para acabar dando por detrás de las fuerzas del Huapachu Josué Macabeo, que se las veían con el centro de Daniel Guadañángel del otro lado. Que el Macabeo era, como sabemos, enfermo, en una rezaga a diez o veinte leguas con otra parte de la fuerza. El Daniel no tenía izquierda; no le hacía falta; era sólo cañizo y desbandada de indios y caos, hacia el todavía lejano amparo del Rocas. Luego habría que hacer algo y “cortar” la parte del país amparada del Rocas, pero ahora era derrotar a la Indiada.

Y el Guadañángel la Alimaña fue acercándose a buenos golpes de remo de su churma, en su galera, disparando todas sus carronadas, al Palacio Epuscopal por el río. Antes de llegar delante, la arcabucería suya de las casas de delante machacó las ventanas y agujeros todos del Palacio. Y desde su lugar, la galera descargó una y otra vez sus carronadas contra el Palacio, saltando puertas y ventanas y un par de paños de pared de grandes pezetas irregulares.Y entonces pasó con la galera por delante en silencio, que sólo se oían los remos. Y una vez pasada, la galera dio la vuelta y fue a acercarse a la orilla, ahora vuelta en sentido inverso a aquel en que venía. Y dio Guadañángel una orden y una batería de carronadas de metralla dieron de la puerta de atrás del Palacio, que saltó bastante hecha migas, y que se quedó temblando, descuajeringada y abierta. Y entonces bajó de la galera Don Francisco de Guadañángel, El Dorado,pintado de pies a cabeza, cuerpo y armadura, de purpurina de oro, e igual su caballo y arnés, al frente de pesado escuadrón de caballería, pero escueto, de quince jinetes escogidos, y entró a caballo en el Palacio Episvopal dando grandes voces, riendo, diciendo locuras y gritando a voz en cuello: “¡ Rockefeller¡,¡Rockefeller¡”. y se encizañaba con una columna, dio de espada contra los escalones de mármol, rayó y rascó paredes y se cagó encima del despacho del obispo, subido encima de la mesa y en cuclillas, donde todavía  había una última disposición del Reynado de Israel del Don Tupi. Y quedó encima del folio de bordes irregulares y aquella curiosa letra con tanto arabesco, medio tapándolo, una cagaluta monumental en forma de pirámide espiral. Y una humedad iba extendiéndose por la plana, comiéndose la escritura. Y otras muchas cosas hizo ahí el Guadañángel, pero ya se pueden imaginar; porque su paroxismo no tuvo freno y aquel saqueo fue el Padre de Todos los Saqueos.

Sin que desde el Palacio y trayendo carronadas y fusilería, no ametrallase a miles de personas de la Plaza de Armas dejándola vacía de gente viva pero llena de bultos de ropa, niños muertos-”¡ ni qué niños muertos¡”,dijo el Guadañángel- y de cadáveres de soldados heridos que cayeron donde eran, apoyados a las paredes de la Plaza de Armas, que era a modo de inmenso hospital militar de Tupinamba. Y acto seguido, a tiro raso, disparó contra el campanario de la Catedral, sea que la excusa es que ondeaba la Bandera de la Cruzada, y era verdad. Pero más nos tememos que era por puro deseo de destruir la Catedral. Hay que decir que aquellas noches el cielo de Tupinamba fue lleno de bolas de luz y platos y otros curiosos meteoros.

Y en ver caído el Palacio se vencieron los Puentes, y por los dos entraron los españoles, o lo que aquellos fuesen, en Tupinamba. Que a partir de ésa entrada en muchos años fue la Capital de La Caballada y reynó allí como El Dorado, Rey Sol y Rey de Israel Don Francisco de Guadañángel de Alt y Díaz de Sotomayor, bien que mientras pudo, el Sargento General lo embozó todo, y aun así, obtuvo su marquesado por aquella señalada victoria “contra paganos”.

Pero no fue tan fácil, de otras partes. Que en la Carretera de Tupinamba, los jinetes del Anchorena, que venían cabalgando desde donde la pampa cabe el río tomaba el giro y las amenas arboledas, que se hacía al final la Carretera paralela al río Jordán, de frescas aguas, en tomar contacto con el enemigo, fue que dieron de ellos nubes de flechas untadas. Iban muy alforrados en prevención, pero aun así cayeron varios y se hicieron monstruos de vista y de dolor, y más caballos, que iban menos alforrados. Y los Jiborianos les tomaron la medida, que era dura gente, y les disparaban a los caballos, lo que obligó al Anchorena a detenerse.  Y con los Jiborianos eran los regulares o terciarios, que casi todos en esas vanguardias a lados de la Carretera eran flecheros, que los paveses se reservaban para el murado, y eran éstos muy adelantados del murado, que veía muy al fondo de la Carretera castellana recta, bajo las sombras de los frondosos y amenos árboles; excepto que se veían varias casas castellanas ennegrecidas todas o en parte desde el alzamiento indio, que ya tenían yerbas que les salían por las ventanas muertas. Y dentro de algunas, si se hubiese mirado, viéranse osamentas cubiertas de yerbas malas y basuras.

En medio de aquel infernal concierto de ladridos de perro que se desató cuando empezó el cañoneo, pues que aún quedaban perros en Tupinamba pese a que se cazaron para comérselos, por los inmensos vertederos de basuras y letrinas que se crearon alrededor de las ciudades de barracas, que muchos dijeron y recontaron que Tupinamba hedía a muchas leguas en manos de la sucia Indiada; ahí Anchorena se lo pensó. Y no mucho. Que cargó contra la arboleda, pese a ser desfavorable a los jinetes, pero no le importó nada, pero fue malo al fin; pues que él al cargar se decapitó prácticamente con la rama de un grueso árbol, que así y aquí finó Don Echeveste Anchorena, capitán de pro. Y los Ponces de Santa Fe hubieron quien llorar, además del acto fúnebre que hicieron ante la tumba de su mayor y capitán de su linaje El Juez, muerto en la campaña anterior; pues que en dar de la Indiada en las matas, a un Don Joaquín Ponce un Jiboriano le dio de maza en la espalda, a los riñones, que le partió la espina, y el hombre se dobló como muñeco, pero no cayó porque lo sujetaba el arnés e iba atado de cadena de ferre al arzón, y el Jiboriano le cortó la cabeza con el grueso machete. Fue malo, fue feo. Y al Don Justo Ponce, jefe de linaje, le fue mal en ésa breña amenilla, que le hicieron caer del caballo y se rompió la cabeza del propio peso del arnés.y le golpearon la olla de ferre hasta que salió sangre por los agujeritos, que fue mala cosa. Y así otros en esa carga sobre terreno malo para ellos, y por eso. Pero ese escuadrón retiró a la gente malvada del lado ése, que se abrieron y se huyeron de allí, bien que los Jiborianos se retiraron a otro parapeto de breñas y desde allí lanzaron continuas descargas de flecha pesada, que mantuvieron a distancia a los jinetes, que en medio de la primera breña de al lado derecho de la carretera y ésta segunda, eran campos cultivados, que se hundían las patas de los caballos, y uno se rompió las patas en una acequia, y el jinete hubo de levantarse mojado y chorreando y volverse a la carretera subiendo el desmonte de la parte de acá, tizona en mano. Pero una flecha larga de Jiboriano le entró por la ranura del yelmo cerrado y allí finó.

Y muerto el Anchorena tomó el mando un Jinés de Lima, Don Gonzalo o Gonzalón, que trajo los carros con carronadas y mandó dar de ellas a la breña, y escampó a los flecheros. Y así se rehízo la flecha, pero el Gonzalón trajo más cerca los peones y el Rastrojo , y los peones eran todos bien alforrados y pesados, y todos sudaban copiosamente pues hacía mucho calor; y los indios iban, claro, mucho más ligeros. Y así avanzaron como dos mil metros medidas nuestras, y otra vez de lado y lado otra emboscada, de flechas largas y flechitas virutas de unte. Era malo. Que otra vez hubo bajas, y había que repetir. Pero Don Gonzalón colocó el carro de las carronadas por delante, y acribilló la maleza y las amenas espesuras, que volaron todos los pájaros de Tupinamba de tantos colorines, de aquellas arboledas, si es que no habían huído antes del gentío de indios a los pies de estos árboles. Famosa sería esta Tupinamba, que hay otras, por sus pajaritos de colores, en jaulitas o fritos.

Que no se iban los indios, que los vió unos enanos muy feos con las vergüenzas al aire y se dijo “¿ Y éstos son Cruzados?. ¡Por Dios¡”. Y se convenció de que había aquí que civilizar mucho aún. Y dio contra la breñita de peonada. No había otra. Y fue malo. Porque el Rastrojo aquí se veía sobre montuosidades. Pero malo fue que les dieron teas de aceite y los alforres ardieron, se deshizo el Rastrojo y cayeron pesadas lanzas y delantales de acero, y morriones, que al fuego se calentaban. Y hasta ardió el bosquecillo y los mismos atacantes, que eran los defensores, hubieron de retirarse, que se fueron más atrás de ellos y más adelante nuestro, en vistas desde castillas; lo que salvó la situación. Pero las flechitas untadas dieron de quienes, medio quemados, se sacaban los alforres. Fue malo, fue muy malo. Pues que eran quemados e hinchados algunos a la vez, de grandes dolores y gritos. Y ardía la breñita. Y el Don Gonzalón daba descargas de fusilería contra la breña, y mandó rehacer el Rastrojo. Necesitaba cobertura de flanco. Aquella carretera era mala, si no les salían a lo tonto con paveses y les daban guerra de flechería. Pero lo solucionó. Pues que la hueste se detuvo, y él se fue con un escuadrón, y volvió a dos horas, que los otros eran inquietos de qué pasaba a los castillas, parados unos a caballo y otros a pie al inicio de la arboleda, y algunos fumaban; que los indios fumaban también, maría juana los indios; y volvió el Gonzalón con cosa de dos mil mujeres indias de falda de alcachofa, pilladas de otro lado, y las colocó por delante. Pero los Jiborianos tiraban igual, dando a mujeres o apuntando bien y cayendo jinetes o caballos, de flecha larga pesada. Y los otros, y éstos no se vencieron de atraverse a la demasía de tirarles flecha untada a las mujeres, pero sí de la otra.  De lo que el Gonzalón triunfaba. Pero de 400 jinetes y 500 peones llevaba perdidos  ya 34 jinetes y 100 peones en cuatro mil metros medidas nuestras de Carretera de Tupinamba. Era malo. O sea, que no era tan fácil, por este lado. Era mejor de los Incháusti, por descampado cayendo a derecha de éstos, o los del Guadañángel por el río y a izquierda de éstos.

Y dio de pasar los jinetes delante como fuese; que la tropa enemiga podía ser y era escalonada, pero donde era más fuerte serían sólo algunos puntos de concentración, de modo que se pensó que si halopaba adelante quinientos metros era dejada atrás esa pezeta de flecheros. Y así se tiró él mismo hacia delante con cien jinetes a todo galope, y les cayó encima de todo, pero no les hizo mella, por ir muy alforrados de todo, y entonces dieron vuelta y cargaron desde dos lados contra esa pezeta de gente de indios, y ahí ardieron varios jinetes alforrados por darles teas de aceote. Pero hicieron carchena de indios, que éstos descabalgaron y a espada de dos manos o a tizona y rodela partieron de acero la hueste de indios desnudos, que los Jiborianos vieron por vez primera el poder de un hombre forrado y chapado con guadaña de acero, pues que hubieron minúsculos Jiborianos partidos por la mitad, y aunque eran muy feroces se derrotaron un poco, y los indios, civiles, más. Pese a lo cual no se huyeron; y el Gonzalón hizo carchena en esta batalla de tres mil cuerpos de indios, que sólo aquí ya era batalla. Y pasaron adelante en su orden, con las mujeres indias por delante. Y a poco más de tres kilómetros medida nuestra, otra emboscada de flechas Y aquí les tiró por delante, arreadas a pinchazos de tizona en las nalgas y corvas, a quinientas mujeres, que les hicieron de pavés, pues que desmontaron y les fueron detrás a las mujeres a acero y tizona, y con muchos peones fuertes, que deshicieron a los indios, pero no hicieron gran escabeche pues que aquí se derrotaron y huyeron más rápidos. Y por la ribera del río, un escuadrón de pistolas de dragones iba limpiando de emboscadas la breñita, que muchos se huyeron tirándose al río, y alguno se salvó, pero pocos, pues que la orilla de enfrente era también de españoles, aunque sin continuidad y con muchos huecos, pues que no se puede poner un hombre cada metro, claro, y era vacío, que los de ése lado ya eran muy por delante y tomaban ya casas en Tupinamba cuando éstos del finado Anchorena eran todavía aquí.

Y al dar el Gonzalón con otra añagaza a cinco mil metros por delante, se bajó del caballo en medio de la Carretera, que era hombre de hierro impenetrable, y se fue hacia ellos espada en mano gritándoles y haciéndoles gesto con la enguantada mano que iban a ver. Y tomó a diez mujeres y les pegó fuego, que fue cosa espantosa. Y los indios se horrorizaron. Y al dar de seguir, más flechería. “¿Y que no?”. Les arreó quinientas mujeres con unto de betún en la espalda y pegadas fuego, que parecían chispas corriendo, con lo que creó pavés y cargó contra la breña como el Anchorena antes, que se veía fuerte de atravesar una casa. Y dígase por tranquilizar conciencias cristianas, que muchas de las mujeres se salvaron y no se quemaron mucho o casi nada, pues que se echaron pronto al agua, aunque los arcabuceros mataron a muchas por tirar para el sitio que no era. Pero las diez primeras aquéllas sí que las mató horriblemente, aunque a poco de arder las remató a tiros, porque no llegó su maldad tan lejos, y sólo a un límite. Pero le valió de poco, pues que lo mataron, aunque fue seis horas después. Que por ésas mañas, que fue agonía suya y de los suyos y de muchos miles de enemigos, que se inmolaron en esa carretera 4000 Jiborianos, que probaron la guerra europea por vez primera, y de ahí quedaron de moral muy mellados, pese a ser feroces, como ocurriera con los indios Cojones en hacerse civiles e israelitas, excepto el Charro y los jinetes cosacos de la Pampa, suyos; pues que por ésas mañas tomaron por fin la Carretera y saltaron el parapeto o murete donde la Carretera era ya Calle Mayor de Tupinamba, bien que aún lejos de la Plaza de Armas, y ahí en volverse a dar una orden, una larga flecha le entró por un ojo y saltó, dentro de su casco, la tapa de sus sesos, que se rasgó hasta la piel, y por tanto murió al instante. Pero ésas seis horas de Carretera el Don Gonzalón dio dura guerra, montado y desmontado, con paciencia, ciento de metros a ciento de metros, a los flecheros. Y fue admirable la disciplina sobre todo de los peones. Que los otros era consustancial a su vida ir de un lado para otro en montón, a caballo, por lo que pudieran ser llamados montoneros. Estos jinetes eran malvados y peritos, y vieron la situación todos como el capitán, pues que todos los jinetes lo eran. Y de un lado de la carretera, en unos campos que les estorbaron, sin embargo hicieron una acción lateral, donde hicieron carne y sangre y guadañaron, que fue la que más derrotó la moral al enemigo, que tras ése escabeche, y creyendo que giros así como collejas en el cogote les podían venir a todos los emboscados en la breña por las espaldas, sólo pensaron en ampararse ellos y amparar del murete y cerco. Por lo que puede decirse que fueron en ésa batalla del giro grande, derrotados sobre ésos campos cultivados, y que de ésa batalla fuerte, que murieron ciento cincuenta y mil de cada lado, fue que se ganó la batalla de la Carretera de Tupinamba. Pero hubo otras acciones menores parecidas. Y otras batallas de pocos contra pocos y aun de uno contra uno por ahí perdidos y acaso huyendo ambos al encontrarse, que fueron feroces. Y uno por uno en la breña, los Jiborianos enanos no tenían rival, que degollaban antes de haberlos visto; eso sí, un navarro grande pilló a un Jiboriano y lo decapitó sólo con sus manos, retorciéndole el pescuezo, y después decía que eran como muñecos.

En el murete se inmoló Don Agamenón de los Indios, y fue arrollado tras derribar a diez jinetes de ferre con diez pesadas flechas, Don Aquiles de la Breña. Allí murió Don Agitador y todos los suyos, que en ver el arnés se creyeron los indios muchísimos y se corrió la voz, que era muerto combatiendo el Rey de Israel, y a Guadañángel le llevaron el cuerpo, con el arnés, la tizona y la bandera del Reynado de Israel, que Guadañángel adoptó como cosas suyas y aún usó a veces, que la armadura era del Obispo, por lo que era derecho de conquista doblado sobre dos feroces enemigos suyos; y muchas banderas banderas de la Cruzada excepto una las mandó quemar; y ésa se la guardó para sí por si hubiese Cruzada que declarar en lontananza, y si no, como trofeo bélico. Y en el murete decimos que murieron muchos, muchísimos indios, hasta el apuntador; que fue como lo de Don Mendo Escobedo en la otra campaña del Guadáñángel de 1630. Y murió el Rey de Israel Jilpruchu Mistec,que era el otro Rey que en el mismo día el Don Tupi hiciera; y murió, pero en otro lado y en otra batalla, el Huapachu Josué Macabeo, que no esperó a nada para proclamarse Rey de Israel, de modo que en ésa toma de Tupinamba en país tan infiel e inculto en ésas Indias de las Américas, murieron en un solo día tres Reyes de Israel, lo que era maravilloso, y daba pie a las ínfulas del Guadañángel de creerse que había tomado Constantinopla o desde luego que se creía las demasías y tontunas indias del Don Tupi, y era Guadañángel en tren de haber prendido realmente Jerusalén y ser un Segundo Godofredo de Bouillon, dado que había ganado no una Cruzada sólo contra paganos, pues que los indios lo eran y si fuersen herejes cristianos pero aún y más mérito, sino que había ganado una Cruzada contra otra. “¿Eh, eh?. Dime, dime, Godofredo”, musitaba por lo bajo riendo de modo demente. Y la asociación con la presa de Constantinopla, sea de 1204 o de 1453, le pasó a él por las mientes como a mí, pues que mirando hacia donde creía ser el Don Rocafuertes, le decía al aire: “¿Y qué me dices de Constantinopla, Rocas?”. Pues no olvidemos que el segundo apellido de los Rocafuertes era Y Entenza de Constantinopla. Y hecha la rota, hecha la batalla, caída la noche, la Indiada en desbandada, los suyos dueños, matando hasta hartarse y luego cautivando grandes recuas, pero la estampida al sur y al este a la pampa era horrorosa, pues que en fin el Guadañángel, creyendo sinceramente haber matado a Don Tupi, se decía : “Esto es grandeza,¿eh?, esto es grandeza, ¿eh?”, pero al sentarse de lado en la mesa del Obispo, como era penumbra, la ciudad hedía a cloaca toda ella y era ya insensible,se sentó encima de su propia mierda y se untó el arnés de purpurina. Que el sudor y salpicones de sangre ya le habían deslucido bastante de pies a cabeza, y de su rostro era que caían largos gotones de la frente a las barbas de Matusalén, y más que El Dorado parecía ya un Santo Cristo.
Y miraba hipnotizado el incendio de varias ciudades de barracas en lontananza.

A las doce de la noche llegó su hijo el Daniel al Palacio, y venía cubierto de sangre de pies a cabeza y con barba a medio pecho, negra, mientras que el pelo era canoso, al revés que el Macabeo, que era de pelo negro y barba cana. Y se abrazaron, y le explicó a su padre las novedades, y éste a él las novedades de la colonia y la campaña de ése año. Y el Daniel, tras abrazar a su padre olfateó el aire y le dijo: “Padre Osiris y Alto Señor rey de Quilates, ¿no huele vuecencia a mierda?”.

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